Mi papá dice que el punk rock solo existe en un volumen: alto. Así es que me puse los audífonos y subí el volumen de la música hasta que las cuerdas del bajo golpearon, los platillos sisearon y las cuerdas de la guitarra chillaron como si estuvieran conversando. Mi mamá dice que mi música es puro ruido, pero para mí es el tema principal de mi vida. Y siempre me ayuda a concentrarme.
Arranqué una página de la revista y metí los dedos en los agujeros de unas viejas tijeras escolares de plástico azul. Me quedaban demasiado apretadas, pero mis tijeras, las de acero con mango negro, estaban empacadas y tenía que terminar. Era ahora o nunca.
Corté con cuidado la página con las cuchillas. Me gustaba la sensación de las tijeras rebanando el papel brillante. Sobre todo, cuando llegaba a la última parte y separaba el pedazo que quería. La palabra que recorté se quedó pegada a mis dedos húmedos y la puse con cuidado sobre el suelo, donde tenía esparcido todo el material para mi zine.
Había hojas blancas y revistas viejas que me había regalado mi papá, una barra de pegamento morado sin tapa y un folder con tantas imágenes que se salían por la abertura. La caja amarilla de Whitman’s Sampler donde guardaba mis colores, calcomanías y algunos recortes todavía olía a chocolate, pero ya no quedaba nada de su delicioso surtido.
Estaba inclinada sobre la revista, buscando más letras para recortar, cuando vi unos pies calzados con sandalias de cuero. Frente a mí estaba parada mi mamá, con su playera que decía HECHO EN MÉXICO y una falda translúcida, hasta las rodillas. Movía los labios, pero sus palabras no podían competir con mi música. Por fin, me señaló los oídos.
—Supermexicana al ataque —dije, poniéndome los audífonos en el cuello.
Supermexicana es el apodo que le puse a mi mamá. Siempre quiere enseñarme cosas sobre México y los mexicanoamericanos. Creo que su principal meta en la vida es convertirme en una versión de la señorita mexicanoamericana ideal. Además, le gusta usar vestidos y faldas bordados, y esos mantos llamados rebozos. Yo lo llamó su uniforme supermexicano. Ella actúa como si le molestara, pero creo que en el fondo le gusta el apodo.
—Qué graciosa —dijo—. ¿Ya acabaste de empacar?
—Supongo. —Miré la pila de cajas y bolsas junto a la puerta.
Mi mamá me había dicho que llevara todo lo necesario, pero que no empacara de más. Eso no tiene sentido. Mi cuarto no es mi cuarto sin mis cosas. Solo quedaban algunas que decidí dejar y que eran la única señal de que había vivido ahí. Sentía como si alguien hubiera tomado una goma Pink Pearl y me hubiera borrado del cuadro.
—Genial —dijo mamá—. Tu papá llega en una hora, así que alístate.
—Ya estoy lista —. Miré mi playera y mis pantalones cortos.
Los ojos de mi mamá recorrieron mi ropa, escaneándola con sus superpoderes en busca de hoyos, manchas o cualquier otra falta impropia de una señorita. Pero antes de que pudiera decir nada, notó la revista que estaba recortando.
—Malú, esa no es mi revista nueva, ¿o sí? La que acaba de llegar por correo.
Sonreí a medias, sin mostrar ningún remordimiento, para hacerle saber que sí lo era.
—Dámela, si eres tan amable —dijo, extendiendo la mano—. Si necesitas revistas, revisa el bote de reciclaje.
—Sí, señora —dije, y le hice un saludo militar antes de entregarle la copia de Bon Appétit.
Me volví a poner los audífonos y tomé una hoja en blanco. Tenía que terminar el zine antes de que llegara mi papá.
Había empezado a hacer zines a principios de ese año, cuando descubrí los que hizo mi papá sobre música punk cuando estaba en la preparatoria. Los zines son publicaciones clandestinas caseras, y pueden tratar de lo que sea, no solo de punk. Hay zines sobre toda clase de temas, desde videojuegos hasta dulces y patinetas. Pueden ser un tributo a alguien o a algo que te apasiona y de lo que sabes mucho, o un espacio donde compartes ideas y opiniones. Mi papá dice que también son una buena manera de escribir lo que piensas o sientes, parecido a un diario que compartes con otros. Los míos eran, más que nada, de cosas que consideraba interesantes o sobre las que quería saber más. Pero desde que mamá me había dicho que nos íbamos a mudar muchos de mis zines trataban sobre eso.
Mi mamá actuaba como si la mudanza no fuera importante, ya que regresaríamos cuando su nuevo contrato expirara. Pero dos años bien podían ser para siempre. Dos años eran toda mi secundaria. Además, no podía siquiera imaginar cómo sería vivir dos años lejos de papá. Eso era algo muy importante, así que pasé la hora siguiente escribiendo, recortando y pegando una última petición para mamá. Pegué la última letra en una hoja justo cuando sonó el timbre, avisándome que no tenía más tiempo.