Observé a mi hermana, que charlaba a la orilla del mar con Héctor. Parecían divertirse bastante. De hecho, ahora estaba mucho más relajada que en el restaurante en el que habíamos almorzado. Me tumbé en la arena, sobre la toalla, con la cámara de fotos en las manos. Raúl se acomodó a mi lado y le enseñé las instantáneas que había tomado desde el coche.
Zahara de los Atunes contaba con unas playas excepcionales. Kilómetros de arena fina y dorada arropados por una extraordinaria flora autóctona y, como principal protagonista: el mar. Extenso, sublime…, dibujando un paisaje azul prodigioso.
Cogí la cámara antes de salir de casa con la esperanza de poder fotografiar la puesta de sol. La zona que habíamos escogido bajo uno de los acantilados era perfecta. Estaba segura de que al bajar la marea, y una vez que el sol se ocultase tras el horizonte, la estampa sería asombrosa.
—¿Desde cuándo te gusta la fotografía? —preguntó Raúl.
—Pues creo que desde que tengo uso de razón. De pequeñita, mi madre, en Carnavales, me compró una de esas que le pulsas el botón y sale el muñequito, ¿sabes cuáles son? —Él asintió sonriendo—. Pues fue la primera que tuve. Y ya a partir de ahí he tenido cámaras de todo tipo. Me encanta la fotografía —aseveré mientras él estudiaba las facciones de mi cara—. Creo que es algo más que mirar a través de un objetivo. Cuando hago una foto, sé que esa imagen me dirá muchas cosas. Para mí es algo así como aprender a observar. Conoces a una persona, hablas con ella y crees que puedes averiguar algo. Sin embargo, luego, tomas una fotografía… —en ese momento alcé la cámara y le hice una foto. Él aprovechó para poner una mueca tontorrona sacándome la lengua, lo cual me hizo partirme de la risa al contemplar el resultado en la pantalla— y ves; las fotos te lo dicen todo —señalé mostrándosela.
—Así que lo de la fotografía es devoción, ¿no? —murmuró.
—Más o menos. Un año, los Reyes Magos me trajeron una cámara de fotos de la Barbie. Me pasaba las horas muertas jugando con aquel cacharro. Era parecida a una de esas polaroid y me harté de hacer fotos. La usé tanto que acabé estropeándola. Tendrías que haber visto el pollo que le monté a mi padre cuando me dijo que no tenía arreglo. Cada vez que se me viene a la mente la imagen de aquella cámara…, un montón de buenos recuerdos me asaltan…
Raúl tenía la cabeza apoyada en un codo y sus ojos, entrecerrados, parecían memorizar cada uno de mis rasgos. Llevaba un bañador rojo de Tommy Hilfiger y, desde luego, podría haber protagonizado la colección de ropa de baño masculina de esa firma, que habría sido un éxito.
Al cabo de un rato de estar charlando tranquilamente tendidos sobre la arena, decidimos levantarnos y dar un paseo por la playa. La marea ya estaba bajando y la temperatura ahora era mucho más agradable.
Lo miré y de pronto me di cuenta de que me encantaba hablar con él. Hacía tan sólo dos días que lo conocía, pero a pesar de que me moría por besarlo y enterrar mis dedos en su fascinante cabello, ésa no era mi prioridad. Me apetecía saber más cosas suyas. Mi anterior relación había sido puramente sexual y, aunque no pretendía enamorarme de nadie ese verano, quería conocer a Raúl.
Él ya me había hablado de su trabajo y de lo que le suponía tomar el mando en la empresa de su padre, y yo decidí ser sincera y hablarle de mis planes. Es decir, pasar el verano en Cádiz y luego volver a Ámsterdam.
—¿Y qué dicen tus padres de que estés todo el tiempo de aquí para allá viajando?
Lo miré y comprendí que Héctor no le había contado que Carolina y yo éramos huérfanas.
—Mis padres murieron hace mucho, Raúl. Tuvieron un accidente de coche —dije cabizbaja.
Su cara se transformó al instante.
—Lo siento, yo…
—No, no te preocupes.
Un silencio incómodo se asentó entre nosotros y cuando estábamos llegando a uno de los extremos del acantilado donde las rocas quedaban visibles por la bajada del mar, él dijo así… sin más:
—Dime…, ¿cómo quieres que sea nuestra primera vez?
No respondí, sólo puse los ojos en blanco y sonreí.
Por supuesto, me moría de ganas por tener una primera vez con él…
—Si voy a esperar a que estemos casados, al menos me permitirás el capricho de poder hablarlo, ¿no?
—Está bien, podemos hablar de ello. Venga, ¿qué quieres saber?
—Quiero saber qué es lo que te gusta —dijo con aquella mirada excitante y sensual que ya empezaba a resultarme imprescindible.
—Me parece que eso es mejor que vayas descubriéndolo… —respondí, lanzándole una ojeada picarona, sorteando las rocas y evitando los charcos de agua que se formaban entre ellas.
—Eso es lo que intento. ¿Te avergüenza hablar de esto conmigo? —preguntó, esta vez agarrando mi muñeca y obligándome a detenerme. Se situó delante de mí de manera que tuve que alzar la cabeza para mirarlo a los ojos. Estaba tan cerca que pensé que por fin iba a besarme.
—Te refieres a cómo me gusta el sexo, ¿verdad? —especifiqué, enredando un poco la conversación para poder pensar una respuesta impactante.
Se humedeció los labios y luego resopló.
—Sí, Cristina, para jugar a las casitas somos ya muy mayorcitos.
—Vale. Sólo responderé a esa pregunta si tú lo haces primero.
—Eso es hacer trampa.
—Lo sé, pero yo soy así —declaré, encogiéndome de hombros, haciéndole sonreír aún más.
—Muy bien. —Se acercó un poco a mi oído y su boca casi rozó el lóbulo de mi oreja, lo que me provocó un latigazo de deseo entre mis muslos—. Pues te diré que desde que te vi por primera vez, no puedo dejar de pensar en ti y en mí follando como animales.
Sus tórridas palabras y las calenturientas imágenes que se agolparon en mi mente, multiplicaron por un millón las ganas de besarlo. Lo deseaba tanto que sentía mis pechos hinchados y pesados. El aliento se atragantó en mi garganta y apenas pude decir nada.
—Ahora te toca a ti —invitó, contemplando con una sonrisa ladeada la cara de pánfila que se me había quedado.
—Yo… —intenté calmarme y parecer segura—. Estoy de acuerdo contigo. Quiero que follemos como animales —parloteé sin pensar. Sin embargo, mis palabras y el modo en que lo dije resultaron tan patéticos que al oírme me dieron ganas de abofetearme. Él tuvo que ver en mi cara el sonrojo que se instaló en mis mejillas tras decir aquello, ya que, inmediatamente, soltó una carcajada.
De pronto me sentí tan ridícula y herida en mi orgullo, viendo cómo se reía de mí que le di un empujón y salí corriendo en dirección a las toallas.
—Eres un imbécil —mascullé entre dientes.
—Pero… ¿dónde vas? Cristina, ven aquí —decía él, atragantándose de la risa.
—Déjame, Raúl, no quiero seguir hablando de estupideces.
No pude continuar andando porque él me agarró por la cintura y me giró, haciendo colisionar su cuerpo contra el mío. Mis senos rozaron su pecho y estábamos tan pegados que sentí su imponente erección clavándose en la parte baja de mi vientre. Acunó mi rostro entre sus manos y, antes de besarme, se detuvo unos instantes para deleitarse en mis facciones. El brillo de sus ojos era fulgurante.
—Nena, follaremos como animales, de eso no te quepa duda —gruñó sobre mis labios antes de alcanzar mi boca.
Nos besamos con unas ansias desmedidas. Yo puse mis manos en su espalda y aproveché para acariciarle cada uno de sus músculos. Su piel estaba caliente, lisa y sedosa. Chupé su lengua como si no fuera a tener otra oportunidad y el gemido que exhaló me instó a seguir saboreándolo. Sabía que jamás podría olvidar su sabor, su olor…
Me sorprendió desearlo de esa manera, cuando tan sólo hacía dos días que lo conocía. Pero así era.
No recuerdo cuánto tiempo estuvimos besándonos en aquella despoblada y hermosa cala, únicamente sé que me costó una enormidad contener mis ganas de empujarlo al mar y rogarle que me follara allí mismo. Y estoy segura de que habríamos acabado así de no haber sido porque las figuras de mi hermana y Héctor, al otro lado de la playa, nos obligaron a separarnos y recuperar la compostura.
Observamos que se acercaban a nosotros charlando tranquilamente, pero, de repente, mi hermana tropezó entre las rocas y la oí gritar.
Una hora y media después estábamos a las puertas de Urgencias despidiéndonos de ellos. Se habían portado como dos perfectos caballeros. A Carolina tuvieron que ponerle algunos puntos de sutura en el pie, así que mi idea de quedar esa noche con Raúl y «follar como animales» tuvo que ser pospuesta.
—¿Qué te parece si te llamo mañana y quedamos? —propuso acercándose a mí mientras mi hermana y Héctor hablaban a través de la ventanilla de nuestro coche.
—¿Para qué? —pregunté de forma inocente y burlona.
—Quieres que vuelva a decirlo, ¿verdad?
Asentí sonriendo y mordiéndome el labio. Se acercó a mí hasta dejarme atrapada entre el coche y su cuerpo. Una mano viajó a mi cadera, pellizcándola y advirtiéndome de lo excitado que estaba, la otra acabó en mi nuca, enlazando sus dedos en mi pelo. En ese instante, al volver a sentirlo tan cerca, estuve a punto de derretirme. Su aliento me hizo cosquillas en el oído…
—No puedes hacerte ni una idea de las ganas que tengo de lamer todo tu cuerpo. Me muero por sentir tus piernas alrededor de mi cintura mientras te follo. —Mi corazón se saltó dos latidos—. Por sentir tus labios alrededor de mi polla. Si no quedas mañana conmigo, iré a buscarte y te raptaré. Te aseguro que no tienes elección, ojos verdes.
Y, desde luego, ya no la tenía…