La historia de una planta mítica

El lirio y el mundo de los dioses

En el antiguo Egipto, el lirio se asociaba al dios Horus y era el símbolo del poder divino. Asimismo, aparecía bajo la forma de Iris orientalis dentro de la flora característica de la época. Su presencia en lugares importantes puso de manifiesto la notoriedad del lirio; podemos encontrarlo en las paredes del templo de Amón, en Karnak, donde hay representado un auténtico jardín botánico, considerado como el herbario más antiguo del mundo. Junto con el papiro y el loto, el lirio también formaba parte de las decoraciones de algunos palacios como el de Akenatón, en Tell el Amarna.

Asimismo, el terreno funerario no escapó de la influencia del lirio, que aparece decorando numerosas tumbas de diversos periodos.

La fascinación que ejercía el lirio llegó a ser tal que, ya en el siglo XV a. de C., Tutmosis III trajo consigo algunos ejemplares de sus campañas en Asia Menor.

Por su parte, la mitología griega rebosa de leyendas, historias y anécdotas que cuentan el modo en que los dioses intervenían en la vida de los hombres a fin de dar forma definitiva a ciertos aspectos de su vida cotidiana, historia y geografía. Los titanes, las ninfas y los héroes servían, pues, para explicar la presencia de elementos o fenómenos atmosféricos en la vida diaria. Mediante genealogías en ocasiones complejas, Eos, hija del titán Hiperión y de Tía, se convirtió en la personificación de la aurora; Hémera, hija de la noche, en la del día, etcétera. Con el tiempo, algunos personajes mitológicos se integraron en la naturaleza, ya que sus nombres pasaron a la posteridad para designar un componente de la flora o la fauna.

El lirio y sus colores tornasolados también pasaron a ser el símbolo del arco iris, del vínculo irregular, si bien visible, entre el cielo y la tierra, entre el mundo de los dioses y el de los hombres, de la reconciliación entre los parajes yermos aunque fecundos y la tierra nutriente llamada a proporcionar nuevos frutos.

De hecho, la tradición mitológica sostiene que el lirio, bajo el nombre de Iris, pertenece a la descendencia de Océano y que, en realidad, es la hija del titán Taumante y de la ninfa Electra. Según esta misma tradición, las hermanas de Iris fueron las famosas Arpías, Aelo y Ocípete, secuestradoras de niños y almas. Para protegerlas, Iris luchó contra los argonautas Zetes y Calais, enviados por Fineo para matar a las Arpías.

Iris, como Hermes, es mensajera de los dioses, concretamente de Zeus y, muy en especial, de la esposa de este, Hera, de quien parece haberse convertido en sirvienta. La intervención más célebre de Iris se encuentra en la Ilíada, en la que lleva un mensaje del señor de los cielos para favorecer la reconciliación entre Aquiles y Príamo.

Como en el caso de sus hermanas, la mitología también le atribuye una unión con Céfiro, el dios del viento del oeste. En alguna ocasión, Iris ha sido considerada la madre de Eros, el dios del amor. A menudo aparece representada con el aspecto de una diosa alada, sobre el sol, vestida con un ligero velo con los colores del arco iris o bien luciendo una túnica de idénticas características. El caduceo y el jarrón son sus atributos más típicos.

Iris, en su papel de intermediaria con lo divino, también fue utilizada igualmente en la tradición funeraria, en la que el lirio ocupó un lugar absolutamente excepcional.

En la antigua Grecia arraigó la costumbre de plantar manojos de lirios blancos (especialmente del Iris albicans, originario de Arabia) sobre las tumbas, y, en particular, sobre las sepulturas de los guerreros que habían perdido la vida en combate, para favorecer el viaje del alma hacia el Olimpo.

Parece que esta costumbre sigue vigente en nuestros días en numerosas regiones del mundo, como por ejemplo en las zonas bajas del Himalaya o en algunos cementerios de tradición musulmana, que se encuentran completamente cubiertos de lirios.

En la época moderna, el lirio se convirtió sobre todo en un objeto floral. Así pues, Iris, que había sido diosa y símbolo del más allá, dio su nombre a una de las flores más emblemáticas de nuestros jardines: el lirio o iris en su denominación latina.

Jardín de lirios en el mes de mayo © A. Descat/MAP

El lirio y los hombres

Ya en la aurora de la civilización, la humanidad, sensible a la belleza de la naturaleza, intentó domesticarla mediante el arte de la jardinería. En el tercer milenio antes de Jesucristo, el lirio estuvo al lado de muchas otras flores ornamentales –el jazmín, las malvarrosas o los tulipanes– en los palacios asirios situados a orillas del Tigris.

La belleza de la naturaleza no tardó en ser aplicada por la humanidad en algunas creaciones artesanales. Uno de los primeros pueblos en hacerlo fueron los egipcios, quienes extraían un aceite aromático que luego utilizaban en toda una serie de ofrendas. La importancia del lirio en la mitología griega y romana queda reflejada en su uso en la vida cotidiana de ambos pueblos.

El mundo helénico se sirvió del lirio en la farmacopea para combatir el insomnio y las pecas o para rejuvenecer el cutis. Dioscórides, gran galeno, botánico y viajero, sostenía que el lirio era un auténtico remedio contra las úlceras, la fiebre o la tos.

En el terreno de la estética, el lirio se encontraba entre las plantas utilizadas para la fabricación de perfumes que Teofrasto describió en el siglo IV a. de C. en su Investigación acerca de las plantas, donde escribió: «Las flores más olorosas proceden de Asia y de las regiones soleadas. En Europa no hay plantas semejantes, con la excepción del lirio, cuya mejor especie crece en Iliria [la actual Croacia]».

Este filósofo, que también era botánico, describió en su Historia de las plantas los ritos teñidos de superstición que caracterizaban la cosecha del lirio: «los que cortan los lirios salvajes tienen que dejar en su lugar un pastel de trigo trímero y miel. Esta planta debe cortarse con un cuchillo de doble filo, no sin haber trazado antes tres círculos concéntricos a su alrededor y haber elevado hacia arriba el primer trozo cortado, para poder pasar luego a cortar el resto».

Apolonio de Herófilo también habló del lirio en su Tratado de los perfumes, donde expone que «los mejores [...] proceden de Élide o de Cícico».

Asimismo, Plinio precisa, en su Historia natural, que a partir del lirio pueden obtenerse hasta 41 remedios y que se trata de una de las pocas plantas endémicas de Creta de las que pueden obtenerse perfumes. Por otra parte, recomendaba que «el recolector del lirio fuese casto».

El lirio, pues, fue utilizado en la farmacopea durante toda la Antigüedad; especialmente, el más usado fue el Iris florentia, considerado como un magnífico remedio para provocar el vómito y un expectorante muy eficaz.

Iris germanica Bonifacio, parque floral de Orleans © N. y P. Mioulane/MAP

Iris versicolor, kermisina, usado en homeopatía © N. y P. Mioulane/MAP

En la Edad Media, la importancia del lirio no decrece. En los planos de la abadía de Saint-Gall, que datan del siglo VII, se incluye un jardín medicinal o herbularius, en el que el lirio ocupa un lugar de privilegio bajo el nombre de Gladiola, junto con la salvia, el comino, la ruda, etc. La Capitulare de villis («Ley sobre señoríos»), decretada por Carlomagno alrededor de 795, hace referencia al lirio y a otras 87 plantas más.

En el siglo IX, el Liber de culture hortorum (Libro sobre el cultivo de los huertos), del monje Walahfrid Strabo, precisa que el lirio (al que llama gladiolo) permite la obtención de un almidón ideal para el planchado de la ropa, que a su vez queda perfumada.

Al lirio también se le reserva un lugar prominente dentro de la medicina árabe. Ibn Al Baytar, en su Tratado sobre los medicamentos simples (s. XIII), dedica un extenso capítulo a dicha flor y considera que la mejor especie de lirio procede de Grecia. Por su parte, ya en el Renacimiento, Mathiole consagra el Iris pseudacorus como generador de «principios activos de gran eficacia contra las afecciones nerviosas y del cerebro».

En el siglo XVIII, toda una serie de manifestaciones de la tuberculosis fueron tratadas en Italia con el Iris pallida; esta misma planta, en Francia, fue considerada como un potente remedio contra la rabia, mientras que en el Lejano Oriente la farmacopea china utilizaba el Iris ensata por sus cualidades astringentes.

La medicina contemporánea reconoce los efectos expectorantes, purgativos y eméticos del lirio. Asimismo, la homeopatía utiliza el Iris versicolor a modo de «emético, purgante y colagogo en casos de cefaleas, migrañas de origen hepático, insuficiencias pancreáticas y diabetes». Algunos tipos de reumatismos y la miopía han sido tratados con éxito con el lirio.

Aparte de su omnipresencia entre las plantas medicinales, el lirio es asimismo una flor indispensable en los jardines de recreo. Los libros de cuentas de Carlos VI, que se remontan a 1398, ponen ya de manifiesto la belleza que aportaron los lirios a los jardines del palacete de Saint-Pol, creados por su padre. Este ordenó plantar «300 ramos de rosales rojos y blancos, 375 lirios amarillos [Iris pseudacorus], 300 bulbos de azucenas, 300 de Iris sibirica, un millar de cerezos, 8 laureles verdes adquiridos en el Pont-au-Change, etcétera».

Asimismo, el lirio ha desempeñado un papel de especial relevancia dentro de la artesanía, puesto que tanto sus hojas como sus flores le han proporcionado tinturas desde los tiempos más remotos. El lirio amarillo proporcionó, de modo completamente natural, un material para las tinturas con dicho color, mientras que de las flores del Iris germanica se obtenía una tintura a medio camino entre el azul cielo y el azul marino.

El perfume del lirio

El lirio, presente en toda Europa, se ha utilizado desde hace siglos en perfumería. Como sucede con la angélica y el vétiver, sus rizomas desprenden un fuerte olor a violetas, por lo que, una vez secos, sirven para la elaboración de delicadas fragancias. Los griegos extraían del Iris odoratissima un aceite aromático que utilizaban como desodorante, y los romanos quemaban los rizomas en las brasas para perfumar el ambiente. El lirio también guarda relación con la historia del sabor, ya que se sabe que, en la Antigüedad, se utilizaba también para aromatizar el vino; de hecho, dicho uso perduró hasta el siglo xix en algunos borgoñas y otros vinos del sur de Francia. Heredada de la Antigüedad y muy difundida durante el Renacimiento, esta práctica también se realizaba en el norte de Italia hasta la época moderna.

En la segunda mitad del siglo XIX, la especie más popular era el lirio blanco (Iris florentia). Se cultivaba en grandes cantidades en la Toscana, para potenciar el buqué del vino; de la misma manera, también se utilizaba para aromatizar otros líquidos e incluso una clase de sorbete «a la violeta». Vinos como el chianti, los de Saint-Perray, los borgoñas tintos y también los vermús y algunos vinos vascos, se beneficiaron del aroma del lirio.

Como hemos dicho, el perfume del rizoma, una vez trazado, es muy similar al de la violeta. Para la perfumería se cultivan dos variedades botánicas de lirios: el Iris germanica y el Iris pallida, los más apreciados por la finura de su perfume. El primero se produce sobre todo en Marruecos, al pie del Atlas, entre Marrakech y Fez, donde el cultivo tiene una duración de un año. Por otro lado, la producción del Iris pallida se concentra en el triángulo entre Florencia, Arezzo y Siena, en el pedregoso terreno de los viñedos de Chianti.

La planta alcanza la madurez al cabo de tres años, momento en que se elimina la piel del rizoma antes de proceder al secado, que asimismo dura otros tres años a fin de optimizar el aroma, terreno que siempre ha dado especial importancia a esta última planta.

Del lirio a la flor de lis

El Iris pseudacorus será el lirio que gozará de mayor prestigio en toda Europa. Esta planta, muy común, y también conocida con el nombre de lirio amarillo, fue popularizada por uno de los primeros monarcas franceses, el rey Clodoveo, que, al elegir esta flor como símbolo, instauró la tradición que ligaría el lirio con la casa real francesa.

Sin embargo, la superstición afectaba al lirio amarillo (Iris pseudacorus), que mantuvo una reputación pésima a lo largo de toda la Edad Media. Según la tradición popular, en el interior del rizoma de esta planta, que luego se convierte en flor, hay en realidad una bestia de olor acre y desagradable. Por este motivo, el lirio amarillo fue utilizado extensamente en brujería, sobre todo en la preparación de un ungüento con el que se untaban el cuerpo los participantes en los aquelarres.

De todos modos, la fuerza positiva del lirio superó estas connotaciones negativas que acaban de señalarse, y diversas familias nobles y reales lo utilizaron como emblema.

El rey galo Luis VII, a modo de homenaje a la Santísima Trinidad, hizo introducir en su escudo de armas tres flores de lirio de la misma factura que pasaron a convertirse, en la denominación de la época, en las «flores de Luis». El nombre fue deformándose hasta desembocar en flor de lis, que se convertiría en uno de los principales elementos de la heráldica europea, utilizado en su escudo por numerosas familias nobles y diversas casas reales. Posteriormente, la flor de lis se introdujo en la casa real española con la ascensión al trono de Felipe V de Anjou, que incorporaba este elemento en su escudo de armas. Su presencia en el escudo de España se ha mantenido hasta la actualidad, en forma de tres flores de lis de oro, situadas en su parte central.

El lirio en la época moderna

Heredero en gran parte de la Antigüedad clásica, el Renacimiento revolucionó el horizonte botánico europeo. Los grandes descubrimientos, así como el considerable desarrollo de las relaciones diplomáticas con Turquía, permitieron la introducción de nuevas especies de plantas, sobre todo bulbosas. Hasta entonces, las variedades que se habían cultivado por los motivos ya expuestos eran de origen indígena. Sin embargo, el Renacimiento comportó un mayor contacto con el Oriente Próximo y Medio, y este hecho se tradujo en la llegada a los jardines occidentales de lirios, tulipanes y fritillarias de origen exótico. Este espectacular auge aportó un nuevo impulso a la botánica, que se convertiría en una ciencia con todas las de la ley. Asimismo, en esta época se dibujaron con gran precisión numerosas especies del reino vegetal –dibujos que, en muchos casos, constituyen verdaderas obras de arte– y la invención de la imprenta permitió la difusión de tratados. Dentro del terreno de la observación de los métodos de reproducción, el flamenco Charles de Lécluse (1526-1609), profesor de la Universidad de Leiden, se convirtió en pionero al constatar la variabilidad de los lirios obtenidos a partir de siembras. En su Raromium plantarum historia («Historia de las plantas exóticas»), publicado en 1601, Lécluse describía 28 grandes lirios barbudos. También en esa época, Olivier de Serres (1539-1619), en el sexto libro de su Théatre d’agriculture et mesnage des champs («Teatro de agricultura y acondicionamiento de los campos»), aporta una descripción muy precisa de los lirios, que él denomina gladiolos: «Crecen a partir de bulbos o raíces sin filamentos. Se plantan tras el invierno en terrenos secos (más adecuados que los húmedos) por la raíz (donde se encuentran la mayoría de sus propiedades), desde donde se genera el perfume, mucho más oloroso que el del lirio acuático. Sus flores azules son todo un regalo para la vista. El gladiolo puede sobrevivir muchos años». En el siglo XVIII, las grandes expediciones marítimas hacia el Extremo Oriente y las tierras australes permitieron a los científicos y botánicos de la época aumentar de forma considerable el corpus de plantas conocidas. Los jardines europeos pudieron, de este modo, enriquecerse con nuevas variedades de lirios llegadas de la China y el Japón.

El lirio y el lenguaje de las flores

Pese al concepto más bien negativo que existió en torno al lirio durante el medievo, esta planta ha sido considerada desde la Antigüedad como símbolo de paz y ternura, así como portadora de buena suerte. En el terreno del amor, representa la felicidad absoluta y también la inteligencia y la sabiduría.

En el cristianismo, el lirio es un símbolo de la pureza de María, de su maternidad divina y de su dolor durante la pasión de Jesucristo. Tanto el lirio como la flor de lis representan a menudo la anunciación del nacimiento de Cristo; así, muchos retablos y altares muestran un lirio al lado de la Virgen.

En la Europa septentrional, el lirio amarillo es tradicionalmente sinónimo de riqueza: los campesinos que iban a vender sus cosechas a las ferias llevaban consigo un rizoma de este tipo de lirio, para hacer buenos negocios y vender más. Los comerciantes, por otro lado, siempre guardaban un lirio amarillo seco en la caja registradora para atraer la buena suerte.

En Japón, el lirio tenía un valor tanto protector como purificador. Bajo una forma menos estilizada que en Europa, el lirio tuvo presencia en los armarios de la princesa Gracia de Mónaco, y aparece en escudos de estados o provincias como Tennessee o Quebec o de ciudades como Florencia o Bruselas.

Iris pseudacorus o lirio amarillo © P. Nief/MAP

El lirio y la moda

El lirio, ya utilizado para fines estéticos en la Antigüedad, ha seguido más o menos la historia de la moda hasta nuestros días. En la Edad Media, las damas se blanqueaban los dientes con un rizoma fresco de lirio, mientras que en el siglo XVII, el lirio se utilizó, tal como se había hecho en la Antigüedad, para la eliminación de las pecas. En las épocas en que la palidez estaba de moda, se utilizaba el agua de lirio para emblanquecer la piel. No fue, sin embargo, hasta el siglo XVII cuando al lirio se le otorgó carta de nobleza. La enorme popularidad del polvo de arroz, hecho a partir de rizomas de lirio, aún confirió a la planta más importancia. Los hombres y mujeres de la alta sociedad de la época utilizaban estos polvos para emblanquecerse el rostro, la cabellera, las pelucas, las manos y el interior de los guantes. Este era también un modo de camuflar olores desagradables que, al mismo tiempo, hacía que se moviesen en medio de una omnipresente nube perfumada. El polvo de arroz también se utilizaba para el lavado en seco de los cabellos grasos, preferiblemente los de color claro.

Después de espolvorear este producto sobre la cabeza, se dejaban transcurrir diez minutos a fin de que surtiera efecto; luego se procedía a cepillar el cabello de forma minuciosa y enérgica.

El polvo de arroz se obtenía a partir de 40 gramos de polvo de arroz, 10 gramos de polvo de almidón, 1 gramo de esencia de geranio y 10 gramos de polvo de lirio.

El arte de vivir y las tradiciones

A fin de perfumar la ropa, nuestras abuelas no se conformaban con colocar lavanda en los armarios: los rizomas secos de lirio también cumplían dicha función.

En Japón, donde las tradiciones y la religión se encuentran estrechamente ligadas, se considera que el lirio aleja a los malos espíritus. Esta planta se usa para confeccionar guirnaldas y también para reparar los tejados de paja.

Esta última particularidad también se da en Europa, donde el lirio, colocado en un tejado, entre el cielo y la tierra, tiene la función de salvaguardar la casa y servir de intermediario en las relaciones con Dios.

El lirio en el arte

Desde la Antigüedad a nuestros días, el lirio ha sido una continua fuente de inspiración para los artistas debido a la pureza de sus tonos, los matices de sus colores y la delicadeza de sus flores, que ofrecen un singular contraste con sus estilizadas hojas. Ya presente en los frescos del templo de Karnak, en Egipto, así como en los palacios de Knossos, en Creta, el lirio también será fuente de inspiración en Occidente a lo largo de la Edad Media.

Libros de horas y tratados sobre medicinas simples aportan numerosos ejemplos en este sentido. Uno de los más representativos es el Libro de las medicinas simples, de Mathaeus Platearius, médico de Salerno, en cuyo tratado aparecen representados el Iris pseudacorus, el Iris germanica y el Iris pallida.

Durante el Renacimiento, el lirio gozará de la misma importancia gracias a la creación, a inicios del siglo XVI, del Livre d’heures d’Anne de Bretagne («Libro de las horas de Ana de Bretaña»), realizado por Jean Bourdichon entre 1500 y 1508. En esta obra de gran calidad, las horas y plegarias de enero a diciembre se ilustran con plantas, entre las que figura el lirio.

Oriente, que cuenta con el mayor número de especies endémicas, también destacó en este sentido y el lirio fue fuente de inspiración para los pintores chinos y coreanos. El grabado japonés, que alcanzó un desarrollo extraordinario a finales del siglo XIX, también le otorgó un papel relevante, sobre todo de la mano de artistas como Hiroshige. En 1890, la Escuela de Bellas Artes de París consagró su exposición anual a esta técnica, que marcaría fuertemente el gusto occidental e influiría enormemente en movimientos estéticos como el Art nouveau, del cual Siegfried Bing (1838-1905) fue uno de sus principales promotores.

El lirio, pues, se convertiría en la flor por excelencia de esta nueva tendencia. Las cerámicas, el mobiliario y los tapices lo utilizaron recurrentemente como referencia.

Lirio acuático, estampa japonesa, Hokusaï, siglo xix © Bianchetti/Leemage

Alameda rodeada de lirios en el jardín de Monet en Giverny © A. Descat/MAP

El lirio y las formas

En pintura, el color verde pálido utilizado en la técnica del gouache se prepara con una mezcla de cal y pétalos de lirio. Las flores marchitas segregan un líquido que produce un tinte muy bello de color azul. Hay que ir con cuidado con los ramos de flores marchitas, ya que este líquido mancha como la tinta.

Sus formas delicadas alegran las porcelanas de Haviland así como el cristal de Gallé (1846-1904) o de los hermanos Daum. Todos los terrenos de la creación tomaron el lirio como fuente de inspiración, desde el arte del hierro forjado hasta el papel pintado pasando por los vitrales o los accesorios de moda como los encajes, las hebillas de cinturón, las peinetas y demás complementos. El arte del libro, con una especial atención a la ilustración y a la encuadernación, conoció una renovación de la mano de Eugène Grasset (1841-1917), mientras que Alphonse Mucha dio cartas de nobleza al diseño de carteles.

Parte integrante de la naturaleza, atractivo para la vista por los matices de su colorido, el lirio tenía que seducir irremediablemente a un movimiento pictórico fascinado por pintar al aire libre. Los impresionistas, abanderados por Monet, consagrarían al lirio toda su atención.

De hecho, en el jardín del pintor, en Giverny, el lirio ocuparía un lugar de excepción. Flor primaveral por excelencia, terminará seduciendo a todos y cada uno de los pintores del movimiento.

Por su parte, Pissarro plantará rizomas de los lirios de Giverny en su casa; rizomas que, a su vez, irá transplantado con cada mudanza.

Más al sur, el lirio ejercerá la misma fascinación sobre el artista que, sin lugar a dudas, compondría la oda pictórica más extraordinaria a propósito de esta flor.

En la región del Midi, el lirio se convirtió en uno de los temas predilectos de la obra Vincent Van Gogh, quien, en mayo de 1888, cuenta a Émile Bernard en una carta que le remite desde Arles: «El pueblo está rodeado de inmensos campos llenos de innumerables flores doradas: un mar amarillo. Estos campos quedan perfilados en un primer plano por unas cunetas rebosantes de lirios violetas. Han cortado la hierba mientras yo estaba pintando, así pues, lo que te mando no es una pintura definitiva, sino un esbozo de algo que tenía la intención de pintar. Pero, este motivo, ¿verdad? Este mar con una barra de lirios violetas...».

Instalado en Auvers desde junio de 1890, Van Gogh mandó traer sus obras a dicha localidad. Después de su muerte, al cabo de pocas semanas, estas se convertirían en su colorida mortaja.

Fotografía contigua: Vista de Arles con lirios, Vincent van Gogh, óleo sobre tela, Museo Van Gogh, Amsterdam, © Oasis/Foto12.com

El lirio, fuente de inspiración de poetas y narradores

Paul Claudel (1868-1955):

Cielo azul

buen tiempo

hace hoy

buen tiempo

cielo azul

he nacido hoy

si queréis

conocer mi nombre

mi nombre es

lirio azul.

René Char, Los lirios:

Lirio, gracias por ser, sin romperte jamás, mi flor, mi centro de gravedad. En la orilla de las aguas, haces que germinen afecciones milagrosas, alivias a los moribundos, curas heridas que ni el tiempo logra curar, no llevas a ninguna morada angustiante, sino que haces que todas las ventanas reflejen tan solo rostros apasionados, acompañas el regreso del día sobre las avenidas libres y verdes.