2.

Estudiosos del demonio

A veces no existe un lugar más oscuro que nuestros propios pensamientos: la medianoche sin luna de la mente.

Dean Koontz

Desde la formación del cristianismo, en los albores de la Edad Media, los padres de la Iglesia se preocuparon por la vida en el más allá y concibieron la existencia terrenal como un combate. El hombre cristiano debía luchar contra sí mismo y sus propias debilidades, ya que en su interior se enfrentaban el vicio y la virtud debatiéndose por su destino eterno. En la filosofía cristiana y en su arte correspondiente, esta tensión fue representada en la imagen de un mundo concebido como un campo de batalla, donde tanto el hombre como la mujer cristianos, armados de su fe y de sus virtudes, y con el apoyo de Dios, los ángeles, los santos y la Iglesia, lucharon heroicamente contra el diablo y sus demonios, con el sublime objetivo de alcanzar la vida eterna. Esa lucha se lleva a cabo diariamente, sin tregua, a cada momento, aquí en la Tierra, sea cada persona consciente de esto, o no. El más allá, el mundo espiritual, bueno o malo, durante la Edad Media, era una proyección inmediata de la vida terrenal.

Pero existía un agravante. A partir de la interpretación de ciertos textos bíblicos del Nuevo Testamento, se consideró que el diablo era el “príncipe de este mundo”:

Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. (Efesios 6: 11-13, versión Reina- Valera)

Por su parte, en el Evangelio según san Juan (12:31, versión Reina-Valera) se lee: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera”. Y más adelante “No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí” (Juan 14:30).

Por tal motivo, el diablo y sus secuaces eran, para la gente común, de una realidad y de una inminencia casi palpables, y tenían una cercanía mayor que las benignas entidades que habitaban las lejanas esferas celestiales.

a.La demonología: el arte de contar demonios

La demonología es la rama de la teología que se encarga de estudiar a los demonios y sus relaciones, haciendo alusión a sus orígenes y su naturaleza. Con esa perspectiva, estudia las características y la clasificación de los demonios, lo cual suele aparecer en los catálogos infernales. Como no se trata de un tema explícito en la Biblia y surgió gracias a la interpretación y la construcción colectivas, no existe un único catálogo infernal.

Hay, además, demonologías independientes de la tradición cristiana; principalmente, de culturas anteriores que ayudaron a esbozar la figura del Maligno. No obstante, las representaciones tanto del diablo como de sus compinches infernales son un tema primordialmente católico, ya que, si bien muchos grupos cristianos aceptan la existencia de los demonios y del diablo, fue la Iglesia Católica Romana la que durante siglos profundizó en el tema.

Dentro del cristianismo, la demonología se fue desarrollando desde una simple aceptación de la existencia de los demonios precristianos hasta una compleja elaboración infernal creada a partir de interpretaciones del Antiguo y Nuevo testamentos, con algunos elementos de otras culturas.

De los elementos más significativos de esta construcción está el hecho, común dentro de la tradición judeocristiana, de considerar demonios a los dioses de otras culturas.

Sin embargo, muchas bases de datos demonológicas son conocimientos “capturados” por aquellos supuestamente capaces de invocar tales entidades, incluyendo las instrucciones sobre cómo convocarlos y (en el mejor de los casos) someterlos a la voluntad del conjurador.

Censo infernal

Uno de los temas de interés de la demonología es el número de la población infernal, tema que ha generado discrepancias desde los albores del cristianismo. Hacia el siglo IV, Gregorio de Nisa creía en la existencia de demonios tanto masculinos como femeninos y apoyaba la idea de su reproducción mediante relaciones sexuales entre ellos o con humanos. Por su parte, otros estudiosos consideraban que les era imposible procrear y que el número de demonios era constante.

Entre los que decidieron llevar a cabo la exhaustiva tarea de contar a los demonios se encuentra Alfonso Espina, quien en 1467 aseguró que el número de demonios existentes era 133.316.666. Esta conclusión se asocia a la idea de que una tercera parte de los ángeles se transformó en demonios que fueron arrojados del Cielo, según una particular interpretación de dos pasajes bíblicos: Apocalipsis 5:11, y 12:4.

Por su parte, Johann Weyer, en su Pseudomonarchia Daemonum (1583), luego de analizar un complejo sistema de jerarquías, llegó al número estimado de 4.439.622 demonios, divididos en 666 legiones, cada una compuesta por 6666 demonios y regida por 66 jerarcas infernales, entre los cuales había duques, príncipes y reyes.

La Clave Menor (o Clavícula o Llave) de Salomón siguió con la noción de jerarquía infernal del Pseudomonarchia Daemonum, pero añadió más demonios, y, por lo tanto, más legiones. Llama la atención el uso del número 666, y de otros números que incluyen el 666, para estimar el censo infernal.

b.Principales grimorios y otros textos demonológicos

Los grimorios son textos de magos y de ciencias ocultas que, principalmente, datan de la Baja Edad Media (si bien algunos de ellos hoy en día se han popularizado en internet, otros siguen siendo muy difíciles de conseguir). Todos ellos intentan responder diversas inquietudes sobre el mundo de los espíritus y los poderes sobrenaturales. Además de abordar la astrología y la medicina natural, tratan de las organizaciones angelicales y de las demoníacas. En esos textos, además de encontrar aportes sobre el aspecto físico de los demonios, también se hallan instrucciones para invocar espíritus, conjurar, elaborar talismanes y encantar.

Las clasificaciones de los demonios encontradas en los grimorios pueden organizarse según su habilidad o con base en el territorio que dominan; también, según la tentación a la que arrastran a los mortales o en su oficio, así como según el rango o los títulos jerárquicos que poseían en el Cielo antes de su caída. En ocasiones, estos rangos se mantienen en el infierno, como si entre Cielo e infierno hubiese un espejo y el inframundo fuese un reflejo invertido de la jerarquía celestial.

A continuación se presentan algunos grimorios y textos de demonología en orden cronológico. Es importante apreciarlos en conjunto Si bien la referencia a algunos de ellos es muy somera, principalmente porque ciertos casos repiten imágenes, inspirados en textos anteriores, al verlos en conjunto y haciendo énfasis en su evolución cronológica se puede vislumbrar la construcción de las imágenes infernales como un trabajo colectivo, notar durante qué siglos existió un auge del interés por lo infernal y lo demoníaco y constatar que la mayoría de dichos estudios surgieron de cristianos teólogos, personajes muy religiosos interesados en explorar “el lado oscuro de lo divino”, y no de satanistas interesados en exaltar la figura del diablo. En algunos de esos textos se aprecia también la constante relación entre arte y literatura infernal, ya que ciertas obras escritas inspiraron trabajos pictóricos, y viceversa. Lo que sigue a continuación es, entonces, un vistazo muy general a algunos de los textos que formaron parte de los eslabones con los que artistas, teólogos y poetas fueron construyendo la imagen visual del diablo a lo largo de los siglos.

El libro de Enoch

Es un libro que, se cree, fue redactado por varios autores judíos entre los siglos III a. e. c. y I e. c. Solamente es incluido en la Biblia de la Iglesia Ortodoxa etíope, y tan solo los judíos etíopes lo incluyen en la Tanaj.

En los capítulos 6 a 36 de la Tanaj se interpretan los versículos del Génesis 6:1-5 y se relata la historia de los ángeles llamados Vigilantes, de quienes se narra que fueron desobedientes a Dios, tuvieron relaciones sexuales con mujeres humanas y de ese modo engendraron a unos gigantes llamados Nephilim, caracterizados por su gran violencia y su perversidad.

De esta idea van a surgir muchas de las leyendas posteriores, ya que los ángeles rebeldes serán relacionados con los ángeles caídos, o demonios.

El testamento de Salomón

A pesar de que el texto se autoproclama como un escrito del propio rey Salomón, quien se cree que vivió hacia el siglo X a. e. c., los estudiosos creen que, en realidad, fue redactado a principios de la Edad Media; posiblemente, hacia el siglo V. En esta obra se describen los demonios que fueron esclavizados por el rey Salomón para la construcción del Gran Templo. Partiendo de esa leyenda, el libro explica cómo pueden ser dominados y provee un manual de protección contra la actividad demoniaca.

Organización demoniaca según Psellos

Miguel Psellos fue un monje griego bizantino del siglo XI que se destacó como escritor, filósofo político e historiador. En sus referencias demonológicas, dividió a los demonios en seis categorías: 1) empíreos, o fogosos; 2) aéreos; 3) subterráneos; 4) lucífugos (los que huyen de la luz); 5) acuosos, y 6) terrestres. Esta clasificación fue la inspiración para el posterior trabajo de Francesco Maria Guazzo.

La clasificación de demonios según The lantern of light

Apareció en la primera década del siglo XV, entre 1409 y 1410, escrito por un lolardo. Los lolardos fueron un movimiento reformista inglés de finales del siglo XIV y principios del siglo XV, y a cuyo líder principal, John Wycliffe, se le ha atribuido este texto. La obra presenta un sistema de clasificación demoniaca fundamentado en los siete pecados capitales, según el cual cada falta es representada por un demonio. Así, Lucifer representa el orgullo; Belcebú, la envidia; Satán, la ira; Abadón, la pereza; Mammon, la codicia; Belfegor, la glotonería o la gula, y Asmodeo, la lujuria.

El Libro de la Magia Sagrada de Abramelin el Mago

Posiblemente, este grimorio fue escrito hacia el siglo XV. Cuenta la historia de un mago egipcio llamado Abramelin, quien le enseñó artes ocultas a Abraham de Worms, un judío alemán nacido en Worms, y de quien se cree que vivió entre 1362 y 1458. Este texto adquirió gran popularidad entre los siglos XIX y XX, y fue de gran influencia para los investigadores ocultistas de dicha época. En el texto aparecen cuatro príncipes de los demonios: Lucifer, Leviatán, Satán y Belial, así como ocho príncipes subalternos: Astaroth, Maggot, Asmodeo, Beelzebub, Oriens, Paimon, Ariton y Amaimon. Bajo el gobierno de estos se encontraban varias legiones de demonios inferiores.

Clasificación de demonios según Espina

Alfonso de Espina, obispo español católico franciscano, que vivió en el siglo XV, se destacó por sus discursos y sus escritos. No escribió propiamente un grimorio: su interés era la defensa del catolicismo. En su obra Fortalitium Fidei, compuesta por cinco libros, desarrolló, en el quinto de ellos, una curiosa y particular clasificación de demonios: demonios del destino; duendes; íncubos y súcubos; grupos errantes, o ejércitos de demonios; demonios familiares, que se representaban en la forma de animales domésticos —principalmente, gatos—, u otros demonios, nacidos de la unión de un demonio con un ser humano. También contempló demonios mentirosos y maliciosos, o demonios que tratan de inducir a las ancianas a asistir a aquelarres. El interés de Espina al clasificarlos es mostrar la presencia constante del Maligno en situaciones cotidianas, recalcar el odio a los mortales y los temibles poderes que poseen, para que los buenos cristianos se aferraran al poder salvador de Cristo.

Clasificación de los demonios según Cornelius Agrippa

Agrippa fue un estudioso alemán polifacético, médico, abogado, soldado, teólogo y escritor ocultista, que vivió entre los siglos XV y XV. Él propuso varias clasificaciones demoníacas. La más conocida hace referencia a los puntos cardinales. Desde este punto de vista, a cada demonio le corresponde un punto cardinal: Oriens domina el este; Paymon, el Oeste; Egyn, o Ariton, el norte, y Amaymon, el sur.

Esos demonios provienen de la antigua tradición persa y aparecen también en otros grimorios; sin embargo, Agrippa ofrece otra clasificación de los demonios: espíritus falsos; espíritus de la mentira; portadores de iniquidad; vengadores de maldad; embaucadores; poderes del aire; sembradores de furia; maltratadores; examinadores, y tentadores.

Daemonolatreiae libri tres

Publicado en Lyon en 1595 por Nicolas Rémy, un magistrado francés que se hizo famoso como cazador de brujas, el libro fue varias veces reimpreso, traducido al alemán, y, finalmente, sustituyó al Malleus Maleficarum como el más reconocido manual de los cazadores de brujas en algunas partes de Europa. Pero el Daemonolatreiae no solo sigue los procesos contra las brujas: también contiene un estudio sobre los demonios y los seres infernales que, al menos en la mente de Nicolas Rémy, asolaban a los buenos cristianos franceses. Gran parte del libro se encarga de exponer los atributos, los disfraces y los engaños del demonio y el impacto que tiene en los humanos: en uno de sus pasajes afirma: “[…] pero todos los que hablaban de haber tenido trato carnal con un demonio, afirmaron que no podían imaginarse nada más repulsivo. En Dalheim, Petronio de Armantier afirmó que tan pronto como abrazaba a Abrahel, los miembros se le volvían rígidos”.

El libro de los espíritus

Este grimorio francés, también atribuido al rey Salomón, en realidad data de algún momento entre los siglos XV o XVI, aunque tiene elementos, tradiciones e ideas que ya existían en el siglo XIII. El libro de los espíritus elabora una jerarquía infernal y provee una descripción detallada de la apariencia de cada demonio y su función; además, explica cuántas legiones de demonios sirven a cada príncipe infernal.

Este texto inspiró importantes trabajos posteriores, como La Pseudomonarchia Daemonum y La clave menor de Salomón. También influyó notoriamente en la jerarquía demoníaca de Wierus, pero mientras Wierus menciona 69 demonios, El libro de los espíritus tiene 46. Entre sus demonios principales se encuentran: Lucifer, Beelzebub, Satán, Orient, Poymon, Equi, Veal, Agarat, Barbas, Bulfas, Amon, Batal, Gemen, Gazon, Artis, Machin, Dicision, Abugor, Vipos, Cerbere, Carmola, Estor, Coap, Deas, Asmoday, Bitur, Beal, Forcas, Furfur, Margotias, Oze, Lucay, Pucel, Jayn, Suralet, Zagon, Dragon, Parcas, Gorsin, Andralfas, Flanos, Brial, Fenix y Distolas.

Pseudomonarchia Daemonum

Hacia 1583, Johann Weyer (también conocido como Johannes Weier y Johann Wier; en español, Juan Wiero; en latín, Ioannes Wierus, o Piscinarius) escribió el grimorio Pseudomonarchia Daemonum, el cual contiene una lista de 69 demonios, así como las horas y los rituales indicados para conjurarlos en el nombre de Dios y del Espíritu Santo. Es importante resaltar la creencia en Dios y su autorización para el conocimiento y la invocación de los espíritus malignos.

La clasificación de Peter Binsfeld

El teólogo y obispo alemán Peter Binsfeld, a finales del siglo XVI, elaboró una clasificación de demonios que, de modo similar a Lanterne of Light, se basaba en los siete pecados capitales, aunque difería ligeramente del libro de los lolardos al asignar algunos demonios diferentes. Esta fue su clasificación: Lucifer, el orgullo; Mammon, la codicia; Asmodeo, la lujuria; Leviatán, la envidia; Belcebú, la glotonería; Satán, la ira, y Belfegor, la pereza.

Los nombres de estos demonios no fueron inventados por Peter Binsfeld: provenían de una tradición ancestral de dioses y demonios anterior al diablo y al cristianismo. Según Binsfeld, también existían otros demonios que incitaban a pecar, como los íncubos, de forma masculina, que tenían relaciones sexuales con mujeres castas y virtuosas, y los súcubos, de forma femenina, que tenían relaciones sexuales con varones que buscaban la santidad y los envolvían con su lujuria.

Compendium Maleficarum (Compendio de las brujas)

Este compendio fue escrito en 1608 por Francesco Maria Guazzo, sacerdote italiano. Se trata de un tratado de demonología en tres libros cuyo autor hace referencia a expertos en la materia, incluyendo a Nicolas Rémy. Describió las once fórmulas o ceremonias previas a los votos a Satanás, supuestamente necesarias para participar en un aquelarre; además, Guazzo presentó detalladas descripciones de las relaciones sexuales entre los hombres y las súcubos y de las mujeres con los íncubos. También estableció una clasificación de los demonios, inspirada en el trabajo de Miguel Psellos.

La Daemonologie del rey Jacobo

Jacobo I de Inglaterra y IV de Escocia, muy popular hasta nuestros días por su versión autorizada de la Biblia, gobernó entre los siglos XVI y XVII; fue soberano de Escocia desde 1567, y de Inglaterra e Irlanda, desde 1603 hasta su muerte, en 1625. Durante un tiempo, estuvo obsesionado con el temor a la brujería, lo cual lo llevó a escribir su tratado Daemonologie, en 1597. En tres textos cortos, Jacobo elaboró una disertación en forma de drama filosófico, en el cual comparaba magia, brujería y hechicería. A su vez, clasificó a los demonios en cuatro secciones, las cuales no están sustentadas en la separación demoníaca por nombres o rangos, sino en los cuatro métodos utilizados por las entidades malignas para causar daño o tormento sobre los vivos o los muertos. El propósito era reforzar la creencia de que los espíritus causaban daño y de que la magia solo era posible a través de la influencia demoniaca.

El rey Jacobo comparó las referencias de autores anteriores que planteaban que cada demonio tenía la facultad de aparecer en diversas formas con distintos propósitos. Es importante anotar que, según la interpretación del Daemonologie, los demonios están bajo la directa supervisión de Dios y no pueden actuar sin su permiso. Con esa perspectiva, el tratado explica cómo las entidades malignas pueden ser usadas como vara de corrección cuando los humanos se desvían del camino recto, de tal modo que brujas y hechiceros tienen el poder de hacer daño a otros para que estos reaccionen sobre las faltas que han cometido y se arrepientan. Así, todo termina en una glorificación del camino correcto y el seguimiento de las enseñanzas divinas.

Al igual que en algunas demonologías anteriores, el rey Jacobo recurrió a personajes del folclor celta, anteriores al cristianismo, para personificar su organización demoniaca, y los dividió por habilidades: espectros, obsesiones, posesiones y hadas. Los espectros son espíritus que suelen atormentar las casas muy viejas y abandonadas y los lugares solitarios. Las obsesiones atormentan intensamente a las personas; su presencia se manifiesta presentando de manera recurrente ideas e imágenes que inducen a la víctima a cometer una falta que puede ser de diversa índole en cada persona, ya sea en el orden sexual, en el criminal o en el moral, etc. Por su parte, las posesiones son espíritus que toman el cuerpo de una persona para atormentarla físicamente. Finalmente, las hadas profetizan, acompañan y transportan los espíritus o las almas.

Clasificación de los demonios según Sebastien Michaelis

Este inquisidor francés vivió a finales del siglo XVI y principios del XVII. En su obra Admirable Historia de la posesión y conversión de un penitente, escrita en 1612, elabora una jerarquía infernal. Michaelis obtuvo la información respecto al demonio Berith mientras exorcizaba a una monja. El propio autor sostiene que su clasificación está fundamentada en la obra Jerarquías celestiales, un tratado sobre los ángeles escrito en griego hacia el siglo V por Pseudo Dionisio Areopagita. Es interesante notar cómo Michaelis establece equivalencias con la organización celestial y los cargos que tenían los ángeles antes de ser arrojados del Cielo y transformarse en demonios. Los pecados con los que tientan los demonios implican la transformación de los santos como sus adversarios; esto es, los humanos que fueron tentados por las fuerzas malignas, pero lograron superar las tentaciones y ahora ayudan a los mortales en tan difíciles combates.

Michaelis propone tres jerarquías demoniacas. En la primera se encuentran los que anteriormente fueron ángeles de la categoría de los serafines, querubines y tronos. Entre los demonios de esta jerarquía se encuentran Belcebú, Lucifer y Leviatán, de quienes se dice que fueron los primeros en transformarse en ángeles caídos. En el Cielo, Belcebú fue príncipe de los serafines, solo inferior en rango a Lucifer. Por su parte, Leviatán era príncipe de los serafines, y, por tanto, seguía en rango a Belcebú. Otro príncipe serafín era Asmodeo. Entre los querubines caídos, Michaelis menciona a Balberith. Astaroth, por su parte, era el príncipe de la categoría angelical de los tronos, que constituyen el tercero de los coros dentro de la más alta categoría angelical, junto con los querubines y los serafines. En el puesto inmediatamente inferior en categoría al de Astaroth se encuentra Verrine, también príncipe de los tronos. En el tercer lugar del principado de los tronos caídos se encuentra Gresil, y en el cuarto, Sonneillon, demonio que induce al odio.

La segunda jerarquía incluye a los que en el Cielo fueron poderes, dominios y virtudes. Entre los poderes se hallan Carreau y Carnivale, príncipes celestiales de esta categoría. Los dominios caídos mencionados por Sebastien Michaelis son Oeillet y Rosier. Belias se identifica con un príncipe de la categoría de las virtudes.

Finalmente, la tercera jerarquía de Michaelis se forma con los principados, los arcángeles y los ángeles caídos. Príncipe de los principados fue Verrier. Olivier fue príncipe de los arcángeles. Luvart era el príncipe de los ángeles. En la época de Michaelis, fue este el demonio de quien se dijo que tomó posesión de la monja Madeleine Bavent, uno de los casos de posesión más famosos en la Francia de principios del siglo XVII.

Ars Goetia y la Clave menor de Salomón

Se denomina Ars Goetia a la primera parte de La Clave Menor de Salomón, libro de conocimiento mágico europeo que data de finales de la Edad Media (siglo XVII, con material del siglo XIV o más temprano). Contiene las descripciones de los 72 demonios que, según la tradición ocultista, el rey Salomón convocó para obligarlos a trabajar para él en la magnífica construcción de su templo, y luego los guardó en un recipiente de bronce sellado con misteriosos símbolos mágicos. El Ars Goetia instruye en la construcción de dicho contenedor de demonios y enseña a utilizar las fórmulas apropiadas para invocar a los demonios. También describe 72 de dichas criaturas, a quienes les asigna un rango, un título nobiliario y una característica especial.

Uno de los libros demonológicos más populares es la Clave menor de Salomón, este grimorio del siglo XVII está inspirado casi en su totalidad en Pseudomonarchia Daemonum. Contiene descripciones detalladas de los espíritus y de la forma de invocarlos para obligarlos a llevar a cabo los deseos de quien los conjura. También especifica las precauciones que se deben tener para evitar que los espíritus se salgan de control, e indica los preparativos anteriores a las invocaciones e instrucciones muy precisas para llevar a cabo los rituales.

Clasificación de Pierre Le Loyer, señor de la Brosse

Inspirada en textos anteriores, la obra Quatre livres des spectres ou Apparitions et visions d’esprits, anges et démons se montrant sensiblement aux hommes, escrita hacia 1605 o 1608, hace un interesante aporte al imaginario del diablo al decir que los demonios se materializaban a través de los cadáveres.

El Gran Grimorio, o Dragón Rojo

El Gran Grimorio, o evangelio de Satanás, es un texto del que algunos dicen que fue escrito por Honorio de Tebas, de quien se decía que había sido poseído por el diablo. Otros aseguraban que fue escrito por el propio rey Salomón y sus sacerdotes, para luego ser rescatado por Alibeck el Egipcio en el siglo XVI. Finalmente, fue publicado en Francia durante el auge de los grimorios en el siglo XVIII. Uno de los contenidos más inquietantes del manuscrito ocultista, además de los hechizos mágicos, son las instrucciones para invocar a Lucifer, para lo cual es necesario obtener una Varita Destructora, que se utiliza para someter al Maligno luego de que este aparece. Acto seguido, se puede realizar un trato con el Diablo, para lo cual el Gran Grimorio incluye un capítulo titulado “Genuino Sanctum Regnum, o el Verdadero Método para Hacer Pactos”. Quien desee llevar a cabo este ritual entre otras cosas, necesitará una piedra Ematilla y dos velas benditas con las que conformará un “triángulo” de pactos que le servirá de protección, una vez que se hayan invocado los espíritus de la oscuridad.

El mago, de Francis Barrett

Barrett fue un excéntrico ocultista inglés que vivió a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Estudioso de la química, la metafísica y las artes mágicas, impartía en su casa clases de ciencias ocultas. Inspirado en los textos de Agrippa, en 1801 publicó su libro titulado El mago, donde presenta su clasificación de demonios, los cuales aparecen representando actitudes y aspectos nefastos de personas o cosas. Estos son algunos de dichos demonios:

Belcebú: dioses falsos e idólatras

Pitio: mentirosos y espíritus mentirosos

Belial: iniquidad e instigadores del mal

Asmodeus: venganzas crueles

Satán: imitadores de milagros, brujas y hechiceros

Merihim: males que vienen del aire y portadores de pestilencia

Abadón: furias vengadoras, sembradores de destrucción

Astaroth: calumniadores, inquisidores y falsos acusadores

Mammón: tentadores, tramposos y embaucadores

Diccionario Infernal, de Collin de Plancy

Este diccionario, escrito por Jacques Auguste Simon Collin de Plancy, presenta los demonios organizados en jerarquías infernales. Fue publicado por primera vez en 1818, y luego, dividido en dos volúmenes y reeditado varias veces. Su edición más famosa es la de 1863, debido a las 69 ilustraciones de Louis le Breton que lo acompañan y representan el aspecto de los demonios. Las imágenes se hicieron muy famosas y se utilizaron posteriormente para ilustrar otros libros, como ediciones tardías de La clave menor de Salomón. Este texto no pretende enseñar a invocar demonios; es, más bien, un recuento y una descripción del conocimiento existente sobre las supersticiones y la demonología. Para presentar su jerarquía infernal, De Plancy se inspiró en las cortes europeas, como se puede apreciar a continuación.

En el lugar de los príncipes y los dignatarios aparece Belcebú, jefe supremo del imperio infernal y fundador de la Orden de La Mosca. Satán se presenta como un príncipe destronado y jefe del partido de oposición. Eurynome es el príncipe de la muerte y gran señor de la Orden de La Mosca. El príncipe del Valle de Los Lamentos es Moloch. Plutón aparece como el príncipe del fuego, gran señor de la Orden de La Mosca y gobernador de las regiones flameantes. Pan es príncipe de los íncubos, y Lilith, la princesa de los súcubos.

En un nivel inferior se encuentra Leonardo, gran señor del Sabbath y caballero de La Mosca. Se lo representa con forma de hombre negro, y, en ocasiones, como macho cabrío, lo que, posiblemente, se relaciona con el ritual del chivo expiatorio Azazel, que aparece en Levítico 16:8. Baalberith, conocido como El escriba del infierno, es sumo pontífice, jefe secretario y maestro de las ceremonias infernales. Este demonio certifica los pactos sellados entre demonios y hombres. Se lo considera un demonio del Segundo Orden; antes de su caída fue querubín en el Cielo. Es uno de los más poderosos príncipes del infierno y cuenta con la capacidad de transmutar cualquier metal en oro, ver el pasado, el presente y el futuro, e incitar a los hombres a la blasfemia y el asesinato. Sus raíces anteriores al cristianismo se remontan a la mitología cananea; Baalberith era el nombre de uno de los muchos dioses o baales adorados en ese territorio. Baal significa “gran señor” y a Baalberith se lo invoca durante los juramentos, los pactos solemnes y las alianzas. Cabe mencionar en esta jerarquía a Proserpina, princesa de los espíritus malignos.

En el Diccionario infernal también se encuentran los ministros principales del infierno. Entre ellos están Adramelech, gran canciller y también gran señor de la Orden de La Mosca; Astaroth, tesorero general y caballero de La Mosca; Nergal, jefe de la policía secreta; Baal, comandante en jefe de la armada infernal, y, a su vez, gran señor de la Orden de La Mosca, y Leviathan, gran almirante y caballero de La Mosca.

Los embajadores son Belfegor, embajador de Francia; Mammon, embajador de Inglaterra; Belial, embajador de Italia; Thamuz, embajador de España; Hutgin, embajador de Turquía, y Martinet, embajador de Suiza. Tal como anotaba el Evangelio, el diablo es el rey o señor de este mundo y tiene a sus embajadores o representantes dispersos en él, tal como para la época de Collin de Plancy los grandes gobiernos tenían embajadores dispuestos en diversos países para que los representasen y manejaran la diplomacia.

En la rama de la justicia, en primer lugar, se encuentra Lucifer, quien administra la justicia en el mundo infernal; es, además, caballero de La Mosca. En segundo lugar aparece Alastor, quien ejecuta las sentencias de Lucifer.

Verdelet es maestro de ceremonias; Succorbenoth, jefe de los eunucos del palacio turco; Chamos, gran chambelán, así como caballero de la orden de La Mosca; Melchom, conocido como el que lleva la bolsa, pagador de tesoros (en la Antigüedad fue un dios de los amonitas); Nisroth, jefe de cocina; Behemoth, jefe de los coperos infernales; Dagon, gran panadero; Mullin, primer ayudante de cámara. Estos demonios constituyen los principados.

De los asuntos secretos se encargan: Robals, director del teatro infernal; Asmodeo, superintendente de las casas de juego; Nibas, gran bufón, y Anticristo, charlatán y nigromante.

Los farfadets, o no todos los demonios son del otro mundo

Inspirado en el Diccionario Infernal, Alexis-Vincent-Charles Berbiguier utilizó algunos de los nombres y los rangos de los demonios que allí aparecen, en su obra autobiográfica, publicada en 1821, y donde explica con detalle las características de los farfadets, demonios que lo acosaron y lo atormentaron durante 20 años.

La Biblia Satánica

Esta obra está compuesta por una colección de ensayos, apuntes y rituales. Fue publicada por Anton LaVey en 1969. Se consolidó como el texto central del satanismo, pues refleja su filosofía y su dogma.

En su generalidad, trata acerca de la filosofía satanista contemporánea. Es interesante notar que sus fundamentos se encuentran, principalmente, en los principios nihilistas de Friedrich Nietzsche, a quien cita textualmente en varias ocasiones.

LaVey utilizó el simbolismo de los cuatro príncipes de la corona del infierno. La obra está compuesta por cuatro libros: 1) El libro de Satán: la Diatriba Infernal; 2) El Libro de Lucifer: la Ilustración; 3) El libro de Belial: el dominio de la Tierra, y 4) El libro de Leviathan: el mar enfurecido. Esta asociación se inspira en la jerarquía demoniaca de Abramelin, publicada siglos antes.

c.Textos literarios que ayudaron a construir la imagen actual del diablo

Los que se presentaron líneas arriba son algunos de los libros que han reflexionado sobre la condición demoníaca, sus nombres, su apariencia y sus actividades y su organización; pero los que vienen seguidamente lograron sobrepasar su propia época e inspirar a otros autores y artistas, y dejar así una impronta sobre la imaginación colectiva y consolidar la idea que un gran número de personas tienen sobre el aspecto físico, la personalidad y las principales actividades del demonio. Estas obras son La Divina Comedia, el Malleus Malleficarum, El Paraíso perdido y El doctor Fausto.

La Divina Comedia

Alerta, vigilante, con sus seis ojos abiertos desencajados y anegados de lágrimas, Satanás se encuentra incrustado hasta la cintura en el centro de una inmensa región helada a la que cayó cuando fue arrojado del Cielo por haberse rebelado contra Dios y querer para sí la gloria divina. Al precipitarse, excavó un hoyo inmenso que terminó por formar los abismos infernales. Su castigo es encontrarse atrapado en el lugar más profundo y alejado de Dios, en el vértice del universo, región a la que no llegan la bondad ni el amor. No existe un lugar inferior a ese, y eso fue lo que obtuvo por haber anhelado encumbrarse por encima de todo. Satanás es impotente, está humillado y lleno de odio, en contraste con la omnipotencia, la omnisciencia y el amor de Dios.

De la parte alta de su espalda surgen seis pares de alas, y al batirlas, como si quisiera huir de allí, solo logra producir más frío y eternizar el invierno que rodea la región del Cocito.

En el canto del infierno de Dante, Satanás no es el gobernante de este lugar: solo es una figura trágica, que se encuentra prisionera, como el resto de pecadores.

Aparece en el noveno de los nueve círculos del Inferno, en un rincón llamado Judesca, donde los traidores a sus benefactores padecen su tormento indecible. Es un demonio inmenso de tres rostros, y entre cada una de sus tres colosales mandíbulas se encuentran los cuerpos destrozados de Judas Iscariote, quien delató a Jesús, y de Casio y Bruto, partícipes en el asesinato de Julio César.

Desde el momento en que fue publicado a principios del siglo XIV por el florentino Dante Alighieri, este poema tuvo un gran impacto en la sociedad y en la imaginación de las gentes. Pronto se tradujo a todas las lenguas europeas. Se la leía ante oyentes embelesados que, entre aterrados y fascinados, imaginaban las espantosas torturas que sucederían en el más allá a los pecadores. Dante fue el gran artífice de la imagen del infierno que nos ha llegado hasta nuestros días, ya que en su obra se inspiraron artistas que continuaron recreándola de diversas maneras. Es interesante recordar que, al igual que el diablo, el infierno es, fundamentalmente, una creación artística; de ese lugar es muy poco lo que se menciona en la Biblia, y Dante no era un teólogo, sino un poeta que logra presentar el infierno como una grandiosa metáfora sobre la vida humana. Incluso, llegó a ubicar a varios líderes de la Iglesia, entre ellos a los papas Celestino V y Bonifacio VIII, en lo más profundo de los abismos infernales. Dante tuvo muchos enemigos a lo largo de su vida, y a todos los representa en el infierno, sufriendo el tortuoso castigo que él imagina que se merecen.

Malleus Malleficarum, o El Martillo de las Brujas

Hay quienes consideran esta obra, del siglo XV, el texto de demonología más temible de todos los tiempos, ya que fue utilizado como código judicial para erradicar la herejía de brujería y ayudó a fomentar la locura inquisitorial y la caza de brujas poniendo en práctica, lo más al pie de la letra posible, la orden de Éxodo 22:17 “A la hechicera no la dejarás con vida”.

En sus orígenes no fue considerado un texto literario, sino jurídico. Fue escrito por los monjes dominicos Jacob Sprenger y Heinrich Kramer, y publicado en 1486, y durante los tres siglos siguientes se lo consideró indispensable manual de Inquisición. Todos los jueces, los magistrados y los sacerdotes, tanto católicos como protestantes, consideraron el Malleus un código fundamental en su lucha contra la brujería en Europa.

El Malleus se divide en tres partes: en la primera se especifica que no creer en la brujería es herejía, pues la Biblia condena a las brujas, y se aclara la importancia de comprender la gravedad de dicha actividad, ya que la brujería lleva consigo la renuncia a la fe católica, así como la adoración y la veneración del diablo, el sacrificio de niños sin bautizar y las relaciones sexuales con demonios.

La segunda parte trata sobre las diferentes clases de maleficios que pueden hacer las brujas, entre los que se destaca el pacto con el diablo, que se sella al tener relaciones sexuales con este o con sus demonios.

La tercera parte explica las acciones legales que se necesita llevar a cabo para condenar a las acusadas de brujería.

Es importante destacar cómo a principios del mundo moderno la imaginación colectiva se dejó arrastrar por sus miedos, los personificó y acusó a muchas mujeres, junto con algunos hombres, de carne y hueso, de ser la encarnación del mal al haber pactado (mediante unos ritos extravagantes, que incluyen vuelos en escoba o sobre cabras, y el coito con demonios) con el mismísimo diablo. Se creía que, realmente, estos actos habían sucedido, y, en medio de espantosas torturas, se interrogaba a los acusados para que dieran detalles íntimos sobre estos encuentros.

Con este texto, las elucubraciones sobre las características del mal dejaron de ser filosóficas, teológicas, poéticas o artísticas y pretendieron adquirir el peligroso carácter tangible que el espíritu moderno ha querido darle a casi todo para validar su realidad o su verosimilitud.

El Paraíso perdido

Tras una vida atormentada por la pérdida de dos esposas y dos hijos y por las secuelas de una enfermedad que lo dejó ciego, John Milton escribió su gran obra, que fue publicada en 1667.

Milton era un hombre profundamente religioso, puritano y a quien conmueve un asunto esencial: la caída del hombre en el pecado.

Quizás, su ceguera le desarrolló una particular perspicacia; su imposibilidad de ver el mundo exterior le permitió una agudeza visual a su mundo interior, a su alma, y fue allí, dentro de sí mismo, donde encontró sus imágenes de Satanás y de Dios. En el poema, Cielo e infierno son estados anímicos del corazón: “El espíritu vive en sí mismo, y en sí mismo puede hacer un cielo del infierno o un infierno del cielo”.

A partir de la narración bíblica, Milton relata de nuevo la caída de Satanás-Lucifer y le da una profunda fuerza al presentarlo como un ángel hermoso y trágico que fue arrojado al infierno y arrastró consigo otros ángeles rebeldes, luego de una rebelión fallida con la que esperaba obtener el control del Cielo. Tras su derrota celestial, se alió con Belcebú y convocó a todos los ángeles caídos para reorganizar el ejército. Los incitó a la reconquista del Paraíso y les revela una profecía, oída en el Cielo, que habla de la creación del mundo y de un nuevo ser (Adán).

El deseo de Satanás de rebelarse se debe a su falta de voluntad para aceptar que no todos los seres merecen la libertad; declara que los ángeles son seres autónomos, y elimina así la autoridad de Dios sobre ellos, como su creador. Se presenta como un personaje carismático y persuasivo cuando presenta argumentos a sus ángeles seguidores de por qué se debe tratar de derrocar a Dios. Sostiene que deberían tener los mismos derechos que Dios, y que el Cielo es una monarquía injusta. El papel de Satanás como una fuerza impulsora en el poema ha sido objeto de mucho debate académico. Las posiciones van desde puntos de vista como el de William Blake, quien afirmó que Milton “escribió encadenado acerca de los ángeles y Dios, y en libertad, cuando de diablos y demonios; porque fue un verdadero poeta y del partido del Diablo sin saberlo”, hasta las interpretaciones críticas, como la de William H. Mar-shall, quien ve el poema como un cuento sobre la moral cristiana:

¿Qué importa el lugar donde yo resida, si soy el mismo que era, si lo soy todo, aunque inferior a aquel a quien el trueno ha hecho más poderoso? Aquí, al menos, seremos libres, pues no ha de haber hecho el Omnipotente este sitio para envidiárnoslo, ni querrá, por lo tanto, expulsarnos de él; aquí podremos reinar con seguridad, y para mí, reinar es ambición digna, aun cuando sea sobre el infierno, porque más vale reinar aquí, que servir en el cielo.

El Paraíso perdido, de John Milton

De la misma forma como Dante prácticamente creó la imagen que en Occidente se tiene del infierno, en su poema El Paraíso perdido, John Milton dio carácter, personalidad y trascendencia psicológica al personaje de Satanás al elevarlo a la categoría de emperador del lado oscuro. Todos los demás demonios le rinden homenaje. Lo caracterizan su orgullo y su individualismo, una arrogancia suprema que lo impulsa a sentirse superior a todos los demás.

Fausto

En el poema dramático Fausto, de Wolfgang Goethe, cuya primera parte fue publicada por primera vez en 1808, aparece el diablo bajo el nombre de Mefistófeles, nombre que ya era conocido en el folclor alemán para designar a un demonio subordinado de Satanás, o a Satanás mismo. Es un personaje muy particular que ha inspirado posteriormente diversos análisis y obras artísticas.

Mefistófeles es una figura ambigua que busca arrastrar a Fausto a la perdición infernal: tras haber propuesto a Dios poner a prueba su virtud y haber sellado un pacto con Fausto, le ha ofrecido todo lo que un hombre puede anhelar.

Por una parte, Mefistófeles es un amargo y burlón observador de lo creado que personifica la racionalidad pura en función de lo que existe en el momento presente, sin preocuparse por el futuro. Queda fuera de su alcance todo cuanto trasciende lo puramente racional, de tal modo que ni siquiera puede comprender el afán de Fausto por engrandecerse, si bien ese anhelo de Fausto es su punto débil y lo que le permite a Mefistófeles arrastrarlo a la perdición.

Mefistófeles es el espíritu que todo lo niega; no ama nada, no ve el bien en nada, pero tampoco ve el mal en nada. Su naturaleza es cínica; no obstante, al hacerle ofrecimientos a Fausto representa o simboliza un estímulo para la incesante búsqueda humana de ir siempre más allá trascendiendo cualquier límite. Para Mefistófeles, es absurdo intentar rebasar los límites de la naturaleza humana; no obstante, gracias a él Fausto tiene cada vez nuevos deseos.

Paradójicamente, aunque Mefistófeles cree que al haberse empeñado en satisfacer todos los deseos de Fausto ha ganado la partida y que su alma ya es suya, Fausto, en su eterna búsqueda, interiormente se había acercado cada vez más a Dios.

d.Los pecados capitales y sus demonios

Los siete pecados capitales (los que son principio u origen de otros) son una clasificación de los vicios mencionados en las primeras enseñanzas de la Iglesia Católica para educar a sus seguidores acerca de la moral cristiana.

Desde el siglo III y durante toda la Alta Edad Media, escritores religiosos como Cipriano de Cartago, Juan Casiano, Columbano de Luxeuil y Alcuino de York se dedicaron a exhortar a la población cristiana sobre los peligros que conllevan las tentaciones del Maligno; con tal motivo, fueron identificando y definiendo, con el paso del tiempo, los pecados capitales, ya que no se hace referencia a ellos en la Biblia de forma expresa, directa o codificada. En un principio, se enumeraron ocho pecados capitales, y posteriormente Gregorio Magno los redujo a siete.

Los ocho vicios iniciales fueron los siguientes:

Cuatro relacionados con las ansias y el deseo de posesión: 1) gula y ebriedad, conocida también como gastrimargia, palabra que proviene del griego y une los conceptos de “gula” y “ebriedad”; 2) Avaricia (o philarguria, “amor hacia el oro”); 3) Lujuria (porneia), y 4) vanagloria (kenodoxia).

Cuatro vicios irascibles, relacionados con un estado emocional interno: 1) Ira (u orgè, “cólera irreflexiva”, “crueldad”, “violencia”); 2) tristeza, melancolía (lupè); 3) Pereza (o acedia, “depresión profunda”, “desesperanza”), y 4) Orgullo (uperèphania).

En el siglo VI, el papa romano Gregorio Magno elaboró una lista propia, en la que redujo los vicios a siete, pues consideró que la tristeza era una forma de pereza, tomando en cuenta esta última en su acepción de acedia; es decir, la falta de deseo de servir a Dios por causa de la desesperanza. Además, vanagloria y orgullo se fundieron y entró en la lista la envidia. Finalmente, estos fueron los pecados capitales que se popularizaron hasta hoy: vanagloria (soberbia), avaricia, gula, lujuria, pereza, envidia e ira.

En su poema La Divina Comedia, Dante Alighieri (1265-1321) utilizó en el purgatorio el mismo orden del papa Gregorio Magno para los pecados capitales.

Conozcamos un poco de los siete príncipes del infierno, como llaman algunos textos demonológicos a los espíritus malignos que representan a cada uno de los pecados capitales:

Amón, la ira

Es un marqués infernal que comanda 40 legiones de demonios, incita los sentimientos desordenados e incontrolados de odio y enojo hacia los demás o contra uno mismo, en ocasiones, por la negación de una realidad o por impaciencia con los procedimientos de la ley, lo que lleva al deseo de venganza fuera del sistema judicial. A lo largo de la historia podemos ver los estragos causados por este demonio en el fanatismo político o religioso, en la discriminación y en los asesinatos por venganza.

Su nombre y su origen provienen de la demonización de Amón-Ra, el principal dios egipcio, y también tiene raíces en el antiguo dios de los cartagineses Baal Hammon, ángel de la muerte, cuyo nombre significa: “el que conduce a la ira y al asesinato”.

En la obra El Paraíso perdido, Milton identifica a Amón con el personaje bíblico de Cam, a quien se le atribuye fratricidio y ser el causante de la maldición del pueblo de Canaán.

Se lo representa como un lobo con cola de serpiente que resopla fuego, aunque tiene el poder de adoptar forma semihumana con cabeza de cuervo y dientes de perro. Es conocedor del pasado y del futuro. Lleva cuentas de todos los que han pactado con Satán entregando su alma para que al final de su vida, y después de haber recibido los favores del príncipe de las tinieblas, cumplan con su compromiso de entregarse por toda la eternidad a la oscuridad (imagen 1).

Asmodeo, la lujuria

Asmodeo es un demonio que exalta la satisfacción de placer carnal y el puro instinto sexual desprovisto de sentimientos de amor. Es el espíritu oscuro que arrastra a los humanos a las turbulentas corrientes de la lascivia, la fornicación, el adulterio y las perversiones sexuales. Disfruta al incitar a la infidelidad y destruyendo noviazgos y matrimonios. También se dice de este espíritu que incita a la homosexualidad masculina y protege a quienes la practican, debido a que dicha naturaleza sexual era vista como una forma de seducción incitada por las fuerzas demoniacas. Se cree que a sus seguidores les otorga la capacidad de leer los pensamientos para poder anticipar quiénes se hallan dispuestos a caer en la tentación sexual. Se dice que fue él quien sedujo a Eva. En El testamento de Salomón, se identifica a sí mismo como el demonio de la lujuria:

Soy llamado Asmodeo entre los mortales, y mi negocio es conspirar contra los recién casados de modo que no se conozcan. Yo los quebraré con varias calamidades. Me arrebata la belleza de las vírgenes y anhelo sus corazones… Yo transporto a los hombres a los lapsos de la locura y el deseo cuando ellos tienen sus propias esposas, así ellos las abandonan y se escapan de día y de noche con otras que pertenecen a otros hombres, con el resultado de que incurren en el pecado y caen en actos criminales.

Según algunos, Asmodeo fue uno de los ángeles que se dejaron llevar por la atracción que les inspiraron las mortales. Pero otras versiones aseguran que fue un hijo de Lilith, la seductora e inquietante primera esposa de Adán, según el folclor judío, y que luego de rebelarse contra el Creador se convirtió en una entidad oscura, un demonio de la sexualidad corrompida, y engendró a unos demonios lujuriosos: íncubos los machos y súcubos las hembras.

Sus orígenes se remontan a la antigua religión persa conocida como mazdeísmo (también llamada zoroastrismo), donde era un demonio de la ira. Es factible que fuera conocido por el pueblo judío cuando este se encontraba bajo la dominación persa, hacia el siglo VI a. e. c. Posteriormente, su influencia llegó al cristianismo.

Un particular relato sobre Asmodeo aparece en el libro apócrifo de Tobías. Según este, Asmodeus, Asmodai, Sydonai, Chammadai o Asmodeo, se enamoró de Sarah, hija de Raquel, por lo que no quería permitir que ella estuviese con ningún hombre. Cada vez que ella contraía matrimonio, Asmodeo durante la noche de bodas impedía la consumación asesinando al marido. Llegó a fulminar a siete hombres. Tiempo después, Sarah se comprometió con Tobías, hijo de Tobit. Este recibió la ayuda del arcángel Rafael, quien le enseñó un ritual para librarse del demonio. Para deshacer la maligna influencia, Tobías debió esperar tres noches después de la boda para iniciar las relaciones sexuales con su esposa; además, antes tuvo que arrancarle a cierto pez el corazón, los riñones y el hígado, y luego ponerlos sobre brasas. Los vapores desprendidos por el hechizo espantaron de tal modo a Asmodeo que huyó de inmediato a Egipto, donde fue encadenado por el arcángel Rafael. Por tal motivo, en el folclor popular de algunas zonas rurales europeas aún existe la costumbre de esperar tres días después de las nupcias antes de consumar el matrimonio, y así evitar la demoniaca presencia en la vida marital.

Pero pasado un tiempo, Asmodeo logró escabullirse de las ataduras para continuar su lascivo deambular. Durante la Edad Media se rumoró que fue el padre del mago Merlín, al tener ilícitas relaciones con una monja.

Pero tentar a los mortales con una sexualidad corrosiva no es su único atributo. Se dice que para seducir e incitar a la lascivia, utiliza sus atributos como músico, bailarín y actor; por eso, tales son consideradas peligrosas actividades que incitan a pecar.

Durante la fiebre de caza de brujas, hacia el siglo XVII, se aseguró que este demonio era adorado por ellas, y en 1617 se lo acusó de poseer a las monjas de Loudun, en el pueblo de Poitiers, Francia.

En el grimorio conocido como La llave menor de Salomón, Asmodeo aparece en el rango 32, y es descrito como una entidad de 3 cabezas, una de las cuales es de ogro, y las otras 2, de carnero y de toro (animales asociados a la fertilidad viril, y, por lo tanto, a la lascivia). Cabalga sobre un dragón y porta una lanza. En el Diccionario de Collin de Plancy, Asmodeo es representado con piernas de gallo, ave asociada al vigor sexual; además, posee una cola de serpiente y cabalga sobre un león con cuello y alas de dragón, criaturas que están asociadas, a su vez, al deseo y la venganza (imagen 2).

Mammon, la avaricia

En la Biblia se hace referencia a Mammon como símbolo de riqueza y de opulencia:

No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen y donde ladrones minan y hurtan, sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón […] Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a Mammón. (Mateo 6:19-21.24)

Otra versión del mismo pasaje dice: “No servant can serve two masters: for either he will hate the one, and love the other; or else he will hold to the one, and despise the other. Ye cannot serve God and mammon” (Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se apegará al uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas) (Lucas 16:13, King James Bible).

En algunas versiones se traduce como “Mamón”, y en otras, como “dinero”. En las traducciones españolas aparece usualmente traducido como este último. Una referencia similar se encuentra en Lucas 16:11, aunque en algunas versiones el mismo término se traduce como “riqueza deshonesta”. De cualquier modo, se da a entender que lo que Jesús quiso decir fue que no se puede servir a Dios y, al mismo tiempo, pretender desmedidamente conseguir las riquezas, en el sentido de estar esclavizado por el amor al dinero, al demonio del dinero.

La avaricia da origen a otros pecados como la deslealtad, la traición que se lleva a cabo para conseguir un beneficio personal, como en el caso de permitirse ser sobornado. En toda aquella búsqueda desesperada por la acumulación de riqueza y objetos, así sea incurriendo en robo y corrupción, violencia, engaño o manipulación de la autoridad, se ve la inspiración de Mammon.

En el Diccionario Infernal se ilustra a Mammon como un hombre enjuto y desgarbado, de apariencia lamentable, que lleva una ropa vieja, gastada y raída y abraza con ansiedad unas bolsas de dinero, mientras se encuentra sentado sobre un cofre de tesoros, lo que representa su anhelo de acumular dinero sin gastarlo ni tan siquiera para sus necesidades básicas.

Pedro Lombardo, un teólogo y obispo del siglo XII, explicó que a las riquezas se las llama por el nombre de un diablo: Mammon, que representa las riquezas en lengua siria; no obstante, hasta el momento no se ha encontrado ningún rastro histórico o arqueológico de algún dios sirio llamado Mammon.

A pesar de lo anterior, se pueden encontrar raíces de Mammon entre los dioses del inframundo clásico: Hades, llamado Plutón por los romanos, era el guardián de las abundancias del subsuelo y de los lobos, asociados luego, durante la Edad Media, a la avaricia; y Dis Pater (en latín, “el padre rico”), otra deidad del inframundo, posteriormente absorbida por Plutón, era dios no solo de los muertos, sino de todas las riquezas del inframundo.

Estableciendo una relación con estas imágenes mitológicas grecolatinas, Tomás de Aquino (siglo XIII), dijo que la avaricia es un pecado contra Dios, en el que los humanos dejan de lado su interés en lo eterno por ir en pos de las cosas temporales. Describió literariamente, por medio de una metáfora, el pecado de la avaricia: “Mammon, que era ascendido desde el infierno por un lobo, viniendo a inflamar el corazón humano con su avaricia”.

La identificación literaria común del nombre Mammon como un dios de la avaricia proviene, probablemente, de la obra de Edmund Spenser (1552-1599) The faerie Queene (La reina de las hadas), donde Mammón supervisa una cueva de la abundancia.

Otra referencia a Mammon aparece en un texto literario de gran importancia: El paraíso perdido, de John Milton, donde aparece Mammon en sus orígenes, como un ángel celestial al que únicamente le atrae contemplar el oro con el cual está construida la ciudad divina. Luego es uno de los aliados de Satanás y de Belcebú contra los ejércitos del Creador. Según el texto, fue el encargado de sembrar en el hombre la codicia de excavar la tierra para extraer de ella sus tesoros (imagen 3).

Behemot, los placeres del vientre

Demonio de poca inteligencia es Behemot, también conocido como Bahamut. Representa la glotonería, el consumo excesivo de comida y de bebida. Por extensión, es el símbolo de cualquier forma de exceso. Se lo considera el copero infernal y es representado como un elefante. En La Divina Comedia, de Dante, los penitentes por el pecado al que arrastra este demonio se encuentran en el Purgatorio, donde, recordando el castigo a Tántalo, se encuentran hambrientos, obligados a pararse entre dos árboles, incapaces de alcanzar y comer las frutas que cuelgan de las ramas de estos.

En la Biblia y en el apócrifo Libro de Enoc, es mencionado como un hipopótamo, junto a otro monstruo demoniaco, Leviatán, pero no haciendo referencia a la gula ni a ningún otro pecado (imagen 4).

Beelzebub, el orgullo o la soberbia

En casi todas las listas de pecados, la soberbia es considerada el original y más serio de los pecados capitales, y, de hecho, es también la principal fuente de la que derivan los otros. Según la Biblia, este pecado es cometido por Lucifer queriendo ser igual a Dios.

Belcebú, o Beelzebub, derivado de Baal Zebub, o, más propiamente, de Ba‘al Z’vûv (en hebreo, בעל זבוב, con muchas ligeras variantes), era el nombre de una divinidad filistea: Baal Sebaoth (deidad de los ejércitos), en hebreo, adorada durante épocas bíblicas en la ciudad filistea de Ecrón, y la cual posteriormente sería asimilada a la tradición cristiana.

Se cree que Belcebú o Beelzebub deriva etimológicamente de Ba’al Zvuv, que significa “El Señor de las Moscas”. Por otro lado, el nombre Beelzebub era usado por los hebreos como una forma de burla hacia los adoradores de Baal, debido a que en sus templos la carne de los sacrificios se dejaba pudrir, por lo cual dichos lugares permanecían infestados de moscas; sin embargo, la palabra que compone este nombre suena en hebreo tsebal, o morada, y, especialmente, en el sentido de la Gran Morada, los infiernos, y en boca del pueblo se confundió con tsebub, o mosca. Y así pasó este imponente nombre de “Señor de la Gran Morada” o “Señor del Abismo” a “Señor de las Moscas”, que es la traducción que suele dársele en los textos evangélicos.

Debido a los despojos sangrientos llenos de moscas de sus sacrificios, que parecían los residuos de la atiborrada y excesiva cena de una fiera, Belcebú fue asociado por algunos a la gula.

Durante la Edad Media fue considerado el segundo en rango en la jerarquía infernal, pero los demonólogos de los siglos XVII y XVIII consideraron que, tras derrocar a Satanás, se le otorgó el título de Gran Emperador. Se lo ha representado de diversas formas: además de mosca, otra de ellas es como un hombre de porte aterrador. Su cuerpo es enorme y suele estar sentado sobre un grandioso trono. Su frente está coronada por una cinta de fuego; su pecho, inflamado de orgullo; el rostro, de un rojo brillante que refleja su ira; bajo sus cejas levantadas por la ironía y la soberbia, sus ojos lanzan destellos; una protuberante nariz afila su rostro; dos enormes cuernos surgen de su frente, y de su espalda salen dos enormes alas de murciélago. Además, tiene patas de bestia y cola de león. Todo en él es amenazador.

Lo encontramos en varias citas bíblicas: en 2 Reyes, 1:1-5 dice:

Después de la muerte de Ajab, Moab se sublevó contra Israel. Ocozias se cayó desde una ventana del piso superior en Samaria y se hizo daño. Y envió mensajeros con esta misiva: ‘Id a consultar a Beelzebub dios de Acarón para saber si podré curarme de este golpe’. El ángel de Dios habló a Elías el tesbita: ‘sal al encuentro de los mensajeros del rey de Samaria y diles: ¿es que no hay Dios en Israel para que vayáis a consultar a Beelzebub dios de Acarón? Así dice Dios: de la cama no te levantarás y morirás sin remedio’.

En el Nuevo Testamento, Belcebú aparece como príncipe de los demonios en Mateo 10:25-28:

Ya está bien que el discípulo sea como su maestro, y el siervo como su señor. Si al dueño de la casa le llamaron Beelzebul, ¡cuánto más a sus domésticos! Así que no tengáis miedo porque no hay nada oculto que no haya de manifestarse ni secreto que no haya de saberse. Lo que yo os digo en la oscuridad decidlo a la luz; lo que oís al oído predicadlo desde las terrazas. No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien al que puede perder el alma y el cuerpo en el infierno.

Así mismo es en Lucas 11:14-16:

Expulsaba Jesús a un demonio que era mudo. Cuando el demonio salió, el mudo recuperó el habla, y la gente se maravilló. Pero algunos de ellos dijeron: —Por Belcebú príncipe de los demonios, expulsa a los demonios—. Otros, para probarle le pedían una señal del cielo. Pero Él conociendo sus pensamientos, les dijo “Todo reino dividido contra sí mismo queda devastado y sus casas caen unas sobre otras. Así que si Satanás se divide contra sí mismo, ¿cómo subsistirá su reino? Ya que decís que por Belcebú expulso los demonios, si yo expulso los demonios por Belcebú, ¿vuestros hijos por quien lo hacen?

En su Historia admirable de la posesión y conversión de un penitente, Sébastien Michaëlis, ya citado, asocia a Beelzebub al pecado del orgullo, o soberbia.

En Cenodoxus, obra teatral medieval de Jacob Bidermann (siglo XVII), la soberbia era el peor de los pecados y llevaba a la condenación inmediata de Cenodoxus, famoso doctor de París.

En La Divina Comedia, el penitente de este pecado era obligado a caminar con la cabeza agachada, mientras era golpeado con un látigo para inducirle sentimientos de humildad (imagen 5).

Leviatán, la envidia

Leviatán es el demonio de la envidia. Es un gran monstruo creado, según las leyendas, por Dios, y junto a él fue creada una Leviatán hembra, a la cual el mismo Dios mató para que nunca procrearan, y así no verlos convertirse en una amenaza. En la demonología medieval, un leviatán es un demonio acuático que intenta poseer a las personas, pero solo puede hacerlo si en su corazón quieren algo que pertenece a alguien más. Leviatán siente que no tiene lo que, por derecho, era de él, y por eso quiere hacer que los hombres deseen lo que, por derecho, no es de ellos. Ocasiona dolor o desdicha por no poseer uno lo que otro tiene, sean bienes, cualidades u otra clase de cosas, y puede llevar fácilmente a otros pecados.

Se ha creído que el Leviatán bíblico representa las fuerzas preexistentes, el caos. El Salmo 74:13-14 dice: “Eras Tú quien movió el mar con su fuerza, y rompió las cabezas de los monstruos en las aguas; eras Tú quién mató al Leviatán, y lo sirvió como alimento para las criaturas de la Tierra”.

Según el escrito de Michaelis, Baalberith —demonio que, según se dice, poseyó a la Hermana Madeleine— le dijo al sacerdote no solo quiénes eran los otros demonios que poseían a la monja, sino también, cuáles eran los santos especiales que servirían para oponerse a ellos. Leviatán fue uno de los demonios nombrados por Baalberith, y se dice, además, que su adversario es san Pedro.

Para Tomás de Aquino, Leviatán es el demonio de la envidia y el primer diablo destinado a castigar a los pecadores correspondientes (imagen 6).

Belfegor, la pereza

El nombre “Belfegor” es el producto de la corrupción del nombre “Ba’al Peor”, el cual era el nombre de un dios moabita al que se adoraba, a veces, bajo la forma de un falo. Para Pierre Le Loyer, señor de la Brosse, escritor y demonólogo francés, la etimología de “Belfegor” estaría ligada al hecho de que en ciertas formas de adoración se le rendía culto en cavernas donde, a través de una rendija, se le lanzaban los distintos tributos, siendo así que “fegor” significa “grieta” o “hendidura”, formas de referirse a las rendijas por donde le entregaban las ofrendas.

Belfegor es un demonio que representa el pecado de no hacer, la incapacidad para aceptar y hacer las cosas que se deben hacer; incluso, de aceptar la existencia misma. Más que la de otros pecados, la definición de pereza ha cambiado considerablemente desde su inclusión en los pecados capitales. En los primeros años del cristianismo, los escritores la describen como negarse a disfrutar la bondad de Dios y el mundo que Él ha creado.

Dante refinó más aún su definición describiendo la pereza como “el fracaso para amar a Dios con todo el corazón, la mente y el alma”. También la describió como un pecado mediano, y, como tal, era el único caracterizado por una ausencia o una insuficiencia de amor.

Las interpretaciones modernas son, entonces, menos rigurosas y más comprensivas que lo que eran durante la época medieval y muestran a la pereza como un pecado de flojera, de falta de voluntad para actuar y de indiferencia. Por esta razón, la pereza es considerada menos seria que los otros pecados. A primera vista, la pereza o el ocio no parecen constituir una falta.

Pero Belfegor es conocido también como “El Señor de la Apertura”, ya que suele incitar a caminos fáciles y poco éticos, induce al conformismo y causa una parálisis que obstruye toda posibilidad de superación.

Belfegor es descrito como un fuertísimo demonio con aspecto atlético, de varios metros de estatura, con cuernos de carnero, orejas puntiagudas y de aspecto humano que cambia en las piernas, ya que en vez de pies posee enormes patas de lobo (imagen 7).

El oculto demonio de la melancolía

Hay un demonio particular, poco nombrado en la actualidad, pero de particular vigencia en el mundo contemporáneo.

A la melancolía se la categorizó como “demonio”, entendida como tentación o pecado, y pasó a denominarse acedia, o apátheia (desidia, apatía).

Los ocho pecados capitales eran la gula, la fornicación, la avaricia, la vanidad, la ira, la soberbia, la tristeza (esta fue eliminada por Tomás de Aquino, y así quedaron desde entonces los siete pecados capitales) y la acedia, o taedium cordis (desidia, sutilmente distinta de la tristeza y de la pereza).

Abarcaba dos aspectos: la acedia y la tristeza. La primera conllevaba una apatía espiritual que afectaba al fiel al desalentarlo de su trabajo religioso. La tristeza se describía como un sentimiento de descontento o falta de satisfacción que causaba infelicidad. Cuando Tomás de Aquino seleccionó la acedia para su lista, la describió como una “inquietud de la mente”.

Las gentes medievales, y en particular quienes se dedicaron a la vida monástica, fueron acechados por varios demonios, la mayoría de los cuales atacaban durante la noche; pero había uno, sutil y mortal, que no temía merodear en pleno día.

Los hombres santos solían llamarlo el daemon meridianus, o demonio del medio día. Siempre al acecho, el demonio aguardaba al acecho a que los monjes sintieran algún atisbo de aburrimiento en su oficio sagrado o de flaqueza espiritual, para abrirse paso entre sus corazones. Al instalarse en el interior del alma humana, la pobre víctima comenzaba a sentir que el día se volvía intolerablemente largo y desoladoramente vacío. La vida comenzaba a perder sentido, ofrecer su vida a Dios ya no parecía tener ningún significado. Luego, el incauto endemoniado, sin tener idea alguna de estar poseído por un espíritu maligno, se preguntaba cuál era la razón de su existencia, para qué había nacido o para qué existe la vida misma. Cada acto de su vida comenzaba a producirle asco y fatiga, y lentamente se sumía en las negras profundidades de la desesperación y del sinsentido. Al lograr su cometido, el demonio de la acedia esboza una leve sonrisa: él mismo es la encarnación de ese sentirse pesaroso, pensativo y desencantado.

Evagrio Póntico, o Evagrio el Monje, también apodado El solitario (345-399), monje y asceta cristiano, nos dice:

[…] hypomone, hypomone, hypomone. Es decir: paciencia y perseverancia. En el tiempo de las tentaciones es necesario no abandonar la celda, por más valederos que sean los pretextos que se nos ocurran. Por el contrario, hay que permanecer sentado en el interior de la celda, ser perseverante (hypomone) y recibir con coraje a los asaltantes, a todos, pero especialmente al demonio de la acedia que como es el más pesado de todos, prueba el alma en grado sumo, Porque huir de tales luchas y evitarlas torna inhábil, cobarde y traidor al espíritu. (Prácticos 28)

Al hablar de ella en el Cuento del clérigo, Geoffrey Chaucer (1343-1400) hace una descripción muy precisa de este catastrófico vicio del espíritu.

“La acedia hace al hombre aletargado, pensaroso y grave”. Paraliza la voluntad humana, “retarda y pone inerte” al hombre cuando intenta actuar. De la acedia proceden el horror a comenzar cualquier acción de utilidad, y finalmente el desaliento o la desesperación. En su ruta hacia la desesperanza extrema, la acedia genera toda una cosecha de pecados menores, como la ociosidad, la morosidad, la frialdad, la falta de devoción y “el pecado de la aflicción mundana, llamado tristitia, que mata al hombre, como dice San Pablo”.

A los que han sido arrastrados por el pecado de la acedia, en el infierno de Dante los espera un nefasto destino eterno en el quinto círculo infernal. Inmersos en el mismo fango negro que los iracundos, sus lamentos y sus palabras brotan hasta la superficie:

Inmersos en el limo dicen: Tristes fuimos,
bajo el aire dulce que del Sol se alegra,
llevando adentro un amargado humo:

Ahora nos apenamos en este negro cieno.

Este himno barbotaba en el garguero
porque hablar no pueden con palabra entera.
Así en derredor de la fétida poza
fuimos girando entre la seca orilla y el fango
mirando atentamente a los que engullen barro.
(Inferno, Canto VII)

“Uno de los ramos que nacen de la locuacidad y mucho hablar es la acedia o pereza”, dice Fray Luis de Granada.

Convertida en sinónimo de pereza, la palabra que nunca ha llegado al lenguaje popular empieza a caer en desuso. Pero el demonio de la acedia no desapareció con el fin de la Edad Media y del auge de la vida monástica. En los albores del mundo moderno, durante el Renacimiento, también se vivieron los estragos de este mal espíritu. Encontramos una descripción copiosa de sus síntomas en la Anatomía de la melancolía, de Robert Burton, un texto que se encuentra a medio camino entre lo literario y la búsqueda científica, y el cual busca encontrarles una explicación más racional a los efectos de este demonio meridional que comienzan a llamarse “vapores” y efluvios…

Con posterioridad al Renacimiento, durante la época del Romanticismo, en el siglo XIX, el demonio de la acedia o melancolía se convirtió en una inspiración para los más grandes poetas y novelistas, y así ha permanecido hasta hoy. Los románticos llamaron a este horrible fenómeno el mal du siècle. Este nuevo nombre mantenía los síntomas.

El demonio meridional tenía buenas razones para sentirse a sus anchas durante el siglo XIX, pues fue entonces, como lo escribió Baudelaire, cuando “El tedio, fruto de la indiferencia lastimera que cobre las proporciones de la inmortalidad”.

En la actualidad, este demonio pervive diagnosticado como una enfermedad: la depresión clínica. El peligroso e infernal espíritu se ha mantenido en una compleja y letal mezcla de aburrimiento, tristeza y desesperación.

Los cenobitas de la Tebaida se hallaban sometidos a los asaltos de muchos demonios. La mayor parte de esos espíritus malignos aparecía furtivamente a la llegada de la noche. Pero había uno, un enemigo de mortal sutileza, que se paseaba sin temor a la luz del día. Los santos del desierto lo llamaban daemon meridianus, pues su hora favorita de visita era bajo el sol ardiente. Yacía a la espera de que aquellos monjes que se hastiaran de trabajar bajo el calor opresivo, aprovechando un momento de flaqueza para forzar la entrada a sus corazones. Y una vez instalado dentro, ¡qué estragos cometía! Cuando tal cosa ocurría el demonio sonreía y podía marcharse ya, a sabiendas de que había logrado una buena faena mañanera. (Aldous Huxley, en Al Margen [1923])

Es interesante la transformación del demonio de la acedia, de ser el símbolo de un pecado mortal a un padecimiento, y de ahí, finalmente, a una emoción esencialmente artística, poética; y en sus casos más extremos, a ser diagnosticada como una enfermedad para la que se requieren fármacos.

Esta sensación de sinsentido de la vida, conciencia de lo efímero de todo, hastío universal, la sensación de aburrimiento y desesperación, complementada por el deseo de estar “en cualquier lugar, cualquier lugar fuera del mundo”, o, por lo menos, fuera del lugar en el que uno se encuentra en el momento, ha sido la inspiración del arte y la literatura durante los últimos tiempos. Hasta el día de hoy, muchos conocemos en carne propia el aburrimiento, la desesperanza y la desesperación; también, la sensación de percibir la vida como intolerablemente insípida o como una eterna continuidad de fracasos y desilusiones.

Pero en esos momentos de profundo desencanto pocos somos conscientes de que no estamos solos. Llevamos con nosotros nuestro demonio de compañía, que nos escolta en el desencanto: el demonio de la melancolía.

Vimos así cómo, en tiempos antiguos, a las denominadas enfermedades del alma (lo que, para nosotros, hijos del siglo XXI, son padecimientos de la mente) se las consideraba tormentos perpetrados por demonios (imagen 8).

e.Cofradía de las virtudes infernales

Los grimorios y los libros prohibidos de la Edad Media describen esta orden o cofradía. Está compuesta por demonios apasionados y arrogantes, como todos los demonios, pero los pocos que aún veían esperanza para los humanos. Esa visión los llevo a ser diferentes, y luego, a sentirse superiores. Puritanos y con pavoneo moralizador, están por encima de los vicios y, haciendo las cosas a su manera, ayudan a los humanos, lo que les permite despreciar a sus congéneres. En sus filas aparecen diablos abstemios y enemigos del consumo de sustancias nocivas. Algunos, incluso, pregonan los beneficios de la castidad. Otros prestan servicios de diferentes formas, otorgan confianza y valentía y ayudan en la magia blanca.

La demonología rabínica tiene tres clases de demonios, aunque apenas si son separables una de otra. Allí estaban los shedim (buenos), los mazzikim (dañadores) y los ruhin (espíritus).

Agares, Aguares o Virtus

Es descrito como un demonio maduro y afable. Aparece como un noble señor con un gavilán en el puño, vestido con una túnica y montado en un cocodrilo. Sostienen que es una criatura entusiasta y especialmente eficaz para dar coraje a los pusilánimes. Pertenecía al coro de las virtudes en el Cielo y tiene bajo su mando 31 legiones de espíritus infernales. Hace que quienes corren se detengan y que los prófugos regresen, enseña de inmediato todas las lenguas, destruye noblezas espirituales o materiales y provoca temblores de tierra. Los demonólogos afirman que este demonio es un políglota consumado que facilita a sus devotos el aprendizaje de lenguas extranjeras. Se dice que su versión femenina, la “Duquesa Agares”, es muy sensual, pero con una mirada angelical, una rubia de piel blanca con alas blancas de ángel y de voz suave y muy amable, y que disfruta de enseñar a los mortales “anti modales”, lo que cubre casi todos los comportamientos “groseros” imaginables; en especial, el lenguaje.

Eligor o Abigor, el demonio caballero

Es un gran Duque, y aparece como un guapo y sombrío caballero que monta a caballo portando una lanza y un estandarte en cuyo bastón se enrosca una serpiente. Rige 60 legiones de demonios. Él sabe los secretos de la guerra, así como los del futuro, y puede instruir a los líderes sobre las formas de ganarse el respeto de sus soldados. No es solo en el calor de la batalla cuando Eligor se maneja muy bien: de hecho, es más útil en la obtención de apoyo en la campaña militar. Puede influir en las personas importantes para que apoyen a uno de los lados en un esfuerzo de guerra, tanto en términos políticos como en términos de préstamos de tropas y armas para la batalla, y así pone en fuga a los enemigos. Este duque demonio también ayuda a los seres humanos en las batallas legales dando directivas clave que influyen en los resultados.

Agathión, el modesto, o Agatión, también conocido como Agathión o Agazión

Demonio familiar que solo se presenta al mediodía. Aparece en forma humana o de animal doméstico, y en ocasiones se deja encerrar en un talismán, una botella o un círculo mágico, para mejor servir a quienes lo invocan.

Alocer, el astrónomo

Demonio que se destaca como buen maestro en astronomía y ciencias matemáticas. Se lo supone el asesor ideal para alumnos que no se dediquen a las disciplinas humanísticas, pues todo cuanto tiene que ver con la historia, la filosofía o la literatura se le antoja irrisorio. Docto en sus especialidades, pero taciturno y grave en sus maneras, los grimorios son unánimes en señalar su absoluta falta de sentido del humor.

Ammón

Originalmente fue una divinidad de los amonitas. Posteriormente se le demonizó y sus representaciones se hicieron en ocasiones con cabeza de lobo, y en otras, con la de un búho. Vomita lenguas de fuego; conoce el pasado y el futuro, y es capaz de navegar por el tiempo. Casi todos los grimorios lo llaman “príncipe” aludiendo a su noble alcurnia. Se especializa en reconciliar a los amantes y a los amigos, pero con la condición de que el motivo de sus disputas sea inferior a las posibilidades de su amor.

Baalberith, el defensor de los desamparados

Llamado también el archivero, es abogado de oficio y su memoria es prodigiosa. Los fenicios le asignaban el papel de testigo en la formulación de sus juramentos. Entre los siglos XV y XVII, este demonio aparece invocado con frecuencia en los grimorios populares como campeón de las causas perdidas (es decir, como defensor de los desamparados por la justicia). Algunos alquimistas lo relacionaron con la transmutación de los metales y le atribuyeron como residencia el mes de junio.

Buno, el mudo elocuente

Asimilado a los cultos tártaros mongoles, otros prefieren ver en este desconcertante demonio al enviado del Tártaro propiamente dicho: el sótano del infierno, donde, según Homero, moraban los héroes y los dioses vencidos, y que para Virgilio era la casa de las furias. Una corroboración de esas funciones de intermediario o mensajero aparece en un artículo de la Enciclopedia Británica, donde se nos informa que tártaro era, en la Estambul de los siglos XVII y XVIII , el nombre que se daba coloquialmente a los carteros. Para completar la ambigüedad que rodea al personaje, cabe añadir que Buno, en sus encarnaciones, es mudo y se comunica por señas; no obstante, es protector de leguleyos, rapsodas y oradores, pues se caracteriza por otorgar a sus devotos el don de la elocuencia.

Cimero

Demonio africano, de apariencia fuerte y montando un corcel negro. Tiene la particularidad de saber enseñar perfectamente la gramática y la retórica, así como la lógica para tomar buenas decisiones. Revela objetos ocultos y da las instrucciones para encontrar tesoros.

Chiridireyes

Demonio que socorre en sus necesidades a los viajeros y les enseña el camino cuando se han extraviado. Se dice que a quienes lo invocan se les muestra en la forma de un viajero a caballo.

Forcas

Se lo describe como un hombre viejo, de cabello largo y con barba blanca. Conoce las virtudes de las hierbas y de las piedras preciosas, enseña ética y lógica, y da medios para hallar cosas perdidas y descubrir tesoros.

Forneus

Demonio marino. Enseña artes y ciencia, y da buena reputación a los hombres. También les enseña el poder del conocimiento de lenguas extranjeras, y a quien lo invoque puede hacer que se lo quiera entre amigos y enemigos por igual.

Nibbas, el leal

Demonio que carece de todo poder en los infiernos a causa de su carácter errático y su ineficacia en el desempeño de las tareas que le son encomendadas. En su relación con los mortales, sin embargo, es capaz de conseguir pequeñas satisfacciones para sus protegidos y de aliviar las tensiones de la vida cotidiana. No pide a cambio más que una leal amistad y ninguna clase de pago u ofrendas.

Nurmur, amigo de Mozart y tutor de Beethoven

Demonio fanático del lenguaje musical y experto en este. Es compositor y ejecutor en los más diversos instrumentos. No atiende invocaciones que no sean cantadas, y, si es posible, orquestadas. Las tradiciones que lo mencionan son relativamente recientes y lo identifican con conocidos personajes de ficción, como el flautista de Hamelín, o con leyendas de base histórica, como las que hablan del genio juvenil y díscolo que convivía con Mozart; o del daimón que dictaba al oído (sordo para el mundo) del empecinado Beethoven. Se afirma que no le gusta la ópera, pues opina que traiciona la pureza de la música en beneficio del teatro.

Orobas, el enemigo de la mentira

Demonio enemigo de la mentira. Su función es desenmascarar a quienes se valen del engaño para sobrevivir. Afirma que el destino del hombre se centra en el riesgo de frecuentar a los otros y de compartir el mundo con ellos; pero si elige para ese cometido las trampas y la mentira, la única justicia posible consiste en condenarlo a estar solo.

Ovahiche

Demonio patrono de los juglares, otorga el don de la rima y la improvisación, y toca y enseña maravillosamente el arte de la guitarra.

Vapula o Nephula

Es un poderoso Gran Duque. Comanda 36 legiones de demonios. Enseña filosofía, mecánica y ciencias. Vapula es descrito como un león con alas de grifo.