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De cómo el diablo adquirió sus cuernos…
El diablo no es el príncipe de la materia: el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda.
Umberto Eco, El nombre de la rosa
Lucifer, Belcebú, Satán, Leviatán, Belial, Mefisto, Semyaza o el Patas son algunos de los nombres con los que el diablo ha sido nombrado durante los últimos milenios. A él se le adjudican, además, diversos atributos: encarnación absoluta del mal, gobernante del mundo de los muertos, tentador de los humanos, tirano del infierno o Señor del Orgullo, entre otros.
Gran Dragón, Serpiente Original, Tentador, Padre de la Mentira, Luzbel, Señor de las Moscas, Hijo de la Perdición, Pequeño Maestro, Pequeño Cuerno, el Anticristo, el Maligno…
Pero ¿corresponden todos esos nombres y funciones al mismo personaje?
Su aspecto a través de los tiempos también ha variado: se lo ha representado como un monstruo, una bestia o un humanoide, e, incluso, como un hermoso ángel. Durante un periodo, su imagen más popular fue la de una bestia cornuda con pezuñas capaz de inspirar un miedo aterrador. ¿Cómo surgió esa imagen, tomando en cuenta que en la Biblia hay muy pocas referencias a este espeluznante ser, y que ninguna de ellas es muy clara ni habla específicamente de su historia?
El aspecto físico del diablo ha sido una larga construcción colectiva, llevada a cabo durante aproximadamente 1700 años, desde el surgimiento del cristianismo. Tanto padres y doctores de la Iglesia como artistas y poetas hicieron interesantes aportes a la construcción de su aspecto. Tales aportes se inspiraron en ambiguas referencias bíblicas entremezcladas con relatos apócrifos y leyendas míticas y folclóricas, a las que añadieron altas dosis de imaginación personal e intereses moralizantes. Por eso, la representación visual del diablo que conocemos ha evolucionado de acuerdo con intereses culturales, y por ello podemos afirmar que se trata de una construcción humana y colectiva.
De entre la multitud de mitos, leyendas y textos literarios y religiosos que han contribuido a dar forma a la imagen popular del diablo, quizás, el relato popular más conocido es el de un hermosísimo ser celestial, el hijo del alba, portador de la luz, Luzbel, posteriormente llamado Lucifer, de quien se ha dicho que era el más hermoso e inteligente de los ángeles del Cielo, a quien Dios concedió un rango superior entre los seres celestiales, pues era un querubín al servicio directo del Creador. Pero este ser quiso la adoración total, suprema, aunque la mayoría de los demás ángeles aceptaron gozosos su designio. Así, Lucifer, herido en su orgullo e impelido por la soberbia, desafió al Creador negándose a obedecer. La rebelión de Lucifer lo llevó a un enfrentamiento con el Creador y lo convirtió en su principal opositor. Esta acción, además, generó una profunda división en el Cielo, ya que una tercera parte del ejército de ángeles decidió acompañar al insurgente, lo cual posteriormente ocasionaría la terrible batalla celestial descrita en el último libro bíblico, el Apocalipsis, donde Lucifer es representado como un enorme y colérico dragón del color del fuego. Según el Apocalipsis, Dios dio su apoyo y su fortaleza al jefe de los ángeles, el arcángel Miguel, quien comandó a los leales a Dios y batalló contra la Gran Bestia, hasta que, finalmente,
[…] fue arrojado el gran dragón, la serpiente antigua que se llama el diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él. Y oí una gran voz en el cielo, que decía: ‘Ahora ha venido la salvación, el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo, porque el acusador de nuestros hermanos, el que los acusa delante de nuestro Dios día y noche, ha sido arrojado’. (Apocalipsis 12:9-10, versión Reina-Valera)
Lucifer, el mismo Luzbel, fue arrojado a los abismos, un lugar completamente opuesto al Cielo y el más alejado de este, el infierno, donde desde entonces lidera las huestes demoníacas, conformadas por los ángeles que decidieron sublevarse con él. En ese momento dejaron de ser hermosos y se transformaron en demonios. Lucifer perdió su luz radiante, se transformó en un cornudo Señor de las Tinieblas, en el diablo.
De este modo, el diablo surgió como encarnación del mal, el gran opositor a Dios y el principal representante de un gran miedo de la humanidad: el temor a la muerte y la posterior condena eterna.
Las diversas representaciones artísticas de este personaje se han dado de acuerdo con el contexto social y las particulares características religiosas del momento. Una serpiente, un macho cabrío, una temible bestia… pero también, aunque menos conocido, como un hermoso ángel azul o un inquietante humano alado de hermosos rasgos físicos que contrastan con su espíritu rebelde y su temperamento complejo, melancólico e irascible. Incluso, en tiempos más recientes, lo encontramos como un elegante seductor. Pero, siempre, estas facetas están asociadas a la oscuridad, la inquietud, la tentación o el temor.
Se pueden evidenciar cuatro épocas en la evolución de la imagen artística del diablo: un periodo precristiano, a lo largo del cual, en diversos países, encontramos representaciones de figuras malignas consideradas demonios. Es el periodo de los demonios del desierto, de la noche y de la enfermedad, quienes traen consigo temor, sufrimiento y muerte. Entre ellos se encuentran el dios egipcio Bes, el celta Cernunnos y el fauno Pan, de la mitología clásica, que aportarán su lascivia y sus cuernos a la imagen posterior del diablo.
En segundo lugar se halla la época medieval, cuando, en diversas representaciones artísticas, aparecen demonios tentando a los débiles de espíritu para unirlos a sus legiones infernales. En esta misma época también lo encontramos como una enorme bestia de fauces abiertas devorando a los pecadores, y, excepcionalmente, como un bello Luzbel. La Baja Edad Media (siglo XIII y principios del XV) marcará un punto de inflexión, con la Divina Comedia, de Dante Alighieri, en cuanto a la representación de Satán y de su morada.
Una tercera época se produce a principios del mundo moderno, con el humanismo renacentista. Satanás se convierte en un individuo con voz propia, y comienzan a escucharse sus melancólicos argumentos en la obra de John Milton El Paraíso perdido (siglo XVII). El momento cumbre de esta tercera época se da durante el periodo romántico, en el siglo XIX, cuando los artistas y los poetas lo exaltan como un héroe revolucionario.
Durante esta época a Lucifer es representado como hermoso, seductor y rebelde. Encarna la idealización misma del espíritu libre e irreverente; es el alma del héroe libertario que lucha contra todo aquello que por siglos ha oprimido al ser humano. En sus ojos brilla la chispa de la independencia, que es la esencia del espíritu romántico.
Como una continuación de la rebeldía del Romanticismo, aparece el satanismo. Siguiendo esta corriente, el autor ocultista Eliphas Lévi reinterpretó la figura del Baphomet, una antigua deidad babilonia, y popularizó para Occidente, de nuevo, la imagen del diablo cornudo.
Finalmente, en el siglo XX y principios del XXI aparece otra faceta del diablo como héroe seductor de los medios de comunicación, capaz de ofrecer todo lo que el hombre contemporáneo puede desear: una vida de placeres terrenales, belleza, fama, riqueza, poder y sensualidad, entre otros dones y beneficios personales.
Estos ofrecimientos, conocidos como pactos diabólicos o pactos con el diablo, cuyas primeras referencias provienen del siglo XV, han marcado la imaginación colectiva y adquirieron gran auge al ser representados en el cine y mencionados en las bandas musicales durante los siglos XX y XXI, con lo cual el diablo como personaje sale del ámbito de lo oculto y lo prohibido y es llevado a la cultura popular. Además, en la segunda mitad del siglo XX, el ocultista Anton LaVey aportó su contribución al organizar la Iglesia de Satán.
De forma paralela a las representaciones literarias y artísticas, encontramos al diablo en diversas festividades carnavalescas; por lo general, de manera satírica y grotesca, como si de ese modo se quisiera exorcizar su poder.
No obstante lo anterior, la creación de este siniestro personaje desafía nuestros conceptos del bien y el mal, ya que, si bien en sus orígenes representó la personificación de todo lo que puede ser dañino para la vida humana, a lo largo de la historia de Occidente la perspectiva que se tuvo de él fue cambiando hasta convertirse en un ideal romántico, modelo para todo quien buscaba rebelarse contra las instituciones establecidas. Así, se lo ve como el líder de los individualistas, de los desobedientes, de los perturbadores, de los incitadores y de los rebeldes. En última instancia, de todos los que no quieren seguir normas ni obedecer autoridad alguna, por considerar su libertad y autonomía los bienes más preciados.
a.¿Por qué acercarnos a las representaciones del diablo?
No hay nada nuevo bajo el sol, pero cuántas cosas viejas hay que no conocemos.
Ambrose Gwinett Bierce
Sin duda, tanto el diablo como sus subalternos, los demonios, son personajes enigmáticos, inquietantes, atrayentes, que despiertan la imaginación y evocan desde perfumados placeres extremos hasta tormentos espeluznantes en medio de llamaradas con penetrante olor a azufre. Estos personajes suelen asociarse a la libertad y la diversión desmedidas, así como a la maldad y el sufrimiento extremos.
Varios han sido los esfuerzos por clasificar a las entidades celestiales y a los seres malignos; desde la Edad Media, numerosos teólogos han intentado descifrar la naturaleza de los adversarios espirituales. Para encontrar la respuesta, interpretaron complejos versículos bíblicos que complementaron con elementos mitológicos, de tal modo que los estudios demonológicos trascienden el marco de la cristiandad medieval (el contexto al que el diablo pertenece por excelencia), para encontrar sus raíces en el ocultismo y en la mitología clásica. Sus referencias incluyen textos mágicos de la Edad Media y el Renacimiento, y escritos judíos, árabes y orientales, lo cual establece conexiones entre diversas épocas y culturas.
La demonología cristiana, para entender la magnitud de la naturaleza luminosa de lo celestial, tuvo que ahondar también en la oscuridad. Sin importar si se tiene fe o no, si se es religioso o no, si se cree en Dios o no, lo que vale la pena resaltar es que el acercamiento a la identificación del diablo, la construcción de su imagen, su historia y la de sus secuaces, los demonios, son un intento por develar y aproximarse al lado oscuro del espíritu humano. Lo que aterra del diablo y sus demonios es un reflejo de lo que a los humanos les aterra de sí mismos y de las consecuencias de sus propios actos. Estos personajes malignos reflejan de manera simbólica aspectos e impulsos humanos muy complejos de analizar desde el punto de vista eminentemente racional, de la misma forma como las representaciones de Dios y lo celestial son una expresión del ideal de paz y tranquilidad que se añora y no se alcanza.
Pero el dolor, el sufrimiento y el miedo en sus estados infernales extremos parecen tener mayor intensidad que la felicidad y la paz celestiales; o, al menos, es lo que parece en el arte. El infierno se ve más aterrador que placentero el Cielo, el cual solo ocasiona unas tenues sonrisas en las representaciones plásticas de sus ángeles. Pero en el diablo y los demonios, e incluso en los que por ellos son tentados, se perciben emociones más intensas. Es, por lo tanto, un particular acercamiento a las pasiones humanas a las que, por su naturaleza inefable e inaprehensible, solo se puede llegar por las representaciones de atormentados artistas.