Bienvenidos a Luz de la tierra, mi cuarto libro de ejercicios de visualización creativa para niños. En la introducción explico la importancia que la meditación tiene para los niños, tanto respecto a su tranquilidad, creatividad y crecimiento durante los primeros años como en lo relativo al establecimiento de las bases para una vida adulta serena y feliz. También proporciono unas directrices prácticas sobre el uso de los ejercicios.
Las personas que hayan leído mis anteriores libros para niños ya estarán familiarizadas con algunas de las cosas que cuento a continuación, pero es necesario que las repita tal como las expliqué en los libros anteriores para beneficio de los lectores que no conozcan mi planteamiento de la meditación.
Luz de la tierra viene a completar mi colección de libros de meditación para los más jóvenes y pretende llevar la tierra a la vida de los niños a través de la meditación, de la misma forma que Luz de estrellas, Rayo de luna y Rayo de sol les llevan respectivamente las estrellas, la luna y el sol.
Nuestros hijos viven, desde el momento mismo de su nacimiento, dependiendo de nosotros plenamente y confiando por completo en que nos vamos a ocupar de ellos. Los bañamos, los alimentamos, jugamos con ellos y les proporcionamos todos los cuidados tiernamente de modo que se sientan protegidos y amados.
Limpiamos sus cuerpecitos y no nos cuesta ningún esfuerzo besar y acariciar a esos seres diminutos que tanta dicha nos proporcionan. Haríamos cualquier cosa por ayudarles a desarrollar sus capacidades. A veces incluso nos asombra que esas personas tan pequeñas dependan absolutamente de nosotros, aunque sólo sea por un tiempo breve.
En algunos momentos tenemos la impresión de que nuestros hijos van a ser bebés indefinidamente, pero no sucede así. A pesar de que la dependencia de nosotros se alarga relativamente, ellos comienzan a ejercer su independencia de muchas formas desde pequeños. Y, ciertamente, hay niños con una personalidad tan diferente de la de sus padres que a veces nos preguntamos cómo es posible que hayan tenido un hijo así.
Cada uno de ellos es una persona asombrosamente completa, cosa que va haciéndose más y más patente a medida que el tiempo pasa. Vemos que empiezan a coordinar los pies y las manos y que el cuerpo se fortalece. Cada día trae un descubrimiento nuevo y cada año marca, con sus enormes cambios, un hito importante en su desarrollo. Los niños son muy receptivos y participativos y durante los primeros años de vida se producen en ellos cambios asombrosos. Aprenden a darse la vuelta, a sentarse, a andar, a hablar y a correr. Su capacidad de movimiento varía a medida que desarrollan la coordinación de las distintas partes del cuerpo. Sus estructuras del habla maduran, prestan atención a lo que hacen y dicen los demás y recurren a la imitación constantemente. A veces, vemos en sus esfuerzos una parodia de lo que somos, cosa que nos hace tomar mayor conciencia de nuestros actos y palabras.
Los hijos aportan a nuestra vida una plenitud que jamás habíamos experimentado, además de unos vínculos completamente distintos de todo lo vivido previamente. Al sostener ese pequeño bulto en brazos sentimos una dicha que nos hace maravillarnos ante la inmensidad del mundo al que acabamos de traerlo y, al mismo tiempo, darnos cuenta de que sólo dependerán tan absolutamente de nosotros durante un tiempo breve. Cuando nos llega un hijo, parece que los años que les esperan nos llevarán muy lejos en el futuro, pero a medida que los vemos crecer, a medida que vivimos cada gran cambio con ellos, el tiempo se acorta inexorablemente, hasta que les llega la hora de emprender su propia vida, como nos sucedió a nosotros en su día.
En realidad, comienzan pronto a ser independientes. La destreza de gatear les proporciona cierto grado de autonomía y la de andar, más aún. Cuando aprenden a comer solos, sin ayuda, superan otro estadio en el desarrollo de la independencia. Estos logros son meros precursores del desarrollo de sus fuerzas, que fortalecen la voluntad de hacer las cosas por sí mismos.
El jardín de infancia y la etapa preescolar permiten a los pequeños avanzar en su independencia con respecto a los padres. Los maestros pasan a desempeñar entonces un papel influyente como modelos de conducta que también contribuye a desarrollar su independencia. A lo largo de la enseñanza primaria y de la secundaria el niño continúa avanzando en el proceso hasta que el diminuto bulto de dependencia que era al principio logra independizarse como jamás habríamos imaginado la primera vez que lo vimos al nacer.
Durante este proceso, somos muchos los que procuramos proporcionar a nuestros hijos la mejor escolarización posible; los respaldamos en todos los estadios de desarrollo físico y mental, los ayudamos con las tareas escolares, prestamos atención a sus problemas y estamos a su lado a la hora de enfrentarse al laberinto emocional que suponen las amistades y las decepciones que la vida les depara.
La vida puede ser un proceso dificultoso para los pequeños. Cuando contemplamos nuestra propia vida volviendo la vista atrás y consideramos los sentimientos contradictorios que teníamos respecto a las diversas cuestiones que hubimos de afrontar desde una tierna edad, estamos en posición de comprender la perplejidad que despiertan en nuestros hijos las actitudes y comportamientos de sus compañeros y demás personas de su entorno.
Los niños necesitan sentirse seguros. Durante la infancia, la unidad familiar representa esa seguridad. Disponer de una habitación propia, compartida o no, con sus propios juguetes o animales también refuerza la sensación de seguridad, igual que el hecho de ir al colegio y mantener la continuidad de trato con amigos y maestros.
Sin embargo, todos necesitamos otra clase de seguridad, crucial para el desarrollo de la independencia y de la confianza en uno mismo. Dicha seguridad no emana de la posesión de ningún objeto en concreto ni de las personas del entorno. En última instancia, la seguridad no radica en las posesiones ni en la dependencia de otros. Ningún objeto ni ninguna persona puede hacernos sentir seguridad. La seguridad consiste en estar a gusto con uno mismo, pues eso es lo único que afianza la seguridad interior. Una profunda sensación de seguridad se consigue mediante el conocimiento de uno mismo y puede aumentarse con la meditación.
Aunque el concepto de meditación suene fuerte en relación con los niños o con los jóvenes, o incluso con nosotros mismos, no lo es. Por el contrario, posee una gran ligereza. La meditación no restringe la mente sino que la abre, la pacifica, la libera. Nos permite adentrarnos en nosotros mismos y llegar a un lugar tranquilo donde reinan la paz y la serenidad. Nos ayuda a vernos a nosotros mismos, a considerar nuestras inquietudes de formas distintas, y nos asiste a la hora de buscar solución a los problemas o lo que precisemos para ser felices.
Los niños poseen una mente muy receptiva. Desde el momento en que nacen, absorben información de sus padres y otros adultos, de sus compañeros y del entorno. Son como un programa de ordenador pero con capacidad para crecer y mejorar con la edad. Al principio, el programa es sencillo, pero luego va desarrollándose y haciéndose más complejo a medida que madura.
No sólo aprenden pronto a comer solos, a gatear y a andar sino que además adquieren complicadas capacidades de comunicación al unir frases, generalmente acompañadas de la acción manual. No sabemos con exactitud cuándo comienzan a relacionar los datos sueltos, pero tengo la impresión de que recogen información desde el instante en que nacen. Muchos padres hablan o cantan a sus hijos desde el primer momento y estoy convencida de que la atención que esos niños reciben y los sentimientos que acompañan las palabras y la música los ayuda a desarrollarse.
Todo lo que proporcionamos al niño conforma la personalidad del adulto de mañana. Si sólo les proporcionamos información positiva y cariñosa, seguramente proyectarán pensamientos igualmente positivos y cariñosos hacia el universo a medida que se hagan mayores y tengan hijos a su vez; entonces, volverán a comenzar el mismo proceso con sus propios hijos.
Puesto que queremos lo mejor de lo mejor para nuestros hijos, puesto que deseamos prepararlos para el mundo en que van a vivir, tenemos que prestar atención no sólo a su mente y a su cuerpo sino también a su espíritu.
La meditación contribuye al alimento físico, mental y espiritual del niño. Nos abre el paso al interior de nuestro yo y nos permite abonar constantemente esas tres dimensiones esenciales del ser con información y sentimientos positivos.
La meditación y los niños se llevan maravillosamente. Los niños son receptivos, tienen la mente limpia y cristalina como un gran embalse de agua y aceptan las cosas con facilidad y prontamente, no las cuestionan como nosotros. Si los niños aprenden a meditar a una edad temprana, sabrán hacerlo durante toda su vida, si lo desean.
Existen muchas clases de meditación y creo que la que más conveniente para los niños es la visualización creativa. Les pone la mente en acción pintándoles imágenes y dibujos dentro de sí mismos y les activa los resortes de la creatividad. Todos los niños son creativos en alguna actividad, ya sea el dibujo, la pintura, la construcción con piezas de mecano, el baile o hilando palabras para inventar cuentos. Creo que debemos potenciar todas las formas de creatividad en los niños durante la infancia, tanto si terminan siendo pintores, bailarines o escritores como si escogen el manejo de grúas, la contabilidad, el secretariado, el ejército o la presidencia de un país.
Cuando los niños aprenden a meditar, aprenden también que la seguridad está dentro de sí mismos. Si aprenden a una edad temprana, se preparan mejor para la vida y cuentan con una ventaja más. Si enseñáramos a meditar a todos los niños y ellos enseñaran a sus hijos, el mundo sería un lugar muy diferente. La gente se sentiría segura y capaz y no tendría necesidad de hacer daño al prójimo. Creo que si logramos animar a nuestros hijos a que mediten, no sólo serán más felices en su interior durante los años de crecimiento sino que se convertirán en adultos bien adaptados y satisfechos.
En mi primer libro, Luz de estrellas, insistí en la importancia de comenzar a meditar lo más pronto posible. Describí cómo empecé con mi hija Eleanor, a sus tres años, con simples ejercicios de visualización para tranquilizarla por la noche. Aunque en general dormía bien, tenía pesadillas de vez en cuando.
Las pesadillas son una experiencia terrible tanto para el niño como para sus padres. El niño se angustia y tiembla y los padres no saben a qué se debe tanto malestar. ¿Será por algo que ha hecho? ¿Qué ha vivido el niño en las horas de vigilia, que tanta inquietud le produce por la noche? ¿Hay algo en el dormitorio que le da miedo cuando la luz está apagada?
La preocupación por Eleanor me inspiró la idea de proporcionarle un ángel de la guarda que le diera seguridad. Le conté que el ángel la envolvería en sus alas para que se sintiera protegida y a salvo de cualquier daño. Más adelante, la situé en un jardín y le creé una imagen mental de lo que podía encontrar allí: muchas clases de animales, una barca en la que podía subirse, una nube para flotar por el cielo...
Los ejercicios fueron creciendo con el tiempo hasta que surgió una visualización que llamo «Preludio de la estrella». Di a Eleanor una estrella e hice que ésta derramara luz por todo su cuerpo; el ángel de la guarda estaba presente también; le llené el corazón de amor; le di un árbol de los problemas donde podía colgar cualquier preocupación que tuviera. Después, le di una cancela que, al abrirse, la llevaba a su maravilloso, seguro y tranquilo jardín interior.
A Eleanor le gustaban tanto esos momentos que no se ponía a dormir hasta que le había dado el tema de meditación de la noche. Esta actividad llegó a adquirir un peso muy superior a la simple rutina de contarle un cuento o leerle una meditación. Logramos establecer entre nosotras un vínculo mucho más intenso de lo que era hasta entonces, y muy hermoso, además.
Por otra parte, mediante esta actividad puse a prueba mis dotes de narradora. Nunca me había considerado imaginativa, y menos aún narradora de cuentos y, sin embargo, cuando me sentaba al borde de la cama de mi hija, las imágenes empezaban a fluir. Siempre comenzaba con la estrella, el ángel, el corazón, el árbol de los problemas y la entrada al jardín. No tenía idea de lo que seguiría después ni de lo que le contaría. Pero cuando abría la verja del jardín para que entrara Eleanor, siempre encontraba la inspiración para el tema de la noche. A veces era algo muy simple, como una nube que pasaba flotando. En cuanto nombraba la nube, empezaban a sucederse las imágenes, por ejemplo, que la nube tenía riendas y bajaba a recogerla para llevarla a dar un paseo por los cielos. Yo también me ponía en estado de meditación, así que las imágenes que describía provenían de mi subconsciente y así, no sólo se las proporcionaba a Eleanor sino que además las vivía con ella.
A Eleanor todavía le gustan los ejercicios de Luz de estrellas y no he dejado de recurrir a ellos, aunque haya ido añadiendo los que se encuentran en los siguientes libros para niños, Rayo de luna y Rayo de sol.
Aún recuerdo la primera vez que hicimos la meditación del oso panda (en Luz de estrellas) por la cara de pura felicidad que puso cuando le describí la textura del pelaje y el abrazo tan grande que iba a darle el oso. Hemos vuelto a hacer ese ejercicio muchas veces a lo largo de los años y siempre reacciona de la misma forma: alegría y felicidad.
A Eleanor le encanta ser hada porque le entusiasma volar, le encanta estar con gente, le encanta su jardín particular... Mi hija nació en julio de 1981 y creo que estos temas de meditación la acompañarán durante muchos años todavía. Claro que tengo que empezar a pensar en otros nuevos que ofrecerle, pero los primeros serán siempre los favoritos: los eternamente entrañables y queridos.
En Luz de estrellas recogí una serie de ejercicios que utilicé con Eleanor y también con otros niños que a veces se quedaban a dormir en casa. Esos mismos niños siguieron pidiéndome que repitiéramos la experiencia cuando se quedaban a pasar la noche con nosotros, incluso cuando hacía tiempo que no se quedaban a dormir en casa. Y siempre se acordaban del tema de la última meditación. Me parece interesante que, en medio del bullicio y las prisas de la vida actual, los niños recuerden los momentos de calma que experimentaron durante la meditación y que deseen repetir la experiencia.
La que ayer fuera mi niñita pequeña es hoy tan alta como yo, se ha convertido en una persona cada vez más independiente y dueña de sí misma, a sus dieciséis años de edad. Escribí El espacio interior cuando ella estudiaba secundaria, al darme cuenta de que sus necesidades iban cambiando y que los adolescentes precisan ejercicios de meditación y visualización que los preparen para el trabajo escolar, los exámenes, las presiones con los compañeros, escoger estudios y disfrutar de una vida abundante.
Eleanor sabe meditar y entra en estado meditativo fácilmente siempre que lo desea. Sin embargo, todavía en algunos momentos, me siento al borde de su cama porque está preocupada por las presiones del día o por alguna cuestión personal y la guío hasta el estado meditativo con la intención de procurarle un sueño reparador y un despertar fresco y renovado, libre del trauma que la agobiaba la noche anterior.
No sabemos qué preocupa a los niños porque a veces no disponen de los recursos necesarios para contárnoslo. A veces son muy pequeños o se sienten incapaces de expresar lo que sienten y, por lo tanto, les parece muy difícil hablar de sus preocupaciones. Cuando vemos que su conducta cambia, nos preocupamos por el motivo que lo provoca. Aunque digan que se encuentran bien, tal vez no quieran hablar del problema o no sepan cómo expresarlo.
En el «Preludio de la estrella», que precede a todas las sesiones de meditación, existe la figura del árbol de los problemas, que ha sido de gran utilidad a los niños que conocen mis libros. Antes de entrar en el jardín y comenzar la meditación, dejan las preocupaciones en el árbol de los problemas. Pueden sujetarlas al árbol con una chincheta, colgarlas de las ramas, dejarlas junto al tronco o, simplemente, desear que se queden en lo alto de la copa, pues la función de este árbol consiste precisamente en sostener las preocupaciones en sus fuertes y numerosas ramas y aceptar todas las inquietudes que los niños quieran confiarle.
En algunas guarderías han llegado a construir un árbol de los problemas en un rincón de la clase con el fin de que los niños dejen las preocupaciones inmediatamente, desde el principio, entre las ramas o en el suelo, alrededor del tronco, y disfruten de la jornada sin los temores o las inquietudes con que llegaron. Mucho me satisfizo la primera vez que oí hablar de ello, porque supone enseñar a los más pequeños una destreza que les quedará para toda la vida y que les equipa mejor para enfrentarse a los problemas en el futuro.
Conozco a un niño, cuyos padres pensaban que no tenía la menor preocupación en el mundo, que sentía un gran malestar al pensar en colgar sus problemas en el árbol. Le preocupaba mucho que el pobre árbol tuviera que cargar con tantos agobios. Así pues, ¿sabemos en realidad lo que inquieta a los niños?
A otro niño se le murió uno de sus abuelos y, poco después, un vecino que le quería mucho. Sus padres sabían que tales pérdidas preocupaban y entristecían al pequeño, pero descubrieron que le aliviaba mucho dejar esas cuestiones en el árbol de los problemas. ¡El niño acabó dirigiendo la meditación a sus padres y diciéndoles los problemas que tenían que colgar en el árbol! Toda la familia atravesaba un época difícil a raíz de la quiebra de un negocio y el consiguiente traslado de casa, además de las numerosas penas personales. El niño llegó a sentir que tenía cierto control sobre las circunstancias adversas en que se encontraba la familia guiando a sus padres en los procesos de meditación y diciéndoles los problemas que tenían que dejar en el árbol. Dejó en las ramas las personas que habían muerto y luego dijo que ni su padre, ni su madre ni él tenían que estar allí. Después alejó de allí a toda la familia y se la llevó a un mundo muy alejado del nuestro, donde su madre, que suele llevar el pelo corto y vestirse con pantalones, tenía el cabello largo y sedoso y un vestido largo que flotaba en el aire.
Una niña perdió a un miembro de la familia y siempre pedía a su madre que le leyera la meditación sobre la Pascua de Resurrección que se encuentra en Luz de estrellas, que dice que la muerte no existe porque el espíritu vive para siempre. No es extraño que se convirtiera en su meditación favorita porque necesitaba asimilar el tema de la pérdida. El árbol de los problemas también le sirvió de ayuda durante esa época tan dolorosa.
Conocí a la madre de Sophia durante una firma de libros en diciembre de 1995. Sophia tenía cinco años y era una piscis encantadora y sensitiva que no tenía ninguna dificultad para imaginarse lo que su madre le describía. En realidad, experimentaba la visualización tan claramente que todo le parecía real, pero se disgustaba mucho porque no entendía por qué lo que veía durante el ejercicio desaparecía cuando abría los ojos. Lloraba y lloraba porque quería que lo que sucedía en la meditación sucediera también en la realidad, por ejemplo, cabalgar a lomos de los animales, viajar al sol, ir al estanque de los reflejos, jugar con las ballenas y los delfines, ser un hada o cualquier otra aventura que hubiera visualizado durante el ejercicio de meditación. No lograba comprender que todo lo que veía con tanta nitidez durante la sesión no ocurriera en el mundo exterior... y deseaba con todas sus fuerzas que todo se convirtiera en realidad.
La facilidad de Sophia para percibir y sentir todo tan vívidamente es maravillosa. Tardó un poco en aceptar que lo que experimentaba ocurría dentro de sí misma y no se repetía en el mundo exterior. Una vez lo hubo aceptado, su madre descubrió que Sophia poseía una gran fluidez creativa y era capaz, por ejemplo, de cambiar su estrella todas las noches y de describirlas con todo lujo de detalles. Me pareció maravilloso que no se conformara sólo con el árbol de los problemas sino que se inventara también el de las alegrías, el del agradecimiento y el de los sueños. Me pregunto cuántos más habrá creado a estas alturas.
Rodney tenía doce años cuando hice un taller para niños con sida. Procedía de otro país y era un muchacho alegre y animoso que tenía muchas preguntas que hacer y una curiosidad infinita sobre el funcionamiento de las cosas. Cuando vivía en su país de origen, tenía un pato y, desgraciadamente, un perro se lo comió. Era un episodio muy doloroso para él porque tenía gran afecto al pato, los ayudantes del grupo de ayuda al que asistía decían que hablaba frecuentemente del pato y de la pérdida sufrida. Después de hacer el preludio de la estrella y el ejercicio de Rayo de sol titulado «El sillón viajero», Rodney hizo un dibujo de lo que había visto y experimentado. En primer lugar dibujó el árbol de los problemas con su querido pato al pie del tronco. El árbol de los problemas desempeñó la función que tenía que desempeñar: liberar al niño de su preocupación y ofrecerle un lugar seguro y resguardado donde situar al pato.
Una niña de catorce años llamada Rosemary, que pertenecía al mismo grupo de ayuda para enfermos del sida, dibujó el jardín más bonito que uno pueda imaginarse, con un abuelo árbol en el jardín tras una enorme y preciosa cancela. El abuelo árbol es el más viejo y sabio del jardín y recurro a él en todos mis libros porque a los niños les encanta. Rosemary espolvoreó las flores con purpurina roja para que brillasen y se esmeró tanto en los detalles del jardín que su dibujo me sorprendió gratamente; sin embargo, la página de al lado estaba en blanco, pero me dijo que no le había dado tiempo a llenarla y que lo haría más tarde con un dibujo de lo que había visto cuando volaba en el sillón viajero por encima del agua hasta Nueva Zelanda, donde había ido a ver un bosque de pinos y a esparcir en él las cenizas de su padre. Evidentemente, para ella era extremadamente importante poder utilizar la meditación para viajar y esparcir las cenizas de su padre. No le pregunté nada pero supuse que provenía de Nueva Zelanda y que deseaba que su padre descansara allí en paz. ¿Y qué mejor lugar para descansar en paz que un bosque de pinos?
Al igual que en Luz de estrellas, Rayo de luna y Rayo de sol, los ejercicios del presente libro son una mera indicación de lo que se puede hacer. No se trata de un formato inflexible. Es preciso que te sientas a gusto con lo que haces y que utilices tus propias palabras, no las mías. Las ideas de los ejercicios pueden inspirarte otras imágenes que desees explorar con tu hijo o hijos. Lo que he escrito es sencillamente una guía, una forma de sugerir a tu inconsciente lo que podrías decir, pero no una imposición en ningún caso.
Todas las sesiones empiezan con la estrella (véase «Preludio de la estrella»), que es el foco para lograr las condiciones de la meditación. En efecto, la estrella forma parte integrante del ejercicio porque es donde comienzan la relajación y la visualización. Después de la estrella, se lleva la luz blanca por todo el cuerpo, que es un ejercicio de relajación maravilloso, y luego viene el ángel, o si lo prefieres, un anciano sabio, por ejemplo, seguido a su vez por el árbol de los problemas (si te parece necesario). A partir de ahí, comienzas la meditación que hayas escogido, por ejemplo «La tierra y su luz», «La máquina del tiempo» o «La cigarra, la hormiga y el pájaro morado». Haz lo que creas conveniente según el humor del niño o niños, o incluso según el tuyo.
Aunque yo he recurrido a la estrella como foco, escoge la luna o el sol si te parece mejor. No importa cuál sea la imagen, lo crucial es proporcionar al niño algo en lo que concentrarse. Por lo que respecta a la relajación y la visualización, es igual de fácil hacer bajar la luz del sol, que de la luna o de una estrella.
Si utilizas la luna, por ejemplo, di que la luna extiende los dedos sobre el mundo para que todos veamos por la noche, pero que tiene un rayo dedicado sólo a él. Ese rayo de luna es de brillantina, y sus motas diminutas le tocan todo el cuerpo y le hacen brillar en la noche.
Si prefieres el sol, cuéntale que el sol es una gran pelota dorada que flota en el cielo, toda hecha de luz y calor. Entonces el sol manda un rayo muy grande hasta la cama de tu hijo y lo acaricia, lo abraza y le inunda de luz todas las partes del cuerpo. Eres tú quien debe escoger el vehículo más apropiado, sea el sol, la luna o la estrella.
Todos los textos de las visualizaciones concluyen invitando a los niños a que sigan meditando, a que alcen el vuelo desde las sugerencias hechas durante la lectura.
Diles algo así como «Ahora no voy a hablar más y me voy un momento. Dejad libre el pensamiento. No os va pasar absolutamente nada malo y enseguida vendré a buscaros». Déjalos meditar unos cinco o diez minutos, según su capacidad de atención; luego sácalos del jardín describiendo el camino de vuelta y diles que cierren la verja despacio al salir. Pasad junto al árbol de los problemas sin recoger las preocupaciones, arrópalos en un manto dorado y diles que abran los ojos cuando estén preparados.
Concluida la sesión, a lo mejor te apetece preguntar a los niños lo que han vivido durante el ejercicio.
Cuando leas las meditaciones, quizá te parezca que no son muy largas. Por favor, no olvides que cuando hables, debes hacerlo lentamente, en tono relajado, deteniéndote tras cada frase para que calen en la mente, porque así, el niño, que tiene los ojos cerrados y está concentrado en sí mismo, visualiza y siente más fácilmente lo que describes.
La forma de usar la voz es muy importante. Te resultará más sencillo si bajas el tono un poco, hablas más despacio e imprimes a tu voz un matiz tranquilizador. Las voces graves y sin tensión suelen resultar hipnóticas.
Algunos temas de meditación son más largos que otros. Si estás cansado, escoge uno corto. He comprobado que a los niños no les importa la duración, sólo el hecho de que les dediques ese rato en exclusiva.
Aunque yo llame a estos ejercicios simplemente «meditaciones», a lo mejor a ti te gusta más decir «cuentos». En realidad no tiene importancia, no es más que un nombre. Lo principal es que compartas una experiencia única con tu queridísimo hijo.
Poner en práctica estos ejercicios de meditación con los niños no es lo mismo que leerles cuentos. Leer es una actividad pasiva porque el lector no se aparta de lo que cuenta el autor. Los niños lo entienden y se implican en lo que les leemos, pero durante la meditación dirigida se implican activamente. Leer un cuento no cumple la misma función que leer un tema de meditación. La lectura de cuentos es imprescindible porque introduce a los niños en el mundo de la literatura, además de reforzar el aprendizaje de la lectura y la escritura. Sin embargo, la meditación nos permite dejar la mente libre a la investigación.
Cada ejercicio desarrolla un tema propio y distinto y proporciona al niño la ocasión de experimentarlo: hacer una película, ir con la cigarra, la hormiga y el pájaro morado y tocar música con ellos, viajar al sol en el vehículo del sol, entrar en la máquina del tiempo, convertirse en un color, subirse en un coche mágico que lo lleva a donde quiera, entrar en el reloj y cambiar el tiempo... Se pueden hacer muchas cosas, y todas esas cosas estimulan la imaginación. Los niños son capaces de crear las imágenes mentalmente y notar las sensaciones que surgen de ellas. En otras palabras: participan de la meditación.
Enseñé meditación en la escuela de Eleanor y la experiencia fue interesante por varias razones. En muy pocos centros escolares, que yo sepa, se dedica tiempo a la meditación. Helen, la maestra de Eleanor y jefe de estudios del centro, me propuso hacer unas sesiones de prueba de introducción a la meditación. Es decir, que la escuela, los niños y yo íbamos a estrenarnos a la vez.
Los niños se pusieron muy contentos cuando les dijimos que se sentaran en círculo, que íbamos a meditar. Les expliqué que íbamos a probar una cosa nueva todos juntos, que la meditación era como contar cuentos y que tenían que estar con los ojos cerrados mientras les contaba el cuento e imaginarse las escenas que les dijera.
Hicimos el preludio de la estrella y después uno de mis cuentos. Desde el momento en que empezamos, me di cuenta de que algunos niños se relajaban inmediatamente, y permanecían inmóviles durante toda la sesión. Otros, por el contrario, se revolvían inquietos, no podían estar sentados sin moverse ni mantener los ojos cerrados.
Los niños que alcanzaron un estado de meditación más profundo y lo mantuvieron eran los más avanzados respecto al rendimiento escolar. Los inquietos resultaron ser los mismos que, en general, no podían mantener la atención durante mucho tiempo y tenían dificultades para seguir el curso normal de las clases.
A lo largo de las semanas siguientes dediqué cierto tiempo a hablar con los que no lograban serenarse. No estaban seguros de lo que tenían que ver ni de lo que se esperaba de ellos. Les expliqué que podían llegar a ver, con la imaginación, las cosas que yo les iba diciendo y, que si no podían, a lo mejor veían otras y me las querían contar después.
Lo que más nos sorprendió a Helen y a mí fue que los niños que mayores dificultades presentaban para aprender en la escuela empezaran a mejorar. Consiguieron seguir procesos de pensamiento hasta el final, cosa que antes no podían hacer, y las historias que contaban iban enriqueciéndose gracias a un uso mucho más productivo de la imaginación.
Durante la misma época, colaboré con ellos también en la «publicación» de sus textos. Me los dictaban según los habían redactado en sus cuadernos y yo los pasaba a máquina. Antes de empezar las sesiones de meditación, los textos solían ser sobre la familia, meriendas campestres, bicicletas, etc, con pocos recursos de la imaginación en general, a excepción de los niños que tenían una facilidad natural para la visualización. Helen y yo recibimos nuevamente la agradable sorpresa de constatar que el contenido de los textos cambiaba y se tornaba más colorista, más imaginativo y más creativo.
Es muy importante recurrir a todo lo que libere la imaginación de los niños. Aunque en general terminemos sometidos a restricciones que debemos aceptar para seguir conviviendo, el pensamiento debería de ser libre y activo. Los problemas se resuelven más fácilmente si nuestra mente ve un poco más allá de sus narices, un poco más allá del reducido espacio a que la condenamos a veces.
Concluye las sesiones en el aula escolar como he indicado en la sección «Para terminar».
Después de la meditación, pregunta a los niños, uno por uno, lo que han visto o hecho. Te sorprenderán, sin duda. Unos ven mundos distintos, otros juegan con animales, los hay que buscan la olla de oro, al final del tema del arco iris (descrito en Luz de estrellas). Una niña dijo que había visto «el espacio», y lo describió con bellas palabras. Una de sus compañeras de clase, muy aficionada a los viajes intergalácticos, le puso los puntos sobre las íes diciendo: «No seas tonta, no se puede salir al espacio sin traje espacial y escafandra».
Hay niños que tienen mucho que contar, y también los hay tímidos que no se atreven a decir nada. Si meditaran un ratito todos los días por la mañana, en vez de sólo una vez a la semana, se liberarían notablemente. Considero que la meditación hecha antes de empezar a estudiar facilita mucho la asimilación de conocimientos.
Quiero insistir en la gran importancia del árbol de los problemas. Los niños tienen preocupaciones de las que no nos percatamos. Pueden sentir rivalidad con hermanos menores, tal vez en su casa menudeen las discusiones o quizá tengan problemas con amigos del colegio. ¡Cuántas veces habremos oído la frase: «Pues ya no seré amigo tuyo nunca más», y cuántas veces habremos tenido que limpiar las lágrimas que arrastran consigo esas palabras!
La meditación es el momento de la reflexión y la contemplación... el momento de viajar hacia dentro. Está al alcance de cualquiera, siempre y cuando se disponga de tiempo y se cree la ocasión propicia.
La meditación es sencilla, únicamente hace falta sentarse en silencio, solo o en grupo (preferiblemente en una silla de respaldo recto porque... si es muy cómoda, a lo mejor te duermes). Ponte ropa holgada, pero si no es posible, aflójate las prendas que te aprieten la cintura o la garganta para evitar estorbos. Procura no cruzar los brazos ni las piernas porque a la larga pueden incomodarte.
Si quieres, pon música suave de fondo, o tal vez prefieras el silencio. A veces, me gusta fijar mentalmente una escena concreta, como el jardín donde sitúo a los niños. Otras veces dejo la mente en blanco, abierta a cualquier imagen que me pase por la cabeza.
Nuestro cerebro funciona a varios niveles de conciencia. Dichos niveles se llaman «beta», «alfa», «theta» y «delta». El nivel de conciencia normal en que nos desenvolvemos se llama beta, es el que tenemos mientras trabajamos en la vida cotidiana. Cuando nos situamos en un estado de meditación, entramos en alfa, que es el estado en que podemos crear escenas e imágenes en la pantalla de nuestra mente. También existen los niveles theta y delta, a los que llegamos a medida que profundizamos en el estado meditativo. A casi todos nos funciona bien el estado alfa, y salimos de él con una sensación de frescura y renovación.
Cada cual decide el tiempo que desea dedicar a la meditación. Si sólo dispones de cinco o diez minutos, puede ser suficiente. No obstante, para que el beneficio sea completo, es mejor dedicar veinte minutos, porque la meditación estimula la tranquilidad, relaja la tensión y libera de ansiedades en la medida en que te desprendas de los problemas. Los problemas no desaparecen necesariamente, pero la meditación puede influir positivamente en la forma de afrontarlos y, a veces, encontramos la solución cuando nos tomamos un tiempo para sentarnos tranquilamente.
La meditación es una forma muy relajante y apaciguadora de sobrellevar el estrés y la ansiedad de la vida cotidiana. Muchos médicos se la recomiendan a sus pacientes como práctica acertada y saludable. Es una forma calmante y agradable de pasar un rato tan breve, y además conlleva múltiples beneficios.
¿Por qué no enseñar el uso de esta herramienta a nuestros queridos hijos lo más pronto posible? ¿Y por qué no demostrarles lo beneficiosa que es practicándola nosotros mismos?
Los niños de hoy son los adultos del futuro. Tenemos que asegurarnos de que dispongan de las herramientas necesarias para enfrentarse a lo que la vida les presente. Si piensas en tu infancia, cuando llegaste a la adolescencia y afrontabas el futuro con ilusión, aunque también con inquietud, descubrirás que eso mismo es lo que sienten tus hijos. Si a su edad nos hubieran enseñado a disfrutar de un espacio solitario dentro de nosotros mismos donde pasar un rato tranquilos y en paz, seguro que hubiéramos considerado nuestro porvenir con más seguridad y dominio sobre nosotros mismos.
Si enseñamos a los niños de hoy a meditar, a encontrar en sí mismos una serenidad y una seguridad que nadie pueda arrebatarles, los preparamos para la vida de mañana, para cuando tengan que superar muchas horas bajas y también altas.
Proporciona a tus hijos las herramientas necesarias para cualquier contingencia por medio de la meditación, enséñales a descubrir ese espacio interior de seguridad en sí mismos que jamás encontrarán en el dinero ni en la sociedad... y que ellos a su vez traspasen a sus hijos los conocimientos que les has dado. Entonces, nuestro mundo será un lugar mejor y más positivo donde habrá esperanza para todos.