Dejamos atrás a la que inventó los viajes y el Airbnb porque nos toca conocer a uno de los grupos de mercenarios más pros de la historia de la humanidad. Y no voy de flipado, ahora lo vais a ver.
Lo primero es saber lo que significa la palabra almogávar, aunque ya te digo que los historiadores no se ponen de acuerdo, así que hay tres opciones:
a) El que provoca algaradas.
b) El que explora y comunica.
c) Orgulloso.
En verdad da igual lo que signifique, lo que mola es la cantidad de liadas que montaron por el Mediterráneo.
En el siglo XIII, la península estaba to’ enfrascada con la Reconquista, y en ella surgió un grupo de gente que vivía en la frontera cristiana —normalmente pastores o agricultores—, que decidió cambiar su estilo de vida. A partir de ahora se iban a dedicar a hacer «raids» (incursiones), cruzar la frontera y saquear el primer pueblo enemigo que viesen. Y así, con la tontería, con esta especie de guerra de guerrillas, se convirtieron en una pieza esencial en la Reconquista, sobre todo en la Corona de Aragón. Los almogávares no trabajaban, solamente vivían de luchar y de los botines que conseguían en sus asaltos, es decir, la guerra era su life style.

Y, claro, cuando Aragón terminó su parte de la Reconquista…, pues tenía un serio problema. Esa gente no paraba quieta y todos los días había movida. Así que se decidió llevarlos a Sicilia para luchar contra los franceses. Los de las baguettes poco tardaron en ser derrotados (en 1302 Sicilia se vuelve parte de Aragón) y de nuevo teníamos a los mercenarios locuelos poniéndose nerviosos al no tener un enemigo al que robar. Malditos soldados hiperactivos.
En esas llega un mail desde Constantinopla: que el emperador Andrónico II Paleólogo estaba pidiendo ayuda desesperadamente, los turcos le estaban comiendo la tostada. Buff, menos mal, pues nada… Roger de Flor (Roger Blum), un excaballero templario italiano, se ponía al frente de los almogávares aragoneses, catalanes y valencianos. Todos juntitos se marcharon a ver lo que pasaba por Bizancio.
Diez mil soldados de la Corona aragonesa llegaron para explicarles las cosas a los turcos. Por aquella zona tuvieron unas cuantas batallas importantes, como la del monte Tauro, en donde los almogávares, pese a tener una desventaja en número de 1 a 4, se llegaron a cargar a cerca de 18.000 turcos, casi la mitad de todo el ejército enemigo. Con estas batallas consiguieron alejar a los peligrosos jenízaros de las fronteras de Constantinopla al grito de ¡Aragón, Aragón! ¡Desperta Ferro!
Para darle las gracias a Roger de Flor por aquella salvación, le nombraron gran duque del Imperio bizantino y, después de que consiguiera recuperar Galípoli, le nombraron César. ¡Algo que era lo más de lo más!
Pero esto va a traer desconfianzas y envidias que se verán reflejadas en el hijo del emperador de Constantinopla: Miguel (aunque seguro que su padre también estaba mosqueado).
Miki le dijo a Roger que fuese a celebrar una fiesta en uno de sus palacios en la ciudad de Adrianópolis, el otro aceptó de buena gana y, cuando los oficiales almogávares estaban en mitad del banquete…, ¡zasca! Matarile. Unos mercenarios alanos entraron y los cosieron a puñaladas. Después de toda la ayuda que les habían prestado, su respuesta había sido la traición. Qué poca vergüenza. ¡Algo harían!
Al mismo tiempo que pasaba esto, como si de Star Wars se tratase, las tropas que acampaban a las afueras de aquella ciudad y los que se quedaron en Constantinopla fueron emboscados y aniquilados.
La idea de los bizantinos era que ahora que los almogávares no tenían generales y que su tropa había sido reducida bruscamente, seguramente los supervivientes se rendirían o directamente se pirarían de sus tierras, pero ja, ja, ja, lo siento…, va a ser que no.
Ha llegado la hora de «La venganza de los almogávares».
