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ÉRASE UNA VEZ, EN EL MUNDO DE LOS VECTORES, un profesor de Matemáticas, Don Trígono. Su imagen era la típica de un profesor de mates: gafas de montura metálica, traje marrón y peinado cortinilla de lado para disimular la calvicie... Sin embargo, Don Trígono no era un profe de mates normal y corriente.

Se puede decir que era uno de los peores profes del mundo. En efecto, su mente escondía una oscura obsesión.

Las pelotas.

Las odiaba profundamente.

Sin duda, te preguntarás de dónde le venía esa extraña fijación con los objetos esféricos.

Nuestra historia empieza cuando Don Trígono era todavía un niño. Nos olvidamos a menudo de que los profes también fueron niños, ¡pero la mayoría lo fueron!

Es muy fácil saber si, de mayor, un bebé ejercerá de profesor, porque nace con el ceño fruncido, ese típico gesto de reprobación.

 

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Ya desde su cuna, el bebé Trígono contaba los elementos del móvil que colgaban sobre su cabeza. Poco después, usó la pasta de letras (¡sí, la de la sopa!) para escribir complejas ecuaciones matemáticas en la pared. Sus padres entendieron que iba a ser profesor de Matemáticas en el momento en que empezó a ponerles deberes de álgebra.

 

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Un día, con solo 10[1] años, el futuro profesor Trígono sufrió un terrible accidente: una bola golpeó su cabeza.

Pero no fue una bola cualquiera.

 

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En la historia de las bolas, esta es una de las más grandes y pesadas. No en vano, está hecha de acero y se balancea desde una grúa para derrumbar edificios.

¡PIM! ¡PAM! ¡PUM!

Ya sabes lo aburrido que es un profe de mates, así que no te sorprenderá saber que el pequeño Trígono no tenía tiempo para juguetes, juegos o cualquier cosa divertida. No, este niño amante de las matemáticas solo pensaba en tablas de multiplicar, números primos, fracciones, ecuaciones cuadráticas, trigonometría y… ¡la división larga!,[2]lo más temido para la mayoría de nosotros, gente normal.

Una tarde lluviosa, el pequeño Trígono volvía a casa después de la reunión del Club de Mates, ¡el club de actividades extraescolares más aburrido del mundo! El pequeño Trígono era, de hecho, su único miembro. Otros rivales potentes que también aspiraban a obtener el título de club extraescolar más aburrido del mundo eran:

 

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Ese día, en el Club de Mates, el pequeño Trígono aprendió todo sobre el número pi, también conocido como π o 3,14. Pi es aún más aburrido de lo que parece, y eso que suena superaburrido. Es una constante matemática, la relación entre la circunferencia de un círculo y su diámetro.[3]

¿Ya te has quedado dormido?

¡ZZZZ! ¡ZZZZ! ¡ZZZ! ¡ZZZZ!

Si es así, ¡buenas noches! Si no, sigue leyendo...

 

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Al ver una enorme bola de acero, el pequeño Trígono tuvo que comprobar todas esas chorradas de diámetro y circunferencia. Mientras buscaba la regla en su estuche, no se percató de que la enorme bola de acero se dirigía directamente hacia él a gran velocidad.

 

F I U U U U U !

 

Su objetivo era derrumbar un viejo bloque de pisos que estaba justo detrás del club, pero golpeó al niño en la cabeza. Con fuerza. Con mucha fuerza.

 

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El pequeño Trígono despertó al cabo de una semana. Estaba en el hospital con la cabeza vendada y muy dolorida.

—¡AY! —gritó—. ¡Cómo me duele la cabeza!

El pequeño llevó durante seis meses una venda que parecía más bien un pañal.

—¡JA! ¡JA! ¡CARAPAÑAL! —se reían los demás niños.

—¡GRRRRRR! — gruñía él.

 

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Desde ese fatídico día, Trígono detestaba todo lo redondo. Le recordaba los terribles golpes de esa gran bola de acero.

 

¡CLONK!

 

Trígono creció y se convirtió en profe de mates, pero una cosa lo volvía loco: en la imagen, donde enseñaba, había pelotas, pelotas y más pelotas. Y cada una le recordaba el peor día de su vida.

 

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Pelotas por aquí. Pelotas por allá. Pelotas por todos lados. En el patio de recreo rebotaban pelotas de todo tipo, de fútbol, de tenis, e incluso de ping-pong.

¡BOING! ¡BOING! ¡BOING!

 

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Cuando veía una pelota, los ojos se le salían de las órbitas, su cara se transformaba por el furor, sus gafas se empañaban, y los pocos pelos que le quedaban se le ponían de punta.

—¡PELOTAS! — gritaba Don Trígono mientras echaba espuma por la boca.

Su cólera era tan grande que puso carteles de advertencia por toda la escuela imagen. En cada pared, puerta, ventana…

 

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* Esta última regla fue difícil de hacer cumplir, a pesar de que, como profesor de Matemáticas, sabía exactamente qué cubría ese radio de 100 kilómetros en un mapa (usando su brújula y su regla, por supuesto).

 

Don Trígono confiscaba todas las pelotas. Luego, las guardaba bajo llave en su armario especial para pelotas situado al final de un largo pasillo, al lado de su aula. El letrero decía:

 

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Con los años, Don Trígono había almacenado cientos y cientos de pelotas de todos los tamaños, y se quedaba sin espacio.

Si algún alumno se atrevía a preguntarle: —¿Puede devolverme mi pelota, señor? El profesor sonreía para sus adentros antes de responder: —¡Por supuesto, niño!

 

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—Gracias, señor.

—Un momentito, por favor.

Pero entonces Don Trígono buscaba la pelota en el armario y la pinchaba con un compás que tenía escondido en la mano.

¡PFUUUUUU!

El aire se escapaba como un pedo perezoso.[4]

 

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—¡Aquí la tienes! —decía Don Trígono, devolviéndole la pelota desinflada con una sonrisa.

Pero Don Trígono no tuvo bastante con confiscar hasta la última pelota de la escuela; fue más allá. Ahora, cualquier cosa esférica estaba en su lista negra. Recorría toda la escuela, confiscando todo lo que era redondo.

Canicas.

 

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—¡PELOTAS! ¡SON MÍAS!

Una pelota saltarina que escondía un alumno.

¡BOING!

—¡PELOTAS! ¡LAS CONFISCO!

 

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imagenUn caramelo en la boca del jardinero…

—¡PELOTAS! ¡Escúpela!

imagenEl globo del aula de Geografía…

—¡PELOTAS! ¡LAS PELOTAS ESTÁN PROHIBIDAS EN LAS INSTALACIONES DE LA ESCUELA!

Un guisante de aspecto sospechoso del comedor.

—¡PELOTAS! ¡ESTE GUISANTE NOS PODRÍA ESTAR VIGILANDO!

Un collar de perlas alrededor del cuello de la directora, la Sra. Formal…

imagen—¡PELOTAS! ¡DIRECTORA! ¡PELOTAS! ¡USTED DEBERÍA SABERLO MEJOR QUE NADIE! ¡PELOTAS!

¡Fue una

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Todo le iba sobre ruedas a Don Trígono, lo cual era sorprendente para él, que odiaba todo lo que rodaba.

Las cosas alcanzaron su punto álgido el día en que un niño llamado Rolando, que tenía una cabeza bastante redonda, fue el foco de toda la furia del profesor:

 

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—¡Pero, señor! —protestó Rolando—. ¡No es culpa mía si mi cabeza es redonda! ¡Nací así!

—¡NO HAY PEROS QUE VALGAN, NIÑO! ¡TÚ Y TU CABEZA ESTÁIS CONFISCADOS!

Y el profesor Trígono levantó al niño y se lo llevó bajo el brazo por el pasillo para meterlo en el armario.

 

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¡SQUISH! ¡SQUASH! ¡SQUEESH!

¡CLING!

¡TOC! ¡TOC! ¡TOC!

—¡DÉJEME SALIR! —gritó el chico—. ¡POR FAVOR! ¡TENGO EXÁMENES!

—¡NO HASTA QUE TU CABEZA TENGA UNA FORMA CUADRADA! ¡PELOTAS!

Eso fue el detonante para los alumnos de la Escuela imagen. Todos enfurecieron contra Don Trígono al ver a su amigo Rolando encerrado en el armario. ¡Tenían que acabar ya con su tiranía!

La niña más revolucionaria de toda la escuela se llamaba, casualmente, Rebelde. Su visión particular del uniforme escolar estaba a la altura de su nombre...

 

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Rebelde decidió organizar una reunión secreta con todos los niños de la escuela. No se admiten profes. Durante una clase, le susurró al oído a su mejor amiga: —Quedamos en el parque después de clase. ¡Pásalo!

Y el mensaje fue pasando de un niño a otro.

Pronto, el mensaje quedó totalmente distorsionado:

— Quedamos en clase, después de todos.

— La escuela se queda, y después el parque.

— Toque de queda en clase, y después en el parque.

Sin embargo, tan pronto como sonó el timbre al final de las clases...

¡RIIING!

...un río de niños fluyó hacia el parque.

Rebelde se subió a lo más alto de la estructura de trepar para dirigirse a sus compañeros. La niña era revoltosa por naturaleza y habló con una energía que inspiró a quien la escuchaba.

 

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—¿Estáis hartos de que el señor Trígono confisque todas nuestras pelotas? —gritó.

 

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—¡SÍ! —vitoreó la multitud.

—¿Queréis rescatar a Rolando del armario de las pelotas?

—¡SÍ!

—¿Todos queremos vengarnos del Sr. Trígono?

—¡SÍ!

—¿Estáis conmigo?

—¡SÍ!

Rebelde expuso su plan. Era bastante brillante, pero solo funcionaría en la escuela imagen, con la colaboración de todos los niños, y tendría que ser perfecta.

Esa tarde, todos los niños salieron del parque entusiasmados con lo que pasaría al día siguiente.

 

 

Al día siguiente, el timbre sonó a la hora del almuerzo.

¡ R I I I N G !

Los niños y las niñas salieron al patio, con el profesor Trígono al acecho, como siempre.

—¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! —murmuró para sus adentros. Sus ojos se movían rápidamente para interceptar alguna.

imagenRebelde dio la señal y los alumnos iniciaron la imagen de su plan. Un grupo de niños comenzó a jugar al fútbol. Otro grupo, a jugar al críquet.imagen Otros jugaron al jóquey, tenis, bolos, ping-pong o incluso billar.

Jugaron a cualquier juego imaginable con una pelota.

Tan ruidosa y bulliciosamente como pudieron.

—¡GOL!

—¡JUEGO, SET Y PARTIDO!

imagen—¡PASA LA PELOTA!

Salvo que… imagen

¡Ni una!

¡Cientos de niños y niñas participaban en una increíble estratagema! ¡Todos fingían jugar con pelotas! Por supuesto, Don Trígono no estaba al corriente de ese plan. ¿Cómo iba a saberlo? El profe veía a todos los niños corriendo detrás de una pelota, dando patadas a una pelota, lanzando una pelota, golpeando una pelota, apuntando una canica. La cuestión era que... ¡¡¡no podía ver una sola pelota!!!

 

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imagenDon Trígono, enrabiado, explotó como un volcán.

La cara se le puso roja como un tomate.

Sus oídos echaron humo.

Los ojos se le salieron de sus órbitas.

—¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! —gritó una y otra vez. Al final, vociferó: — ¿QUÉ SIGNIFICA TODO ESTO?

¿Qué significa qué, señor? —preguntó Rebelde inocentemente, mientras se acercaba a él.

—Toda la escuela está jugando con... —apenas podía balbucear— P-P-P-P-P-¡PELOTAS!

—Lo sé, Don Trígono. ¡Es realmente increíble que todos se salten sus reglas!

—Lo sé. Lo sé. Lo sé. ¿No pueden leer los letreros? ¡Allí! ¡Allí! ¡Allí! ¡Allí!

Como un poseso, señaló los cientos de letreros que había colocado por todo el patio.

 

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—¿Quizás necesite poner más letreros, señor? —sugirió Rebelde con una sonrisa de satisfacción.

—¡NO! ¡NO! ¡NO! —rugió—. Claro que estos pequeños gamberros han visto mis letreros! Lo que pasa es que hoy no puedo ver una sola pelota. ¡PELOTAS!

—¿Qué, señor? —dijo Rebelde con cara incrédula.

—¿DÓNDE ESTÁN LAS PELOTAS?

—¿Quiere decir que no las ve? —preguntó con una expresión cándidamente burlona.

¡NO! estalló.

—Eso es muy extraño, porque hay pelotas por todas partes, señor.

¡PELOTAS!

¿DÓNDE?

— preguntó.

 

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—¡Mire señor! ¡Ahí hay una! —dijo, señalando a la nada.

Los ojos penetrantes de Trígono siguieron su dedo.

—¡No puedo ver ninguna! ¡PELOTAS!

—¡Y otra! ¡Y otra! ¡Y otra!

¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¿DÓNDE? ¿DÓNDE? ¿DÓNDE?

—¡ALLÍ! ¡ALLÍ! ¡ALLÍ! —respondió Rebelde—. Las pelotas van tan rápido que casi no se ven. ¡Vaya a por ellas, seguro que atrapa una!

Don Trígono le dio su maletín de cuero a la niña y respiró hondo.

—¡COGE ESTO! — ordenó.

—¡Con mucho gusto, señor!

El profe empezó a correr alrededor del patio, gritando:

 

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—¡DOS A CERO! —dijo un niño.

—¡FUERA! —gritó otro.

—¡STRIKE! —gritó un tercero. Don Trígono parecía un perro persiguiéndose la cola.

imagenimagenIba a la izquierda.

Iba a la derecha.

Iba hacia delante.

Iba hacia atrás.

Daba vueltas y vueltas en círculos.

imagenimagenIncluso saltó en el aire para interceptar una pelota imaginaria.

¡UFFF!

Luego, se tiró al suelo para evitar que otra rodara.

¡PAF!

Saltó sobre una mesa de ping-pong para parar una tercera.

¡PUM!

La mesa no soportó su peso.

Se rompió…

¡CRACK!

...y se desplomó con Don Trígono encima.

 

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Ahora estaba rodando por el suelo.

—¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! —murmuró para sus adentros, una y otra vez, como si se hubiera vuelto majara.

—¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS!

El timbre sonó al final del almuerzo.

¡RIIING!Tratando desesperadamente de contener sus risas, todos los niños recogieron sus pelotas imaginarias, antes de irse a clase.

—¡JE! ¡JE! ¡JE! —se le escapaba a alguno de ellos.

—¡Adiós, señor! —gritó Rebelde—. ¡Espero que encuentre sus ¡PELOTAS! Este comentario provocó ataques de risa entre sus compañeros y compañeras: —¡JA! ¡JA! ¡JA!

—¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! —siguió murmurando Don Trígono.

 

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Una ventana se abrió en el edificio de la escuela. La Sra. Formal asomó la cabeza y gritó: —¡TRÍ-GO-NO!

 

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—¿Sí, PELOTAS? Quiero decir, ¿Sí, señora directora?

—¡No le pago un dineral para que se tumbe en el suelo! ¡Arriba, hombre! ¡ARRIBA! ¡ARRIBA! ¡ARRIBA!

El señor Trígono se levantó. —Lo siento mucho, señora directora. ¡PELOTAS!

—¡Eso espero! ¡Ahora a clase! ¡En seguida! Y deje de decir «pelotas».

—¡PELOTAS! Quiero decir: sí, ¡PELOTAS!

Todos los niños contemplaban la escena con satisfacción, pegados a las ventanas.

Ahora llegaba la imagen de su plan.

Mientras Don Trígono, todavía mareado, se tambaleaba por el patio vacío, Rebelde dio la orden:

 

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Todos arrojaron desde las ventanas las pelotas que habían escondido en secreto en la escuela esa misma mañana.

Pelotas de fútbol, pelotas de baloncesto, pelotas de tenis, pelotas de ping-pong, de softball y todo tipo de pelotas aterrizaron en el patio.

¡BOING! ¡BOING! ¡BOING!

Rebotaban alrededor de Don Trígono. Algunas incluso cayeron sobre su cabeza.

¡BONK! ¡BONK! ¡BONK!

—¡PELOTAS! — bramó. El profesor Trígono pensó que tenía alucinaciones y extendió la mano para agarrarlas.

—¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS!

Cogió algunas en sus manos, pero había demasiadas para llevárselas todas. Con cara de loco, iba metiéndose las pelotas de fútbol en los pantalones, las de tenis bajo el jersey, las de críquet debajo de los brazos, una de baloncesto debajo de la barbilla y una docena de pelotas de ping-pong en la boca.

Don Trígono, que parecía un muñeco inflable, cruzó el patio.

—¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! —repetía mientras corría hacia el edificio.

Por supuesto, se dirigía a su armario especial, donde guardaba bajo llave todas las pelotas confiscadas. El armario ya estaba a reventar, más aún con el pobre Rolando de cabeza redonda encerrado dentro.

—¡RA-TA-TA!

—¡AYUDA! ¡DÉJEME SALIR! ¡YA HAN PASADO DOS DÍAS Y TODO LO QUE HE COMIDO ES UNA VIEJA PELOTA DE TENIS MOHOSA! —gritó el chico.

Don Trígono buscó su llave y abrió la puerta.

—¡OH! ¡GRACIAS A DIOS! exclamó Rolando—. ¡Me deja salir!

—¡No! —espetó Trígono—. Estoy poniendo más… ¡PELOTAS!

 

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Trígono logró contener a Rolando y el muro de pelotas para guardar aún más pelotas.

—¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS! ¡PELOTAS!

Ahora el armario estaba a punto de explotar.

Las cabezas de los niños asomaron fuera del aula justo cuando Don Trígono apoyaba la espalda contra la puerta del armario para cerrarla. Necesitó todas sus fuerzas.

—¡HUUUUUUH!

Finalmente, logró cerrar la puerta y contener las pelotas. El profe sonrió alegremente.

—¡PELOTAS! se dijo a sí mismo.

Entonces, el armario crujió bajo la presión.

¡CRACK!

—¿Señor? —gritó Rebelde desde el pasillo.

—¡PELOTAS! Quiero decir, ¿qué?

—¡Solo una más, señor!

E hizo rodar una pelota de playa gigante hacia él.

¡ROOOOO!

Ansiosamente, el profesor Trígono se abalanzó sobre ella.

—¡PELOTAS! ¡TE TENGO!

Luego, abrió la puerta del armario para encerrar esta última con las demás, lo que fue un grave ERROR.

Tan pronto como abrió la puerta, miles de pelotas (y Rolando) salieron a propulsión.

 

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¡ B O O M !

Rodaron por el pasillo.

¡BOING! ¡BOING! ¡BOING!

Fue una avalancha de pelotas. Don Trígono fue arrastrado. Los niños cerraron las puertas y miraron a través del cristal mientras el pasillo engullía a su profesor de Matemáticas. Rolando logró encaramarse a unas taquillas.

 

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Estaba a salvo. —¡HURRA! — gritaron todos.

— Han pasado dos días. ¡Necesito ir al baño! —dijo Rolando mientras el profe pasaba por su lado.

¡OHHHH!

—¡PELOTAS! —gritó Trígono.

Las pelotas lo arrastraron escaleras abajo, atravesaron las puertas y salieron al patio.

—¡AYUDA! gritó Trígono.

Toda la escuela miraba desde el edificio principal, pero no había nada que pudieran hacer.

 

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—gritó Don Trígono mientras era arrastrado hacia fuera de la escuela. Rodó por el camino y por toda la carretera hacia las afueras de la ciudad. Las pelotas se perdieron a lo lejos, llevándose al profesor Trígono con ellas.

No se supo nunca nada más del profesor de Matemáticas. A partir de ese día, en la Escuela imagen los alumnos pudieron practicar todos sus juegos de pelota. Pero también se sentían tristes.

¿Por qué?

Porque realmente echaban en falta hincharle las pelotas a su profesor...

 

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Al fin y al cabo, ¿a qué vas a la escuela, si no?