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El problema

Reconozco sinceramente que las últimas palabras de Mortimer consiguieron impresionarme. La voz del doctor temblaba de miedo porque se encontraba muy nervioso. Holmes se sentía fascinado por lo que acababa de escuchar.

—Doctor Mortimer, ¿está seguro de lo que vio? —le preguntó.

—Tan seguro como lo estoy viendo ahora a usted.

—¿Se lo explicó a la policía o al juez?

—¿Para qué? La verdad, no creo que hubiera servido para nada.

—¿Cómo es posible que nadie más las viera? ¡No lo comprendo!

—Las huellas se encontraban a unos veinte metros de distancia de sir Charles. Tal vez tampoco yo las hubiera visto ni me hubiera fijado en ellas de no conocer la leyenda.

—¿Sabe si en el páramo hay algún perro pastor?

—Seguro que sí; pero aquellas pisadas no pertenecían a un pastor.

—Antes comentó que el animal que vio la noche que se quedó en casa de sir Charles era enorme.

—Más bien, inmenso.

—¿Y el sabueso se había acercado al cadáver?

—No.

—¿Recuerda cómo era aquella noche? ¿Qué tiempo hacía?

—Sí, claro. El tiempo era húmedo y frío.

—Mortimer, explíqueme cómo es la avenida.

—Hay dos hileras de tejos que forman un seto muy espeso de unos cuatro metros de altura. El paseo tendrá unos tres metros de ancho.

—¿Existe alguna separación entre el seto y el paseo central?

—En efecto, a ambos lados hay una franja de césped.

—Entiendo que el seto de tejos está interrumpido en algún punto por un portón, ¿verdad? —preguntó Holmes.

—Exactamente, el que da al páramo.

—Entonces, para recorrer la avenida de los Tejos es necesario venir desde la casa o entrar por la puerta del páramo, ¿es así? —preguntó mi amigo.

—Sí, también existe una salida por el invernadero, pero está muy alejada.

—¿Es posible que sir Charles hubiera llegado hasta esa salida?

—No, estaba a unos cincuenta metros de distancia.

—Doctor, por favor, tómese su tiempo para responder a la siguiente cuestión, ¿las huellas que vio estaban sobre el paseo o sobre el césped?

—Sobre el paseo; en el césped no se veía ninguna huella. Estoy seguro de ello —afirmó Mortimer.

—¿Estaban hacia el mismo lado del paseo central que el portón?

—Sí, se encontraban en el borde del paseo, hacia el mismo lado que el portón.

—Lo que está explicando resulta muy interesante. Una duda más, ¿el portón estaba cerrado?

—Sí, y con el candado echado.

—¿Qué altura tiene la puerta?

—Mide alrededor de un metro —concretó Mortimer.

—Con esta medida, cualquier persona podría pasar por encima, ¿no cree?

—Sí, cualquier persona podría hacerlo.

—Junto al portón, ¿vio algún tipo de huella?

—No, no vi nada.

—Pero ¿no hubo nadie que examinara a fondo aquel lugar? —preguntó Holmes un poco nervioso.

—Sí; lo hice yo mismo.

—¿Y no descubrió nada?

—Todo era muy extraño. Sir Charles había permanecido allí entre cinco y diez minutos.

—¿Qué puede explicarme sobre las huellas que había en el suelo? Entiendo que las examinó…

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—El señor Baskerville había dejado sus huellas en aquel suelo de gravilla, y no pude distinguir otras que no fueran las suyas.

Holmes se dio una palmada en la rodilla y exclamó indignado:

—¡Maldita sea! ¡Si yo hubiera estado allí! Es un caso de grandísimo interés y ofrece muchas posibilidades científicas. Estoy convencido de que la grava sobre la que estaba sir Charles me hubiera dado las pistas que necesitamos. Por desgracia, estas han desaparecido por la lluvia o por otras pisadas. ¡Ay, doctor Mortimer! ¡Qué gran lástima que no me llamara el día de la muerte de su amigo!

—Señor Holmes, comprenda que si le hubiera llamado antes hubiera revelado mis sospechas. Además…, además…

—¿Qué ocurre? ¿Qué tiene que decirnos?

—Hay un asunto que ni el detective más inteligente podría resolver —dijo el doctor preocupado.

—¿Se trata de algo sobrenatural?

—Señor Holmes, han llegado a mis oídos historias de algunos extraños incidentes que no tienen nada de naturales.

—¿Por ejemplo?

—He sabido que, antes del terrible suceso, varias personas vieron en el páramo un animal que encaja con la descripción de la fiera que persigue a los Baskerville.

—¿No puede tratarse de alguno de los animales salvajes de la zona?

—No, no lo es.

—¿Por qué está tan seguro?

—Porque su descripción no encaja con ninguno de los animales conocidos.

—¿Qué cuentan sobre dicho animal?

—Los que lo han visto aseguran que es extraordinariamente grande, luminoso y horriblemente diabólico. He preguntado a personas muy diferentes y todas coinciden en que se corresponde con el sabueso de la leyenda. Le aseguro que toda la comarca está sumida en el terror y ya nadie se atreve a cruzar el páramo de noche —explicó el doctor.

—Doctor, debe saber que hasta el momento, todas mis investigaciones han pertenecido a hechos reales. Y jamás me he encontrado con fenómenos sobrenaturales.

—Lo sé, y reconozco que este asunto no es fácil de comprender.

—Sin embargo, Mortimer, reconozca que las huellas de las pisadas son algo material.

—El sabueso de la leyenda de los Baskerville era de carne y hueso, pero, al mismo tiempo, también tenía algo de diabólico.

—Doctor, veo que ha dejado de lado la ciencia y prefiere explorar el mundo sobrenatural. Dice usted que es inútil investigar la muerte de sir Charles porque es un fenómeno sobrenatural pero, a la vez, me pide que lo haga. Lo siento, pero no consigo comprenderle.

—Señor Holmes, yo no le he pedido que investigue la muerte de sir Charles.

—¿Por qué ha venido entonces? ¿En qué puedo ayudarle?

—Pues necesito saber qué debo hacer con sir Henry Baskerville. Llegará a la estación de Waterloo dentro de una hora y cuarto —precisó el doctor Mortimer mientras consultaba su reloj.

—¿Sir Henry Baskerville? ¿El heredero?

—Así es. Al morir sir Charles, investigamos sobre este joven y averiguamos que tenía una granja en Canadá. Los informes que nos han llegado cuentan que es una gran persona y que posee un excelente carácter.

—¿Existe algún otro heredero?

—Ninguno. Después de mucho buscar, no encontramos a nadie más.

—Doctor Mortimer, ¿puede explicarme qué sabe sobre la familia Baskerville?

—Por supuesto. Solo existía otro familiar llamado Rodger Baskerville, el más joven de los tres hermanos; debo aclarar que sir Charles era el mayor.

—Y el segundo de la familia, ¿qué fue de él?

—El pobre hombre falleció muy joven, fue el padre de este muchacho.

—¿La leyenda tuvo algo que ver con su muerte?

—No.

—Continúe, por favor.

—Debo explicarle que el tercero, Rodger, era la oveja negra de la familia. Había heredado el carácter colérico de algunos Baskerville y cuentan que era el vivo retrato del temido Hugo. Sus complicadas circunstancias en Inglaterra le obligaron a huir a América Central y allí murió a causa de fiebres amarillas.

—O sea, que sir Henry es el último de los Baskerville.

—Así es, efectivamente.

—Y dice que llega a Londres dentro de una hora —señaló mi amigo.

—He recibido un telegrama donde se me informa de que ha llegado esta mañana a Southampton. En una hora y cinco minutos, iré a recogerle a la estación de tren de Waterloo. Por favor, señor Holmes, ¿qué debo hacer?

—Lo lógico es que lo acompañe hasta la mansión Baskerville. ¿No le parece?

—También a mí me parece que eso sería lo más natural en este caso.

—Entonces, ¿qué le preocupa?

—Todos los Baskerville que van a vivir allí acaban muriendo trágicamente. Estoy seguro de que mi gran amigo sir Charles me habría aconsejado que no llevase al último de los Baskerville a la mansión.

—¿Qué pasaría si la mansión quedase vacía?

—Si eso ocurriera, todos los proyectos que hizo sir Charles se vendrían abajo.

Holmes reflexionó durante algunos instantes.

—Resumiendo: opina que Dartmoor es un lugar peligroso para el último de los Baskerville porque cree que allí se esconde un ser terrible y diabólico, ¿no es así?

—Creo que existen algunas pruebas que así lo hacen pensar.

—Pero si su teoría sobre lo sobrenatural fuera cierta, el joven Baskerville también podría ser atacado en Londres o en Devonshire.

—Entonces, tal como usted lo plantea, deduzco que el joven heredero Baskerville corre el mismo riesgo en Londres que en Devonshire. Señor Holmes, ¿qué debo hacer?

—Tome un coche de alquiler y diríjase a la estación de Waterloo para recoger a sir Henry Baskerville.

—¿Y después?

—No se precipite y no explique al joven nada hasta que yo me haya formado una opinión al respecto.

—¿Cuánto tiempo cree que tardará en hacerlo?

—Veinticuatro horas.

—Le agradezco que se tome en serio este asunto.

—Doctor Mortimer, le ruego que mañana vengan a visitarme usted y sir Henry Baskerville.

—Lo haremos, no lo dude, señor Holmes.

Salió de la habitación olvidándose de despedirse. Holmes lo detuvo antes de bajar las escaleras.

—Doctor Mortimer, quiero hacerle una última pregunta. Ha comentado que varias personas vieron al sabueso antes de la muerte de sir Charles; ¿recuerda el número exacto?

—Lo vieron tres personas.

—Muchas gracias y buenos días.

Holmes regresó a su butaca y se sentó con cara de satisfacción. Sabía que aquella expresión significaba que el caso que tenía por delante había despertado su interés.

—Watson, ¿va a salir?

—Sí, eso pensaba hacer, a menos que necesite que me quede en el apartamento.

Antes de marcharme le pregunté:

—¿Qué piensa sobre lo que nos ha explicado el doctor Mortimer?

—Me da la impresión de que es algo extraordinario y magnífico. Le ruego que no regrese hasta la noche; necesito estar solo para poder concentrarme —me dijo.

Conocía a Holmes desde hacía tiempo y sabía que mi amigo necesitaba silencio para pensar qué opciones podían darse en aquel caso. Siguiendo su consejo, pasé todo el día en el club y no regresé a Baker Street hasta entrada la noche.

Al abrir la puerta del apartamento vi a Holmes tumbado en el sofá. Llevaba puesto el batín y a su alrededor había varios rollos de papel.

—Watson, muy buenas tardes. Por lo que veo, se ha pasado todo el día en el club.

—Pero ¿cómo lo ha sabido?

Mi amigo se echó a reír al ver mi desconcierto.

—Me fascina su inocencia, Watson.

—Explíquemelo —le dije con una sonrisa.

—Veamos, un caballero como usted sale a la calle en un día lluvioso en que todo el suelo está embarrado. Por la noche, cuando regresa a su casa, no tiene ninguna mancha y lleva el sombrero y las botas brillantes y secas como cuando salió por la mañana. No hay ninguna duda; en todo el día no se ha movido del mismo sitio. No parece muy difícil adivinar dónde ha estado. ¿No le parece?

—Tal y como lo dice, sí que lo es —contesté.

—La vida está llena de señales evidentes a las que las personas no prestan ni la más mínima atención. ¿Dónde se imagina que he estado?

—Aquí, en el apartamento.

—Se equivoca, amigo mío; he estado en Devonshire.

—¿En persona o con la imaginación?

—Con la mente. Mi cuerpo ha permanecido en este sofá, pero mi espíritu ha viajado hasta allí.

—Holmes, siga contándome todo lo que ha hecho; tengo muchas ganas de saberlo.

—Después de que usted se marchara envié a un recadero a la librería Stanford. Allí compró un mapa de la zona de los páramos y me lo trajo a casa. Mi cabeza ha estado paseando por la región durante todo el día.

—Por lo que veo, es grande —dije mientras contemplaba el mapa enrollado encima de la mesa.

—Muy grande —dijo Holmes desenrollándolo.

Holmes lo mantuvo extendido y me explicó:

—Observe, Watson, aquí está el distrito que nos interesa. En el centro está la mansión de los Baskerville —comentó señalando los lugares.

—¿La mansión es la que está rodeada por un bosque?

—En efecto. En el mapa no figura el nombre de la avenida de los Tejos, pero debe extenderse a lo largo de esta línea —señaló Holmes en el mapa.

—¿Cómo se llama este lugar? —pregunté señalando un pequeño grupo de casas.

—Esto es la aldea de Grimpen, aquí es donde vive nuestro amigo el doctor Mortimer; observe que es una población de muy pocas casas —aclaró Holmes.

—¿Esto de aquí es la mansión Lafter?

—Así es. Recuerde que este sitio es el que se nombra en el relato que Mortimer nos ha leído. Un poco más alejada está la residencia del naturalista, Stapleton, me parece que es así como se llama.

—En este extremo del mapa hay una prisión —comenté señalándola.

—Sí, es la prisión de Princetown y está a unos veinte kilómetros de la mansión. Fíjese, Watson, que el páramo, desierto y solitario, se extiende por entre estos puntos que le acabo de nombrar. Este es, por lo tanto, el escenario donde ocurrió la muerte de sir Charles.

—Parece un lugar salvaje.

—No lo parece, lo es. Es el lugar ideal para que se pasee el diablo.

—Holmes, ¿cree que este asunto tiene algo de sobrenatural?

—Debemos plantearnos dos preguntas. La primera: ¿se ha cometido un crimen o no? Y la segunda: si se ha cometido, ¿quién lo ha cometido y por qué? Si la sospecha del doctor Mortimer fuese cierta, y la muerte de Baskerville estuviera rodeada de fenómenos que no se corresponden a las fuerzas de la naturaleza, no podríamos resolver este caso. Sin embargo, debemos investigar todas las demás hipótesis antes de inclinarnos por la teoría sobrenatural. Watson, mientras estaba fuera, ¿ha pensado en este asunto?

—Sí, le he dado muchas vueltas. Sin embargo, todo me parece muy confuso.

—Es normal que se lo parezca; este caso posee algunas particularidades, como el cambio en las huellas. ¿Qué opina de eso?

—Mortimer nos explicó que sir Charles había caminado de puntillas por un tramo de la avenida.

—¿Qué sentido tiene caminar de puntillas por la avenida de un parque?

—Entonces, ¿qué cree que ocurrió? —pregunté.

—Creo que sir Charles Baskerville corría tan deprisa que su frágil corazón estalló y cayó al suelo fulminado —contestó Holmes.

—¿Qué pudo ser lo que le hizo correr?

—Me imagino que comenzó a sentir miedo cuando cruzaba el parque. Tal vez vio algo extraño o escuchó algún sonido desconocido. Esto me parece más probable; si una persona que siente miedo no corre hacia su casa, sino en sentido contrario, es porque ha perdido la razón. Si creemos lo que dijo el pastor que sirvió de testigo, sir Charles corrió pidiendo socorro hacia el lugar en el que menos probabilidades tenía de conseguirlo —explicó Holmes—. ¿No le parece raro?

—Sí, es muy extraño —le respondí.

—Además, ¿a quién estaba esperando aquella noche? ¿Por qué lo hacía en la avenida de los Tejos y no dentro de su casa?

—Entonces, Holmes, supone usted que Baskerville estaba esperando a alguien.

—Sí, Watson. Tal vez tenía la costumbre de dar un paseo a última hora de la tarde pero aquella noche, aunque no llovía, había humedad y el suelo estaba embarrado. ¿Cree que tiene sentido que sir Charles estuviese parado, al aire libre, durante unos diez minutos tal y como nos ha explicado el doctor Mortimer?

—Es verdad. Aunque salía de la mansión todas las noches, es extraño que esa noche no regresara antes a la casa —comenté.

—Lo realmente extraño sería que todas las noches estuviese esperando en la puerta del páramo. Al contrario, las explicaciones del doctor Mortimer nos dicen que sir Charles lo evitaba. En cambio, aquella noche, estuvo esperando en aquel lugar. Si analizamos toda la información de que disponemos, nos damos cuenta de que, poco a poco, este asunto va tomando forma y todo se vuelve evidente.

—¿Lo cree así? ¿De verdad? —le pregunté sorprendido.

—Sí, Watson, así lo creo. Ahora, por favor, ¿podría acercarme el violín? La música nos ayudará a relajarnos y despejará nuestras mentes. Así nos será más fácil interpretar todo lo que mañana nos cuenten el doctor Mortimer y sir Henry Baskerville.