Se vio obligada a parpadear varias veces para asegurarse de que aquello no era producto de su desbordante imaginación o estaba provocado por el cansancio, el hambre o un cúmulo de todo, ya que no podía creer lo que veían sus ojos. Sin embargo, no tuvo la suerte de que fueran figuraciones suyas y, sí, podía asegurar que tenía delante al empotrador de la noche anterior, al hombre que había estado a punto de besar y del que salió huyendo casi en el último segundo al darse cuenta de que no era un desconocido, sino todo lo contrario.
Sin embargo, ahí estaba, delante de ella, con un traje gris que, encima de su musculado cuerpo, podía quitarle a más de una el hipo e incluso la respiración, mostrándole esa sonrisa perniciosa que podría provocar más de un suspiro y achicando esos preciosos ojos azules que la observaban con guasa.
¡En su casa!
—Te lo ha dicho Kristen, ¿verdad? Si es que me la cargo... ¡¡Me la cargo!! —exclamó Sarah mientras se apoyaba en la puerta y negaba con la cabeza con resignación. ¡Su amiga estaba loca de remate! ¿Qué pretendía al traerle a ese hombre a su casa? Eso le pasaba por no contarle toda la verdad...
—¿Quién es Kristen? —preguntó haciendo que ella lo mirase con atención, tratando de averiguar si le decía la verdad.
Sus preciosos y cristalinos ojos no reflejaban nada y parecía que era sincero, como si realmente no asociara ese nombre a su entrometida y alocada amiga, aunque también podía ser un experto en la mentira, algo que no le extrañaría... De igual forma, ¿qué hacía delante de la casa de su tía?
—Vale, esto es muy raro y me está dando un poquito de miedo —susurró observando que por esa calle no pasaba ni un solo coche.
«Ay, madre mía, ¿y si es un acosador? Joder, tía, ¡¡ya podrías haber comprado una casa en el centro de Chicago y no en una calle tan tranquila!! Uf... Vale, relájate y..., ¡no sé!, disimula delante de él», pensó intentando aparentar seguridad en sí misma, aunque en esos momentos se sintiera fea, sucia, agotada, desconcertada y hambrienta, y no podía decir cuál de todas esas cosas ganaba por goleada.
—Si no te lo ha dicho Kristen, ¿qué haces aquí?
—Esa pregunta te la tendría que hacer yo —resopló Brian con dureza—. Vivo en la casa de al lado —indicó señalando la edificación estilo cabaña de color gris pizarra que se encontraba pegada a la suya, de color crema—. Me ha extrañado oír música que venía de esta casa y por eso me he acercado a ver si alguien se había colado sin permiso.
—Oh —susurró avergonzada, pues había pensado de todo menos esa opción. ¡Si es que su mente iba a mil por hora! Entonces... «¡Mierda! No-puede-ser... ¡¡Brian Hugles es mi vecino!!», se dijo mientras intentaba aparentar que ese descubrimiento no la afectaba—. Esta casa era de mi tía y acabo de mudarme...
—¿Eres una de las sobrinas de Sue? —preguntó visiblemente extrañado, haciendo que ella sonriera con timidez al oír el nombre de su tía y, sobre todo, saber que ésta hablaba de ellas incluso con su vecino.
—Sí... —dijo con un hilo de voz, para después deslizar los ojos hasta sus pies y encogerse de hombros, ya que la situación le parecía más que extraña y no sabía cómo reaccionar. «Joder, Sarah, ¡recuerda que anoche estuviste a punto de comerle la boca, y ahora...!», pensó intentando sonreír para ocultar lo que en realidad le pasaba por la cabeza—. Bueno, voy adentro a... bajar el volumen de la música —señaló haciendo que él asintiera conforme con la cabeza mientras la miraba con esos preciosos y azulísimos ojos que eran una más de sus armas de seducción, ésa y su pinta de chico serio y bueno, algo que ella temía sólo era apariencia.
—Claro —susurró Brian con seriedad, haciendo que Sarah asintiera mostrándole una sonrisa mientras daba un paso atrás.
Cerró la puerta y se apoyó en la misma. «¡Mierda, mierda y mierda! Grrrrrr», pensó con frustración, dándose cuenta de la mala suerte que tenía, había creído que ya no volvería a encontrárselo y ahora... ¡¡Ahora viviría a escasos pasos de él!!
Observó el interior de la casa y gimoteó agotada. Llevaba todo el día ahí metida, limpiando, tirando trastos, anotando todo lo que necesitaría comprar y adecentando la vivienda, que llevaba cerrada y sin que nadie fuera a asearla cinco largos años, y, tras tantas horas de duro trabajo, parecía que no había hecho nada. El timbre volvió a resonar haciendo que se sobresaltase para después abrir con miedo, pero esta vez sí era el repartidor de las pizzas y ella estaba tan hambrienta que le faltó poco para darle un abrazo. Pagó, cerró de nuevo la puerta y fue a apagar el equipo de música.
Se sentó en el sofá a comer con fervor una porción de pizza casi sin respirar —¡estaba famélica!—, mientras observaba aquel espacio donde había pasado tanto tiempo con su adorada tía, conversando sin cesar de multitud de temas, siendo más amiga que familia, viendo alguna película romántica juntas o desmenuzando el último libro que habían leído, mientras hablaban del romance de los protagonistas e incluso desgranando la historia delante de una taza de té. Añoraba tanto a su tía, ¡sobre todo en esos momentos tan duros y difíciles para ella! Sabía que Sue le habría dicho las palabras que necesitaba oír en una situación como la que estaba viviendo o la habría hecho sonreír, o simplemente la habría abrazado mientras le susurraba que todo saldría bien... Ambas siempre habían tenido un vínculo especial, y supuso que por esa razón le había dejado la casa a ella. Y menos mal que Sarah no la vendió en su día, algo que Carl la animó a hacer en más de una ocasión...
Tiró la caja de cartón vacía cuando se terminó la pizza y miró la cocina mientras hacía una mueca de frustración. Esa casa necesitaba mucho trabajo, muchas horas de limpieza, y sólo esperaba que al día siguiente fuera Kristen a ayudarla, si no, tardaría años en dejarla decente o por lo menos presentable. Apagó las luces mientras subía al dormitorio para entrar en el único cuarto de baño que había en el piso de arriba. Se quitó la ropa sintiendo que le dolía cada centímetro de su cuerpo y abrió el grifo del agua caliente para darse una ducha; sólo esperaba —y casi rogaba por ello— que la caldera estuviera bien. ¡Ni siquiera le había echado una mirada! ¿Y si no funcionaba?
—¿En serio? —bufó al ver que el agua seguía cayendo helada para después cerrar el grifo, ya que no hacía tanto calor como para darse una ducha fría, ponerse una sudadera y bajar hasta el sótano, donde estaba la caldera.
Titubeó delante de aquel aparato que más parecía una nave espacial que un sistema de calefacción, cogió el teléfono y buscó en el navegador cómo se ponía en marcha, pero, harta de dar vueltas y sintiendo que se estaba quedando helada, subió a la planta principal barajando la posibilidad de pedir ayuda a la única persona que conocía allí, a aquel hombre que había vuelto a aparecer en su vida después de tantos años...
«¡Estás loca, pero de remate!», exclamó para sí sabiendo que no tenía otra alternativa mientras se calzaba unas deportivas sin ponerse siquiera los calcetines y salía a la calle para dirigirse a casa de Brian.
Llamó al timbre sintiendo el airecillo fresco en sus piernas desnudas, intentando no pensar que sólo llevaba la sudadera y nada más... Al poco abrió su increíble y espectacular vecino, sudoroso y ligeramente fatigado, con unos pantalones cortos negros y una camiseta de manga corta azul celeste que se adhería con descaro a cada centímetro de su piel, a cada músculo perfectamente cincelado... Él le sonrió de esa manera que podría cambiar de lugar un estado si lo pretendía mientras se echaba el cabello hacia atrás, moviendo esos rizos que se encontraban humedecidos por el sudor y que lo hacían todavía más irresistible y tentador para cualquier mujer que tuviera ojos en la cara, algo que ciertamente ella tenía. Sin embargo, su reciente divorcio y el hecho de tener un pasado no muy amistoso con él simplemente la hacían inmune a ese hombre que sería capaz de enamorar a quien se propusiera.
—O no nos vemos en años o no paramos de hacerlo —señaló él al verla.
—Perdona que te moleste, Brian... —susurró intentando centrarse en lo importante y obviando su tono de suficiencia—. ¿Sabes poner en marcha una caldera? —preguntó mordisqueándose el labio inferior y logrando que él sonriera de esa manera tan terriblemente tentadora que hizo que Sarah resoplara con frustración.
«¡¡Venga ya!! Guapo, carismático, cuerpazo y con una sonrisa que podría salir en cualquier anuncio de higiene dental. Grrrr», pensó al observar con detalle a ese hombre que sabía que era un ligón en potencia. ¿Cuántos corazones habría roto sin darse cuenta? ¿Y cuántos siendo plenamente consciente? Sarah supuso que muchos, muchísimos, ese tipo de hombre no era de los que se enamoraban, sino, como bien le había dicho su amiga, de los que seducían para después salir indemnes de cualquier relación, y ella siempre había sentido rechazo por esa clase de hombres acostumbrados a coleccionar mujeres como si fueran cromos precisamente por esa razón, hasta incluso cuando...
—¿Me estás pidiendo ayuda, Sarah? —preguntó haciendo que ella saliese de sus pensamientos.
—Sí... —susurró mientras se miraba las manos e intentaba que él se diese cuenta de que no tenía otra opción—. Te agradecería mucho que le echaras un vistazo. Iba a darme una ducha y no sale el agua caliente —dijo observando cómo éste cogía sus llaves para cerrar la casa y ella dejaba escapar el aire que había retenido al comprobar cómo, al final, había accedido a echarle una mano.
—Vamos a verla.
Caminó a su lado mientras se bajaba la sudadera que se subía descaradamente hasta sus glúteos, observándolo de reojo. Daba igual lo que se pusiera y los años que habían pasado desde entonces, ese hombre destilaba control, seguridad y atracción, hiciera lo que hiciese... Entraron en la propiedad y se dirigieron al sótano, donde Brian comenzó a toquetear la caldera bajo la atenta mirada de Sarah, que trataba de aprender lo que debía hacer por si en otra ocasión le ocurría algo similar y así se ahorraba tener que tragarse su orgullo para llamar a su atractivo vecino.
—¿Por qué te fuiste corriendo anoche? —preguntó de repente, haciendo que ella contuviera la respiración, ya que no esperaba que le sacara a colación el casual encuentro.
«Ay..., ayayay», pensó dubitativa.
—Estaba borracha, muy borracha, ¡como una cuba! —exclamó, haciendo que él dibujara una pequeña sonrisa sin dejar de mirar un segundo la caldera—. No me tomes en cuenta lo que sucedió, y mucho menos lo que te dije de...
—¿Besarme? —soltó el muy canalla, haciendo que ella se mordiera las mejillas por dentro para frenar su reacción al recordarle el preciso momento en que se lanzó a hacer algo que jamás había hecho antes.
—Sí —dijo encogiéndose de hombros—. No era yo la que hablaba, sino el alcohol que llevaba en el cuerpo.
—Ya, porque era algo muy descabellado querer algo así conmigo, ¿verdad, Sarah? —soltó haciendo que ésta resoplara lentamente, pues sabía que le estaba echando en cara lo que sucedió en el pasado, cosa de la que no estaba especialmente orgullosa, pero ya había pasado mucho tiempo para recordárselo, ¿no?
—¿En serio me vas a soltar eso ahora? Tenía dieciocho años, Brian. A esa edad se hacen muchas estupideces, ¿o me dirás que tú no cometías tonterías a esa edad?
—Nunca he utilizado a una mujer para conseguir a otra —replicó haciendo que ella se encogiera de hombros y resoplara de nuevo, moviendo su flequillo con el aire expulsado.
—Pero parecía que las coleccionabas, chico —indicó como si con ello estuviese libre de culpa, tras lo que Brian la miró un instante con dureza para después seguir prestando atención a la caldera—. Aunque eso da igual, ya hiciste tú lo necesario para que todos los del campus supieran que no era de fiar, ¿no?
—Sólo avisé de cómo te las gastabas —repuso con dureza, haciendo que ella se irguiera y lo mirase con antipatía.
—¡Me parece increíble! Da la impresión de que todo lo que hagáis los hombres está bien hecho. Nos usáis, nos mentís, nos engañáis y..., ¡oye!, encima os tenemos que dar palmaditas en la espalda porque es de machos que nos vapuleéis a vuestro antojo. Pero, eso sí, que a una mujer no se le ocurra hacer lo mismo con vosotros, porque, si no, somos unas víboras que deberíamos arder en el infierno —bufó con resquemor, volcando en cierta manera en él la frustración que sentía por su reciente divorcio—. Sólo te acercaste a mí porque era la única chica que no suspiraba por ti, Brian, únicamente por eso, y yo me acerqué a ti para sacar provecho de tu popularidad. Podríamos decir que estamos en paz, pero, claro, parece ser que todavía te duele el hecho de que una novata no cayera rendida a los pies del chico más guapo de la universidad.
—Vaya, por lo menos reconoces que era el más guapo de la universidad —se jactó haciendo que ella alzara la vista al techo. ¡Menudo martirio de vecino le había tocado!—. No voy a discutir contigo por una cosa que pasó hace tantos años, Sarah. Sólo quería comprender la razón por la cual anoche te fuiste corriendo, aunque parece que eres tú quien no ha superado lo que ocurrió —masculló con seriedad haciendo que ésta parpadease, pues creía que Brian estaba enfadado con ella por lo que había ocurrido hacía tantísimos años y no por lo de la noche anterior.
«Ay..., ayayay. ¿Y cómo le voy a decir que me fui corriendo para no echarle la pota encima? Uf..., se va a creer que estoy tarada... Vale, Sarah, ¡disimula! Al fin y al cabo, es mejor dejar las cosas como están. Vais a ser vecinos y no íntimos amigos», pensó para luego alzar la cabeza y mirarlo con seriedad, dispuesta a no contestar a esa entrometida cuestión, que le daba vergüenza abordar.
—De verdad, no sé para qué he ido a pedirte ayuda —susurró con sarcasmo, haciendo que él negara con la cabeza mientras se agachaba para coger algo del suelo.
—Porque era el único que tenías cerca, o tal vez porque querías averiguar si seguía interesado en ti, ¿verdad?
—Pero ¿qué estás diciendo? —inquirió, pero en ese momento él le señaló el enchufe, que se encontraba suelto y no como debería, enganchado en la clavija de la pared, y abrió los ojos desmesuradamente al percatarse de lo que le ocurría en realidad a la caldera.
«¡Mierda!», pensó Sarah al no haberse fijado en algo tan obvio cuando había intentado arreglarlo ella.
—Ya veo —susurró Brian con guasa mientras la enchufaba y la caldera comenzaba a hacer ruido, cosa que la llevó a sonreír con alegría. ¡Iba a tener agua caliente!—. ¿Cómo tengo que interpretar todo esto, Sarah? —preguntó dando un paso hacia ella y haciendo que alzara la cabeza para mirarlo a esos ojos azules que chisporroteaban de ironía y peligro.
«Joder, qué alto es y que imponente. ¡Y menudos musculacos que le han salido en estos años! Anda, bonita de cara, espabila, que se te ve el plumero y, sí, es cierto que nunca te han atraído los tíos como él, pero... ¡cómo está el vecino!», pensó intentando aparentar una seguridad que en esos momentos no sentía y mucho menos cuando él la miraba con tanta intensidad y tan de cerca.
—¿A qué te refieres?
—Sólo llevas puesta una sudadera, y me apostaría a que debajo no llevas nada. Me pides que te arregle una caldera desenchufada y no paras de moverte nerviosa, haciendo que ese trozo de tela se suba todavía más por tus muslos... ¿Acaso ésta es tu manera de intentar seducirme, Sarah? —susurró dando otro paso hacia ella, lo que hizo que Sarah se irguiera mientras abría los ojos escandalizada por sus palabras—. ¿Quieres acabar lo que empezaste en la universidad? —soltó socarrón.
—¡Pero buenooooo, ya te gustaría a ti! —exclamó indignada, con lo que él dibujó una sexy sonrisa al ver cómo reaccionaba ante aquella absurda afirmación—. Gracias por venir a... enchufarme la caldera —añadió haciendo que él aprisionara con sus blanquísimos dientes su mullido labio. Ella supuso que lo hacía para no echarse a reír en su propia cara, algo que comprendía. Grrrrr.
Sarah dio entonces media vuelta y subió a la planta principal, dando por finalizada aquella tensa experiencia que esperaba no repetir jamás. «Si lo sé, ¡me ducho con agua fría! Y da igual que después hubiese cogido una pulmonía, seguro que habría sido más agradable que ver su gesto de burla y esa chulería que desprende con cada uno de sus movimientos. ¡Menudo creído! Como si todas las mujeres tuviéramos que besar el suelo por el que él pisa. Grrrr», pensó andando cada vez más rápido.
—Pues nada, que no te preocupes, que ya no te voy a volver a molestar más —añadió sin detenerse un segundo, y detrás de ella pudo oír un resoplido de él—. Imagino que tú también tendrás muchas cosas que hacer o alguna chica más que socorrer por el barrio —indicó abriendo la puerta de la calle casi en décimas de segundo mientras le mostraba una sonrisa y se bajaba el borde de la sudadera, todo casi a la vez.
—¿Me tienes miedo, Sarah?... —susurró Brian mirándola con sus burlones ojos azules.
—¿Por qué dices eso? ¡¡Por supuesto que no!! —replicó sin entender nada, pero éste simplemente sonrió para después dar un paso hacia ella, que Sarah contrarrestó al dar un paso atrás.
—Parece que los años no han pasado para ti, sigues siendo la misma remilgada que en el pasado.
—¡Y tú el mismo creído! —soltó ofendida—. Adiós —añadió sonriendo con educación, pues, al fin y al cabo, la había ayudado a tener agua caliente, aunque... ¡a qué precio!
Brian salió de su casa no sin antes mostrarle esa maldita sonrisa perniciosa y socarrona. Luego Sarah cerró la puerta y se encaminó al cuarto de baño pensando que no había sido buena idea pedirle ayuda, sobre todo cuando había sido tan sencillo arreglarlo. ¡Si es que era un despiste con piernas! ¿Cómo no se le había ocurrido comprobar que la caldera estuviese enchufada? Y su vecino... ¡¡Grrrr!! Estaba que echaba humo por las orejas, ¿cómo se había atrevido a pensar que ella lo había llamado para intentar seducirlo? ¡¡Ni en mil años se acercaría a Brian Hugles!!
Se quitó la sudadera y se metió en la ducha descargando toda la rabia que sentía en esa sencilla operación, para después gemir de gusto al notar el agua caliente sobre su piel, y poco le faltó para echarse a llorar ante ese placer tan cotidiano que había anhelado con desesperación, disipando, incluso, su enfado. Se duchó y se puso el pijama. Luego se sentó en la cama y se quedó observando la estancia. Aún no había podido quitar todas las cosas de su tía de los cajones, sólo había tenido tiempo para limpiar y cambiar las sábanas... Abrió el primer cajón de la mesilla, donde sabía que guardaba el libro que debía de estar leyendo y, al ver el ejemplar manoseado y envejecido por las veces que lo había leído ella e incluso Sarah, sonrió mientras lo cogía y deslizaba una mano sobre las letras del título: Orgullo y prejuicio, de Jane Austen. A continuación recorrió las hojas con las yemas de los dedos y se percató de que sobresalía un papel... Lo desdobló y vio una nota escrita por su tía:
A mi sobrina Sarah:
Que la vida te llene de amor, vivencias y locuras. Recuerda que el tiempo es efímero y la juventud lo es aún más, no cometas los mismos errores de tu tía y persigue todos tus anhelos sin pensar en nada más, sin que te importe otra cosa más que tu propia felicidad...
Te quiere,
SUE
Estrujó la nota mientras frenaba las lágrimas al recordar a su querida tía y esa petición que le hacía, tan parecida a sus aspiraciones. Dejó el libro con la nota en la mesilla y se metió en la cama, apagó la luz y cerró los ojos, sin pensar en nada más que en descansar. No obstante, las palabras de Sue la hicieron reafirmarse en su deseo de vivir intensamente y olvidarse para siempre del amor. No podía ni siquiera pensar en volver a caer en esa trampa que la había dejado hueca. No iba a volver a pasar por eso. Para después, y casi solapándose un pensamiento con otro, obligarse a no darle vueltas al hecho irrefutable de que vivía al lado de un conquistador nato, un rompecorazones, un empotrador, para ser más exactos: Brian Hugles, ese chico que tenía a toda la universidad suspirando por él, a toda menos a ella. Sin embargo, poco le había faltado para besarlo...
Tampoco era tan grave que viviera en la casa de al lado, ¿no? En Detroit, sus vecinos eran prácticamente unos desconocidos; lo de ese día era algo puntual, no significaba nada. Que vivieran el uno pegado al otro no quería decir que tuvieran que verse todos los días... Es más, se prometió a sí misma no volver a recurrir a él para nada y centrarse en vivir, en nada más, y, con esa decisión tomada, se quedó profundamente dormida.