La aromaterapia es un tratamiento natural holístico complementario de la medicina tradicional. Como su nombre lo dice, es la sanación por medio de los aromas. La materia prima de esta disciplina son los llamados aceites esenciales (conocidos como AE) que se extraen en estado puro de flores, frutos, hojas, tallos, troncos, semillas, raíces y cortezas de plantas aromáticas medicinales. Cuando se aplica el tratamiento de aromaterapia estos aceites producen, por distintas vías, una reacción vital que induce la sanación de las personas. En general son utilizados para tratar desórdenes nerviosos, resfríos, congestiones respiratorias, dolores musculares, algunos tipos de reumatismos, alergias, problemas circulatorios, afecciones a la piel, entre otros desequilibrios.
Esta terapia es una ciencia y a la vez un arte. Por un lado se requiere el estudio de materias como la composición química de los aceites y los alcances de su acción biológica, y por otro, un terapeuta empático y bien entrenado, compenetrado con el entorno y con un grado de intuición y sensibilidad que le permita dar con la elección correcta de los aceites. El objetivo no solo es llegar al cuerpo de los pacientes, sino que también a su mente y alma. El aliado estratégico para lograr este objetivo es el olfato, uno de los sentidos más primitivos del ser humano y al mismo tiempo el más descuidado. Se ha comprobado que somos capaces de evocar más de diez mil matices odoríferos; cada uno de ellos estimula un receptor distinto de nuestro cuerpo y hace que atraigamos imágenes y sensaciones olvidadas que pueden devolvernos a estados como la calma, el placer, la alegría, la concentración, etc.
La aromaterapia puede dividirse en tres tipos: estética o cosmetológica, médico-clínica y psicoaromaterapia.
Este tipo de aromaterapia emplea los aceites esenciales principalmente para el rejuvenecimiento y la protección de los tejidos cutáneos. Su centro de interés son los desequilibrios que afectan la salud de la piel, como por ejemplo la celulitis, la psoriasis, la sequedad o las ronchas.
Esta es una línea de desarrollo que le permitió a la aromaterapia salirse de su orientación exclusivamente medicinal a partir de los años sesenta. La pionera en este campo fue la bioquímica austriaca Marguerite Maury, quien se propuso buscar nuevas vías de aplicación de los aceites esenciales, emparentadas con las antiguas tradiciones de la cosmetología. Así sentó las bases de una terapia médico-cosmética fundada en el masaje corporal.
Hay que hacer una distinción entre la aromaterapia cosmetológica y la actual proliferación de productos de perfumería y de tocador que se venden comúnmente en supermercados bajo el mismo rótulo. Un jabón con esencia de lavanda o una colonia con extracto de hierbas aromáticas no tienen necesariamente que ver con un tratamiento aromaterapéutico; este último introduce en el cuerpo humano las moléculas extraídas de manera natural de plantas de distintas partes del mundo.
Un ejemplo de un aceite esencial utilizado con fines cosméticos es la mirra, una resina extraída del arbusto del mismo nombre y que se obtiene cuando sus ramas se resquebrajan espontáneamente o practicándole incisiones. La planta prolifera en el noreste de África y el sur de Arabia. Su aceite es uno de los más antiguos y está comprobado que ayuda a mantener un cutis juvenil: ya en el antiguo Egipto las mujeres lo usaban con esta finalidad mediante emplastos faciales y otros preparados. Produce un efecto refrescante, además de fortalecer y darle elasticidad a la piel.
En lo personal, me dedico a este campo de aromaterapia. La aplicación que yo hago de los aceites y sus mezclas se basa en el sistema de Pierre Franchomme y Daniel Penoel, quienes usaron como sustento de su trabajo el biograma, un sistema que permite observar el tipo y la cantidad de componentes químicos que tiene un aceite esencial, para así conocer de forma científica sus principales propiedades. Este método ha sido empleado en laboratorios del mundo entero y ha sido un excelente aporte.
En la aromaterapia médico-clínica confluyen los campos de la física, la química, la bioquímica, la botánica y la farmacología. Antes se pensaba que era imposible que los remedios penetraran a través de la piel; se afirmaba que podían emplearse solo a través de su ingesta y que, por lo tanto, la aromaterapia no era más que un «cariño» para el cuerpo. Sin embargo, en la actualidad se ha comprobado que los productos farmacéuticos pueden penetrar por la epidermis y ser asimilados por el organismo en un proceso conocido como farmacoquinesis. De hecho, ya existen tratamientos de medicina tradicional que se aplican por esta vía. La piel es la segunda boca de nuestro organismo: absorbe como una esponja todo lo que le entregamos, sin que se corra el riesgo de, por ejemplo, una gastritis.
La aromaterapia medico-clínica aplicada por un experto ayuda a tratar problemas kinesiológicos (diversas afecciones musculares, de articulaciones, contusiones y hematomas); problemas ginecológicos (como la endometriosis o la infertilidad), variados tipos de infecciones, desórdenes hormonales, cefaleas, gastritis y dolores en general. Además puede ser una excelente compañera para sobrellevar de buena forma los tratamientos tradicionales del cáncer (quimioterapia y radioterapia) y atenuar sus efectos secundarios.
Por otro lado, algunos aromaterapeutas estudian los efectos de los AE en la bacteriología. Sus investigaciones apuntan a demostrar cómo ciertos aceites pueden destruir virus y bacterias que ni siquiera la medicina tradicional ha podido tratar. Por ejemplo, en Brasil se está usando el AE del tea tree y del tomillo para erradicar la salmonella. Dichos aceites se pueden incluir fácilmente en productos de aseo y limpieza.
Tan elevado es el alcance de la aromaterapia médico-clínica que incluso en veterinaria se han constatado sus bondades, al demostrarse que es capaz de ayudar a desinfectar heridas de animales, tratar problemas parasitarios y calmar sus dolores.
El experto Robert Tisserand acuñó el término «blanda» para referirse a la aromaterapia capaz de atender afecciones psicosomáticas por vías menos agresivas que la farmacológica. Estas enfermedades son más de las que suponemos e incluyen la tristeza, la desesperación, la ansiedad, el desconsuelo, la angustia, el pánico, el estrés y la depresión. Son las llamadas «dolencias de la civilización», que cada vez están más generalizadas. Según el aromaterapeuta Marcel Lavabre, «las fragancias pueden provocarnos las más profundas, pero a la vez más fugaces emociones, como la alegría, el amor y la risa, que nos toman por sorpresa y se desvanecen apenas intentamos atraparlas». Estas reacciones tienen la cualidad de aliviar problemas emocionales arrastrados por mucho tiempo.
Los aceites esenciales son capaces de gatillarnos una necesidad profunda de tranquilidad, que se denomina el «instinto de calma». Es una atávica sed de armonía, de paz y de equilibrio interior que los seres humanos llevamos dentro. Probablemente sea por eso que Gustav Fechner, el psicofísico alemán del siglo XX, un hombre de profunda visión espiritual, sugería que los vegetales debían impresionarse bastante por la agitación de los humanos. Solía decir: «Además de las almas que corren, gritan y devoran, ¿no existirán otras almas que florecen en la quietud, irradian fragancia, apagan su sed con el rocío y sus impulsos con el retoñar?». Esas almas, sin duda, son las de las plantas aromáticas.
Algunos investigadores italianos se dedicaron a estudiar el papel de la aromaterapia en la psicología y el comportamiento humano evaluando el influjo de los aromas en el sistema nervioso y el cerebro límbico. Entre ellos estaba Paolo Rovesti, quien se especializó en psicoaromaterapia e hizo pruebas de sanación con pacientes con problemas psiquiátricos.
En Chile he descubierto con preocupación la facilidad con que se administran fármacos a los alumnos de enseñanza básica por el déficit atencional o la hiperactividad. No me cabe duda de que a un gran porcentaje de esos niños se le podría ayudar de forma más sabia y constructiva por medio de la medicina complementaria, en particular con aromaterapia.
Yo llegué a esta bella disciplina a raíz de mis estudios de educación parvularia y de mi trabajo con niños en refugios para personas que huían de la violencia familiar. Eran niños que arrastraban problemas más serios que un «déficit atencional»: su conducta era violenta, huraña, resentida, traumatizada por los golpes de su vida. Tuve experiencias entrañables en esos lugares. No podré olvidar el alivio que experimentó una madre al ver dormir en calma por primera vez a su hijita de pocos meses, quien hasta entonces se despertaba sobresaltada todas las noches. ¡Y eso gracias a un breve masaje que le hice en su guatita con aceites esenciales!
Según Pierre Franchomme, los aromas provenientes de la naturaleza sirven a los niños incluso como medicina preventiva, pues ayudan a desarrollar un buen sistema nervioso al estimular las capacidades comunicativas, de información y codificación de sus sentidos, en particular del olfato. El placer y deleite que se experimenta al aliviarse con el aroma de una planta no se olvida jamás. Los recuerdos quedan instalados en la mente del niño, y en el futuro, con solo evocarlos puede salir del estrés o la ansiedad de manera natural, sin recurrir a químicos de alto impacto.