Setos de campo, setos de ciudad...

Setos vivos, silvestres, floridos, ecológicos, cinegéticos y compuestos... ¿Qué se esconde tras estos términos? ¿Cuál elegir cuando se desea crear sencillamente un seto agradable a la vista en cualquier estación, que preserve nuestra intimidad, que atraiga a las aves y ampare a los insectos beneficiosos?

Antes que nada, hay que plantearse lo siguiente.

Si consultamos el diccionario de la Real Academia, encontraremos la siguiente definición: «seto (Del lat. saeptum). 1. m. Cercado hecho de palos o varas entretejidas». Sin embargo, intentemos ir más lejos.

Es frecuente agrupar bajo la expresión genérica setos vivos los grandes setos silvestres. Las otras denominaciones han surgido de la pluma de autores que han descrito o experimentado agrupaciones vegetales destinadas a funciones muy precisas. Determinadas composiciones pretenden ser decorativas; otras, más utilitarias; y los nombres que se les han atribuido las definen claramente.

Para esta obra dedicada al jardín, hemos seleccionado el concepto de seto campestre. Muy cercano a los setos naturales, adecuado tanto para la ciudad como para el campo, el seto campestre reúne todo aquello que esperamos de un seto: utilidad, productividad, belleza y ecología. Encaja, por tanto, en los temas que se desarrollarán a lo largo de las siguientes páginas de este libro.

La expresión «setos vivos» se aplica sobre todo a los grandes setos de los bocages