Chabuca Granda, un genio oral que parece dejarle a cada entrevistador algo nunca antes dicho, le confiesa a Teresa Bolívar que ella no modernizó ninguna música, sino que volvió a los viejos cauces, a las tres partes del valse, a lo muy viejo, y termina haciéndola llorar cuando le canta en vivo y por primera vez «María Sueños». A Mariahé Pabón le dice que, al contrario de lo que se piensa, «Paso de vencedores» es una incitación al soldado para que no persiga más a los guerrilleros. Se confiesa ante Abraham Lama y revela por qué abandona el canto a los balcones cuando conoce la historia de la muerte de Javier Heraud. A Joaquín Soler Serrano le habla de aquella condena a la soledad de los artistas y de sus dos enormes miedos: el infinito y la eternidad. A Guillermo Ochoa le explica que componer una canción es como escribir una carta y se autodefine con sobriedad: «Soy letrista, no poeta». A César Hildebrandt le confiesa algo insólito: su odio a los alcaldes de Lima y su temor porque Miraflores, otrora pueblito encantador, sufra una explosión atómica de cloacas. Es nostálgica, pero protestadora. Es amena, pero severa. Añora, hasta el final de sus días, esas buenas costumbres que no encuentra más en Lima y remarca que su lugar de nacimiento es Apurímac. Lima le causa por momentos una ira intempestiva, la ama, pero le duele, y se abre en su última entrevista: «Lima se me ha muerto como se me murieron mis padres», y rompe a llorar. Era setiembre de 1982 y seis meses después también se moriría ella. Su imaginación, su poesía, su corazón y sus palabras pararían.

En una entrevista concedida para El Comercio en 2017, Lucho González, uno de los emblemáticos guitarristas que tuvo Chabuca Granda, me contó que, en un concierto, a la creadora de «La flor de la canela» se le olvidó su propia letra y, en vez de sonrojarse o pedir disculpas o parar la introducción o el concierto, se había echado a reír con él. En otra ocasión, una mujer en una reunión social le había dicho que estaba convencida de que en el tema «Ese arar en el mar», cuando Chabuca cantaba Extrañaré la rumia de mis sueños…, en vez de ‘rumia’ decía ‘rubia’, y denunciaba un mensaje pecaminoso que nadie había captado. Y también que Chabuca había suspendido una gira en México por venirse al Perú a una presentación donde solo acudieron alrededor de cincuenta personas. No la valoraban, me repetía. Y me lo decía con naturalidad, sin lástima, más bien lejanamente resignado.

Ese par de horas con Lucho González me ayudó a vislumbrar un grado diferente de Chabuca Granda y su legado. Es decir, lo que creó y lo que hicimos con eso. Desde «Lima de veras» hasta «Paso de vencedores», si nos sentamos a escucharla siguiendo la línea de tiempo de sus composiciones, encontramos una evolución musical maravillosa. Una evolución de fábulas, paisajes, personajes, metáforas, ideas, sonidos, mezclas, discursos, sueños, razones, crónicas, palabras y deseos que, me arriesgo a sostener, no existen en ningún otro compositor, al menos no de modo tan variado. Un arco evolutivo que pudieron hacer tres generaciones de artistas, pero que ella desarrolla sola. Una evolución que, probablemente, nos está esperando en el futuro a que la alcancemos. Pero algo se escapaba del repertorio, la arista por revisar: Chabuca Granda sin música: Isabel Granda Larco.

¿Qué puede decir una compositora de interesante que no haya dicho ya en más de cien canciones? Artistas como Chabuca Granda intentan, infructuosamente, resumir el Perú en sus canciones, pero logran lo contrario: lo agrandan, lo amplían, lo hacen inabarcable. Este es el país que conoce, que ama y que le duele. Sobre el que quiere empinarse desde su más alta cumbre para estirar sus brazos y abrazarlo: el summum del amor al país. Una madre que abraza a su hija, la patria. Aunque, como dice Luis Rodríguez Pastor en su libro Las palabras de Victoria —que inspiró el mío—, el caso de Chabuca, como el de Victoria Santa Cruz, corresponde a una larga tradición en este país con vocación de huérfano.

En una entrevista de Caretas a César Calvo, trece años después de la muerte de Chabuca Granda, le preguntaron: ¿cómo la definirías?, y él respondió de manera suprema: «¿Cómo se puede definir brevemente al Amazonas? Sabes cómo, zambulléndose en el río».

Y este río, que no es diáfano ni apacible, sigue siendo navegable. Ojalá este ejercicio de periodismo e investigación ayude a completar la cartografía que necesitamos para viajar sobre él, para reconocer los signos que nos dejó en su música, las razones que la condujeron y pasamos por alto, el poder de sus palabras y el compromiso de sus temas. La gran crónica de la música criolla y sus artistas es también la de una generación como la mía que no pudo ver a Chabuca Granda en vida, pero que tuvo la oportunidad de regalarle el mejor obsequio por su centenario: más palabras para la patria.

Y Chabuca es la patria.

Alberto Rincón Effio

Lima, 8 de agosto de 2020