Prólogo a la segunda edición

Se podría decir que cuando hace más de dos décadas se publicó este libro de Hyman Minsky, el autor se había adelantado a su tiempo. Esto suele suceder con ciertos pensadores, como Joseph Schumpeter, que hoy también goza de mayor influencia que en su época, o con las ideas fundamentales del propio John Maynard Keynes, que adquirieron gran relevancia mucho después de su publicación. Con el infatigable Minsky ocurre algo parecido ya que, si bien fue una fuerza a tener en cuenta en las décadas de 1970 y 1980, sus ideas nunca fueron tan significativas como hoy en día. Con razón, si mañana Minsky levantara la cabeza podría entonar un «os lo dije» a todos aquellos que en las últimas décadas han prestado atención a la economía y a las finanzas. Así que, ciertamente, este es el mejor momento para reeditar este clásico de Minsky.

De manera parecida a Keynes (sobre quien Minsky publicó una biografía en 1975) y Schumpeter, Minsky se ocupó principalmente de los ciclos económicos. Después de la Segunda Guerra Mundial, el keynesianismo dominante se centró principalmente en los aspectos más populares, políticamente hablando, de los escritos de Keynes. Y fueron muy pocos los que apuntaron que, en períodos de crecimiento, Keynes recomendaba la acción monetaria antes que el activismo fiscal y los superávits presupuestarios. Para muchos responsables de formular políticas, el keynesianismo significaba el gasto deficitario como solución fácil, directa y automática. Se tenía la creciente sensación de que el keynesianismo había conquistado el ciclo económico, tal y como se reflejó en expresiones como «aterrizaje suave» o «corrección sobre la marcha».

Hyman Minsky forjó una conexión diferente con Keynes. Destacó la volatilidad de las inversiones, señalando que la incertidumbre subyacente del flujo de caja de las inversiones tiene repercusiones enormes en los balances generales de las empresas. Se trata de una idea importante que merece mucha más atención.

Después de que a finales de las décadas de 1970 y 1980 el monetarismo eclipsara al keynesianismo, las percepciones de Minsky no se vieron correspondidas. No obstante, incluso a principios de los años ochenta, y en su pleno apogeo, el monetarismo no consiguió enfrentarse con eficacia a la estructura cambiante del sistema financiero, de la que Minsky se había ocupado con elocuencia en su enfoque analítico. Y mientras para economistas y analistas financieros la econometría se iba convertiendo en su cuasirreligión, Hyman Minsky no permitió que su análisis se viera limitado por modelos estadísticos. De manera lúcida entendió que las ecuaciones matemáticas no pueden explicar adecuadamente los cambios estructurales cruciales ni los cambios en los patrones del comportamiento económico y financiero.

Personalmente debo decir que al principio de mi carrera en los mercados financieros me sentí atraído por el pensamiento de Hyman Minsky. En mi trabajo, me preocupaba cada vez más ver como la deuda crecía más rápidamente que el producto nacional bruto nominal. Este mal desarrollo lo atribuyo a la rápida titulización de los activos financieros, a la globalización de los mercados financieros y a las grandes mejoras en la tecnología de la información, que han facilitado, entre otras cosas, la cuantificación de la asunción de riesgos. Los riesgos inherentes a la explosión de la deuda han aumentado por el hecho de que las instituciones responsables de hacer políticas no han establecido suficientes protecciones que animen a las entidades financieras a equilibrar la iniciativa emprendedora con sus responsabilidades fiduciarias.

Los conocimientos de Hyman Minsky nos ayudan a entender los desarrollos financieros clave de las últimas décadas. Pocos han entendido tan bien como él tanto las dinámicas autorreafirmantes de las finanzas empresariales especulativas como la disminución de la calidad de la deuda y la volatilidad económica que han llegado a caracterizar nuestros tiempos. Minsky fue quien llamó «financiación especulativa» a los préstamos empresariales que tienen el propósito de amortizar deuda y que a su vez impulsan la inversión y los precios de los activos. Explicó cómo el aumento alcista del empleo, la inversión y los beneficios tienden a confirmar, en la mente de líderes empresariales y banqueros, la solidez de un enfoque que, en última instancia, fomenta una volatilidad y un riesgo inaceptable. En una brillante frase que podría ser el motto adecuado para los tiempos de Enron que vivimos,1 Minsky ya nos avisó de los peligros de las «aventuras en el balance de cuentas».

Todo lo que siguió a la publicación de este libro, por tanto, no hubiera sorprendido a su autor: desde las crisis bancarias y de entidades de ahorro de finales de los años ochenta y principios de los noventa, hasta los dolores de cabeza de la deuda mexicana y coreana, el impago de la deuda rusa y la casi hemorragia de los mercados causada por un excesivo apalancamiento de la gestión de capital a largo plazo en la década de 1990, y así hasta llegar al pinchazo de la burbuja tecnológica del año 2000.

Y ahora, mientras escribimos esto, nos enfrentamos a otra crisis causada por las hipotecas subprime. Algunos han osado etiquetarlo como un «momento Minsky», pero la observación quizás no consiga hacer justicia al alcance y la profundidad de la obra de Minsky. Porque, de hecho, ha llegado el momento de tomarse en serio las ideas de Hyman Minsky y construir conocimiento sobre su trabajo innovador para encontrar formas de situar nuestro sistema financiero en una base más sólida.

HENRY KAUFMAN

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1. Enron Corporation fue una potente empresa energética estadounidense que antes de su estrepitosa caída, en 2001, daba trabajo a unas 29.000 personas y también desarrollaba su negocio en el área de comunicaciones, gestión de riesgos y seguros. Entre 1996 y 2000 fue designada «la empresa más innovadora de Estados Unidos» por la revista Fortune. A finales de 2001, no obstante, se descubrió que su situación financiera se sustentaba en un fraude contable sistemático y planificado de manera creativa, avalado por su empresa auditora, Arthur Andersen, una de las cinco auditoras contables más grandes del mundo. Considerado el mayor desfalco empresarial conocido hasta el momento, en la cultura popular de principios del siglo XXI, Enron se convirtió en sinónimo de fraude y corrupción empresarial planificada. (N. T.)