En 1924, Adolf Hitler ya advirtió de que la «profanación de la sangre» (Blutschande) y la «profanación de la raza» (Rassenschande) eran el «pecado original». En su Mein Kampf condenó el deterioro que provocaba el cruce de razas: «Las leyes de la naturaleza —explicaba el futuro canciller del Reich— dicen que cada animal se aparea solo con un miembro de su misma especie». Puesto que las teorías raciales de Hitler estaban comentadas en su creencia de que la raza aria era superior, juró acabar con lo que consideraba la perniciosa contaminación de la sangre aria y mantenerla pura. La peor violación de la sangre, para el ideario nazi, era el emparejamiento entre arios y judíos. En 1935, la llamada «Ley para la protección de la sangre alemana»[1] convirtió en delito las relaciones sexuales entre arios y no arios. Julius Streicher, estrecho colaborador de Hitler, y su periódico Der Stürmer, del cual era editor, se encargarían de difundir dichas leyes. En la parte inferior de la cabecera del diario, podía leerse el lema Die Juden sind unser Unglück! («¡Los judíos son nuestra desgracia!»). Publicaciones racistas como la de Streicher ayudaron a convencer a las masas alemanas de que «el judío era una lacra social insertada en el pueblo alemán» y que debía ser «extirpada como un tumor cancerígeno», tal como explicó el propio Hitler en su Mein Kampf.
Desde ese momento, aquella ley se convirtió en un objetivo para el todopoderoso Reichsführer de las SS, Heinrich Himmler. Por un lado, debía proteger la pureza aria, persiguiendo a todos aquellos que pudieran ponerla en peligro, y, por otro, debía encontrar los orígenes de esa misma sangre aria, el origen de los pueblos germánicos, aunque para ello se viera obligado a manipular y falsificar datos científicos. Una de sus grandes herramientas para ambas misiones fue la llamada Ahnenerbe.
El 19 de enero de 1935, ocho meses antes de la aprobación de las llamadas «Leyes de Núremberg», Heinrich Himmler hablaba ante un grupo de fieles seguidores:
Y sé tan bien como cada uno de ustedes, como tantos cientos de miles de personas bienintencionadas de toda Alemania, que 1935 va a ser el año de la purificación del movimiento y del Estado. En especial, hay una gran masa de gente (los judíos) que sigue existiendo hoy en día y que, desde 1933 en adelante, desde el momento de la intoxicación de poder y de la intoxicación de crecer en importancia, por un lado, olvidaron desde dónde se habían elevado y los sacrificios que eso había costado y, por otro, creyeron que por medio del brillo externo, del comportamiento desordenado e indisciplinado, podían compensar lo que les faltaba por lo que se refiere a los valores internos y a la capacidad innata para las tareas creativas del momento[2].
Himmler finalizó su discurso con una frase que tal vez podría ser el origen de lo que posteriormente se convertiría en la Ahnenerbe:
[Hitler] ha marcado para nuestra generación el objetivo de que nos convirtamos en un nuevo punto de partida: quiere que volvamos a los orígenes de la sangre, que nos enraicemos de nuevo en el suelo. Recabar energías de fuentes que han permanecido sepultadas durante dos mil años.
El papel de Heinrich Himmler como líder de las SS consistió en confirmar esta tendencia. En otras palabras, dependería de él el hecho de que el mejor entre los tipos raciales prevaleciera sobre los demás. Él hizo que se inaugurara el proceso que llevaría al cumplimiento de esa especie de profecía que prometía el progreso del género humano hacia su estado más perfecto. A estas declaraciones, junto con el contexto en el que son pronunciadas para explicar los regímenes totalitarios del siglo XX, la filósofa Hannah Arendt las llamó «el movimiento». En el contexto de su obra Los orígenes del totalitarismo, el nazismo es el medio a través del cual se cumple aquello que la filósofa alemana llamó «la lógica de una idea», es decir, la ideología. Tanto para Arendt como para Himmler no podía existir un «movimiento» (nazismo) sin una «ideología» (la raza aria). Teniendo en cuenta algunas partes de los discursos pronunciados por Himmler ante los miembros de las SS, se precisaba una gran campaña para relacionar «el movimiento» con «la ideología»[3]. El nazismo era una secta, y para entrar en una secta primero tienen que lavarte el cerebro. Los alemanes vivieron en un estado constante de éxtasis transportados por la emoción. Los discursos de Adolf Hitler revigorizaban a la multitud vociferante con un nuevo sentido del deber. A los alemanes se les enseñó a adorar a Hitler desde que nacían, y a los adolescentes se les obligaba a alistarse en las Juventudes Hitlerianas, una organización de tipo militar basada en el adoctrinamiento político. También a las chicas se las animaba a alistarse en organizaciones en las que se les enseñaba las labores femeninas. Y, por supuesto, todo el mundo debía aprender a hacer el saludo nazi.

Los ciudadanos de Alemania aceptaron las teorías raciales del Reich sin poner ninguna objeción
Los disciplinados miembros de las SS hicieron la operación mental que consistía en leer en la sangre algo que no era solo un código genético, sino el mito de lo ario. Es decir, para poner en curso el «movimiento» era necesario establecer un nexo común entre el origen de lo teutón y el porvenir que deparaba el cumplimiento de un mandato. El líder de las SS estaba convencido de que la humanidad, como la expresión más elevada de la inteligencia y de la razón sobre la Tierra, en un determinado momento se desarrolló a partir de siete eras, de la cuales cuatro habían sido completadas; la quinta era la humanidad en su estado actual, y la sexta y la séptima estaban aún por venir. Las cuatro eras ya cumplidas, siguiendo las enseñanzas del ocultismo nazi, fueron el resultado de una enorme catástrofe terrenal[4].
El 1 de julio de 1935, seis meses después del discurso pronunciado por Heinrich Himmler, se ordenó la creación de la Studiengesellschaft für Geistesurgeschichte Deutsches Ahnenerbe e. V., o Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana, conocida popularmente como Ahnenerbe. En realidad, se trataba de una entidad pseudocientífica creada para desarrollar y divulgar investigaciones dirigidas a apoyar y reafirmar las teorías nacionalsocialistas de la raza germana como origen de la raza aria y su pureza de sangre. Los pliegos del Tribunal Militar de Núremberg son menos explícitos al definir las tareas de la Ahnenerbe:
… realizar investigaciones sobre la raza indogermánica del norte y divulgar sus resultados de una manera interesante para el público alemán[5].
En verdad, su creación formaba parte de un gran plan maestro. Heinrich Himmler deseaba crear un centro de investigación elitista con dos misiones: desenterrar nuevas evidencias de los ancestros de Alemania que mostraran sus grandes hazañas, y transmitir dichos hallazgos a la opinión pública alemana a través de revistas, libros o exposiciones. Las evidencias debían remontarse desde el Paleolítico[6]. Esta era la idea inicial, si bien poco a poco fue transformándose hasta convertirse en una organización que se dedicaba, sencillamente, a crear e inventar mitos, dioses y leyendas que dieran cierto lustre a la ideología nazi y a los ideales nacionalsocialistas reflejados en el Mein Kampf y en las «Leyes de Núremberg».
Sus ciento treinta y siete investigadores, a los que hay que añadir los ochenta y dos trabajadores que había en las oficinas de la Ahnenerbe, se dedicaron en cuerpo y alma a distorsionar la verdad y a inventar evidencias que «respaldaran» la teoría nazi de la raza aria. Todos demostraron una gran habilidad a la hora de manipular, cualidad de la que Himmler se sentía muy orgulloso. A fin de cuentas, él era el gran manipulador del régimen nazi.

Símbolo de la Ahnenerbe
Para Hitler, la Ahnenerbe era un «juguete» de Himmler, en parte porque Joseph Goebbels, el influyente ministro de Propaganda, pretendía que el nuevo departamento de investigación científica quedara bajo su control y no bajo el de las SS[7]. Además, dos de los ideólogos que ayudaron a Himmler a crear la Ahnenerbe, Walther Darré y Herman Wirth, eran nazis cercanos al líder de las SS y, por tanto, no contaban con el aprecio de Goebbels.
Darré, nacido en Buenos Aires el 14 de julio de 1895, era hijo de padre alemán y madre argentina. Su exquisita educación le llevó a aprender cuatro idiomas y a pasar por las prestigiosas aulas de la Universidad de Heidelberg y las del King’s College de Londres. En 1922 se trasladó a la Universidad Martín Lutero de Halle-Wittenberg, donde se dedicó a estudiar la cría de animales de granja. Posteriormente, Darré se alistó en las filas de los Artamanes, una asociación juvenil de clara tendencia Völkisch (étnico alemán), que propugnaba el retorno y la recuperación de la tierra y las raíces germánicas. En este contexto, el ideólogo de la Ahnenerbe comenzó a desarrollar la idea de que la raza debía estar ligada a la tierra natal, es decir, a la patria. Esta se dio a conocer como Blut und Boden («Sangre y suelo»), uno de los principales pilares de la creación de la nueva «Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana»[8].

Walther Darré
Su primer artículo político, de 1926, trataba sobre la colonización interna y argumentaba contra la intención alemana de recuperar las colonias perdidas durante la guerra de 1914. Sin embargo, la mayor parte de su obra, escrita en este tiempo, estaba más relacionada con los aspectos técnicos de la cría de ganado[9]. En su primer libro, Das Bauerntum als Lebensquell der Nordischen Rasse («El campesino como fuente de vida de la raza nórdica»), escrito en 1928, Darré defiende el uso de unos métodos más naturales para la gestión de la tierra —pone especial énfasis en la conservación de los bosques— y exige más espacio abierto para las granjas de animales. Estas ideas llamaron poderosamente la atención de otro miembro de los Artamanes, Heinrich Himmler[10].
A Darré, nazi convencido desde 1930, se le encargó la creación y el desarrollo de un programa agrario cuyo objetivo era reclutar a campesinos disgustados con el poder político central y arrastrarles a la causa nazi. Para ello ideó un plan basado en tres pilares: 1) sacar provecho del malestar en el campo como arma contra el Gobierno central; 2) convencer a los campesinos para que se unieran a la causa nacionalsocialista, y 3) conseguir distritos electorales cuyos habitantes pudieran ser utilizados como futuros «colonos» que desplazaran a los «eslavos inferiores» en las futuras conquistas de la Wehrmacht en el este de Europa.
Tras el ascenso de Hitler, Darré fue nombrado —por recomendación de Himmler— ministro del Reich de Alimentación y Agricultura, director de la Oficina Principal de Raza y Asentamiento (Rasse und Siedlungshauptamt, oRuSHA) y Reichsbauernführer (líder de los campesinos del Reich). En su paso por la Oficina de Raza y Asentamiento, bajo control de las SS, desarrolló un plan para el Rasse und Raum («Raza y Espacio», o «Territorio») que proporcionaría las bases ideológicas de las políticas expansionistas nazis en los territorios ocupados, más conocidas como Lebensraum («Espacio vital»)[11].
El segundo cofundador de la Ahnenerbe fue Herman Wirth. Nacido en Utrecht el 6 de mayo de 1885, Wirth estudió filología, literatura, historia y musicología en Utrecht y Leipzig, y recibió su doctorado en 1910 en la Universidad de Leipzig con una disertación sobre la desaparición de la canción popular holandesa. En 1914, al estallar la Primera Guerra Mundial, se ofreció como voluntario para el servicio militar en la Wehrmacht. Sin embargo, debido a su apoyo a los separatistas flamencos en la Bélgica ocupada por los alemanes, fue expulsado del servicio. Tras el fin de la contienda, fundó una organización nacionalista en los Países Bajos, pero los problemas con las autoridades belgas hizo que en 1923 se viera obligado a establecerse en Marburgo, Alemania. En 1925 se unió al joven NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán) aunque no se afilió[12].
Wirth publicó entonces un artículo sobre la «Prehistoria de la raza nórdica atlántica» (Urgeschichte der Atlantisch-Nordischen Rasse), que encontró una gran acogida por parte de los círculos Völkisch[13].

Herman Wirth
A principios del verano de 1933, sus contactos en el partido le permitieron conseguir una cátedra extraordinaria sin responsabilidades docentes en la Facultad de Teología de Berlín. También consiguió, gracias al Ministerio de Educación de Prusia, el apoyo para la creación de un museo llamado Deutsches Ahnenerbe, muy cercano a Berlín. Wirth sabía que, si quería conseguir apoyo para sus investigaciones, necesitaría formar parte del NSDAP. Finalmente, en 1934 se afilió (número 20.151) y poco después se unió a las Schutzstaffel (SS número 258.776).
A finales de 1934, Herman Wirth adelantó a Himmler sus planes de crear una organización llamada Deutsches Ahnenerbe e. V., cuya misión era albergar y exhibir su colección privada. Wirth estableció contacto con Himmler y Walther Darré, que desde hacía tiempo estaban muy interesados en sus ideas. Desde 1935, patrocinado y protegido por ambos, Wirth cofundó y dirigió la Ahnenerbe, con el único fin de «investigar el patrimonio ancestral alemán», según indicaban sus estatutos. En 1937, Himmler decidió reestructurar la Ahnenerbey nombró a Wirth «presidente honorario», sin poder real de decisión, y poco después lo reemplazó por Walther Wüst[14]. Nacido en Kaiserslautern en 1901, Wüst se unió a las SS en 1936, justo un año antes de que Himmler lo nombrara presidente de la Ahnenerbe. Este cargo lo ocupó hasta 1941, cuando fue nombrado rector de la Universidad de Múnich. De hecho, fue Wolfram Sievers, director administrativo de la Ahnenerbe, quien recomendó a Wüst a Himmler después de trabajar con él en una editorial de Múnich.
Pero Himmler necesitaba el apoyo del Führer si no quería verse enfrentado abiertamente con Joseph Goebbels, quien aseguraba que todo lo relacionado con la política racial y su difusión debía quedar bajo control de su Ministerio. El ministro de Propaganda pensaba que las SS únicamente debían dedicarse a las políticas de la «pureza racial» en Alemania y en los países ocupados, en lugar de diseñarlas o difundirlas[15]. En 1939, cuando Hitler cumplió cincuenta años, su círculo de confianza le preparó una importante partida de regalos. Por ejemplo, el NSDAP, liderado por el fiel Martin Bormann, le obsequió con un costoso refugio de montaña en el Obersalzberg bávaro, conocido como el Kehlsteinhaus, o «Nido del Águila». La Confederación Industrial Alemana obsequió al Führer con las partituras originales de las primeras óperas de Richard Wagner. Rudolf Hess, su lugarteniente, le regaló una colección de cartas escritas de puño y letra por Federico el Grande, uno de los héroes del Führer, y que en el siglo XVIII había convertido a Prusia en una potencia europea.
Por su parte, Heinrich Himmler regaló a Hitler un retrato de Federico el Grande, obra de Adolf von Menzel, que el Führer colgó de las paredes de su sala privada en el búnker de la Cancillería durante los últimos días del Tercer Reich, y una colección de cuadernos forrados en piel en cuyo interior se exponían las «importantes» aportaciones del propio Himmler a la Alemania nazi. El volumen 2 llevaba por título «La Sociedad de Investigación y Educación. La Ahnenerbe. Evolución. Esencia. Efecto»[16].
El texto era un compendio de investigaciones inéditas sobre el germanismo, la pureza de la raza, el origen del pueblo germano, etc. A pesar de que a Adolf Hitler todas estas cuestiones le parecían de poca importancia, decidió apoyar oficialmente a la Ahnenerbe. Hitler y su camarilla hacían todo lo posible por mentir al pueblo alemán, incluso aunque tuvieran que crear ellos mismos las leyendas que luego difundía el Ministerio de Propaganda de Goebbels sin ningún tipo de ética o de base científica. Hitler sabía que las investigaciones llevadas a cabo por la Ahnenerbe no tenían seriedad alguna desde el punto de vista científico, pero sí creía que podía ser una valiosa herramienta para difundir las falsas teorías del nacionalsocialismo en cuanto al origen de la raza aria[17].
En 1940, ya con el apoyo tácito del Führer, la nueva Ahnenerbe decidió reclutar a científicos y eruditos, respetados dentro y fuera de las fronteras del Reich. Para tener mayor control sobre ella, la institución debía integrarse en la estructura de las SS como la «Sección Coordinadora Etnológica» (Ahnenerbe-Stiftung), del Instituto de Investigaciones Científicas Militares (Institut für Wehrwissenschaftliche Zweckforschung). Su organigrama estaría presidido por Heinrich Himmler y en la dirección se situaría el SS-Sturmbannführer Walther Wüst. Su administración, dividida en numerosos departamentos de estudios, fue puesta bajo la responsabilidad del SS-Standartenführer Wolfram Sievers bajo el cargo de Generalsekretariat.
Ahora bajo la protección del estandarte negro con las dobles ϟϟ rúnicas armanen, la Ahnenerbe estableció su sede en una amplia villa, en el elegante barrio berlinés de Dahlem, lleno de amplias avenidas arboladas y elegantes mansiones. En su día, este barrio estuvo habitado por ricas familias judías, la mayor parte comerciantes, pero, tras su «arianización» (incautaciones a judíos), eran ahora hogares de altos funcionarios del Tercer Reich. La sede central en el 19 Pücklerstrasse estaba sumergida en un frondoso bosque rodeado de lagos. Un tasador oficial había valorado la propiedad en unos 675.000 Reichsmarks, pero, tras la guerra, se supo que las SS pagaron a la familia propietaria solo 11.600 Reichsmarks, de los que se descontaron el 25 por ciento en concepto de Reichsfluchsteuer (impuesto de huida del Reich)[18].

Wüst dando un discurso ante las SS
La propiedad original estaba compuesta por tres grandes edificaciones. La casa principal se construyó en 1910 y usaron costosos materiales. Una vez ocupada por la Ahnenerbe, los grandes salones fueron usados como invernaderos y comedores y llenados de microscopios, libros y modernos aparatos fotográficos. En el edificio principal se encontraban también los despachos de los principales líderes de la Ahnenerbe, incluido el de Wolfram Sievers, su secretario general, decorados con muebles lujosos, alfombras persas y reproducciones de arte rupestre de la colección de Herman Wirth. En el segundo edificio se encontraba un gran taller para los escultores y el personal técnico, salas de mapas, archivos y laboratorios. La tercera edificación servía como residencia para Sievers y su familia, y allí había también una pequeña cuadra de caballos. Al líder de la Ahnenerbe le gustaba recorrer a caballo la amplia finca antes de comenzar a trabajar cada mañana[19].

Cuartel General de la Ahnenerbe en Berlín
El mundo se abría ante la Ahnenerbe. A pesar de que Hitler no compartía demasiado las místicas creencias de Himmler, sí estaba convencido de que solo existía «un único grupo racial», esto es, los «arios», una ficticia raza de hombres y mujeres altos, hermosos, esbeltos, de rubios cabellos y llegados desde el norte de Europa. Para Hitler en particular y para Himmler y su Ahnenerbe en general, los arios eran los únicos seres capaces de crear civilización, componer grandes sinfonías, redactar importantes textos literarios, o diseñar perdurables proyectos arquitectónicos. Adolf Hitler pensaba que solo los arios podían cargar sobre sus hombros la pesada rueda del progreso[20].
En realidad, las ideas de Führer no tenían ningún sentido, y más cuando se sabía que entre 1905 y 1936, de treinta y ocho premios Nobel alemanes, catorce eran judíos o de ascendencia judía, es decir, un 30 por ciento[21]. Albert Einstein fue uno de ellos. En la Universidad de Berlín, Einstein desarrolló su teoría de la relatividad, uno de los avances más importantes de la humanidad, pero, como era judío, para los nazis sus hipótesis debían ser incorrectas. El físico alemán había explicado las teorías que regían el cosmos, pero los nazis necesitaban una alternativa. Y para eso estaba el ingeniero austríaco Hans Hörbiger y su excéntrica teoría de la «cosmogonía glacial», o Welteislehre.
Hörbiger presentó su tesis en 1913 en su libro titulado Huracanes, caídas climáticas, desastres de granizo y duplicación del canal de Marte, escrito junto al astrónomo aficionado Philipp Fauth. La obra llamó la atención de Hans Robert Scultetus, jefe del departamento meteorológico de la Ahnenerbe, quien creía que estas teorías podrían utilizarse para realizar pronósticos meteorológicos de cara a futuras invasiones de la Wehrmacht. Esta fue una época en la que en Alemania florecían las teorías más delirantes, pero la que sin duda se llevaba la palma era la «Teoría del mundo de hielo». Hörbiger sostenía que no solo el mundo sino todo el universo se había originado a partir de un bloque de hielo. Según la cosmogonía glacial, la Vía Láctea era un vasto archipiélago de icebergs que se dispersaron al principio de los tiempos cuando un gigantesco bloque de hielo chocó violentamente contra el Sol en una especie de Big Bang helado. Los intelectuales nazis convirtieron esta fantástica teoría en la cosmología oficial del Estado.

Hans Hörbiger
Para Himmler, la doctrina del hielo eterno era el anuncio de la regeneración del pueblo alemán. Un auténtico disparate. La idea no tenía ninguna base científica y no explicaba el origen del Sol —no parece que el Sol fuese una gran bola de hielo aunque era precisamente lo que sostenía Hörbiger—. La cosmogonía glacial tenía además una ventaja añadida para los nazis y su visión racista del universo. Después de todo, ellos provenían de Thule, una tierra de hielo y nieve. Ese era su origen. El hielo era bello, glorioso y blanco. Todo eso encajaba a la perfección con sus teorías raciales. Aun así, la teoría cosmogónica glacial era muy «extremista», incluso para los nazis, y por eso los jerarcas del Tercer Reich aceptaron que se podía ser un auténtico nacionalsocialista sin necesidad de creer en la «cosmogonía glacial» de Hörbiger. Sin embargo, lo que sí era obligatorio era creer en el dogma central del racismo: la superioridad de la raza aria. Así lo leemos en un discurso que Himmler pronunció ante los líderes de la Ahnenerbe:
Nosotros somos, y podemos afirmarlo con orgullo, basándonos en las investigaciones raciales más exhaustivas y recientes, el pueblo más antiguo de la Tierra. […] A la sangre y a la tierra, al hogar y al líder, a un año lleno de sol y, por encima de todo, a los dioses y al destino. A todo eso, además de a sus autoridades seculares, era a lo que voluntaria y no servilmente se encomendaban nuestros antepasados[22].
Los intelectuales nazis hablaban de una edad de oro dominada por los arios. Su sueño era recuperarla y recomponer la raza superior por medio de la reproducción selectiva, y para ello plantearon proyectos que confirmaran, al menos en cierta medida, la idea del origen de la especie humana a través de lo que se conoció como la «teoría del hielo cósmico», según la cual —Himmler así lo creía— todo lo que ocurría en el universo estaba determinado por el antagonismo entre algunos de los cuerpos celestes, como soles y planetas de hielo. La teoría, al tiempo que servía para explicar las catástrofes que afectaban a la Tierra, era consistente con el mito fundacional. Como ya hemos dicho, la aparición de seres inteligentes en la Tierra estuvo precedida por una catástrofe cósmica, conocida y defendida por el propio Himmler como la «teoría del hielo cósmico». Los académicos de la Ahnenerbese hacían preguntas como las siguientes: ¿cómo obtener pruebas de la existencia de los mamuts congelados que perecieron debido a alguno de los desastres provocados por el choque de la Tierra con una estrella?, ¿cómo obtener pruebas de la existencia de una civilización avanzada que hacía miles de años pobló las montañas del Tíbet y que buscó en ellas refugio después de una de esas catástrofes?, ¿acaso no fue esa civilización el origen de las élites germanas?[23]. Los miembros de esas élites eran fuertes, rubios, creadores de cultura… Pero lo cierto es que, en realidad, jamás existió la raza aria. Algunos aseguraban que llegaron desde el Tíbet, desde la Atlántida, o desde esa isla de hielo misteriosa llamada Thule, que para los nazis era como el jardín del Edén citado en la Biblia.
Pero era un problema para los fervientes nacionalsocialistas tener que reconocer que no había ningún pueblo alto y rubio que hubiera creado el sistema de escritura, las primeras leyes o, sencillamente, el primer sistema de riego. Sabían que todo eso había aparecido en los valles del Oriente Medio y Asia, así que la misión de Himmler y de los líderes de la Ahnenerbe era encontrar una manera convincente de retratar a los alemanes como una raza superior que hubiera desempeñado un papel protagonista en los grandes avances de la civilización. Y si, para ello, había que inventar unas bases científicas que «demostraran» que los primeros arios germanos llegaron desde Oriente Medio o Asia Central, se hacía sin problema.
La Ahnenerbe había sido concebida como un elitista grupo de investigación, como un conjunto de jóvenes científicos heterodoxos dispuestos a manipular la ciencia por el bien de la nación aria, Alemania. Estos hombres de ciencia no tenían el menor inconveniente en desmentir siglos de estudio y de ciencia si el fin era revelar a los ciudadanos alemanes que el magnífico pueblo ario de «paleo-alemanes» fue el origen de la civilización, y mostrar a la vez quiénes eran las razas inferiores, tal como afirmaba Hitler[24]. La Ahnenerbe incrementó su importancia tras el apoyo tácito del Führer al reclutar a los mejores arqueólogos, antropólogos, etnólogos, orientalistas, biólogos, musicólogos, filólogos, geólogos, zoólogos, botánicos, lingüistas, genetistas, astrónomos, médicos e historiadores. Himmler pretendía que todos ellos compartieran sus descubrimientos y, siempre que se presentara la oportunidad, utilizar sus investigaciones para justificar el Holocausto ante los ojos de millones de alemanes.
Otro de los objetivos clave de los científicos de la Ahnenerbe eran los homosexuales, a los que consideraban «corruptores de la sangre alemana». Después de declarar la homosexualidad un delito de degeneración contrario al «sentimiento popular saludable», el régimen nazi puso todo su empeño en erradicarla. Heinrich Himmler lo dejó claro en el discurso que dio en 1937 a altos mandos de las SS, en Bad Tölz, la ciudad bávara donde se levantaba la academia de oficiales. El líder de las SS veía a los homosexuales como una «plaga» a la que debía contenerse[25]. En opinión de los científicos de la Ahnenerbe, la homosexualidad podía ser contagiosa y contravenía las normas de la sociedad alemana, en la que se veía con buenos ojos —como algo patriótico— que los jóvenes tuvieran varios hijos arios para ser entregados al bien del Tercer Reich. Los homosexuales no podían tener hijos «entregables» al Reich y, por tanto, eran poco «patriotas», lo que en la década de los años treinta suponía ser catalogados como «enemigos del Estado» y susceptibles de ser enviados a campos de concentración o ser eliminados en sus cámaras de gas[26]. Entre 1936 y 1939, el acoso fue particularmente feroz. Para identificar a los homosexuales, la Gestapo compiló listas de individuos y animó a todos los ciudadanos a informar sobre «comportamientos pervertidos»; obligó bajo tortura a los ya detenidos a delatar a otros; averiguó nombres en las agendas de los ya capturados; irrumpió en bares y clubes gais, y confiscó listas de suscriptores a revistas para homosexuales[27].
En aquel discurso pronunciado en Baviera Himmler dejó claro cuáles eran sus miedos respecto a la homosexualidad, ya que creía que esta podría acabar afectando a los hombres de las SS. El Reichsführer se basaba en los estudios de un miembro de la Ahnenerbe, el arqueólogo y comandante de las SSHerbert Jankuhn, que en 1937, llevó a cabo varias excavaciones en los Países Bajos, donde se descubrieron unas momias enterradas en turberas. Los cuerpos aparecían agarrotados, apuñalados, degollados y ahorcados. Jankuhn dijo que aquellos cuerpos pertenecían a «desertores y homosexuales a los que se había dado muerte por transgredir las ancestrales leyes germánicas»[28]. El estudio de Jankuhn no tenía ninguna base científica y nada demostraba que los pueblos germánicos de la Edad de Hierro ejecutaran a otros pueblos a causa de su homosexualidad, pero el arqueólogo sabía que esa era la tesis que su jefe deseaba oír. Así, en un discurso en la academia de oficiales de las SS en Bad Tölz, Himmler afirmó:
A los homosexuales se les arrojaba a los pantanos. Los profesores que descubren esos cuerpos en la turba no se dan cuenta de que en el 99 por ciento de los casos están contemplando los restos de un homosexual que fue arrojado a un pantano junto con su ropa y todo lo demás. […] No se trataba de un castigo, sino, simplemente, de la terminación de una vida anormal[29].
Desde entonces, y en base a los estudios de la Ahnenerbe, Himmler decretó que todos los homosexuales del Reich y de los territorios ocupados eran susceptibles de ser detenidos y enviados a campos de concentración. La Gestapo tenía vía libre para detener y apalear a cualquier sospechoso de ser homosexual; miles fueron enviados a campos de concentración para su «reeducación» y se les entregó un uniforme a rayas con un triángulo rosa cosido en el pecho. Víctimas de palizas por parte de los guardias, muchos fueron sometidos a salvajes experimentos por parte de los médicos de las SS —como la inyección de hormonas animales o la castración— u obligados a pasar hambre o a trabajar hasta morir con el único fin de «sanar su degenerada enfermedad»[30].
Según cifras oficiales recogidas en los registros del Yad Vashem, entre 5.000 y 15.000 homosexuales y lesbianas procedentes de Alemania y los países ocupados fueron asesinados en los campos de concentración de Dachau, Buchenwald, Gross-Rosen, Mauthausen, Natzweiler, Ravensbrück o Auschwitz-Birkenau. Las cifras varían según la fuente. Otras hablan de casi 60.000, pero incluyen a sacerdotes católicos que eran detenidos por la Gestapo, que los clasificaba como «homosexuales« para enviarlos a los campos de concentración sin tener que dar explicaciones a las autoridades católicas del país[31].

Walter Degen, prisionero homosexual en el campo de Auschwitz
Después de la guerra, Jankuhn pasó tres años en un campo de internamiento y los tribunales de «desnazificación» le prohibieron dar clases en la universidad. Aun así, continuó su trabajo, gracias a subvenciones privadas, en Haithabu, un importante asentamiento comercial vikingo, situado entre Dinamarca y la frontera norte de Alemania, que sirvió para el florecimiento germano producido entre los siglos VIII y XI. En 1956 regresó a la vida universitaria como profesor en la Universidad de Gotinga, y una década después se convirtió en decano de su Facultad de Filosofía.
Pese a todo, muchos no olvidaron su pasado nazi ni su pertenencia a las SS, como ocurrió en 1968, cuando las autoridades académicas noruegas de la Universidad de Bergen le negaron el permiso para dar una conferencia. Su falta de respeto a los lugares históricos de Noruega durante la ocupación y su actitud despectiva hacia el trabajo del famoso arqueólogo noruego Anton Wilhelm Brøgger supuso que se le considerara «no bienvenido». Sus ideas políticas seguían estando muy cerca del nacionalsocialismo: se declaraba partidario de una «Gran Alemania» y en los últimos días de su vida llegó a argumentar que «solo los guardias de las SS de los campos de concentración, en lugar de toda las SS como organización, debían ser considerados “responsables del Holocausto”». Después de su muerte en 1990, a la edad de ochenta y cuatro años, apareció un obituario en la revista Nouvelle Droite en el que Alain de Benoist, editor y jefe del Think Tank de extrema derecha «Grupo de Investigación y Estudios para la Civilización Europea», reconoció que Jankuhn había sido uno de los «patrocinadores» de la publicación[32].
Para esconder sus actividades bajo el maquillaje de «científicas», la Ahnenerbe intentó crearse una apariencia de sólida integridad académica y alejarse de las ideas nacionalsocialistas. Por orden de Himmler, los miembros de la Ahnenerbe debían mantenerse alejados de los círculos sociales, académicos e intelectuales del Reich. Publicaban sus artículos en la revista oficial, Germanien, impartían conferencias en universidades del Reich y de los países ocupados, eran comisarios de exposiciones y organizaban congresos de expertos. Cuando Himmler regaló a Hitler por su cincuenta cumpleaños el volumen, lujosamente editado, sobre las investigaciones de la Ahnenerbe (Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana), en él aparecía como principio básico «no unirse jamás a dogma alguno ni doctrinas estrechas de miras, […] ser veraz y estricta en sus investigaciones y siempre en la defensa de la ciencia más estricta».
Sea como fuere, la Ahnenerbe fue una de las mayores y más útiles obras creadas por Heinrich Himmler con el único fin de engañar, manipular y falsear los datos científicos. El invento sirvió mejor para manipular cualquier campaña lanzada por el Ministerio de Propaganda de Joseph Goebbels, y en ningún caso sirvió para disculpar la «Solución Final» entre la población alemana de la época. De hecho, fue la filósofa Hannah Arendt, en su magnífico Los orígenes del totalitarismo, quien explicó a la perfección el resorte utilizado por el Reich para que la culta población alemana aceptase de buen grado la detención y deportación a campos de exterminio de la población judía:
Las ideologías suponen siempre que basta una idea, para explicar todo en el desarrollo de la premisa y que ninguna experiencia puede enseñar nada, porque todo se halla comprendido en este proceso consistente de deducción lógica […]. Por eso, el pensamiento ideológico se torna emancipado de la realidad que percibimos con nuestros cinco sentidos e insiste en una realidad «más verdadera», oculta tras las cosas perceptibles…[33].

Himmler con el particular regalo a Hitler por su 50.º aniversario
La explicación de Arendt puede ayudarnos a entender cómo pudo Himmler y la Ahnenerbe deformar la realidad para que la sociedad alemana creyese a pies juntillas en la necesidad de exterminar a los judíos y pensase que el pueblo alemán era el elegido para regir los destinos de Europa, y por qué no, del mundo. Arendt lo definió como la «mentira organizada», utilizando el adjetivo «organizada» para referirse a todo lo que las expresiones ideológicas habían ido prefigurando en las mentes de quienes se acogían a ellas. Es decir, la Ahnenerbe ayudó a instalar en la sociedad alemana los conceptos que permitirían no solo aceptar la destrucción de los judíos como un «mal menor», sino aceptar, tras la guerra, que «ellos» (todos) no tuvieron ningún papel relevante, ni como simples actores ni como testigos de la «Solución Final» a la cuestión judía en Europa. Las mentiras creadas por la Ahnenerbe respecto a la «raza aria» ayudó a lavar las conciencias del pueblo alemán tras hacerse públicos los crímenes del nazismo.
Himmler deseaba sinceramente que las SS se convirtieran en la «aristocracia del Reich». Por ello debían tener el «mejor físico, ser los más responsables, los más leales hombres del movimiento». Eran los nuevos caballeros teutónicos dedicados a la Herrenbewusstein («conciencia de superioridad») y a la Elitebewusstein («conciencia de élite»). Todos y cada uno de estos caballeros de las SS habían pasado minuciosos controles a manos de técnicos de laboratorios e investigadores, provistos de cintas métricas y calibradores. Una vez que estos certificaban la «raza aria» del candidato, ya podían trabajar y servir para defender la superioridad de la raza y aniquilar a los enemigos del Reich en cualquier rincón del mundo[34].
La fabricación de «realidades» por parte de la Ahnenerbe y de su grupo de eruditos a favor de la causa del nazismo no solamente requería que se negase la realidad existente. Para que la fabricación de la idea de superioridad de la raza aria cumpliese su cometido, sus resultados debían ser incrustados en la sociedad por los políticos con el fin de que la idea fuese asumida y aceptada. Cuantos más alemanes creyesen las mentiras de la Ahnenerbe, menos preguntas harían sobre las desapariciones de judíos de las ciudades y de la sociedad alemana en su conjunto[35].
En 1937, Himmler expresó ante los altos mandos de las SS su manera de entender este planteamiento:
Los nacionalsocialistas soñamos con que algún día conquistaremos el mundo. Estoy a favor de eso […]. Sin embargo, estoy convencido de que tendremos que hacerlo por etapas. En este momento no contamos con la cantidad [de gente] para poblar siquiera otra provincia, una zona o un país la mitad de extenso que Alemania. Debería ser obvio que no podemos simplemente desplazar a una población y que, si tenemos que desplazar a una provincia que no sea germana étnicamente, esta tendrá que ser desocupada hasta la última abuela y hasta el último niño, sin compasión —espero que no haya duda sobre esto—. Espero que tampoco haya duda sobre el hecho de que necesitaremos, entonces, una población y una población de una alta calidad racial con el propósito de instalarla allí y de que se reproduzca allí. De esta manera podremos empezar a rodear a Alemania de cientos de millones de campesinos germanos. Esto nos permitirá situarnos una vez más en la ruta de la dominación mundial, la cual fue nuestra posición en el pasado, y [nos permitirá] realmente organizar la tierra de acuerdo con los principios arios básicos, de manera que ella quede en una situación mejor de la que está ahora[36].
Este discurso seguía la ideología sobre la que se basó la fundación de la Ahnenerbe. Para Himmler, la era del desarrollo de la humanidad, de la que él se creía uno de sus preceptores, estaba marcada por un conflicto entre una raza superior y las razas inferiores (el resto no germanas). La primacía de la raza aria germana sobre las demás exigía que quienes pertenecieran a ella estuvieran convencidos de su superioridad racial, y para convencer a quienes aún no lo estaban, Himmler tuvo que proveer a Alemania de una fuerte base ideológica alejada de los principios cristianos y constituida por un cuerpo de creencias que sirviera a los nazis como una suerte de sustituto del cristianismo, y que era, como él mismo la llamó, «la religión del universo»: el nacionalsocialismo como creencia y el Führer como máximo líder de esa creencia.
La función más importante de la religión del universo sería la de sacarle de la cabeza a los miembros de las SS una de las ideas más arraigadas del cristianismo: la de que todos los seres humanos son iguales entre sí. Himmler deseaba la creación de autómatas que no llegaran a sentir la menor empatía hacia todos aquellos pueblos que no fueran arios y que merecían ser eliminados. Igual pensaba de los intelectuales cuando Himmler les dijo: «Deben elegir si quieren estar con nosotros o contra nosotros. Cuidado. Pónganse de nuestro lado antes de que sea demasiado tarde».
Los recursos que Himmler usó para constatar la verdad del mito eran administrados por un conjunto de instituciones científicas y burocráticas creadas en torno a la Ahnenerbe. Así, la Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana aglutinaba a casi una treintena de institutos de investigación, todos centrados en el origen de la raza aria[37].
Himmler había adquirido todas aquellas teorías y en su mayor parte eran compartidas por los miembros de la llamada Thule-Gesellschaft o «Sociedad Thule», un grupo ocultista y nacionalista fundado por el masón Rudolf von Sebottendorff. No hay pruebas de que Himmler perteneciese a esta organización, pero sí de que era un seguidor de sus teorías. Otros miembros de Thule, como Hans Frank, Rudolf Hess, Alfred Rosenberg, Julius Streicher o Wilhelm Frick se convirtieron en importantes piezas de la maquinaria del Tercer Reich[38].

Foto policial de Rudolf von Sebottendorff en 1933
Tras la llegada de Adolf Hitler al poder en 1933, se ordenó la supresión de todas las sociedades esotéricas, incluida la Sociedad Thule, así como los grupos ocultistas, como los Völkisch, a los que, como ya dijimos, pertenecían Walther Darré y Herman Wirth, ambos fundadores de la Ahnenerbe. Todas estas asociaciones fueron eliminadas por la legislación antimasónica de 1935.
Cuando Rudolf von Sebottendorff regresó a Alemania en 1933, intentó resucitar la Sociedad Thule y publicó un libro titulado Antes de que Hitler llegase: documentos de los primeros días del Nacionalsocialismo. La obra tuvo bastante éxito, pero cuando estaba a punto de salir su segunda edición, el Ministerio de Propaganda de Goebbels lo censuró e impidió su difusión. La obra de Sebottendorff explicaba la existencia de un estrecho vínculo entre la Sociedad Thule y el NSDAP, e incluso aseguraba que una parte de los postulados del Mein Kampf habían surgido de las ideas fundacionales de Thule. Aquello no gustó nada a Hitler, quien ordenó a Himmler que detuviera a Sebottendorff[39]. David Luhrssen, en su ensayo Hammer of the Gods: The Thule Society and the Birth of Nazism, afirma que algunas de las ideas y teorías de Thule sí fueron incorporadas al Tercer Reich y recogidas en los textos de Alfred Rosenberg[40], el ideólogo de la teoría racial, el antisemitismo y el Lebensraum o «espacio vital». Hitler había definido en su Mein Kampf a estos grupos como «paganos» y «peligrosos» para el Reich.
Estas personas que sueñan con el heroísmo de los antiguos germanos, con sus armas primitivas, como hachas de piedra, lanzas y escudos son en realidad los más cobardes. Conocí demasiado bien a esa gente para no sentir el mayor asco por estos comediantes… Especialmente cuando se trata de reformadores religiosos a base de germanismo antiguo, tengo siempre la impresión de que han sido enviados por aquellas instituciones que no quieren el renacimiento de nuestro pueblo[41].
Lo cierto es que muchas de las ideas ocultistas de la Sociedad Thule tuvieron buena acogida por parte de Himmler y fueron incorporadas a los rituales de las SS y estudiadas posteriormente por la futura Ahnenerbe. Pero, como ya hemos dicho, Hitler no era partidario del ocultismo, al que comparaba con las propias raíces de la masonería y sus prácticas secretas, por lo que ordenó limitar su propagación dentro del Partido Nazi y entre sus máximos líderes. El mismísimo Führer llegó a declarar:
Ya he prohibido todas estas tonterías firmemente, varias veces […] todas estas historias de los lugares de Thing, de los solsticios, de la serpiente de Mittgard y todo lo que está sacado de los tiempos germánicos primitivos. Después les leen a los jóvenes de quince años a [Friedrich] Nietzsche y a través de citas ininteligibles les hablan del superhombre y les dicen que eso han de ser ellos[42].
Lógicamente, Himmler no se consideraba a sí mismo un fanático del ocultismo prohibido por Hitler, sino como una especie de mecenas, de Lorenzo de Médici de las ciencias y del estudio de los orígenes germánicos. Creía firmemente que el conocimiento convencional no era más que una falacia y que el poder que ostentaba le daría una oportunidad única para divulgar sus nuevas creencias. Para ello creó las SS, y en 1935 dio forma a la Ahnenerbe para estudiar los orígenes de la raza aria, o nórdica, o indo-germánica. Desde su sede en Berlín, los miembros de la organización salieron hacia todos los rincones del mundo en busca de vasijas, artículos funerarios o cualquier otra pista que pudiera demostrar el origen de la raza aria. Los antropólogos también tenían órdenes estrictas de recoger cráneos y esqueletos de arios, a fin de realizar precisas mediciones en busca de ancestros remotos[43]. Bruno Beger, antropólogo y miembro de la «Expedición Alemana al Tíbet», ya lo había planteado en un artículo publicado en Germanien, el boletín oficial de la Ahnenerbe: «La obra de nuestros antepasados […] representa la más importante instrucción jurídica en materia de territorios». A lo que Himmler respondió ordenando a Wolfram Sievers, director de la Ahnenerbe, que
… investiguen lo siguiente. Rastreen todos los lugares del mundo cultural germánico donde podamos encontrar pruebas del concepto de un rayo procedente de un martillo arrojado, así como esculturas del dios Thor representado con una pequeña hacha de mano que emita luz. Por favor recopilen todas pruebas pictóricas, escultóricas o escritas o mitológicas que puedan. Estoy convencido de que esas representaciones no están basadas ni en rayos ni truenos naturales sino que se trata de una temprana arma de guerra altamente desarrollada por nuestros antepasados.
Si se podía demostrar la presencia de sangre germana (aria) en la cultura de un pueblo, entonces la Wehrmacht podía entrar en acción. El culto que Himmler profesaba por los ancestros era el pretexto para la agresión, y las expediciones de la Ahnenerbe servirían para sustentar futuras reivindicaciones territoriales. Durante los Juicios de Núremberg, pocos entendieron el papel desempeñado por la Ahnenerbe y sus científicos, reunidos en torno a la orden de la calavera y a su líder, Heinrich Himmler, en la propaganda que impulsó a muchos alemanes a cerrar los ojos e incluso a aceptar la «Solución Final» —el Holocausto— como algo necesario.