ESTO ES UN PRODUCTO DE CONSUMO COMO CUALQUIER OTRO, PERO …

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Estamos acostumbrados, actualmente, a poder hacer casi cualquier cosa a partir de una aplicación informática. Sin embargo, hace no muchos años, en la década de los noventa del siglo pasado, muchos aspectos cotidianos eran muy distintos a los de ahora. Cuando, en esos momentos, internet estaba emergiendo como un elemento todavía prescindible dentro de la vida cotidiana, las relaciones entre las personas y con uno mismo eran también muy diferentes a las de ahora.

Si tuviéramos la capacidad virtual de recrear una persona de la época preinternet y esta pudiera asomarse por una ventana a nuestra realidad presente, sin duda se llevaría muchas sorpresas. Por ejemplo, le extrañaría ver que hablar por un teléfono fijo es un acto ya casi residual. Por ese camino va la comunicación por voz mediante el móvil. La gente se comunica a distancia, ya, más mediante las populares aplicaciones de habla (Whatsapp, Messenger, Skype…), que a través de llamadas telefónicas.

Aquella hipotética persona trasladada por la máquina del tiempo al presente vería con asombro que hacer una gestión rutinaria como pedir cita al médico, reservar mesa en un restaurante, comprar unos billetes de tren o de avión, cambiar de compañía de seguro o hacer cualquier compra, por ejemplo, se hace a través de una fría pantalla. Eso sí, a la vez que se extrañaría por todo eso, reconocería la comodidad que supone hacer todas esas diligencias de esta forma, además de poder realizarlas en cualquier sitio y en cualquier momento.

Muy posiblemente, en muy pocos años habrá otra manera diferente de comunicarse que no podemos ni siquiera atisbar en estos momentos. Todo lo que ahora es habitual, en poco tiempo será anticuado. Lo curioso es que ya estamos acostumbrados a este ritmo tan frenético y vertiginoso. Estamos en la era de las comunicaciones, que coincide de forma incongruente con una mayor desconexión real entre las personas. Vivimos en un momento en el que los mayores malentendidos se producen día a día dentro de las relaciones interpersonales, porque no existen las verdaderas escuchas. Precisamente por eso hablamos menos, nos escuchamos menos y, de este modo, nos relacionamos menos desde un punto de vista existencial. No nos miramos a los ojos, pero nuestra retina se queda muchas horas congelada frente a las diferentes pantallas. Al no escucharnos sorteamos los matices de cada palabra y, en cambio, nos conformamos con leer pequeñas frases escritas, la mayoría de las veces susceptibles de entenderse de muchas maneras.

Queremos aclarar que no es el propósito de este libro criticar las nuevas tecnologías, aunque pudiera parecer lo contrario por los párrafos anteriores. De hecho, estamos sumidos en tal vorágine de hábitos cada vez más efímeros, que no tenemos ni tiempo para plantearnos qué es lo correcto y qué no. Simplemente nos acostumbramos a todo sin mucha resistencia. Hoy en día, una persona que rehúse cualquiera de estas nuevas tecnologías no es que esté fuera de la última moda, sino que está casi relegada a ser (auto)considerada como un personaje del siglo anterior, con lo que el cambio de milenio significó y significa.

Siguiendo con el ejemplo de una persona del pasado que viniera de repente al presente, esta se sorprendería también del hecho de que hoy en día difícilmente podamos vivir más de diez minutos sin estar pendientes de nuestro teléfono inteligente, tableta, Ipad, ordenador o cualquier otro artilugio informático. Está demostrado que un ser humano no puede estar concentrado en varias cosas a la vez. Por tanto, esa casi dependencia de dichos aparatos dificulta nuestra atención en otros aspectos o actividades diarias. Solo para escribir o leer estas páginas introductorias puede que uno tenga que atender previamente varios mensajes del móvil, revisar las redes sociales, ver las últimas noticias que se asoman por la esquina superior derecha de la pantalla, o la última oferta de algún producto sin esperarlo ni desearlo.

Si es cada vez más difícil mantener la atención ante tantos reclamos del mundo exterior, más complicado es aún escuchar de una forma activa a las personas que nos rodean. Además del consumismo en el que estamos inmersos desde hace unas décadas, nos adentramos cada vez más en un mundo cibernético paralelo al mundo real, en el que a veces aquel suplanta a este último. El ruido aparece en ambos casos. Y si en nuestra relación intensa con nuestra pantalla no hubiera música de fondo, o ruido externo, aun así las imágenes se encargarían de atraer, o más bien, hipnotizar nuestra vista. Es otro tipo de «ruido», en este caso, que se enfrenta con el silencio interior, un concepto que tenemos que aprender y adquirir los occidentales de la cultura asiática.

No solo estamos en la era de las nuevas tecnologías, de las aplicaciones, en la que el término «posmodernidad» ya se ha quedado hasta desgastado hace tiempo. No sabemos qué título pondrán los futuros historiadores a este período actual. Sí que podemos decir que, hasta ahora, estamos viviendo en una etapa de desconcentración. Hasta finales del siglo xx no había tanta saturación de información que atrajera nuestros sentidos; sobre todo nuestros ojos, y, en segundo lugar, también nuestros oídos.

Advertimos que este libro es un objeto de consumo como cualquier otro. No es tan ambicioso como para pretender cambiar el statu quo. Empezando porque es difícil transformar algo si no es desde el interior de cada persona. No obstante, si decides leer este libro (o cualquier otro), significa que vas a tener durante un breve tiempo un periodo de silencio o, al menos, silencio personal, silencio interior. No en el sentido de silencio estricto, por tanto. Es posible que mientras lees estas líneas escuches involuntariamente música de fondo, el ruido de los vecinos, de la calle, el trasiego de personas en el metro, en el tren, o el ruido que suele existir en unos grandes almacenes. Pero si te has concentrado aunque sea durante unos minutos, es que has experimentado un momento de silencio. Se trata de un silencio relativo, pero no deja de ser un silencio, al fin y al cabo, aunque se escuchen sonidos de fondo. Ni aun estando en medio del campo o en una playa solitaria se puede tener un momento de silencio sepulcral.

Este libro habla, precisamente, de la escucha, de la escucha atenta, en una primera parte del contenido, y del silencio en una segunda parte. Ambos aspectos están muy relacionados entre sí. Son como las dos caras de una misma moneda. No pretendemos con estas páginas hacer un manual para aprender a escuchar o saber darle importancia al silencio. Con todo, emplearemos bastantes veces el término «educar» porque entendemos que, si hay una posibilidad de que la escucha y el silencio sean considerados importantes en la sociedad, es mediante la educación. Y los pilares de la educación se fraguan en las escuelas, además de en el núcleo familiar. No queremos imponer un tipo de educación, ni siquiera proponer, sino más bien compartir los dos aspectos principales del libro desde diferentes perspectivas.

Tú, como lector, puedes sacar las conclusiones personales que consideres oportunas, concienciarte o incluso actuar en consecuencia, si lo ves bien. Pero esto último no es la finalidad de este libro. En la escucha y en el silencio está, precisamente, la libertad de que la otra persona actúe o no. Al final del libro incluiremos algunas propuestas de actividades por si te pudieran ser útiles de alguna forma, en un entorno educativo.

Reiteramos que el mero hecho de leer es un acto de concentración y, por tanto, de escucha: una escucha silenciosa, y a su vez un silencio sonoro, en el interior de la mente. Quien lee le suele dar importancia a la escucha, a la escucha externa e interna. Y quien escucha de una forma activa le da siempre mucha trascendencia, también, al silencio. A su vez, quien escucha música de una manera muy consciente y voluntaria, no como un mero acto de consumo ni como el relleno de un espacio vacío, le da mucho valor al silencio. Se podrían trasladar las atenciones que producen leer o escuchar música a la propia atención a los demás. Es decir, eso significaría saber escuchar atentamente lo que los demás nos dicen, nos trasmiten, aunque también lo que no nos dicen ni nos trasmiten, pero que se puede observar mediante el lenguaje no verbal.

Durante el tiempo que dediques a la lectura este libro (una página, un capítulo o todo el ejemplar), quizás vas a estar concentrado en la escucha interior: en las palabras que te dice tu cerebro en silencio, unido a otros sonidos interiores (y exteriores). El silencio, la escucha atenta, es como una pequeña dosis de vitamina que necesitamos como refuerzo, cada día, para nuestra mente, y también para nuestro cuerpo.

Una conocida marca de aires acondicionados lleva muchos años presumiendo de que sus productos son los más silenciosos. En sus anuncios se resalta, campaña tras campaña publicitaria, el término «silencio». En uno de sus eslóganes aparece el lema «Disfruta del silencio». Es curioso que cada vez más los consumidores exijamos unos electrodomésticos o un coche que apenas produzca ruido. Sin embargo, en general, la sociedad globalizada es cada vez más ruidosa. ¿Sería adecuado hacer más campañas educativas para concienciarnos de la necesidad del silencio? Entendemos que sí, aunque eso no depende del todo de nosotros. Sí podemos, al menos, ser conscientes de ello, de la importancia de la escucha y del silencio, y a partir de ahí dar ejemplo a los demás, aun sin pretenderlo. Hablar y escribir de la escucha y del silencio en el siglo xxi es resucitar unos aspectos que estaban relegados al olvido por cada vez más personas. El único objetivo de este trabajo es contribuir a la revalorización de la escucha y el silencio como experiencias vitales.