Algunas plantas se prestan fácilmente a la reproducción por semillas; dentro del grupo de las plantas ornamentales, es el tipo de reproducción de la mayor parte de las anuales. En cambio, en otras, la producción de semillas resulta mucho más difícil; es el caso de muchos árboles y arbustos, cuyas semillas muchas veces tienen periodos de latencia o doble latencia, o están envueltas en tegumentos muy protectores, leñosos y, en cualquier caso, muy duros. Es difícil que estas semillas germinen incluso en la naturaleza y con frecuencia se secan o se pudren antes de haber germinado.
La multiplicación por semillas puede presentar también problemas de otro orden: a veces las semillas no dan plantas con las características deseadas, es decir, a partir de una semilla recolectada de una planta que da flores de un color determinado no siempre se obtiene una planta con flores del mismo color. Por ejemplo, a menudo, con semillas de rododendros rojos se consiguen rododendros de flores azul lavanda pálido, y las semillas de Cornus de flores rojas dan casi siempre plantas de flores blancas. Pero también se da el caso opuesto: existen plantas que sólo tienen una descendencia idéntica si se multiplican por semillas; por ejemplo, Taxus capitata, una especie de tejo de forma piramidal, únicamente tiene esta forma si se multiplica por semillas, mientras que las plantas obtenidas con esquejes son totalmente diferentes, más erguidas (en tal caso, si se desea darles forma piramidal, deben podarse).

Rhododendron «Blue Tit». (©Biosphoto/Mccaffrey Susie/GPL)
Una semilla muy apreciada
El término quilate, utilizado en joyería para indicar el peso de las piedras preciosas, viene del árabe kirat, que designa la semilla del algarrobo.
La forma, el tamaño y, sobre todo, el peso —aproximadamente un quinto de gramo (0,2 g)— de las semillas de esta planta son constantes. Es por ello por lo que los joyeros de antaño la utilizaban como unidad de referencia en el pesaje de las piedras preciosas.

(©Biosphoto/Gayo)
Comparada con otras formas de reproducción de plantas, la que se obtiene mediante semillas presenta varias ventajas, sobre todo para los jardineros aficionados: en un principio, la semilla es una técnica simple, que no requiere particulares conocimientos teóricos o prácticos; además, es una técnica económica, ya que con especies que dan muchas semillas pueden obtenerse cantidades considerables de plantas nuevas a partir de una sola; también, muchas plantas son más vigorosas cuando se multiplican por semillas que cuando lo hacen por esqueje.
Gracias al sistema de arraigo fuerte de la reproducción por semillas, pueden utilizarse las plantas jóvenes como portainjertos para multiplicar posteriormente por esqueje unas variedades, la mayor parte ornamentales, que poseen un sistema radical más débil.
Otra ventaja de este tipo de reproducción es que las enfermedades provocadas por virus y micoplasmas no se transmiten prácticamente nunca mediante las semillas.
Además, pueden multiplicarse por semillas algunas plantas difíciles de encontrar en tiendas. Es fácil enviar semillas de una punta a otra del mundo, lógicamente si se respetan las leyes fitosanitarias, a veces bastante rígidas, de los diferentes países.
En efecto, la introducción de especies que no sean autóctonas puede presentar riesgos: ciertas plantas que pasaron de un continente a otro, aunque su transporte fuera azaroso, originaron auténticas invasiones en el nuevo territorio ocupado por carecer de enemigos naturales.
En el capítulo de inconvenientes, suele citarse la diferencia entre las plantas madre y la descendencia obtenida por semillas.
Esta diferencia se explica por el hecho de que los genes de ambos padres se combinan y esto hace que las plantas hijas nazcan con características diferentes (es lo que se denomina variabilidad). Este problema concierne casi exclusivamente a los profesionales, que deben garantizar a sus clientes una variabilidad regular.
Este mecanismo es realmente fundamental para los profesionales de la hibridación, los creadores de variedades nuevas que juegan con las leyes genéticas que dan lugar a la variabilidad dentro de una especie para obtener así nuevos cultivar, más vigorosos, algunos de porte diferente, con flores y hojas todavía más bonitas, más resistentes a las enfermedades y a los parásitos, que se adaptarán más fácilmente a unas condiciones climáticas difíciles...
Debe señalarse que, en la naturaleza, la variabilidad es precisamente lo que ha permitido, entre otras cosas, que las especies se adaptaran poco a poco a las transformaciones del entorno y que aparecieran, primero por selección natural y luego gracias al hombre, variedades derivadas de lo que se conoce como especie tipo.
Otro inconveniente de este tipo de reproducción es que, en general, las plantas surgidas de semillas atraviesan una primera fase juvenil a lo largo de la cual exhiben características totalmente diferentes de las que tendrán cuando sean adultas.
Hay dos formas de procurarse las semillas: comprándolas o recolectándolas uno mismo.
El mercado presenta una amplia oferta de semillas de plantas herbáceas, anuales, bienales y vivaces. El capítulo siguiente está dedicado a la producción y la comercialización de las semillas.
Actualmente en internet se ofrecen semillas de todos los tipos de plantas, desde las más comunes a las más raras. Es aconsejable empezar por pedidos de poca cantidad, para comprobar la seriedad del proveedor.
Otra posibilidad es el intercambio de semillas con otros aficionados.
La obtención de una planta a partir de semillas que ha recolectado uno mismo es un auténtico placer. Sin embargo, estas plantas a veces son menos vigorosas y su floración es menos espectacular que aquellas nacidas de granos comprados.
Atención al clima
Antes de recolectar las semillas de una planta de exterior hay que asegurarse de que se adaptará al clima. En el caso de las plantas plurianuales, deberá tenerse en cuenta su capacidad de resistencia a las bajas temperaturas invernales, y también al calor y a la sequía del verano.
La cantidad de semillas que pueden recolectarse varía según las especies: algunas plantas, y también ciertas flores, producen miles de semillas (normalmente son de un tamaño pequeño), y otras generan cantidades mucho menores.
Las plantas cuyas semillas van a recolectarse deben estar perfectamente sanas y exentas de parásitos, y tienen que vivir en condiciones climáticas favorables.
Las modalidades de recolección cambian según el tipo de fruto, carnoso o seco, dehiscente o indehiscente. Se aconseja siempre recolectar las semillas cuando los frutos están en pleno periodo de maduración. Inmediatamente después, estas empiezan a perder vitalidad (más o menos rápidamente, según las especies). Un indicador del grado de madurez de los frutos es el cambio de color (envero) o de consistencia (ablandamiento) de la pulpa.

Cosecha de semillas de malva arbórea. (©Biosphoto/Groult Jean-Michel)
Constituyen una excepción las especies con frutos dehiscentes (por ejemplo, Impatiens), cuyas semillas deben recolectarse antes de que estén completamente maduras, para evitar que se dispersen.
Pueden colocarse en bolsitas los frutos que producen semillas muy ligeras, antes de que se abran y de que el viento las disemine; las semillas voluminosas de muchos árboles y arbustos, en cambio, pueden recolectarse en el suelo, teniendo en cuenta que pueden haber sufrido ataques de enfermedades causadas por hongos o parásitos.
En las especies con inflorescencias en cabezuela, las semillas más vigorosas son precisamente las que están en el exterior, en el perímetro de la inflorescencia. Si se rompe esta para recolectar las semillas, se corre el riesgo de comprometer su limpieza y de dañar las más vigorosas.
No siempre es fácil escoger la planta ornamental de la que van a recolectarse las semillas. Esto se debe en parte a que, para prolongar la floración de muchas plantas, se eliminan las flores en cuanto se marchitan, o sea, antes de que puedan recogerse sus semillas.
Por esta razón es aconsejable cultivar algunas plantas sólo para la producción de semillas en un lugar adecuado, de modo que queden a la vista aquellas más hermosas, de las que se eliminarán las flores marchitas.
Cuando en una misma especie hay plantas de colores diferentes, es preferible recolectar por separado las semillas, para que posteriormente puedan mezclarse como se quiera. Así se evita que, tal como ocurre a menudo en la naturaleza, un color más «competitivo» pueda imponerse a los demás con el paso de los años.
Si se eligen las semillas provenientes de las flores aparecidas en primer lugar, podrá mejorarse además la precocidad.
Desecación
Una vez recolectados, se disponen los frutos o las semillas en una tela o en papel de periódico, y se colocan en un lugar seco y bien ventilado para que se sequen.
Previamente se eliminan todos los residuos de pulpa en los frutos carnosos, porque pueden provocar podredumbre o moho, o atraer a los insectos.
Los frutos pueden abrirse con un cuchillo o dejarlos madurar y luego aplastarles la pulpa dentro del agua con las manos. A veces también deben eliminarse las vainas o las cápsulas.
La primera fase de secado de las semillas puede realizarse asimismo a pleno sol, pero al abrigo del viento para que no se diseminen.
De hacerlo así, hay que vigilar atentamente que no se sequen demasiado, por lo cual se aconseja terminar el proceso de desecación en un local cerrado.
Después del secado, si se cree oportuno, puede realizarse una especie de trilla, con un tamiz o soplando con cuidado sobre las semillas, para eliminar los residuos de los frutos.
Conservación
La capacidad de conservación de las semillas depende de varios factores: en primer lugar, la longevidad de la especie en sí misma; luego, el índice de humedad de los granos y la temperatura a la que se conservan, y finalmente, el grado de humedad del lugar donde se guardan.
Algunas plantas tienen semillas que se conservan varios años; por ejemplo, las semillas de algunas especies de Acacia y de Eleagnus pueden guardarse entre quince y veinte años, y las semillas de Petunia, de Zinnia, de Calendula o de Koelreuteria, entre dos y quince.
Por el contrario, las semillas de los olmos y de algunas magnolias sólo se conservan unas semanas, un año como máximo.
Para guardar las semillas perfectamente secas hasta el momento de sembrarlas, y para evitar la formación de moho y podredumbre, deben guardarse en recipientes (sobres, botes o cajas). Es preferible no utilizar contenedores totalmente aislados, sino que en ellos debe circular el aire; para ello los botes pueden cerrarse.
Todos los botes deben etiquetarse con la información relativa a su contenido: especie, variedad de las plantas padres, fecha de recolección y cualquier otro dato que pueda ser útil en el momento de la siembra.
Las semillas se conservan en un lugar muy seco, fresco y alejado de toda fuente de calor y de la luz directa del sol.
Deben mantenerse una temperatura y un grado de humedad constantes, con lo cual se evita que las semillas entren en lo que se denomina latencia profunda (un riesgo que se corre con ciertas especies) o pierdan vigor (esto también puede ocurrir con las semillas que germinan muy fácilmente).
Durante la fase de conservación, las semillas pueden perder del 20 al 30 % de su peso en agua cuando están frescas. Una pérdida más importante puede dañar a los embriones.
La temperatura de conservación más adecuada se sitúa entre 1,5 y 7 °C, pero las semillas de algunas plantas tropicales pueden estropearse si se guardan a una temperatura inferior a 4,5 °C.
El porcentaje de humedad debe situarse entre el 20 y el 30 %. Puesto que con el paso del tiempo la humedad del aire y la del interior del recipiente tienden a equilibrarse, el aire debe ser más bien seco y las semillas no deben almacenarse cuando están demasiado húmedas.

Cosecha y conservación en botes de semillas de Nicotiana mutabilis. (©Biosphoto/Swithinbank John/GPL)
La vitalidad de las semillas
Se considera que una semilla es viable cuando posee todas las características morfológicas, fisiológicas y bioquímicas esenciales para su germinación. El embrión que contiene debe estar vivo y completo, y tiene que ser capaz de germinar cuando se encuentre en las condiciones adecuadas.
Para controlar la vitalidad de un lote de semillas pueden utilizarse productos colorantes, como el cloruro de tetrazol (CTC). Se cortan por la mitad algunas semillas y se les aplica el producto en los embriones; si los tejidos están vivos, viran al rojo.
En algunas especies pueden separarse las semillas vivas de las que no lo están metiéndolas en el agua: las primeras se hunden porque los tejidos del embrión y del endosperma ocupan toda la semilla; las que no están vivas flotan porque el aire ocupa un cierto espacio en su interior, hecho que delata su falta de vitalidad.