Fuiste uno de esos niños que recibían elogios por ser «bueno»? ¿Te esforzabas por ser siempre bueno obedeciendo a tus padres, profesores o familiares de más edad? Aunque a veces era duro, ¿aprendiste a no quejarte y a resistirlo estoicamente? Y ahora, en la edad adulta, ¿aún sientes la responsabilidad de complacer a los demás? ¿Realizas un esfuerzo constante para no molestar ni ser una carga? Y cuando alguien te pone las cosas difíciles, ¿procuras ignorarlo o soportarlo, porque no está en tu naturaleza hacer o decir algo que pueda herir potencialmente a alguien o hacerle sentir incómodo?

He conocido a muchas buenas personas que padecen depresión, ataques de pánico y otros trastornos emocionales debido a relaciones humanas difíciles. Estas personas tienden a ser amables, educadas y solícitas con los demás. Son el tipo de individuo abnegado que normalmente antepondrá los deseos de los demás a los suyos propios. ¿Por qué, me preguntaba, estas personas buenas a menudo son víctimas del sufrimiento mental y emocional?

Yo también era introvertido y dócil de niño, y era habitual que me felicitaran por ser «bueno». Un buen hijo que no causaba problemas a sus padres, un buen estudiante que atendía a sus profesores: todo ello me enseñó que ser bueno era lo correcto. Sin embargo, en la universidad empecé a sentir que esta actitud exclusiva podía suponer un problema. En un grupo de trabajo con estudiantes más avispados que yo, con una personalidad más fuerte, las tareas que todos querían evitar siempre recaían en mí. Yo me repetía a mí mismo que hacer el bien era lo correcto, pero con el paso del tiempo esto empezó a provocarme bastante estrés. Cuando abrí mi corazón y me sinceré con un amigo de más edad que estaba en el mismo curso, me dio este consejo:

«Primero sé bueno contigo mismo, luego con los demás».

Fue como ser alcanzado por un rayo. Hasta entonces solo me preocupaba lo que los demás pensaran de mí. Nunca me había preocupado por cuidarme o quererme a mí mismo.

Cuando decimos que alguien es «bueno», habitualmente nos referimos a que esa persona se somete a la voluntad de los demás y no es impositivo. En otras palabras, los individuos capaces de suprimir sus propios deseos por deferencia a los demás son aquellos a los que frecuentemente se considera «buenos». Si alguien me escucha y siempre sigue mi consejo, es natural que me caiga bien y lo considere una buena persona. Parece que a veces la «bondad» se aplica a personas que piensan tanto en los demás que son incapaces de expresar su propia voluntad.

Aunque no siempre ocurre así, hay un patrón específico en nuestra relación con quien nos crio en nuestra infancia. Muchos de los que manifiestan un comportamiento reservado crecieron con un padre dominante o una madre de carácter fuerte. O fueron educados con hermanos mayores y menores, y recibieron una atención relativamente escasa por parte de sus padres, lo que originó un poderoso deseo de conquistar el reconocimiento de sus progenitores obedeciéndolos en todo. En ciertos casos, cuando la relación entre los padres no es buena, o la dinámica de la familia es difícil en cierto sentido, algunos se esfuerzan por hacer felices a sus padres exhibiendo una «buena» conducta.

Sin embargo, el problema es que, al vivir en función de la demanda de los demás, descuidamos, sin saberlo, nuestros propios deseos y necesidades. Si durante tu infancia te mostraste indiferente a tus propios sentimientos, minimizándolos o restándoles importancia, cuando seas adulto no serás capaz de discernir lo que deseas hacer o quién eres como persona. Y cuando conozcas a alguien que te trata injustamente o te dificulta la vida, al no saber expresar apropiadamente sus emociones, la ira que debería volcarse en el instigador quedará atrapada en tu interior y te consumirá. «¿Por qué soy tan idiota? ¿Por qué no puedo expresar adecuadamente mis sentimientos? ¿Por qué no puedo hablar con sinceridad?»

Ante todo, recuerda esto: lo que sientes no es algo que debas simplemente ignorar, sino algo profundamente significativo. Las emociones que te embargan no desaparecerán fácilmente solo porque decidas suprimirlas o ignorarlas. Muchos problemas psicológicos surgen cuando la represión se convierte en una costumbre y la energía de esas emociones suprimidas es incapaz de encontrar una salida saludable. Así como el agua estancada se torna fétida y tóxica, otro tanto ocurre con nuestras emociones.

Sin embargo, no es demasiado tarde. A partir de ahora, antes de aceptar lo que los demás pretenden de nosotros, atendamos a nuestra voz interior, que nos dirá lo que realmente deseamos. Aun cuando nos sintamos zarandeados por exigencias constantes, si realmente no queremos hacer algo, no nos obliguemos a ello, agotándonos hasta el punto de vernos superados por la situación. Por el contrario, procuremos que los demás comprendan nuestras emociones expresándolas en palabras. No debe preocuparnos que la otra persona piense mal de nosotros y que la relación se vuelva algo tensa. Si el otro hubiera sabido cómo te sentías, probablemente no te habría exigido tanto.

Cuando todos los demás dicen «Vamos a tomar un café», si tú prefieres un chai latte, es bueno alzar la voz y decir: «Yo prefiero un chai latte». Consideramos que lo correcto es ser bueno con los demás, pero no olvides que tienes la responsabilidad de ser bueno contigo mismo.