DÍA 13 - 1.ª ACTUALIZACIÓN

Nos dirigimos hacia su fortaleza y les hice un porrón de preguntas. Yo, que hasta hace no tanto era un animal normal y corriente, sin problemas, y ahora hacer preguntas me parece perfectamente natural. ¿Qué es un clan? ¿Vienen todos de la Tierra? ¿Por qué llevan la misma armadura?

Efectivamente, vienen de la Tierra, lo que los convierte en terránicos. Al parecer, como yo nací en Aetheria, soy aetheriano (aunque yo creo que es una forma educada de llamarme «PNJ»). En cuanto a su armadura negra, es el uniforme oficial de la Legión Perdida. Su armadura. Hace poco que han conseguido los materiales necesarios para confeccionar una para cada miembro de la Legión Perdida, o casi.

Por supuesto, atraíamos muchas miradas por la calle. Pero es que es normal: Hurión es muy bajito, carga con una espada gigante y tiene el pelo blanco y rojo. Lila maneja un arma con forma de bastón que yo ya había visto antes. Y Leonardo estaba muy alterado y hablaba muy alto. Pero, a pesar de que ellos eran extranjeros, yo debía de ser el que más llamaba la atención.

Una aldeana me miró fijamente y me dijo:

—¡Vete!

Un niño se me acercó corriendo.

—¡Mi casa ha sido destruida por monstruos como tú!

—¡Aquí no queremos monstruos! —gritó un anciano.

Llevaba un montón de zanahorias en los brazos.

Circulen —les dijo Hurión—. Si se meten en nuestros asuntos, se están metiendo en los asuntos del alcalde. Este gato es nuestro protegido.

No sirvió de mucho.

¿«Gato»? ¡¿A eso lo llamáis «gato»?!

—¡Da igual lo que sea, seguro que está lleno de pulgas del vacío!

No, eso no es cierto —dijo Leo—. ¡Lo he comprobado! ¿Qué pasa? ¡Las alas se pueden usar en al menos tres recetas de artesanía!

¡Largo de aquí!

—¡Nunca volveré a venderles nada a los legionarios!

—Ignóralos —murmuró Hurión—. Sigue andando. Hay que evitar a toda costa que se produzca cualquier… incidente.

Leo se giró hacia nosotros.

—Sí, es que ya hemos tenido algunos en el pasado —dijo—. Ayer, ese…

No iba mirando por dónde iba y chocó con un aldeano cargado de zanahorias, que salieron volando en todas direcciones.

—¡P-perdón! —dijo Leo, y luego le dio unas cuantas esmeraldas al aldeano. Este, con el ceño fruncido, señaló a Leo con el dedo y abrió la boca. Antes de que empezara a hablar, Leo le dio una poción roja.

—¡Tome, tome! —le dijo.

Aquello solo consiguió enfadar aún más al aldeano.

—¡No entiendo cómo seguimos aceptando a gente como vosotros en la aldea! ¡Desde que llegasteis, los ataques de los monstruos son mucho peores!

¡Perfecto! —repuso Leo mientras le tendía el doble de esmeraldas, una poción azul y un rubí.

—Creéis que podéis limitaros a…

Un grito lejano interrumpió al anciano. Un grito tan fuerte que todo el mundo se giró hacia el lugar de donde provenía.

Era el tipo de las cejas. Estaba dándole órdenes a gritos a un aldeano que construía una casa. Mientras colocaba la puerta, debía de haber cometido un error, porque el tipo malvado de las cejas, presa de la cólera, había arrancado la puerta de los goznes y, como si de un arma se tratase, golpeaba con ella el muro de la casa. A cada golpe que daba, gritaba.

Primer golpe: «Hijo de un minero de nubes…».

Segundo golpe: «… Hijo de un corredor de tempestades…».

Tercero: «… con un balde vacío…».

Cuarto: «… SOBRE UN PUENTE DE GRAVA…».

Al quinto, la puerta estalló en pedazos: «HI-HI-HI… HI-HI… ¡¡¡HIJO DE UN JINETE DE BARRILES DE PÓLVORA…!!!».

De repente, Hurión comprendió lo que yo había querido decir cuando lo llamé «tipo malvado de las cejas».

—Ahuequemos el ala —dijo—. Se le ve todavía más raro y más enfadado que de costumbre, y no tengo ganas de ocuparme de él ahora mismo. Pero ningunas ganas nivel gúgol.

—¿Qué es un gúgol? —preguntó Leo.

—Un número muy alto.

—Ah.

Nos largamos corriendo.

Después de ver cómo me trataban los aldeanos, estaba casi contento de que aquella gente hubiese venido a buscarme salvarme. Pero muy contento.

Su fortaleza estaba bajo tierra. Tras bajar un montón de escalones, recorrimos una gigantesca red subterránea, dejando túneles a izquierda y derecha. Cada túnel tenía su cartel: «TÚNEL 74», «TÚNEL 75», etc. A veces, en el túnel principal, veíamos carteles donde ponía «fortaleza perdida» y «por aquí», señalando la dirección que seguíamos nosotros. Aquello me recordaba al Inframundo.

—Creo que no he visto una cueva tan grande en mi vida —comenté.

—Es una mina —precisó Lila—. Y sí, los túneles son bastante grandes, ¿eh? Toda esta piedra debe de haber salido de alguna parte…

—El pasillo principal antes era un barranco subterráneo —explicó Hurión—. Eso facilitó mucho la vida a los aldeanos. Solo tuvieron que excavar túneles adicionales.

Leo se giró a mirarme.

—Queríamos construir una fortaleza para la Legión Perdida —explicó—, y Lucía pensó que sería buena idea que estuviera bajo tierra, así resultaría un escondite perfecto para los pardillos en caso de ataque.

—¿Quién es Lucía?

—Nuestra arquitecta —contestó Lila—. Es una experta de la construcción y siempre tiene la última palabra. Esta es su obra.

Lila señaló un enorme panel con un mapa de los túneles que los rodeaban,

Las líneas blancas onduladas representaban las escaleras que volvían a subir a la superficie. Las partes azul oscuro correspondían a un material llamado «cuarzo negro». Los mineros (sobre todo aldeanos) habían encontrado mucho recientemente. Como la obsidiana, el cuarzo negro era difícil de extraer. No había una sola herramienta en Villaldea capaz de romper aquellos bloques. Y aunque la hubiese, solo habría sido una pérdida de tiempo extraerlo, porque el cuarzo negro no tenía apenas valor. No servía para ninguna receta de artesanía y era casi tan resistente a las explosiones como un bloque de tierra: así que tampoco servía para construir cosas. En resumen, el cuarzo negro era la plaga de los mineros.

(Que conste que yo no soy ningún experto, todo esto me lo explicó Leo.)

—Ah, ¿y ves este túnel? —me preguntó.

Señaló el mapa y luego un túnel a la izquierda, más alejado, en la arteria principal.

—Es el túnel 77. Tiene una ramificación que se llama 77b, pero ha sido clausurada porque por aquí hay un torreón. Así que no vayas nunca en esta dirección, ¿vale?

Pestañeé.

—¿Un torreón?

(Sí, aquella se parecía un poco a todas las conversaciones que había tenido últimamente: alguien empleaba una palabra o una frase que yo no entendía, como «torreón», y yo la repetía en forma de pregunta.)

—Son lugares peligrosos —contestó Hurión—. Casi todos subterráneos y siempre llenos de monstruos. Ya me imagino que, siendo un gato, saldrás a husmear de vez en cuando, pero no vayas allí, ¿vale?

Vale. ¿Qué es eso? —pregunté, señalando un signo de interrogación que había en el mapa.

—Sigue siendo el barranco —dijo Lila—. Sigue por ahí. Los mineros todavía no han explorado más allá del signo de interrogación, pero no creo que tarden. Han extraído hasta el menor bloque de mineral que había aquí.

¡Vamos! —exclamó Leo—. ¡Ya casi estamos! Bueno, no es gran cosa, pero hay fosos de lava. Era fácil de hacer, hay un lago de lava cerca de aquí. Ah, y tenemos un gólem para entretenernos. Es como un monstruo, porque se mueve y reacciona. Pero no hace nada. Todavía no tenemos trampas, pero pronto habrá.

Hurión había mencionado que la fortaleza seguía en construcción. Y, en efecto, no parecía terminada. Pero era la casa más guay que había visto hasta entonces. Esto…, la fortaleza más guay, perdón.

Los legionarios estaban diseminados por todo el patio. Algunos construían cosas. Otros cargaban con grandes bloques rojos, peligrosos, según Lila. Otros atacaban a una especie de monstruo gigante de madera.

Era obvio que todos se preparaban para el combate.

—¡Bienvenidos a Fuerte Pardillo! —exclamó Leo—. El comedor está a la izquierda, y tu habitación, en la última planta. Lila te lo enseñará todo. Ah, e intenta acostarte pronto. Todavía no hemos averiguado cómo encantar las puertas para que dejen de hacer tanto ruido, y hay gente muy cascarrabias.

Se giró hacia Hurión al final de la frase.

¡Ven! ¡Tenemos que mejorar nuestras habilidades! ¡Hace días que no subimos de nivel! ¡Chaíto!

Y se alejó con un gesto de la mano.

Hasta luego, Billy —me dijo Hurión antes de seguir a Leo.

Me volví hacia Lila.

—¿Leo es… siempre así?

—Tiene un arma nueva, por eso está de tan buen humor —contestó ella con una sonrisa—. Bueno, te presentaré a Estefi y luego te enseñaré tu habitación.

Me condujo al interior de la fortaleza. Dentro, todo era de los mismos colores que sus armaduras, es decir, negro o gris oscuro con detalles rojos y blancos. Los colores de su clan. Había bloques de obsidiana estratégicamente colocados para que contrastaran con los de cuarzo blanco. Los miembros de la Legión Perdida tenían el privilegio de poder volver a aquel refugio cómodo y lujoso tras pasar largas jornadas defendiendo las murallas o explorando los alrededores. No era raro oler el aroma de los platos embrujados que se servían en el comedor, preparados por Estefi, que tenía una puntuación muy alta en cocina.

Dejé escapar un hipido.

—¡Hala, ¿sabes cómo me llamo?! Lo digo porque ella me llamó «Baltasar» hace un rato.

Lila se encogió de hombros.

No es fácil quedarse con tantos nombres. Hay tantos novatos… Hemos estado muy liados últimamente.

Es verdad… —confirmó Estefi examinándome con atención—. Y voy a tener que empezar a buscar recetas nuevas. ¿Has probado el pez-globo?

¿«Probado»? —repetí—. ¿No querrás decir «devorado»? De hecho, me preguntaba si no te quedaría alguno.

Es una pena, pero solo me queda uno —contestó Estefi tendiéndome el manjar—. Son difíciles de hacer. Pero no te preocupes, me pondré con recetas de pescado más sencillas.

—¿Cómo es que cocinas tan bien?

—Porque soy cocinera. Es mi clase.

¿Clase? ¿Eres alumna?

Estefi se echó a reír.

—No. « Clase » es otra forma de decir «oficio» o «profesión». Como soy cocinera, puedo fabricar alimentos y platos que otra gente no sabe hacer.

—Todo el mundo tiene una clase aquí —dijo Lila—. Yo también. Soy maga.

La cosa se complicó aún más cuando Estefi retomó la palabra.

—Algunos tenemos dos clases. Puedes tener hasta ocho, pero la verdad es que es mejor centrarse en una al principio.

—Ah.

No entendía nada de nada.

(Por aquel entonces, yo no sabía ni lo que era una espada.)

Estefi volvió a sus fogones.

—Ups, mis tartas están listas, me voy.

Me hizo un gesto con la mano.

—¡Encantada de conocerte, Billy!

Seguí a Lila fuera del comedor; subimos unas escaleras, atravesamos un pasillo donde nos cruzamos con un chico malhumorado y llegamos a mi habitación.

Al contrario que el resto de la fortaleza, era muy sencilla. Se trataba de un cuarto de 5 × 5 bloques de piedra gris, sin moqueta, amueblado con una cama y una silla.

—Podría enseñarte el resto de la fortaleza, pero algo me dice que preferirás explorarla tú solo, como eres un gato y tal…

Miró a su alrededor.

—Puedes decorarla como te apetezca.

Entré en la pequeña habitación y husmeé a mi alrededor. Nunca había dormido en una cama, así que me preguntaba qué efecto produciría.

¿Y ahora? —pregunté.

—Duérmete una siesta —contestó Lila—. Kolbert vendrá a verte cuando pueda. ¿Tienes preguntas? O…

Seguía en el marco de la puerta, pero yo apenas la oía ya, porque me estaba quedando dormido. Me sentía bastante cansado. Después de todo, la noche anterior solo había dormido once horas. O quizá doce.