Sertorio, el legendario militar que creó

una República romana en España

CÉSAR CERVERA

La historia de Quinto Sertorio es la de un hombre leal a la República que eligió mal su bando en una de las muchas guerras civiles que precedieron al Imperio. En su huida hacia delante, este astuto militar acabó fundando en Hispania una República romana de bolsillo, con la que consiguió entusiasmar a los hispanos y derrotar, uno tras otro, a los ejércitos romanos que el dictador Cornelio Sila mandó en su búsqueda. Alcoholizado, y cada vez más abandonado, Sertorio fue finalmente traicionado por los suyos y apuñalado por la espalda.

El siglo I a.C. conoció el inicio de las guerras civiles en Roma, que desembocarían en el establecimiento del sistema imperial. Estas contiendas enfrentarían al bando de los populares, encabezados por el héroe militar Mario, contra el bando de los optimates, cuya cara más visible era la de Cornelio Sila, el sangriento dictador pelirrojo. Básicamente se trataba de confrontaciones personales, sin un programa político muy profundo, aunque los segundos se vendían como los guardianes de la esencia romana frente a los hombres que querían abrir las puertas de Roma al resto de los itálicos.

UNA GUERRA CIVIL QUE FRUSTRÓ UNA CARRERA

En los años previos a la contienda, Quinto Sertorio había combatido junto al líder de los populares, Mario, contra los cimbrios y los teutones. Como recompensa a su carrera ascendente recibió en el año 97 a.C. un cargo de tribuno militar en Hispania, donde dirigió a las tropas romanas contra una rebelión local en la ciudad celtibérica de Castulo (hoy en la zona de Linares, Jaén). A su regreso a Roma, se vio inmerso de golpe en las luchas entre optimates y populares que regaron de sangre las calles de la gran ciudad. Con una actitud discreta en lo político, Sertorio logró prestigio, respeto y condecoraciones, así como cicatrices por todo su cuerpo. Su forma de combatir en primera línea le costó la pérdida permanente de la visión en un ojo.

Al frente de los optimates, Lucio Cornelio Sila atacó Roma en el 88 a.C., siendo el primero que rompía la ley romana y entraba en la ciudad con tropas. Sila se autoproclamó dictador y se mantuvo en el poder hasta su retiro voluntario en el 79 a.C. La súbita muerte de Mario cinco años después del ascenso de Sila dejó sin posibilidad de reacción al bando popular. Sertorio, privado de su cargo de pretor en Hispania, se vio obligado a huir de su provincia hacia el Mediterráneo Occidental. Durante su triste retirada logró una victoria sobre los ejércitos de Sila en Mauritania y se convirtió en la última esperanza de los partidarios de Mario.

Sertorio seguía siendo enormemente popular en Hispania. Antes de abandonar su cargo de pretor se había dedicado a rebajar la presión fiscal en su provincia y, en señal de respeto a las poblaciones locales, acampaba siempre sus tropas fuera de las ciudades. A raíz de su victoria en Mauritania, una delegación de lusitanos le pidió que regresara a España y terminara con la opresión que los hombres de Sila habían traído consigo.

Sertorio aceptó la oferta sin titubear, aunque las fuerzas a su disposición eran insignificantes frente a los ciento veinte mil infantes y seis mil jinetes con los que contaba Sila en la Península.

LA REPÚBLICA ROMANA DE HISPANIA

El legendario general se enfrentó a su vuelta a Hispania con Metelo Pío, enviado por Sila, al que durante varios años desgastó con una lucha de guerrillas y finalmente derrotó, así como a los gobernadores de la Citerior y la Narbonense. El general romano demostró un gran talento para dirigir fuerzas irregulares y llevar a cabo una guerra de guerrillas contra fuerzas convencionales. Sertorio avanzó sobre la Celtiberia y el Valle del Ebro. Su paso provocó la rebelión de los celtíberos e incitó el apoyo de los hispanos romanos.

El romano, que procedía de la ciudad sabina de Nussa, organizó lo que algunos han calificado como un intento de crear un «estado romano paralelo» en Hispania, una república en el corazón de la Península. Estableció en Osca (Huesca) un senado que cada año celebraba elecciones para elegir a los nuevos magistrados y una escuela para los hijos de los jefes indígenas, donde aprendían latín y griego. Asimismo, enseñó a las tropas locales a vestir y a luchar al modo romano.

El paso de los años y la enorme popularidad de Sertorio elevaron su historia a la categoría de héroe mitológico, como acredita la anécdota del cervatillo que adoptó como mascota y guía. Un cazador se lo regaló como muestra de afecto, a lo que el romano respondió domesticándolo y atribuyéndole poderes. Sertorio afirmaba que era la diosa Diana quien había conducido el animal a su casa y le comunicaba a través del cervatillo la ubicación de sus enemigos para que pudiera seguir victorioso.

Sila no vivió lo suficiente para ver a uno de sus últimos enemigos derrotado. A la muerte del dictador, ya jubilado, Pompeyo Magno, apodado el Adolescente Carnicero por ser el brutal verdugo de muchos populares, se aseguró de que el cadáver de Sila, que también era su suegro, recibiera los debidos honores y no se produjeran disturbios. No pudo evitar, sin embargo, que el excónsul Lépido se levantara contra el Senado y se alineara con la causa de Sertorio. Cuando Lépido fue derrotado por Pompeyo, se produjo una fuga masiva de sus partidarios para unirse a Quinto Sertorio, que siempre recibía con los brazos abiertos a los enemigos de los optimates.

Los dos cónsules designados ese año se negaron a ir a Hispania. No estaban dispuestos a sumarse a la lista de generales republicanos derrotados por Sertorio y sus cada vez más numerosos partidarios. Por eso, Pompeyo, de veintiocho años, fue nombrado pro consulibus (enviado «en lugar de ambos cónsules») y destinado a la provincia más occidental de la República para poner fin a la larga rebelión.

Pese a que en los primeros encuentros Sertorio propinó severos correctivos a su joven rival, poco a poco fue perdiendo terreno y quedó sumido en una guerra de desgaste que no podía ganar a largo plazo. A partir del año 75 a.C., el general rebelde fue acorralado por Pompeyo desde el norte y este, y por Metelo desde el sur. El exiliado no estaba perdiendo realmente la guerra, pero ya era evidente que jamás podría ganarla.

Desde Roma, el Senado logró que muchos de los seguidores de Sertorio abandonaran su bando a cambio de ser amnistiados. La mayoría solo quería volver a casa después de tantos años de exilio y de resistencia. Abandonado por los suyos, Sertorio empezó a desarrollar una afición desmesurada por el vino y un humor depresivo. En el año 72 a.C., Perperna, la mano derecha del militar romano, organizó un banquete donde Sertorio y su guardia fueron emborrachados y posteriormente asesinados.

Y aunque Perperna quiso continuar la guerra, Pompeyo no tardó en derrotarlo. Algunos núcleos resistieron ese año, entre ellos Calahorra, donde se ahogaron los últimos ecos de la andadura de este general romano que mantuvo en solitario una guerra civil contra Roma hasta que fue consciente de que se había convertido en un villano de su tierra. Un conflicto que pudo mantener solo gracias al apoyo de Hispania, el territorio más importante para la República romana en aquella época.