Orígenes e historia de las dos razas
El bulldog inglés y el bulldog francés son molosos, hecho que los sitúa entre los descendientes directos del antiguo moloso del Tíbet, si bien es cierto que algunas teorías recientes plantean ciertas dudas al respecto de esta afirmación.
El moloso del Tíbet es aquel perro que Marco Polo describió de la siguiente manera: «feroz como un león y grande como un asno». Por mucho que ahora redimensionemos las medidas imaginadas en aquella época (especialmente tras saber que los asnos tibetanos más difundidos en ese momento eran enanos), el moloso del Tíbet no deja de ser un perro muy grande, casi gigante. Por esto nos hace gracia la idea de que los pequeños, rechonchos y simpáticos bulldog actuales, tanto el inglés como el francés, desciendan directamente de él.
En realidad, del moloso del Tíbet a los molosos actuales hay mucho camino, a lo largo del cual la selección realizada por el hombre ha provocado más cambios de los que habría generado la naturaleza por sí sola (pese a que en los perros ha permitido la máxima adaptabilidad genética). Cuando el hombre decide intervenir en la selección canina, el motivo es siempre utilitario. Y en este caso, la utilidad práctica de los perros se desprende del nombre bulldog, que significa «perro de toros».
La moda de organizar peleas de perros contra otros animales (toros, leones, osos, etc.) es por desgracia muy antigua, como demuestran las muchas representaciones que se conservan de la época romana. Sin embargo, la variante específica de las peleas contra toros surgió en la Inglaterra del siglo XIII, cuando un noble inglés, Lord Stamford, vio casualmente que los perros de un carnicero peleaban contra dos toros, a los que lograron vencer. El «espectáculo» (las comillas son obligatorias, aunque debemos situarnos en el contexto de la época a la que nos estamos refiriendo) resultó apasionante para el lord, hasta el punto que cedió el terreno donde había tenido lugar la pelea al gremio local de carniceros, con la condición de que cada año se repitiera este evento.

Un descendiente directo del antiguo moloso del Tíbet...
Fue así como nació el bull-baiting. Naturalmente, al tener lugar en Inglaterra, estas peleas generaron en muy poco tiempo una considerable actividad de apuestas, en las que participaban tanto el pueblo llano como la nobleza. Entre los apostantes estaba prácticamente toda la aristocracia inglesa, incluida la reina Isabel I.
El bull-baiting conllevó la aparición de muchos criaderos de perros especializados en este tipo de peleas, los cuales redujeron drásticamente el tamaño de los perros al darse cuenta de que los grandes molosos que se utilizaban inicialmente eran presa fácil para los cuernos del toro. En cambio, los canes más pequeños obligaban al toro a bajar la cabeza al intentar embestirlos, pero en esta acción el pobre bovino también colocaba su garganta al alcance de los colmillos del can. Naturalmente, cuando este lograba clavar sus dientes en el cuello del toro (que lógicamente no apreciaba este detalle), no podía permitirse soltarlo, ya que difícilmente dispondría de una segunda oportunidad. Por esto se condujo la selección hacia una línea de perros de patas cortas, muy estables (con el cuerpo ancho) y con una mordida definitiva. Otra cualidad muy buscada era un temple muy duro, con una capacidad increíble de aguante del dolor (ya que es prácticamente imposible que un toro furioso se deje matar sin intentar asestar al menos una cornada). Y, naturalmente, era necesario que el perro tuviese un grado muy alto de agresividad, pues un animal que no contase con un cerebro programado para matar no habría sido tan loco de pelear contra un toro.
En este momento, me imagino al lector con el libro en la mano y su bulldog en su regazo buscando sus caricias y sin dejarle leer, o tumbado a sus pies roncando sonoramente. Usted pensará que esta historia es una exageración, porque los cariñosos animales que conocemos hoy no tienen ningún punto en común con la especie de bestia que estoy describiendo. Sin embargo, la historia es tal como la contamos: el bulldog inglés y el bulldog francés tienen sus orígenes en estos perros que fueron criados para obtener la máxima ferocidad, por lo menos hasta principios del siglo XIX, cuando la ley inglesa prohibió las peleas contra los toros.
Previamente ya había habido algunos tímidos avisos. En 1778, el duque de Devonshire había erradicado el bull-baiting de su ciudad, Tutbury, y en 1802, el reverendo Barry había despertado la compasión de todos los ciudadanos de Workingham con un espléndido sermón que había puesto fin a este bárbaro «deporte».

¡Qué pinta de bribón!
Fueron episodios aislados, pero la ley de 1835 cortó de raíz la actividad de los organizadores de peleas. Estos, como suele ocurrir en estos casos, en vez de adaptarse a la ley se trasladaron de las plazas públicas a las tabernas clandestinas.
Desgraciadamente para nuestros amigos, un toro no cabe en una taberna; entonces, el bull-baiting se convirtió en dog fighting, es decir, peleas entre perros, como las que todavía hoy en día se continúan disputando clandestinamente y sin que podamos aducir la excusa de que «eran otros tiempos».
Hoy en día, los protagonistas ya no son los bulldog, porque la raza originaria que peleaba contra los toros (y luego contra sus congéneres) ya no existe.
La locura humana había convertido esta raza en tan feroz y agresiva que la opinión pública empezó a echarse encima de los mismos perros que había contribuido a crear, pero que entonces habían pasado a ser ilegales.
Así, mientras aún había aficionados que continuaban criándolos a escondidas, los «nuevos puritanos», aquellos que temían ser cazados si continuaban apostando, reclamaban enérgicamente la desaparición de la raza.
Su petición fue escuchada en muchos casos, y las matanzas de perros en aquel periodo fueron frecuentes. Afortunadamente, a mediados del siglo XIX había nacido la moda de las exposiciones caninas, y no todos los aficionados a los perros de tipo bull eran amantes de las peleas de animales.
En aquella época arrancó una selección completamente diferente, orientada a la obtención de perros bonitos y buenos, amigos de las personas (al principio, tampoco tenían una buena relación con sus congéneres) y seguros con los niños.
La empresa fue muy sencilla porque la verdadera esencia del moloso, cuando no interviene la bestialidad humana, es la de un perro cariñoso y fiel, dispuesto a darlo todo por su familia.
En estas condiciones, el bulldog volvió a difundirse: primero a través de los expertos que participaban en las exposiciones y, desde esta plataforma, a un gran número de hogares, donde se estableció como perro de compañía.
El nuevo destino de la raza tuvo dos consecuencias inmediatas: la reducción de la talla y la radicalización de los rasgos más grotescos de su fisonomía. Más tarde llegó lo que podríamos llamar una «extrema radicalización», que produjo, por un lado, bulldog muy pequeños y, por otra parte, bulldog hipertípicos, es decir, perros exageradamente cortos, con unas cabezas enormes y casi sin nariz, hasta el punto de que ello les causaba graves problemas respiratorios. Poco después, se dejaron de producir perros hipertípicos, los cuales eran poco longevos y propensos a enfermar, y se volvió a un tipo igualmente gracioso, simpático y compatible con la vida. Los perros muy pequeños, por el contrario, no tenían problemas especiales y gustaban sobre todo a las señoras, por lo que siguieron criándose con el nombre de toy bulldog (bulldog de juguete).
En aquella misma época, en Francia se criaba ese mismo tipo de perro, donde se conocía con el nombre de ratier, ya que tenía un uso muy distinto: no se trataba de un perro mascota, que recibía mimos y caricias, sino de un despiadado cazador de ratas. Con este propósito fue cruzado con el Manchester terrier, que fue el «responsable» de que el bulldog francés tuviera las orejas erguidas. Posteriormente, cuando empezó a crecer la demanda de esta raza como perro de compañía, también se le cruzó con el carlino para suavizar su carácter.

Exposición Dog Show de París 2009

Unos agradables perros de compañía, a pesar de su aspecto torpe
La diferencia en los usos de cada raza propició que disfrutaran de destinos diferentes: el toy bulldog, considerado una degeneración del fiero luchador de tiempos pasados, fue eliminado de la lista de las razas reconocidas. Esto no le impidió sobrevivir en los salones, ya que en aquellos tiempos a las damas no les importaba lo más mínimo que sus perros tuvieran o no pedigrí.
En cambio, el ratier, respetado como perro de utilidad, se hizo cada vez más popular, sobre todo entre las capas más pobres de la sociedad (los ricos no tenían el problema de las ratas, o, como mínimo, para ellos no era tan acuciante).
Llegados a este punto, creemos conveniente aclarar que esta reconstrucción histórica que presentamos aquí no es la única hipótesis que existe sobre la raza. En efecto, otros autores sostienen que el ratier no se crió en Francia a partir del antiguo bulldog, sino precisamente del toy bulldog, que, después de su pérdida de popularidad, había quedado relegado al mundo rural, donde había demostrado sus habilidades como cazador de ratas (a ello hay que añadir que algunos ejemplares seguían siendo utilizados como perros de pelea). Después, estos animales habrían atravesado el canal de la Mancha, llevados por trabajadores ingleses que habrían emigrado a Francia en busca de trabajo.
Sea cual sea su auténtico origen, el resultado no cambia: el ratier conquistó (o reconquistó) el corazón de la nobleza y se convirtió en un perro de salón muy estimado. Fue entonces cuando, en Francia, por el simple orgullo de haberlo creado (o adoptado), se le dio el nombre oficial de bouledogue français (french bulldog o bulldog francés). Y poco después, Inglaterra reimportó la raza de Francia…
Todos sabemos cómo continúa la historia: el bulldog inglés y el bulldog francés acabaron siendo magníficos perros de compañía y se difundieron rápidamente por toda Europa.