Enero 2

Se estaba produciendo un asalto a un tren y el sheriff Woody tenía que ponerse a trabajar enseguida. En la parte superior del tren en movimiento, el vaquero se enfrentó a Bart el Tuerto, pero éste tiró a Woody del tren y huyó en un coche que conducían los Aliens. Por fortuna, la valiente vaquera Jessie, que galopaba junto al tren con Perdigón, sujetó a Woody. El tren se precipitó por un acantilado, pero Buzz Lightyear lo levantó y lo puso a salvo. La batalla entre los buenos y los malos continuó hasta que el maléfico Dr. Chuleta de Cerdo arrinconó a Woody y su banda.
—¡Buzz, dispara tu láser hacia mi estrella! —ordenó el sheriff Woody.
El láser de Buzz rebotó en la estrella y alcanzó la nave del Dr. Chuleta de Cerdo.
¡Pum! Los malos fueron derrotados. Otra trepidante aventura para los juguetes en la habitación de Andy.
Con Andy, los juguetes sentían que todo era posible. Podían ser villanos que tratan de dominar el mundo o los héroes que lo salvan. Durante años, los juguetes hacían cualquier cosa que Andy se imaginara. Les encantaba pasar cada día con él y todos estaban de acuerdo en que ser querido por un niño, por su niño, y que éste jugara con ellos, era la mejor sensación del mundo.
Pero con los años, los juguetes pasaban cada vez más tiempo en el baúl, y pocas veces los sacaba. Así que los juguetes decidieron pasar a la acción.
—Bien, chicos, sólo tenemos una oportunidad —dijo Woody, reuniéndolos a todos.
El sargento y dos de sus hombres entraron en la habitación de Andy arrastrando un teléfono móvil tras ellos.
—¡Misión cumplida! —declaró el sargento.
—¡Haz la llamada! —ordenó Woody.
Jessie marcó unos números en un teléfono inalámbrico. Los otros juguetes estaban muy nerviosos. El teléfono móvil empezó a sonar.
—Tal como lo ensayamos, chicos —indicó Woody.
Buscando el sonido del teléfono, Andy entró en la habitación y miró a su alrededor. Se acercó al baúl de los juguetes, levantó la tapa, metió la mano y rebuscó en el interior. Al final, encontró el teléfono móvil entre los brazos de Rex.
—¿Diga? —dijo Andy al teléfono—. ¿Hola…? ¿Hay alguien ahí? —Pero nadie contestó.
—¡Molly, no entres en mi habitación! —gritó, colgando el teléfono.
—¡No he estado en tu habitación! —gritó su hermana.
Andy entornó los ojos, miró a Rex durante un momento, luego dejó caer al dinosaurio de nuevo en el baúl y cerró la tapa.
Los juguetes estaban decepcionados. Ya sabían la verdad: Andy era un adolescente y no quería jugar más con ellos.
