CAPÍTULO 5

El comandante del callejón dijo que sus últimas órdenes habían salido de Doranelle.
Nadie sabía si debían creerle.
Estaban sentados alrededor de una fogata pequeña en un campo polvoriento en las afueras de una ciudad en ruinas. Lorcan Salvaterre se había limpiado la sangre de las manos hacía rato y volvió a considerar la lógica de la respuesta.
¿Habían descartado la opción más simple? ¿Que Maeve estuviera todo este tiempo en Doranelle, escondida de sus súbditos?
Pero el comandante era un repugnante mentiroso. Le había escupido a Lorcan en la cara antes de que todo terminara.
Sin embargo, el otro comandante que habían encontrado hoy, tras una semana cazándolo en el puerto más cercano, dijo que había recibido órdenes de un reino lejano donde habían buscado hacía tres semanas. En la dirección opuesta de Doranelle.
Lorcan movió la tierra con la punta de la bota.
Ninguno de ellos se sentía con ánimos de hablar desde que el comandante de esta tarde les había dado información que contradecía la que tenían del primero.
—Doranelle es la fortaleza de Maeve —dijo Elide al fin. Su voz tranquila llenó el silencio denso—. Aunque sea simple, tendría sentido que llevara a Aelin allá.
Whitethorn se limitaba a mirar el fuego. No había lavado la sangre de su chaqueta gris oscuro.
—Sería imposible, incluso para Maeve, mantenerla oculta en Doranelle —la contradijo Lorcan—. Ya nos hubiéramos enterado.
No estaba seguro de cuándo había sido la última vez que le había hablado a la mujer frente a él.
Ella no se había amedrentado al verlo interrogar y doblegar a los comandantes de Maeve. Se había asustado un poco en las peores partes, sí, pero había escuchado cada una de las palabras que Rowan y Lorcan les extrajeron. Lorcan suponía que ella habría visto cosas peores en Morath y odiaba que así fuera. Odiaba que su tío monstruoso siguiera respirando.
Pero esa cacería vendría después. Después de que encontraran a Aelin. O lo que quedara de ella.
La mirada de Elide se puso fría, muy fría, y respondió:
—Maeve logró esconder a Gavriel y Fenrys de Rowan en la Bahía de la Calavera. Y de alguna manera ocultó e hizo desaparecer toda su flota.
Lorcan no respondió. Elide continuó con la mirada inalterada:
—Maeve sabe que Doranelle sería el sitio obvio, la elección que probablemente no investigaríamos porque es demasiado simple. Anticipó que pensaríamos que se llevaría a Aelin a la zona más alejada de Erilea en vez de regresar directamente a casa.
—Maeve tendría la ventaja de recurrir fácilmente al ejército —agregó Gavriel y su garganta tatuada se movió cuando tragó saliva—. Lo cual haría mucho más difícil el rescate.
Lorcan se controló para no decirle a Gavriel que se callara la boca. No le había pasado desapercibido cómo Gavriel se esforzaba por ayudar a Elide, por hablar con ella. Y sí, una pequeña parte de él se lo agradecía, ya que le quedaba clarísimo que ella no aceptaría ninguna ayuda de él.
Que Hellas lo maldijera, él había tenido que recurrir a cortar su camisa para que Whitethorn y Gavriel le dieran las compresas para su ciclo. Había amenazado con despellejarlos si le decían que era de él, y Elide, con su sentido del olfato de humana, no lo pudo oler en la tela.
No sabía por qué se molestaba. No había olvidado sus palabras aquel día en la playa.
Espero que pases el resto de tu miserable vida inmortal sufriendo. Espero que te quedes solo. Espero que vivas con el arrepentimiento y la culpa en tu corazón y que nunca encuentres una manera de soportarlo.
Su juramento, su maldición o lo que hubiera sido, se había convertido en realidad. Cada una de sus palabras.
Había destrozado algo. Algo de un valor inconmensurable. Nunca le había importado hasta ahora.
Incluso el juramento de sangre cercenado, que todavía era una herida abierta en su alma, no se acercaba ni remotamente al agujero que aparecía en su pecho cuando la veía.
Ella le había ofrecido un hogar en Perranth sabiendo que él sería un hombre sin honor. Le había ofrecido un hogar con ella.
Pero no había sido el rompimiento del juramento de Maeve lo que hizo que ella retirara su oferta. Había sido una traición tan grande que él no sabía cómo arreglarlo.
¿Dónde está Aelin? ¿Dónde está mi esposa?
La esposa de Whitethorn, y su pareja. Solamente esta misión, esta búsqueda interminable de Aelin, era lo que evitaba que Lorcan se perdiera en un pozo del cual nunca más podría volver a emerger.
Tal vez si la encontraran, si quedara lo suficiente de Aelin tras lo que le hubiera hecho Cairn, podría encontrar cómo vivir consigo mismo. Cómo soportar a esta… persona en quien se había convertido. Tal vez tardaría otros quinientos años en lograrlo.
No se permitió considerar que Elide sería poco más que polvo para ese entonces. Tan sólo de pensarlo sentía cómo la cena raquítica de pan viejo y queso duro se le revolvía en el estómago.
Un tonto… era un tonto inmortal y estúpido por haber iniciado este camino con ella, por olvidar que, aunque ella lo perdonara, de todas maneras seguía siendo mortal.
Al fin, Lorcan dijo:
—También tendría sentido que Maeve fuera con los akkadianos, como dijo el comandante hoy. Maeve tiene lazos con ese reino desde hace mucho tiempo —continuó. Él, Whitethorn y Gavriel habían ido a la guerra y regresado de esos territorios arenosos. Deseaba nunca volver a ese lugar—. Sus ejércitos la protegerían.
Porque sería necesario un ejército para que Whitethorn no alcanzara a su pareja.
Volteó a ver al príncipe, quien no dio ninguna señal de haber estado escuchando. Lorcan no quería considerar si Whitethorn pronto necesitaría agregar un tatuaje al otro lado de su cara.
—El comandante fue mucho más cooperativo hoy —continuó diciéndole Lorcan al príncipe con quien había combatido lado a lado por tantos siglos, que había sido un bastado infeliz y frío como Lorcan hasta esta primavera—. Apenas lo empezaste a amenazar y cantó. El que dijo que Maeve estaba en Doranelle seguía riendo al final.
—Yo creo que está en Doranelle —interrumpió Elide—. Anneith me dijo que escuchara ese día. No lo hizo las otras dos ocasiones.
—Sí, es algo que debemos considerar —aceptó Lorcan, y a Elide le brillaron los ojos con irritación—. Aunque no veo ningún motivo para creer que los dioses serían tan claros.
—Palabras del hombre que siente el toque de un dios que le dice cuándo correr o cuándo pelear —respondió bruscamente Elide.
Lorcan no le hizo caso, no hizo caso a esa verdad. No había sentido el toque de Hellas desde los Pantanos Rocosos. Como si inclusive el dios de la muerte sintiera repulsión por él.
—La frontera de Akkadia está a tres días a caballo de aquí. La capital a tres días más. Doranelle está a más de dos semanas, y eso si viajamos casi sin descanso.
El tiempo no estaba de su lado. Con las llaves del Wyrd, con Erawan, con la guerra que seguramente estaba desatándose en el propio continente de Elide, todo retraso tenía un precio. Eso sin mencionar lo que cada día le provocaría sin duda a la reina de Terrasen.
Elide abrió la boca pero Lorcan la interrumpió:
—Y por otro lado, llegar a la fortaleza de Maeve agotados y hambrientos… No tendríamos ninguna probabilidad. Y con el velo que ella es capaz de generar, es posible que pasemos literalmente junto a Aelin y nunca nos demos cuenta.
Las fosas nasales de Elide se abrieron un poco pero volteó a hablar con Rowan.
—Es tu decisión, príncipe.
No era sólo un príncipe, ya no. Era el consorte de la reina de Terrasen.
Al fin, Whitethorn levantó la cabeza. Y esos ojos verdes se posaron en Lorcan, quien soportó el peso de su mirada, el dominio innato. Había estado esperando que Rowan se vengara como él lo merecía, había estado esperando ese golpe. Deseaba recibirlo. No había llegado.
—Ya llegamos hasta este punto en el sur —dijo Rowan al fin con voz baja—. Será mejor ir a Akkadia que arriesgarnos a ir hasta Doranelle para descubrir que nos equivocamos.
Y eso fue todo.
Elide solamente le lanzó una mirada furiosa a Lorcan y se puso de pie con el pretexto de tener que ir a atender sus necesidades antes de dormir. Su caminar era estable al avanzar por el pasto crujiente, gracias a la férula de magia que Gavriel mantenía alrededor de su tobillo.
Pero Lorcan sabía que debería ser su magia la que la estuviera ayudando. La que estuviera tocando su piel.
Los pasos de Elide se volvieron distantes, casi silenciosos. Por lo general, iba más lejos de lo necesario para evitar que la alcanzaran a oír. Lorcan le dio unos cuantos minutos y luego salió caminando tras ella hacia la oscuridad.
Elide ya venía de regreso y se detuvo sobre una pequeña colina, apenas un montículo de tierra en el campo.
—Qué quieres.
Lorcan siguió caminando hasta que llegó a la base de la colina y se detuvo.
—Akkadia es la elección más sabia.
—Rowan decidió lo mismo. Debes estar complacido.
Intentó pasar a su lado pero Lorcan se interpuso en su camino. Ella levantó la cabeza para verlo a la cara pero él nunca se había sentido tan pequeño. Más bajo de estatura.
—Yo no insistí en Akkadia para molestarte —logró decir.
—No me importa.
Ella intentó volver a rodearlo pero Lorcan se lo impidió con facilidad.
—Yo no… —las palabras se le atoraban en la garganta—. Yo no quería que esto sucediera.
Elide dejó escapar una risa suave y agresiva.
—Por supuesto que no. ¿Por qué podrías tener la intención de que tu maravillosa reina cortara el juramento de sangre?
—Eso no me importa —dijo Lorcan. Era verdad. Nunca había dicho palabras más ciertas—. Sólo quiero arreglar las cosas.
Ella frunció los labios.
—Tal vez consideraría creer eso si no te hubiera visto arrastrándote tras Maeve en la playa.
Lorcan parpadeó al escuchar las palabras, el odio que contenían. Estaba tan impactado que en esta ocasión sí le permitió pasar junto a él. Elide ni siquiera volteó a verlo.
Hasta que Lorcan dijo:
—Yo no me arrastré tras Maeve.
Ella se detuvo y su cabello se meció con el movimiento. Lentamente, volteó a verlo por encima del hombro. Imperiosa y fría como las estrellas sobre ellos.
—Me arrastré… —dijo y tragó saliva—. Me arrastré tras Aelin.
Intentó apartar de su mente la arena sangrienta, los gritos de la reina, sus últimos ruegos a Elide. Los bloqueó y dijo:
—Cuando Maeve cercenó el juramento, no podía moverme, apenas podía respirar.
La agonía era tal que Lorcan no podía imaginar cómo sería si hubiera cortado el juramento él solo, sin órdenes. No era el tipo de dolor del cual uno podía alejarse.
El juramento podía estirarse, adelgazarse. El hecho de que Vaughan, el último de su grupo, sin duda seguía recorriendo los campos en el norte en su «cacería» de Lorcan era prueba suficiente de que las restricciones del juramento de sangre eran flexibles. Pero romperlo directamente por su propia voluntad, encontrar otra manera de romper ese vínculo, sería aceptar la muerte.
Durante estos meses se había preguntado si eso era lo que debía haber hecho.
Lorcan tragó saliva.
—Intenté llegar a ella. Con Aelin. Intenté llegar a esa caja —agregó con voz tan baja que sólo Elide lo alcanzó a oír—. Lo prometo.
Su palabra era su garantía, el único bien que tenía para negociar. Eso se lo había dicho alguna vez a ella, durante las semanas que pasaron viajando. No vio ningún destello en la mirada de Elide que le demostrara que recordaba eso.
Elide simplemente caminó de regreso al campamento. Lorcan permaneció donde estaba.
Él había hecho esto. Él le había provocado esto a ella, a ellos.
Elide llegó a la fogata del campamento y Lorcan finalmente la siguió. Se acercó al anillo de luz a tiempo para verla sentarse junto a Gavriel con la boca apretada con fuerza.
El León le murmuró:
—No estaba mintiendo, ¿sabes?
Lorcan apretó la mandíbula y no hizo ningún esfuerzo por disimular sus pasos. Si los oídos de Gavriel eran lo suficientemente agudos para haber escuchado toda su conversación, sin duda el León ya sabía que venía de regreso. Y ciertamente sabía que no debía meter sus narices en sus asuntos.
Pero Lorcan se descubrió de todas maneras estudiando la cara de Elide, esperando su respuesta.
Y cuando ella ignoró tanto al León como a Lorcan, deseó no haber dicho ni una palabra.
El príncipe Rowan Whitethorn Galathynius, consorte, esposo y pareja de la reina de Terrasen, sabía que estaba soñando.
Lo sabía porque la podía ver.
Sólo había oscuridad aquí. Y viento. Y un enorme abismo que los separaba.
Ese abismo, esa grieta en el mundo, no tenía fondo. Pero él alcanzaba a oír susurros que se deslizaban por ahí, muy abajo.
Ella estaba de pie dándole la espalda. Su cabello volaba como una cortina de oro. Estaba más largo que la última vez que lo había visto.
Intentó transformarse, volar para cruzar el abismo. La magia innata de su cuerpo no lo obedeció. Encerrado en su cuerpo de hada, el salto era demasiado largo y sólo podía mirar en dirección a ella, percibir su aroma —jazmín, cedrón y brasas crujientes— que flotaba en su dirección con el viento. El viento no le reveló ningún secreto, no tenía ninguna canción que cantar.
Era un viento de muerte, de frío, de nada.
Aelin.
Él no tenía voz aquí pero pronunció su nombre. Lo lanzó al otro lado del barranco que los separaba.
Lentamente, ella volteó a verlo.
Era su rostro… o lo sería en unos años. Cuando se Estableciera.
Pero no fueron los rasgos ligeramente más maduros los que le quitaron el aliento.
Fue la mano sobre su vientre redondo.
Ella miró en su dirección. Su cabello seguía volando. Tras ella, aparecieron cuatro figuras pequeñas.
Rowan cayó de rodillas.
La más alta: una niña de cabello dorado y ojos color verde pino, rostro solemne y orgulloso como el de su madre. El niño que estaba junto a ella era casi de la misma altura y le sonrió, una expresión cálida y brillante, con los ojos Ashryver casi encendidos debajo de su cabellera plateada. El niño a su lado, de cabello de plata y ojos verdes, bien podría haber sido el gemelo de Rowan. Y la niña más pequeña, aferrada a las piernas de su madre… Una niña de huesos delicados y cabello plateado, apenas más grande que un bebé, con ojos azules que se remontaban a un linaje que él desconocía.
Niños. Sus hijos. Los hijos de ambos.
Con otro a unas pocas semanas de nacer.
Su familia.
La familia que podría tener, el futuro que podría tener. Lo más hermoso que había visto jamás.
Aelin.
Sus hijos se acercaron más a ella y la niña mayor levantó la vista hacia Aelin como advertencia.
Entonces Rowan lo sintió. Un viento negro, mortífero y poderoso, que soplaba hacia ellos.
Intentó gritar. Intentó ponerse de pie, encontrar una manera de llegar a su lado.
Pero el viento negro llegó con un rugido, destrozando y rasgando todo en su camino.
Seguían viéndolo cuando se los llevó a ellos también.
Hasta que lo único que quedó fue polvo y sombras.
Rowan despertó de golpe. Su corazón latía desbocado y su cuerpo le gritaba que se moviera, que luchara.
Pero no había nada ni nadie contra quien luchar aquí, en este campo polvoriento bajo las estrellas.
Un sueño. El mismo sueño.
Se frotó la cara y se sentó en su saco de dormir. Los caballos dormían sin dar señas de angustia. Gavriel, el León, estaba vigilando en su forma de gato montés justo fuera del círculo de luz de la fogata. Sus ojos brillaban en la oscuridad. Elide y Lorcan no se movieron en su sueño profundo.
Rowan estudió la posición de las estrellas. Amanecería en unas pocas horas.
Y entonces se dirigirían a Akkadia… a esa tierra de matorrales y arena.
Mientras Elide y Lorcan debatían a dónde ir, él lo había considerado por su cuenta. Si debería volar a Doranelle solo y arriesgarse a perder varios días preciosos en una búsqueda que podría ser inútil.
Si Vaughan estuviera con ellos, si Vaughan hubiera sido liberado, tal vez podría haber enviado al guerrero en su forma de águila pescadora a Doranelle mientras ellos avanzaban hacia Akkadia.
Rowan lo volvió a considerar. Si presionaba a su magia, si aprovechaba los vientos, las dos semanas para llegar a Doranelle se podrían cubrir en cuestión de días. Pero si por alguna razón encontraba a Aelin… Había luchado en suficientes batallas como para saber que necesitaría de la fuerza de Lorcan y Gavriel antes de que todo pudiera terminar. Sabía que podría poner en peligro a Aelin si intentara liberarla sin su ayuda. Lo cual podría entonces implicar volar de regreso para después hacer el viaje agonizantemente lento al norte.
Y Akkadia estaba muy cerca, lo cual hacía que la decisión de buscar ahí primero fuera la más sabia. En caso de que el comandante de hoy hubiera dicho la verdad. Y en caso de que lo que habían aprendido en Akkadia los condujera a Doranelle, entonces irían. Juntos.
Aunque fuera en contra de todos sus instintos como la pareja de Aelin. Como su esposo. Aunque cada día, cada hora que Aelin pasara en las garras de Maeve probablemente le estaba provocando más sufrimiento de lo que él podía atreverse a pensar.
Así que viajarían a Akkadia. En unos cuantos días, entrarían a las planicies y luego se acercarían a las distantes colinas secas más allá. Cuando empezaran las lluvias del invierno, la planicie reverdecería con mucha vida, pero después del verano ardiente, las tierras estarían todavía color café y trigo, el agua escasa.
Se aseguraría de que se aprovisionaran bien en el siguiente río. Suficiente también para los caballos. Podría ser que les faltara también comida, pero había animales para cazar en las planicies. Conejos enjutos y pequeños, animales peludos que se enterraban en la tierra cuarteada. Precisamente el tipo de comida que le provocaba escalofríos a Aelin.
Gavriel notó el movimiento en el campamento y se acercó. Sus enormes patas se movían silenciosamente incluso en el pasto seco. Los ojos amarillentos e inquisitivos le parpadearon.
Rowan negó con la cabeza ante la pregunta que el León no hizo:
—Duerme un poco. Yo me encargo.
Gavriel ladeó la cabeza con un gesto que Rowan sabía que significaba ¿Estás bien?
Extraño… seguía siendo extraño trabajar con el León, con Lorcan, sin los vínculos del juramento de Maeve obligándolos a hacerlo. Saber que estaban aquí porque así lo querían.
Rowan no estaba seguro de en qué los convertía eso, exactamente.
Rowan no hizo caso a la pregunta silenciosa de Gavriel y fijó la mirada en el fuego que se iba apagando.
—Descansa mientras puedas.
Gavriel no protestó al dirigirse hacia su saco de dormir y se dejó caer en él con un suspiro felino.
Rowan reprimió el sentimiento de culpa que quiso aflorar en él. Los había estado presionando mucho. No se habían quejado, no le habían pedido que redujera la velocidad a la que los llevaba.
Desde aquel día en la playa, él no había sentido nada en el vínculo. Nada.
Ella no estaba muerta, porque el vínculo todavía existía, pero… estaba silencioso.
Él lo pensó mucho durante las largas horas de este viaje, en las horas que estaba de guardia. Incluso durante las horas que se suponía debía estar durmiendo.
No había sentido dolor en el vínculo ese día en Eyllwe. Lo sintió cuando Dorian Havilliard la apuñaló en el castillo de cristal, había sentido el vínculo —lo que él tan estúpidamente había pensado era el vínculo carranam entre ellos— estirarse casi hasta el punto de quiebre cuando ella había estado tan tan cerca de la muerte.
Sin embargo, aquel día en la playa cuando Maeve la atacó, luego cuando Cairn la azotó con el látigo…
Rowan apretó la mandíbula con tanta fuerza que le dolió y sintió que el estómago se le revolvía. Miró en dirección a Goldryn, que estaba a su lado junto al saco de dormir.
Con suavidad, colocó la espada frente a él y miró el rubí en el centro de la empuñadura, su brillo ardiente bajo la luz de la fogata.
Aelin había sentido la flecha que él recibió durante la pelea con Manon en el templo de Temis. O había sentido un tirón con la fuerza suficiente para saber, en ese momento, que eran una pareja.
Sin embargo él no había sentido nada ese día en la playa.
Tenía la sensación de saber la respuesta. Sabía que probablemente Maeve era la causante, era la responsable del obstáculo que amortiguaba su conexión. Se había metido a su mente para engañarlo y hacerle creer que Lyria era su pareja. Había engañado los instintos que lo convertían en hada macho. Sin duda no estaba más allá de sus poderes encontrar una manera de apagar lo que fluía entre él y Aelin, de evitar que él supiera en cuánto peligro estaba ella, y ahora evitaba que la encontrara.
Pero él debía haberlo sabido. Sobre Aelin. No debía haber esperado a conseguir los guivernos y a los demás. Debería haber volado directo a la playa y no haber desperdiciado esos minutos tan valiosos.
Pareja. Su pareja.
Eso también debería haberlo sabido. Aunque la rabia y el dolor lo hubieran convertido en un miserable bastardo, debería haber sabido quién era ella, quién era desde el momento en que la mordió en Mistward, incapaz de controlar su impulso por proclamarla como suya. El momento en que su sangre tocó su lengua y le cantó, y luego se negó a dejarlo en paz porque el sabor permaneció con él durante meses.
En vez de eso, pelearon. Él les había permitido pelear… así de perdido estaba en su rabia y su hielo. Ella también estaba perdida en su furia y había escupido unas palabras tan odiosas e impronunciables que él la trató como a cualquier otro individuo bajo su mando que le hubiera contestado mal. Sin embargo, esos días todavía lo atormentaban. Aunque Rowan sabía que si en algún momento mencionaba esas peleas con algo de vergüenza, Aelin le diría que era un tonto.
No sabía qué hacer sobre el tatuaje de su cara, su cuello y su brazo. La mentira que contaba sobre su pérdida y la verdad que revelaba sobre su ceguera.
Él había amado a Lyria, eso era verdad. Y la culpa de eso lo carcomía vivo cada vez que lo pensaba pero ahora lo podía entender. Por qué Lyria había estado tan temerosa de él los primeros meses, por qué había sido tan difícil cortejarla, a pesar del vínculo de pareja ya que su verdad también era desconocida para Lyria. Ella había sido amable, y callada y gentil. Un tipo de fuerza distinto, sí, pero no lo que él hubiera elegido.
Se odiaba por pensar eso.
A pesar de la rabia que lo consumía por pensarlo, por pensar en lo que le habían robado. A Lyria también. Aelin había sido suya, y él de ella, desde el principio. Antes de eso. Y Maeve había planeado romper eso, romperla a ella para conseguir lo que quería.
No permitiría que eso se quedara sin castigo. Al igual que no olvidaría que Lyria, independientemente de lo que hubiera existido en verdad entre ellos, estaba embarazada de su hijo cuando Maeve envió esas fuerzas enemigas a su hogar en la montaña. Nunca perdonaría eso.
Te mataré, le había dicho Aelin a Maeve cuando se enteró de lo que había hecho. La terrible manipulación de Maeve que lo había destrozado, y había destrozado a Lyria. Elide le había contado a Rowan cada una de las palabras de su encuentro, una y otra vez. Te mataré.
Rowan se quedó mirando el corazón ardiente del rubí de Goldryn.
Rezó para que ese fuego, esa rabia, no se hubiera resquebrajado. Sabía cuántos días habían pasado, sabía quién había prometido Maeve que se encargaría de la tortura. Sabía que tenía todo en su contra. Él había pasado dos semanas atado a la mesa del enemigo. Todavía tenía la cicatriz en el brazo que le provocó uno de sus instrumentos más creativos.
Prisa. Tenían prisa.
Rowan se inclinó y recargó la frente contra la empuñadura de Goldryn. El metal se sentía tibio, como si todavía tuviera un suspiro de la flama de su portadora.
No había pisado Akkadia desde aquella última guerra terrible. Aunque él había llevado a las hadas y soldados mortales a la victoria, no tenía ningún deseo de volver a ver ese lugar.
Pero irían a Akkadia.
Y si la encontraba, si la liberaba… Rowan no se permitió pensar más allá de eso.
La otra verdad que enfrentarían, la otra carga. Dile a Rowan que siento mucho haber mentido. Pero dile que de todas maneras teníamos el tiempo contado. Incluso antes de hoy, sabía que teníamos el tiempo contado, pero de todas maneras desearía que hubiéramos tenido más.
Se negaba a aceptarlo. Nunca aceptaría que ella sería el precio a pagar para terminar esto, para salvar su mundo.
Rowan miró el manto de estrellas sobre su cabeza.
Mientras todas las demás constelaciones siguieron su camino, el Señor del Norte permanecía, la estrella inmortal entre sus cuernos apuntaba hacia casa. A Terrasen.
Dile que tiene que pelear. Debe salvar Terrasen, y dile que recuerde los votos que hizo conmigo.
El tiempo no estaba a su favor para el asunto con Maeve ni tampoco con la guerra que estaba desencadenándose en su propio continente. Pero no tenía ninguna intención de regresar sin ella, independientemente de lo que ella le hubiera pedido antes de separarse, independientemente de los juramentos que había hecho al casarse con ella de cuidar y gobernar Terrasen.
Y dile que gracias, por recorrer ese camino oscuro conmigo de regreso a la luz.
Había sido un honor. Desde el principio, había sido un honor para él, el mayor honor de su vida inmortal.
Una vida inmortal que compartirían, de alguna manera. No aceptaría ninguna otra alternativa.
Rowan lo juró en silencio a las estrellas.
Podría haber jurado que el Señor del Norte destelló ante eso.