SABRINA
10 de diciembre, la noche de las Trece de Greendale
Esto es particularmente cierto en el instituto de brujas. Sin embargo, la noche en que los fantasmas vinieron a destruir mi pueblo, yo estaba en la Academia de las Artes Ocultas, sentada en el balcón con vistas a la estatua de Satán y reprimiendo las lágrimas.
No podía permitirme perder el control. Tenía un plan. Mi familia y yo teníamos intenciones de proteger a los mortales de Greendale. Teníamos un lugar donde mantenerlos a salvo.
Excepto por el mortal que más quería y que sabía que no vendría. Y no lo culpaba.
Había querido a Harvey desde que él, nuestras mejores amigas, Roz y Susie, y yo nos conocimos en nuestro primer día de instituto mortal. Él era el chico más alto y dulce de la clase y yo era la chica más pequeña y mandona de todas.
Pero toda mi vida le había escondido un secreto. Nunca le había dicho que era bruja. Que en mi familia todas eran brujas. Y que esperaban que un día le entregara mi alma a Satán y que abandonara a Harvey para siempre.
¿Cuándo es el mejor momento para contarle al chico que quieres que eres bruja?
El mejor momento sin duda no era después de haber traído a su hermano de entre los muertos en forma de cáscara sin alma. Harvey había tenido que sacrificar a Tommy. Había cortado conmigo. En aquel momento, ni siquiera me permitiría protegerlo.
Había creído que podría revivir a Tommy por Harvey. Había querido que mi amor y mi magia fueran un regalo. Quizás, había pensado que era un buen modo de demostrarle a Harvey lo maravillosa que podía ser la magia.
¿Ves? Ningún mortal podría hacer esto. ¿Ves? Así te quiere una bruja.
Sin duda le había demostrado algo a Harvey.
Le había demostrado que el amor de una bruja es un desastre. Que el amor de una bruja es ruin.
Tenía miedo de lo que podría ocurrirle a Harvey. Tenía miedo de que él nunca me perdonara. Y tenía miedo de lo que tal vez tendría que hacer para proteger el pueblo que era mi hogar. Me senté en el balcón de piedra y abracé mis rodillas, hecha un ovillo apretado para obligarme a dejar de temblar. No podía permitirme tiritar o dudar.
Estaba allí para cumplir una misión.
En ese instante, las lámparas rojas del salón iluminaron el pelo oscuro del chico que subía corriendo la escalera hacia el balcón. Me vio en el suelo y dejó caer el libro que llevaba bajo el brazo.
El libro estaba recubierto de piel humana, con un único ojo en la cubierta. El ojo rodó y miró con tristeza a Nick desde el polvo, pero él lo ignoró.
—¡Sabrina! ¿Qué haces aquí?
Tragué saliva. La mirada oscura de Nick centelleó, percatándose del movimiento. Tenía un rostro impresionante, pero con frecuencia era difícil de leer. Una vez se había ofrecido a ser mi hombro en el que llorar. No sabía con certeza cómo reaccionaría él si realmente aceptaba su propuesta.
—Te estaba buscando.
—¿En el suelo? —preguntó Nick—. ¿Creíste que alguien me dejó caer y que rodé debajo de los muebles?
En voz baja, dije:
—Estoy en un mal momento.
No sabía cómo hablarle a Nick de mi corazón roto. Nick Scratch era el único amigo que había hecho en la Academia de las Artes Ocultas. Él también me había invitado a salir prácticamente en cuanto nos conocimos. Cuando dije que tenía novio, él había sugerido que podía tener dos.
Sin duda eso estaba fuera de discusión y era evidente que Nick era un mujeriego. Si creía que una chica podía tener dos novios, ¿quién sabe cuántas novias tenía él? Quizás Nick tenía veinte novias. O tal vez tenía cien.
Había aceptado mi rechazo con una elegancia casual que hizo que me cayera bien. Supuse que Nick Scratch no era la clase de chico que permitiría que una chica le rompiera el corazón. Tal vez era un mujeriego, pero era un mujeriego interesado en los mismos hechizos y libros que a mí me fascinaban, me escuchaba cuando tenía problemas, me daba consejos y se arriesgaba a meterse en problemas por mí.
Así que él era mi nuevo amigo extrañamente conquistador y perturbadoramente atractivo. Pero no lo conocía hacía demasiado tiempo y no sabía si podía confiar en él.
Ahora estaba sentada en el borde del balcón, abrazaba mis rodillas y me sentía desesperada. No sabía si era seguro estar así cerca de Nick.
Sentí cómo caminaba hacia mí. Sus pasos resonaban sobre la piedra, hacían eco en el techo alto y sombrío de nuestra escuela. Toda la Academia estaba construida con formas de pentagramas que se extendían entre las sombras. Los sonidos eran distintos aquí, tenían una profundidad singular. La luz era distinta aquí, brillaba de color rojo en los ojos de los alumnos. Yo era distinta aquí.
—¿Qué ocurre, Sabrina? —susurró Nick.
—Necesito ayuda —murmuré—. No sé a quién pedírsela.
Cuando alcé la vista, él estaba de rodillas a mi lado. Nos sentamos juntos en el borde del balcón de piedra bañado de luz escarlata. Su mirada era intensa, como si yo fuera un acertijo que él intentaba descifrar.
—Pídemela a mí —dijo Nick Scratch—. Veré que puedo hacer.