Enero 14

Era el gran día de Sebastián. Como compositor de la corte del rey Tritón, había estado trabajando muy duro en una nueva pieza musical y esa noche iba a dirigir la orquesta real mientras tocaba su canción delante de todo el reino por primera vez. Por fin iba a ser apreciado su gran talento, pensó Sebastián.
Aquella tarde, preparando el concierto, Sebastián revisó todos los detalles: perfeccionó las posiciones de las sillas de los músicos en el escenario, preparó copias extra de las partituras por si algún músico se las olvidaba e, incluso, lavó y planchó su pajarita.
Entonces, justo antes de que se levantara el telón, los músicos empezaron a colocarse en sus sitios. La música llenó el aire cuando el pez trompeta y la concha afinaron sus instrumentos.
Benny el pulpo, el baterista de la orquesta, fue el último en llegar.
—¡Sebastián! —exclamó, precipitándose hacia el director—. ¡No puedo tocar esta noche!
Sebastián miró a Benny escandalizado.
—¿Qué estás diciendo? ¡Tienes que tocar!
—No lo entiendes —le contestó Benny—, no puedo. Me he echado la siesta esta tarde, me he dormido sobre mis tentáculos y ahora los tengo entumecidos. ¡No puedo sujetar las baquetas!
La gravedad de la situación pilló a Sebastián por sorpresa.
—¿Qué voy a hacer? —exclamó, mirando a los músicos—. Mi composición está hecha para ocho tambores. Benny tiene ocho tentáculos, uno para cada tambor. ¿Dónde voy a encontrar suficientes manos para ocupar su lugar?
Justo en ese momento, Ariel y sus seis hermanas nadaron entre bastidores para desearle suerte.
—¡Ariel! —gritó Sebastián—. ¡Me alegro de verte! —Y explicó el problema a Ariel y sus hermanas—. ¿Podríais ayudarme tocando cada una un tambor en el concierto? —preguntó.
—¡Pues claro! —respondieron las sirenas.
Sebastián respiró aliviado.
—Vale, tenemos siete percusionistas. ¡Sólo necesitamos uno más!
Todos los músicos miraban a Sebastián.
—¿Yo? —dijo—. ¡Yo soy el compositor y el director! Éste es el día en el que se reconocerá mi talento. No puedo esconderme en la sección de la percusión. ¡Tengo que estar al frente y en el centro!
Pero, como seguro imagináis, cuando se abrió el telón unos minutos después, Sebastián estaba a la percusión. Su día como protagonista tendría que esperar. Mientras tocaba, encogía los hombros y sonreía.
—Ya sabes lo que dicen —le susurró a Ariel, que tocaba a su lado.
—¿El espectáculo debe continuar? —respondió Ariel.
—No —dijo Sebastián—, un verdadero genio nunca recibe el reconocimiento que merece mientras vive.
