Heinrich Himmler cultivó diversas aficiones, y en muchas de ellas era un auténtico experto: las figuras prehistóricas de Venus, la telepatía, el cultivo de verduras, la cría de pollos, los hakama (los pantalones tradicionales de los campesinos japoneses), la reencarnación, los fertilizantes naturales, las costumbres sexuales tibetanas, la homeopatía, la cosmología germánica, las castas de la India, la heráldica alemana, el Bhagavad Gîta (texto sagrado hinduista), la teoría de la cosmología glacial, la Atlántida y un largo etcétera[44]. Este hombre que parecía tan culto a ojos de los alemanes era el mismo que en cierta ocasión llegó a confesar a su lugarteniente Karl Wolff:
… ¿Y qué hacemos con las mujeres y niños [judíos]? Me he propuesto encontrar una solución muy clara para este dilema. La cuestión es que no me considero con derecho a exterminar a hombres […] y dejar que sus hijos crezcan para que luego se venguen en nuestros hijos y nietos. El plan debe llevarse a cabo sin que, ni el espíritu ni el alma, de nuestros hombres ni nuestros líderes se resientan[45].
El «inquisidor del Reich», «genio del mal» o «el gran carnicero» eran algunos de los apodos por los que se conocía a uno de los hombres más poderosos del Tercer Reich. Sus biógrafos lo describen como frío, calculador, ambicioso, racista inquietante, meticuloso, inhumano y carente de escrúpulos. El historiador Peter Padfield lo define simple y llanamente como el «arquitecto de la Solución Final». Himmler, con la ayuda de otros, como Reinhard Heydrich, Adolf Eichmann o Heinrich Müller, levantó pieza a pieza la máquina burocrática que permitió llevar a cabo el asesinato en masa de millones de judíos de toda Europa. Pero si queremos saber quién fue este gran titiritero al que cada mañana le gustaba decidir sobre la vida y la muerte de millones de personas, debemos remontarnos a su niñez. Himmler, al igual que Maximilien Robespierre, el revolucionario francés cuyos escritos leía ávidamente, creía firmemente en la «perfectibilidad» de los seres humanos, a pesar de que, en aquella Alemania en la que vivía, los habitantes bajos, morenos, de toscos rasgos y algo obesos se alejaban de la imagen ideal del guerrero germano, alto, rubio y vigoroso.
Nacido el 7 de octubre de 1900 en la ciudad de Múnich, en una familia de clase media baja; su padre, Gebhard Himmler, era maestro en una prestigiosa escuela de enseñanza media. Peter Longerich, en su obra Heinrich Himmler: A Life, lo define como «un maestro de escuela inflexible, duro y la encarnación de la figura autoritaria tan común en el sistema escolar alemán de la época». Alfred Andersch, en The Father of a Murderer, lo retrata de manera diferente: «Era ágil, de complexión media y, para mantener la atención de la clase, jamás se valió de castigos o reprimendas. […] Le bastaba con una mirada estricta pero firme en sus ojos, y tras sus gafas redondas y mesándose su barba pelirroja, esperaba pacientemente a que el alumno encontrara una respuesta a su pregunta»[46]. Lo cierto es que en aquella época, los maestros de escuela inculcaban a sus jóvenes alumnos conceptos como la superioridad de la raza alemana o la gloria de la guerra.
Gebhard Himmler sentía un gran interés por las antiguas dinastías alemanas, afición que pudo desarrollar mientras fue el «preceptor de estudios» del príncipe Heinrich de Wittelsbach, el miembro más joven de la familia real bávara. Aquel puesto no solo dio a Gebhard un gran prestigio, sino que, además, le permitió el acceso a los magníficos archivos de la realeza. La familia real de Baviera había dado dos emperadores al Sacro Imperio, un rey de los romanos, dos reyes de Bohemia, un rey de Hungría, un rey de Dinamarca y Noruega, y un rey de Grecia (el futuro Reichsführer recibió el nombre del príncipe de Wittelsbach).
Heinrich era el mediano de tres hermanos, pero asumió el papel de «hermano responsable» y daba consejos a sus otros dos hermanos. En 1921 pidió a su hermano pequeño, Ernst[47], que fuera bueno con sus padres y en 1923, recomendó a su hermano mayor, Gebhard[48], que no contrajera matrimonio con la hija de un banquero de «moral dudosa», en palabras del propio Heinrich. Y Gebhard siguió su consejo. Gebhard relató años después que la familia en general y Heinrich en particular eran muy aficionados a la historia antigua de Alemania y a las leyendas germánicas. Incluso una de las habitaciones de la residencia familiar se denominaba Ahnenzimmer, «habitación de los ancestros»[49].

Gebhard y Anna Maria Himmler (de pie) con sus tres hijos, Heinrich (izquierda), Ernst (centro, sobre su niñera) y Gebhard (derecha) en una fotografía de 1906
En las estanterías del hogar de los Himmler se alineaban decenas de volúmenes encuadernados en piel azul que conformaban la Monumenta Germaniae Historica. El joven Heinrich pasaba horas leyendo las historias y leyendas de los reyes visigodos de España, de los reyes lombardos de Italia y de los reyes merovingios y carolingios —los antiguos monarcas del territorio de Francia, Bélgica y Países Bajos—. Fue Gebhard Himmler quien inculcó a sus tres hijos la idea de la necesidad de una futura nación alemana, fuerte y poderosa, pero fue su hijo mediano quien mejor comprendió el concepto. Otra idea que Gebhard logró implantar en la mente de Heinrich fue la de que una futura Alemania debería protegerse de los eslavos del este, Untermenschen, o «pueblos inferiores»[50].

Heinrich Himmler con siete años
Según relata Peter Padfield en su biografía sobre Himmler, un amigo suyo de la infancia llegó a afirmar que «era un niño enclenque que soñaba con importantes y valerosas gestas, pero realmente era solo un sueño para un niño que era demasiado débil, con una tez mortecina, corto de vista y algo regordete». Aunque en los estudios era un niño modélico, lo cierto es que en los deportes tenía que aguantar las risas de sus compañeros. Himmler sentía envidia y cierta admiración por los hombres de claro aspecto ario, como Reinhard Heydrich o el explorador Ernst Schäfer.
Otra humillación que le persiguió durante el resto de su vida fue su actuación durante la Primera Guerra Mundial. Él soñaba con llevar a cabo actos heroicos en las trincheras en el frente del Marne o Verdún, pero hasta 1917 no tuvo edad para ser alistado. Tampoco pudo incorporarse a ningún regimiento debido a sus condiciones físicas. Gracias a las influencias de su padre, consiguió ser aceptado en enero de 1918, en el 11º Regimiento de Infantería de Baviera, pero cuando se recibió la orden de movilización, el 17 de noviembre, hacía seis días que la guerra había terminado. Algún enemigo de Himmler disfrutó asegurando que «el Reichsführer había sido el único alemán que no se había manchado las botas de barro», refiriéndose al barro que inundaba las trincheras.
De los 11 millones de hombres reclutados por el Imperio alemán, 1.774.000 perdieron la vida en la Gran Guerra. Sin ni siquiera haber salido del cuartel, el joven Himmler, de dieciocho años, era ahora un Fahnenjunker o «soldado licenciado», pero de su pecho no pendía ninguna medalla ganada heroicamente en el campo de batalla.
La catástrofe de la guerra transformó a toda una generación de alemanes, incluido Himmler. Sin ningún tipo de esperanza, se unió a los Freikorps, una banda de militares desencantados que se dedicaban a dar palizas a los grupos comunistas. En Múnich, derrocaron al gobierno revolucionario de Baviera y acabaron con la vida de casi seis mil personas. Gebhard Himmler no era partidario de que su hijo perteneciera a los Freikorps, a los que definía como «revolucionarios e inútiles que solo desean la guerra civil en el país»[51]. Pero el joven Heinrich, al igual que otros muchos de su edad, se sentía desorientado y no sabía bien qué futuro le esperaba. Esos jóvenes fueron el gran caldo de cultivo para todos esos líderes que, gracias a los medios de comunicación, comenzaban a inculcar el antisemitismo. A los judíos se les responsabilizaba de la derrota alemana, de controlar el mercado negro o de las privaciones que sufrían los alemanes. La incertidumbre y el descontento eran patentes.
Tras un breve periodo en el campo, Heinrich Himmler regresó a Múnich y se incorporó al Instituto Técnico para estudiar ingeniería agrónoma. El propio Reichsführer llegaría a escribir en su diario:
La política es como la jardinería. La sociedad alemana es como un jardín al que hay que arrancar las malas hierbas. Solo así conseguiremos que el jardín pueda florecer y crecer de forma vigorosa.
Sin duda, se refería a judíos y comunistas, y con el paso de los años él mismo se convertiría en el «jardinero» de Alemania. Himmler ya formaba parte de diversos grupos estudiantiles de clara tendencia nacionalista, pero también de grupos ocultistas y esotéricos, como los Artamanes. Allí entró en contacto con hombres como Walther Darré o Rudolf Höss, futuro comandante de Auschwitz. A finales de la década de los años veinte, la mayor parte de sus miembros se incorporaron al NSDAP, el Partido Nazi[52].
Sus padres, Joseph Gebhard Himmler y Anna Maria Heyder, habían inculcado a los tres hijos la necesidad de ser ordenados, limpios, educados, obedientes y respetuosos con las tradiciones y prácticas religiosas, lo que llevó al joven Heinrich a sentir una profunda admiración por los jesuitas, la orden creada por Ignacio de Loyola en 1540. Para Himmler, los jesuitas eran los fieles soldados del papa y así, deberían ser los miembros de la Orden Negra, las SS. Cuando Himmler era tan solo un adolescente, escribió estas palabras en su diario:
Pase lo que pase, siempre amaré a Dios, le rezaré y le obedeceré y defenderé a la Iglesia católica, aun en el caso de ser expulsado de ella.
Sin embargo, poco tiempo después, Himmler encontró una nueva religión a la que rendir pleitesía, el nacionalsocialismo, y un nuevo dios al que rezar, Adolf Hitler. Al mismo tiempo, ya como comandante en jefe de las SS, Himmler llegó a definir a los sacerdotes católicos como «el mayor cáncer que podía sufrir un pueblo». Durante aquellos años, Himmler se convirtió en un ávido lector, y sus gustos iban de Hermann Hesse a Dietrich Eckart, de Los Protocolos de los sabios de Sión a El bolchevismo de Moisés a Lenin. Un diálogo entre Hitler y yo. Según relata Padfield, la lectura de la obra de Eckart hizo que el futuro Reichsführer de las SS se uniese al partido.

Dietrich Eckart
Dietrich Eckart era un nazi convencido, defensor acérrimo del nacionalismo y el pangermanismo, miembro de la Sociedad Thule, responsable del periódico antisemita Auf gut Deutsch (En Buen Alemán). Su obra era un compendio de conversaciones con un agitador llamado Adolf Hitler en las que intentaba descubrir las raíces judías del comunismo y cómo estas podían convertirse en un peligro para una gran Alemania en caso de que no se arrancasen de cuajo del suelo alemán. Fue Eckart quien introdujo a Hitler en los círculos burgueses de Baviera y Berlín, que se convertirían en las principales fuentes de financiación del recién nacido Partido Nazi[53]. Antes de su muerte en 1923, Eckart había gritado a los cuatro vientos:
Seguid a Hitler. Él bailará, pero yo he compuesto la música. Le hemos dado los medios de comunicarse con ellos… No me lloréis: yo habré influido en la Historia más que ningún otro alemán.
Adolf Hitler, en su Mein Kampf, dedicó un párrafo a Dietrich Eckart:
Bien sé que llegará el tiempo en que hasta los que ayer estuvieron contra nosotros, recordarán reverentes a los que, como nacionalsocialistas, rindieron por el pueblo alemán el caro tributo de su sangre, y entre los cuales quiero citar también al hombre que, como uno de los mejores, consagró su vida en la poesía, en la idea y por último en la acción, al resurgimiento del pueblo suyo y nuestro: DIETRICH ECKART[54].
Heinrich Himmler, ya con veintitrés años, se unió a la organización Reichskriegsflagge, liderada por Ernst Röhm, y poco después se afilió al Partido Nazi. Su primera función dentro de la organización fue la de trabajar junto a Gregor Strasser en la sección de propaganda. Mientras Hitler cumplía una condena de cinco años en la fortaleza de Lansberg —tras su intento de golpe de Estado fallido, conocido como el «Putsch de Múnich»—, de la que tan solo llegaría a cumplir ocho meses, Himmler se convirtió en un experto en quitarse de en medio a aquellos que podían suponer una traba en su ascenso al poder. Entre 1923 y 1927 se dedicó a ello, llegando incluso a delatar a su jefe, Gregor Strasser, por «criticar abiertamente las decisiones de Hitler». Strasser ocupó la presidencia del NSDAP entre 1923 y 1925, mientras Hitler estaba encarcelado, y en esa misma época Himmler fue contratado como secretario por Gregor Strasser, quien definió a su nuevo ayudante y futuro Reichsführer de las SS, en una carta dirigida a su hermano Otto, de la siguiente manera:
… un muchacho notable. Viene de una sólida familia católica, pero no quiere saber nada de la Iglesia. Parece una fiera medio muerta de hambre. Pero entusiasta, lo digo, increíblemente entusiasta. Tiene una motocicleta. Está fuera todo el día, de granja en granja y de pueblo en pueblo. […] Desde que lo contraté, nuestras armas están realmente a punto. Te lo digo, es el suboficial perfecto. Visita todos los depósitos secretos[55].
Strasser veía a Himmler como «un ambicioso joven que no dudaría en vender a su padre y a su madre con tal de ascender»[56]. Sus sospechas se convirtieron en realidad cuando el 30 de junio de 1934 Strasser fue detenido en la purga llevada a cabo por las SA (Camisas Pardas) de Ernst Röhm, acción conocida como «La noche de los cuchillos largos», ordenada por el propio Hitler y ejecutada por Himmler.
Para ello, el Reichsführer envió a Reinhard Heydrich con el objetivo de ejecutar a Strasser, a quien mató, en su propia celda, de tres disparos en la sien y dos en la nuca[57]. Para alejar a otro que competía con él por el favor del Führeren los aparatos de seguridad, el antes citado Ernst Röhm, Himmler le ofreció la posibilidad de un suicidio honroso disparándose con una pistola que él le haría llegar por medio de un mensajero. Röhm no aceptó y le dijo que, si lo quería muerto, lo matara él mismo. Himmler prefirió enviar a Theodor Eicke y a Michael Lippert[58], que ejecutaron de dos balazos al jefe de las SA. De ese modo, los cerca de tres millones de miembros de la Sturmabteilung, o «Guardia de Asalto», entraron a formar parte de las SS bajo el mando de Heinrich Himmler.

Imagen de 1927 de Himmler, Hess, Strasser y Hitler
En 1923, la campaña de resistencia en contra de las «indemnizaciones de guerra» a Francia y Bélgica se extendió por todo el país. Los paros generalizados, incluidos los de la industria pesada, obligaron al Gobierno a emitir moneda sin ningún tipo de respaldo. En apenas unas semanas, la moneda pasó de 9 marcos-1 dólar, a 18.000 marcos-1 dólar, y poco después a 350.000 marcos-1 dólar. En noviembre de 1923, una cerveza costaba 1.000 millones de marcos alemanes. Miles de antiguos soldados, sin ningún tipo de afiliación política pero desanimados ante la situación de pobreza en la que se encontraban, comenzaron a unirse a los grupos paramilitares tanto de izquierdas como de derechas. En unos pocos días, a las SA se unieron alrededor de 11.000 afiliados. En agosto de ese mismo año, Heinrich Himmler se unió al NSDAP con el número 42.404[59].
La Baviera natal de Himmler se encontraba en mitad de una guerra entre facciones derechistas: por un lado, el Kampfbund, de claro carácter pangermánico, dominado por Hitler, y, por otro, el Partido Popular Bávaro, que deseaba que Baviera retornara a un «principado» bajo la dinastía Wittelsbach. Ninguno de los dos bandos estaba dispuesto a ceder y únicamente estaban de acuerdo en su deseo de echar a los comunistas de la República de Weimar.
Himmler, por su parte, seguía siendo un ávido lector. Uno de los títulos que más marcaría su pensamiento fue la obra de Hans Günter Ritter, Tod und Teufel (El caballero, la muerte y la doncella), que hablaba de héroes sin piedad y muy destructivos cuya única determinación era vencer y exterminar a las castas inferiores. Unos héroes que solo podían pertenecer a las razas nórdicas, a la raza aria[60]. Himmler llegó a analizar el libro de la siguiente forma: «Es un libro que expresa con palabras y frases sabias y meditadas lo que yo siento y pienso desde que tengo uso de razón». El futuro líder de las SS defendía la necesidad de implantar una dura «legislación racial nórdica» y, gracias a los textos de Günter, creía firmemente que la raza nórdica sería la «nobleza» de la nueva Europa. Con estas lecturas y otras, como Das Buch Liebe (El libro del amor), de Werner Jensen, una especie de canto glorioso a la mujer nórdica, o Handbuch der Judenfrage (Manual de la cuestión judía) y Der falsche Gott (El falso Dios), ambas de Theodor Fritsch, Himmler se fue reafirmando cada vez más en sus convicciones antisemitas, mucho antes de conocer a Alfred Rosenberg o a Walther Darré, responsables de «popularizar» el mito ario para vendérselo a los alemanes[61].
Cuando Hitler le nombró jefe de las Schutzstaffel, o «Escuadrones de Protección», en 1929, Himmler recordó el texto de Günter como base para la transformación de las SS. El fin era crear un cuerpo fiel al Führer que fuera capaz de defender la raza aria y de exterminar a las razas inferiores sin ningún problema de conciencia. Así, los caballeros de las SS deberían proteger Alemania y al Reich tanto de los Minderrassigen («razas inferiores») como de los Fremdem («extranjeros»). Ese año, 1929, las SS estaban formadas por tan solo 280 hombres, en su mayor parte matones de taberna que se dedicaban a proteger a Hitler de «revienta mítines» o de los matones de los grupos comunistas, pero poco después Heinrich Himmler la convirtió en una unidad de élite perfectamente organizada y disciplinada. En ese mismo año, el NSDAP recibió un gran impulso gracias al Crack del 29 y a la Gran Depresión. La situación en Estados Unidos era catastrófica, pero aún lo era más en Alemania. Durante un discurso en la academia de oficiales de las SS en Bad Tölz, Himmler se dirigió así a los nuevos reclutas:
Nunca olviden que pertenecemos a una orden de caballeros de la que no podemos retirarnos. Hemos sido reclutados por la sangre y permaneceremos en ella en cuerpo y alma.
Presidiendo toda esta ideología se encuentra Adolf Hitler, el nuevo mesías, el salvador de Alemania. Pero si el Führer es el gran líder del culto nazi, Himmler fue el sumo sacerdote. En 1924, los líderes del Partido Nazi —declarado ilegal— habían comenzado a reagrupar a sus afiliados en pequeñas asociaciones Völkisch que formaban parte de un bloque llamado Völkischer Sozialer Blockcon el que pretendían presentarse a las elecciones al Parlamento. Durante la campaña electoral, Himmler dio numerosos discursos en las zonas rurales más alejadas, a donde se desplazaba en motocicleta. Hablaba de antisemitismo, de cómo el capitalismo esclavizaba a los agricultores, de los bajos salarios y del acaparamiento de alimentos por parte del mercado negro. Y, entre discurso y discurso, visitaba a Ernst Röhm en la prisión de Stadelheim. Himmler se encontraba fuera de Múnich, cuando el 1 de abril de 1924 se leyó la sentencia contra los golpistas del «Putsch», incluidos Adolf Hitler, Rudolf Hess o Ernst Röhm. A pesar de las condenas, todos estuvieron en la calle seis meses después, tiempo que Hitler usó para dictar sus memorias, que publicaría al año siguiente bajo el título Mein Kampf (Mi lucha).
Probablemente, los enormes esfuerzos de Himmler durante aquella campaña electoral se debían a su «deuda pendiente» por no haber podido combatir en la Primera Guerra Mundial. Sus compañeros mostraban las cicatrices de sus heridas de guerra o sus condecoraciones por actos de valor. Sin embargo, él no podía presumir de nada. Aun así, las elecciones del 7 de diciembre supusieron un descalabro para los grupos Völkisch, que perdieron casi la mitad de los votos y pasaron de 32 a 14 escaños en el Reichstag. A finales de ese mismo mes, Adolf Hitler fue puesto en libertad y clasificado como «inofensivo» por las autoridades debido a sus catastróficos resultados en las elecciones. Hitler quería adoptar como modelo para su Partido Nazi el de Benito Mussolini y su Partido Nacional Fascista, es decir, un partido monolítico con una sola cabeza, la suya. Para unificar a todos los grupos, Hitler mantuvo una reunión secreta con Gregor Strasser, en febrero de 1925, a la que Himmler asistió como secretario de este. Después de ofrecer su ayuda a Hitler, Strasser le dijo, mientras estrechaba su mano, que él sería más un Mitarbeiter («compañero») que un Gefolgsmann («afiliado»).
A principios de marzo de 1925, los grupos Völkisch se disolvieron y volvieron a reagruparse en el Partido Nazi, ya bajo el liderazgo único de Hitler. Himmler fue nombrado Gauleiter (líder de zona) suplente de la Baja Baviera, pero como Strasser estaba siempre de viaje, era él quien dirigía las actividades del partido en la región. Para Hitler, Baviera era, sin duda, el núcleo del nuevo partido, el corazón de la ideología nazi.
El historiador Bradley Smith, en su obra Heinrich Himmler: a Nazi in the Making, 1900-1926, afirma que en ese momento Himmler se hizo adulto debido a su compromiso con el Partido Nazi. Fue su función como trabajador profesional para la organización lo que le permitió resolver sus problemas de identidad y convertirse en hombre. No puede pensarse en Heinrich Himmler sin el partido y su ideología. Himmler era el nazismo[62]. El 30 de octubre de 1926, Joseph Goebbels escribió en su diario: «[Himmler] es un buen compañero y muy inteligente. Me gusta».
Además de su labor como líder de zona, Himmler asumió otras tareas. Era el jefe regional de los Artamanesen Baviera, asistente del editor del periódico Völkisch y, por si no fuera suficiente, Hitler lo nombró responsable suplente de la recién creada Schutztaffel, o SS, ahora en manos de Joseph Berchtold. Las SS de Baviera entonces estaban compuestas por tan solo 168 miembros. En 1927, a Berchtold le sucedió en el cargo Erhard Heiden[63] y Himmler fue ratificado en el cargo de «suplente». Aún no había llegado su oportunidad. Sus relaciones con Heiden no eran del todo buenas, por no decir que eran pésimas, pero durante todo este tiempo estuvo trabajando en la sede central del partido y logró llamar la atención de Hitler, sobre todo por su capacidad organizativa, su celo en el trabajo y su fanática convicción con el ideario nacionalsocialista. Para Himmler, Hitler era «no solo un genio, sino un profeta inspirado. Escuchábamos absortos todas las palabras que pronunciaba y no le interrumpíamos, ni quiera con una pregunta»[64]. Por aquella época, Goebbels definía a Himmler en estos términos: «[Himmler] parece el más inteligente y fiable; tranquilo, pero con una determinación de hierro. […] El joven Himmler jamás se sentará a la misma mesa que judíos, comunistas, jesuitas, socialdemócratas o francmasones»[65].
Su despacho en la sede del partido estaba atestado de archivos llenos de artículos de prensa perfectamente recortados y clasificados y con anotaciones de su puño y letra en los márgenes. La mayoría de esos recortes eran artículos escritos por periodistas declarados «hostiles» por el partido y Himmler apuntaba absolutamente todo de todos. Nada se le escapaba. Su atención enfermiza por los pequeños detalles y su férrea disciplina lograron destacar a los ojos de Hitler.
Al principio, Himmler, como Reichsführer suplente de las SS, se ocupó de crear el libro de afiliación al NSDAP, así como de la nueva «uniformidad» de los miembros de la organización, de su forma de desfilar y de pasar revista. Incluso se encargó de establecer la lista de canciones oficiales de las SS. También ordenó la confiscación de todas las armas a los caballeros de las SS, incluidas las de caza, y todo ello bajo tres preceptos que debían seguir todos sus miembros: los SS no debían fumar o abandonar la sala o hacer preguntas durante los mítines del partido; jamás se involucrarían en sectores que no fueran de su competencia, y se mantendrían siempre apartados de toda pelea o algarada callejera[66]. «El hombre de las SS debe ser el propagandista más ardiente del movimiento. […] El hombre de las SS debe aparecer en público siempre de la misma manera que si estuviera en servicio activo», recomendaba el propio Himmler en el nuevo reglamento de la organización. Pero una tarea que incluyó, de forma secreta, era la de informarle a él personalmente de cualquier miembro del partido que mostrase el menor signo contrario al ideario nacionalsocialista o contra lo marcado por el Führer.
El líder de las SS y todos los hombres de las SS a través de él, informarán de cualquier noticia sorprendente (auffallanden) sobre los oponentes, especialmente sobre la fuerte actividad socialdemócrata, sobre el KPD (comunistas), especialmente sobre las actividades de los líderes más importantes; sobre todos los francmasones y notables líderes judíos conocidos por las SS; sobre los acontecimientos especiales, en el área política o en cualquier otra, que pudieran ser de interés para nosotros[67].
Himmler escribió a Adolf Hitler un memorando en el que dejaba muy claro cuál era su función:
Mi Führer, estamos en la necesidad de crear una policía secreta al estilo de la Checa (soviética) para controlar a los miembros del Partido y de las SA. Las SS realizarán esta función garantizándole que serán sus guardianes más leales. […] Estarán ciegamente dedicados a usted y continuarán con la tradición de las Stosstruppen [«tropas de choque»] del 9 de noviembre de 1923[68].
En efecto, las SS se formaron en 1923 como un escuadrón encargado de la protección de los máximos líderes del partido. Dirigido por Emil Maurice, el grupo inicial estaba compuesto solo por ocho miembros. Tras el «Putsch de Múnich», la organización fue prohibida, hasta que en 1925 volvió a reaparecer. Tras su expansión por todo el territorio, las Stosstruppen («tropas de choque») cambiaron de nombre por el de Schutzstaffel (SS). Su lema era Meine Ehre heißt Treue («Mi honor se llama lealtad»). También se estableció la nueva fórmula de juramento: se situaban en posición de firmes con el brazo derecho alzado, y los tres primeros dedos de la mano derecha apuntando hacia arriba, al tiempo que pronunciaban las siguientes palabras:
Yo te juro, Adolf Hitler, Führer y canciller del Reich, fidelidad y valor. Prometo obediencia hasta la muerte a ti y a los superiores por ti designados. Que Dios me ayude[69].
Heinrich Himmler con la ayuda de dos de sus hombres de máxima confianza, Karl Wolff y Reinhard Heydrich, consiguió consolidar su poder en toda Alemania.

Karl Wolff, Heinrich Himmler y Reinhard Heydrich
Himmler sabía que solo a través de la información podría convertirse en el «gran titiritero» del Tercer Reich. Su tarea más importante era proteger al Führer de enemigos internos y externos. Himmler sabía que necesitaba un servicio de inteligencia fuerte, estable y absolutamente fiel. En aquellos años, el organigrama de las SS aún dependía de las SA de Ernst Röhm, pero Himmler sabía que sus SS eran el principal «enemigo» con el que podría encontrarse los «camisas pardas» en su camino hacia la posición de mayor confianza de Hitler. Las SA tenían al mando de las tareas de inteligencia e información a Graf Karl Leon du Moulin, pero Himmler no se fiaba de él debido a su proximidad a Röhm. Las SA contaban con casi 100.000 hombres fieles a Ernst Röhm, y, según Himmler, podrían convertirse en una bomba de relojería contra el liderazgo del Führer. El Reichsführer definía a las SA como «una masa mercenaria y revolucionaria, que al igual que el populacho a lo largo de toda la historia, era inestable y vulnerable a los halagos del postor más alto»[70].
En 1931, Himmler ordenó la creación de su propio departamento de inteligencia, el Sicherheitsdienst (SD) y puso al frente a Reinhard Heydrich, un joven oficial de la Kriegsmarine (Marina de guerra), con un turbio pasado, que había sido obligado a abandonar la Armada con deshonor[71]. Muchos historiadores coinciden en afirmar que este fue el mejor nombramiento de Himmler al frente de las SS o, al menos, el más inteligente. La asociación Himmler-Heydrich fue una de las grandes bazas de la seguridad del Reich y del curso de la oscura y negra historia de las SS que llevó a la «Solución Final». Heinrich Himmler era el hombre fiel de Adolf Hitler, y Reinhard Heydrich era el hombre fiel de Heinrich Himmler. Heydrich tenía veintisiete años en el verano de 1931, cuatro menos que su jefe y, además, compartían traumas y profundos complejos: Himmler por su incapacidad para el ejercicio físico y Heydrich por sus confusos orígenes.
Reinhard Heydrich, al igual que Himmler, era un niño tímido e introspectivo, y para evitar los rumores sobre los «supuestos» orígenes judíos de su padre, el musicólogo Bruno Heydrich, decidió unirse a los grupos paramilitares antisemitas. De ese modo la gente podría decir que «el viejo Heydrich no puede ser judío si su hijo Reinhard es un antisemita tan agresivo y convencido»[72]. Así, durante su adolescencia y juventud, Heydrich se unió a varios grupos Völkisch, formando parte de los sectores más activos y desarrollando un fanatismo racial absoluto. En su ficha de incorporación a las SS aparecía su pertenencia, de 1920 a 1922, a la Deutschvölkischer Schutz-und Trutzbund (Federación Nacionalista Alemana de Protección y Defensa), una organización de clara tendencia pangermánica y nacionalista cuyos objetivos se correspondían exactamente con los de la Sociedad Thule, en la que se había engendrado el Partido Nazi. Su símbolo era un aciano azul y una esvástica sobre un lema: Wir sind die Herren der Welt! («¡Somos los amos del Mundo!»). Reinhard Heydrich creía firmemente en la sagrada misión de despertar al pueblo alemán ante el peligro y la amenaza que suponían el pueblo judío y otros elementos no-alemanes, en especial la «influencia de las opiniones y pensamientos judíos y extranjeros», para la Alemania de entonces[73]. El 31 de julio de 1941, justo una década después de su nombramiento, Heydrich recibió una carta de Hermann Goering ordenándole «preparar la Solución Final a la cuestión judía».
Complementando la tarea que le fuera encomendada a usted por Decreto del 24.1.1939, para llegar en la cuestión de los judíos a una solución lo más favorable posible, según las circunstancias actuales en forma de su emigración y evacuación, le encargo por la presente tomar todas las medidas preliminares necesarias de organización y de índole material para la solución integral del problema judío dentro de la zona de influencia alemana en Europa… Le encargo, además, presentarme a la mayor brevedad un proyecto integral referente a tales medidas para dar cumplimiento a la deseada Solución Final del problema judío[74].
Es decir, el mariscal le encargaba encontrar una «solución global» (Gesamtlösung) a la cuestión judía en el área de influencia alemana, insistiendo en la orden de que «se me presente sin demora un plan global de las medidas organizativas, prácticas y financieras para la ejecución de la Solución Final (Endlösung) que se pretende dar al problema judío». Adolf Eichmann, uno de los hombres de Heydrich, reveló años después, durante su juicio en Jerusalén, que «la carta había sido escrita por el propio Heydrich y que el texto se presentó a Goering solo para su rúbrica»[75]. En los once años en los que Heydrich, el «favorito» de Himmler, mantuvo su poder al frente del SD, desde su nombramiento hasta su asesinato en Praga, se ganó los apodos de «el Verdugo», «el Carnicero de Praga», «la Bestia Rubia», «Corazón de Hierro» o «el Arquitecto del Holocausto». Sus fotografías muestran un rostro delgado, de nariz afilada y con unos profundos ojos fríos gris azulado, que le conferían una imagen diabólica. Uno de sus colegas en las SS le definió como «una de las personalidades más demoníacas en la dirección del nacionalsocialismo».
Otro de los hombres de confianza de Himmler fue Karl Wolff. Al igual que Heydrich, Wolff se ajustaba al ideal ario que tenía Himmler. Medía 1,80 metros de estatura. Pelo rubio, ojos azules y con una cara de longitud adecuada a los estándares de las SS. En la Primera Guerra Mundial había conseguido dos condecoraciones al valor: la Cruz de Hierro de Primera y Segunda Clase. Wolff se había educado en un hogar de la alta burguesía y, tras ser desmovilizado, había trabajado en varias empresas financieras. Su matrimonio con una mujer de la clase alta bávara le había llevado a Múnich, justo antes del «Putsch» de Hitler. El desempleo lo llevó hasta la sede de las SA, organización en la que se alistó. Su formulario de incorporación llegó a la mesa de Himmler. De maneras tranquilas y gran porte militar, se convertiría en su mano derecha.

Carta de Hermann Goering a Reinhard Heydrich acerca de la «Solución Final»
Wolff era un perfecto diplomático y mostró una gran habilidad para la persuasión y la conciliación. Todo lo necesario para proteger a su jefe de las consecuencias de su propio cargo y carácter. Reinhard Heydrich era la cara terrible del Reichsführer, mientras que Karl Wolff era la cara diplomática y de las relaciones públicas[76].
El 21 de marzo de 1933, tropas locales de las SS improvisaron en una antigua fábrica de municiones abandonada, en Dachau, a las afueras de Múnich, el primer campo de concentración con una capacidad para 5.000 prisioneros. El campo abrió sus puertas el día siguiente. Comunistas, socialdemócratas, monárquicos, conservadores, periodistas opositores, hombres de negocios judíos…, es decir, todos los enemigos del Tercer Reich fueron recluidos allí por orden de Himmler. El brutal Theodor Eicke, amante de la violencia y a quien Himmler había rescatado de un hospital para enfermos mentales, fue nombrado primer Kommandant. Eicke había sido sospechoso de preparar atentados con bomba contra adversarios políticos bávaros, por lo que fue condenado en julio de 1932 a dos años de prisión, pero gracias a la protección del ministro de Justicia, Franz Gürtner, consiguió escapar y ponerse a salvo en Italia hasta que fue rescatado por Heinrich Himmler, que le permitió unirse a las SS[77]. El mismo Reichsführer declaró:
Aquí [en Dachau] se concentrarán todos los comunistas y, si fuera necesario, los oficiales Reichsbanner y marxistas que amenacen la seguridad del Estado, porque, a largo plazo, no se puede mantener a los oficiales comunistas en prisión individualmente sin sobrecargar la maquinaria del Estado y, por otro lado, no se puede poner a estos oficiales en libertad[78].
Al establecer el mando de Gestapo-campo de concentración-SS, Himmler consiguió tener el control absoluto sobre el sistema de terror en la Alemania nazi. Himmler tenía las manos libres para aplicar y ejecutar un poder sin igual. Tanto el ministro de Interior, Wilhelm Frick, como el nuevo ministro de Justicia, Hans Frank, dieron a Himmler y a sus SS «patente de corso».
Para el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en septiembre de 1939, las SS alcanzaban el cuarto de millón de hombres. Las Waffen-SS,cuerpo de combate de las SS, aparecieron en diciembre de 1940, expandiendo así las primeras tropas armadas de las Schutztaffel, que habían luchado ya en las conquistas de Polonia y Francia en 1939 y 1940[79]. En 1934, Heinrich Himmler había recibido el control de la Gestapo, y, así, las SS se convirtieron en una policía secreta y en una unidad de élite de guerreros, y, sin duda, en el instrumento para la purificación de la raza, en el martillo contra judíos, masones, eslavos, comunistas y demócratas, y en el arma de colonización del este de Europa con granjeros nórdicos arios. Ellos fueron la vanguardia del llamado «Reich de los mil años». Los jóvenes de las SS representaban a la perfección las palabras de Adolf Hitler cuando dijo que «la vida era una lucha y solamente sobrevivirán los más aptos». Para Himmler, «a través de las SS, habría que adoctrinar a los alemanes con un credo sin concesiones para que sean aptos como los entregados comunistas que amenazan nuestra patria desde el este y desde dentro de Alemania».
El 20 de enero de 1929, fecha en la que se hizo con el control de las SS como nuevo Reichsführer, Himmler no parecía tener el porte de un gran soldado capaz de liderar una organización tan poderosa. Muy al contrario, era un hombre de brazos cortos, caderas anchas, tez blanquecina, pulcro bigote, labios apretados, barbilla pequeña, cabello negro con el cuello y lados afeitados, y con unas lentes redondas que rodeaban unos pequeños ojos miopes que le daban un aspecto de oficinista. Su imagen distaba mucho del ideario del alemán de raza aria. Existe incluso una fotografía de Himmler durante el «Putsch» de Múnich en la que se ve una figura ridícula al lado de un grupo de mercenarios de los Freikorps con pinta de matones de taberna. Himmler se «justificaba» utilizando una cita sobre Buda que aparece en el famoso Siddhartha de Hermann Hesse: «Sus hazañas y su vida son para mí más importantes que sus opiniones». Albert Krebs, líder de zona del partido en Hamburgo y que conoció a Himmler en aquellos años, explicaba lo siguiente en su autobiografía:
El «Hombre Sabio de Sión», la francmasonería mundial y la conspiración jesuítica pertenecían al arsenal intelectual del Partido, pero para la mayor parte de los dirigentes eran únicamente subterfugios de propaganda y no convicciones. […] Para Himmler, por el contrario, tuve que dar por sentado después de una conversación, que él vivía en medio de estos conceptos, que para él representaban su mundo, ante el cual el mundo real, el mundo práctico, con sus problemas y sus tareas, quedaba en último término[80].
A pesar de esta opinión de Krebs, para los máximos líderes del Tercer Reich sí eran importantes la raza y la defensa de su pureza, así como la lucha contra el judaísmo y la francmasonería. Los nuevos miembros de las SS debían ser seleccionados por su estatura y por su raza. Himmler afirmaba:
Para nosotros, sublime por encima de toda duda es el portador de la sangre, que puede hacer historia; la raza nórdica es decisiva, no solo para Alemania, sino para el mundo entero. […] Si conseguimos establecer esta raza nórdica en Alemania e inducimos a sus portadores a que se conviertan en granjeros y, con sus semillas, produzcan una raza de 200 millones de personas, entonces el mundo será nuestro. Si el bolchevismo vence, esto implicará el exterminio de la raza nórdica, […] la devastación, el fin del mundo. Estamos llamados, por tanto, a poner los cimientos para que la próxima generación haga historia[81].
Reinhard Heydrich, jefe de la Reichssicherheitshauptamt (Oficina Principal de Seguridad del Reich, o RSHA), que representaba el «ideal» del hombre ario de las SS, lo dejó claro en un discurso ante oficiales de su departamento:
Ningún Führer de las SS aceptará a alguien con la cara típica de eslavo porque él [el eslavo] pronto se daría cuenta de que no existe comunidad de sangre con sus camaradas de origen nórdico. Las fotografías que tiene que acompañar el impreso de solicitud de servicio en las SS servirán para que se puedan ver las caras de los candidatos en la sede [el Reichsleitung] de Múnich. En general, lo que queremos es buenos muchachos, no gamberros[82].
Para administrar la selección racial, no solo en las SS sino en toda la estructura y organizaciones del Partido Nazi, Himmler creó, el 1 de enero de 1932, el llamado «Departamento Racial». Al timón puso a Walther Darré, cuyas opiniones y teorías sobre la raza y la reproducción humana eran tan radicales como las del propio Himmler. Pero las ideas de Darré, que dejó patentes en dos de sus obras sobre el hombre rural, eran sencillamente elucubraciones sin sentido e hipótesis místicas sobre la raza, las primaveras de la vida en la Tierra y de leyendas germánicas mezcladas con las teorías sobre la necesidad del retorno del pueblo alemán a sus raíces rurales[83].
En 1934, Heinrich Himmler ya controlaba con mano firme las SS y casi todas las fuerzas policiales del Tercer Reich, manteniendo siempre un fervor casi enfermizo hacia la causa y hacia el propio Hitler. Pero, al mismo tiempo, continuaba viviendo las fantasías teutónicas y pangermánicas de su adolescencia. Mientras Heydrich vivía en el mundo real del nacionalsocialismo, Himmler habitaba en ese mundo y también en el otro. Eran mundos opuestos, pero complementarios.
«No olviden nunca que pertenecemos a una Orden de Caballería», dijo Himmler a sus generales de las SS. Y no hay una Orden de Caballería sin un castillo que proteger. En octubre de 1933, Himmler viajó a Westfalia junto a su fiel Wolff para visitar las nuevas unidades policiales que se estaban uniendo a la estructura de las SS. En el mes de noviembre, se dio de bruces con una fortaleza levantada en el siglo XVI que en sus tiempos de gloria fue reducto de los obispos de Padeborn pero que en aquel momento estaba abandonada, con parte del techo derruido y su interior lleno de escombros y ratas. Se trataba del castillo de Wewelsburg, situado en pleno corazón de Westfalia, vigilando el valle del Oder y a orillas del río Alme. A Himmler le pareció un lugar mágico.
A muy pocos kilómetros al este se encontraba el bosque de Teoteburg, donde, en el año 9 d. C., el líder de las tribus germánicas Hermann el Querusco derrotó a los romanos. Una de las lecturas preferidas del Himmler adolescente fueron los Anales de la Roma Imperial, de Cornelio Tácito, historiador, senador, cónsul y gobernador del Imperio romano. En sus Anales, Tácito cuenta que, en el bosque de Teoteburg, un gran ejército de tribus germánicas (queruscos, brúcteros, marsos, sicambrios, caúcos y catos), al mando del citado Hermann el Querusco, aniquilaron a tres legiones romanas, al mando de Publio Quintilio Varo[84]. Aquella terrible derrota romana fue decisiva, y a pesar de las campañas de castigo lanzadas por Tiberio, el Imperio terminó renunciando a todo intento de conquistar los territorios al este del Rin, fijando en su curso durante cuatrocientos años la frontera entre el Imperio romano y los llamados pueblos bárbaros. Suetonio, otro famoso historiador de época romana, cuenta que cuando el emperador César Augusto se enteró de la derrota meses después, golpeó su cabeza contra las paredes repitiendo una y otra vez: «Quintili Vare, legiones redde» («Quintilio Varo, devuélveme mis legiones»)[85]. Las asociaciones históricas y el ideario nacionalsocialista de Himmler le llevaron a alquilar el castillo y a comenzar a idear su transformación en el llamado SS-Schule Haus Wewelsburg (Escuela de las SS Haus Wewelsburg). Himmler pretendía convertirlo en una especie de Meca o de Vaticano donde los altos jerarcas de las SS pudieran peregrinar y recibir el adoctrinamiento espiritual necesario para abrazar lo que él definía como Weltanschauung, o «la visión del mundo». Se crearían bibliotecas y observatorios, se adquirirían obras de arte relacionadas con los mitos germánicos y se encargarían a maestros ebanistas la construcción de muebles decorados con símbolos rúnicos. Los habitantes de la zona serían trasladados a una zona especial[86].

Castillo de Wewelsburg
En total, el proyecto costó la friolera cantidad de 250 millones de Reichsmarks y la mano de obra para llevarla a cabo salió de Sachsenhausen, el campo de concentración cercano a Berlín. Miles de prisioneros fueron trasladados a un campo que se organizó para este cometido en el bosque de Niederhagen. Los prisioneros, mal alimentados y tratados en condiciones infrahumanas, fueron obligados a sacar enormes bloques de roca de una cantera cercana y a trasladarlos hasta el castillo para su posterior colocación. La reconstrucción y acondicionamiento del que Himmler definía como «un antiguo centro cultural germánico donde científicos e investigadores podrán estudiar los pilares de la cultura germana, libres de toda inclinación al considerar la ciencia un fin en sí misma», provocaron la muerte de más de un millar de prisioneros de Sachsenhausen[87]. En Wewelsburg se celebraron festivales paganos y a las esposas de los altos mandos de las SS se les permitía pertenecer a la Sippengemeinschaft, o «Comunidad» de la Orden de Himmler. Aquellos ritos estaban encaminados a fortalecer el vínculo entre los oficiales de las SS y sus familias con el resto de los ciudadanos del Reich.
Según Peter Padfield, Himmler necesitaba ese «secretismo» para evitar el ridículo ante muchos líderes del Tercer Reich, que consideraban las aficiones del Reichsführer por el ocultismo o la mitología germánica «pueriles» o propias «de alguien que no está en la realidad». Para Himmler, formar parte de su particular «Mesa redonda» era todo un honor reservado solo a los altos miembros de las SS. Para otras importantes figuras del nazismo, como Goebbels o Goering, incluso para el propio Hitler, todo aquello no eran más que las «extrañas locuras de Himmler». El círculo más cercano al Führer consideraba los pomposos desfiles de las SS, sus canciones y sus ritos como «tonterías de Himmler»[88].
Otro de sus rivales más poderosos dentro del círculo de Hitler era Alfred Rosenberg, que se definía como «un luchador contra Jerusalén» tras haber traducido al alemán Los protocolos de las Sabios de Sión. Muchos le consideraban un auténtico «analfabeto». Como Himmler, Rosenberg había ascendido muy rápidamente en la cúpula del Tercer Reich, y en 1936 había fundado una organización, con intereses paralelos a la Ahnenerbe, llamada Amt Rosenberg (Oficina Rosenberg). Lo que no sabía era que en los archivos de las SS existía un abultado dosier sobre él. Rosenberg nació el 12 de enero de 1893 en Reval (ahora Tallin), la capital de la actual Estonia. Su padre era un rico comerciante de Letonia, y su madre, una profesora de origen francoalemán. En 1936, Franz Szell, un periodista letón que residía en Prusia, escarbó en diversos archivos letones y estonios y publicó una «carta abierta», dirigida a varios líderes del Reich, en la que se acusaba a Rosenberg de no tener «ni una sola gota de sangre alemana» en sus venas, pues entre sus antepasados solo había «letones, judíos, mongoles y franceses»[89]. Para Himmler esta investigación sería un as en la manga que podría utilizar en caso de que Rosenberg supusiese un verdadero peligro para sus propios intereses[90].
La «nueva Camelot» creada por el líder de las SS tenía forma triangular y Himmler creía que ese triángulo representaba la punta de lanza de Longinos, el soldado romano que traspasó el costado del cuerpo de Jesús. Una de sus grandes salas estaba rodeada de un patio porticado y en ella se reunían en secreto los generales de las SS. En el centro aparecía una esvástica insertada en un anillo de cemento que coincidía con el Sonnenrad («rueda solar») de doce rayos revestido de oro que para Himmler y los suyos representaba el «centro del universo».
El máximo líder de las SS deseaba que aquel lugar se convirtiera en un centro funerario en el que enterrar a los miembros más valientes de las SS y, tras la guerra, en un lugar de peregrinación para las nuevas juventudes de Alemania[91]. Para demostrar que solo unos pocos «elegidos» de las SS podían pisar el suelo de Wewelsburg, Himmler ordenó la creación de una insignia exclusiva que significaba que quien la portaba pertenecía a una élite (el estrecho círculo de Himmler) dentro de la élite (de las SS). Es decir, los elegidos de la raza aria.

El Sol Negro en la entrada del Castillo de Wewelsburg
A finales de diciembre de 1933, Himmler envió como regalo al SS-Oberführer Richard Hildebrandt[92], que dirigiría la RuSHA de 1943 a 1945, un anillo de plata con la Totenkopf, la calavera de las SS. Hildebrandt escribió una nota de agradecimiento a su jefe explicándole que la recepción del anillo «significaba una declaración orgullosa y vinculante de la lucha eterna y alegre para conseguir una pura Alemania germánica».
Heinrich Himmler pronunció un breve discurso el 16 de enero de 1935 ante los jefes de las SS en la ciudad de Breslau:
Ahora, después de dos mil años, el destino nos ha vuelto a dar otra oportunidad, una vez más, una posibilidad, y nos ha enviado a este caudillo, Adolf Hitler, que ha sabido levantar una vez más a Alemania y en estos sus años, de esta, su era, no está intentando hacer que aparezca una última flor de la edad de los césares, una antigua época imperial, lo que permitiría a Alemania entrar en varios siglos de dictadura y que el dominio del mundo terminara por completo. Antes bien, él se ha impuesto otra tarea. Él ha fijado el objetivo de que nuestra generación sea un nuevo comienzo, quiere devolvernos a las fuentes de la sangre, que han estado enterradas durante dos mil años. Y, de hecho, ha fijado el comienzo de un nuevo milenio para la Alemania del futuro y para la historia alemana[93].
Al igual que Hitler, Himmler se dedicó en cuerpo y alma, acompañado por su fiel Karl Wolff, a recorrer ciudades, pueblos y aldeas de toda Alemania y visitar todos los departamentos policiales y de las SS. El Reichsführer, al igual que Hitler, viajaba en un Maybach descapotable que su servicio de seguridad se había encargado de blindar. Como ya hemos dicho, sus discursos siempre trataban de la raza alemana-germánica, de los portadores de la sangre pura, de los guardianes de las ideas del nacionalsocialismo y del escudo para combatir la francmasonería, el judaísmo, el catolicismo, el marxismo y la democracia y defender las antiguas virtudes germánicas de lealtad, honor, integridad y frugalidad[94].
En un discurso de julio de 1935, Heinrich Himmler se dirigió a los miembros de la recién creada Ahnenerbe con estas palabras:
… Y sé tan bien como cada uno de ustedes, como tantos cientos de miles de personas bienintencionadas de toda Alemania, que 1935 va a ser el año de la purificación del movimiento y del Estado. En especial, hay una gran masa de gente, que sigue existiendo hoy en día y que, desde 1933 en adelante, desde el momento de la intoxicación de poder y de la intoxicación de crecer en importancia, por un lado olvidaron desde dónde se habían elevado y los sacrificios que eso había costado y, por otro, creyeron que por medio del brillo externo, del comportamiento desordenado e indisciplinado, podían compensar lo que les faltaba por lo que se refiere a los valores internos y a la capacidad innata para las tareas creativas del momento[95].
Para ese año Himmler ya controlaba todo el aparato policial del Estado y deseaba también controlar los principales resortes de la raza. Por ello, el 1 de julio creó la «Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana», o Ahnenerbe, y el 12 de diciembre, la «Sociedad del Manantial de la Vida», o Lebensborn. Cuatro años antes Himmler había fundado la «Oficina Principal de Raza y Asentamiento», la ya mencionada RuSHA, y en 1937 creó la «Oficina para la Repatriación de Alemanes Étnicos» (VoMi), cuyo objetivo era administrar los intereses de los alemanes étnicos (población de etnia alemana que vivía fuera de las fronteras del Reich). Las cuatro organizaciones quedaban bajo el paraguas de las SS y bajo el control único y absoluto de su todopoderoso Reichsführer.
Himmler consideraba que todas estas organizaciones, y algunas otras, contribuían a la selección genética de la Herrenvolk, o raza superior. En mayo de 1936, Himmler se dirigió a las Juventudes Hitlerianas en los siguientes términos:
… sin embargo, en mi opinión, tendrá que producirse otro proceso de selección a mayor escala inspirado por el nacionalsocialismo. El pueblo alemán, especialmente los jóvenes alemanes, han aprendido una vez más a valorar racialmente a la gente, se han apartado de las teorías cristianas, de esas enseñanzas cristianas que han imperado en Alemania durante más de mil años, y que han sido la causa de la decadencia del Volk alemán y casi de su muerte racial. Han aprendido una vez más a fijarse en las formas corporales y, según el valor, o la ausencia de él, de este nuestro cuerpo que nos ha sido concedido por Dios, dedicarlo a nuestra raza[96].
La Herrenvolk, la gran idea defendida por Hitler y Himmler, basada en las teorías del Lebensraum y el Drang nach Osten («Avance hacia el este»), reclamaba un espacio para vivir que, según los líderes del Reich, les correspondía por «derecho sagrado». Alemania no solo reclamaba ese derecho como una defensa de sus fronteras, sino como Volksboden («territorio étnico») y Kulturboden («territorio cultural»). Himmler era un firme defensor de un Volk («nación») de pura sangre en un territorio que luchara contra esas «razas bastardas que, al contrario, no pertenecían a ningún lugar. […] Estas ideas contribuyen a la estigmatización de razas inferiores como judíos y gitanos, que son razas sin patria»[97]. A partir de 1939, esas fronteras políticas, culturales y étnicas comenzaron a incorporarse al nuevo «Imperio del Tercer Reich» ante el avance de los tanques de la Wehrmacht y de los bombardeos en picado de los Stukas de la Luftwaffe.
En la Navidad de 1935, Himmler reunió en el cuartel general de las SS en Prinz-Albrechtstrasse 8, a sus altos mandos y reflexionó sobre la necesidad de proteger la pureza de la raza:
¿Por qué hago hincapié en esto? Porque, como ya he dicho, sé con exactitud que seremos inconquistables e imperecederos como Volk, auténticamente inmortales como raza aria-nórdica, si cumplimos firmemente la ley de la selección de la sangre y si, viviendo en el honor de nuestros antepasados, conocemos el ciclo eterno de todos los seres y de todos los acontecimientos y de las otras vidas que hay en este mundo. Un Volk que honra a sus antepasados siempre tendrá hijos; solamente los Völker que no conozcan sus antepasados serán estériles[98].
Está claro que Himmler se consideraba el fundador de una «Orden» que debería perdurar durante mil años, los mismos mil años de los que hablaba el Führer. Su entusiasmo por la prehistoria alemana lo alimentaban dos organizaciones que él mismo había fundado: la Ahnenerbe y la Sociedad para la Promoción y el Cuidado de los Monumentos Culturales Alemanes.
Es imposible saber a ciencia cierta cuántos miembros de las SS siguieron a Heinrich Himmler y sus locas ideas por miedo o, sencillamente, para conservar su situación privilegiada. El hecho es que los que calificaron sus ideas de «chifladas», «perturbadas» o «sin base científica alguna» lo hicieron una vez acabada la guerra, la mayoría ante tribunales y acusados de crímenes de guerra.
El doctor y SS-Gruppenführer Karl Gebhardt aseguraba que en su faceta buena, la misma faceta que les llevó al desastre, «[el pueblo alemán] se creía todo lo que decía [Himmler] en el momento de decirlo y todo el mundo quedaba convencido de lo que él decía»[99]. El Reichsführer de las SS se veía a sí mismo no solo como heredero de las ideas de Hitler, sino también como su sucesor natural. «Ningún hombre parece menos adecuado para su puesto que este dictador de la policía alemana y estoy convencido de que no he conocido a nadie en Alemania que sea más normal. […] Mucha gente detrás de bambalinas cree que este será en última instancia el sucesor natural de Adolf Hitler», escribió un periodista australiano que visitó Alemania en aquellos años[100].

Cuartel general de las SS y Gestapo en Prinz-Albrechtstrasse 8
En otro discurso de 1935, en la ciudad de Breslau, ante sus Gruppenführers Himmler les dijo:
No les debe caber ninguna duda de que estamos unidos en una batalla contra el enemigo más antiguo que nuestro Volk ha tenido durante siglos, los judíos, los francmasones y los jesuitas. No hemos buscado esta batalla. Está ahí, tiene que estar ahí, como lo ha estado siempre en la historia de Alemania, después de morir de desangramiento, se levantó del suelo y reagrupó sus fuerzas. Está ahí de acuerdo con la ley histórica[101].
Para Himmler, el objetivo a destruir —por parte de las SS, del pueblo alemán, de las fuerzas de la Wehrmacht, de todo el Tercer Reich y de sus instituciones raciales— era lo que él denominaba Minderrassingen («racialmente inferiores») y Untermenschen («subhumanos»), tanto dentro como fuera de las fronteras del Reich.
Hoy en día se habla mucho del bolchevismo y muchos son de la opinión de que el bolchevismo es un fenómeno que solamente ha aparecido en nuestra era moderna y actual. Muchos creen incluso que este bolchevismo, esta batalla de los Untermenschen, organizados y dirigidos por judíos, es completamente nueva en la historia del mundo y que ha pasado a ser un problema por vez primera. […] Consideramos acertado decir a este respecto que, mientras ha habido hombres sobre la Tierra, la regla ha sido la lucha entre los hombres y los Untermenschen. Que esta batalla en contra de los pueblos dirigidos por los judíos ha sido parte, por lo que vemos echando la vista atrás, de la trayectoria natural de la vida en nuestro planeta. Se puede llegar tranquilamente a la convicción de que esta lucha entre la vida y la muerte es casi como una ley de la naturaleza, lo mismo que la lucha del hombre contra una epidemia y la lucha del bacilo invasor contra un cuerpo sano[102].
Y él se convertiría en el gran líder de esa lucha que se avecinaba. Himmler creía firmemente que había sido elegido para esa sagrada tarea, que en los años siguientes sería bautizada como la «Solución Final».

Himmler visitando el campo de concentración de Dachau, en 1936