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A principios de los años treinta, Alfred Hitchcock declaró en una entrevista que su casting de actrices estaba más dirigido a complacer a las mujeres que a los hombres, «porque las mujeres constituyen las tres cuartas partes de la audiencia promedio. Por lo tanto, ninguna actriz puede ser una buena propuesta comercial como heroína de cine a menos que complazca a su propio sexo».

De entre estas mujeres que gustaban a las mujeres, las rubias se convirtieron en una auténtica obsesión para Hitch a lo largo de su carrera, así como la relación de amor-odio que mantuvo con ellas. Mujeres irresistibles, bellas, frías y majestuosas, la mayoría de ellas con la capacidad de sobrevivir y difíciles de olvidar. Jean-Pierre Dufreigne expresó estas sensaciones femeninas como la pasión del «ice cold tea, piping hot sex».

Al virtuosismo y maestría de Sir Alfred se le suma el contenido misógino, voyerista y fetichista de sus thrillers psicológicos; obsesiones, eso sí, presentadas con sofisticación en la puesta en escena y una personalísima brillantez visual entre la experimentación y el carácter comercial.

Si revisamos la trayectoria cinematográfica de Hitch, el casting de las actrices y de los personajes femeninos refleja la evolución de su estilo dentro y fuera del set de rodaje.

Durante su etapa inglesa en la década de los años treinta, coincidiendo con la Gran Depresión, encontramos actrices como June Tripp, Anny Ondra, Madeleine Carroll —su primera rubia glacial en 39 escalones (1935)—, Nova Pilbeam, Maureen O’Hara o Margaret Lockwood, esta en Alarma en el expreso (1938), última película de Hitch en Inglaterra. Actrices que solían interpretar papeles de heroínas valientes, modernas, liberales y sofisticadas que atraían al público femenino de todo el mundo.

En los años treinta, los estudios y los actores comenzaron a construir el concepto de starlet a través de sus películas y de todo lo que les rodeaba: vestuario, joyas, mansiones, decoración y estilo de vida. Será este contexto el que encontrará el director al trasladarse de Inglaterra a Estados Unidos huyendo de la Segunda Guerra Mundial y conocer al poderoso productor David O. Selznick en Hollywood.

Nada más poner pie en tierra, mister Hitchcock y su aparentemente reservada esposa, Alma Reville, hicieron lo que había que hacer en Hollywood para ser aceptados legítimamente en el elitista círculo de la industria cinematográfica del Golden Age, hacer «buenos amigos», entre ellos el matrimonio de moda Gable – Lombard. Incluso dirigirá a Carole, The Screwball Girl, en Matrimonio original (1941), la única comedia que rodó el director, quizás por simpatía a la reina rubia de la comedia clásica norteamericana.

A partir de los años cuarenta, y aunque Selznick quiso también dar forma a la imagen de alguna de las protagonistas, podemos decir que Hitch tomó el control total de la mujer heroína, construyendo los personajes junto a los directores de vestuario de sus películas, todo un listado de la historia del Hollywood Costume Design, entre ellos: René Hubert, Irene Lentz, Adrian, Howard Greer, Vera West, Orry Kelly y, por supuesto, Edith Head.

El vestuario y el color eran elementos imprescindibles en su narración para reflejar el crecimiento del personaje, y miss Head se convirtió en su aliada preferida para vestir a sus rubias tras colaborar en Encadenados (1946), película en la que crearon a la perfecta heroína con Ingrid Bergman. Una obra maestra de la Historia del Cine donde encontramos a un Alfred Hitchcock que ha logrado la autonomía como director y como productor.

Las protagonistas de los años cuarenta las interpretaron actrices de la talla de Joan Fontaine, Teresa Wright, la extraordinaria Tallulah Bankhead, Ingrid Bergman, Marlene Dietrich —quien en Pánico en la escena (1950) dio muchos dolores de cabeza al director al empeñarse en que Christian Dior diseñara su vestuario— y Jane Wyman. Estas dieron paso a «la rubia Hitchcock», al «volcán cubierto de nieve» de los años cincuenta. Una década que supuso la cima de la filmografía del director, cuando había conseguido a su equipo creativo deseado: su musa Grace Kelly, Edith Head en el diseño de vestuario, Saul Bass en el diseño gráfico, el compositor Bernard Herrmann, el director de fotografía Robert Burks y, por supuesto, Alma Reville, su incondicional y eficiente esposa.

Junto a Grace nos encontramos a otro elenco de protagonistas elegantes y de sutil perspicacia como Doris Day, Kim Novak, Eva Marie Saint, Janet Leigh, Tippi Hedren y, al final de su trayectoria, Anna Massey y Barbara Leigh-Hunt.

De sus bad boys, uno de los más seductores fue James Mason y el más elegante, está claro, Joseph Cotten en La sombra de una duda (1943). Los impecables Gregory Peck, Cary Crant y Sean Connery jugaron al bueno y al malo, pero el más inocente fue Henry Fonda en Falso culpable (1956).

En Alfred Hitchcock. El enemigo de las rubias, Abe The Ape hace una particular y aguda revisión a la trayectoria del director tomando imágenes reconocibles de su universo y creando un imaginario nuevo. Dice Jean-Luc Godard que el cine de Hitchcock no estremece con sus historias, sino más bien con sus imágenes y con los objetos: «un bolso, una llave en la palma de la mano, un crimen reflejado en unas gafas, un molino de viento con las velas girando en sentido contrario, un vestido...». Abraham rescata esos poderosos objetos para acercarse lo máximo posible a sus maneras, películas, protagonistas y al equipo («La pandilla») con el que hizo posible su filmografía. Sus influencias y referencias del optimismo sofisticado de los años cincuenta, la naturalidad y la democratización social que lo cambió todo en los años sesenta, su pasión por la publicidad, la imagen y la fotografía clásica —que pasa de ser promocional a creativa y artística en los años cuarenta y cincuenta— hacen que los, y sobre todo las, protagonistas de sus ilustraciones parezcan modelos de las mejores portadas o de las editoriales de las revistas Harper’s Bazaar o Vogue.

La mujer de Abe The Ape no aparece nunca sin guantes, ni tocado o sombrero; viste alta costura con sus deseados accesorios y perfectamente maquillada y peinada, porque Abraham no pierde de vista ningún detalle del universo simbólico, estético y creativo de Hitchcock. Como los moños en espiral o french twists que lució Tallulah Bankhead, la primera chignon lady y una de las actrices preferidas del autor, en Náufragos (1944). Aunque, por supuesto, los moños más artísticos se ven en Vértigo (1958).

Abraham no olvida el elegante Balenciaga rojo con estampado floral de Bergdorf Goodman que lleva Eva Marie Saint (Eve Kendall) en Con la muerte en los talones (1959) y que combina con unos impresionantes zapatos negros de suela roja, una nota de tendencia actual que firma Abraham como conocedor de la moda. «Actué como un hombre rico manteniendo a una mujer», declaró Alfred durante su famosa entrevista con François Truffaut, puesto que los diseños de la Metro-Goldwyn-Mayer para Eve no le gustaron al director y este decidió irse de compras con la actriz a los elitistas almacenes neoyorquinos. Anécdota que acentúa el carácter obsesivo y fetichista del director.

Tampoco se olvida de Janet Leigh (Marion Crane) en Psicosis (1960) dándose un agradable baño de burbujas; una imagen que parece un icono pop y que recuerda a las protagonistas de Roy Lichtenstein. Una Marion feliz que disfruta de su baño como si fuera un anuncio comercial y sin un rastro de sangre, ni tan siquiera del sirope Hershey’s —bien podría convertirse en otro Campbell’s Condensed Tomato Soup— que se utilizó en la película para recrear la sangre tras las puñaladas de Norman Bates (Anthony Perkins).

También recrea el interminable desfile de modelos de Grace Kelly en La ventana indiscreta (1954) y Atrapa a un ladrón (1955) diseñados por Edith Head para definir esa «peligrosa elegancia» de los vestidos fluidos, como el icónico vestido New Look de Lisa Fremont, con los que ayuda a James Stewart (L.B. «Jeff» Jefferies) a resolver el crimen.

Y está la belleza sofisticada inalcanzable de Kim Novak (Madeleine Elster y Judy Barton) en Vértigo (1958), con su inconfundible conjunto en blanco y negro y las vertiginosas espirales a las que Abraham recurre como homenaje a Saul Bass y que terminan en el rubio platino del moño de Kim. Y Tippi Hedren con un elegante traje verde Eau de Nil en Los pájaros (1963) que, como Marion en Psicosis, parece ajena a lo que sucede, a pesar de todo lo que estaba pasando fuera y dentro del rodaje con Sir Alfred... Las protagonistas de sus ilustraciones parecen en muchas ocasiones estar lejos de amenazas, obsesiones y pesadillas y más cerca de salir del salón de Elizabeth Arden o de Tiffany & Co.

Podríamos decir que Alfred Hitchcock. El enemigo de las rubias es «una rubia Hitchcock» más, con una elegante apariencia de belleza hitchcockniana, pero en su interior se muestra en tono sagaz y con humor directo e inteligente una complejidad esencial ideada por el autor, resultado de su pasión y estudio por el trabajo del director británico.

A esta pasión se une el interés profesional de Abraham por el diseño gráfico y la creación gráfica histórica del siglo XX: la Bauhaus, la pintura y el collage fotográfico, la dirección artística de revistas como Vogue y Harper’s Bazaar durante su Golden Age, la fotografía clásica de moda y sus grandes nombres, la experimentación creativa, el color, el mimo por los objetos en decoración y en publicidad, la ficción televisiva más pop y la estética que abarca todos los ámbitos de la vida cotidiana.

El propio Alfred trabajó como escenógrafo en los años veinte en la Alemania de Weimar y también estudió Bellas Artes, lo que le permitió tener un conocimiento mayor de la atmósfera en los espacios y la repercusión del contenido psicológico de sus películas, algo que trabajó durante toda su trayectoria. Este aspecto es importante en los diseños de Abraham, para quien el juego con las perspectivas, los picados y contrapicados son recurrentes y atractivos.

Abe The Ape recupera desde el siglo XXI un nuevo Star System y un nuevo Hollywood Studio System al que lee la cartilla —más allá incluso del indignado y escalofriante Me Too—, donde la realidad parece ficción y la ficción una extraordinaria realidad, con unos protagonistas que son referencia y siguen inspirando para crear nuevas historias con universos creativos propios como este singular de Abe The Ape.

Esperanza García Claver