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Si la luz captaba la atención de algunos insectos o el queso estimulaba el olfato de los ratones, sin duda el aroma a pan atraía irresistiblemente a Trolero y a Hardy. Pero no el olor a cualquier pan, sino el olor a pan recién hecho, a pan artesanal, a pan de buena calidad.

Por eso, aquel viernes por la tarde, ambos avanzaban por la calle con paso decidido. El aroma a pan asaltaba sus narices y les indicaba el camino, guiándolos como antiguamente las estrellas orientaron a los navegantes.

—¿Lo hueles? —preguntó Trolero.

Hardy inspiró el aire como si tratara de atrapar hasta la última molécula de olor a pan.

—Mmm… Huele que alimenta.

—De hecho, dicen que podemos captar los olores porque pequeñas partículas de la comida nos entran por la nariz.

Hardy abrió mucho los ojos.

—Va, chaval, va…

—Te lo digo en serio. Lo vi en un documental de la tele.

—¿Entonces ahora me están entrando trocitos mi-núsculos de pan por la nariz?

—Eso creo. Trozos tan pequeños que son invisibles a los ojos, pero que están ahí, flotando en el ambiente.

Hardy, entonces, empezó a olisquear el aire con más ímpetu, moviendo el cuello como un reptil.

—Pues voy a comer un poco de pan antes de que lleguemos a la panadería.

Trolero estalló en una carcajada.

—Pero ¡qué bruto eres!

Después de pasarse toda la semana de exámenes, aquel era el primer día de descanso para ambos. Y estaban dispuestos a invertir todo el fin de semana en jugar, ver capítulos de Dragon Ball y comer pan. Pero lo primero era lo primero: comprar las suficientes reservas para esas cuarenta y ocho horas de diversión sin límite.

—¿Qué os pongo, chicos? —dijo la panadera en cuanto los vio entrar por la puerta.

Trolero y Hardy eran sus clientes más fieles.

—Pues… —vaciló Hardy echando un vistazo a la vitrina donde se exponían todas las variedades de pan del día.

—Uno de cada —optó por pedir Trolero.

Hardy lo miró de reojo.

—¿Uno de cada? ¿Estás loco? ¡DOS! Dos de cada, que somos dos, y luego no quiero que haya peleas sobre quién se come qué.

Trolero asintió enérgicamente.

—Dos de cada, estoy de acuerdo. O mejor… cuatro de cada, por si queremos repetir.

La panadera arqueó las cejas, sorprendida.

—¿Queréis cuatro unidades de… todos los panes que tengo?

Hardy se encogió de hombros.

—Pues… no sé, ¿cree usted que es poco para pasar el fin de semana?

La panadera esbozó una sonrisa nerviosa.

—Eh… No, no. Al revés. Creo que es demasiado. A no ser que queráis alimentar a todo el barrio, claro.

Trolero y Hardy se miraron, y luego, al mismo tiempo, sentenciaron, como si fuera un proverbio conocido por todo el mundo:

—¡Nunca es demasiado pan!

Tras un buen rato envolviendo todo aquel pan y metiéndolo en las bolsas de tela que ambos habían llevado consigo, se dirigieron a casa con el cargamento. Transportaban varios kilos de pan, y la gente los miraba por la calle entre sorprendida y curiosa.

Sin embargo, ambos caminaban muy contentos y decididos mientras canturreaban una canción que se iban inventando sobre la marcha: «Pan, pan, pan… pan bueno, para el fin de semana, pan con juegos, menudo plan, y menudo pan, nos vamos a emPANar, y la tristeza vamos a esPANtar, porque el pan es mejor que el chamPÁN, y lo disfrutaremos tanto que escribiremos en una PANcarta bien grande todo lo bueno del pan…».

La gente se iba a apartando su paso, incluso una señora se asustó, dio un saltito y apretó el bolso contra el pecho para protegerse de aquellas bolsas de tela andantes llenas de pan.

—No se esPANte, señora —le gritó Hardy.

Y Trolero se rio.

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—¡Otras! Muy bien buscado, tío. Estás exPANdiendo la magia del pan.

—Jolines, macho, esa también es muy buena. Te doy diez PANtos.

—¿Pantos?

—Bueno, quería decir puntos, pero con «pan».

Trolero entrecerró los ojos, reflexionando.

—Eso es trampa, tienen que ser palabras con «pan».

—Vaale, ha sido un poco esPANtoso.

—¡Esa sí!

Al llegar a casa, tenían materia prima para pasar un fin de semana fabuloso de pan tostado, pan con aceite, pan con tomate, pan caliente con mantequilla, migas, migas con pan… Incluso probarían variedades como la focaccia, una baguette con nueces y un pan de pueblo que tenía una pinta estupenda.

—¡Ya estamos aquí! —aulló Trolero.

—¡Pedazo de fin de semana que nos espera! —añadió Hardy.

El gato de Trolero, Gato, se dirigió raudo a los pies de su dueño y se restregó cariñosamente contra ellos. Por su parte, Lucky, el perro de Hardy, le puso las patas sobre los muslos y le lamió la mano como si fuera un helado.

—¿Os habéis portado bien? —preguntó Trolero.

Y, entonces, Gato tensó la espina dorsal y Lucky guardó la lengua y puso ojos de perrito inocente. Eso era mala señal.

—Uy —murmuró Hardy—, ¿qué habéis hecho?

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En ese momento escucharon un estrépito que venía de la cocina, como un ruido metálico seguido de algo que se rompía. Gato y Lucky desaparecieron a toda velocidad para esconderse en algún rincón de la casa.

—Ese ruido ha sonado en la cocina… —dijo Trolero frunciendo el ceño.

—Vamos a mirar.

Ambos recorrieron poco a poco el pasillo, temiéndose lo peor. Entonces se oyó otro ruido metálico y un «plong», un «pling» y hasta un «catacrack».

—A mí me ha sonado a robot amartillando su pistola láser —susurró Hardy con el pánico instalado en su voz.

—Pero ¿cómo va a haber un robot en nuestra cocina? —le replicó Trolero.

—Podría ser… un robot venido de otro planeta que quiere conquistar la Tierra.

—Claro, y ha decidido hacer una pausa en nuestra cocina para prepararse la merienda.

—O quizá quiera pan…

Aquella alusión al pan hubiera sido suficiente para que ambos se enzarzasen en un debate entre serio y divertido acerca de la posibilidad de que los robots pudieran disfrutar del pan, o de cuál sería su favorito, en caso de que fuera así. Sin embargo, aunque trataban de disimularlo, empezaban a estar asustados: no era momento para esa clase de debates.

Así que se pusieron serios, se asomaron con cautela a la cocina y…

—Pero ¿qué demonios? —exclamó Trolero llevándose las manos a la cabeza.

—¡Gato! ¡Lucky! —gritó Hardy corriendo en su busca.

Apenas habían estado media hora fuera de casa y había sido suficiente para que Gato y Lucky intentasen hacerse de nuevo con el tarro de las galletas. Ya no sabían dónde esconderlo, así que permanecía en el estante más alto de la cocina, en el interior de un armario con puerta corredera.

Sin embargo, aún no se habían rendido y, de alguna forma que Trolero y Hardy eran incapaces de imaginar, habían desparramado por el suelo todo lo que había en la encimera y lo habían amontonado para formar una especie de pirámide por la que escalar.

Ahora la montaña de objetos, entre los que había sartenes, cazuelas y una tabla de cortar, se había desmoronado. Y lo peor era que, entre ellos, estaba la tostadora, que del golpe se había abierto y mostraba sus tripas metálicas.

—Parece que hemos llegado antes de que alcanzasen el tarro de galletas —suspiró Trolero—, pero ¡se han cargado la tostadora!

—¿QUÉÉÉÉÉ? —gritó Hardy asomándose de nuevo a la cocina—. ¿Nos vamos a quedar sin pan tostado?

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A pesar de que hay muchas formas de comer pan que no implican el uso de una tostadora, tostarlo es uno de los grandes placeres de la vida. En primer lugar, porque el pan tostado desprende un aroma particularmente inten-so que da hambre y paz a partes iguales. En segundo lugar, porque está muy crujiente y las cosas que crujen entre los dientes son divertidas. Hardy solía decir que era como celebrar un concierto en la boca. Un concierto de pan tostado.

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Afortunadamente, Trolero y Hardy tenían sus recursos. Aunque no eran muy manitas, sí que sabían que en YouTube estaba todo. Cualquier cosa. Incluido un tutorial para arreglar tostadoras.

En poco menos de una hora, pues, la tostadora estaba otra vez funcionando a pleno rendimiento. En el aire flotaba ese agradable aroma a pan tostado que tanto los embriagaba y que era sinónimo de que todo iba bien.

—Cuando huele así, solo puedo pensar que la vida es maravillosa —suspiró Hardy.

—¡Soes! ¡Viva el pan! —exclamó Trolero amontonando más pan tostado en el plato.

—Y el pan con pan.

—¿Pan con pan?

—Sí, ¿qué pasa?

—Que suena repetitivo.

—Si a algo bueno y delicioso le añades más de algo bueno y delicioso, es más bueno y delicioso, ¿no?

Trolero se frotó la barbilla, pensativo.

—Mmm… Tiene sentido. Pues ¡viva el pan con pan!

Gato y Lucky estaban castigados en el dormitorio y de vez en cuando rascaban la puerta con patas y uñas, reclamando que los liberasen de su encierro. Si hubieran podido hablar, seguramente habrían dicho algo parecido a: «Lo sentimos, de verdad, pero es que teníamos hambre, y para nosotros las galletas son tan irresistibles como el pan para vosotros… ¡y no sabemos usar YouTube para ver un tutorial de elaboración de galletas!».

Pero, como no sabían hablar, solo repetían «guau, guau» y «miau, miau».

Por fin, Trolero y Hardy pudieron sentarse delante del ordenador rodeados de platos con pan de diversos tipos. Era un banquete fabuloso. Les aguardaba una noche inolvidable.

—¡Vamos allá! —exclamó Trolero iniciando el videojuego.

Tras unos segundos en los que aparecían sobreimpresionados en pantalla los comandos de ejecución y progreso, Villa Trigo apareció en el monitor. Los avatares de Trolero y Hardy se materializaron en mitad de la pantalla.

Hardy tomó una tostada y le dio un generoso bocado.

—Vamos a buscar minerales para craftear una armadura, ¿vale?

No obstante, Trolero se quedó quieto un momento, examinando el escenario.

—¿Has visto eso?

Hardy se acercó más a la pantalla, parpadeando.

—No, ¿el qué?

—Eso.

—No veo nada.

—Es justo lo que quiero decir, que no hay nada. Es como si en Villa Trigo no hubiera nada.

Hardy tragó saliva cuando se dio cuenta de aquel detalle.

—Tienes razón… pero ¿qué ha podido pasar? ¿Un error del juego? ¿No se han cargado los servidores? ¿Un virus?

Hicieron scroll y sobrevolaron Villa Trigo, para descubrir, con asombro, el desastre. Era lo peor que habían visto en mucho tiempo. Aquel mundo estaba, literalmente, devastado. ¡Villa Trigo se había quedado sin pan!

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