
Bruce Harold Lipton (1944), nacido en Estados Unidos, es doctor en Biología Celular por la Universidad de Virginia en Charlottesville (1971). Entre 1973 y 1982 ejerció como profesor de Anatomía en la Facultad de Medicina de la Universidad de Wisconsin, donde además desarrolló diversas investigaciones centradas en el desarrollo muscular y publicó varios artículos en revistas científicas. Más tarde llevó a cabo estudios pioneros de epigenética en la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford que lo llevaron al convencimiento de que la carga genética de una persona no sólo no determina las condiciones biológicas en las que se va a desarrollar, sino que ni siquiera es el factor condicionante fundamental. Es autor de varios libros, como La biología de transformación (La Esfera, 2016) y el bestseller La biología de la creencia (La Esfera, 2016), por el que se hizo conocido a nivel internacional y en el que explica que los genes y el ADN no controlan nuestra biología, sino que es el ADN el que está controlado por las señales procedentes del medio externo celular, entre las que destacan los poderosos mensajes que provienen de nuestros pensamientos. La conclusión más relevante es que podemos ser «dueños de nuestro destino» si reeducamos nuestra forma de pensar. Es un cambio de paradigma, de víctima a protagonista: «Nos han hecho creer —dice Lipton— que el cuerpo es una máquina bioquímica controlada por genes sobre los que no podemos ejercer ninguna autoridad. Eso implica que somos víctimas de una situación. No elegimos estos genes, los recibimos al nacer y ellos programan lo que sucederá. Cuando crees que los genes controlan tu vida tienes una excusa para considerarte una víctima». Bruce Lipton ha participado en diversos documentales, como Heal (2017) junto a Deepak Chopra, Michael Beckwith, Joe Dispenza o Gregg Braden, y también en programas de radio y televisión, cursos y talleres, además de tener una intensa actividad como conferenciante.
1. No somos víctimas de nuestra genética.
Dice Bruce Lipton: «Me enseñaron que los genes controlan la vida, que en ellos se inscriben todas nuestras capacidades y características, pero es falso. En verdad es el ADN el que está controlado por el medio externo celular». ¿Qué significa eso de manera más concreta? Hablar de célula es hablar de vida. Los seres humanos somos la suma de miles de millones de células en el cuerpo que realizan todas aquellas funciones que son imprescindibles para nuestra existencia. De manera gráfica podríamos decir, con palabras de Lipton, que «las personas somos células con piernas». El ADN es controlado por señales que vienen desde fuera de la célula, incluyendo los mensajes energéticos (positivos y negativos) de nuestros propios pensamientos. Es decir, lo que condiciona a todo organismo vivo es su entorno «físico» y «energético». El ambiente en el que vivimos (entorno físico) y nuestros pensamientos (entorno energético) influyen decisivamente en nuestra salud y felicidad. El mejor ejemplo es una conocida investigación en el campo de la epigenética liderada por Michael Meaney de la Universidad McGill en Montreal (Canadá) acerca de cómo el cuidado materno podía modificar el desarrollo cognitivo de las crías de ratón, así como de la capacidad de hacer frente a situaciones de estrés. En el experimento participaron dos grupos de hembras de ratón: unas eran muy maternales y las otras no tanto. Se pusieron a sus crías junto a ellas y luego se intercambiaron. Los ratones que se criaron con madres menos afectuosas, fueran o no biológicas, mostraron las mismas modificaciones del ADN del cerebro que sus cuidadoras y se mostraron más vulnerables ante situaciones de estrés.
2. Los estudios que empecé hace cuarenta años demuestran que las células cambian en función del entorno, esto es lo que llamamos epigenética.
«Según el entorno y como tú respondes al mundo —asegura Lipton—, un gen puede crear treinta mil diferentes variaciones.» Por tanto, somos algo más que unos genes. El prefijo epi significa «por encima»; esto es, epigenética quiere decir «más allá de genética». Escribe Lipton: «Yo trabajaba con las células en los años sesenta y un experimento que hice cambió mi forma de ver el mundo. Cogí tres grupos de células y las puse en tres placas, y cambié el medio de crecimiento y los componentes del medio ambiente en cada una de ellas. Luego verifiqué que en una de las placas se formó hueso; en otra músculo, y en otra, células liposas. ¿Qué fue lo que controló el destino de cada una de ellas si eran genéticamente idénticas? Los genes no lo controlan todo, es el ambiente. El ser humano es el que controla, dependiendo de cómo lee el ambiente, de cómo su mente lo percibe. No estamos limitados por nuestros genes, sino por nuestra percepción y nuestras creencias». Thomas Jenuwein, del Instituto Max Planck, explica qué es la epigenética de manera muy ilustrativa: «La diferencia entre genética y epigenética puede compararse con la diferencia que existe entre escribir y leer un libro. Una vez que el libro ha sido escrito (los genes o la información almacenada en el ADN), será el mismo en todas las copias [...]. Sin embargo, cada lector podría interpretar la historia del libro de forma diferente, con sus diferentes emociones [...]. De una forma similar, la epigenética permitiría diferentes interpretaciones de un molde fijo y que darían lugar a diferentes lecturas, dependiendo de las condiciones variables en las que se interprete el molde». Científicamente, la epigenética se define como el estudio de las modificaciones en la expresión de los genes que no obedecen a una alteración de la secuencia del ADN. Más coloquialmente, la epigenética hace referencia a cómo los factores ambientales —el medio externo— y los estilos de vida influyen en la expresión de determinados genes.
3. Cambiar nuestra manera de vivir y de percibir el mundo es cambiar nuestra biología.
Diríamos que «somos lo que vivimos y pensamos». El entorno y nuestra respuesta a ese entorno configuran quiénes somos. Desde pequeños aprendemos a vernos como nos ven y a valorarnos como nos valoran. Lo que escuchamos y vivimos da forma a nuestra identidad para bien y para mal. Vemos el mundo no como es, sino como somos. Y esa forma de interpretar el mundo determina cómo actuamos y lo que conseguimos. Esto debe llevarnos a reflexionar con cuidado acerca del entorno en el que vivimos (cómo nos influye) y también el ambiente que generamos (en los demás). El poder del medio y el contexto ha sido estudiado por Eric Nestler, director del Instituto del Cerebro de la Escuela de Medicina Monte Sinaí de Nueva York, quien ha demostrado cómo las vivencias emocionales pueden producir cambios que afectan a rasgos fisiológicos y conductuales tanto en sentido positivo como negativo. Nadie es inmune al poder del entorno en el que vive por mucho que quiera; somos producto del entorno en el que vivimos. El entorno ejerce una fuerza sutil que nos arrastra hacia una determinada forma de pensar, sentir y actuar. El contexto nos impulsa o nos reprime, puede sacar lo mejor de una persona o reprimir su potencial. Por eso, muchas veces para cambiar de vida basta cambiar de entorno.
4. Somos víctimas de nuestras creencias.
Las creencias están incrustadas en lo más profundo de nuestro inconsciente; determinan toda nuestra vida. El inconsciente es un procesador de información un millón de veces más rápido que la mente consciente y utiliza más del 95 por ciento del tiempo la información ya almacenada desde nuestra niñez como referencia. Por eso, cuando decidimos algo conscientemente, como por ejemplo ganar más dinero, si nuestro subconsciente contiene información de que es muy difícil llevar un buen nivel de vida o que el dinero es algo poco espiritual, no lo conseguiremos. Hay barreras inconscientes que nos limitan. Nuestra vida es siempre una proyección visible de nuestro inconsciente: lo que te funciona bien en la vida son esas cosas que el inconsciente te permite que funcionen; por el contrario, lo que requiere mucho esfuerzo son esas cosas que tu inconsciente no apoya. La conclusión es obvia: o gobiernas tu inconsciente o tu inconsciente te gobierna a ti. La clave está en la reprogramación del inconsciente, en cambiar todos esos patrones negativos que nos limitan por otros positivos que nos estimulan. El origen de todo cambio es un cambio de creencias. La base del desarrollo personal pasa siempre por entender qué son las creencias, cómo funcionan y ser capaces de modificarlas.
5. El efecto «placebo» y el efecto «nocebo» son el más clásico ejemplo del poder de la creencia.
Si pienso que una pastilla me puede curar, me la tomo y me encuentro mejor. ¿Qué me ha sanado? La creencia. Es el efecto «placebo» que funciona en sentido positivo, es decir, la mejora o incluso cura que experimenta un enfermo después de ingerir una sustancia inocua o someterse a una intervención sin ningún valor terapéutico. Está demostrado que entre el 25 y el 50 por ciento de los enfermos mejora, o incluso se cura, después de tomar sustancias que no tienen ningún efecto en sus enfermedades pero que ellos creen que sí. En un estudio dirigido por Lon Schneider, de la Universidad de Carolina del Sur, entre 728 pacientes mayores de sesenta años y con cuadros depresivos, se le dio a la mitad de ellos un tratamiento con pastillas de un antidepresivo conocido como sertralina mientras que a la otra mitad se le suministró un placebo de aspecto similar. A las ocho semanas había mejorado el 45 por ciento de los enfermos en el grupo de tratamiento activo y el 35 por ciento de los pacientes que ingirieron placebo. Pero, al igual que existe el efecto «placebo» que explica cómo los pensamientos positivos afectan a nuestra biología, también existe el efecto «nocebo» sobre el poder de los pensamientos negativos en nuestra salud y en nuestra vida: si crees que algo te hará daño, acabará por hacerte daño.
6. Los pensamientos positivos son un imperativo biológico para una vida feliz y saludable.
Los efectos «placebo» y «nocebo» muestran el poder de la creencia sobre la salud y el cuerpo. La pregunta es: ¿cuál es el mecanismo que explica esta relación? Las reacciones químicas que se producen en nuestro organismo, en concreto, en nuestras células. La química que provoca la alegría y el amor hace que nuestras células crezcan y la química que provoca el miedo hace que las células mueran. Esto es de vital importancia porque —como señalábamos líneas atrás— hablar de seres humanos es hablar de vida celular. La célula es la unidad de la vida. Las células son los pilares del ser humano, ya que las células —óseas, sanguíneas, nerviosas, musculares, adiposas, epiteliales— realizan tres tipos de funciones imprescindibles para la vida:
1. Nutrición: correspondiente a la incorporación, transformación y asimilación de los alimentos.
2. Relación: vincula al ser vivo con el medio externo y comprende la elaboración de las respuestas correspondientes a los estímulos captados del entorno.
3. Reproducción: es el proceso de formación de nuevas células a partir de una célula inicial (célula madre).
Por eso Lipton dice: «Los pensamientos pueden curar más que la medicina. La ciencia más reciente indica que el cuerpo responde a la física cuántica, no a la newtoniana. La mente es energía. Cuando piensas transmites energía, y los pensamientos son más poderosos que la química. Esto es un inconveniente para las empresas farmacéuticas, porque si se aceptara este postulado no podrían vender sus productos». Y también: «Las propias creencias se convierten en un campo energético, una transmisión, y ésta se transforma en una señal que es capaz de cambiar el organismo. Así es como funcionaba la sanación antes del desarrollo de la medicina. La gente sanaba con los chamanes, con las manos y otros medios; pero eso no vende, por eso las empresas farmacéuticas no quieren ir por ese camino. Saben que el pensamiento positivo, el placebo, puede sanar, y también que el pensamiento negativo puede matar».
7. Existen dos mecanismos de supervivencia, el crecimiento y la protección, y ambos no pueden operar al mismo tiempo.
Dicho de otro modo: o creces o te proteges. Esto es: o vivimos una vida basada en el amor (confianza) o vivimos una vida basada en el miedo (desconfianza). En el primer caso hay atrevimiento, en el segundo se busca la seguridad. En el primer caso hay prosperidad, y en el segundo caso hay pobreza. ¿Por qué? Porque los procesos de «crecimiento» requieren un intercambio libre de información con el medio, y eso es todo lo contrario a lo que hace la «protección», que realiza el cierre completo del sistema, se aísla. Sin intercambio de información con el entorno no hay evolución ni, por tanto, crecimiento. Es como un niño pequeño al que se le aísla de todo y no tiene contacto con sus padres, otros chavales y el resto del entorno: no evoluciona, no crece. El talento se expande a medida que se relaciona con otras personas, contextos y circunstancias. Cuando decimos que una persona «tiene mucha vida» lo que queremos decir es que es rica en experiencias, más sabia, que ha crecido como ser humano. Eso sólo es posible si uno se atreve a experimentar cosas.
8. Para prosperar necesitamos buscar de forma activa la alegría y el amor, y llenar nuestra vida de estímulos que desencadenen procesos de crecimiento.
Está comprobado científicamente que cuando estamos entusiasmados y apasionados por algo —un proyecto o un reto— los procesos creativos y de inteligencia se expanden. Es decir, crecemos y avanzamos. Y también sucede en sentido inverso. Una respuesta de protección mantenida inhibe la producción de energía necesaria para la vida. Además, esa actitud no sólo inhibe los procesos de crecimiento sino que hace que las hormonas del estrés supriman la actuación del sistema inmunológico, que no es otro que el sistema de defensa de nuestro cuerpo contra las amenazas para nuestra salud. Según Lipton, «menos del 10 por ciento del cáncer es heredado, es el estilo de vida lo que determina la genética». Nuestra felicidad y nuestra salud se expanden o contraen según nuestra disposición (actitud) mental. El mayor aliado del ser humano es el amor; el miedo, nuestro mayor enemigo.
9. Nuestro cuerpo (salud) y vida (felicidad) pueden cambiar si reeducamos nuestras creencias y percepciones limitadoras.
Las percepciones que formamos durante los primeros seis años de nuestra vida, cuando somos una esponja y el cerebro recibe la máxima información en un mínimo tiempo para entender el entorno, nos afectan para siempre. Las creencias inconscientes pasan de padres a hijos. Los comportamientos, actitudes y creencias que observamos en nuestros padres se graban en nuestro cerebro y controlan nuestra biología el resto de la vida, a menos que aprendamos a reprogramarlas. Y aquí es donde hay buenas noticias: podemos reprogramar nuestro inconsciente y nuestra forma de percibir la realidad. No es sencillo, como nada que merezca la pena, pero es posible. Es un proceso que exige conciencia (reconocer), constancia (esfuerzo) y paciencia (tiempo). Lo primero es ser consciente de que hay algo que cambiar, y para ello nada como mirar los resultados de nuestra vida; lo segundo es trabajar aquellos aspectos que queremos potenciar a través de la visualización, las afirmaciones o el cambio de entorno, entre otras herramientas; y lo tercero es la paciencia, sin renunciar hasta que los frutos vayan floreciendo.
10. Si cambiamos las percepciones que tenemos en el inconsciente, cambiará nuestra realidad.
Reprogramar el inconsciente es la solución a nuestros problemas y a nuestra vida. El inconsciente son nuestras creencias, que no son innatas sino aprendidas, e igual que las hemos aprendido, las podemos desaprender y reemplazar por otras. Al reprogramar las creencias y percepciones que tenemos acerca de cómo son la felicidad, la paz, la abundancia, las relaciones o el mundo, podemos conquistarlas. O como ya hemos puesto por escrito otras veces citando al doctor Wayne W. Dyer: «Cuando cambiamos nuestra forma de mirar las cosas, las cosas que miramos cambian». Tus creencias acerca de si el mundo es un lugar seguro o peligroso; si los seres humanos son bondadosos o crueles o si los demás pretenden colaborar o hacerte daño van a determinar cómo enfrentas toda tu vida y, por tanto, las experiencias que vives. Lo que proyectas, atraes. Somos campos de atracción, imanes que generamos nuestras propias experiencias a nivel inconsciente: no es lo que quieres lo que atraes sino aquello que sientes como verdadero.