Los animales que vuelan o corren, amigos de nuestros jardines, son innumerables. Esta fauna familiar de nuestro medio cotidiano escribe una bonita historia que todos podemos leer en la puerta de nuestras casas, observar desde nuestras ventanas o en el balcón, o contemplar en el césped.
Pero, para observar el pequeño mundo que alegra el jardín, tender la oreja a los cantos y a los gritos, e intentar seguir a cada uno de los actores se necesita atención y discreción.
La proliferación de las segundas residencias, el placer por la jardinería, la casa unifamiliar en las afueras de la ciudad, el deseo de ir al campo a pasar una temporada o para quedarse a vivir, el atractivo de las zonas rurales, los paseos por la naturaleza reflejan un fenómeno de la sociedad contemporánea, muy fuerte y en pleno desarrollo.
Muchos hogares españoles disponen de un espacio convertido en jardín y prácticamente el resto posee una terraza o un balcón. Ya en los célebres jardines colgantes de Babilonia, la vegetación empezó a desarrollarse verticalmente, igual que ahora en los edificios.

Por lo tanto, es totalmente natural que esto vaya acompañado de una curiosidad por la fauna y la flora salvajes. Ya sea en el corazón del bosque, en las cunetas de los caminos por los que paseamos o cerca de donde cada uno vive, no se puede pasar por alto la visión de un pájaro, el encantamiento que suscita el vuelo de una mariposa o el tiempo transcurrido antes de haber encontrado el nombre para designarlos...
Balcones, terrazas, jardines exiguos o espaciosos, parques y hasta incluso el alféizar de una ventana acogen una sorprendente cantidad de seres vivos que se aferran a un rincón de vida que no sólo es nuestro, porque también es suyo.
La paciencia es un gran aliado: aunque no se puede hablar de puestos de observación, buscar lugares adecuados para observar, aunque sea brevemente, aumenta las posibilidades de contemplar escenas de la vida animal. Y, a la inversa, se debe tomar conciencia del hecho de que por todas partes hay ojos que nos miran o que fingen ignorarnos. El polen, las semillas y los frutos salvajes no son transportados exclusivamente por el viento, ya que también los llevan los pájaros y los roedores, a menudo de una manera involuntaria. Ciertas semillas se adhieren entre las plumas o en los pelos, otras transitan por el tubo digestivo y germinan una vez han sido expulsadas con las heces.
No se trata de escribir una enciclopedia zoológica detallada describiendo el comportamiento de todos los animales que viven materialmente cerca del hombre. De los muchos animales que cumplen con esta característica los hay efímeros, estacionales, erráticos, migratorios, sedentarios, ocasionales o demasiado poco comunes. Es evidente que profundizar en el estudio de cada uno de ellos ahogaría al lector en una literatura poco digerible y sin utilidad. Por consiguiente, el texto se ha centrado en los animales más corrientes y, en algunos casos, los más curiosos.
Por esta razón esta guía práctica se limita a describir los pájaros y los mamíferos que se encuentran más comúnmente. Primeramente se realiza una descripción genérica, es decir, se explican sus características principales. Por deseo de simplificar, los animales que acuden a nuestro jardín están ordenados alfabéticamente. Además, pequeños relatos y anécdotas servirán para amar más a los protagonistas.
Según el caso, se indica el carácter útil, pernicioso o nefasto de algunos de ellos, así como la manera de atraerlos o de ahuyentarlos, de ayudarlos o de reducir los destrozos que puedan causar. Hay procesos simples, rústicos, que se insertan de forma natural en el medio, conocidos por su simplicidad de uso, al alcance de cualquier jardinero aficionado. La lucha biológica es uno de ellos.
Frente al cemento y al asfalto, el jardín del siglo XXI es un refugio para el ciudadano, un remanso de paz para quien vive en las afueras, un terreno de maniobras para el campesino y un descubrimiento para el «urbanita rural», este nuevo habitante del campo que ha huido de la ciudad. Pocos de nosotros tenemos plena conciencia de que una multitud de seres vivos está a nuestro lado, animales secretos, poco conocidos, a menudo nocturnos, y a los que nosotros, nuestras casas y nuestras actividades, dejamos un espacio cada vez más reducido.
Los jardines
Los hay muy abiertos, los hay muy cerrados, los hay medio urbanos, los hay rurales, ven pasar los mirlos y también varios lirones, son bellos de ver y cobijan a los pájaros.
Es importante saber escuchar lo que hay de tierno y sobrecogedor en los días, los paisajes y los jardines. Hablan maravillosamente de los matices, los dolores, los secretos de unos y otros.
Tener un jardín, del tamaño que sea, convierte a su ocupante en una especie de rey. Este intuye que con un poco de paciencia y trabajo se abre ante él una perspectiva de alegrías inmensas: podrá crear, innovar, arreglar a su gusto su propio territorio. Sueña con flores multicolores por su belleza y sus perfumes, con sus atractivos, con las verduras frescas para la cocina y frutos suculentos para el postre. Las plantas aromáticas tienen una fuerza embriagadora; el perfume se graba profundamente en la memoria y es capaz de resucitar con fuerza el pasado más lejano.
Morder la piel de las doradas ciruelas claudias y degustar su delicioso jugo de miel, comer cerezas ácidas y traslúcidas recién cogidas de la rama, dejando en el lugar el hueso como hacen los pájaros, etc. ¡Cuántos sueños se hacen realidad en un jardín!
¿Y quién ha pensado en los pájaros y demás animales que por fuerza frecuentarán el jardín, cuando su presencia no estaba prevista y a veces parecía incluso inoportuna? En el jardín, las plantas y los animales forman una comunidad biológica compleja y no pueden ser disociados.
Son animales que no nos resultan familiares y que acuden al jardín, que habíamos imaginado ideal sin su presencia, y se dedican a sus cosas, con naturalidad y simplicidad, en los mismos lugares y en las mismas épocas del año.
En el jardín imaginario
En el jardín imaginario
plantado según mi fantasía
crece un árbol de fruto extraordinario:
es el árbol de la poesía.
Su follaje tiembla con el viento,
meciendo nuestras horas de desazón;
y es conmovedor su bisbiseo
en el misterio de la excursión.
¡Cuántas flores en las ramas!
Flores resplandecientes, flores palidecidas,
flores de fragancias siempre nuevas,
flores que se enredan quedando unidas.
A merced de mis sueños,
puedo cogerlas todas... respirarlas,
refrescar mis labios con sus frutos,
y mientras me escuchen... cantarlas.
En el jardín imaginario,
donde las mejores horas pasan,
de pronto una borrasca hizo
que las hojas por el aire volaran.
Si alguna hoja, revoloteando,
fuera a introducirse bajo tu puerta,
recibe con corazón indulgente
los frescos recuerdos que lleva.
Marie-Madeleine Lorgnier du Mesnil, 1918


En realidad, un jardín se prepara para dar grandes alegrías al jardinero experto y al principiante. Sin embargo, la experiencia demuestra que no sólo sirve para que en él crezcan determinadas plantas, sino también para respetar el mundo animal que lo elige como domicilio. En él tienen cabida predadores, pero sobre todo insectos polinizadores, pequeñas criaturas que establecen su territorio en la superficie o el interior del suelo, animales que devoran a los fitófagos indeseables y también animales que están en el otro extremo de la cadena alimentaria.
Junto a las plantas que se cuidan en el jardín aparecen pronto intrusos cuyas semillas han sido llevadas por el viento o por animales. Son las plantas adventicias. A pesar de que parezcan inestéticas y nuestro primer deseo sea arrancarlas, debemos saber que algunas de ellas no son más que flores salvajes que sirven de alimento a las orugas de las mariposas que, después de la metamorfosis, alegrarán el jardín. Otras ofrecerán polen a las abejas, etc.
Antes que maldecir la presencia de tal o tal intruso en el jardín, ¿no sería más racional adoptar una actitud de «jardinero para el mundo animal»?
Un jardín rodeado de un seto contribuye a la biodiversidad y estará más vivo que un espacio cerrado por una valla o una pared. Las especies locales, como el ojaranzo, el nogal, el majuelo, el acebo, el ciruelo, el escaramujo, son de preferir a otras como la tuya o el laurel. Una casa en cuyas paredes crezca una viña silvestre ofrecerá buenos refugios a los pájaros que quieran anidar, como el mirlo y el tordo. Un pequeño parque con un estanque, aunque de dimensiones modestas, acumulará los zumbidos de multitud de insectos multicolores.

Los árboles frutales o los arbustos que dan bayas no comestibles para el hombre atraerán siempre visitantes hambrientos y sedientos. Porque los pájaros picotean los frutos también para saciar la sed.
Un césped no está habitado por los mismos huéspedes que las tablas de hortalizas o los macizos florales. Un jardín salvaje, un rincón abandonado, un terreno baldío, un hoyo de compost en donde se descompone la hojarasca y la hierba cortada del césped, un vial rastrillado o cubierto de grava son lugares en donde diferentes animales se instalan para alimentarse, despiojarse y otras muchas actividades vitales.
En cuanto a las plantaciones, son preferibles las especies autóctonas, ya que son más resistentes y tienen un mantenimiento más simple. Y, además, se integran mejor en el paisaje. La introducción de plantas exóticas que pueden ser invasoras muchas veces es la causa de la desaparición de especies autóctonas.
Puede ser interesante disponer en el fondo del jardín troncos viejos, leña o un árbol muerto (cuidado con la caída de las ramas). Es el lugar idóneo para numerosas especies de coleópteros y pequeños invertebrados que aceleran la descomposición de los vegetales muertos y la renovación del suelo.
El tipo de suelo condiciona la vegetación que lo cubre —a veces obliga claramente a elegir ciertas especies—. La humedad, la exposición al sol o a la sombra, y la cobertura de grandes árboles hacen que cada jardín tenga su identidad propia, se distinga de los demás. El jardinero es quien debe encargarse de aprovechar estas características para ayudar a que la pequeña fauna salvaje pueda habitarlo.
Olivier de Serres (1539-1619), en su obra Théâtre d’agriculture et ménage des champs (Teatro de agricultura y cuidados del campo), clasifica el vergel y el jardín floral como «jardines de placer». Y añade: «... son un deleite para la eternidad».
