Después de un viaje largo, de repente desperté, me encontraba en el jardín de una casita de campo, era una casa rústica hecha de madera con jardín algo pequeño. Se podía apreciar un palo de yuyugas, una fruta cultivada en mi país muy sabrosa, de un sabor dulce, son algo pequeñas. Al momento que me levanté de inmediato sentí como mi cerebro trataba de organizar muchas ideas, pude reconocer la casa ya que esa era la casa donde viví mi niñez, sin duda, la más triste que un niño pudo haber deseado.
Salí a la parte de enfrente casi escondiéndome y muy cuidadosamente sin que nadie pudiera verme; ya que me acordé de que no podía tener ningún contacto con las personas con las cuales me encontré. Me preguntaba si en algún momento de mi vida podría volver a encontrarme al ángel, me sentía tan solo y aturdido, no sabía cómo emprender mi camino, en qué parte de mi vida comenzar ni tampoco qué parte de mi vida recuperar o cambiar, estaba viviendo un déjà vu.
Me dolía mucho la cabeza y sentía una pesadez en mis ojos después de llorar tanto, entonces sequé mis lágrimas y dije: «Ya no es tiempo de llorar más, ahora debo de cumplir mi tarea y así descubrir cuál es el propósito de mi vida».
Mientras caminaba por la parte trasera de la casa vi que salió un niño como de unos cuatro años, era gordito, blanco, de pelo castaño claro, ojos achinados. Al verlo me escondí; cómo no reconocerlo, ese niño era yo, mis ojos se humedecieron de lágrimas al ver aquella inocente criatura, cómo alguien tan inocente como ese niño había sufrido tanto y soportado tanto, cómo pudieron dañar su corazón, su niñez, como pudieron cortarle sus alas, cómo pudieron truncarle la vida sus sueños.
Quise acercarme, pero recordé que no debía tener ningún contacto, ya que si lo hacía arruinaría todo, en ese mismo instante salió otro niño más o menos de una edad de tres años, tenía la siguiente fisonomía; era de tez trigueña, pelo negro, algo gordito, al verlo le pude reconocer, era mi hermano, Tito, como le decía de cariño yo. Él se llamaba Pablo, pero yo de cariño le decía Tito. Tito era un año menor que yo, me sentía tan a gusto con él jugando, era mi amigo incondicional. Ambos niños jugábamos tan felices sin pensar en lo que vendría para nuestras vidas. Al ver a Tito me llené de nostalgia y dije:
—Quién pensaría que Tito caería en las garras del alcoholismo, que se convertiría en un alcohólico y que llegaría hasta a drogarse, porque Tito, cómo pudiste caer en eso, qué fue lo que pasó, en qué fallaron mis padres o quizás en qué fallé yo. Rodaron lágrimas de mis ojos al ver cómo el inocente de Tito jugaba con mi yo pequeño a la pelota, ambos andábamos vestidos con unos trajes de fútbol que nos habían regalado nuestros padrinos para nuestro bautismo. Recuerdo que amábamos tanto esos trajes de los Picapiedra que no nos los queríamos quitar, mientras mi yo y Tito jugaban, vi que una bandada de perros se acercaba desde el patio trasero de la vecina, eran unos perros que andaban en celo, andaban de varias razas, aguacateros y de otras razas. De repente, mi corazón se estremeció, sentí que una presencia maligna se acercaba, de repente, vi una silueta negra, no tenía una forma específica, no podía explicar la fisonomía de aquel ser; era un ser místico, traía una cadena que arrastraba y colgaba del cuello de un perro, de una raza dóberman. Era un perro muy grande y se veía agresivo, salía de su boca mucha baba.
El dóberman estaba tan sediento de venganza, jamás había visto tanto odio en dicho animal, de repente, vino algo a mi mente, me quedé como en un tipo de trance, una visión vino a mí, pude recordar que ese animal fue el que había desgraciado mi vida cuando tenía cuatro años. «Ese puto animal desgraciado casi me mata», dije, se va a repetir lo que pasó hace veinticinco años. Cuando volví en mí, de repente miré que la silueta que traía al perro había tomado una forma humana y unas alas enormes como de murciélago y un antifaz cubría su rostro; tenía una túnica negra, en su mano derecha tenía una hoz; pensé que no podía verme entonces, me acerqué y le pregunté que quién era y solo me respondió:
—Soy la desgracia que todo el mundo odia y la que no quiere aceptar. Ya que un día todos dejarán de existir en este mundo.
—No comprendo a qué te refieres con eso —exclamé desesperado.
—Yo soy la contraparte de la vida, soy la muerte, la parte más temible por el hombre y obscura para muchos.
—Ahora entiendo todo, tú eres la causante de mi desdicha; la causante de todos mis miedos y frustraciones. Si tanto me odias por qué no me mataste cuando tuviste la oportunidad y me dejaste aquí a merced de la vida —le dije con lágrimas en mis ojos.
—Créeme que mi intención era acabar con tu vida, esas eran las órdenes que yo había recibido de parte del señor del mal. Pero alguien más interfirió en mis planes. Alguien mucho más fuerte que yo. Alguien que en verdad ama, y da la vida por todos estos seres humanos aberrantes.
—¿Por qué te refieres a la humanidad de esa forma tan despectiva? ¿Qué te hicimos? ¿Por qué tanto odio hacia nosotros? —le dije con una voz que se quebraba tan dentro de mi corazón.
Esa voz que te sale de lo más profundo de tus viseras. Sentí como la montaña de mis ojos se derrumbaba, ¡oh, alma mía, ya no rompas más, por favor!
—Yo fui creado para llevarme a las almas tanto buenas como malas. Cada quien es dueño de sus acciones y su destino. Aunque no lo creas, yo fui un ángel, y yo jamás decidí ser lo que soy, nadie decide ser lo que quiere, el libro de tu vida ya está escrito; el mendigo de la calle no pidió ser mendigo, el ladrón nunca quiso robar, el asesino no escogió matar, el homosexual no quiso tener esas atracciones. Todo esto ya está escrito en tu historia, ya nada puede cambiar a menos que una fuerza mayor de amor puro verdadero esté dispuesta a sacrificarse y dar su vida para que la humanidad cambie —me respondió el ángel de la muerte.
Se miraba tan triste como que no disfrutaba lo que hacía, y para que algo a ti te salga bien tienes que disfrutarlo, amarlo. No puedes estar aferrado a una mentira porque saldrás herido. Tienes que pensar en ti mismo.
—¿Por qué estás triste? —le pregunté.
Él me respondió:
—No es fácil que el mundo te odie, solo porque tu destino es traer almas que su ciclo de vida ya finalizó, que ya cumplieron su propósito…
—Entonces, si tu propósito es traer muerte, por qué no acabaste con mi vida cuando pudiste, por qué ese perro furioso que te acompaña no terminó de arrebatarme la vida.
—Porque tu propósito es otro, el amor de una fuerza mucho más fuerte que yo, siempre te ha protegido y aún tu hora no ha llegado.
—¿A qué te refieres con ese tipo de fuerza?
—Una fuerza mayor tiene potestad sobre todo lo que existe, lo visible y lo invisible, lo que el ojo del ser humano puede ver y lo que no puede ver.
—Esa fuerza mayor es Dios, ¿verdad?
—Tú lo has dicho, él es la fuerza creadora de todo lo que existe. Él tiene potestad sobre mí. Mi poder y mi jerarquía están bajo los mismos ángeles y el mismo Dios.
—¿Por qué tú eres un ángel caído? ¿Por qué eres un ser de obscuridad y no de luz? le pregunté.
—Es muy difícil responder a tu pregunta, yo antes era un ángel de luz, un guardián de la luz y las estrellas, pero un día decidí seguir a la contraparte mala de Dios. Cuánto me arrepiento, ahora soy esclavo de mis acciones, fui creado para esto, aunque las personas crean que es malo morir, y muchos le tienen miedo, porque sus vidas han sido un desperdicio, no valoraron lo bueno que la vida les dio, renegaban mucho, no amaron lo suficiente, no perdonaron, se destruyeron a sí mismos, y ahora que ya están en el lugar que ellos mismos eligieron, quieren volver para poder recuperar sus vidas, pidiendo una nueva oportunidad cuando ya es demasiado tarde, tuvieron tiempo y no lo supieron aprovechar. Tú deberías de sentirte muy afortunado. Sé que has llevado una vida demasiado triste, y aunque intentaste quitarte la vida, tienes una nueva oportunidad para poder recuperarla, para poder ser feliz y poder arreglarla, y si eres sabio e inteligente podrás encontrarle el sentido que se merece —exclamó el ángel de la muerte.
Rodaron lágrimas de sus ojos y yo me quedé perplejo al ver que un ser espiritual también tenía emociones y podía llorar. Me conmovió tanto que lloré y me sentí la peor persona.
—Ahora qué camino debo elegir —le pregunté.
—El camino que tu corazón quiera elegir, tú eres el dueño de tus emociones, busca dentro de tu corazón y encontrarás la respuesta.
—Antes de que te marches, ¿qué pasó con mi yo del pasado? ¿Quién me salvó? ¿Puedes mostrarme?
—Claro.
En ese momento tomó su hoz y dio un golpe al suelo; pude ver una luz cubrir el paisaje en el que me encontraba y, de repente, estaba viendo mi yo del pasado, un niño de cuatro años jugando con su hermanito a la pelota cuando de repente la pelota cayó al otro lado del patio de un solar baldío, en ese momento, mi yo del pasado salió y se cruzó la cerca para recoger la pelota, cuando de repente el dóberman que estaba ahí se echó contra él desgarrándole el brazo derecho y parte de su cabeza, mientras observaba la imagen me miré el brazo y ahí tenía la cicatriz de mi brazo y las marcas de mi cabeza, me dio coraje por estas marcas, sufrí tanto bullying en mi escuela gracias a este animal; quise detener al perro, pero no pude, no podía hacer nada, yo era como un fantasma y podía atravesarlos, y ellos no podían verme, aun cuando estaba a punto de terminarlo, yo le rogué al ángel de la muerte que lo detuviera, se me quedó viendo y me dijo:
—Yo no puedo hacer nada, mi misión era acabar con tu vida.
En ese momento me señaló a que mirara lo que pasaría ahora. Cuando de repente vi que una luz resplandeciente que me cubría era un ángel que estaba acurrucado y con sus alas me había protegido, gracias a ese ángel el dichoso animal no me terminó de matar; en ese momento, el animal se fue, vi que medio muerto me levanté y mi hermanito Tito me llevó de la mano donde mi madre. Pude ver que mi madre se encontraba en la pila fregando los trastes, al bullicio de los animales salió a ver qué ocurría, cuando de repente vio a Tito que me llevaba de la mano, al ver mi camisa blanca roja de sangre, casi se desmaya, y de repente me agarró en sus brazos, me subió al lavandero de la pila y empezó a lavar mis heridas. Yo lloraba y lloraba, un llanto inconsolable, la mordida de aquel animal era como una ponzoña que dolía y dolía mucho, al ver aquella escena me dolió mi corazón y le dije al ángel de la muerte que ya no quería ver eso, en ese momento él tomó su hoz y abrió un agujero negro en el espacio y me empujó; de repente caí, empecé a gritar porque no sabía qué era lo que estaba sucediendo.
Desperté, me encontraba en un salón de clases, inmediatamente reconocí el lugar en el que me encontraba, era dos años después de la desgracia que pasó con el perro, me dio nostalgia ver ese lugar, tan ordenado los casilleros, el aula decorada, estaba una lección escrita en la pizarra, todos los pupitres tenían nombre, me llamó la curiosidad por buscar mi nombre. Quería saber si era el salón de clases donde viví tantas cosas, alegría, tristezas y dejé tantos sueños olvidados, tras buscar encontré el mío, decía: Daniel Gonzales; ver aquel pupitre trajo muchos recuerdos a mi mente, sentimientos encontrados, ver mi mochilita, era un bolsón verde de esos de militar que mi padre me dio; en ese tiempo no podían comprarme una mochila de esas lindas que salían con figuras de dibujos animados; yo le dije a mi mami triste que quería una mochila de esas y me dijo que no podía comprármela, que no tenían dinero, que había que conformarse con lo que había.
Llorando corrí y me encerré en el cuarto, porque mis padres no me entienden, ¿por qué no pueden complacerme?, ¿por qué soy pobre?, ¿por qué no puedo tener lo que otros niños tienen?, ¿por qué mis padres son tan indiferentes?, ¿por qué no pasan atentos como otros padres? Miré el calendario que estaba junto al escritorio del maestro, era un lunes 23 de marzo de 2001, estaba en primer grado, de repente escuché el timbre y miré como entraron todos los niños. Pude ver a muchos de mis compañeros y amigos de la infancia, los reconocí tan perfectamente como si hubiese sido ayer que hubiese estado ahí. Pude verme tan delicado y frágil con un pantaloncito de tela negro, el uniforme de ese tiempo era; pantalón azul y una cuballera blanca. Lastimosamente, yo no tenía el uniforme, mis padres no tenían dinero para poder comprármelo, lo que mi padre ganaba apenas nos ajustaba para sobrevivir, él tenía que mantener a seis hijos. Mi padre trabajaba de cocinero de la fuerza aérea militar, le encantaba cocinar, era algo que le apasionaba, pero hubo alguien que hizo que despidieran a mi padre de su trabajo, alguien que desgració mi familia y que contribuyó a que mi infancia fuera tan frustrante.
Era nada más y nada menos que Geovanny Maldonado, la persona más falsa e hipócrita que puede existir, es como la polilla que corroe, lo más ruin y podrido, como el gusano que se come todo y pudre el fruto, así ni más ni menos podíamos decir que este hombre fue la desdicha de mi familia. Pobre de mi padre que jugada tan fea la que le dio este fracasado, cómo la envidia es capaz de destruir y arrasar con todo lo bueno, lo bello del ser humano, pienso que, si el ser humano fuera más bueno y, sobre todo, tuviera caridad con los demás, no habría más guerras, todo sería diferente.
Mi padre se encontraba en la cocina feliz haciendo como siempre su trabajo, cocinando para los altos mandos de la academia militar, cuando, de repente, entró el coronel Mendoza, que era el jefe de mi padre; se dirigió a él y le saludó muy cordial:
—Don Carlos, buenos días, ¿cómo está?
—Muy bien, mi coronel Mendoza, qué alegría verlo por aquí, si Ud. manda a pedir su almuerzo con Rosy su secretaria, ¿a qué debo tan honorable visita?
—Pues quise venir y almorzar aquí, ya que últimamente no acostumbro mucho a salir de mi oficina, he tenido tanto trabajo pendiente que no me da tiempo de venir, y el día de hoy, pues no tengo más trabajo que sacar y decidí darme una vuelta por aquí y aprovechar para saludarlo y darle una gran noticia que sé que le emocionará mucho.
—En serio mi coronel, y ¿cuál es esa emociónate noticia que me trae?
—Pues el consejo de coordinadores hemos decidido dar un ascenso para jefe de cocina, que Ud. y Geovanny, pues son los que tienen más antigüedad de laborar aquí en la academia, aún no sabemos a quién de los dos le daremos la oportunidad para este puesto, hemos estado evaluando el comportamiento de ambos y dentro de una semana decidiremos quién se merece este ascenso.
—Mi coronel, agradezco toda su buena intención, pero creo que yo no lo merezco, quien sin dudas merece este ascenso es mi compañero y amigo Geovanny Maldonado, él tiene dos años más que yo de estar laborando para esta academia.
—Carlos, por favor. Ya no te hagas tan pequeño, por qué no ves lo grande que eres y lo lejos que puedes llegar, haces bien tu trabajo, he escuchado tan buenos comentarios tuyos de parte de los estudiantes y aspirantes. Al ver que cocinas tan delicioso y que ese es un arte que no todas las personas tienen. Me da mucho gusto ver tu entusiasmo y el gran amor con que haces esta comida tan deliciosa, Dios bendiga tan honradas manos trabajadoras que cocinan para nosotros.
—Muchas gracias, mi coronel, yo todo lo que hago lo hago con amor, las cosas con amor y entusiasmo salen bien, y para mí es un honor cocinarles —dijo mi padre tan orgulloso de sí mismo.
Geovanny, que se encontraba en el fregadero fregando los platos, estaba tan audaz y tajante escuchando la conversación del coronel Mendoza y mi padre. No estaba tan contento con lo que había escuchado que se podría esperar de alguien desalmado sin corazón y sentimientos. Para empezar, era una persona soltera, no tenía hijos, su familia vivía lejos, él se había alejado de ellos porque era una persona demasiado orgullosa, quería demostrarles que podía salir adelante sin la más mínima ayuda de ellos, y es así como empezó a planear su malévolo plan.
—Con que Carlos es mejor que yo, y siempre han reconocido el buen trabajo que él ha realizado, y yo que todo este tiempo he trabajado como un burro para ellos y jamás se han molestado en felicitarme o reconocer el trabajo que he hecho, todo lo que he recibido han sido regaños de parte de ellos, y lo que más me molesta es que traten tan bien a un recién llegado; yo tengo más tiempo de laborar aquí, y seré yo quien se merece este ascenso. No me importa llevarme por delante a quien sea, jugaré sucio porque ese puesto de trabajo será mío y de nadie más —dijo exclamando y con una mirada llena de maldad.
En ese instante volví en mí, sentí que había pasado tanto tiempo; después de lo que este cobarde le hizo a mi padre.
Geovanny se robó unos productos del almacén, culpando a mi padre de que él había hecho tal atrocidad, el coronel Mendoza se decepcionó de una manera con lo ocurrido que dos semanas después despidieron a mi padre.
La cruel noticia puso muy triste a mi madre; yo estaba ahí escondido tras la puerta cuando mis padres conversaban:
—Querida, me han despedido del trabajo, me han acusado injustamente de algo que yo no he cometido —exclamó triste.
Mi madre llorando le dijo:
—¿Cómo haremos con tanto gasto?, ¿qué le diremos a los niños?
—Pues yo saldré todas las mañanas a buscar trabajo, querida, con esto que nos dieron nos alcanza para esta próxima quincena; no es necesario que los niños se den cuenta de lo que está sucediendo. Lo mantendremos en secreto, haremos como si todo está bien, aunque no lo esté.
—Eso será imposible, querido; yo no le puedo mentir a los niños más, el pequeño Dani es tan inteligente y curioso. No dejará de preguntarme hasta saber qué es lo que realmente pasa.
—Necesito que me apoyes, muéstrate fuerte, no le demuestres tristeza, dales la noticia lo más serena posible.
—Trataré, querido, es tan difícil que quieras expresar lo que sientas y no puedas decirlo, ahogarse y tratar de tragarse, eso, mi corazón, se rompe en mil pedazos, se quiebra como un rompecabezas difícil de armar, y una pieza que le falte, ya la imagen no se puede apreciar mejor —dijo mi madre tan llena de melancolía.
Podía ver esas imágenes grabadas en mi mente, y miraba el niño ingenuo que era, aún no entendía nada de lo que estaba sucediendo, a pesar de todo lo que pasaba mi padre me enseño que, aunque estés tan roto por dentro, tú eres el único que puede ir cosiendo cada una de tus heridas.
Regresé y me encontraba en la vieja escuela donde viví mi infancia, se apreciaban las rosas que con gran amor doña Rosita me enseñó a cuidar. Cuánto la extraño, sé que es un ángel más en el cielo.
De repente, escuché el llanto de un niño, salí y miré que el llanto provenía del lado lateral de la escuela; cerca del área de juegos, me acerqué y al asomarme vi a un niño de unos cinco años de edad, vestía un jersey azul, estaba descalzo, sentado, llorando en una de las banquitas que estaban cerca del acuario, por un momento me asusté y pensé que no podía verme; me acerqué a él y le pregunté:
—¿Estás bien, niño, te lastimaste?
Aún lloraba y sus manos cubrían su rostro, no lo podía reconocer, nunca lo había visto por más que le daba vuelta y más vueltas a mi cabeza, trataba de recordar y buscar en mis recuerdos quién era ese pequeño que estaba ahí. Por un momento dejó de llorar, saqué mi pañuelo de mi bolsillo derecho, cuidadosamente extendí mi mano y le entregué el pañuelo, él, algo tímido, tomó con sus manos tan pequeñas y frágiles aquel pañuelo y secó sus lágrimas.
—¿Quién eres? —le pregunté.
Él me respondió:
—Me llamo Serafín, estaba jugando arriba en el cielo persiguiendo a mi corderito cuando sin darme cuenta me resbalé y caí aquí, me lastimé, me dolió y empecé a llorar.
—¿Eres un ángel? —le pregunté.
—Sí, soy un ángel.
—¿Pero por qué no tienes alas? —le pregunté.
—Sí las tengo, solo que aún estoy aprendiendo a usarlas, estoy en un proceso, apenas nací ayer, es mi segundo día con vida, ¿y tú tienes alas? —me preguntó.
—No, yo no soy un ángel, soy un humano común y corriente —Él se me quedó viendo con una mirada tan dulce y la vez curiosa.
—¿Puedo ver tus alas? —le pregunté después de varios minutos de silencio.
Asombrado, me dijo:
—No sé si puedas verlas, nuestras alas no las pueden ver simples mortales.
—¿A qué te refieres con eso? —le pregunté.
—Que solo los seres espirituales podemos ver a otros seres espirituales.
—O sea, que Uds. son invisibles a nuestros ojos, pueden estar en la Tierra, a nuestro lado y nosotros no podemos verlos, me parece extraño porque yo he visto esta noche a un ángel, solo que un poco más grande que tú y tenía un bastón con forma de cruz, él fue el que me arrojó aquí al pasado, me dijo que tenía que encontrarle el sentido a mi vida, y si no lo hacía iba a morir y mi historia desaparecería de la faz de la Tierra.
—¿Has encontrado las respuestas? —me preguntó.
—Aún no, no sé si el pasado podrá ayudarme a poder entender dónde está el meollo de mi existencia. Quizás tú puedas ayudarme. ¿Crees que puedes ayudarme?
El me respondió.
—No sé si me está permitido hacerlo, pero trataré de ayudarte, no sé hasta qué parte de este caminar podré acompañarte. El ángel que te trajo hasta aquí es un arcángel del tiempo, ellos tienen la potestad de viajar en el tiempo y cambiar el espacio y el mismo.
—Ahora lo que quiero es poder recuperar mi vida y mi historia, por favor te lo ruego, ayúdame, no me dejes solo, tengo tantas preguntas y pocas respuestas.
—Aún no logro entender por qué un arcángel del tiempo pudo enviarte a tu mismo pasado, quizás para que tú te autoanalices y puedas reflexionar qué es lo que hiciste mal durante tu vida pasada —me respondió.
—El pasado es la parte más triste de mi vida, si pudiera borrar esa parte de mi historia sería tan feliz, aquí no podré encontrar las respuestas que necesito.
—Claro que puedes, ven, sígueme —me dijo.
—¿Hacia dónde vamos? —le pregunté.
—Te mostraré que no toda tu historia es triste como tú piensas.
Y se levantó, extendió sus alas, eran tan hermosas. Pude verlas blancas como las nubes y se miraban tan bien cuidadas.
—Espera un momento —le dije—, te olvidas de que yo no tengo alas como las que tú tienes, no podría volar hacia donde quieres llevarme.
—¿Tú puedes ver mis alas? —me preguntó.
—Claro que puedo verlas, ¿por qué me lo preguntas?
—Pues es que es raro que un ser humano pueda ver las alas de un ángel, aún no puedo comprender qué es lo que realmente pasa contigo. A Todo esto, ¿cuál es tu nombre?
—Me llamo Daniel Gonzales.
—Mucho gusto, Daniel, y estás listo para poder encontrarte a ti mismo en el pasado —me dijo confiado.
Es muy difícil encontrarse a uno mismo en medio de las adversidades de la vida, tan difícil poder salir al mundo, fingir que todo es perfecto y que somos realmente felices, todo cambia, mi mundo parece que se va a acabar, y en silencio grito; un grito que quiere salir y al mismo tiempo no puede sacar todo lo que ahoga este corazón. Miraba a Serafín tan atónito y me preguntaba si ellos también fueron creados para ser felices.
Si ellos eran felices amando lo que hacían, recibiendo órdenes de una fuerza suprema; una fuerza divina creadora de todo lo que existe, una fuerza que desde muy pequeños nos hacen creer que existe y se llama DIOS.
Mi alma está tan quebrantada que he perdido la fe, me he perdido a mí mismo, no sé si pueda recuperarla, he dejado de creer hace muchos años, ya no rezo, no voy a misa, he llegado a pensar que el ser humano nació para estar en la Tierra y que somos la parte menos importante para esa fuerza divina corredentor del mundo del universo.
Me pregunto si, así como hay muchos seres espirituales, que cumplen muchas funciones en la Tierra, ¿habrá ángeles que se encargan de la belleza, otros del amor, o quizás algunos que custodien las estrellas, que custodien la luna y el sol?, tantas preguntas que vienen a mi mente.
Quisiera conocer a esa fuerza divina real y santa, de la cual me hablaba mi madre desde pequeño, no sé si es hombre o mujer; pero quisiera decirle tantas cosas y poder hacerle todo este tipo de preguntas. Verlo cara a cara y reprocharle lo que he sido, oh, alma mía, ya no te llenes de rencor. Todo pasa, la vida de repente me alcanza, mi mente necesita algo de serenidad, parece que todo se derrumba en mí.
«Soy fuerte, trato de avanzar», me dije a mí mismo; ánimo, Daniel, tú puedes, ya no es tiempo de retroceder, eres valiente, si he soportado tanto por qué ahora rendirme. Le di mi palabra al arcángel del tiempo y voy a cumplir.
Sentí que me desbordaba; ya no tenía de dónde sacar tantas fuerzas, aunque débil me siento, avanzaré, no me rendiré, me encontraba de rodillas con los puños sobre el suelo, pero la fuerza de mi interior me dio algo de confianza para poder avanzar.
Agarré fuerzas, me levanté; aún observaba el área de juegos de mi vieja escuela, los toboganes donde nos deslizábamos; el acuario lleno de peces, los columpios donde compartimos tantas cosas, con mis mejores amigos de infancia rosita y Donaldo.
En ese momento, empecé a recordar a Donaldo, fuimos compañeros de segundo grado. Él era mi confidente, mi amigo, tantas cosas que vivimos juntos, cuando nos escapábamos de la maestra Nidia, que era tan ogrosa. No quiero recordarla, ella fue tan mala conmigo. En ese momento volteé a ver a Serafín y le dije:
—Antes de viajar a donde me quieres llevar, quiero pedirte algo, necesito ver a Donaldo, mi amigo de la infancia, hace mucho tiempo que no sé nada de él, desde que sus padres lo cambiaron de escuela.
—Claro, con mucho gusto lo podremos ver, pero no podrás tener contacto con él, solo podrás ver escenas de tu vida pasada con él.
—Está bien, me conformo con tan solo recordarlo, ya no sé qué pasó con él, no se despidió de mí, la verdad, andábamos enojados.
—¿Puedo saber por qué te enojaste con él?
—Porque él se fue, me dejó solo, me abandonó, nunca me dijo que lo cambiarían de escuela. Él era mi ángel, me defendía de los grandullones que me molestaban. De todos los que me hacían bullying. Donaldo era tan gentil conmigo, me daba de su merienda, me ayudaba con mis tareas, en fin, él me enseñó a no tener miedo. —Rodaron varias lágrimas de mis ojos.
—Ven, te mostraré dónde se encuentra —me dijo Serafín.
En ese momento, él abrió un portal, se podía observar un espacio negro, me tomó de su mano y como pudo voló, me llevó hacia ese agujero negro y, de repente, ya me encontraba como en otra dimensión. Todo se tornó de nuevo a la realidad. Me encontraba en la casa de Donaldo. Serafín me acompañaba y caminé por la casa cuidadosamente sin que nadie me pudiera ver. Se sentía un aroma a café, mis pensamientos empezaron a reacomodarse, sentir el aroma de ese café con pimienta me transportaba a casa de mi madre. Ella sabía que yo amaba el café con pimienta.
Las cortinas color celeste de la casa con bordado dorados en las orillas colgaban en las ventanas de enfrente y la que se dirigía al patio trasero, unas gradas se dirigían hacia la segunda planta de la casa. Comencé a subir y a mi derecha se encontraba el cuarto de los padres de Donaldo, a la izquierda se encontraba el cuarto de su hermano Roger. Al fondo de la casa estaba el baño y a la par estaba el cuarto de él, la puerta estaba medio abierta, una curiosidad invadió todo mi ser y le pregunté a Serafín si podía entrar; él asintió con la cabeza, pude entrar, se sentía en el ambiente un aroma a canela, ahí estaba su cama bien arreglada, las fundas de la almohada eran de un color verde claro, también observé el estante lleno de libros, no sabía que Donaldo amaba la lectura, tanto, así como yo, había muchos títulos entre ellos:
El retrato de Dorian Grey de Oscar Wilde, La prisión de almas de Sara Rico, Yo estuve aquí de Gayle forman entre otros; lo que más me llamó la atención fue que ambos teníamos un libro en común era; Blanca Olmedo de Lucila Gamero de Medina.
Me sentí tan nostálgico, al fin podré ver a mi amigo, poder abrazarlo y decirle que después de tanto tiempo lo echaba de menos.
Salí del cuarto de Donaldo; bajé por las escaleras y salí por la puerta trasera de la casa, la cual daba al patio, las hermosas flores adornaban aquel paisaje, había de todos los tipos de rosas, la madre de Donaldo le gustaba mucho la jardinería, podríamos decir que amaba la jardinería, el poder admirar este bello paisaje me desconectaba de la realidad, traía paz a mi corazón. Es como si mi alma se desprendía de mi cuerpo, escuchar cada latido de mi corazón, sentir una felicidad extrema, ya días no sentía esa extraña sensación. Poder respirar el aire puro que emanaba en aquel lugar y el aroma de las flores del bello jardín. Ver los colibrís cómo se posaban enamorados de la flor para poder llevar el néctar que ellos necesitan, y así ayudar a la polinización.
Caminé por todo el jardín, ya que era extenso; al final observé a un joven como de unos veinticinco años sentado sobre una roca, escribiendo en el suelo. Un tipo alto fornido, rellenito, su nariz aguileña, de ojos pequeños, cabello negro.
Vestía una camiseta color azul turquesa y unos shorts color beige; en ese momento le pregunté a Serafín si podía acercarme y él asintió con la cabeza y me dijo que sí. Caminé despacio hacia donde él estaba; en ese momento vi que Serafín desaparecía, le pregunté que qué pasaba y me respondió:
—Yo no puedo interferir en lo que Uds. deben hablar, tampoco me es permitido que él me vea, así que es mejor que me retire, necesitan privacidad para que puedan hablar y arreglar sus diferencias.
—Entiendo, gracias por traerme hasta aquí, solo que no me dejes solo, por favor.
—No lo haré. Cuando me necesites solo me llamas por mi nombre —exclamó el pequeño ángel.
Me acerqué muy despacio hacia donde se encontraba Donaldo, sabía que era él, cómo olvidarlo a pesar de que había crecido tanto. Tenía un poco de temor; no sabía cómo iba a reaccionar él, eran casi dieciocho años desde la última vez que lo vi, apenas éramos unos simples mocosos que se divertían tanto. Entonces, «llegó el momento», me dije, y con una voz suave y dócil le dije:
—¿Donaldo, eres tú?
Él se dio la vuelta y se me quedó viendo fijamente a los ojos. Hubo un momento de silencio, al verlo mis ojos se llenaron de lágrimas, comencé a llorar inconsolablemente como un niño al que le habían robado su juguete más preciado, como cuando se pierde el primer amor; definitivamente, ese había sido mi primer amor, cuando el amado se va y deja a su amada sola y le promete que volverá, y ella guarda esa promesa en su corazón, con la esperanza de que él no le mintió y que cumplirá lo que ha prometido. Lo abracé fuerte y le dije que lo quería tanto, y que me sentía feliz de haberlo encontrado y saber que estaba bien; él no decía ninguna palabra, solo sé que también me abrazaba y lloraba, era tan conmovedor al ver aquella escena; el destino se había puesto de mi lado al poder reencontrarme con mi amigo de la infancia.
—Me alegra haberte encontrado, ¿cómo estás?, te he extrañado tanto
—A mí también me alegra verte, Daniel, desde la última vez que te vi y me fui sin despedirme de ti.
—Sí, no sabes la tristeza y el enojo que me causó el saber que no te volvería a ver, todo fue tan diferente después de tu ausencia, por qué me dejasteis solo.
—Lo lamento tanto, Daniel, yo también sufrí demasiado cuando mis padres me separaron de ti. A ellos no les gustaba la amistad que yo tenía contigo. Me costó mucho trabajo el poder aceptar este cambio, me molesté demasiado con ellos.
—Pero ¿por qué? ¿Cuál fue el motivo? Si yo solamente era tu amigo.
—Lo sé, amigo mío, pero ellos no aceptaban que yo me llevara con alguien como tú; por tu forma de ser, porque tú eras diferente a los demás niños.
—Donaldo, no comprendo a qué te refieres con eso que yo era diferente.
—Me duele tanto el corazón decírtelo; a mis padres no les gustó nunca que una persona de nuestra clase se lleve con alguien pobre, entonces me cambiaron de escuela, eso fue tan difícil para mí.
—Eso me parece absurdo, una clase social no define el tipo de persona que eres, puedo ser pobre, pero con buenos sentimientos; al final, lo que importa es ser buena persona, nadie en el mundo tiene el derecho de tacharte ni tampoco de señalarte.
—Lo sé, y tienes toda la razón, pero mi madre no lo comprende, está tan entregada a la vanidad y los prejuicios de la gente, le importa tanto el qué dirán de nuestra familia. Siempre nos trató como sus marionetas a las cuales podía manejar tan fácilmente a su antojo. Todo este tiempo he tenido que aguantar sus sermones, hasta que un día me cansé y le dije que ya basta, que ya no era un niño al que podía manipular a su antojo, que quería ser libre, extender mis alas y volar muy alto.
—¿Y lo hicisteis? —le pregunté.
Y con tristeza me respondió:
—Sí, lo hice, ahora soy más feliz, me sentía atrapado como en una jaula que no era la mía, quería ser libre y ahora que me reencuentro contigo eso me hace más feliz —exclamó con gran fortuna.
—Me siento jovial de saber que eres feliz, y si mi amigo lo es pues yo también.
De repente, con una mirada muy observadora me preguntó:
—Dime, Daniel ¿y tú eres feliz?
Me miró con una mirada triste y yo sentí que mi corazón se quebraba y el vidrio de mi alma frágil se desbordaba, me quedé en silencio un buen rato mirando fijamente al suelo. Cuando tuve valor de responder le dije mirándole fijamente a los ojos:
—La verdad, no lo soy —le dije, aún miraba al suelo y se desprendieron dos lágrimas de mis ojos, un profundo silencio se apoderó de aquel momento, solo se escuchaba el viento que soplaba con fuerza como que quería llevarse aquella escena.
Él me abrazó con fuerza, susurrándome al oído me dijo:
—Mi pequeño Daniel, ya no llores más, seca tus lágrimas, tú eres muy bueno e inteligente, la vida no merece que derrames tus lágrimas, todos tenemos derecho a ser felices en la vida, solo que lo somos de manera distinta —me dijo con su voz tan dulce; ya extrañaba el tono de su voz.
En ese momento comencé a llorar y le dije que no me soltara, cuando de repente todo se tornó obscuro y entré en pánico y con miedo le hablé a Serafín varias veces y él no aparecía, sentí que empezaba a caer a un abismo que no tenía profundidad, empezó a faltarme el oxígeno, sentí que casi me moría, no podía respirar, varias imágenes se venían de repente a mi mente, me encontraba en el fondo del océano, pero no entendía cómo podía respirar, de repente todo se tornó blanco, comencé a ver como al frente de mí, era como si estuviera en una sala de cine yo solo apreciando una película, pero no cualquier película, sino una película de mi vida desde el momento de la concepción; miraba a mi madre feliz y a mi padre besar el vientre de mi madre, era el fruto del amor puro de los dos.
Miraba cómo mi madre me cuidaba y no entendía por qué yo era tan especial para ella. Miré también mi primer cumpleaños que pasamos una crisis difícil, ya que mi padre no tenía dinero para poder comprarme un pequeño pastel, y el sacrificio que hizo de pasar por la repostería verraca; comprándome un pedazo de pastel y un jugo pequeño de naranja para poder llevarme, porque él sabía que el pastel de ahí era mi favorito, fui tan feliz y me dije a mí mismo «así que este es el verdadero sabor de la felicidad, Serafín tenía razón, quizás mi vida no ha sido tan mala, tan triste, he tenido también momentos buenos», pero me sentía tan frustrado lleno de miedos; cuando de repente donde me encontraba sentí que el agua ya no era agua pura y cristalina, se empezó a tornar de color negro y un olor horrible parecido al agua de las alcantarillas, y como siluetas de fantasmas negros, no se les podía ver el rostro, empezaron a salir y me atormentaban, miré hacia abajo y miré cómo varias manos de humanos salían y me atrapaban y me decían «Daniel, Daniel, ayúdanos, queremos ser libres». Empecé a gritar y a pedir ayuda, no entendía qué sucedía.
Le gritaba a Serafín, pero no sabía dónde se encontraba, parecía que se había marchado, trataba y trataba de liberarme de aquellas manos horribles, un olor a quemado se apoderó del lugar, sentía que me asfixiaba; de repente, una luz blanca iluminó todo, pude ver a un ángel guerrero con su espada cortar las manos humanas que me asfixiaban y yo casi muerto me desmayé, no supe qué pasó después.
Desperté, me encontraba en la sala de un hospital, no miraba bien por la luz, era tan fuerte, estaba todo borroso, solo escuchaba la voz de las enfermeras que decían:
—Doctor, se pondrá bien.
—Claro, aún respira, no comprendo cómo aún puede seguir con vida, casi se ahoga, eso que le pasó era para morirse —exclamó.
Abrí mis ojos y pregunté al médico:
—¿Dónde estoy?
—Estás en el hospital Santa Teresa, ¿cómo te llamas?
—Daniel —le respondí casi titubeando—. ¿Qué me pasó? ¿Cómo llegué aquí?
—Te encontraron a la orilla de la playa, estabas desmayado, los salvavidas te dieron primeros auxilios, deberías estar agradecido con Dios, él te ha dado una oportunidad más para seguir viviendo
—No me siento bien, me siento débil.
—De momento necesitas descansar, tranquilo, duerme —me dijo, y en un instante me volví a quedar dormido.
—Es extraño, doctor, yo nunca había visto a este joven, aún no entiendo cómo sigue con vida.
—Eso es la misericordia de Dios, lo que pasa es que a veces no somos agradecidos con todo lo bueno que él nos da y renegamos de nuestra vida por muy difícil que sea la situación que estemos viviendo, él siempre está ahí. Dios nunca se va, somos nosotros los que le abandonamos.
—Tiene toda la razón, doctor. Pero puedo ver que este joven está herido.
—Sí está herido, pero las heridas que él tiene son profundas, no son físicas.
—¿A qué tipo de heridas se refiere, doctor? —preguntó la enfermera que se encontraba en la sala donde me encontraba dormido.
—A las heridas del corazón y del alma. Solo Dios puede sanarlas, me da tristeza, pero solo puede ser sanado si él lo permite, de lo contrario no se podrá. Vámonos, Carmen, lo mejor será dejarlo solo y que él pueda descansar tranquilo.
—Claro, doctor.
Salieron de la habitación dejándome totalmente solo.