Introducción

Hasta mediados del siglo pasado, los setos de jardín se formaban fundamentalmente con plantas de origen local obtenidas en la propia naturaleza, a imagen y semejanza de los setos silvestres. Sólo los parques y jardines clásicos disponían de setos de carpes, tejos y bojes cuidadosamente mantenidos.

Esta situación evolucionó rápidamente después de la segunda guerra mundial. Plantas fáciles de producir como el laurel cerezo, la tuya, el cedrón y, sobre todo, el ciprés de Leyland sustituyeron rápidamente a los arbustos autóctonos en la mayoría de las nuevas plantaciones, especialmente por su carácter resistente. La extrema fragilidad de estas plantas producidas en masa mediante la clonación las hace especialmente sensibles a los cambios climáticos, a las enfermedades y a los insectos; los setos de una sola especie favorecen la propagación de las plagas. Al parecer, su perennidad es incierta.

Desde la década de los ochenta, los viveristas han comenzado a ofrecer arbustos ornamentales de hoja perenne. Plantados inicialmente en alineaciones de una sola especie, más tarde se utilizaron en combinación con nuevas especies y variedades de hojas variegadas[1] o doradas[2]; estos llamativos arbustos forman composiciones incongruentes cuando se plantan sin la adecuada integración paisajística. Cabe denunciar, a este respecto, que los profesionales comercialicen bajo la denominación seto campestre unos kits que contienen plantas puramente ornamentales. La sociedad en la que vivimos nos ha acostumbrado a descuidar lo que tenemos a mano para vendernos mejor sus innovaciones, y ha entrado en escena la figura del jardinero que busca sin descanso novedades. De hecho, las nuevas plantas y creaciones no representan a menudo más que un interés estético. ¿Por qué buscar una especie exótica o una planta con flores dobles si no hemos dedicado ni un minuto a las plantas autóctonas que nos ofrecerán más ventajas?

Por suerte, la sensibilidad del público por la protección del paisaje, la ecología y la lucha contra la desaparición de las especies comunes ha evolucionado. Parece que una nueva vía se abre gracias al redescubrimiento de las especies locales y regionales que han formado siempre los setos de nuestro entorno.

Los setos de nuestros campos son hermosos desde la primavera hasta el otoño, y contribuyen a crear paisajes fabulosos.

El lector que desee plantar y mantener un seto o restaurar un antiguo seto autóctono encontrará en esta obra, a través de una exposición simple y práctica, los elementos que le permitirán llevar a cabo esta empresa, así como las recomendaciones para evitar problemas. Con la ayuda de tablas, esquemas e ilustraciones, será capaz de hacerse una idea de las plantas indígenas que mejor se adaptan a la función que pretende darles: setos para cercados, cortavientos, refugios de fauna silvestre, etc. Se mencionan igualmente algunos arbustos ornamentales que podrían ayudarle a formar un seto campestre situado en un entorno urbano.

Por último, en atención a los numerosos jardineros preocupados por el medio ambiente, este libro hace hincapié en el importante papel que desempeñan los setos en la preservación de la biodiversidad, e intenta ayudarnos a descubrir cómo el árbol trasmocho puede tener un lugar en el jardín decorativo.

Casi todos los jardines poseen un seto, si bien no siempre lo cercan por completo ni son la única forma de cierre...