Helena Araújo
Escritora y crítica literaria
(1934-2015)

Para poder escribir tendría que rebelarse.

Helena Araújo, la hija de los diplomáticos, la que había vivido en lugares cosmopolitas, la que se había educado en Estados Unidos, sentía escozor cada vez que escuchaba la expresión «gente bien». No sólo porque le parecía que en ella se condensaba todo lo rancio de la alta sociedad bogotana, sino porque sabía que esa era la clase a la que ella pertenecía. Y que la limitaba. Y eso le generaba náuseas. Sabía también que para poder escribir, para poder ejercer con libertad la vocación que desde muy niña le había abierto los ojos, tenía que desmontar un andamiaje ancestral que solamente esperaba de ella que se casara con un buen partido.

Pensó que tal vez podría negociar con sus carceleros. Tal vez si se convertía en una criatura híbrida mitad madre mitad narradora, unas partes esposa y otras partes crítica literaria, podría ser capaz de encargarse tanto de los compromisos sociales de su hogar como de sus estudios de Filosofía. Dio a luz a cuatro hijas y, mientras amamantaba a la segunda, escribió su primera novela, The Misfit, que fue rechazada por editores gringos que le aconsejaron que escribiera en su lengua materna. Entonces comenzó a escribir notas de periodismo en Bogotá, pero chocó con todo aquello que se esperaba de ella. ¿Por qué una mujer que tenía un buen hogar quería abrirse camino en lo profesional? No era como si necesitara el dinero. ¿Qué tipo de desviación escondía esa ambición? Como ella misma lo recuerda en una entrevista que le hicieron Olga Cristina Turriago e Ignacio Ramírez:

 

El sexo, el cuerpo, la política, el tema social eran prohibidos para jóvenes madres de familia como yo. [La sociedad bogotana] no cree en la mujer sino en función de la maternidad. Yo quería escribir viviendo, vivir escribiendo, pero estaba metida en una sociedad asfixiante.

 

Y el costo de tomar una bocanada de aire fue altísimo.

Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de rebeldía? Si pensamos en la historia literaria de Colombia, podríamos acopiar una lista de nombres masculinos, en donde tal vez el que más se ajusta a ese arquetipo sea el de Gonzalo Arango (1931-1976). El poeta antioqueño —extravagante, irreverente e insurrecto— no sólo consolidó a los nadaístas como movimiento de vanguardia local, sino que se hizo célebre al robarse hostias, sabotear congresos y manifestarse en contra del bipartidismo. Sin embargo, para una mujer como Helena Araújo (nacida sólo tres años después de Arango), la rebeldía no se traducía en tanta pirotecnia. Para una mujer escritora, en la Colombia del siglo XX, ser rebelde consistía en manifestar abiertamente una vocación y querer ejercerla.

Entiendo que las comparaciones no sólo son odiosas, sino que también pueden llegar a ser falaces. Pero me parece interesante hacer el ejercicio de cotejar los actos de rebeldía de un escritor cuya carrera y legado se consolidaron gracias a ese impulso de incendiar una sociedad conservadora y asfixiante versus los actos de rebeldía de una mujer que solamente deseaba escribir y que encontró esa posibilidad en el exilio. Porque mientras Gonzalo Arango realizaba manifiestos en contra del catolicismo y de la Academia de la Lengua, a finales de la década de los sesenta, Helena Araújo enfrentaba un juicio ante la Corte Eclesiástica por ser incapaz de parir un hijo varón. Y mientras los poetas nadaístas manifestaban en la plaza pública su inconformidad con la burguesía, Helena Araújo expresó el deseo de separarse de su esposo, lo que la llevó a ser recluida en un sanatorio mental en Barcelona y ser separada de sus hijas, como lo cuenta la poeta Beatriz Vanegas Athías en su texto «Una no nace mujer», reseña biográfica y literaria sobre la escritora y crítica bogotana.

Muchos años después, con la publicación del libro Esposa fugada y otros cuentos viajeros (2009), estas experiencias traumáticas se convertirían en material literario, como se ve en los cuentos «El tratamiento» y «Esposa fugada». Allí, las protagonistas padecen las desventajas de un sistema médico y legal que favorece la mezquindad de sus maridos. Y este es un rasgo que atraviesa toda su narrativa. Como bien lo mencionan las críticas Paloma Pérez y Claudia Ivonne Giraldo, la obra de Araújo busca «denunciar las inequidades y sometimientos de las mujeres».

Fue sólo al llegar a Suiza, en 1971, cuando pudo soltar ese corsé conservador, bogotanísimo, que la mantenía en su lugar, y brotó la literatura:

 

Gota a gota va saliendo la vivencia y ese hablar mezclado con el cuerpo, porque el cuerpo fue negado tantos años, y por eso los problemas de columna vertebral y por eso los problemas de las cervicales, todo ese andamiaje tieso de Bogotá que tenemos muchas bogotanas nos viene de ahí, del convento, de la negación del cuerpo, de la frigidez de años.

 

Se sacudió. Y de esa voluntad de liberarse salió su primer volumen de cuentos, La «M» de las moscas, un compendio que aún hoy sorprende por su afán de experimentar con las formas.

En una entrevista con María Clemencia Sánchez, Helena Araújo reflexiona ampliamente sobre la decisión del exilio: «Me pregunto una vez más si los escritores no somos exiliados de todos modos». Desde niña, confiesa, sentía un fuerte sentimiento de desarraigo que le sirvió como motor para mantenerse alerta frente a las ridículas convenciones sociales que le imponía su clase. «Yo no creo que el exilio sea geográfico. Yo creo que es una situación de engranaje que se vive por dentro». Y aunque su obra literaria está compuesta por novelas como Fiesta en Teusaquillo (1981) y Las cuitas de Carlota (2003), en donde la alta sociedad bogotana está puesta en el centro del universo literario, su relación con el país y con la ciudad fue algo que siempre le causó un fuerte cuestionamiento:

 

En Colombia el régimen patriarcal y religioso nos enfrenta a la disyuntiva de obedecer y someternos o sufrir las consecuencias en forma de castigo. Debíamos elegir entre pagar el precio de la rebeldía o soportar el peso de la opresión. Como mujer, como autora, es tiempo de que me pregunte: ¿esa tierra donde se me censuraba constantemente era acaso mía?

 

Pero Helena Araújo no sólo se atrevió a reconocer su deseo y ejercerlo, sino que en su camino como lectora —primero como ávida exploradora de la biblioteca de sus padres y luego como estudiante de Filosofía y Letras— descubrió la obra de muchas otras mujeres latinoamericanas que, al igual que ella, estaban intentando crear en un campo que parecía limitarse sólo a los varones. Justamente ese lugar que se abrió como crítica literaria feroz es el que más me interesa explorar en este ensayo, pues en esos textos académicos se atisba el pensamiento lúcido de una grandísima lectora.

Enseñó un curso de literatura enteramente escrita por mujeres latinoamericanas en la Universidad de San Diego y dedicó gran parte de su carrera como crítica literaria e intelectual a preguntarse, al igual que Virginia Woolf en Un cuarto propio, si habría alguna manera de escapar de «un lenguaje de factura masculina, que me resultaba a la vez falseado y castrador». Estas preguntas las consignó en su libro La Scherezada criolla (1989), una compilación de textos críticos y conferencias que resulta iluminadora para cualquier estudioso de la literatura latinoamericana. En el volumen de ensayos que comprenden La Scherezada criolla, Araújo traza una genealogía de escritoras latinoamericanas tan diversas en regiones y tiempos que consigue abarcar desde la peruana Mercedes Cabello de Carbonera (1842-1909) hasta la chilena María Luisa Bombal (1910-1980), la barranquillera Marvel Moreno (1939-1995) y la mexicana Margo Glantz (1930-). Por medio de estos ensayos, Araújo compila su propio canon, el canon de la subversión, en donde lee con cuidado la obra de los nombres femeninos de la literatura del continente como un acto consecuente con sus propios planteamientos: «Sí. Es tiempo de que el discurso femenino deje de ser marginalizado o considerado con relación a un núcleo semántico dominante».

Para la bogotana, las escritoras latinoamericanas merecen el «sobrenombre kitsch» de Scherezada, pues tienen que «narrar ficciones e inventar ficciones en carrera desesperada contra un tiempo que conlleva la amenaza de la muerte», como lo explica en el ensayo que le da nombre al libro. Araújo señala que estas escritoras han escrito «sintiéndose ansiosas y culpables de robarle horas al padre o al marido. Han escrito siendo infieles a ese papel para el cual fueran predestinadas, el único, el de madre. Escribir, entonces, ha sido su manera de prolongar una libertad ilusoria y posponer una condena», idea que podría leerse a la luz de las traumáticas experiencias que vivió antes de poder dedicarse enteramente a la literatura. Sin embargo, y como lo expone la crítica norteamericana Mary Louise Pratt en su libro Los imaginarios planetarios (2019), el camino académico que escogió Araújo tampoco era fácil:

 

Quienes investigan la literatura de mujeres se enfrentan habitualmente a los mismos desafíos. El archivo de la literatura femenina tiene que ser escudriñado y sacado a la luz, «des-cubierto», literalmente, en un proceso que se ha desarrollado con creciente impulso desde los años 70. Hoy es difícil recordar que hasta los años 80, salvo por unas pocas figuras, las escritoras no habían tenido espacio en el estudio y la enseñanza de la literatura de América Latina. Los enfoques feministas eran desdeñados por críticos de todas las corrientes, desde los esteticistas a los estructuralistas, pasando por los marxistas. En los congresos universitarios, las mujeres académicas difícilmente conseguían tomar la palabra para plantear preguntas, y mucho menos daban ponencias o proponían temas de discusión.

 

Bajo ese contexto, y en un campo en el que aún pensadoras que trenzan el feminismo y la literatura como Joanna Russ —autora del lúcido Cómo acabar con la escritura de las mujeres (1983)— o Donna Haraway —autora del Manifiesto cyborg (1984)— son leídas minoritariamente, no resulta extraño que la obra crítica de Araújo no haya tenido mayor resonancia.

En el camino de escribir este libro, de des-cubrir a aquellas mujeres colombianas que fueron lo suficientemente valientes como para dinamitar sus confines y vivir acorde a sus deseos, me resulta en particular emocionante leer las ideas de Helena Araújo. Uno de los ensayos que más ilumina mis propias búsquedas es «Escritura femenina». Allí, tal vez echando mano de su propia experiencia biográfica, plantea que las mujeres que deciden transgredir las convenciones sociales, aquellas que se muestran autónomas o que se niegan a ser madres, son fuertemente castigadas. A pesar de esto, la vocación creadora es mucho mayor, y aquellas que se atreven a escribir lo hacen desde su propia subjetividad, hablando desde su cuerpo. Para la bogotana, la escritura es una actividad bastante riesgosa para las mujeres pues «decir cuerpo es decir deseo, y en la sociedad patriarcal la mujer no sobrevive sino bajo la prohibición del deseo». La mujer que escribe sería una mujer que se abre un camino solitario dentro del lenguaje, dejando de lado el destino biológico que la sociedad le habría impuesto.

¿De qué hablamos cuando hablamos de rebeldía? En un agudo trabajo que une sus lecturas, su bagaje intelectual y sus propias vivencias, Helena Araújo pareciera estar redefiniendo esta categoría: la mujer que asume la escritura es una que se reivindica «en una expresión insurrecta». Y el llamado es claro. No basta con conquistar un cuarto propio. Es hora de crear un discurso propio; una nueva escritura femenina.

En estos últimos años se ha puesto de manifiesto una idea sesgada de lo que podría ser esa escritura femenina. Para algunos editores, se trata de un subgénero de literatura de factura muy regular, consumido únicamente por mujeres, y que busca representar una idea de lo femenino como una fantasía edulcorada de consumo de zapatos y de hombres exitosos en igual cantidad. Para muchos críticos varones, por otro lado, se trata de cualquier obra literaria hecha por una mujer y que es de una calidad dudosa sin remedio, pues trata temas «menores». Sin embargo, lo que plantea Helena Araújo en este ensayo no sólo pone en evidencia el sexismo que habita detrás de esos prejuicios, sino también su falta de creatividad. Para ella, la escritura femenina es necesariamente subversiva; propia de a quien se le ha dicho que no puede transitar ese camino: «Resonante y porosa, capaz de transmitir emoción sin trabajos, incandescente, indivisa, naturalmente creadora».

El llamado a crear un nuevo lenguaje, capaz de dar cuenta de la experiencia femenina, aparece también en el ensayo «Feminismo en plazas, letras y siglas». Allí Araújo hace un recuento de las múltiples maneras en las que las mujeres sufrimos distintas violencias de género en Latinoamérica y cómo los movimientos feministas resisten. Sin embargo, para ella el trabajo político no resultará suficiente hasta que las mujeres no encontremos una gramática propia, un discurso femenino:

 

Todo parece indicar que si hay cambio, este no sólo provendrá de una toma de conciencia, sino de una ruptura con estereotipos de la vida social, familiar, hasta del lenguaje mismo. ¿Acaso no perduran en ideas y palabras discriminaciones sexuales?

 

Y es justo en esa idea en donde confluyen su obra literaria y su obra crítica. Como lo notan Paloma Pérez y Claudia Ivonne Giraldo, «Helena Araújo no concibe poetizar sin politizar». Son sus cuentos y sus novelas el lugar desde el que experimenta, dobla las formas y estalla el discurso para intentar encontrar maneras de narrarse, o, como bien lo expresó: «[Soy] una Helena Araújo que buscaba desde siempre maneras de ser libro».

Un libro, bien lo sabía, hecho para un público inteligente y sagaz, compasivo, capaz de entender los obstáculos que tiene que enfrentar una mujer que se pone en riesgo cuando se escribe a sí misma.

 

¿Para qué público escribo? ¿Para qué público escribimos? Para el público que soporta nuestra rebeldía.

 

Bibliografía

Araújo, Helena. La Scherezada criolla: ensayos sobre escritura femenina latinoamericana. Bogotá: Centro Editorial Universidad Nacional de Colombia, 1989.

_________. La «M» de las moscas. Bogotá: Ediciones Tercer Mundo, 1970.

_________. Las cuitas de Carlota. Barcelona: March Editor, 2003.

_________. Esposa fugada y otros cuentos viajeros. Medellín: Hombre Nuevo Editores, 2009.

Giraldo Gómez, Claudia Ivonne. «Se escuchan las cuitas de Carlota». El Colombiano, 29 de octubre de 2006.

Páez Escobar, Gustavo. «Helena Araújo, la gran ausente». El Espectador, 20 de febrero de 2015.

_________. «El exilio voluntario de Helena Araújo». El Espectador, 4 de mayo de 1990.

Pérez Sastre, Paloma y Claudia Ivonne Giraldo. «Helena Araújo». Semana, n.o 1224 (12 de marzo de 2005).

Pratt, Mary Louise. Los imaginarios planetarios. Madrid: Aluvión Editorial, 2019.

Ramírez, Dora Cecilia. «La Scherezada criolla». Boletín Cultural y Bibliográfico, vol. XXVII, n.o 21 (1989): pp. 116-118.

Ramírez, Ignacio y Olga Cristina Turriago. Hombres de palabra. Bogotá: Editora Cosmos, 1989.

Sánchez, María Clemencia. «Exilio: Entrevista a Helena Araújo». Lingüística y Literatura, vol. 32, n.o 60 (julio - diciembre de 2011): pp. 245-254.

Vanegas Athías, Beatriz. «Una no nace mujer». El Meridiano de Sucre, 29 de diciembre de 2012.

Woolf, Virginia. Un cuarto propio. Buenos Aires: El Cuenco de Plata, 2013.