«LA LEYENDA DEL BÚFALO BLANCO»

Dedicado a la mujer medicina María Valdivia

Cuenta la leyenda que, hace muchísimos años, se reunieron los siete consejos ancestrales de la Gran Nación Sioux, llegaron por lo tanto los lakotas para acampar en su espacio designado. La razón de la convocatoria era la hambruna que sus pueblos estaban sufriendo, el sol brillaba de tal forma que todo se había secado, las manadas de búfalos se habían ido lejos y el agua escaseaba. Los exploradores volvían cada día con las manos vacías y la desesperación cundía entre sus pueblos.

Una mañana, muy temprano, el jefe lakota anunció al consejo que sus dos mejores cazadores partirían a buscar la ruta de las manadas y no volverían hasta encontrarlas. Después de unos días de arduo caminar, cansados y decepcionados, decidieron subir una colina para ver si divisaban algo, entonces fueron sorprendidos por una visión extraordinaria: a lo lejos se veía venir una figura radiante que se aproximaba tan veloz, como si volara, que de inmediato se dieron cuenta de que se trataba de una presencia sagrada. Era tal la belleza y magnificencia de ella que, ataviada con una piel blanca decorada con símbolos sagrados, irradiaba una luz cegadora que no dejaba duda de su origen sobrenatural.

Se trataba, sin duda, de la Wakan Búfalo Blanco de la que hablaban sus leyendas, su aspecto impresionante dejaba ver que en sus manos llevaba un objeto finamente envuelto, además de un abanico de hojas de salvia. Su cabello azul oscuro danzaba con la brisa del atardecer, y sus ojos relucían chispeantes, oscuros como la noche. Los dos jóvenes la observaban perplejos, uno de ellos se inclinó ante ella con gran respeto, mientras el otro, cegado por su belleza, intentó tocarla con tal lujuria que instantáneamente cayó un rayo de las alturas, fulminándolo. El primero, arrodillado, puso la frente en el suelo en señal de adoración, entonces ella habló con voz de brisa matutina, diciendo así:

«Traigo cosas buenas y sagradas para tu pueblo. Vuelve ahora a tu campamento, dile a tu jefe que preparen un tipi con veinticuatro palos y cocinen las medicinas purificando sus cuerpos para prepararse antes de mi llegada».

El joven cazador volvió raudamente al campamento llevando la buena nueva. Los ancianos del consejo enviaron a un pregonero a recorrer todos los campamentos de la Gran Nación Sioux, anunciando a los cuatro vientos lo que sucedería.

«¡La Wakan Búfalo Blanco se aproxima! ¡Una presencia sagrada viene a nosotros, despierten, prepárense!».

Se fue levantando un gran tipi ceremonial, se prepararon las medicinas ancestrales, el pueblo purificó sus cuerpos y sus almas mientras esperaban que la promesa se cumpliera. Al cuarto día, vieron aproximarse a la Mujer Búfalo Blanco con su atavío reluciendo a la distancia, cargaba un bulto misterioso envuelto en pieles, tal como el cazador recordaba haberla visto en su encuentro anterior, y avanzaba dejando una huella de estrellas plateadas. El pueblo entero se inclinó con inmenso respeto ante la sagrada presencia.

Los ancianos del consejo la condujeron hacia el tipi medicinal, mostrándole sus preparativos para la ceremonia. Ella recorrió el interior del espacio en el sentido que lo hace el sol, esparciendo su bendición en las cuatro direcciones. Entonces, con una voz semejante al soplo del viento norte, les dijo:

«Pueblo Lakota, he venido a instruirlos. Debéis instalar al centro del tipi, un owanka wakan (altar sagrado) que haréis con tierra roja, pondréis símbolos sagrados, un cráneo de búfalo y tres palos consagrados, para disponer allí el objeto que he traído para ustedes».

Aquello permanecía aún oculto en su envoltorio.

Ellos hicieron lo que les indicó. Entonces, ella trazó un dibujo misterioso con sus dedos sobre la tierra roja alisada del altar y les enseñó cómo hacerlo, para luego volver a recorrer el tipi en el sentido del camino que hace cada día el sol.

De pie frente al jefe, abrió el bulto, dejando a la vista el objeto sagrado que transportaba: era la legendaria Čhaŋŋpa o «pipa sagrada». La enseñó al pueblo mientras sostenía la boquilla con su mano derecha y el tazón con la izquierda, lo que se debe hacer desde entonces hasta el fin de los tiempos.

El jefe, inclinado con gran respeto, dijo lo siguiente: «Madre, estamos agradecidos por tu presencia y enseñanza, pero solo podemos ofrecerte agua fresca, pues no hay carne, el pueblo no tiene alimento», entregándole un pocillo con inciensos y una fuente con agua clara en ofrenda.

Ella tomó de su atuendo una pluma de águila y mojándola en el agua roció a los guerreros, purificándolos. Enseguida, encendió los inciensos, repartiendo el humo con la pluma con el fin de instruirlos en el arte de sahumar. Luego, invitándolos a sentarse a su alrededor, les mostró cómo llenar la pipa con chan-sasha (tabaco de sauce rojo), y luego de encenderla y pasarla de uno en uno a los altos dignatarios, se puso de pie sellando la ceremonia caminando cuatro veces alrededor del tipi a la manera del sol, representando el Círculo Eterno, el Anillo Sagrado, el Gran Camino de la Vida. La chispa con que fue encendida la pipa sería el símbolo del fuego eterno que pasaría de generación en generación, pues el humo que exhala la pipa es el aliento de Tunka-shila, el que da la vida, el Gran Abuelo Misterio.

La Mujer Búfalo Blanco le enseñó al pueblo cómo usar la čhaŋŋpa o pipa sagrada, la manera correcta de rezar, las palabras y los gestos adecuados y la canción que debía entonarse al cargarla, cómo elevarla al cielo, honrando al Abuelo Fuego y a la Madre Tierra, al Gran Espíritu y a las Cuatro Direcciones del Universo.

«Con esta pipa sagrada —les dijo— ustedes caminarán como una plegaria viviente, con los pies firmemente arraigados en la tierra y la boquilla de la čhaŋŋpa apuntando el cielo.

»Recuerden —les dijo— que todos los seres vivos, los de dos o cuatro patas, los alados, los que moran las aguas, así como los árboles y las hierbas, estamos emparentados, somos una sola familia y esta pipa sagrada nos une a todos.

»La piedra en la que está tallado el tazón que contiene el tabaco sagrado representa al Búfalo, a la carne y sangre del Hombre Rojo. El Búfalo representa al Universo, a las Cuatro Direcciones, porque sus cuatro patas son las Cuatro Eras de la Creación, y fue puesto en el oeste por WakanTanka cuando creó la tierra para contener las aguas. Cada año pierde cabello y cada era, pierde una pata... el Anillo Sagrado llegará a su fin cuando el cabello y las patas del Gran Búfalo Celestial hayan desaparecido, entonces las aguas volverán a cubrir toda la Tierra.

»Recordad, la boquilla de madera de la čhaŋŋpa representa todo lo que crece en la tierra, las doce plumas que cuelgan de la juntura de la boquilla, su columna vertebral, son plumas del Gran Águila Manchada, que es mensajera del Gran Espíritu. En el tazón hay grabados siete círculos, que representan las Siete Ceremonias Sagradas de la Nación Lakota, son las que unen todas las cosas del universo y que deben ser celebradas con esta pipa, congregando a los Siete Consejos Sagrados de toda la nación Sioux».

Entonces la Wakan Búfalo Blanco se dirigió a las mujeres, diciéndoles que era el trabajo de sus manos y el fruto de sus cuerpos, lo que mantenía la vida de los hombres: «Ustedes —les dijo— son hijas de la Madre Tierra, todo lo que hagan será tanto o más importante que la tarea de los grandes guerreros, pues ambos son uno para el Gran Misterio. Por eso, la čhaŋŋpa sagrada será también un símbolo de la unión entre hombres y mujeres en el Círculo del Amor. En este objeto sagrado ambos unirán sus manos para crear: el hombre tallará el tazón y fabricará la boquilla, la mujer preparará el tabaco y decorará la pipa con tiras coloreadas de espinas de puerco espín y con plumas de halcón peregrino. Cuando un hombre y una mujer decidan unir sus vidas, ambos deberán sostener juntos la pipa y se las atarán con tejidos de tela roja en las muñecas, sellando de esa manera su unión».

La Mujer Búfalo Blanco traía más presentes en su bolsa-vientre, desde donde extrajo las semillas del maíz, el nabo, los frijoles, el tabaco y de tubérculos comestibles. Les enseñó a cultivar la tierra, así como a cocinar al fuego la carne que hubiesen traído de sus cacerías. Les dijo que así el pueblo no volvería a pasar hambre.

Luego, quiso hablarles a los niños, pues sabía que, a pesar de su corta edad, de ellos dependería la continuidad de su cultura ancestral. Les dijo que todo lo que aprendieran de sus mayores, sería lo que ellos a su vez les enseñarían a sus hijos, cerrando así el Círculo de la Inmortalidad. Les contó que ellos, como guardianes de las generaciones venideras, deberían preservar las sagradas enseñanzas, participando en las ceremonias y rituales, pues algún día llegaría el momento en que sostendrían la pipa, fumando de ella y rezando con sus hermanos.

Por último, se dirigió al pueblo diciendo: «La čhaŋŋpa está viva, es un ser viviente rojo, enseñándoles una vida roja y un camino rojo que recorrer. Podrán encenderla en cada una de las Siete Danzas Ceremoniales, así como para honrar el alma de una persona muerta, pues a través de ella pueden comunicarse con Wakan Tanka, el Espíritu del Gran Misterio. El día que un hombre muere —añadió— es un día sagrado, cuando el alma es liberada hacia el Gran Espíritu. Cuatro mujeres serán consagradas ese día, ellas estarán encargadas de cortar el árbol designado Canwakan, para la danza de los espíritus».

Luego, les instruyó para la gran ceremonia que celebrarían cada año, la Danza del Sol. Les pidió que conservaran sus tradiciones, pues por su pureza, Wakan-Tanka les había concedido la čhaŋŋpa sagrada y habían sido designados como guardianes de la tradición, para cuidar de ella en nombre de todos los pueblos indígenas, nativos del gran continente Tortuga.

Volviéndose al jefe, le dijo: «Respeten la pipa sagrada, ella les conducirá al fin del camino. Las Cuatro Eras de la creación están en mí, yo soy las Cuatro Eras, por eso volveré en cada cambio de Ciclo Cósmico, cada vez que el tiempo termine para dar paso al siguiente».

La vieron alejarse desapareciendo lentamente, su silueta recortándose en la gran bola roja solar del atardecer. Mientras se perdía en el horizonte observaron que se detenía y rodaba cuatro veces, la primera vez se convirtió en un búfalo negro, la segunda en uno marrón, la tercera en uno rojo y, finalmente, al rodar por cuarta vez, se convirtió en una hembra de búfalo blanco, la criatura más sagrada que el pueblo habría de ver.

Desapareció como un sueño, dejando una estela de enseñanzas y la promesa de volver cuando sucediera la cuarta rodada y una nueva era arribara. No bien desapareció, grandes manadas de búfalos cubrieron las praderas y el pueblo pudo obtener gracias a ellos lo necesario para sobrevivir.

El tiempo del retorno se aproxima, elevemos la sagrada čhaŋŋpa invocando a Wakan-Tanka para que nos proteja, mientras esperamos la llegada del Búfalo Blanco con toda su magnificencia.

¡AHÓ!