Estoy sentada delante de mi ordenador, sin dar crédito a lo que leo. En la pantalla se refleja mi cara, tensa como la cuerda de un arco de tiro. La humillación me abrasa más que una banda de cera depilatoria a cien grados. Me digo que esto no puede estar pasándome. Por mucho que parpadeo para deshacerme de mis lágrimas, no consigo enfocar las palabras, que terminan por juntarse hasta convertirse en un borrón.

Tengo dieciséis años y mi primer amor me acaba de joder la vida.

En aquellos tiempos, Ask era la red social que utilizábamos los jóvenes. Por allí se ligaba y se conocía a un montón de gente y, además, era un recurso de investigación superefectivo. Mi novio y yo nos habíamos dado un tiempo, pero seguíamos hablando. Yo me enteraba de que quedaba con alguna chica por Ask, nada serio, pero cuando empecé a notarlo frío y distante conmigo, me puse a investigar más a fondo, y encontré comentarios en Ask, y luego en Instagram, que confirmaron mis sospechas: iba a empezar a salir con otra chica. En aquel momento, sentí lo doloroso que es el amor, aprendí que de algunos tíos no puedes fiarte, y que en las revueltas aguas de los mares virtuales, a veces, pescas hasta lo que no quieres.

Discutimos y yo me enfadé muchísimo. Creía que íbamos a volver, tenía la impresión de que nuestra separación iba a ser pasajera. Pero no. Se fue con otra y me bloqueó de todos sitios.

Lo peor de todo, nenas, fue que, aun habiéndome bloqueado, se creó cuentas falsas para seguir hablando conmigo de vez en cuando. Y pensaréis, ¿qué sentido tiene esto? El control y la sensación de poder, seguro que os suena. Él quería tenerme en reserva, no quería perderme del todo, por si algún día le iba mal su actual relación y podía utilizarme a mí, que estaba esperando en la recámara con ojitos de enamorada. Por una parte, seguía teniendo control sobre mí y mis sentimientos aun sin estar conmigo, y por otra, no dudo que esa sensación de saber que todavía tenía esa influencia en mí no le produjera algún tipo de placer. Siempre ha sido un narcisista. No era feliz ni quería dejarme a mí que lo fuese.

Digo que él fue mi primer amor, aunque, pensándolo bien, el primero fue una fantasía que yo había inventado cuidadosamente unos años antes y que se parecía más a Frankenstein que a Jon González, porque estaba hecha de muchas personas. Un poco del príncipe azul, a quien yo había visto, desde niña, cómo desnucaba a la Bella Durmiente cuando la colocaba en esa postura tan incómoda para morrear; otra pizca de mi padre, cariñoso, siempre atento con mi madre y muy muy divertido; un trocito de mis ídolos por aquellos años, sexis y gamberros; y un pedazo de Jorge, el niño de mi colegio que tanto me gustaba.

Ese, nena, fue durante mucho tiempo mi love premium. El sueño que me ponía cachonda y me hacía despegar los pies del asfalto de la calle de mi barrio hasta subirme a las nubes. El otro, el de carne y hueso, también me llevó al cielo, pero a uno que resultó ser de plastiquillo, todo hay que decirlo.

¿Que cómo di con semejante joya? Él fue mi crush desde el primer momento en que le vi. Durante un año, más o menos, fui detrás de sus pantalones caídos y, como el que no quiere la cosa, nos liamos poco a poco. Si te digo la verdad, al principio, él me hacía caso solo cuando me necesitaba. La primera vez que nos acostamos fui muy consciente de eso. También de que, de los dos, solo yo estaba enamorada. Aun así, para mí aquel polvo fue muy bonito. Era la primera vez tanto para él como para mí, nos desvirgamos los dos juntos y por eso significó tanto. Debo reconocer que esa noche de fiestas, en la que los dos terminamos en la casa de una amiga mía, fue mágica. En honor a la verdad, también lo fueron otras muchas de las que vinieron después, hasta que se jodió todo.

Era el año 2015, yo tenía catorce años y acababa de perder la virginidad. A partir de ese momento, él empezó a tenerme mucho más cariño y confianza. Íbamos hablando cada vez más, y todo apuntaba a que acabaríamos siendo pareja. Y me enteré, nuevamente por Ask, que él se había liado con otra. Yo estaba ilusionada pensando que él iba a ser mi primera vez y luego íbamos a ser pareja, y de golpe me entero de que seguía ligando con otras. La lie muy gorda y nos enfadamos mucho, estuvimos tres meses sin hablarnos. Luego volvimos a retomar el contacto y ahí sí, nenas, a partir de ahí empezamos a salir.

Tiro de calendario, me pongo a pensar y veo que estuvimos saliendo durante dos años, y después fue cuando lo dejamos. Bueno, me explico. Le dejé yo primero (él dice que le puse los cuernos...). En realidad, le pedí un tiempo, porque yo no sabía si sentía por él tanto como al principio y pensé que, si corría el aire entre nosotros, yo aclararía mis ideas y mis sentimientos. ¡Primer asalto!

En esa época yo no tenía una venda en los ojos, tenía hormigón armado, y se me cayó de pronto. La verdad es que enseguida me di cuenta de que era más tóxico que el azufre y más promiscuo que un gorrión pantanero. ¿Tengo algo en contra de los gorriones pantaneros?, ¡para nada!, pero no me van como especie. La ocupación habitual de mi ex (ligar, ligar y ligar) coincidía con la de esos pajarillos y chocaba con las mías (no os impacientéis, las descubriréis a lo largo de este libro). En aquel momento, yo pensaba que él podría cambiar. ERROR. Eso, claro está, no sucedió nunca. Eso, claro está, nena, nunca sucede.

Sí, lo reconozco, entre las idas y venidas de nuestra relación, comencé a ronear con otros, pero más por tener las manos entretenidas que por querer salir en serio con alguien. Desde los tiempos de las cavernas hasta los del wifi, al ser humano le ha gustado ronear. Un roneo, por mucho que digan, no se puede comparar ni de lejos con unos cuernos bien clavados en la cocorota. Y no, no son las cervicales las que te duelen por llevar tanto peso encima, es la mentira, el que la otra parte no sea capaz de decirte «chati, tenemos que hablar, esto no puede seguir así». Lo demás se entiende y es lo normal cuando eres adolescente —como éramos nosotros por entonces— y a cada rato tienes una avalancha de hormonas sacudiéndote el cuerpo.

Así que ahí estábamos. Yo le había pedido tiempo, él se había enrollado con otra y todo se iba poco a poco a la mierda. Pero la carne, que más que débil es una grandísima hija de puta, nos hizo caer en la tentación y tuvimos un «desliz» (qué palabra más bonita, ¿verdad?). Después de que yo pasara unos meses fuera, volvimos. Lo que significa que estuvimos jugando al gato y al ratón amoroso, aunque no duró mucho; exactamente la friolera de dos semanas. Las cosas ya no eran como antes y, sin tardar, cortamos. También sin tardar, él se fue con otra. Corrijo: el mismo día en que cortamos, él se fue con la que por entonces era su mejor amiga. Como ves, por entonces yo andaba rodeada de gente muy noble... Lo que más daño me hizo fue que él no me guardara ni cinco segundos de luto. Pero él era así, ¡tenía una pasmosa facilidad natural para superar las rupturas!

A pesar de todo esto que os cuento, nenas, para mí fue una relación superbonita. Lo quería un montón, y lo consideraba el amor de mi vida. Me creía todas aquellas tonterías del príncipe azul… Me quedé superjodida cuando se fue con aquella chica, que cortara así conmigo de forma tan tajante, bloqueándome de todos sitios, hizo que no me diera tiempo a asimilar nada. Aquello me mató. Entonces fue cuando empecé a salir todos los fines de semana de fiesta, me liaba con chicos, estaba con uno y con otro… No podía quedarme en casa, de la depresión que tenía. Necesitaba salir y olvidarme, distraerme para poder soportar todo el daño que sentía. Si me quedaba a solas en mi casa, me daban ataques de ansiedad, sentía que me moría. En realidad, hacía todo aquello por despecho y, sobre todo, esperaba que él se diera cuenta de que lo suyo con aquella chica era un antojo y volviera a querer estar conmigo. Nunca os hagáis esto, nenas. Quien quiera estar contigo estará contigo libremente, no esperéis a que vuelvan a vosotras porque se hayan cansado de la chica de turno, por compasión o porque no haya nada mejor. No esperéis por nadie, os merecéis ser la prioridad.

¿Aguantas por amor muchas actitudes o situaciones que te perjudican y te hacen daño?

Despotrica, puedes escribirlo en un cuaderno. Te doy un par de ejemplos, para que veas que en todas las casas cuecen habas, nena. Si te falta papel, no te preocupes, nos pasa a muchas.

POR AMOR, me dejé el pelo largo; a él le parecía más femenina así.

POR AMOR, en conversaciones con amigos, procuraba no destacar mucho con mis opiniones para que él pudiese lucirse con sus chistes y sus grandes ideas.

q Cuando lo dejamos, no hablamos de nuestra ruptura. Pasado el tiempo, un día nos encontramos y grabamos un vídeo! Uno de los más visitados de mi canal, por cierto.

q Fue una persona que me marcó mucho; como prueba de ello, me tatué su nombre. Ni que decir tiene que, antes de hacerte un tatu así, te lo pienses mucho.

q Mi ex llegó a boicotearme un rollo que tuve con un tío algo más mayor que yo. En una ocasión me vio con él, me llamó por teléfono y me dijo que iba a informar a la policía y a contarles poco menos que yo era víctima de corrupción de menores. Y lo hizo!

q Este mismo chico se vio involucrado en otro lío que organizó mi ex. Cuando este me vio hablando con él en la barra de una discoteca, se acercó a mí y me dio un superabrazo. Mi noviete y yo nos quedamos a cuadros. Mi ex se apuntó otro momento para la historia…

Lo cogimos, lo dejamos, lo cogimos, lo dejamos... Nena, si te has hecho un lío, te entiendo. Lee el siguiente esquema que he preparado para aclarártelo todo. Ya de paso, piensa en lo que te sucede o te ha sucedido en las distintas etapas de tu relación amorosa. Así sabrás si va por el mismo camino que ha ido la mía.

PREHISTORIA.

¡Oh, es él! Yo era una yonki del amor bigger than life.

EDAD ANTIGUA.

Necesito tiempo y espacio. ¡Horror, está con otra! Tengo insomnio y, para conciliar el sueño, cuento sabandijas.

EDAD MEDIA.

Un viaje inesperado. El desliz.

EDAD MODERNA.

Te-quiero-pero-no.

EDAD CONTEMPORÁNEA.

Me reinvento: soy una perra.

Entre la Edad Antigua y Media de mi historia tuve muchos bajones. Alguna vez hasta pensé en clavarme las uñas en la yugular y acabar con mi vida. Afortunadamente, no las tenía tan afiladas como ahora y, de haberlo hecho, el intento no hubiese prosperado. Además, bien pensado, ¿quién quiere estropearse una manicura bien hecha por un tío?

Bajones y subidones. En aquella época, ese era el pan nuestro y duro de cada día para mí. Cuando no sabía cómo defenderme de los demás y tampoco de mí misma. Cuando me costaba canalizar toda la pena y la rabia que iba acumulando. Por entonces yo no era consciente de que estaba despechada hasta las trancas; el despecho no me dejaba ni respirar.

¿Puede que a ti te esté pasando lo mismo? Sé sincera y contesta a este cuestionario para saber el caudal de despecho que corre por tus venas inflamadas de cólera.

DESPECHÓMETRO

1 ¿Crees en esta máxima?: «Mujer despechada vale por dos».

2 Ya has buscado en la guía fácil del vudú un brujo asequible para ajustar cuentas con tu ex.

3 Confirmado: te has vuelto más fría que un iceberg.

4 Si te encuentras con tu ex y estáis con más personas, con motivo o sin él, le dejas a la altura del betún cuando tienes la más mínima ocasión.

5 Sientes bullir el rencor dentro de ti como el magma de un volcán.

6 Has enmarcado un cuadro con la frase «No hay perdón», que decora la cabecera de tu cama.

7 Vas diciendo y demostrando que eres más fuerte que una piedra de afilar.

8 Hablas mal de tu ex siempre que tienes oportunidad.

9 En el próximo carnaval tienes pensado disfrazarte de mujer pantera.

10 Alguno de los puntos anteriores de esta lista ha hecho que se te salte un botón de tu blusa.

Si has respondidas «sí» al menos a 6 de las preguntas, busca un monasterio budista e ingresa en él inmediatamente. Necesitas calmar tu espíritu y escupir todo ese daño que llevas dentro y te está envenenando.

Cuando sufrimos una decepción amorosa, en muchas ocasiones no sabemos cómo manejar el dolor que nos provoca. Sin reflexión y por impulsos, actuamos de manera muy negativa, para los demás y para nosotras mismas. En realidad, con este comportamiento solo queremos ocultar nuestra vulnerabilidad, protegernos y buscar respuestas a por qué se terminó la relación. Pero, cuidado, por menos de nada nos podemos convertir en un coñazo para todos los que nos rodean y, lo peor de todo, en un tipo de persona que nunca hemos deseado ser.

He de confesar que yo llegué a ser la reina del despechómetro. No lo niego. En resumen, me sentía como un barco en mitad de la tormenta, sin puerto a la vista. Peroooo comenzaron a sucederme cosas maravillosas que lo cambiaron todo, me aferré a ellas como esas chicas de pole dance a su barra y comencé mi propio baile.

Antes que nada, debo reconocer que yo no tenía un plan estudiadísimo y concienzudo para salir del barrizal amoroso en el que estaba y que todo se fue dando de manera natural. Lo único que hice fue seguir mi intuición, reflexionar y no dejarme vencer por las circunstancias. Cuando todo terminó definitivamente entre nosotros, yo estaba despechada y con ganas de dar bofetones sin manos y repartir caña de lomo. Aun así, al final, no se me ocurrió perseguirle y saetearle con reproches o volver a reconquistarle; tampoco me quedé en la cama, con la mano pegada a la frente y musitando su nombre. Qué va, lo que hice fue ponerme la sonrisa de loba en la cara, tomar nota y actuar en consecuencia.

Para empezar, tuve claro que debía salir del epicentro de la hecatombe. Por casualidades del destino, mi familia se mudó a otra ciudad. El bendito dicho «la distancia hace el olvido» me encarriló hacia una nueva vida, sin él al lado. Sí, ya sé que luego nos enrollamos otra vez, a mi vuelta a la ciudad, pero ¡nadie es perfecto!

Y como un paso va detrás de otro, el siguiente me llevó al gimnasio. Hasta entonces yo no sabía que se podía sentir tanto placer con unas mallas, una camiseta de licra y unas deportivas. (La única pega es que hay que moverse mucho, pero, por lo demás, el esfuerzo compensa.) Por otro lado, como manera de espantar la pena, comencé a darle fuerte al maquillaje y al estilismo a partes iguales, algo que me ayudó una barbaridad. Con el cuerpo divino y un poco de furia callejera, afronté la vida de otro modo. La pintura y la ropa en esos momentos difíciles se convirtieron en un faro deslumbrante en la oscuridad de la noche.

Así, poco a poco, sin darme cuenta, llegó ese momento mágico en el que, en vez de ahogar mis penas en un bocadillo XXL de queso con chorizo, reaparecí gozosamente en el mundo. ¿Y qué pasó entonces?, te preguntarás. Lo normal cuando se sigue (aunque sea a gatas) el buen camino: conecté conmigo misma, con mis necesidades y mis gustos. Relativicé todo lo que había pasado, me di cuenta de que el amor no es ese sueño en el que todo sale bien y fui muy realista.

Así que desde el día en el que estaba sentada delante de mi ordenador, con la cara como un cuadro abstracto de tanto llorar, hasta hoy, ha llovido, nevado y granizado mucho, pero también han salido muchos soles increíbles y esplendorosos. Me he roto y me he reconstruido. He grabado cientos de vídeos. Me he dado cuenta de lo que valgo y quién vale a mi alrededor. He aprendido muchas cosas; algunas de ellas las contaré en este libro. Después de pasado un tiempo de mi ruptura pude responderme a casi todas las preguntas que me hacía por entonces, seguir mi camino y vivir en paz como una auténtica «flor de toto». Y sí, no lo voy a negar, gracias a él, o a la putada que me hizo, en parte, hoy soy la que soy. Y no, aunque podría, no se lo voy a agradecer, porque no me da la gana.

En las redes, sois muchas las que me preguntáis qué hacer en tal o cual situación. Abro aquí mi consultorio marrdito para intentar responder a vuestras preguntas. No os lo toméis todo al pie de la letra (o sí, haced lo que os dé la realísima gana). A la hora de tomar decisiones para resolver problemas, personalizar las soluciones es lo mejor. En cualquier caso, ojalá mi experiencia y mis sugerencias os ayuden.

Mi ex me ha dejado sin mediar palabra. No es que rompiéramos en plan «mira, necesito un tiempo», es que, literalmente, puso pies en polvorosa sin explicaciones y no le vi más el pelo.

Elena, 18 años.

Este es un clásico. Un clásico que hemos visto y sufrido demasiadas veces como para no saber cómo te sientes, Elena. A una amiga mía le pasó lo mismo que a ti. Lo primero que hizo fue llamar a los hospitales, así de confiada estaba con su relación. Tardó algún tiempo en saber quién era el canalla del que se había enamorado. Eso sucedió cuando se dio cuenta de que no conocía a nadie de su entorno y, finalmente, averiguó que llevaba una doble vida. Ni que decir tiene la angustia que vivió mi amiga.

Detrás de este comportamiento tan burro hay mucha inmadurez, muy poca empatía y un corazón de hielo. Una mente tan fría y malvada como la suya no se para a pensar que tu autoestima se quedará hecha trizas o que te culparás hasta el aburrimiento de su marcha. Reflexiona sobre lo que te ha ocurrido. Por favor, enfréntate a su imagen real: un lobo estepario. Imagínatelo así, porque es su viva estampa.

Ese pedazo de animal no merece ni un segundo de tiempo. Bastante le has dado ya, incluso le has ofrecido, después de irse, el que no se merecía. Tienes que intentar ser tan fría como él y actuar con mucha determinación. Vamos a ver. Lo primero que debes cambiar en tu nueva existencia es la manera de expresar lo que te sucede. Si cambiamos la letra de la canción, la canción es diferente, ¿no?

Nadie, lee bien, NADIE, te deja. ¿Por qué? Porque nadie te toma. ¿Por qué? Porque no eres un objeto de su propiedad. O sea, Elena, cariño, has tenido la poca fortuna de cruzarte con una persona parca en palabras, desde luego, que tiene un estilo de cuarta. Lo más cerca de alguien así que debes estar es a cien mil kilómetros, como poco. Un sujeto de esta clase (Z) nos roba energía, tiempo y merma nuestra autoestima. Y eso, nena, está justo en el lado opuesto que queremos dominar.

Toma aire, haz este ejercicio práctico y déjate llevar. Completa la frase MI EX ME HA DEJADO como más te guste siguiendo estos ejemplos.

Me he enterado de que mi pareja se ha liado con otra; varias veces, por cierto. Lo peor es que lo sé por Instagram. Él es el amor de mi vida, y no sé por dónde tirar.

Marta, 30 años.

Lo primero que debes hacer es repetir hasta desgañitarte: «¡¡¡¡¡¡¡Gracias, Instagram!!!!!!!». Benditas redes, que nos dan la oportunidad de conocer gente y, lo más importante, conocer a la gente. Una función muy valiosa, por cierto. Y lo mejor de todo es que nos ayudan a pisparnos de las noticias casi a tiempo real. Si no es así, siempre hay un alma caritativa que nos informa, a la velocidad del rayo, de cualquier cotilleo que se cueza en nuestras cuentas.

A ver, Marta, no has tenido intermediarios para conocer las andanzas de tu novio. Por eso, no es que me imagine, es que sé que te has quedado patitiesa al leer esos mensajes gualdraperos. A lo mejor, no tanto, y ya te olías la tostada. Lo más elegante que se me ocurre decirte es que ese pavo se ha retratado con su comportamiento. Si ha obrado así sabiendo que tú verías fotos y mensajes de su roneo, la cosa está clara: quería darte puerta. Un tío con un espíritu tan faltón y lumbago mental se merece sufrir, como poco, las siete plagas bíblicas.

Por mi parte, debo decirte, Marta, que esta historia me suena. Como ya os he contado, viví algo parecido. En su momento, yo me quedé atascada y no supe qué hacer hasta pasado un tiempo. Y ahora que lo pienso, ni pasado ese tiempo supe tampoco qué hacer. Eso sí, poco a poco dejé de sentirme como una de esas ratas de laboratorio que intentan salir de un laberinto y seguí con mi vida.

Mi consejo es que te muevas, hagas cosas, pruebes, qué sé yo. El caso es tener la mente ocupada y dejar que toda la energía negativa que a buen seguro estás acumulando se vaya por la taza del váter, junto con la idea de que él era el amor de tu vida. Puede que ahora no lo creas, pero eso del «amor de mi vida» no existe y, en todo caso, estarás de acuerdo conmigo en que solo se puede decir cuando se han cumplido noventa años.

Cuando mi ex me ha visto con otro me ha llamado puta.

Noemí, 17 años.

Noemí estuvo saliendo con un prenda unos cuantos meses. Cuando cortó con él, a ella le extrañó que se lo tomara a bien y quedaran «como amigos», porque había sufrido su agresividad verbal en más de una ocasión. El tío era de esos que dicen: «A mí ninguna mujer me deja. Esto no va a quedar así». Un día, a la salida de una discoteca, ella estaba besándose con su nuevo novio. Al verla, este macarra de siete suelas de su ex la llamó puta.

Lo primero que hay que decir es que este comportamiento es VIOLENCIA. Lo segundo, que esta consulta me encanta. Tanto como la palabra puta. Aunque es un tema muy cansino para mí y, en general, para todas las mujeres, la verdad. Yo sufro agresiones verbales en las redes día sí día no. Fea y guarra es lo más fino que leo. Me importa una mierda lo que me digan cuatro descerebrados, porque eso es lo que son, pero si me pillan con la guardia baja y más sensible de lo normal, a lo tonto, me pueden estropear una tarde.

Noemí, reina, tranquila. Para cierto tipo de gentuza, puta equivale a mujer libre. Cuando alguien te llame las cuatro letras (como se decía antes), lo mejor es, primero, contestar con una sonrisa muy cuqui. El mensaje visual debe ser: «Voy sobrada y lo vas a comprobar ahora mismo. Te atiendo porque tengo un momentito». El contenido de ese mensaje es: «Yo no soy una puta, soy LA puta y, para ti, SRA. Puta».

Si le queda alguna neurona viva y un poco de vergüenza —cosa que dudo—, te dará las gracias por poner algo de luz en su triste, cutre y casposa vida. Aunque es mejor que no te dé ya nada. Procura evitar incluso el contacto visual con él cuando os encontréis. En caso de que se ponga muy muy idiota y reitere la agresión, explícale alto y claro que hablarás con la policía. Es más que recomendable grabar el acoso con el móvil y contar con testigos, por si decides denunciarlo.

Necesito tiempo en mi relación, pero mi chico no lo entiende.

Ana, 27 años.

A veces, la inercia de la rutina hace que no nos demos cuenta de problemas de fondo hasta que no necesitan una solución muy urgente. Casi siempre merece la pena darse un tiempo y tomar distancia en las relaciones si estas no van bien y hay razones de peso para creer que pueden cambiar a mejor. Si él no lo entiende, lo más oportuno es que habléis, con el fin de saber en qué situación estáis. Igual es un buen momento para «hacer limpieza» y poner las cosas en orden entre vosotros.

En cualquier caso, ten claro que él no tiene que darte ese tiempo que tú necesitas, no te lo concede por su voluntad divina. Ese tiempo es tuyo, te pertenece a ti y puedes hacer uso de él cuando quieras. Lo mejor, claro, es que acordéis el plazo de vuestro distanciamiento y tengáis una comunicación discreta pero fluida cuando esto suceda. En resumen: cuidaos mutuamente, sin que él te atosigue o te presione para volver. No hay mejor muestra de amor que practicar la generosidad con tu pareja. Ojo: esta pirueta requiere mucha delicadeza por ambas partes.

Darse un tiempo significa casi casi empezar desde cero, es decir, currárselo mucho, y ver de cerca el panorama que han dejado el tiempo, la rutina, los celos, las inseguridades... En fin, ninguna de las dos opciones resulta muy apetecible que digamos. Tal vez él se vea amenazado ante la posibilidad de que tú puedas conocer a otra persona, o que le des boleto pasado ese tiempo de reflexión. Déjale claro que ese es un riesgo que debéis asumir los dos.

Si finalmente decidís dejarlo, pactad muy bien los términos para que no haya malentendidos y no os hagáis daño. Si después de esto, y aclarada toda la situación, vuestra relación sigue su curso, asegúrate de que te sientes cómoda y no permitas ni un solo reproche referente a ese tiempo que has necesitado. Cuando la crisis acabe, os conoceréis mucho mejor, algo que es muy positivo para una pareja que apuesta por el largo recorrido.

Mi ex y yo cortamos de común acuerdo, aun así, se me ha venido el mundo encima.

Paqui, 35 años.

Este tema lo trataré más detenidamente en el siguiente capítulo, pero quiero adelantar aquí algunas ideas que me parecen importantes con respecto a los estragos del amor. Antes, por buscar algo positivo a tu dolor, te diré que el que hayáis roto de común acuerdo es, aunque dolorosa, una experiencia enriquecedora y, con el tiempo, comprobarás que una buena decisión. Es más que probable que cuando sanen las heridas, seáis amigos. Esa será vuestra recompensa por haber cortado sin malos rollos. Del modo en el que iniciemos y mantengamos nuestras relaciones va a depender su final.

Paqui, el mundo está en la tierra, justo donde tú plantas los pies cada día. Está claro que en algún momento los has despegado de ella si ahora tienes esa sensación tan descorazonadora. ¿Qué quiero decir con esto, querida? Pues que tal vez has tenido unas expectativas muy altas con respecto a esta relación y solo has visto lo que has querido ver de ella. Quizá no has recordado la máxima que tanto miedo nos da a hombres y mujeres: todo empieza y todo acaba.

Sí, incluso cuando somos felices como perdices, no está de más que le dediquemos un rato a pensar en que la posibilidad de que todo termine es real. Esta es una de las causas por las que debemos tener vida propia fuera del nidito de amor. Otra manera de afrontar estas situaciones antes de que lleguen es hacerle un corte de mangas a la basura en forma de cuento de hadas que nos venden cada día para que creamos que estar en pareja es la única manera posible de ser feliz.

Sé muy bien por lo que estás pasando. Esa sensación de abatimiento y tristeza es normal. Como dicen los expertos en estos temas, estás haciendo el duelo. Seguro que no tienes ganas de hacer nada, duermes mal y tu relación con la comida es difícil. Me gustaría darte una solución para que este momento tan complicado pasase rápido para ti, pero no la tengo. Me temo que solo el tiempo hará que te encuentres mejor. Bueno, el tiempo y... mis superconsejos ;).

No creo en el amor ni en el romanticismo, ¿qué me queda? A mí las relaciones de príncipes y princesas no me van nada.

Almudena, 40 años.

Supongo que te refieres al amor de mentirijillas y al romanticismo cateto, Almudena. No lo digas con pena, leches. ¡Te queda todo! Te tienes a ti, para empezar. Si no crees en ellos, ¡eres ciudadana de pleno derecho del mundo real y su belleza sin fingimientos ni bobadas! Bien por ti, si vives una nueva existencia, en la que los tíos no son los protagonistas de tu vida, porque has entendido que ese papel es tuyo y solo tuyo.

Te animo a que creas en el amor y el romanticismo, pero no en el que nos controla y nos somete, el que nos hace depender de manera insana del otro, nos causa sufrimiento y nos convierte en esclavas de él a tiempo completo. Ese amor está idealizado, es posesivo y obsesivo, solo entiende el sexo como intimidad y sus armas son el reproche, la mentira y la manipulación. De ese amor y de ese romanticismo hay que huir como de la peste. Y cuando lo tengamos delante, hacerle una buena peineta.

Sé que es difícil cambiar el chip y dejar a un lado todo lo que nos han enseñado sobre el amor, pero hay que probar a cambiar las cosas. El amor que yo reclamo es más movimiento que sentimiento, consiste en querer, admirar, elegir, respetar, cuidar, confiar y ser libre. Pensar que es posible una relación basada en estos valores es a lo que yo llamo romanticismo.

Almudena, no estás majareta al querer tener una relación real y, sobre todo, que se acomode a tu manera de ser y de pensar. Eso quiere decir que te has tomado tu tiempo en pensar cómo quieres que sea y que no te conformas con cualquier cosa. Bien por ti. Eres un caso claro de inteligencia y sabiduría. Ojalá tu manera de entender la pareja ilumine a otras muchas mujeres intoxicadas y comprueben que TENER RELACIONES SANAS ES POSIBLE. Los príncipes, ¡a los cuentos!

  1. Párate y piensa: ¿quieres la vida arrastrada que llevas con una pareja que deja mucho que desear? ¿¿No contestas?? Sigue leyendo, por favor.
  2. Haz balance de lo que te ofrece tu relación. Si es negativo, leer este libro te hace tanta falta como el comer.
  3. El amor romántico no es amor. Si tuviera forma sería la de unas cadenas.
  4. Quieres romper, pero él no te lo permite: rompe!
  5. Al más mínimo tufillo a «tú eres mía», dile que tienes un pollo en el horno, da un golpe de melena y pon rumbo desconocido.
  6. Una vez hecho, tómate un tiempo lejos de él; si es toda la vida, mejor.
  7. Muévete, no te aísles; conecta con tus gustos, tus deseos y tus metas.
  8. Intenta no quedarte anclada en el pasado.
  9. La vida es una sola: vívela intensamente.
  10. No mires atrás.

Todo esto, todo lo que te he contado con tanto empeño hasta aquí, con la misma devoción que se predica la palabra de Dios, ojalá te sirva para que tomes consciencia de qué son las relaciones tóxicas y tengas las ideas muy claras sobre lo que necesitas en cuestiones amorosas. Cada letra que he escrito en este libro va orientada, única y exclusivamente, a que estés contenta desde que dan las claras del día hasta la noche y tengas una vida más feliz.

Avanza un paso más en tu camino a la gloria y repasa a continuación lo visto en el capítulo.

Si no quieres darte una hostia monumental cada vez que sales con alguien, aprende rápido que el amor romántico es una patrana y te llevará derecha al precipicio del dolor.

¿YA TE HAS ESTRELLADO?

Sana tus heridas, cuídate y, por favor, la próxima vez no reincidas.