PRÓLOGO

NO había nada que pudiera competir con la experiencia de estar colgando de las jarcias a varios metros del suelo, con el aire fresco del mar en la cara, contemplando una superficie infinita de resplandeciente agua azul. El inmenso océano era un paso franco. Una invitación individual a explorar.

La gente tenía miedo al mar, pero Yalb nunca había comprendido esa actitud. ¡Con lo abierto y acogedor que era! Si le tenías un poco de respeto, te llevaba allá donde quisieras ir. Hasta te daba de comer por el camino y te arrullaba con sus canciones para que durmieras por la noche.

Yalb dio una bocanada plena y profunda, saboreó la sal, observó a los vientospren que pasaban danzando y sonrió de oreja a oreja. En efecto, no había nada que pudiera compararse a esos momentos. Pero la posibilidad de sacarle unas pocas esferas al chico nuevo… bueno, la verdad era que se le acercaba.

Dok se aferraba a los cabos con la tensión de quien no quería caer, en vez de con el relajado control de quien sabía que no lo haría. El chico era competente, para ser un alezi. La mayoría de ellos no ponía jamás el pie en una embarcación excepto para cruzar estanques demasiado anchos para bordearlos. Él, en cambio, no solo distinguía babor de estribor, sino que también sabía tirar de la bolina y arrizar una vela sin ahorcarse a sí mismo.

Pero se agarraba demasiado fuerte. Y echaba mano a la regala cada vez que el barco se escoraba. Y le habían dado náuseas el tercer día. Así que, aunque Dok estaba cerca de ser un marinero de verdad, todavía no lo era del todo. Y como Yalb procuraba tener un ojo echado a los grumetes nuevos en los últimos tiempos, le correspondía a él ayudar a Dok mediante una buena broma. Si la reina alezi quería tener a más de los suyos entrenados en las tradiciones marinas thayleñas, esa parte deberían aprenderla también. Era educativa.

—¡Ahí está! —exclamó Yalb, asomándose hacia fuera y señalando con una mano mientras se mecía al viento—. ¿Lo ves?

—¿Dónde? —Dok trepó más arriba y escrutó el horizonte.

—¡Ahí mismo! —Yalb señaló de nuevo—. Un spren bien grande, saliendo del agua cerca de donde se refleja el sol.

—No —respondió Dok.

—Vaya. Pues está ahí mismo, Dok. Un marinerospren enorme. Supongo que aún no eres…

—¡Espera! —lo interrumpió Dok, haciéndose visera con la mano—. ¡Ya lo veo!

—¿Ah, sí? —dijo Yalb—. ¿Y cómo es?

—¿Un spren amarillo gigantesco? —respondió Dok—. ¿Saliendo del agua? Tiene unos tentáculos grandotes que se menean en el aire. Y… y una franja roja brillante en el lomo.

—¡Que me arrojen por la borda y me llamen pescado! —exclamó Yalb—. Si puedes verlo, ¡supongo que sí que eres un marinero de verdad! Ganas tú la apuesta, pues.

Por supuesto, se habían asegurado de que Dok los oyera susurrar hablando del supuesto «marinerospren», así que el joven sabía cómo debía describirlo. Yalb sacó unos chips del bolsillo y se los entregó a Dok. Unas ganancias iniciales fáciles para provocar que Dok les siguiera la corriente cada vez más. Vería más apariciones de esos «marinerospren» por todas partes hasta que, después de aceptar una apuesta enorme a que era capaz de vislumbrar alguno, le revelaran que los marinerospren no existían y todo el mundo se echara unas buenas risas.

En opinión de Yalb, si alguien era tan ingenuo como para que le colaran esa broma, iba a terminar perdiendo todas las esferas que tuviera de todos modos, así que ¿por qué no perderlas con sus compañeros? Además, se guardarían las esferas para invitar a unas rondas a todos, Dok incluido, cuando estuvieran de permiso en tierra. A fin de cuentas, cuando uno emborrachaba a sus compañeros de tripulación era cuando se convertía en un marinero de verdad. Eso y que, cuando hubieran bebido lo suficiente, a lo mejor entonces todos veían un puñado de spren de color amarillo brillante con tentáculos.

Dok se acomodó entre los aparejos.

—¿Es verdad que te fuiste a pique una vez, Yalb?

—El barco se fue a pique —dijo Yalb—. Solo dio la casualidad de que yo navegaba en él.

—No es lo que me contaron —repuso Dok, con un leve acento alezi espolvoreado en su voz—. ¿No dijiste a la gente que el tormentoso barco entero desapareció bajo tus pies?

—Ya, bueno, pero me había tragado medio océano antes de que me sacaran del agua —dijo Yalb—. Para entonces ya no era precisamente un testigo fiable, ¿verdad?

Y Yalb buscaría al marinero que estaba repitiendo esa historia y le cerraría su gran bocaza. Todos sabían que a Yalb no le gustaba hablar de la noche en que el Placer del Viento cayó. Había sido un buen barco, con una tripulación incluso mejor. De ella solo habían sobrevivido tres personas.

Las otras dos contaban la misma horrible historia, tal y como Yalb la recordaba. Asesinos en la oscuridad, algo peor que un amotinamiento. Y luego… el barco entero desapareció sin más. Yalb pasó meses creyendo que se había vuelto loco. Pero entonces el tormentoso mundo entero se volvió loco con el regreso de los Portadores del Vacío, una tormenta nueva y guerra por todas partes.

Así que, después de todo eso, Yalb llevaba a marineros alezi en su barco. Y tendría un ojo echado a cualquiera que llegara nuevo, por si acaso. Pero Dok parecía buena persona, de modo que Yalb lo trataría bien… tratándolo mal.

Se asomó más hacia fuera, intentando recobrar el buen humor.

—Ahora que has visto al marinerospren, ya puedes…

Frunció el ceño. ¿Qué era aquello? ¿Qué estropeaba la infinita hermosura azul?

—¿Ya puedo qué? —preguntó Dok, ansioso—. ¿Puedo hacer qué, Yalb?

—Calla —dijo Yalb, y ascendió por el nido de anguilas para llamar la atención de Brekv, que estaba de vigía—. ¡A tres cuartas de la amura de babor!

Brekv se volvió para escrutar el horizonte en esa dirección, alzando su catalejo. Luego renegó en voz baja.

—¿Qué es?

—Barco. Espera un momento, que justo ahora asoma… Sí, es un barco, con las velas hechas jirones. Se escora a babor. ¿Cómo puedes haberlo visto?

—¿Qué pabellón lleva?

—Ninguno —respondió Brekv, acercándole el catalejo.

Mala señal. ¿Qué hacía aquella embarcación sola allí fuera, en plena guerra? El barco de Yalb era una nave rápida de exploración, así que era lógico que navegara sin compañía. Pero en los tiempos que corrían, a cualquier barco mercante le interesaba llevar escolta.

Yalb fijó la mirada en el barco. No había tripulación en cubierta. Tormentas. Devolvió el catalejo a Brekv.

—¿Quieres informar de él? —preguntó Brekv.

Yalb asintió y se dejó deslizar cabo abajo. Dok lo miró sorprendido cuando pasó junto a él, y al momento Yalb se soltó del cabo, corrió por la cubierta y llegó al puesto de la capitana con tres saltos, subiendo los peldaños de dos en dos.

—¿Qué pasa? —preguntó la capitana Smta. Era una mujer alta, con las cejas tan rizadas como el pelo.

—Barco —dijo Yalb—. Sin tripulación a la vista. A tres cuartas de la amura de babor.

La capitana lanzó una mirada a la timonel y asintió. Hizo llegar órdenes a los hombres de los aparejos y la nave viró hacia la embarcación recién avistada.

—Llévate una partida de abordaje, Yalb —dijo la capitana—, por si hace falta tu experiencia especial.

«Experiencia especial.» Los rumores no eran ciertos, pero todo el mundo se los creía y susurraba que Yalb había navegado durante años en un barco fantasma, motivo por el cual había terminado desapareciendo. Era por eso por lo que nadie quería contratar juntos a los tres supervivientes, así que habían tenido que separarse.

Yalb no se quejaba de que lo trataran así. La capitana ya había hecho bastante aceptándolo. Así que, si le daba una orden, él la cumpliría. De hecho, aunque Yalb era un mero tripulante sin autoridad, hasta el segundo de a bordo lo miró esperando instrucciones cuando por fin llegaron junto al extraño barco. Tenía todas las velas hechas trizas. Se escoraba en el agua con la cubierta vacía, desprovista incluso de fantasmas.

El barco no desapareció bajo los pies de los marineros mientras lo exploraban. Tras una hora de búsqueda, regresaron con las manos vacías. No había ni rastro del cuaderno de bitácora de la embarcación, ni tampoco de ningún tripulante, vivo o muerto. Solo encontraron su nombre: el Primeros Sueños, un barco privado del que el segundo de a bordo recordaba haber oído hablar. Había desaparecido cinco meses antes durante algún tipo de misteriosa travesía.

Mientras Yalb esperaba a que la capitana y los demás decidieran qué hacer, se apoyó en la regala y estudió la desdichada nave, solitaria y a la deriva. ¿Había sido el destino quien había querido que él encontrara aquella embarcación? ¿Que el hombre cuyo barco había desaparecido acabara junto a la nave cuya tripulación había desaparecido? La capitana iba a querer largar una vela más y remolcar aquel barco a puerto. Yalb estaba convencido. Necesitaban hasta el último barco para la guerra.

Iban a encargarle a él la tarea. No le cabía ni la menor duda. Seguro que la tormentosa reina en persona lo exigiría.

El mar era una amante extraña, desde luego. Abierta. Acogedora. Tentadora.

A veces un poco demasiado.