ALMA M. REEDLA PEREGRINA”:
ESTUDIO PRELIMINAR

La vida tiene tantos capítulos...
ALMA MARIE SULLIVAN REED
(1889-1966)

La primera vez que oí hablar de Alma Reed fue en 1992, en la recepción del Gran Hotel de Mérida, capital del estado de Yucatán. Llegué después de un viaje de veintiséis horas en camión desde la Ciudad de México, el cual incluyó paradas frecuentes en pueblos y ciudades a lo largo del camino. Aún antes de llegar, me sentí cautivado por el ambiente del lugar —que en su tiempo debió haber sido impresionante—, y muy pronto me enteré de que el propio hotel había sido un punto referencial en la historia política y cultural de la ciudad. Cuando me entregó la llave de mi cuarto, don Eusebio, el recepcionista, me dijo que Fidel Castro había ocupado esa misma suite muchos años antes, cuando él y sus revolucionarios andaban recorriendo las costas del Golfo de México en busca de un barco que los llevara de regreso a Cuba para derrocar al dictador Batista. Dado mi interés en el asunto, comenzó a enumerar los nombres de las muchas personalidades extranjeras que alguna vez se habían hospedado ahí: Charles Lindbergh, Sergei Eisenstein, Douglas Fairbanks, etcétera, hasta que en un momento dado mencionó a una mujer a la que se le conoce popularmente como la Peregrina. Al ver mi falta de entusiasmo ante ese nombre, don Eusebio me aclaró que la Peregrina era Alma Reed, una “gringa” de San Francisco, California, y sorprendido por el hecho de que yo no hubiera oído hablar de una figura tan conocida y celebrada en Yucatán —especialmente porque yo era su paisano—, comenzó a narrarme la historia del romance trágico entre la Peregrina y el héroe revolucionario y gobernador mártir de dicho estado, Felipe Carrillo Puerto (1874-1924). Durante el tiempo que estuvo en Mérida como enviada de The New York Times Magazine, a principios de la década de los veinte, Alma Reed conoció, se enamoró y se comprometió en matrimonio con ese personaje que fue gobernante carismático y socialista de Yucatán, y que fue conocido entre sus detractores como “El dragón rojo con ojos de jade”.

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Retrato de Felipe Carrillo Puerto con su sombrero Stetson. Tiene la siguiente anotación en tinta roja: “Alma, mi más linda mujercita, te envío esto, me dicen que se me parece. Si estás de acuerdo, consérvalo como mi retrato”.

Después de que Alma y Felipe se comprometieron formalmente, ella regresó a San Francisco para preparar su ajuar de novia y todo lo relacionado con la boda. Ella había estado casada con Samuel Payne Reed, pero esto no impidió que se enamorara con fuerza de nueva cuenta, no obstante el reto que implicaba su nuevo compromiso, pues Carillo Puerto era un hombre casado. Una semana antes de que la boda tuviera lugar, en enero de 1924, Alma recibió un telegrama con una noticia devastadora: su prometido, tres hermanos de éste y nueve de sus correligionarios habían sido pasados por las armas por un pelotón de fusilamiento.

Al ocupar la gubernatura de su estado natal en 1923, Carrillo Puerto, que había luchado al lado de Emiliano Zapata haciendo suyo el lema de “Tierra y Libertad”, siguiendo al pie de la letra los postulados de la Revolución mexicana, hizo enormes esfuerzos para modernizar su estado, que tan apartado estaba de la capital y cuyos caciques pertenecían a la denominada “casta divina”. Esa aristocracia terrateniente yucateca se resistió a aceptar la reforma agraria puesta en práctica por el gobierno federal que afectaba sus latifundios, así como otros avances sociales que echó a andar el gobierno estatal encabezado por Carrillo Puerto; entre otros, la creación de las ligas feministas, impulsadas por Elvia, la hermana de Felipe, por medio de las cuales se instituyó el programa de planeación familiar que vino a ser el primero en el hemisferio occidental, además de otorgar a la mujer yucateca el derecho al sufragio, con lo cual esa entidad federativa se adelantó muchos años al resto de la República mexicana.1

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Alma en Mérida con miembros de la La Liga Feminista del Sureste y su directora, Elvia Carrillo Puerto, la hermana de Felipe (de pie a la derecha), y Raquel Dzib (de pie a la izquierda).

Carillo Puerto también fundó más de cuatrocientas escuelas locales para educar a los mayas que, hasta entonces, vivían en las condiciones de esclavitud impuestas por el sistema de servicio por endeudamiento de las haciendas henequeneras, propiedad de la clase dominante, situación que se refleja con toda claridad en el escudo de armas de la todopoderosa familia Montejo que adorna la fachada de su palacio del siglo XVI en Mérida, donde se ve el pie de un español aplastando la cabeza de un indígena maya. En un acto de reivindicación social que provocaba al statu quo, el gobernador socialista decidió reinstaurar el sistema de ejidos, característico del México prehispánico, con el argumento de que la tierra de Yucatán le pertenecía a sus habitantes por derecho legal de nacimiento. También reformó el sistema carcelario y construyó caminos desde Mérida hacia varios pueblos con el propósito de que los campesinos pudieran transportar sus mercancías al mercado con mayor facilidad.

A pesar de su enorme estatura y del color verde de sus ojos, se decía que Carrillo Puerto era descendiente de Nachi Cocom, el último cacique indígena de la federación de Mayapán que luchó en contra de la invasión española2 a mediados del siglo XVI. En todo caso, luego de haber pasado la mayor parte de su niñez en el campo, en donde entró en contacto directo con los campesinos fundamentalmente indígenas, Carrillo Puerto aprendió el maya yucateco a la perfección e, incluso durante su juventud, tradujo la Constitución mexicana para que la enorme mayoría que no hablaba español pudiera conocer sus derechos.

Como resultado directo de las reformas de inspiración socialista promulgadas durante su breve gubernatura, que duró nada más veinte meses, el 3 de enero de 1924, el primer gobernador de Yucatán elegido democráticamente fue ultimado junto con sus hermanos Edesio, Benjamín y Wilfrido y nueve de sus colaboradores políticos, entre ellos, Manuel Berzunza, el más importante de sus consejeros.

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Busto funerario de Carrillo Puerto en el Cementerio General de Mérida. Tiene inscrita la siguiente frase: “No abandones a mis indios”. Este monumento fue erigido frente al muro donde Carrillo Puerto, tres de sus hermanos y nueve de sus asistentes fueron ejecutados por un pelotón de fusilamiento el 3 de enero de 1924.

Sus asesinos eran agentes de la insurrección encabezada por Adolfo de la Huerta y comandada por el coronel rebelde Juan Ricárdez Broca, originario de Sonora. Los delahuertistas respaldaron a la clase gobernante de Yucatán en sus esfuerzos por recuperar las haciendas de henequén y el derecho a la mano de obra en condiciones de esclavitud, lo que habían perdido luego de la Revolución mexicana. Ese grupo, que se vio obligado a ceder sus privilegios y que tenía el apoyo de la Iglesia católica, desafió abiertamente a la presidencia de Álvaro Obregón, un firme aliado de Carrillo Puerto, y trató, aunque sin éxito, de derrocarlo. A pesar de que De la Huerta condenó las ejecuciones el mismo día que ocurrieron, poco después promovió a Ricárdez Broca al grado de general y lo nombró gobernador provisional de Yucatán. Su gobierno temporal —e ilegítimo— fue de muy corta duración, debido en buena parte a la respuesta inmediata de la Ward Line, que al suspender su servicio de transporte desde y hacia la región, consiguió que se paralizara la industria del henequén, cuyas utilidades eran la columna vertebral de la economía del estado.

En un intento conmovedor por enfatizar el imposible amor eterno de la pareja, don Eusebio entonó las primeras líneas de la canción3 que todavía mantiene a Reed en la memoria de México y del extranjero. La balada, compuesta a petición de Carrillo Puerto, es un poema del conocido autor Luis Rosado Vega con música de Ricardo Palmerín:

La Peregrina

Peregrina de ojos claros y divinos,

y mejillas encendidas de arrebol,

peregrina de los labios purpurinos

y radiante cabellera como el sol.

Peregrina que dejaste tus lugares,

los abetos y la nieve virginal,

y viniste a refugiarte en mis palmares,

bajo el cielo de mi tierra, de mi tierra tropical.

Las canoras avecitas de mis prados

por cantarte dan sus trinos si te ven,

y las flores de nectarios perfumados

te acarician en los labios, en los labios y la sien.

Cuando dejes mis palmares y mi sierra,

Peregrina del semblante encantador,

no te olvides, no te olvides de mi tierra,

no te olvides, no te olvides de mi amor.

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Manuscrito original de la balada “La Peregrina” de Luis Rosado Vega, reproducido en el número 1359 de la revista Impacto de la Ciudad de México.

Don Eusebio no conocía la historia de la canción, sólo sabía que estaba dedicada a la enamorada de Carrillo Puerto, la reportera estadounidense Alma Reed. Más tarde, durante mis investigaciones para esta edición de sus memorias, descubrí “La única y verdadera historia de la Peregrina” en una carta, con fecha de mayo de 1951, que el compositor le había escrito a Ramón Ríos Franco, director de La Revista Ilustrada. En ella, su autor narra que Reed, Carrillo Puerto y él iban en auto, de camino a una cena, en un cálido anochecer en Mérida, en que recién había llovido y, de acuerdo con el poeta:

…se sentía tan embalsamado el ambiente que Alma Reed, de manera espontánea e involuntaria, aspiró profundamente y dijo:

—¡Ay, cómo huele!...

Yo le contesté en seguida, con una galantería que cualquier hombre hubiera tenido para una mujer tan bella como era Alma:

—Sí, todo perfuma porque usted está pasando…

Felipe, al punto, me advirtió:

—Eso se lo vas a decir en unos versos.

Y desde luego mi respuesta fue aceptar el compromiso:

—Se lo diré en una canción.

Carrillo Puerto me replicó:

—Te tomo la palabra.

A lo largo de mi primera visita a Yucatán, el recuerdo de Reed se manifestó en numerosas ocasiones, sobre todo al escuchar muy frecuentemente la famosa canción a ella dedicada, pero también en el recuerdo colectivo de los meridanos. Tiempo después, me di cuenta de que la balada de “La Peregrina” no siempre evoca recuerdos agradables para todos, de hecho, en la entrevista que sostuve con una de las nietas de Felipe Carrillo Puerto, ella me confesó que cada vez que esa canción se escuchaba en la radio, su abuela materna cambiaba la estación, pues le hacía recordar a la “gringa oportunista” que le había robado el cariño de su marido.

Desde esa primera visita que hice a Yucatán, en 1992, me cautivó la mujer que, como después me enteré, antes de convertirse en una leyenda viva en México, había comenzado su carrera periodística en San Francisco, bajo el seudónimo de “Mrs. Goodfellow”, como columnista para The San Francisco Call, una publicación de corte izquierdista. Bajo su rúbrica, documentaba las tragedias e injusticias que vivían los desposeídos de su ciudad natal, y esa labor le ganó el despectivo apelativo de sob sister.4

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En el reverso de este curioso fotomontaje se lee: “Alma como Mrs. Goodfellow, distribuyendo regalos entre los mexicanos pobres en San Francisco, antes de su primera visita a México”. La otra persona no se ha podido identificar, pero su imagen fue recortada y pegada en la parte inferior de la fotografía original que, al parecer, fue tomada en 1919 o en 1920.

La reputación de Reed como defensora de los derechos humanos y como periodista se estableció en 1921, gracias a la sonada defensa que hizo de Simón Ruiz, un trabajador mexicano indocumentado de dieciséis años que había sido sentenciado a muerte en la horca, después de que su abogado defensor —mismo que el Estado le había asignado— le aconsejara, en un inglés incomprensible, que se declarara culpable de todos los cargos, obviamente fabricados, que se le imputaban. El resultado de la campaña de Reed, que duró varios meses y produjo muchos artículos apasionados en The Call, fue nada menos que una reforma al código penal del estado de California para prohibir la ejecución de menores de dieciocho años. Esta ley, aprobada en 1921, fue conocida popularmente como The Boy-hanging Bill.5

Esa revisión legal lograda por los esfuerzos de Reed, demostró claramente cómo el periodismo podía generar avances efectivos en el gobierno y en la sociedad, y Alma fue una visionaria en ese sentido, al punto de que su absoluto apoyo al gobierno del general Álvaro Obregón, manifestado en varios textos periodísticos suyos, resultaría, pocos años después, en el reconocimiento oficial al gobierno obregonista por parte de Estados Unidos. El continuo apoyo de Reed a los desposeídos que, en el caso de Ruiz, resultó en un cambio de enormes proporciones en el sistema legal del estado de California, la convirtió en la precursora de un tipo de periodismo trascendente, alejado de las excentricidades de “chicas atrevidas” como Nellie Bly, cuyos actos circenses llamaban mucho la atención en ese tiempo. El surgimiento de esta clase de periodismo hay que agradecerlo, en parte, a Fremont Older, dueño del periódico donde Alma trabajaba, pues Older “abrió oportunidades extraordinarias a las mujeres en The San Francisco Call y les brindó su apoyo en muchas de las hazañas periodísticas que ellas llevaron a cabo; Older era un hombre que creía que los editores no estaban contratando suficientes mujeres”.6

La cruzada que Alma emprendió para salvar a Simón Ruiz atrajo la atención del nuevo gobierno revolucionario de México y, en septiembre de 1922, Reed viajó por primera vez a la Ciudad de México como invitada semioficial del presidente Obregón y de su esposa. Desde su llegada, Alma recibió trato como si fuera miembro de la realeza; su suite del elegante Hotel Regis estaba adornada con arreglos florales y jaulas de pájaros cantores, y en la puerta del hotel había siempre un chofer esperándola para llevarla a sus varios compromisos oficiales, entre ellos, una excursión a las pirámides de Teotihuacan, recorridos a las escuelas que estaba construyendo el nuevo gobierno y comidas con el presidente y la primera dama en la residencia presidencial, que era el antiguo palacio habitado por el frustrado emperador Maximiliano y su esposa Carlota, situado en lo alto del cerro de Chapultepec.

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Alma ataviada a la moda flapper de los años veinte. Alrededor de su cuello pende el antiguo cascabel maya de cobre montado sobre el triángulo rojo del Partido Socialista del Sureste, regalo de su adorado Felipe.

Por esas fechas, México apenas estaba saliendo de una revolución armada que había cobrado miles de vidas y que trataba de revindicar a una población fundamentalmente integrada por campesinos, a los que otorgó tierras, ya que ésa había sido su mayor demanda. Se vivía igualmente una revolución cultural impulsada por José Vasconcelos, creador de la Secretaría de Educación Pública, y que en el aspecto artístico, se decía que entregó a los pintores los muros de los edificios públicos para decorarlos, como el gobierno había repartido los latifundios a los campesinos para que ellos los trabajaran. De este apoyo oficial a los artistas plásticos surgiría el movimiento del muralismo mexicano, que trascendía las fronteras del país y del que fueron representantes José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros.

Cuando Reed volvió a San Francisco, Adolph S. Ochs, dueño y editor de The New York Times, la mandó buscar a su periódico The Call, a donde ella había regresado a trabajar después de su primera visita a México. Al igual que muchos editores de su tiempo, Ochs había seguido la exitosa campaña de Alma para cambiar la ley de la pena de muerte en California y, como ya estaba de nuevo en Estados Unidos, quería que ella escribiera para su periódico. Cuando se reunieron, el magnate del periodismo le ofreció el puesto de corresponsal en California. Halagada, sin duda, pero aún bajo la seducción de su anterior experiencia mexicana, Alma le explicó que lo que en verdad quería era un trabajo que pudiera llevarla de regreso a ese país. Ochs se quedó sorprendido ante semejante petición, sobre todo porque el prestigio y reconocimiento de Alma estaban en pleno apogeo en Estados Unidos. No obstante, Ochs no sólo había viajado a California para encontrarse con Alma, sino que estaba buscando a alguien que pudiera cubrir una expedición arqueológica que pronto se realizaría en el estado de Yucatán.

Después de un breve periodo de negociaciones, Reed fue contratada para cubrir la expedición que el Instituto Carnegie llevaría a cabo en la península de Yucatán, en donde ella debía documentar las actividades y los descubrimientos de los arqueólogos estadounidenses, entre los que estaba Sylvanus Morley, el mayista de la Universidad de Harvard. El plan de Morley era excavar en las ruinas de Chichén Itzá, la ciudad clásica de la cultura maya que estaba ubicada en una exhacienda henequenera que, en ese momento, era propiedad del polémico explorador y arqueólogo estadounidense, Edward H. Thompson, quien vivía ahí con su familia desde 1885.

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Edward H. Thompson, arqueólogo estadounidense y dueño de la hacienda Chichén Itzá, en una fotografía que probablemente le dio a Alma durante la reveladora entrevista que sostuvieron en 1923.

Como lo relata Alma, ella le resultó “simpática” a Thompson, que, a su vez, la admiraba por su profesionalismo y su capacidad de trabajo, y en muy corto tiempo la hizo su confidente y le reveló que, entre otras cosas, a lo largo de los años, él había recuperado innumerables piezas del fondo del Cenote Sagrado de Chichén Itzá y que, poco a poco, las había estado enviando al Museo Peabody de la Universidad de Harvard por vía de la valija consular. Esta información apareció como noticia exclusiva y con la autorización de Thompson en The New York Times el 8 de abril de 1923, bajo el título: “El cenote de los sacrificios humanos de los mayas” y, de inmediato, se convirtió en un escándalo internacional, pues México exigió la repatriación del tesoro o bien, un enorme pago como indemnización; la propia Reed trabajó activamente a favor de esa petición. Casi diez años después, en 1930, el Museo Peabody regresó, aunque con evidente renuencia, una parte de este patrimonio nacional mexicano, y eso se debió, en gran medida, a la labor que Alma desempeñó tanto en el ámbito periodístico como en el oficial.

Fue también durante su primera visita a Mérida, en febrero de 1923, cuando Reed conoció al entonces gobernador de Yucatán, Felipe Carrillo Puerto, del que quedó prendada y lo mismo ocurrió por parte de Carrillo Puerto. El suyo fue un romance inmediato y apasionado que, a pesar de que duró menos de un año, dejó una marca definitiva no sólo en la vida y en la obra de la Peregrina, sino en la historia misma del estado de Yucatán y del México de los años veinte del siglo pasado.

Tal como aparece en sus memorias, Reed conoció por primera vez a Carrillo Puerto en una recepción oficial, ofrecida a los científicos y exploradores estadounidenses —los “yucatólogos”, como muy pronto los bautizaron en el medio local— que integraban la expedición arqueológica cuyas actividades estaba cubriendo Alma. Luego de ser presentada con el gobernador —cuyas oficinas estaban ubicadas en un lugar denominado: la Casa del Pueblo, en virtud de que él había transformado el Palacio de Gobierno en un centro cultural y en un museo arqueológico para el disfrute de los habitantes de Mérida—, Alma se acercó al general brigadier William Barclay Parsons, que era miembro de la junta directiva del Instituto Carnegie y el integrante de mayor jerarquía en el grupo, para comentarle a éste la impresión que le había provocado el gobernador. Parsons, un ingeniero de vías férreas y creador del sistema del tren subterráneo de Nueva York, supo expresar la reacción de asombro que era evidente en todos sus compañeros expedicionarios al murmurar al oído de Alma lo que ella misma relata en su autobiografía:

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En el reverso de la fotografía se lee: “Alma y Felipe (Alma partiendo de Yucatán), octubre, 1923”. Ésta es la última fotografía que se conoce de la pareja comprometida. Destaca el hecho de que Felipe lleva en sus manos la bolsa de Alma, mientras ella sostiene un enorme ramo de rosas, sin duda, un regalo de él para su amada Pixan Halal.

—Éste es el dragón rojo más atractivo que yo haya visto en cualquiera de mis safaris... ¿Qué le parece a usted, jovencita?

Con total convicción y sin dudarlo, respondí:

—Él es mi idea de un dios griego.

La intensidad de su amor y sus sueños utópicos están perfectamente documentados en las cartas y telegramas —casi todos en español— que Carrillo Puerto le envió a Reed a Nueva York y a San Francisco entre abril y diciembre de 1923.7 Estos documentos epistolares arrojan una luz completamente distinta sobre el gobernador de Yucatán que, como lo revela su correspondencia, estaba cautivado por su “idolatrada Alma”, no obstante que corría el rumor de que había tenido amoríos con otras mujeres, entre ellas una estadounidense a la que había conocido en la Ciudad de México unos años antes, así como una supuesta amante en Mérida.8 Su amor por la “niña periodista”, a quien pronto bautizó con el nombre maya Pixan Halal,9 parecía en verdad genuino, pues en sus cartas Carrillo Puerto la mantenía informada sobre el estatus del divorcio que él había solicitado de su primera esposa, María Isabel Palma de Carrillo, madre de sus cuatro hijos, y así poder casarse con Alma, en San Francisco, el 14 de enero de 1924. Sin embargo, la boda nunca tendría lugar porque Carrillo Puerto fue fusilado el 3 de enero de ese año, y su última misiva lleva fecha del 10 de diciembre de 1923, y de cierta manera presagia en el tono ominoso su muerte violenta, que ocurriría menos de un mes después. Éstas son las últimas palabras que le escribió a su “linda niña”:

Con todo mi cariño te envío recuerdos y espero que tú pienses, lo desgraciado que soy sin ti a mi lado, no tengo ningún consuelo, ni una caricia la más insignificante. Recibe todos los besos de mis labios y todo el amor de este pobre hombre sediento de felicidad. Tuyo hasta que me muera.

El hecho de que Felipe interrumpiera la carta que estaba escribiendo a máquina debido al estallido repentino de una bomba muy cerca de donde estaba y que garabateara en letra manuscrita: “Comunicarme en aerograma lo nuestro y demás mientras te envío clave”, enfatiza aún más lo apremiante de la situación en la que se encontraba.

En los apuntes que Katherine Anne Porter dejó para su novela inconclusa, Historical Present, (Presente histórico) que constituye “un relato completo de un periodo histórico, desde la perspectiva de algunas de las personas que lo vivieron”, la autora registra el recuento dramático de cómo Reed, uno de los personajes de la pretendida novela, “estaba de pie en el vestíbulo del hotel […] toda cubierta de satín blanco con el velo y el tocado de flores de azahar, en el ensayo de su boda, cuando le llegó la noticia de la muerte de Felipe”.10 De acuerdo con Joan Givner, la autora de una biografía de la estancia de Porter en México, la novelista.

(…) sentía celos y menosprecio por la celebridad de Reed. Pretendía comenzar Historical Present, la novela en la que estaba trabajando en 1930, aludiendo a la forma en la que Reed “sacó provecho de la muerte de Felipe” para continuar construyendo su propia leyenda y convertirse en “la heroína de todo México”.

De tal suerte, resulta comprensible por la relación que se dio entre ambas y Carrillo Puerto, y donde Alma llevó las de ganar, que Porter aludiera a la Peregrina de una manera no muy favorable en su proyectada novela y esto también explica por qué Reed nunca asistió a las tan famosas conferencias que dio Porter en la Ciudad de México durante las décadas de los cincuenta y sesenta.11

Después del asesinato de Felipe en enero de 1924, Alma viajó al norte de África, de nuevo como corresponsal de The New York Times, y desde ahí escribió reportajes sobre las excavaciones arqueológicas que se hicieron en Cartago bajo el mando del conde polaco Byron Khun de Prorok. Una serie de cinco artículos, con títulos tan sugerentes como: “La ciencia desentierra los secretos de Cartago”, “La maldición todavía ronda sobre Cartago”, “La ciencia en busca de la Atlántida perdida”, “Cámara subacuática filma ruinas en las profundidades del mar” y “Exploradores buscan rastros de la ‘Juana de Arco’ africana”, aparecieron en el periódico de la ciudad de Nueva York, entre octubre y diciembre de 1924, y dan testimonio del interés renovado de Alma por los estudios clásicos, algo que la había cautivado desde la niñez. Después de estudiar arqueología durante un año en Nápoles, en donde tradujo el tratado arqueológico de G. Consoli Fiego, Cumae and the Phlegraean Fields (Cumae y los campos flégreos), publicado en 1927, en Roma, viajó a Grecia invitada por su amiga de la infancia Eva Palmer, esposa del poeta griego Ángelos Sikelianos, de quien Reed tradujo del griego su obra La palabra délfica... La dedicatoria, que publicó el año siguiente. Durante ese periodo, continuó escribiendo para The Times y, en 1926, dedicó sendos artículos a uno de los más grandes y misteriosos temas del mundo grecolatino: “El Hades de Virgilio revela sus secretos” y “La Sibila le renueva su desafío al hombre”. También durante el tiempo que estuvo en Atenas, Alma participó en el Primer Festival Délfico que Palmer y Sikelianos organizaron, en mayo de 1927, como una forma de devolver la cultura y las tradiciones griegas a sus legítimos herederos.

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Alma con un atuendo de estilo griego en la Sociedad Délfica, ca. 1928 (Underwood & Underwood Studios, Nueva York).

Animadas por ese espíritu helénico, Alma y Eva viajaron a Nueva York ese mismo año para fundar la primera colonia de la Sociedad Délfica en Estados Unidos, y a principios de 1928 se instalaron en un departamento, en el que había vivido Máximo Gorki, el célebre escritor ruso, ubicado en el número 12 de la Quinta Avenida.

Ese departamento, cerca de Washington Square y de su arco triunfal, fue bautizado como el “Ashram” para rendir homenaje a Mahatma Gandhi, el “apóstol del pacifismo”, a quien Alma y Eva admiraban profundamente.12 Al igual que el lugar en el que Gandhi había vivido, el departamento de Alma en Nueva York se convirtió en un centro de actividades comunales y, al mismo tiempo, fue la sede de un movimiento cultural cuya base era la filosofía antigua, tanto de Oriente como de Occidente. Con el tiempo, los Delphic Studios de Reed se consolidaron como el producto más logrado de ese esfuerzo inicial conjunto. Por desgracia, sólo sobreviven unas cuantas fotografías que retratan el ambiente cosmopolita de ese innovador círculo político y literario.

Un día, en Manhattan, Alma recibió una llamada telefónica de Anita Brenner, una joven mexicana de Aguascalientes que compartía su misma fascinación por México y que vivía en Estados Unidos porque sus padres habían emigrado a San Antonio, Texas, al estallar la Revolución mexicana. Sin embargo, Brenner volvió a México en numerosas ocasiones, sobre todo para desarrollar las investigaciones con los que integró sus célebres libros, entre los que se incluye su estudio sobre el sincretismo religioso y el arte mexicano, Ídolos detrás de los altares, originalmente publicado en inglés, en 1929, mientras terminaba su doctorado en la Universidad de Columbia. Durante su conversación telefónica, Brenner le comentó a Alma que el artista José Clemente Orozco estaba viviendo en Manhattan desde diciembre de 1927 y que estaba pasando por una situación económica difícil.

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Artistas en el departamento de Alma Reed, ca. 1932. Esta imagen es cortesía de los Enrique Riverón Papers (1918-1994), resguardados en los Archivos de Arte Americano del Instituto Smithsoniano.

Ya en 1923, durante la segunda visita de Alma a la capital mexicana, cuando ella y Carrillo Puerto eran el centro de atención en la ciudad, el secretario de Educación, José Vasconcelos, le había mostrado a Alma los murales que por ese entonces estaba pintando Diego Rivera en la Secretaría de Educación Pública y los que había comenzado Orozco en la Escuela Nacional Preparatoria. En la biografía de Orozco, escrita por ella y publicada en 1955 por el Fondo de Cultura Económica, Reed recuerda que conforme ella y Vasconcelos se acercaban “al patio principal de la preparatoria, donde Orozco estaba absorto en la decoración de una alta bóveda, lo llamó Vasconcelos: ‘Orozco, aquí está la periodista americana Alma Reed. A ella le gusta su pintura. ¡A mí no, desgraciadamente! Pero la pared es suya hombre, no mía. ¡Así, pues, sígale!”.13 Sin duda, las poderosas imágenes con las que Orozco ilustró las luchas campesinas, las contiendas entre las facciones revolucionarias y el libertinaje de las clases altas, al igual que su crítica despiadada a la Iglesia católica, deben haber causado una gran impresión en la joven periodista; de hecho, las declaraciones que hizo durante su primera visita hacen evidente la creciente seducción que México le provocaba. En una entrevista que le hicieron para uno de los periódicos más importantes de la capital, Excélsior, Reed declaró que: “México debería ser la Meca de los artistas de todo el mundo: aquí, cada objeto y cada escena es razón suficiente para el arte y la belleza”.14 Ese interés muy pronto la incorporó a las filas de las mujeres estadounidenses que llegaron a México en pos de la Revolución; entre ellas, la propia Katherine Anne Porter, Ione Robinson y Frances Toor, fundadora y editora de la revista Mexican Folkways, por mencionar sólo a tres. A pesar de que sus actividades aún no están completamente documentadas, estas mujeres estuvieron comprometidas en importantes esfuerzos culturales durante el periodo al que se le conoce como el Renacimiento Cultural Mexicano, tiempo en el que se pusieron en práctica los ideales educativos y artísticos de la Revolución.

Alma de inmediato se ofreció a ayudar a Orozco y decidió ir a visitarlo en su “estudio situado en el primer piso de una manzana de casas destartaladas de Chelsea, en las calles veintes al oeste de Manhattan”.15 En una carta escrita en junio de 1928, a su esposa Margarita, Orozco menciona a Reed por primera vez:

La Anita [Brenner] me dijo el otro día que hay esperanzas de que se venda un dibujo y un cuadrito de los que he hecho aquí. Que por el dibujo se interesa una señorita Alma Reed que fue novia de Carrillo Puerto, aquel gobernador de Yucatán que mataron, que le gustaron muchísimo mis obras, pero naturalmente no me presentó con ella. Esa señorita Reed es íntima de [José Juan] Tablada y fíjate que este majadero no ha sido tampoco para presentarme con ella ni con nadie.16

Todavía dos meses después —lo sabemos por su nota del 2 de agosto de 1928— Orozco aún no había conocido a Reed; pero en una segunda carta, escrita más tarde ese mismo día, Orozco le informa a su esposa que Reed está interesada en visitar su estudio:

(...) Acabo de recibir una carta de Alma Reed, a quien no conozco, pero es la amiga de Tablada y es a quien Anita le enseñó mis dibujos en días pasados. Me dice que hace mucho es una profunda admiradora mía, que “The entire series on the Mexican revolution holds a very intimate appeal to me, but one of them, Cementery scene, is irresistible”17 y me incluye 20 dólares a cuenta de 100, precio del dibujo. Quiere venir a mi estudio y traer un amigo para tratar acerca de la publicación en no sé qué.18 Ya va cambiando tantito la suerte, Miti. ¡Dios te oye!19

Después de visitar a Orozco por primera vez en su estudio improvisado, Alma recuerda: “A la mañana siguiente decidí ayudar al pintor mexicano a que prosiguiera su carrera en Estados Unidos. Ni siquiera intenté racionalizar la coacción interna que había dado forma a mi decisión”.20 También confiesa: “No tenía yo ideas precisas acerca de lo que pudiera hacer —si acaso podía hacer algo— para impulsar su carrera en Nueva York. Pero podría por lo menos comprarle un cuadro, y quizás inducir a mis amigos a que hicieran lo mismo”.21

En una carta a su esposa, con fecha del 15 de agosto de 1928, la reacción de Orozco sobre su encuentro con Alma es, también, entusiasta:

El domingo en la noche me presentó la Anita con Alma Reed, es una mujer muy agradable y parece ser muy culta, dice ser una gran admiradora de mis obras. Me dijo que deseaba ilustrar un libro suyo que está escribiendo, con algunos de mis dibujos de la Revolución, que mañana jueves va a venir a mi estudio con una señora que tiene que ver con cuarenta magazines para ver mis obras y quizá haya business, que quiere un cartel para anunciar unos festivales en Delfos, Grecia, patrocinados por una millonaria, que hacen cada dos años y a los cuales asisten gentes de todo el mundo, que hay no sé qué grupo de literatos y filósofos ante los cuales voy a ser presentado el invierno próximo, con una conferencia y proyecciones de mis pinturas, que les ha hablado de mí a todos sus amigos y amigas...22

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Fotografía de una fiesta en los Delphic Studios, ca. 1936. Esta imagen es cortesía de los Enrique Riverón Papers (1918-1994), resguardados en los Archivos de Arte Americano del Instituto Smithsoniano. A pesar de que no se ha podido identificar a todos los invitados, se trata, sin duda, de miembros de la Sociedad Délfica: Alma aparece justo al centro, el muralista José Clemente Orozco en la esquina superior derecha; David Alfaro Siqueiros, de pie, a la extrema izquierda detrás de Khalil Gibran, quien se encuentra de pie a la izquierda de la fotografía.

Poco después, Alma convenció a su amiga Eva Palmer de que le pidiera al pintor que le hiciera su retrato para lo cual Orozco instaló su caballete en una pequeña habitación de lo que sus dos nuevas amigas estadounidenses llamaban el Ashram, a la que bautizó como “la Pulquería” en recuerdo de estos sitios mexicanos.

Un poco después, de acuerdo con el recuento que hace Alma en su biografía de Orozco, publicada por primera vez en español en 1955 por el Fondo de Cultura Económica, el artista pintó dos lienzos y una serie de muebles que él mismo había hecho para decorar lo que el pintor designaba como “el sector mexicano” del Ashram. También pintó un retrato de Alma, pero lo destruyó casi de inmediato, presa del descontrol que sintió Orozco al ver el retrato, muy superior al que él le había realizado y que fue hecho a Reed por el poeta y grabador libanés, Khalil Gibran, otro de los concurrentes habituales de su salón. Ese extraordinario retrato de Gibran lleva la siguiente dedicatoria: “Para Alma Reed: mi querida y agraciada amiga, cuyo corazón habita en el mundo de la verdad y la belleza. K. G. 1928”.

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Alma Reed a través de la mirada del artista y filósofo Khalil Gibran, uno de los concurrentes habituales de la Sociedad Délfica. Esta imagen es una reproducción tomada de la semblanza de la Peregrina que se publicó en The News de la Ciudad de México inmediatamente después de su muerte en 1966. No se sabe si el dibujo se perdió (o se vendió) pues el marco contiene sólo la dedicatoria del artista para Alma y en lugar del dibujo, una foto del poeta libanés.

En su autobiografía, Orozco menciona el hecho de que frecuentaba el Ashram y habla también sobre el profundo impacto que tuvo sobre él el cosmopolitismo de ese lugar:

Cuando la conocí [a Alma Reed], ella y la señora Sikelianos habitaban un amplio departamento en la parte baja de la Quinta Avenida. Habían venido a Nueva York a solicitar ayuda financiera para la causa del resurgimiento de Grecia y a organizar una excursión a los festivales que cada dos años se celebraban en Delfos. (...) El salón de la señora Sikelianos, literario-revolucionario, era concurridísimo. Unos días acudían griegos, entre ellos el doctor Kalimacos, patriarca de la Iglesia Ortodoxa de Nueva York. Se oía el griego moderno, hablado a la perfección por las dueñas de la casa. Otros días venían hindúes de color bronceado y con turbante, adictos a la causa de Mahatma Gandhi. (...) Alma recitaba sus traducciones de los poemas épicos de Sikelianos, algunos de los cuales ya habían sido editados en un volumen con el nombre de The Dedication.23

La primera exposición individual de Orozco en Estados Unidos tuvo lugar en el legendario departamento del Greenwich Village en septiembre de 1928 y a la inauguración asistieron alrededor de sesenta invitados. Una de las pruebas más contundentes del interés genuino de Alma por promover al artista mexicano se encuentra en la carta que le envió a Orozco, con fecha del 26 de septiembre de ese mismo año, y que él transcribe en una carta para su esposa Margarita. En ella, Reed le informa al pintor de los avances y de las oportunidades que habían surgido a partir de su primera exposición individual:

Tu exposición cada vez suscita más interés. Ayer vinieron muchas personas importantes y algunas de ellas van a regresar hoy acompañadas por dueños de galerías y gente acaudalada, que son posibles compradores. En vista de este creciente interés, creemos que sería más conveniente mantener tu exposición aquí hasta el viernes por la noche. Existe la posibilidad de que te comisionen retratos, así que sería buena idea que trajeras tu maravilloso autorretrato. Ayer vinieron varios críticos de renombre que, al ver tus obras, hicieron el mismo comentario, aunque cada uno por separado y de manera espontánea: “La disposición y la anatomía en Orozco pasarían por la de Miguel Ángel”. Nunca había visto tanto entusiasmo por la obra de ningún artista como el que vi aquí ayer. Muchos de los que vinieron el lunes nos llamaron para expresarnos de nuevo su profunda admiración. (...) Estoy segura de que pronto va a haber resultados muy interesantes respecto a tus obras, pues ya muchos de los amigos más influyentes están muy interesados en ellas. Estamos trabajando para conseguirte un “buen muro” para la “Exposición Arquitectónica” de enero. Hoy vendrán los directores de algunas galerías, entre ellos, Marie Sterner. Creo que voy a tener noticias para ti mañana en la noche.24

El éxito de su primera exposición le abrió a Orozco las puertas para que, durante dos semanas, se expusiera su serie México en la Revolución, curada por la sofisticada Galería Marie Sterner. Esta nueva exposición se inauguró el 10 de octubre de 1928 y, de acuerdo con Orozco, Alma fue quien pagó los marcos de sus lienzos y las impresiones y los envíos de los catálogos de la exposición. Desafortunadamente, la mayoría de los invitados asistieron por respeto a la dueña de la galería y, durante la inauguración, parecían estar más interesados en los muebles diseñados por Biederman que en las pinturas de tema revolucionario de Orozco.25 De acuerdo con Alejandro Anreus, autor de Orozco in Gringoland,26 “la exposición no tuvo ninguna reseña crítica y no se vendió ni un sólo cuadro, cosa que pesó profundamente en el ánimo de Reed y de Orozco”.27 Sin embargo, como lo señala el propio Orozco en la carta que le escribió a su esposa el 11 de octubre de 1928, la señora Sterner le pidió que no pusiera a la venta sus dibujos, pues sin duda “causarían sensación” en París y, por lo tanto, le pidió a la señora Sikelianos que se llevara “toda la colección de los dibujos” a Europa en su siguiente viaje.28

A pesar de todo, Alma seguía teniendo esperanzas en las posibilidades comerciales del artista, pues se consideraba a sí misma y por decisión propia, la “madre, hermana, agente y ‘contrabandista’ de Orozco”.29 Poco después de la primera exposición, Alma logró reunir los fondos suficientes para rentar un espacio en el último piso del mismo edificio, ubicado al este de la Calle 57, y ahí estableció los Delphic Studios, su propia galería dedicada a la promoción de varios artistas, aunque principalmente de Orozco.30 Como complemento para sus obras, que iban a estar ahí en exhibición permanente, el pintor mexicano diseñó los muebles y escogió los colores para decorar el estudio.

En una carta al artista Manuel Rodríguez Lozano, con fecha del 11 de octubre de 1929, Antonieta Rivas Mercado, patrocinadora de las artes en México, intelectual ella misma y figura trágica,31 describe la nueva galería de Reed al mismo tiempo que critica a su fundadora:

El 10 de noviembre de 1928 casualmente conoció Clemente a Alma Reed. Alma Reed es una Antonieta que no hubiera conocido a Rodríguez Lozano, toda buena voluntad y desorientación.32 Hasta ese momento Cleme no había hecho nada. Alma, que está muy bien relacionada, enarbola como listón rojo su tragedia con Carrillo Puerto y, por eso, tiene gran interés en México. Clemente, mexicano, desamparado y con genio, le dio la revancha sobre México que le mató a Carrillo ocho días antes de la boda. Lo adoptó y lleva tres o cinco días de no hacer más que crearle una reputación a Orozco en Estados Unidos. Artículos, exposiciones, pláticas, etcétera. Por fin ha tomado un piso en la Calle 57, la de las mejores galerías de arte, a media cuadra de la Quinta Avenida, en la que va a abrir una galería que (sotto voce lo dice Clemente) va a ser de Orozco. Va a pintar un fresco en la fachada que se verá desde la Quinta Avenida —y en febrero hará una exposición (es el mejor mes)—.33

En su autobiografía de 1969, An American in Art: A Professional and Technical Autobiography (Un estadounidense en el arte: una autobiografía profesional y técnica), el muralista estadounidense Thomas Hart Benton recuerda también los Delphic Studios, una organización a la que él se sentía obligado a pertenecer y a cuya fundadora describe a detalle:

La Galería de los Delphic Studios fue fundada por Alma Reed, una mujer rubia, de proporciones voluminosas, bustona y atractiva,34 que estuvo en México como reportera de alguna organización de prensa escrita durante el tiempo de los primeros éxitos de la Escuela Mexicana de Pintores. Alma pretendía resucitar los misterios griegos de Delfos en una forma nueva y moderna. Esto era demasiado esotérico para mí, pero dado que Alma tenía al pintor mexicano, Clemente Orozco, bajo su cuidado y yo admiraba enormemente sus obras, me uní a su organización.35

En una carta con fecha del 15 de noviembre de 1930 y que ahora está incluida en su autobiografía: A Wall to Paint On (Un muro para pintar), Ione Robinson, la artista estadounidense que además fue asistente de Diego Rivera, también comenta sobre la Sociedad Délfica y su dueña:

Hay una mujer extraordinaria, de nombre Alma Reed, que tiene una galería llamada “Delphic Studios”. Ella va a patrocinar a Orozco. La señora Reed es originaria de California, y me temo que trajo consigo algunas de las dolencias místicas que, a veces, aquejan a la gente de allá. La señora Reed es una mujer muy gorda, y usa largos vestidos negros, ¡pero su cara y sus manos parecen las de una Madonna! Pertenece a una orden griega secreta que se llama la Sociedad Délfica. (Sólo espero que se concentre en vender las obras de Orozco.) La otra noche me invitó a una de sus reuniones. Ahí estaba la señora Hambridge, la esposa de un hombre que supuestamente descubrió la Simetría Dinámica (un sistema para generar fórmulas matemáticas), vestida con velos blancos y sandalias griegas. Todas las demás (son todas mujeres) llevaban cadenas largas con cruces griegas. De pronto, atenuaron las luces y comenzó la discusión del arte “en un plano superior”. Yo estaba bastante asustada. Cuando la señora Reed habla, mueve las manos en el aire y sus palabras suben y bajan, según el incidente que esté recordando. La parte más dramática de su vida es la de la muerte de su prometido, Felipe Carrillo Puerto, el gobernador mártir del estado de Yucatán, México. Pero a pesar de su simpleza, la señora Reed tiene una cualidad única. Sin importar cuál sea la causa a la que esté dedicada, siempre saca el mayor provecho de cada momento para llevarlo a un clímax. Está empeñada en que Orozco pinte un mural en Nueva York y en que su genio sea reconocido, pues sabe que, con su reconocimiento, Diego Rivera caerá en el olvido.36

Desde luego, el desplome de la bolsa en 1929 ocasionó una caída abrupta en el mercado del arte, pero eso no le puso fin a la primera tentativa de Alma en el negocio de las galerías. De hecho, el 15 de octubre de 1930, Reed presentó en los Delphic Studios la primera exposición individual de Edward Weston en la ciudad de Nueva York. La idea de esa exposición se había gestado durante el viaje a Carmel, California, en el que Alma y Orozco conocieron al fotógrafo y en donde Orozco posó para el retrato, ahora famoso, que le hizo. De acuerdo con Orozco, Weston era “el primer fotógrafo surrealista”, y eso lo impulsó a proponer la idea de hacer una exposición de sus obras en Nueva York. Ese mismo año, el propio Orozco colgó las cincuenta fotografías que componían la exposición. Más adelante, Alma exhibiría, en su galería de la Calle 57 en Manhattan, las obras de otros fotógrafos estadounidenses prometedores, entre ellas, las de Ansel Adams, que después se quejó de que nunca recibió el dinero de las ocho impresiones que Reed vendió.

El viaje a California fue un viaje profesional, pues ya desde el principio de ese año Alma había negociado que el profesor José Pijoan, director del departamento de Historia del Arte en el Pomona College de Claremont, California, le comisionara un mural a Orozco.37 Para la realización de esa obra, Prometeo, Orozco se inspiró en las ideas y en los individuos que había conocido durante las muchas horas de conversación y debate que había pasado en la Sociedad Délfica. Poco después, Alma consiguió que la New School for Social Research le comisionara otro mural; en su ya mencionada autobiografía, Hart Benton recuerda el papel de Alma en lo que fue el segundo mural de Orozco en Estados Unidos:

En ese tiempo, Alvin Johnson, fundador de la New School for Social Research, había reunido el dinero suficiente para que se levantara un edificio para la escuela al poniente de la Calle Doce, cerca de la Quinta Avenida. Al enterarse, Alma fue a ver a Johnson y le ofreció los servicios de Orozco como muralista y él los aceptó. Orozco pintaría un mural en el comedor de la escuela a cambio de que se le pagaran los gastos de realización.38

La obra cuyo mural principal llevaba por título La mesa de la hermandad se presentó el 19 de enero de 1931.

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Mural de Orozco en la New School for Social Research en el Greenwich Village de Manhattan; el detalle muestra los retratos de Carrillo Puerto y Lenin como héroes universales.

Entre las imágenes del mural está el retrato de Felipe Carrillo Puerto, en la misma pose en la que aparece en la fotografía que el propio gobernador mártir de Yucatán le había dedicado y enviado a Alma después de que se conocieran en Yucatán.

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En el reverso de esta fotografía Alma escribió el siguiente encabezado: “Felipe Carrillo Puerto, gobernador mártir de Yucatán, conocido como ‘El Abraham Lincoln del Mayab’”.

En segundo plano, Orozco pintó la pirámide principal de Chichén Itzá, que Alma y Felipe habían subido juntos casi diez años atrás. Debajo, el artista pintó grupos de mujeres, que evocaban las Ligas Feministas progresistas encabezadas en Mérida por Elvia, la hermana de Felipe Carrillo Puerto, que habían luchado exitosamente por el “sufragio efectivo” de la mujer yucateca. Otros de los líderes del mundo a quienes Orozco retrató en su cena universal fueron Gandhi y Lenin; pero en 1952, la censura del Macartismo obligó a las autoridades de la escuela a cubrir no sólo el retrato de Lenin, sino también el de Carrillo Puerto. En 1932, un año después de que concluyera ese mural, Orozco recibió la invitación para pintar, en Dartmouth College, el que sería su último mural en Estados Unidos; el título de esa obra, Épica de la civilización americana, es una clara alusión a su creciente fascinación por el concepto de la “raza cósmica”, una idea que había sido propuesta por primera vez por José Vasconcelos al principio de la década de los veinte y que, sin duda, fue moldeándose en la mente de Orozco durante las varias sesiones a las que asistió en la Sociedad Délfica.

Ese mismo año, Reed publicó su primer libro dedicado al arte de Orozco. El grueso volumen contiene una introducción de cinco páginas sobre el artista y su obra en la que Reed describe el arte de Orozco como “(...) una parte integral del drama generado por la ruptura de los viejos sistemas y la transformación de lo que una vez fueron las leyes inmutables de la ciencia”.39 El libro también incluye “Notas biográficas del artista” y más de cien reproducciones de sus obras en blanco y negro, muchas de ellas, fotografías de los frescos del artista tomadas por fotógrafos tan importantes de México como Tina Modotti, Edward Weston y José María Lupercio, todos ellos conocidos de Reed. También debe señalarse que la propia Reed publicó este libro en la imprenta de los Delphic Studios que ella misma fundó y que, más adelante, publicaría trabajos como Photographs of México (Fotografías de México) de Anton Bruehl (1933), un libro seleccionado por el jurado para la exhibición de American Book Illustrators que tuvo lugar en el American Institute of Graphic Arts; A Journey Through Hell Six Hundred Years after Dante (Un viaje por el infierno seiscientos años después de Dante) de Art Young (1934); Three Dollars a Year (Tres dólares al año) de G. Russell Sterninger y Paul Van de Velde (1935), el recuento de la vida diaria de un indio oaxaqueño; Bowery Parade and Other Poems of Protest (Desfile en la calle Bowery y otros poemas de protesta) de Stella Wynne Herron, con ilustraciones de Orozco (1936); System and Dialectics of Art (Sistema y dialéctica del arte) de John D. Graham (1937); Book of Job Interpreted (El libro de Job interpretado) de Emily S. Hanblen, con ilustraciones de William Blake (1939); y I Mary Magdalene (Yo María Magdalena) de Juliet Thompson (1940).

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Volví a Mérida en 1997, pero esta vez, con un grupo de profesores y estudiantes de la United States International University en la Ciudad de México. Entre las personas que conocí durante ese viaje está la señora Lindajoy Fenley, una especialista en música tradicional mexicana que, en esa ocasión, estaba viajando con su madre. A Fenley también la había cautivado la leyenda de Alma Reed, y motivada —dado su interés en la música popular mexicana— por la balada de “La Peregrina”, ya había comenzado a investigar la vida de Alma. Durante nuestro viaje, en el que conocimos los sitios arqueológicos más importantes de los mayas y varias exhaciendas henequeneras, hablamos de esta figura única en la historia de México, de la mujer cuya vida y destino quedaron atrapados en los designios políticos de un país que, habiendo derrocado la dictadura de Porfirio Díaz, estaba transitando por un periodo de renacimiento educativo con marcado énfasis en el campo cultural. Durante nuestra estancia en Mérida, Fenley visitó la tumba de Reed, que fue colocada estratégicamente cerca de la de su amado Carrillo Puerto, que a su vez está enterrado junto a sus padres, sus hermanos y su esposa, de quien estaba separado; de hecho, al momento de su muerte, estaba en curso su solicitud de divorcio, a pesar de la conmoción y el desprecio que eso hubiera suscitado en la mayoría católica y tradicional de Yucatán.

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Monumento fúnebre en honor al gobernador Felipe Carrillo Puerto, ubicado en el Cementerio General de Mérida. También aquí reposan los restos de sus hermanos y de los otros miembros de su partido político que fueron ejecutados por los representantes de la revuelta delahuertista en Yucatán.

Como ya se mencionó, Alma se había casado, en 1915, con Samuel Payne Reed; sin embargo, su matrimonio fue anulado luego de que él, poco después de la boda, contrajera una enfermedad crónica.40 De cualquier modo, a Alma le gustó el apellido Reed y decidió conservarlo durante toda su vida. Al paso de los años, su decisión provocó una confusión que condujo, a más de un investigador, a asegurar que Alma era hermana de John Reed, el autor de México insurgente.41 Pero obviamente, ése no es el caso, pues su apellido de soltera es Sullivan, apellido que, al parecer, tuvo sus orígenes en la Inglaterra de María Tudor.42 De acuerdo con su gran amigo, Richard Posner, a pesar de que Alma fue criada en una familia católica irlandesa, se distanció del catolicismo desde muy temprana edad, luego de que su madre le dijera que, al morir, su perro no se iría al Cielo. No obstante, “la gota que derramó el vaso”, como lo recuerda Posner, fue cuando, en el Vaticano, mientras rezaba arrodillada, un sacerdote la manoseó; después de eso, comenzó a interesarse seriamente en el unitarismo y en las religiones de Oriente.43

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El autor con Ruperto Poot Cobá, exdirector del Cementerio General de Mérida, junto al monumento fúnebre de Alma.

Hace unos diez años, tuve el honor de acompañar al señor Ruperto Poot Cobá, exdirector del Cementerio General de Mérida, en una excursión para visitar la tumba de Reed pues él fue el responsable de colocar el pequeño —pero significativo— monumento fúnebre de Alma. Fue ahí donde, además de fotografiarlo, pude apreciar la discreta cercanía que mantiene con el de Felipe Carrillo.

De acuerdo con Rosa Lie Johansson, la mujer que vivía con Alma durante los últimos años de su vida, luego de la muerte de Reed, mientras revisaba su correspondencia, encontró una carta, fechada un año antes, en la que Reed le pedía: “Si algo me sucede, Rosa Lie, quiero que me entierren tan cerca de Felipe Carrillo Puerto como sea posible”.44 Al enterarse de que las cenizas de Alma llevaban un año en la funeraria Gayosso de la Ciudad de México por falta de pago, Johansson estableció contacto con el amigo y protector de Reed, Pablo Bush Romero, quien había contratado a Alma como historiadora oficial de la organización que él había fundado, el Club de Exploraciones y Deportes Acuáticos de México (CEDAM). En sus memorias inéditas, Joe Nash, uno de los reporteros más importantes del periódico en inglés The News y residente de la Ciudad de México durante más de cincuenta años, divulga el misterio de las cenizas de Alma y de su biografía perdida, enigma que fue revelado, en parte, en 1967, durante su primer encuentro con el señor Bush Romero:

No conocía a Bush, pero me recibió con una cálida bienvenida; ya me habían dicho que el presidente de la junta directiva del CEDAM era un lector habitual de la sección de viajes que aparecía los domingos en Vistas, “quizás porque ahí era en donde regularmente escribía Alma”.

—Don Pablo, ¿tiene idea de dónde pueden estar las cenizas de Alma?

—Están ahí, encima de la chimenea.

Un misterio se había resuelto. Para la segunda pregunta no hubo respuesta. Él tampoco sabía nada sobre el posible paradero del texto desaparecido de la autobiografía de Alma.

Bush dijo que le daba gusto que yo hubiera ido a verlo, pues la siguiente semana se iba a hacer una pequeña ceremonia en el Cementerio de Mérida en la que iban a colocar las cenizas de Alma en un pequeño monumento de concreto color rosa que él había mandado a hacer. Y me invitó a que estuviera presente en el lote que el gobernador había cedido para ella frente al sendero que sale del centro del enorme hemiciclo erigido a la memoria —y en donde se encuentra la tumba— de su amigo íntimo, Felipe Carrillo Puerto.

Le pregunté a Bush cómo había conseguido la urna con las cenizas. El cortés caballero de la “vieja escuela”, amigo hasta el final, me contestó:

—Fue muy fácil. Habían estado en Gayosso más de un año sin que la familia mostrara ningún interés en recobrarlas, así que con su permiso, pagué la cuenta y aquí están.

Don Pablo sabía que yo tenía reservaciones para una exposición de la industria turística en Londres, pero con la certeza de que mi editor haría cualquier cosa con tal de asistir al evento en Mérida, sólo me dijo una cosa más:

—Por cierto, dígale que no mencione que el gobernador regaló ese lote. Todavía hay descendientes de la familia Carrillo Puerto, así como hay Orozcos en Guadalajara, y son bastante conservadores en lo que a Alma se refiere.

Así se lo hice saber al editor, pero él decidió sazonar su reportaje con un agradecimiento a la amabilidad que el gobernador había mostrado con respeto a la memoria de una noble dama. El periodista todavía vive en la Ciudad de México. Don Pablo decidió retirarse en El Paso, y ahí murió a finales del siglo.45

El director del cementerio cumplió los deseos del gobernador e hizo un espacio para el monumento de Reed, que quedó directamente enfrente de la tumba de Carrillo Puerto, protegida bajo el escudo de un enorme árbol y separada de su gran amor tan sólo por un sendero que pasa en medio de los dos. Uno de los lados del monumento de piedra rosa lleva el siguiente epitafio: “Alma Reed: Escritora fecunda, conferencista emotiva, amó entrañablemente a México y México la honró con el Águila Azteca en reconocimiento a sus méritos como impulsora del arte, como crítica, historiadora y humanista. Grecia y Líbano la distinguieron también, imponiéndole sus más altas condecoraciones”.

Desde este ángulo discreto, Alma y Felipe están, aunque de forma oblicua, unidos en la muerte.

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Detalle del monumento fúnebre de Alma Reed con una de las inscripciones redactadas por Pablo Bush Romero, director del CEDAM.

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Detalle del diseño del monumento fúnebre, inspirado en el estilo maya.

A pesar de que nunca me olvidé de la leyenda de Alma y Felipe, pasaron cinco años antes de que volvieran a aparecer, y esta vez, en las páginas de su autobiografía perdida, que encontré en 2001, en un departamento semiabandonado de la Ciudad de México, en compañía de varios colegas, entre los que estaba la doctora Lois Parkinson Zamora, de la Universidad de Houston, a quien yo había involucrado en esta misión de “búsqueda y rescate” durante nuestros frecuentes encuentros en los legendarios restaurantes de la Ciudad de México, en donde yo le describía la vida de esa mujer excepcional, en cuya fascinación por México se reflejaba la nuestra. La cadena de acontecimientos que culminó con la recuperación de la autobiografía de Reed es compleja, pues involucra a un buen número de personas y lugares. Sin embargo, la figura más importante y la que al final condujo al descubrimiento del escrito de 110 000 palabras fue la señora Lisette Parodi, a quien yo conocí, en 1994, por su hija Claudia, profesora de lingüística hispánica en la Universidad de California, Los Ángeles. La señora Parodi nació en Polonia, pero después de la Segunda Guerra Mundial se trasladó a México, en donde se casó con un empresario italiano. Desde que llegó, estuvo activa en la vida social y cultural de la Ciudad de México, y en ese contexto conoció, en 1958, a Richard Posner, un joven dramaturgo neoyorkino que recién había llegado a enseñar dramaturgia en The Mexico City College, lo que ahora es la Universidad de las Américas con sede en Cholula, Puebla. La señora Parodi y el señor Posner vivían en el mismo edificio de departamentos, que fue en el que recuperé el texto, ubicado en la avenida Melchor Ocampo, en la colonia Cuauhtémoc. La señora Parodi recuerda que, antes de conocerlo lo percibió musicalmente, pues Posner tenía la costumbre de poner música clásica a alto volumen, algo que ella disfrutaba mucho. Una noche, se conocieron en un evento cultural, se dieron cuenta que eran vecinos y muy pronto se hicieron amigos.

Alrededor de 1956, Posner había trabado amistad con Alma Reed, a quien vio por primera vez en una recepción organizada por una mujer que estaba interesada en producir una de las obras de teatro que él escribía. Posner recuerda que había pocas personas en la reunión, pero entre ellas, una mujer que sobresalía por su figura impresionante y su excéntrico atuendo. Posner después se dio cuenta de que Reed nunca usaba otra cosa que no fueran los conjuntos de satín, de lo más extravagantes, que, en su mayoría, mandaba diseñar y confeccionar con un sastre local, quien creó para ella la amplia gama de sus distintivos vestidos ondeantes, capas y otro tipo de prendas.

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Alma, ya entrada en años, con un vestido de satín y una corona de laurel.

Semejantes trajes, casi siempre en juego con sombreros de ala ancha, decorados con una pluma, con red o con una rosa de seda, siempre llamaban la atención de la gente hacia esa mujer, ya mayor, que todavía conservaba los ojos azules radiantes y la complexión tersa y blanca tan celebrada en su balada.

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Alma con un enorme sombrero, fotografía de Alice Reiner.

Más adelante, cuando se conocieron mejor y Posner tuvo el suficiente atrevimiento para preguntarle a Reed sobre sus atuendos excéntricos, ella aceptó con modestia que, en lo que a moda se refería, sufría de “paro evolutivo” y prefería el estilo que había estado en boga en 1912. Sin embargo, como puede verse en varias de las reproducciones incluidas en este libro, Reed usaba, con frecuencia, vestidos y joyería mexicanos, en primer lugar, el legendario traje de mestiza que Carrillo Puerto mandó hacer para ella durante su primera visita a Yucatán en 1923 y que ahora está resguardado en el Museo Nacional de Historia de México. En dos de los retratos que todavía sobreviven de ella, —el primero de Philip Stein, a quien el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros bautizó como Estaño, y el segundo, de Amado de la Cueva— Alma aparece con atuendos nativos y, al parecer, incluso sus aretes son de estilo prehispánico.

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Retrato de Alma Reed realizado por el artista Philip Stein, Estaño, 1957, óleo sobre tela. Cortesía de Elsy Bush Romero.

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Retrato de Alma Reed realizado por el artista Roberto Cueva del Río. Destacan el collar de jade de diseño maya, orejeras y peinado tradicional (Museo Nacional de Historia, Ciudad de México).

Su guardarropa también incluía huipiles bordados, rebozos de seda y otras prendas que, todavía hoy, usan las mujeres indígenas. Algunas veces remataba su atuendo con un enorme rosario hecho de filigrana dorada, otro de los regalos de su amado Felipe, quien, justo antes de ser aprehendido por los simpatizantes de De la Huerta, le envió a Alma, por medio de una persona de confianza, un anillo de compromiso con un enorme granate engarzado, que está perdido.

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Alma vestida de flapper, con el rosario de fiigrana dorada que le regaló Felipe Carrillo Puerto en 1923.

Antes de que llegara a la ciudad de Nueva York Philip Stein — hacia finales de la década de los veinte—, en donde, como ya vimos, fundó junto con Eva Palmer Sikelianos la Sociedad Délfica y promovió de manera activa el arte de José Clemente Orozco en sus Delphic Studios, Reed había pasado cuatro años estudiando arqueología clásica en Grecia e Italia. Y en 193346 viajó a Chicago con Orozco, a quien habían invitado a exponer sus obras en The Arts Club, uno de los bastiones conservadores del arte del centro de Estados Unidos. Hasta ese momento, las actividades de Reed están bien documentadas, pero poco se sabe de su vida entre 1933 y 1941 cuando, a sus cincuenta y dos años, aceptó, por un periodo de cinco años, el puesto de editora cultural en el diario The Mobile Press Register de Mobile, Alabama. Durante ese tiempo, también condujo un programa semanal de radio, dedicado a una variedad de temas culturales, y fundó la Sociedad de Amigos de México.47 Finalmente, en 1952 volvió, para quedarse por siempre, a su amado México, el lugar en el que todavía era una leyenda viva y en donde era costumbre que los músicos locales interpretaran su balada epónima cada vez que ella aparecía en un restaurante o en un evento cultural.

En cuanto Reed llegó a México, Rómulo O’Farril, dueño del periódico Novedades, la contrató para que trabajara como columnista en el recién fundado The News, un periódico que se publicaba en inglés y que duró más de cincuenta años en la capital mexicana. Escribía una columna semanal bajo el título “Alma M. Reed Reports” para la edición dominical de esa publicación, así como lo había hecho para The New York Times en la década de los treinta, tiempo en el que publicó muchos artículos en el suplemento dominical The Sunday Magazine, que casi siempre estaban dedicados a la arqueología prehispánica y clásica.

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Tarjeta de Navidad personalizada con un retrato de Reed en un sitio arqueológico no identificado. El texto dice: “Para Dick [Richard Posner] con mis mejores deseos y todo mi cariño, de Alma. Navidad de 1963”.

Fue en ese tiempo en el que Richard Posner y Alma Reed, que vivían a la vuelta de la esquina uno del otro, se hicieron muy buenos amigos; de hecho, él la acompañaba, con mucha frecuencia, a varios de sus compromisos sociales y profesionales en la capital. “Dick”, como ella lo llamaba, se volvió uno de sus amigos más íntimos: “todo menos amantes”, según las palabras de Posner.

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Alma con Richard Posner (de pie), la mamá de Posner (izq.), Rosa Lie Johansson (a la derecha) y otros amigos.

Y así permaneció su relación hasta la muerte inesperada de Reed el 20 de noviembre de 1966, día del aniversario de la Revolución mexicana: una coincidencia de lo más apropiada dada la extraordinaria pasión de Reed por la libertad y la democracia. En palabras de su querido amigo Joe Nash: “Si ella hubiera podido designar una fecha para terminar su carrera de militante, hubiera sido precisamente esa”. Varias semanas antes de su muerte, Reed comenzó a sufrir un terrible dolor de estómago y cuando se volvió insoportable, Rosa Lie Johansson, su gran amiga y compañera de piso, la envió con un médico suizo cuya visión política y sentido del humor eran compatibles con los de Alma. Evidentemente, el doctor le hizo un diagnóstico equivocado, pues calificó su condición como un caso severo del síndrome de “la turista”, una infección bacteriana común que ataca a los extranjeros en México. Cuando los dolores empeoraron, la propia Reed se hizo internar en el American British Cowdray Hospital (ABC) de la Ciudad de México, en donde murió unos días después de que los resultados de su cirugía de exploración revelaran cáncer intestinal diseminado.48 Richard Posner recordó las últimas palabras de Alma en una conversación que sostuve con él en el 2002: “Dick, no me arrepiento de nada de lo que he escrito, ni siquiera de las cosas que nunca publiqué”. Por su parte, su amigo y compañero periodista Joe Nash recuerda que:

Pocos de los amigos de Alma sabían que estaba internada en el Hospital ABC. (...) Uno de sus amigos reporteros fue a verla el día 19 de noviembre y, cuando le preguntó sobre el manuscrito, Alma le respondió que estaba en su departamento y que como la iban a dar de alta al día siguiente, viernes, se lo iba a enviar el lunes a su editor. Murió en la mañana del 20, día en el que se conmemora la Revolución. Una ley vigente desde hace mucho tiempo en México decreta que los entierros deben llevarse a cabo veinticuatro horas después del fallecimiento, así que al mediodía del día siguiente, sus amigos se dieron cita en la calle de Sullivan —el mismo nombre que su apellido de soltera— en la funeraria más famosa de México. Cuando su hermano Stanley llegó —proveniente de San Francisco— al Hotel Continental Hilton, que estaba a una cuadra del velatorio de la calle de Sullivan, fue recibido por un comité de bienvenida en el vestíbulo del hotel y dijo que agradecía profundamente haber podido llegar para ese momento, pues desconocía la popularidad de su hermana. Alma fue cremada en las cercanías de la rotonda de las personas ilustres en el Panteón Civil de Dolores.49

El día que Reed falleció, Posner fue al departamento de Alma, ubicado en Río Elba #53, y recuperó muchos de los escritos y documentos de la autora, entre ellos, un borrador de la historia de su vida, misma que forma parte del contenido de este libro. Como ya se mencionó, Posner guardó los documentos clasificados y los fólderes —que contenían los primeros veintiún capítulos de Peregrina, ya corregidos, además de las cartas de amor de Felipe y algunos de sus telegramas— en uno de los muchos sabucanes, nombre maya con el que se designan los morrales de yute que Alma tenía, y se la llevó a su propio departamento. Y fue en esa bolsa, escondida en el fondo de un clóset, detrás de almohadas y sábanas enmohecidas, donde encontré los documentos. Las dos primeras veces que fui, acompañado por la señora Parodi, lo único que encontramos fue una copia del testamento de Alma y varias tarjetas navideñas con saludos y su foto, pero el texto no aparecía por ningún lado del departamento semiabandonado.

En la tercera visita debe haber habido alguna suerte de encantamiento: ese valioso material había estado oculto en el clóset de Posner durante casi cuarenta años, y fue una fortuna haberlo recuperado justo en ese momento, pues resulta que el departamento tenía goteras y, tan sólo dos semanas después de que lo recuperé, todo lo que había dentro de la recámara se echó a perder luego de un fuerte aguacero. Unos días más tarde, todo fue acarreado a un tiradero de basura.

* * *

Después de vivir en la Ciudad de México durante casi siete años, en el verano del 2000 me mudé a la ciudad de Nueva York, en donde me ofrecieron un profesorado en el Departamento de Español y Culturas Latinoamericanas del Barnard College de la Universidad de Columbia. Antes de irme, la señora Parodi me recomendó que me pusiera en contacto con Posner, quien había regresado a Brooklyn a principios de la década de los ochenta para estar con su madre enferma y, a pesar de que la señora murió poco después de que él regresara, a Posner le fue imposible volver a la Ciudad de México, pues el agravamiento de sus problemas cardiacos le impedía vivir en lugares tan elevados. Después de instalarme en mi departamento en Manhattan, ubicado cerca de la universidad, le llamé a Posner y le expliqué que yo era amigo de la señora Parodi y que, dado mi interés en la cultura mexicana, ella me había recomendado establecer contacto con él. Hicimos una cita para vernos la siguiente semana en un restaurante chino, cerca de su departamento de Ocean Parkway, en Brooklyn. Mientras tanto, preparé la entrevista que quería hacerle, en la que el tema central sería la vida personal y profesional de su gran amigo, el escritor mexicano, Salvador Novo, muerto en 1974. Posner estaba visiblemente entusiasmado de conocer a alguien, con una amiga en común, que también estaba muy interesado en el medio cultural mexicano de mediados del siglo XX. De inmediato nos hicimos amigos y comenzamos a frecuentarnos con cierta regularidad, siempre cerca de su departamento en Brooklyn.

El nombre de Reed no apareció durante nuestras primeras conversaciones, pues yo estaba centrado en Novo y en sus relaciones con otros de los grandes escritores, entre ellos, Federico García Lorca, con quien se rumoraba que Novo había mantenido una relación amorosa. Después de varias reuniones, Posner mencionó a Reed y, aunque sólo hizo un comentario muy breve, me aseguró, sin hacer mayor hincapié en ello, que “ahí había una historia que contar”. Como yo seguía enfrascado en mi tema sobre Novo, no reaccioné ante su comentario y, al parecer, mi nuevo amigo decidió esperar a un mejor momento para revelar el secreto que había guardado celosamente durante tanto tiempo. Ese momento llegó una noche, en diciembre del 2000, cuando, mientras él platicaba sobre la amistad que había mantenido con varios artistas y personajes de la cultura en México, incluyendo a Dolores del Río y al escritor Celestino Gorostiza, volvió a mencionar a Alma. Luego de recordarme que ya antes había hecho una alusión a la historia especial de su muy amiga, la Peregrina, Posner comenzó a hablar más en detalle sobre su gran amistad con ella y me contó que él era una de las únicas dos personas en The News a las que Reed les daba sus manuscritos para que los leyeran y corrigieran, y cómo, en muchas ocasiones, habían viajado juntos a diferentes partes de México, algunas veces en compañía de la sobrina preferida de Alma, Patsy Berman —la heredera literaria de Reed—, o de figuras tan célebres como la controvertida arqueóloga Eulalia Guzmán, célebre por su supuesto hallazgo de los restos de Cuauhtémoc, el último emperador azteca. También platicó sobre las prolongadas conversaciones que él y Reed mantenían respecto al pasado de la propia Alma, y me describió cómo ella cerraba los ojos y echaba la cabeza hacia atrás cada vez que hablaba de Carrillo Puerto, en especial, del tiempo que habían pasado juntos, tema que invariablemente la hacía entrar en estado de trance. Me imagino que ése era un atributo especial de Alma, pues también Elena Poniatowska un buen día me confió que siempre le daba miedo acercarse a Reed cuando coincidían, junto con la poeta yucateca Rosario Sansores, en el elevador de las oficinas del Novedades, pues Alma tenía la extraña costumbre de cerrar los ojos y murmurar para sí misma, quizás entonando las líneas de “La Peregrina” y evocando sus adorados momentos con Felipe, mientras el elevador subía a las oficinas del diario.

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Una de las tarjetas navideñas de Alma que fueron encontradas en el departamento de Richard Posner en la Ciudad de México. El texto dice: “Felices Pascuas y Próspero Año Nuevo, Alma M. Reed.”

En nuestras conversaciones, Posner mencionó los nombres de otras personas —muchas de ellas ya fallecidas— que también tuvieron una buena amistad con Reed durante los últimos años de su vida. En primer lugar, la mujer con la que compartía Alma el departamento, la pintora sueca, Rosa Lie Johansson, a quien Alma había conocido durante un viaje a la ciudad de Nueva York y a quien, en uno de sus numerosos viajes a Estados Unidos, en los que daba conferencias sobre México para organizaciones como la Columbia Lecture Bureau, entre otras, la invitó a venir a vivir a su país adoptivo. Johansson, que había sido estudiante en la Art Students League de Nueva York y que durante la década de los cincuenta había frecuentado el Cedar Bar, junto a Willem De Kooning y Jackson Pollock, estuvo dispuesta a explorar nuevos horizontes y, gustosa, aceptó la invitación de Alma para ir a la capital mexicana, a donde llegó en 1960 y donde radicó hasta su muerte en agosto de 2004.

Decidí seguir las pistas de Posner y llamé a la embajada sueca en la Ciudad de México para solicitar información sobre Johansson. Desafortunadamente, el personal de la embajada no tenía ninguna información sobre ella y no fue sino hasta que, por casualidad, la señora Parodi leyó, en el Excélsior, un artículo sobre una de sus exposiciones, que por fin pude localizar a Johansson. Me dirigí al Salón de la Plástica Mexicana en la colonia Roma y pregunté por la artista. Ella era socia activa de la galería, donde se presentaban exposiciones suyas. A solicitud mía, la recepcionista accedió llamar a la maestra Johansson para decirle que yo quería hablar con ella respecto a su gran amiga Alma Reed. Después de conversar brevemente con ella, la joven me escribió el número de teléfono de la maestra en un pedazo de papel. Más tarde, ese mismo día, llamé a la maestra Johansson y aceptó recibirme el miércoles siguiente en su departamento, que también estaba en la colonia Cuauhtémoc, el mismo barrio en el que había vivido con Alma. En algún momento de sus vidas, también Juan Rulfo, B. Traven, Juan José Arreola, Juan Soriano, Octavio Paz, Pita Amor y Gabriel García Márquez, vivieron en esas calles bordeadas por jacarandas que llevan los nombres de los ríos del mundo: Nilo, Ganges, Hudson, Elba, Ebro.

Ese miércoles al mediodía, una mujer mayor de ojos azules acuosos, que llevaba unos zuecos tradicionales de su país y cuyo cabello plateado estaba adornado con un pequeño moño negro, me recibió con una sonrisa inquisitiva. En cuanto entré a su departamento, me recibió la mirada de Reed, pues, sobre la chimenea, estaba el busto de bronce moldeado en 1924 por Vincenzo Miserendino, del cual, no hacía mucho, yo había visto un fotograma en un ejemplar de The Brooklyn Standard Union, publicado el 30 de noviembre de 1924.

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Alma haciendo guardia al pie del monumento fúnebre de Carrillo Puerto en el aniversario de su muerte, 3 de enero de 1963.

También había retratos de Reed colgados en la pared del soleado departamento; estaba, por ejemplo, el lienzo pintado por Johansson en el que Alma aparece de perfil junto a una serie de páginas de varios periódicos que la pintora había incorporado como referencia a sus actividades periodísticas en México y el extranjero.

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Busto de bronce de Alma Reed realizado por el artista Vincenzo Miserendino, 1924. Ésta es una reproducción del “fotograma”, que apareció en el Brooklyn Standard Union, el domingo 30 de noviembre de 1924.

Cuando nos sentamos en la sala, en donde, sobre la mesa del café, la maestra había dispuesto una variedad de manjares dulces y pastelillos al lado de la cafetera omnipresente —y cuya tapa parecía ser la de una lata de aluminio—, la maestra Johansson me cuestionó respecto de mi interés por Alma Reed.

Al principio, la pintora fue bastante reservada al hablar de la vida de su querida amiga, pues, de acuerdo con sus propias palabras, muchas de las cosas que le había referido a la autora de Passionate Pilgrim, la biografía de Reed, no habían sido registradas correctamente en el libro. Le molestaba, en particular, la forma en la que en el libro se sugiere que Alma Reed y el artista José Clemente Orozco pudieron haber mantenido una relación amorosa durante el tiempo que trabajaron juntos en Nueva York. Johansson no toleraba la alusión de la autora del libro, Antoinette May, a que “eran dos personas solitarias” que habían coincidido durante un periodo de necesidad emocional. De hecho, el propio Orozco se vio obligado a aclarar su relación con Reed en una carta a su esposa Margarita, con fecha del 16 de noviembre de 1928, en la que describe, con enorme cautela, la gran amistad que los unía:

Tus dos últimas cartas me dan mucha tristeza por varios motivos, veo que has llegado a formarte una idea muy equivocada respecto a mi trato con la señora Sikelianos y Alma Reed. Es cierto que ellas me estiman y me quieren bastante, pero no pasa de ser en el terreno puramente intelectual, profesional, digamos, como las amistades que se hacen en las oficinas, por ejemplo, sin que tenga que ver nada la familia. No hay ni razón para que haya todavía una amistad personal, privada y menos con el carácter adusto y seco de esta gente a quien ya conoces algo, sabes muy bien que no entienden de favores ni nada de eso.50

Poco tiempo después de mi entrevista con Rosa Lie, su amigo Joe Nash me señaló que, en varias ocasiones, Alma le confesó que sí habían estado enamorados, pero que Orozco era un hombre casado y Alma, que pocos años antes había perdido a Felipe —también un hombre casado— no tuvo la intención, ni se sintió capaz, de fomentar ese romance imposible.

La maestra Johansson cambió su actitud —un poco escéptica— respecto a mi proyecto de investigación después de que le platiqué, aunque lo hice de paso, que yo también provenía de una familia sueca y que mi tía bisabuela Esther, que vivió hasta los ciento tres años de edad, preparaba el café con claras de huevo y lo servía con delicias como tortas de papa, albóndigas diminutas y otras especialidades nórdicas. Segundos después, Johansson se detuvo a mitad de su oración y guardó silencio durante varios minutos, como si estuviera examinando la veracidad de mi “condición de sueco” y de pronto exclamó: “¡Sí, ya me acordé, así es como la gente del campo preparaba su café!”. A partir de ese momento, ella se sintió más cómoda e insistió en que, como yo era un “buen sueco”, me podía confiar la información y los materiales que estaba a punto de entregarme. Cuando me preguntó respecto a mi interés y al conocimiento que ya tenía sobre Reed, le expliqué la historia que me había llevado a encontrar parte del texto de su biografía. La maestra se mostró sorprendida al escuchar que Posner también tenía una copia del texto, pues siempre había pensado que sólo existía la copia que ella resguardaba. Por lo visto, había dos versiones del documento, pero gracias a la copia de Johansson, logré conformar lo que a mi criterio es la edición final, que es el contenido de este libro. Al cotejar los textos, me di cuenta de que a la copia de Posner le faltaban los últimos tres capítulos, los que hablan sobre la muerte de Felipe Carrillo Puerto, y de que la única razón por la que Johansson sí los tenía era porque, poco después de la muerte de Reed, los había recibido de Ethel Turner, la viuda de John Kenneth Turner, autor de México bárbaro, un libro que documenta las atrocidades cometidas en contra de los campesinos mayas durante el tiempo de mayor prosperidad de la industria henequenera en Yucatán. La señora Turner se había ofrecido a editar la autobiografía de Reed y, al parecer, acababa de corregir los últimos capítulos cuando se enteró de la muerte de su amiga.

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Retrato de Alma Reed como periodista realizado por la artista Rosa Lie Johansson; óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Ciudad de México. De los tres o cuatro retratos que hizo de su amiga Alma, a quien admiraba profundamente, éste era el preferido de la maestra Johansson, quien compartió el departamento de Alma durante las últimas décadas de su vida.

Luego de varias reuniones, Johansson accedió a prestarme su copia del texto para que yo pudiera compararla con la que había encontrado en el departamento de Posner. Me dijo, también, que tenía otros materiales útiles, pero que para prestármelos, yo tenía que entregarle copia de un contrato de una casa editorial de Estados Unidos con la que pudiera garantizarle que el libro sería finalmente publicado. Y en seguida, me mostró una carta de rechazo que había recibido a finales de la década de los sesenta por parte de Crown Publishers en Nueva York, misma que tenía como antecedentes otras varias cartas similares, enviadas a la propia Reed, en las que se explicaba que, a pesar de que, sin lugar a dudas, la suya era una historia fascinante, no resultaba atractiva para un público general, pues abarcaba un periodo y un lugar muy específico que era desconocido para la mayoría de los lectores estadounidenses. Ése fue un golpe muy duro para Alma, quien había pasado meses escribiendo la historia de su vida, una saga que supuestamente iba a ser adaptada para la pantalla grande por parte del productor y escritor Budd Schulberg, autor de la novela premiada What Makes Sammy Run? (¿Por qué corre Sammy?) y guionista de la película aclamada por la crítica On the Waterfront (Nido de ratas), estelarizada por Marlon Brando y Eva Marie Saint. De hecho, todo parece indicar que Reed incluso había propuesto a Elizabeth Taylor para el papel de la Peregrina.

Posner, un viejo amigo de Schulberg, siempre había creído que la vida de Alma sería una maravillosa historia para el cine, y sabía muy bien que ella no quería que una casa productora mexicana se encargara de sus memorias, pues temía que bajo esa perspectiva, los aspectos ideológicos de su relación con Carrillo Puerto serían diluidos para únicamente resaltar la tragedia de su romance. Posner contactó a Schulberg y le platicó sobre Alma, quien ya había comenzado a escribir su autobiografía, que era, a la vez, una biografía de Carrillo Puerto y una historia política de México y de Yucatán. Se dieron cita en una de las legendarias fiestas “crèche” que Alma celebraba en su departamento en la calle de Río Elba durante la temporada navideña, y a las que asistían celebridades como los pintores Raúl Anguiano, José Segura y Fito Best Maugard, así como Howard Phillips, editor de la revista Mexican Life, en la que Reed algunas veces publicaba sus artículos, y José Luis Ramírez, dueño y fundador de la Editorial Diana, que después publicó una traducción póstuma del último volumen de Alma sobre arqueología mexicana titulado El remoto pasado de México. Una vez que estaban todos reunidos, Reed se paraba en la escalera para sobresalir un poco y presentaba a sus invitados. De acuerdo con Posner, Reed y Schulberg se llevaron bien desde el principio y, con cierta frecuencia, se reunían en el Luaú, un restaurante polinesio de la Zona Rosa que aún existe, para cenar y discutir sus planes respecto a la película.

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De izquierda a derecha: Alma con el senador Bojórquez, Ethel Turner (viuda de John Kenneth Turner, autor de México bárbaro), el señor Harold Coy y su esposa, en Cuernavaca. La señora Turner se encargó de la corrección final de las memorias de Alma y sus comentarios a los últimos dos capítulos se han conservado para esta edición.

De acuerdo con el productor, lo que disparó su interés en el proyecto fue el hecho de que la historia era, a la vez, individual y colectiva. En una entrevista publicada en The News el 15 de septiembre de 1962, Schulberg explica que:

La historia personal de Alma Reed está evidentemente vinculada a la lucha que el pueblo mexicano enfrentó, con innumerables tragedias, para llegar a ser un estado maduro y soberano. Como un viejo admirador de la vida y la cultura mexicanas, siempre me ha llamado la atención el hecho de que dos personas, que vienen de lados opuestos de la frontera, entren en relación y decidan trabajar juntos con el propósito conjunto de luchar en contra de la inhumanidad del hombre con sus semejantes.

Más adelante descubrí que el señor Schulberg le había estado otorgando a Reed un estipendio para que pudiera terminar la historia de su vida, ingreso que ayudó enormemente a su situación financiera, que fue siempre precaria. De hecho, a Posner le preocupaba que el proyecto de Reed no se concretara, pues ella continuaba posponiendo la escritura de su autobiografía para terminar lo que fue su última obra, El remoto pasado de México, una investigación arqueológica sobre Mesoamérica, publicada en 1966 por Crown Publishers, y, como ya se mencionó, en 1972 por la Editorial Diana.

A la muerte de Reed, el manuscrito de su autobiografía desapareció, y se dice que la parte que Schulberg ya había recibido se perdió en 1985, después del terremoto que azotó a la Ciudad de México y destruyó el estudio que él tenía en la colonia Juárez. De acuerdo con Posner, el productor nunca pudo recuperar sus pertenencias, pues estaba prohibido entrar a ese edificio que, al final, fue demolido. A pesar de que la película de Schulberg nunca se logró filmar, las aventuras de Reed en Yucatán ya habían sido la fuente de inspiración de la película La golondrina, dirigida en 1938 por Miguel Contreras Torres. Más de veinte años después de su muerte, las aventuras de Alma en Yucatán fueron el tema de la película Peregrina (1987), estelarizada por la actriz y vedette argentina Sasha Montenegro, cuya trama se centraba en su romance con Carrillo Puerto —justo lo que Alma más temía—. Reed también fue caracterizada en la película de Julio Bracho, En busca de un muro (1973), la historia de la vida y la lucha del muralista José Clemente Orozco durante su estancia en Nueva York.

Otro de los vínculos fundamentales en la serie de acontecimientos que concluyeron con el descubrimiento de este extraordinario documento y que fueron de gran ayuda para su contextualización histórica, fue la información otorgada por Joe Nash, el ya mencionado periodista que vivió, durante mucho tiempo y hasta su muerte, en la Ciudad de México; un hombre que primero conoció México, a mediados de la década de los treinta, en un viaje que hizo en bicicleta con la guía de viajes de Frances Toor bajo el brazo y que, poco después, regresó para quedarse definitivamente. Nash conoció a Reed a principios de la década de los cincuenta en The News, en donde, en ese tiempo, él era un reportero principiante que pretendía especializarse en los temas de cultura e historia. Antes de su muerte, el señor Nash, quien falleció en 2007 a la edad de noventa y tres años, había comenzado a registrar algunos de sus recuerdos más vívidos sobre el tiempo que trabajó con Alma en The News, y sus crónicas me ayudaron a ilustrar algunos aspectos de la personalidad de Reed que, de otro modo, hubieran quedado en el olvido. En una de sus descripciones habla sobre las incursiones de Alma al corazón del México macho: la cantina, lugar en donde, hasta hace poco, no se le permitía la entrada a las mujeres “decentes”. Cito de las memorias inéditas de Nash:

Nadie sabe quién le mostró, por primera vez, el atractivo de la cantina Negresco. Pero al ver a esa primera mujer entrar sin ningún titubeo, nadie se atrevió a pedirle, a tan noble dama, que se retirara del lugar. Así que, sin que haya existido de por medio una presentación formal, esa primera incursión echó raíces y creció hasta convertir a ese lugar en un centro de reunión mucho menos sofocante que la oficina del periódico, en donde no había para los empleados ningún espacio propio para la inspiración. Tras los pasos de Alma, uno de sus colegas pidió permiso para colocar una pequeña placa de bronce, del tamaño de un sobre, con la siguiente inscripción: “En este sillón estuvo Alma Reed, ‘la Peregrina’, quien superó otra barrera más”. Hace mucho tiempo que ya no está el letrero que le prohíbe la entrada a las mujeres. Y nadie sabe qué fue de su placa en una ciudad famosa por el robo desenfrenado de identificaciones de bronce, grandes o pequeñas. (...)

En otro texto, dedicado a la inauguración del Festival Internacional de Cine de Acapulco, Nash documenta el profundo interés de Alma en el séptimo arte y, al mismo tiempo, divulga un incidente poco conocido que ilustra los alcances del carácter de la Peregrina:

Anatomía de un asesinato era una de las películas participantes en el festival y, su director, [Otto] Preminger estaba presente. Los reporteros novatos de los periódicos de la Ciudad de México estaban tan impresionados con la presencia de Preminger que no hacían ninguna pregunta. Había una mujer rubia —cuyo padre trabajaba para la embajada del Uruguay y, de vez en cuando, escribía una columna en El Universal, el periódico más antiguo de la capital— que, no obstante ser una perfecta desconocida, estaba ahí. Como periodista madura y experimentada, Alma comenzó la alegre tarde así:

—señor Preminger, ¿Tiene pensado hacer, en algún momento, algo por el bien del arte cinematográfico? Parece que en Anatomía se reduce a mostrarle calzones sucios al público.

—Puede ser que sí. Acepto encargos para ganar dinero y esta película, sin duda, es uno de ellos.

Por alguna extraña razón no había ningún fotoperiodista ahí. Los reporteros novatos se quedaron tan impactados por lo que había sucedido, que no hicieron ninguna otra pregunta. Alma estaba sentada a la derecha de Preminger y Miss Uruguay, que estaba de pie a su izquierda, de pronto, le lanzó una sugerencia a la doña de la leyenda:

—¿Por qué no se calla, vieja cacatúa, y le da una oportunidad a alguien más?

En ese momento se generó un caos. Antes siquiera de haberse levantado por completo de su asiento, Alma se le fue encima a Preminger para poder llegar hasta Miss Uruguay; el editor de la Ciudad de México agarró a Alma por la falda y la jaló lo más fuerte que pudo para mantenerla en su asiento; por su parte, Preminger se agachó y se cubrió la cabeza con las manos. Ése fue un mejor final para lo que, de otro modo, hubiera sido una monótona sesión de preguntas inconsecuentes.

Por fortuna, la continua dedicación de Reed hacia México y su cultura no pasó inadvertida por las autoridades mexicanas y, en 1961, Alma se convirtió en la tercera mujer condecorada con la Orden del Águila Azteca en reconocimiento a su destacada contribución a la cultura mexicana durante un periodo de casi cincuenta años.

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Alma con el escritor y productor Budd Schulberg a la entrada del Bosque de Chapultepec, en la Ciudad de México. Esta fotografía fue tomada por Richard Posner, amigo y confidente de Alma.

Las únicas otras mujeres en recibir ese honor fueron la aviadora Amelia Earhart y la diva de la ópera Grace Moor. Ese año fue esencial para Reed pues también publicó The Mexican Muralists (Los muralistas mexicanos), un importante estudio sobre el renacimiento de la pintura mural mexicana, y fue condecorada con la Orden de la Beneficencia de la República griega en reconocimiento a su contribución para el rescate de la cultura clásica griega por medio de la fundación de la Sociedad Délfica en Nueva York y de su traducción de la poesía de Ángelos Sikelianos.

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Alma con su medalla de la Orden del Águila Azteca.

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Alma recibiendo la Orden de la Beneficiencia, condecoración otorgada por el entonces embajador de Grecia en México, su gran amigo Leander P. Vourvoulias.

Más adelante fue condecorada con la cruz del Santo Sepulcro por parte del Patriarca Damianos y con la Orden del Mérito de la República del Líbano. Mi deseo es que por medio del rescate y publicación de esta extraordinaria autobiografía, el lugar de Reed en la historia cultural, tanto de México como de Estados Unidos, sea debidamente reconocida, y que las contribuciones, todavía inexploradas, que otras estadounidenses excepcionales —como Frances Toor, Margaret Shedd e Ione Robinson— le hicieron a la cultura mexicana posrevolucionaria, sean objeto de documentación y estudios futuros.


1 Para mayor información sobre Elvia Carrillo Puerto y su organización feminista, ver la biografía de Monique J. Lemaitre, Elvia Carrillo Puerto: La monja roja del Mayab, México, Ediciones Castillo, 1998.

2 Los mayas lo llamaban por su nombre indígena hPil Zutulché o simplemente yaax ich, que significa “ojos verdes”.

3 Aunque su género es originalmente una danza (que también se conoce como habanera), nombre con que se designa un baile tradicional cubano y el ritmo que lo acompaña, “La Peregrina” se interpreta, casi siempre, a modo de bolero, género de la música popular mexicana que se desarrolló durante las décadas de los treinta y cuarenta.

4 Sob sister es el término con el que en aquel entonces se designaba a una periodista que escribía artículos sentimentales. (N. de la T.)

5 Literalmente: la propuesta de ley para evitar el ahorcamiento de niños. (N. de la T.)

6 Para mayor información sobre las mujeres periodistas durante ese tiempo ver Ishbel Ross, Ladies of the Press: The Story of Women in Journalism by an Insider, New York, Harper & Brothers, 1936.

7 Como lo explicaré más adelante en esta introducción, el morral de yute donde encontré una de las versiones de las memorias de Reed contenía también tres sobres de papel manila etiquetados como “Cartas y telegramas de Felipe”, “Cartas de noviembre de 1923” y “Las últimas cartas y el poema maya”. Estos materiales originales contienen un total de veintisiete telegramas y trece cartas, la mayoría de los cuales están escritos con tinta roja sobre papel membretado de la Liga de Resistencia del Sureste. En 2011, Amparo Gómez Tepexicuapan (Museo Nacional de Historia) y yo reunimos estos documentos en el libro “Tuyo hasta que me muera”: epistolario de Alma Reed (Pixan Halal) y Felipe Carrillo Puerto (h’Pil Zutulché), marzo a diciembre 1923, México, Conaculta/Memorias Mexicanas, 2011).

8 Aunque existen pocas pruebas documentales, es muy probable que ese amorío haya sido precisamente con la escritora norteamericana Katherine Anne Porter. De acuerdo con su biógrafa Joan Givner, Porter conoció a Carrillo Puerto poco después de haber llegado a México en 1920 y Carrillo “la llevó a remar al lago de Chapultepec y a bailar al Salón México, en donde le enseñó la última moda en pasos de baile”.

9 Ésta es una traducción literal de su nombre al maya yucateco: Pixan, “alma”; Halal, “caña” (reed).

10 Citado en Thomas F. Walsh, Katherine Anne Porter and Mexico: The Illusion of Eden, Austin, University of Texas Press, 1992, p. 147.

11 Para más información respecto de la obra literaria de Katherine Anne Porter en México, véase Un país familiar: escritos sobre México de Katherine Anne Porter, México, Conaculta, 1998.

12 Algunos de los datos respecto a la estancia de Alma Reed en Nueva York están tomados de la biografía informativa de Antoinette May, Passionate Pilgrim: The Extraordinary Life of Alma Reed, Nueva York, Paragon, 1993, pp. 211-243.

13 Alma Reed, Orozco, México, Fondo de Cultura Económica, 1955, p. 14.

14 Citado en Helen Delpar, The Enormous Vogue of Things Mexican: Cultural Relations Between the United States and Mexico, 1920-1935, Tuscaloosa, University of Alabama Press, 1992. p. 35.

15 Alma Reed, Orozco, México, Fondo de Cultura Económica, 1955, p. 7. Aquí debe señalarse que la viuda de Orozco, Margarita Valladares, combatió firmemente la idea que se había creado sobre que Reed —a quien, por alguna extraña razón, ella se refiere como “la antropóloga”— hubiera ayudado a su marido tanto como Alma lo decía. En el apéndice de la segunda edición de la Autobiografía de Orozco, publicada en 1970 por Ediciones Era, Valladares declara que: “La soledad material, mas no espiritual, en que vivía Orozco y su falta de disimulo de una situación económica poco favorable, fueron elementos que, en su libro, la señora Reed interpretó erróneamente, creando una casi lastimosa imagen en la que la modestia significa algo más que la simple carencia de bienes y la soledad representa desesperanza. Es un conocido estilo de ciertos escritores que, con recursos baratos, pretenden conmover fácilmente la sensibilidad del lector menos proclive a la cursilería. De haber encontrado a Orozco en un penthouse de la Quinta Avenida, el libro de la señora Reed no hubiera tenido base, pues su propósito es sugerir, sin decirlo, que Orozco se dejó llevar dócilmente de la mano para alcanzar el éxito”. Citado en José Clemente Orozco, Autobiografía, México, Ediciones Era, 1970, p. 111.

16 José Clemente Orozco, Cartas a Margarita [1921/1949], México, Ediciones Era, 1987, p. 117.

17 En su carta, Orozco cita directamente la carta de Reed, de ahí que el fragmento se deje en inglés; la traducción de la carta de Reed es: “Toda la serie de la Revolución mexicana tiene un atractivo muy íntimo para mí, pero, uno [de los dibujos] en especial, Escena del Cementerio, es irresistible”. (N. de la T.)

18 Valladares comenta sobre este asunto que: “Cuando la señora Reed pensaba, no sin razón, que a los dealers les interesaba lo que para ellos era exótico, en este caso the Mexican Revolution, su criterio era más comercial que artístico. Pintar a Pancho Villa daba más dinero que reproducir el Puente de Queens. (…) [Orozco] no había ido a Manhattan a hacer folklorismo a larga distancia. Por esta razón prefirió pedirme que le enviara sus obras del tipo que se le pedía para sus primeras exhibiciones en los Delphic Studios”. Citado en José Clemente Orozco, Autobiografía, idem, p. 112.

19 José Clemente Orozco, Cartas a Margarita [1921/1949], ibid., p. 122.

20 Alma Reed, Orozco, ibid., p. 37.

21 Ibid., p. 9.

22 José Clemente Orozco, Cartas a Margarita [1921/1949], ibid., pp. 121-122.

23 José Clemente Orozco, Autobiografía, ibid., p. 88. Por su parte, su viuda señala que Orozco: “Aceptaba las invitaciones de la señora Reed, para entrar en contacto con una sociedad extraña y heterogénea y más tarde pintar retratos como el de Eva Sikelianos y el de Julia Peterskin. (…) Sólo así debe interpretarse el que acompañara a la escritora norteamericana a la sociedad Delphic Studios o a cualquier otro acontecimiento similar”. p. 112.

24 Citado en José Clemente Orozco, Cartas a Margarita [1921 / 1949], ibid., p. 130. La cita es una traducción de la carta original de Alma a Orozco, la cual aparece en Cartas en inglés y como nota a pie de página. (N. de la T.)

25 Antoinette May, Passionate Pilgrim: The Extraordinary Life of Alma Reed, Nueva York, Paragon House, 1993, p. 223.

26 Alejandro Anreus, Orozco in Gringoland: The Years in New York, Albuquerque, University of New Mexico Press, 2001. Aquí debo señalar que a pesar de ser una historia cautivadora de los años formativos de Orozco en Nueva York, el texto de Anreus ataca con comentarios de lo más arrogantes la biografía de Reed escrita por Antoinette May porque está: “plagada de inconsistencias y errores y porque está basada, casi en su totalidad, en la propia biografía de Orozco escrita por Reed en 1956” (p. 149, nota 14). Increíblemente, el autor de Orozco in Gringoland comete dos graves errores en su capítulo segundo, titulado “Gringoland”, en el que asegura que: “(…) Alma Reed murió en México en 1961” no obstante que falleció el 20 de noviembre de 1966 (p. 36). El autor también erróneamente atribuye a Frances Flynn Payne, una promotora del arte mexicano en Nueva York durante ese periodo, el haber creado la revista bilingüe Mexican Folkways, fundada y animada en la Ciudad de México por Frances Toor. (p. 28).

27 Ibid., p. 30. Por extraño que parezca, la esposa de Orozco recibió una versión completamente distinta de lo sucedido: “Las exposiciones en esa galería desconcertaban a la crítica. Las escenas de fusilados, ahorcados, sangre y violencia, nada tenían que hacer junto a las estampas neoyorkinas, menos tormentosas. ¿Cuál era el verdadero Orozco? La confusión era natural consecuencia del hecho de que la señora Reed tratara infructuosamente de ‘conducir’ a Orozco hacia un escaparate en el cual la tragedia de nuestra revolución se reducía a un mexican curios, y de que Orozco, por su parte, perseguía noble y tenazmente otros anhelos”. Citado en José Clemente Orozco, Autobiografía, ibid., p. 112.

28 José Clemente Orozco, Cartas a Margarita [1921 / 1949], ibid., p. 136.

29 Ibid., p. 137.

30 Respecto a la contribución de Alma en la carrera de su esposo en Estados Unidos, Valladares de Orozco es más generosa: “Sin duda, la antropóloga [sic] norteamericana pudo, con todo derecho, escribir con objetividad acerca de la parte que en justicia le correspondió de las actividades de Orozco en esa época. Esencialmente, la galería que ella estableció con el nombre de Delphic Studios, fue muy útil para Orozco, pues le permitió contar con un lugar para exhibir y, desde luego, para vender y desahogar su situación económica. En un principio se suscitó un desconcierto entre ambos, pues la señora Reed esperaba que Orozco produjera obras del mismo tipo de las que había realizado en México, es decir: escenas revolucionarias, paisajes mexicanos, etc., pero él sentía la urgencia de renovarse con los estímulos del ambiente”. Citado en José Clemente Orozco, Autobiografía, ibid., pp. 111-112.

31 Antonieta Rivas Mercado fue hija de Antonio Rivas Mercado, principal arquitecto durante el Porfiriato. Agobiada por problemas personales, en 1931, Rivas se suicidó en la catedral de Notre Dame de París con la pistola de José Vasconcelos, a quien había apoyado políticamente y con quien había tenido una relación sentimental.

32 En otra carta a Rodríguez Lozano, fechada el 30 de noviembre de 1929, Rivas Mercado desarrolla el mismo tema: “Alma no tiene seso sino buena voluntad, uno de los vicios norteamericanos, sentimentales y falsos, y Clemente es pavoroso y cree que ya tiene derecho a opinar puesto que es genio”. Citado en Antonieta Rivas Mercado, Obras completas de Antonieta Rivas Mercado, México, Secretaria de Educación Pública, 1987, p. 406.

33 Citado en ibid., p. 391.

34 En una carta con fecha del 17 de noviembre de 1929, Antonieta Rivas Mercado hizo su propia valoración —un tanto dura— de los atributos físicos y mentales de Alma: “(…) Alma Reed, blanca, rubia, de piel bonita y rosada, cabellos rubios esponjados, con una melancólica sonrisa (recuerdo de Carrillo Puerto) que se le resbala por la comisura de los labios, aprueba indefinidamente con la cabeza, como aquellos muñecos de porcelana china que decían: sí, sí”. Citado en ibid., p. 396.

35 Thomas Hart Benton, An American in Art: A Professional and Technical Autobiography, Lawrence, University Press of Kansas, 1969, p. 61.

36 Ione Robinson, A Wall to Paint On, Nueva York, A. P. Dutton & Co., 1946, pp. 150-151.

37 De acuerdo con la viuda de Orozco: “La iniciativa para que Orozco realizara la decoración del refectorio del Colegio Pomona, en Claremont, California, partió de José Pijoan, entonces catedrático de historia del arte en la institución, y de Jorge Juan Crespo de la Serna. Ambos conocían perfectamente la obra anterior de mi esposo. (…) Para la señora Reed, el mural de Pomona se convirtió en una nueva e inesperada promoción de las ventas. Ella había asumido por completo la administración financiera de la galería, lo cual Orozco consideró con benevolencia, pues a su modo de ver, se trataba simplemente de quitarle de encima algo para lo que nunca había estado preparado”. José Clemente Orozco, Autobiografía, ibid., pp. 112–113. En una carta al historiador del arte guatemalteco, Luis Cardoza y Aragón, Orozco se queja de la forma cuestionable en la que Reed administra sus obras: “He tratado por todos los medios de que la señora Reed me devuelva mis obras, pero jamás lo he conseguido. Hace con ellas lo que le da la gana, las exhibe sin mi consentimiento y sin tener derecho a ello. ¿Qué control puedo tener en esas condiciones?”. Ibid., p. 113.

38 Thomas Hart Benton, op. cit., p. 62.

39 Alma Reed, José Clemente Orozco, Nueva York, Delphic Studios, 1932.

40 De acuerdo con su biógrafa, Antoinette May, Reed se divorció de su esposo cuando descubrió que él le estaba siendo infiel con su mejor amiga (Antoinette May, op. cit., p. 17). Sin embargo, en un libro de viajes sobre México, curiosamente llamado, The Pig in the Barber Shop (El cerdo en la barbería), H. Allen Smith asegura que, a partir de la entrevista que sostuvo con Reed a mediados de la década de 1950, documentó la versión de ella sobre los acontecimientos que terminaron en la separación de la pareja, que son los que yo incluyo en mi texto. (H. Allen Smith, The Pig in the Barber Shop, Boston, Little, Brown, 1958, p. 93). Cualquiera que sea la verdad, sería raro que Reed hubiera abandonado a su marido enfermo sin una razón de peso que hubiera hecho estallar la separación.

41 En su fascinante biografía, Anita Brenner: A Mind of her Own (Anita Brenner: una mente propia), Austin, University of Texas Press, 1998, Susannah J. Glusker declara: “Anita le mostró el trabajo [de Orozco] a mucha gente, entre otros, a Alma Reed, la hermana de John Reed. En ese tiempo, Alma Reed era una figura prominente en el salón patrocinado por Madame Siquilianos [sic], una adinerada patrona de las artes”. (p. 50). De acuerdo con la información que, sobre su vida, se detalla en esta introducción, Alma no está, en modo alguno, relacionada con John Reed, el autor de México insurgente.

42 María Tudor o María la Sangrienta, conocida oficialmente como María I (1516–1558), fue hija de Enrique VIII y de Catalina de Aragón y fue reina de Inglaterra de 1553 a 1558.

43 Entrevista con Richard Posner, octubre de 2001.

44 Entrevista con Rosa Lie Johansson, mayo de 2004. Johansson murió en agosto del 2004, y muchos de los objetos de Alma se quedaron en su departamento de la Ciudad de México. Decidí, pues, ponerme en contacto con los funcionarios de la embajada sueca y les pedí formalmente que donaran las pertenencias de Alma a un museo local. Felizmente, en marzo de 2005, los funcionarios del museo me notificaron que las sobrinas de Johansson les habían hecho llegar una gran cantidad de objetos, propiedad de su tía, y que los estaban organizando para presentar una exposición de esta colección fascinante, que incluye la ropa de Alma, sus distintivos sombreros, velos, y otro tipo de prendas, así como pinturas, fotografías y documentos personales.

45 Cita tomada de las memorias inéditas de Joe Nash que, con enorme amabilidad, él me prestó para mi investigación.

46 Deduzco la fecha por la información que da Antoinette May en su biografía de Reed. Op.cit., pp. 241–242.

47 Ibid., p. 243.

48 El obituario que apareció en The New York Times el 21 de noviembre de 1966 declara que Reed murió de problemas cardiacos. No he podido confirmar la información de ese reporte y, por lo tanto, confío en el testimonio que, en calidad de testigos oculares, me dieron Richard Posner y Joe Nash.

49 Joe Nash, memorias inéditas.

50 José Clemente Orozco, Cartas a Margarita [1921 / 1949], idem, p. 141.