Capítulo 2
Momentos robados

Reid

Lou durmió como un tronco. Con la mejilla pegada a mi pecho y su melena extendida sobre mi hombro, respiraba profundamente. Rítmicamente. Era una paz que rara vez alcanzaba estando despierta. Le acaricié la espalda. Saboreé su calor. Impelí a mi mente a permanecer en blanco, a mis ojos a continuar abiertos. Ni siquiera parpadeaba. Solo miraba fijamente al infinito, mientras los árboles se mecían sobre mi cabeza. Sin ver nada. Sin sentir nada. Entumecido.

El sueño me había evadido desde Modraniht. Y cuando no lo hacía, deseaba que lo hubiera hecho.

Mis sueños se habían convertido en algo oscuro y perturbador.

Una pequeña sombra se separó de los pinos y se sentó a mi lado, meneando la cola. Lou lo había bautizado como Absalón. En una ocasión, yo había creído que era un simple gato negro. Ella me había corregido rápidamente. No era un gato en absoluto, sino un matagot. Un espíritu inquieto, incapaz de cruzar al más allá, que tomaba la forma de un animal.

«Se sienten atraídos por criaturas similares —me había informado Lou, frunciendo el ceño—. Almas atormentadas. Alguien de aquí debe de haberle atraído».

Su mirada penetrante había dejado claro quién creía que era ese alguien.

—Vete. —Le di un codazo a la criatura antinatural—. Fuera.

Me dirigió un parpadeo de sus siniestros ojos ambarinos. Cuando suspiré, cediendo, se acurrucó a mi lado y se durmió.

Absalón. Le acaricié la espalda con un dedo, disgustado cuando empezó a ronronear. No estoy atormentado.

Contemplé fijamente los árboles una vez más, sin convencer a nadie.

Perdido en la parálisis de mis pensamientos, no me di cuenta cuando Lou comenzó a moverse unos momentos después. Su pelo me hacía cosquillas en la cara mientras se incorporaba sobre un codo y se inclinaba sobre mí. Su voz sonó baja. Suave a causa del sueño, dulce por el vino.

—Estás despierto.

—Sí.

Escudriñó mi mirada, vacilante, preocupada, y la garganta se me contrajo inexplicablemente. Cuando abrió la boca para hablar, para preguntar, la interrumpí con las primeras palabras que me vinieron a la cabeza.

—¿Qué le pasó a tu madre?

Parpadeó.

—¿Qué quieres decir?

—¿Siempre fue tan…?

Con un suspiro, apoyó la barbilla en mi pecho. Hizo girar el anillo de nácar que le rodeaba el dedo.

—No. No lo sé. ¿Puede la gente nacer malvada? —Negué con la cabeza—. Yo tampoco lo creo. Creo que se perdió en algún lugar del camino. Es fácil que pase con la magia. —Cuando me puse tenso, se giró hacia mí—. No es lo que crees. La magia no es… Bueno, es como cualquier otra cosa. Si se abusa de algo bueno acaba convertido en algo malo. Puede ser adictivo. Mi madre, ella… A ella le encantaba el poder, supongo. —Dejó escapar una carcajada. Fue una risa amarga—. Y cuando todo es cuestión de vida o muerte para nosotras, lo que está en juego es mayor. Cuanto más ganamos, más perdemos.

Cuanto más ganamos, más perdemos.

—Ya veo —dije, pero no era verdad. Nada de aquello me atraía. ¿Por qué arriesgarse a hacer magia?

Como si presintiera mi disgusto, se levantó de nuevo para contemplarme.

—Es un regalo, Reid. Hay mucho más de lo que has visto. La magia es preciosa y salvaje y libre. Entiendo tu reticencia, pero no puedes esconderte de ella para siempre. Es parte de ti.

No pude responder. Las palabras se me quedaron atascadas en la garganta.

—¿Estás listo para hablar de lo que pasó? —preguntó ella con suavidad.

Le rocé el pelo con los dedos y la frente con los labios.

—Esta noche no.

—Reid…

—Mañana.

Suspiró de nuevo, pero por fortuna no insistió. Después de rascarle la cabeza a Absalón, Lou se recostó y, juntos, contemplamos los fragmentos de cielo que se veían a través de los árboles. Volví a retraerme en mi mente, a su cuidadoso y vacío silencio. No era consciente de si pasaban meros momentos u horas.

—¿Crees que…? —La suave voz de Lou me sorprendió y me devolvió al presente—. ¿Crees que se celebrará un funeral?

—Sí.

No pregunté a quién se refería. No era necesario.

—¿Incluso con todo lo que pasó al final?

Una bruja hermosa, disfrazada de damisela, pronto llevó al hombre hacia el Infierno. Me dolió el pecho al recordar la actuación de las hermanas Olde. La narradora rubia. De trece años, catorce a lo sumo. El mismísimo diablo, disfrazado no de damisela, sino de doncella. Tenía un aspecto muy inocente cuando dictó nuestra sentencia. Casi angelical.

Pronto, una visita por parte de la bruja que él había criticado llegó con la peor noticia… Había dado a luz a su hija.

—Sí.

—Pero… él era mi padre. —Al oírla tragar, me giré y le coloqué una mano en la nuca. La acerqué a mí mientras la emoción amenazaba con ahogarme. Luché con desesperación por recuperar la fortaleza que había construido, para retirarme a sus felices y totalmente huecas profundidades—. Se acostó con la Dame des Sorcières. Una bruja. Es imposible que el rey vaya a honrarlo.

—Nadie podrá demostrar nada. El rey Auguste no condenará a un hombre muerto por la palabra de una bruja.

Las palabras se me escaparon antes de que pudiera detenerlas. Un hombre muerto. Me aferré a Lou, y ella me agarró por la mejilla, no para obligarme a mirarla a la cara, sino simplemente para tocarme. Para anclarme. Me apoyé en su palma.

Me miró fijamente durante un largo momento, y su caricia fue infinitamente gentil. Infinitamente paciente.

—Reid.

La palabra sonó pesada. Expectante.

No podía mirarla. No podía enfrentarme a la devoción que se reflejaría en esos ojos familiares. Los ojos de él. Aunque no se diera cuenta, aunque no le importara, algún día me odiaría por lo que había hecho. Era su padre.

Y yo lo había matado.

—Mírame, Reid.

El recuerdo acudió a mí de repente, sin invitación. Mi cuchillo incrustado en sus costillas. Su sangre corriendo por mi muñeca. Cálida, espesa y húmeda. Cuando me giré hacia ella, la mirada de esos ojos verdiazulados era firme. Resuelta.

—Por favor —susurré. Para mi vergüenza, mi humillación, la voz se me quebró con aquellas palabras. El calor me inundó el rostro. Ni siquiera yo sabía lo que quería de ella. Por favor, no me lo pidas. Por favor, no me hagas decirlo. Y entonces, más fuerte que el resto, un agudo lamento se elevó bruscamente a través del dolor…

Por favor, haz que desaparezca.

Una oleada de emoción destelló en su expresión, casi demasiado rápida para que yo la viera. Entonces levantó el mentón. Un brillo taimado iluminó sus ojos. Y un segundo después se giró para sentarse a horcajadas sobre mí, antes de pasarme un único dedo por la boca. La suya se entreabrió, y su lengua se asomó para humedecerse el labio inferior.

Mon petit oiseau, pareces… frustrado estos últimos días. —Se inclinó hacia delante y me rozó la oreja con la nariz. Distrayéndome. Respondiendo a mi súplica tácita—. Ya sabes que podría ayudarte con eso.

Absalón siseó indignado y se desmaterializó.

Cuando empezó a tocarme, a moverse contra mí (con ligereza, de forma enloquecedora), la sangre de mi cara se precipitó a una parte más baja de mi cuerpo, y cerré los ojos, tensando la mandíbula por la sensación. Por el calor. Le clavé los dedos en las caderas para que no se moviera de ahí.

Detrás de nosotros, alguien suspiró con suavidad mientras dormía.

—No podemos hacerlo aquí. —Mi tenso susurro resonó demasiado fuerte en el silencio. A pesar de mis palabras, ella sonrió y se acercó más, por todas partes, hasta que mis propias caderas se arquearon en respuesta, apretándola contra mí. Una vez. Dos veces. Tres veces. Despacio al principio, luego más rápido. Dejé caer la cabeza en el suelo frío, respirando con dificultad, con los ojos todavía cerrados. Un gemido sordo se me formó en la garganta.

—Alguien podría vernos.

Lou tiró de mi cinturón como respuesta. Abrí los ojos de par en par para mirar, y me incliné hacia su roce, deleitándome en él. En ella.

—Que nos vean —dijo, cada respiración convertida en un jadeo. Se oyó otra tos—. No me importa.

—Lou…

—¿Quieres que pare?

—No. —La aferré con más fuerza de las caderas, y me senté rápidamente, aplastando sus labios con los míos.

Otra tos, más fuerte esta vez. Ni me di cuenta. Metiéndome la mano en los pantalones desabrochados, y deslizando su lengua caliente contra la mía, no podría haber parado aunque lo hubiera intentado. Es decir, hasta…

—Para. —La palabra se me escapó de la garganta, y me tambaleé hacia atrás, levantándole las caderas en el aire, alejándolas de las mías. No quería llegar tan lejos, tan rápido, con tanta gente a nuestro alrededor. Cuando maldije, en tono bajo y violento, ella parpadeó confundida, y se agarró a mis hombros rápidamente para mantener el equilibrio. Tenía los labios hinchados. Las mejillas encendidas. Una vez más cerré los ojos (apretando, apretando, apretando), y pensé en todo menos en Lou. Carne podrida. Langostas carnívoras. Piel arrugada y flácida y la palabra «húmeda» o «requesón» o «flema». Flema que gotea, o, o…

Mi madre.

El recuerdo de nuestra primera noche allí resplandeció de forma cristalina.

—En serio —me advierte madame Labelle, apartándome a un lado—, no podéis escabulliros para ningún encuentro secreto. El bosque es peligroso. Los árboles tienen ojos.

La risa de Lou resuena, clara y alegre, mientras yo balbuceo, mortificado.

—Sé que vosotros dos mantenéis relaciones carnales, no intentes negarlo —añade madame Labelle cuando me sonrojo—, pero vuestros impulsos corporales no importan, el peligro que acecha más allá del campamento es demasiado grande. Tengo que pediros que, de momento, os contengáis.

Me alejo sin decir nada, la risa de Lou sigue resonando en mis oídos. Madame Labelle me sigue, sin inmutarse.

—Es perfectamente natural tener tales impulsos. —Se apresura a seguirme el ritmo, rodeando a Beau. Él también tiembla de risa—. La verdad, Reid, esta inmadurez es muy desagradable. Estás siendo cuidadoso, ¿no es así? Quizás deberíamos tener una charla sincera sobre los anticonceptivos…

Bien. Conseguido.

La enorme presión se desvaneció, convirtiéndose en un dolor sordo.

Exhalando fuerte, bajé con lentitud a Lou hasta mi regazo. Se oyó otra tos en la dirección de Beau. Más fuerte esta vez. Intencionada. Pero Lou perseveró. Deslizó la mano hacia abajo una vez más.

—¿Va algo mal, esposo?

Le sujeté la mano a la altura de mi ombligo y la fulminé con la mirada. Nariz contra nariz. Labios contra labios.

—Descarada.

—Te voy a enseñar lo que es una mujer descarada

Con un gemido agraviado, Beau se incorporó e interrumpió en voz alta:

—¡Hola! ¡Sí, perdón! Como parece que se os ha pasado por alto, ¡hay más gente aquí! —Refunfuñando en tono más bajo, añadió—: Aunque está claro que esas otras personas pronto se marchitarán y morirán de abstinencia.

La sonrisa de Lou se volvió taimada. Levantó la mirada hacia el cielo, de un espeluznante gris antes del amanecer, y a continuación me rodeó el cuello con los brazos.

—Casi ha amanecido —me susurró al oído. Se me erizó el vello de la nuca—. ¿Nos acercamos al arroyo y… nos bañamos?

A regañadientes, eché un vistazo a madame Labelle. Nuestro escarceo no la había despertado, ni el arrebato de Beau. Incluso dormida, exudaba una gracia real. Una reina disfrazada de madame, presidiendo no un reino, sino un burdel. ¿Habría sido diferente su vida si hubiera conocido a mi padre antes de que se casara? ¿Lo habría sido la mía? Miré hacia otro lado, asqueado de mí mismo.

—Madame Labelle nos prohibió salir del campamento.

Lou me chupó suavemente el lóbulo de la oreja y me provocó un estremecimiento.

—No se disgustará si no se entera. Además… —Tocó con un dedo la sangre seca de detrás de mi oreja, la de mi muñeca, igual que las marcas de mis codos, mis rodillas, mi garganta. Las mismas marcas que todos llevábamos desde Modraniht. Una precaución—. La sangre de Coco nos esconderá.

—El agua se la llevará.

—Sabes que yo también tengo magia, y tú también. Podemos protegernos si es necesario.

Y tú también.

Aunque traté de reprimirla, ella advirtió mi vacilación. Entrecerró los ojos.

—Tendrás que aprender a usarla en algún momento. Prométeme que lo harás.

Esbocé una sonrisa forzada y le di un apretón suave.

—No hay problema.

Sin estar convencida del todo, bajó de mi regazo y abrió un saco de dormir.

—Genial. Ya has oído a tu madre. Mañana todo esto acabará.

Un sentimiento que no presagiaba nada bueno me inundó al oír sus palabras, al ver su expresión. Aunque yo sabía que no podíamos quedarnos allí indefinidamente, que no podíamos esperar sin más a que Morgane o los chasseurs nos encontraran, no teníamos ningún plan. Ni aliados. Y a pesar de la confianza de mi madre, no creía que fuéramos a encontrar alguno. ¿Por qué iba alguien a unirse a nosotros en una lucha contra Morgane? Los planes de ella eran los mismos que de ellos, la muerte de todos los que los habían perseguido.

Con un profundo suspiro, Lou se dio la vuelta y se acurrucó sobre sí misma. Su cabello se desplegó a su espalda en un sendero castaño y dorado. Deslicé los dedos a través de él, intentando calmarla. Para atenuar la repentina tensión de sus hombros, la desesperanza de su voz. Una Lou desesperada era antinatural, como un Ansel materialista o una Cosette fea.

—Ojalá… —susurró—. Ojalá pudiéramos vivir aquí para siempre. Pero cuanto más tiempo nos quedamos, más parece que estamos robando momentos de felicidad. Como si esos momentos no fueran nuestros en absoluto. —Apretó los puños a sus costados—. Ella acabará por arrebatárnoslos. Incluso si tiene que arrancárnoslos del corazón.

Dejé de mover los dedos por su pelo. Respirando de forma pausada, tragándome la furia que me invadía cada vez que pensaba en Morgane, coloqué una mano en la barbilla de Lou y la obligué a mirarme. Para que sintiera mis palabras. Mi promesa.

—No debes temerle. No dejaremos que te pase nada.

Se rio con desprecio hacia sí misma.

—No le temo. Yo… —De repente, apartó la barbilla de mi mano—. No importa. Es patético.

—Lou. —Le masajeé el cuello, para que se relajara—. Puedes decírmelo.

—Reid. —Imitó mi tono suave y me dedicó una dulce sonrisa por encima del hombro. Se la devolví, asintiendo con la cabeza para animarla. Aún sonriendo, me dio un fuerte codazo en las costillas—. Vete a la mierda.

Endurecí el tono de voz.

—Lou…

—Déjalo estar —dijo ella—. No quiero hablar de ello. —Nos miramos el uno al otro un largo momento; yo me froté la costilla magullada con rebeldía, antes de que ella se desinflara visiblemente—. Mira, olvida lo que he dicho. No es importante ahora mismo. Los otros se levantarán pronto, y podremos empezar a idear un plan. Estoy bien. De verdad.

Pero no estaba bien. Y yo tampoco. Dios. Solo quería abrazarla.

Me restregué una mano inquieta por la cara antes de mirar a madame Labelle. Seguía dormida. Incluso Beau había vuelto a su saco de dormir, olvidándose del mundo una vez más. Perfecto. Antes de que pudiera cambiar de opinión, tomé a Lou en brazos. El arroyo no estaba lejos. Podíamos ir y volver antes de que alguien se diera cuenta de que nos habíamos ido.

—Todavía no es mañana.