BRENÉ BROWN

Brené Brown (1965) es una escritora, profesora e investigadora estadounidense en la Universidad de Houston y profesora visitante de la Universidad de Texas en la Austin McCombs School of Business. Durante las últimas dos décadas se ha dedicado a estudiar temas relativos a la vulnerabilidad, el coraje, la vergüenza y la empatía. Es autora de cinco bestsellers de The New York Times, entre los que destacan Los dones de la imperfección (Gaia, 2019), Más fuerte que nunca (Urano, 2016) y El poder de ser vulnerable (Urano, 2016), este último resultado de seis años de investigación sobre la vergüenza y la empatía, cuyo objetivo era desarrollar una teoría que explicara qué es la vergüenza, cómo actúa y cómo cultivamos nuestra resiliencia ante la creencia de que «no somos suficientemente buenos». En junio de 2009 dio una charla TEDx en Houston con el título «El poder de la vulnerabilidad», que está entre las cinco charlas más vistas de la historia de TED y que ha recibido cerca de cincuenta millones de visionados. También en 2019 salía al mercado el documental Sé valiente, con la propia Brené Brown como protagonista, en el que analiza lo que se necesita para elegir el coraje (acción) sobre la comodidad (miedo). Su trabajo le ha merecido diversos reconocimientos, y la revista Woman la eligió como una de las mujeres más influyentes de 2009.

1. La conexión es nuestra razón de ser. Es lo que da sentido a nuestra vida.
Decía la madre Teresa de Calcuta que «la pobreza más terrible es la soledad y la sensación de no ser amado». Hemos sido diseñados para estar en contacto con otras personas. Las relaciones —los vínculos personales— son una fuente ingente de recursos cognitivos (conocimientos, técnicas, herramientas, logística...), pero, sobre todo, de recursos emocionales (afectos). Y dado que la conexión (sentirnos queridos y aceptados) es lo que da sentido a nuestra vida, a las personas nos preocupa mucho que esa conexión no se produzca o pueda romperse. De ahí nace la vergüenza. Las personas pensamos que, si los demás saben o ven algo de nosotros que podría no gustarles, nos rechazarán. La vergüenza nos lleva a intentar ocultar nuestras sombras —y dar la sensación de ser perfectos (invulnerables)— para ser aceptados y queridos. Esa vergüenza es universal, la tenemos todos salvo las personas que no tienen ningún tipo de empatía por los demás: los psicópatas. Lo que sustenta esta práctica es la creencia de que «no soy lo suficientemente bueno». Esto es: «No soy suficientemente atractivo», «no tengo suficiente estatus» o «no gano suficiente dinero». La vergüenza nos protege, pero a un coste demasiado elevado: la falta de autenticidad (ser uno mismo). Y la falta de autenticidad siempre es causa de infelicidad. La vulnerabilidad está indisolublemente unida a la autenticidad. Sólo permitiéndonos ser vulnerables podemos ser auténticos.

2. Hay una variable que produce esa conexión: la vulnerabilidad. Para poder conectar con otros tenemos que «dejarnos ver de verdad».
Para que exista una conexión verdadera con otra persona hay un requisito previo: vulnerabilidad. No puede haber conexión auténtica sin vulnerabilidad. Es como dar un abrazo a alguien a distancia, sin abrazar de verdad, sin sentir. Nadie diría que ese tipo de abrazo es un abrazo. Cuando no aceptamos la vulnerabilidad como algo «normal», estamos huyendo de nosotros mismos, y al huir de nosotros mismos también huimos de los demás. No nos comprometemos emocionalmente porque significa dejar al descubierto nuestras carencias, y eso nos hace sentir desprotegidos. Pero si no hay compromiso emocional, sólo se puede alcanzar un nivel superficial de conexión con los demás. Sin implicación emocional no puede existir amor. Implicarse emocionalmente supone desnudarse, dar acceso a nuestra intimidad. Por eso, en más de una ocasión se ha dicho que «un amigo es aquel que sabe todo sobre ti, y aun así sigue siendo tu amigo». La amistad —el grado máximo de conexión emocional— no es otra cosa que un intercambio de intimidades. Brown escribe: «La vulnerabilidad es la esencia de todas las emociones y sentimientos. Sentir significa ser vulnerable». La invulnerabilidad —dar la sensación de ser perfectos— lleva a ocultar sentimientos (de miedo, duda, necesidad, dolor, amor...) a costa de renunciar a ser nosotros mismos, y ésa es la peor derrota. Además, ocultar emociones —que no es otra cosa que una forma de cobardía— no soluciona ningún problema. Actuando así se da la impresión de que todo está bien, pero no lo está. Sólo cogiendo el toro por los cuernos se pueden corregir las deficiencias.

3. Vivimos en un mundo de vulnerabilidad.
Durante su investigación a lo largo de seis años, Brené Brown preguntó a muchas personas: «¿Qué te hace sentir vulnerable?». Las respuestas fueron del tipo: «Ser despedida», «despedir a alguien», «pedir ayuda porque estoy enferma», «ser rechazada» o «preguntar», entre otras. Como podemos observar, son respuestas muy normales. Todos nos sentimos vulnerables, aunque por motivos diferentes, pero lo que es incuestionable es que las personas, dicho de manera metafórica, somos pura «vulnerabilidad con piernas». Ser conscientes de esto y normalizar la vulnerabilidad puede marcar una diferencia sustancial en nuestra vida al no ser víctimas del perfeccionismo. Por el contrario, proyectar invulnerabilidad genera presiones innecesarias porque lleva a no preguntar, a no pedir ayuda, a no hacer lo que a uno le gusta, a no tener relaciones de pareja o a no cultivar la amistad por miedo a que se descubra que no somos perfectos. Ante la vulnerabilidad sólo existen dos respuestas:

1. Negar la vulnerabilidad. El problema es que negarla no la elimina. Cuando te sientes vulnerable, te sientes vulnerable aunque intentes disimularlo. Lo único que puedes hacer es anestesiarla. Por eso algunas personas buscan formas de huida para no sufrir, como las drogas, el alcohol o la comida. Claro que, cuando pasan sus efectos, el problema sigue ahí. Es un círculo vicioso que nos hace sentir miserables.

2. Afrontar la vulnerabilidad. Asumiéndola como algo normal que existe en la vida de todas las personas, y aprendiendo a gestionarla, mostrándonos como somos y mejorando cada día aquellos aspectos menos amables. Cuando aceptas tu vulnerabilidad, ésta pierde poder y fuerza.

4. La vulnerabilidad se reduce al sentido de la dignidad.
¿Qué es lo que hace que unas personas acepten su vulnerabilidad con normalidad y otras la oculten hasta extremos insospechados? El mayor o menor sentido de dignidad. Hay dos tipos de personas: las que tienen un profundo amor y respeto por ellas mismas (fuerte sentido de dignidad) y las que «no se sienten suficientes» y luchan contra eso (débil sentido de dignidad). Las primeras no tienen reparos en mostrarse como son, mientras que las segundas se pasan la vida ocultándose por temor a no ser queridas y ser rechazadas. Esa falta de sentido de la dignidad no es otra cosa que el ego, un constructo social producto de nuestro entorno, de lo que hemos vivido, visto y escuchado. La sociedad nos empuja a ser (parecer) perfectos. La mujer debe ser bella y cuidarse con esmero, de otro modo no se la tiene en cuenta; el hombre debe tener estatus y ganar dinero, de otro modo es considerado un perdedor. Tú, como cualquier otro ser humano, eres valioso (digno) per se con independencia de etiquetas. Las etiquetas son el disfraz, la careta, que van conformado nuestro ego, el yo falso. A menor ego, mayor vulnerabilidad, mayor felicidad. Como dice Brown: «Eres imperfecto y estás hecho para la lucha, pero eres digno de amor y pertenencia», y también: «Nada ha transformado más mi vida que darme cuenta de que es una pérdida de tiempo evaluar mi valor comparando la reacción de la gente».

5. Vivir con autenticidad lo defino como implicarnos en nuestra vida con dignidad. Significa cultivar la compasión, el coraje y la conexión.
Vivir con sentido de dignidad es vivir con autenticidad, que «es la práctica diaria de librarnos de lo que creemos que deberíamos ser y abrazar en cambio lo que realmente somos». Esto se manifiesta en las «3 C»:

1. Compasión: para aceptarte como eres y aceptar a los demás como son.

2. Coraje: para mostrarte. La palabra coraje proviene del latín cor (corazón) y significa «echar el corazón por delante». Como dice Brown: «El coraje comienza con hacerse visible y permitirse ser visto».

3. Conexión: para entregarte desde el amor (aceptación) y no desde el miedo (aprobación).

Estos tres factores no configuran otra cosa que una verdadera muestra de amor hacia uno mismo, lo cual lo es todo. Quien se ama a sí mismo es feliz. Así te amas, así vives. Brown nos deja una valiosa perla: «Es importantísimo que nos conozcamos y nos comprendamos a nosotros mismos, pero para vivir una vida de todo corazón hay algo todavía más esencial: que nos amemos a nosotros mismos». La vulnerabilidad es la gran apuesta de la vida. Otra cosa puede parecer felicidad, pero no lo es. Conviene recordar aquí las palabras del escritor E. E. Cummings: «No ser nadie más que tú mismo en un mundo que está haciendo todo lo posible, día y noche, para hacerte como todos los demás significa librar la batalla más difícil que un ser humano puede luchar, y que nunca debe dejar de luchar».

6. Las cosas más valiosas e importantes de mi vida me han sucedido cuando he tenido el valor suficiente para sentirme vulnerable, imperfecta y sentir compasión por mí misma.
Existe una creencia social de que no se puede ser fuerte y vulnerable al mismo tiempo. Dicho de otra manera, que vulnerabilidad es sinónimo de debilidad. La cuestión es que esto no sólo no es cierto, sino que además es todo lo contrario: la vulnerabilidad puede hacernos desplegar todo nuestro potencial y llevarnos a cotas insospechadas, porque la vulnerabilidad está asociada al coraje, y el coraje es la esencia de la grandeza; lo que se necesita para avanzar, mejorar y triunfar: coraje para empezar, a pesar de todas las carencias, y coraje para continuar, a pesar de todo lo que ocurre alrededor: críticas, errores o fracasos. Si uno espera a ser perfecto (invulnerable) para atreverse, la conclusión es que nunca se atreverá —buscará excusas para no hacer— y no habrá acción ni mejora ni resultados. Nacimos para cometer errores y aprender de ellos, no para fingir ser perfectos. Cuando una persona es víctima del «mal de la invulnerabilidad» se siente agarrotada y mide demasiado todo lo que hace, y así no es factible lograr nada relevante. Brown señala: «Vulnerabilidad es cuando decides enseñarle al mundo lo que sabes, sabiendo que serás criticada y juzgada, pero aun así te llenas de coraje y lo haces. El coraje se practica y está muy asociado a la vulnerabilidad».

7. La vulnerabilidad es el núcleo de la vergüenza y el miedo, pero también es el punto de partida de la dicha, la creatividad, la pertenencia y el amor.
En cierto modo, todos detestamos la vulnerabilidad. A todos nos gustaría ser más perfectos: más guapos, más inteligentes, más ricos o cualquier otra cosa. Pero esto no va de lo que a uno le gustaría o no, sino de lo que es o no es. La vulnerabilidad no es cómoda, pero sí necesaria para el crecimiento. La negación nos hunde, la aceptación nos libera. Todos estamos inmersos en el «juego de la vulnerabilidad» y según cómo juguemos, al ataque o a la defensiva, los resultados serán unos u otros. Es innecesario decir cuál es la alternativa más recomendable para nuestro crecimiento y nuestra felicidad. Como apunta Brown, «en mi investigación, las personas con sentido de la dignidad no hablaban de la vulnerabilidad como algo cómodo, sino como algo necesario. Se alejaban de la necesidad de control, de que las cosas fuesen de una determinada manera». La vulnerabilidad es incómoda porque «es incertidumbre, riesgo y exposición emocional», cosas que a priori el ser humano tiende a evitar, salvo que encuentre «motivos» para afrontar esas cuestiones. La mejor forma de hacerlo es tomando conciencia del elevado precio que pagamos por ello: «Cuando nos pasamos la vida esperando ser perfectos, sacrificamos relaciones y oportunidades que quizá sean irrecuperables, derrochamos nuestro valioso tiempo y tal vez damos la espalda a nuestras aptitudes, a esas contribuciones únicas que sólo nosotros podemos hacer». Con el paso del tiempo, el coste de la invulnerabilidad se manifiesta en nostalgia y frustración: en nostalgia porque el tiempo perdido ya no vuelve, y en frustración porque a uno le hubiese gustado atreverse y no lo hizo en su momento.

8. A las personas perfectas (aparentemente) las podemos admirar pero nunca amar.
«La vulnerabilidad cambió mi manera de vivir y de amar», dice Brown. Y es que cambiar nuestra relación con la vulnerabilidad es cambiar nuestra vida. Es la diferencia entre vivir desde el amor o vivir desde el miedo; y vivir desde el miedo no es vivir, es sólo sobrevivir. Brown también nos dice: «Estoy muy agradecida por sentirme vulnerable porque implica que estoy viva». Nuestra imperfección nos hace más humanos, y la humanización genera conexión, y la conexión es el fundamento de las relaciones. Para amar tiene que haber un vínculo afectivo (conexión emocional) y la distancia emocional que genera la invulnerabilidad por miedo a no ser perfectos lo impide. Refiriéndose a su pasado, antes de dedicarse durante una larga temporada al estudio de la vulnerabilidad, Brown fue un ejemplo del miedo a implicarse: «Todas mis etapas —relata— fueron diferentes armaduras para evitar involucrarme demasiado o ser demasiado vulnerable. Cada estrategia se construía sobre la misma premisa: mantén a todos a una distancia de seguridad y ten siempre un plan de huida». Como es evidente, si no dejas entrar a la gente en tu vida, no puede existir conexión, que es la base del amor, y esa relación no puede prosperar. El hermetismo nos aleja de las personas. Por eso, como concluye Brown, «la vulnerabilidad es la esencia, el corazón, el centro de todas las experiencias humanas significativas».

9. Lo que sabemos es importante, pero lo que somos lo es mucho más.
Lo primero tiene que ver con el aspecto racional de la vida y lo segundo, con el aspecto emocional. Si bien ambas cosas son importantes y se complementan, el mundo de la felicidad es, fundamentalmente, el mundo de los afectos y las emociones, tanto hacia uno mismo como hacia los demás. Brown señala: «El hecho de valorar más el ser que el saber implica dar la cara y dejarse ver. Implica que nos atrevamos a arriesgarnos, a ser vulnerables». Alguien que sabe mucho puede dar la sensación (apariencia) de exquisitez de puertas a fuera pero jamás de puertas adentro, cuando uno se queda a solas consigo mismo y sabe que es víctima del miedo a no defraudar. No dejarse ver no es otra cosa que miedo a ser juzgado y criticado por no ser suficiente. Brown lo expresa de manera clara: «¿Quieres ser feliz? Deja de tratar de ser perfecto». El «síndrome de la perfección» siempre genera una gran insatisfacción. El perfeccionismo es sinónimo de infelicidad. Amy Bloom, otra autora conocida y bestseller de The New York Times, lo expresa así: «Eres imperfecto, de manera permanente, e inevitablemente imperfecto. Y eres hermoso».

10. Decidme un solo ejemplo de valentía que no implicara incertidumbre, riesgo o vulnerabilidad.
Simplemente no existe. Ser valientes es ser vulnerables; son dos caras de una misma moneda. No es casualidad que en 2019 se realizase el documental Sé valiente, bajo la dirección de Sandra Restrepo y con Brené Brown como protagonista, en el que se analiza lo que se necesita para elegir el coraje sobre la comodidad. La protagonista nos dice: «Ser vulnerable es difícil y aterrador, nos resulta peligroso. Pero no es tan difícil, aterrador ni peligroso como llegar al final de nuestra vida y tener que preguntarnos: ¿Y si me hubiese arriesgado?». La vulnerabilidad (valentía) es el elemento indispensable para conocer la felicidad, la creatividad, la conexión con los demás y el resto de las cosas. Nuestra única opción es ser valientes; otra cosa sólo deja un mal sabor de boca. La valentía siempre produce beneficios, aunque por el camino queden cicatrices. Cuando eliges valentía siempre creces, aunque duela. Todo acto de valentía es un acto de amor hacia uno mismo.