
Las calabazas que actualmente se cultivan en el mundo tienen su origen en América y Asia. Entre las hortalizas europeas más importantes procedentes del Nuevo Mundo, tras 1492, se encuentran las cabalazas y también algunas clases de calabacines. En el siglo I d. C., tanto Plinio el Viejo como Columella, en unos tratados botánicos de especial importancia, ya hablaban acerca del cultivo de diversos tipos de calabazas y calabacines, haciendo hincapié en la variabilidad de las formas. Así pues, resulta lógico deducir que la presencia de estas hortalizas en el Viejo Continente fuese previa al descubrimiento de América. Con toda probabilidad, las calabazas descritas entonces pertenecían a plantas del género Lagenaria, mientras que el origen de los calabacines (Cucurbita pepo) es sin duda asiático.
Entre las tribus indias de Norteamérica, la flor de la calabaza era considerada como símbolo sagrado. Además, fue en la zona del Tehacán, en el actual México, donde se hallaron los restos más antiguos de semillas: dicho hallazgo remonta el cultivo de varias especies de estos frutos a unos 7.000 años. Otros hallazgos confirman que tanto las calabazas como los calabacines tuvieron su origen en las zonas más cálidas, tropicales y subtropicales de Centroamérica.

Flor de calabaza.
Las especies más representativas hoy en día pertenecen a dos géneros principales: Cucurbita y Lagenaria, así como a otros de menor importancia (Mormonica, Luffa, Trichosanthes, Melothria o Cucumis).
La clasificación botánica clásica subdivide el género Cucurbita en cinco especies comestibles, mientras que el género Lagenaria tan sólo cuenta con una especie que, cosechada en un estadio inicial de desarrollo, también puede ser apta para el consumo humano.
Por lo que se refiere al resto de los géneros anteriormente citados, estos requieren exigencias climáticas especiales, sobre todo a temperaturas muy elevadas, con el fin de completar el ciclo vegetativo; por ello no son aptas para el cultivo en nuestros climas. Dichos géneros se producen únicamente a modo de enredaderas ornamentales o para obtener frutos de formas y colores vivos; para conseguir esto, no se deja que crezcan del todo.

En Estados Unidos, la calabaza es todo un símbolo de la fiesta de Halloween.

Calabacines y flores.
CALABACÍN
La especie Cucrubita pepo es muy común. Se trata de una planta anual cuyo desarrollo tiene lugar típicamente en matorrales. A su vez, está dotada de un tallo muy robusto y de nodos internos muy recortados. Puede crecer a lo largo y tan sólo ciertas variedades se desarrollan rectas; su crecimiento es muy similar al de las calabazas. Las variedades cultivadas que crecen rectas, tanto las normales como las F1, se seleccionan para las producciones en cultivos protegidos. Esto se debe a que, al ser más adecuadas para el desarrollo vertical (sostenidas mediante postes de madera), facilitan la operación del cultivo, de gran dificultad en ubicaciones con espesor; asimismo, son más resistentes a los patógenos. La variedad vertical casi siempre se utiliza en la huerta, y el tallo, al finalizar el ciclo productivo, llega o supera ligeramente 1 m de longitud. En ambos casos, este elemento puede ser bastante espinoso y, por lo que respecta a las variedades que crecen hacia arriba, también presenta zarcillos.
Las hojas son anchas, con 3-5 lóbulos, e hirsutas por ambos lados. En cuanto a su consistencia, a menudo es de tipo coriáceo e incluso puede ser espinosa. Las hojas quedan unidas al tallo a través de un pecíolo largo, también hirsuto y espinoso, de forma cuadrangular y hueco en el interior.
Como suele suceder con casi todas las plantas monoicas, las flores se diferencian entre flores masculinas y flores femeninas, si bien se ubican en puntos distintos.

El aspecto del tallo va haciéndose visible a medida que aumenta la producción.

Las hojas del calabacín, anchas, lobuladas y coriáceas, presentan un pecíolo largo y cuadrangular.
En el caso de los calabacines, las flores masculinas tienen pedúnculos largos y aparecen en puntos concretos según la disposición de las hojas. Cuando están cerradas, quedan protegidas por un único sépalo dividido en 5 lóbulos. La corola, que suele ser de color amarillo anaranjado, queda solidificada en la base, mientras que la parte superior se abre en 5 segmentos en punta. El interior de la flor masculina contiene 5 estambres, que a su vez envuelven grandes cantidades de polen. Las flores femeninas se diferencian porque presentan un pedúnculo mucho más corto, nervaduras y 5 surcos muy visibles en ciertas variedades; en cambio, en otras, tan sólo se entrevén. Del pedúnculo surge el fruto, en cuya extremidad se encuentra la flor gamopétala que, al mismo tiempo, contiene en el interior un ovario hinchado que acaba en 3 estigmas con dos lóbulos. A medida que crece el fruto, la flor tiende a secarse y caer.
En ambos casos; es decir, tanto en las flores masculinas como en las femeninas, los pétalos sujetos a la base apuntan hacia arriba y, a menudo, se separan durante el primer florecimiento.
La formación del fruto tiene lugar a través de la fecundación, que es de tipo heterógamo; es decir, por cruce. Dicha fecundación la efectúan insectos comunes que se alimentan de polen, como las abejas. Sin embargo, también es de especial relevancia el papel de las moscas, que acuden a la planta atraídas por la vistosidad y el volumen de los órganos reproductivos. La abertura de las flores y, por ende, la fecundación, sólo tiene lugar al alba, único momento del día en que la parte frontal de la corola aparece completa.
Los frutos destinados a la alimentación humana deben cosecharse a tiempo, que es a los 2 o 3 días tras la apertura de la flor o tras la separación y caída de la corola. Entonces el fruto es aún joven y contiene mucha agua. Asimismo, presenta una composición química con pocas calorías: por un lado, los niveles de azúcar y grasas son muy bajos; pero, por otro, el nivel de sales minerales es muy elevado. Al cabo de una semana aproximadamente, tras el florecimiento, el tamaño del fruto ya es considerable, la corteza se endurece y en la pulpa pueden observarse las semillas. Todo ello determina una reducción notable de las características organolépticas, lo que afecta al sabor y, por consiguiente, al consumo.
Las semillas pueden verse a la perfección en el fruto maduro, dispuestas en corona en la parte central. El color oscila entre el blanco o el amarillo pálido y la forma es oval y plana con los bordes ligeramente pronunciados. Un gramo de semillas secas corresponde a no más de 7 u 8 ejemplares. La capacidad de germinación dura unos 6 años; de todos modos, para la siembra siempre se recomienda utilizar semillas que no hayan superado los 3 años: la germinación, en este caso, generará mejores resultados.

Flores de calabacín masculinas y femeninas. Analizando el desarrollo y la estructura de los órganos reproductivos, se observa que la flor masculina se caracteriza por un pedúnculo largo y por tener estambres llenos de polen; sin embargo, el pedúnculo de la flor femenina es corto y de allí surge el fruto con la flor, integrando 1 ovario y 3 estigmas.

El tallo largo de la calabaza tiene una forma cilíndrica.
El consumo de la flor del calabacín
En algunas regiones italianas, muchos consumidores prefieren comprar frutos que todavía presenten la flor. En este sentido, variedades como la «Albatros» o la «Gaviota», ambas del tipo F1, se caracterizan precisamente por una flor duradera.
CALABAZAS
• Cucurbita maxima: esta es la calabaza clásica para el guiso de menestras y la que se entiende como la calabaza «de toda la vida» teniendo en cuenta su mayor difusión, cultivo y consumo. El ciclo biológico de esta clase de calabaza se extiende durante el periodo de un año. Asimismo, presenta un tallo largo en forma cilíndrica, no muy ancho, ligeramente hirsuto, y cuyo crecimiento hacia arriba tiene lugar de forma muy rápida: en la base, siguiendo los primeros nodos, pueden crecer hasta 8 brotes laterales, que suelen alcanzar la misma longitud que el tallo central.
Las hojas grandes, en muchos casos con 5 puntas redondas o reniformes, presentan un pedúnculo largo y semicilíndrico y se alternan con los nodos. El margen es liso; la hoja, ondulada o con relieve y, de tacto, casi nunca rígida, pese a que es rugosa.
Entre hoja y hoja aparecen los zarcillos, órganos móviles y filiformes de los que la planta se sirve con el fin de sujetarse a los postes. Aunque en un principio los zarcillos son rectos, sobre una superficie tienden a envolver la planta firmemente de forma inmediata.
En la axila de las hojas, aparte de en los zarcillos, también salen flores: en los primeros nodos sólo surgen flores masculinas y, en los siguientes, se alternan las flores masculinas con las femeninas. Las masculinas se caracterizan porque cuentan con un pedúnculo muy largo, mientras que las femeninas generan fruto en la base. Los pétalos, como en el caso de los calabacines, quedan fijados en la base y, a medida que se acercan al ápice, tienen forma acampanada, con la parte terminal que se abre y tiende a doblarse de inmediato tras la apertura. Asimismo, los pétalos son de dimensiones considerables y la corola se caracteriza por un color amarillo anaranjado.

Fruto de Cucurbita maxima.
El pedúnculo del fruto presenta una consistencia carnosa: es tierno, liso y con algún ligero surco. El fruto, en principio redondo, a medida que crece, va adquiriendo una forma más ancha y menos larga, parecida a un rosco plano en función del eje principal. La corteza, suave y de color verde en las primeras fases, va endureciéndose con el crecimiento, asumiendo colores varios (verde grisáceo o amarillo, rojizo o anaranjado). Ciertas variedades pueden incluso dar frutos de dos colores: en las calabazas «de turbante», la coloración, que puede ser muy variada, se distingue con toda claridad entre ambas partes. La corteza de toda la calabaza adquiere una textura verrugosa o con relieve, muy pocas veces lisa. La hibridación espontánea que acompaña el cultivo de esta Cucurbitácea se puede amalgamar sin problema alguno, por lo que una misma planta puede dar frutos con características distintas, tanto por lo que se refiere a la forma como al color de la corteza.
En el interior de la fruta madura, la pulpa es fina, lisa y de un anaranjado brillante muy bello, que únicamente cambia en la zona próxima a la corteza, donde tiene una textura más coriácea. En el centro del fruto se encuentran las semillas, dispuestas de forma paralela a su eje: son ovaladas, planas, grandes y lisas, de color blanco o amarillo pálido, y suelen presentar una marca alrededor de todo el margen. Estas semillas, utilizadas para el cultivo posterior, así como para el consumo humano tras un ligero tueste, pesan de 3 a 7 g por unidad, según la variedad. La capacidad de germinación suele tener una duración de 3 a 5 años, periodo de tiempo relativamente largo.

Distintas clases de hoja de calabaza: a medida que crece la planta, la hoja tiende a adquirir dimensiones consistentes.

Las hojas, onduladas o con relieve, presentan un pedúnculo largo y se alternan con los nodos.

El tallo de las calabazas genera zarcillos, cuyo fin es la sujeción firme a los postes.

Las flores femeninas apuntan hacia arriba y tienen forma acampanada con el fruto en la base.

La corteza es suave y de color verde brillante en las primeras fases del crecimiento.

Al principio, el fruto es redondo.

Variabilidad de dimensiones, formas y colores en los frutos maduros.

Parte del fruto: las semillas se encuentran en el centro y la pulpa externa es fina y de color amarillo intenso.
• Cucurbita moschata. También denominada calabaza de invierno, ya que se conserva con mucha facilidad. Dicha calabaza presenta una gama de formas extremadamente variada. Desde el punto de vista de la alimentación, se cocina sobre todo frita u horneada. El cultivo es anual y es una planta muy ramificada, con el tallo largo, en ángulo y cubierto de filamentos suaves.
Las hojas son ligeramente lobuladas, de color verde oscuro y, en muchas ocasiones, presentan marcas marmóreas y venas blanquecinas en forma de herradura. La flor se parece a la del calabacín, si bien el extremo es más ancho y genera más hojas. El pedúnculo de la flor femenina es voluminoso y muy consistente, y en él se encuentran 5 nervaduras muy diferenciadas y con surcos.
Los frutos, si se cosechan en un estadio inicial, pueden utilizarse a modo de calabacines. Sin embargo, una vez maduros, se convierten en una calabaza propiamente dicha. La forma en estos casos es larga y curva en menor o mayor medida. Dichos frutos, cuando ya han madurado por completo, presentan una corteza dura y coriácea, con tonos verdosos y amarillos o totalmente amarillos. Las semillas, que se encuentran en la parte terminal del fruto, son de color blanco ceniza y suelen adquirir grandes dimensiones, con un margen en relieve que rodea todo el perímetro.
Se trata de una especie muy productiva que, para cultivarla con éxito, necesita espacios amplios (como la C. maxima): solamente de esta forma podrán desarrollarse las numerosas ramificaciones que crecen a lo largo; de hecho, lo hacen hasta tal punto que a menudo alcanzan la longitud del tallo principal. Dicha particularidad hace que la C. moschata sea una de las especies más productivas. La disposición de las hojas sobre el tallo va alternándose y, en la base, puede alterarse con la presencia de flores masculinas, femeninas y zarcillos. Estos últimos, cilíndricos y de color verde, crecen a lo largo con mucha rapidez y al mismo tiempo se ramifican, aumentando así la capacidad de la planta para mantenerse sujeta y sostenerse.
La variedad hortícola de mayor relevancia y más cultivada en Italia es la Cucurbita moschata, en su variedad napolitana. No cabe la menor duda de que la C. moschata se puede utilizar con fines distintos a los alimenticios; así pues, no resulta extraño encontrar pérgolas enteras, incluso en los jardines más elegantes, llenas de la vegetación abundante y exuberante producida por estas calabazas tan únicas y características.
Se trata de una planta que necesita temperaturas altas, así como un clima particularmente cálido. No obstante, en verano se puede cultivar en cualquier lugar; su crecimiento es muy rápido y produce frutos cilíndricos, oblongos y sutiles, de un verde pálido muy hermoso. Asimismo, se encorvan o crecen en espiral y la parte final aparece hinchada, ya que es aquí donde se encuentran las semillas. Por lo general, se cosecha y se consume cuando los frutos están tiernos y verdes, miden entre 40 y 50 cm, y la última flor todavía no se ha marchitado. Si en la planta queda algún fruto y crece, este origina calabazas voluminosas con una pulpa fina y delicada de color naranja. Dichos frutos, que podrán consumirse como calabazas de invierno, son muy apreciados y presentan una forma alargada y recta. Hasta la llegada de los primeros fríos, se conservan mejor junto con la planta, resguardados, en una ubicación no demasiado fría, y sostenidos en postes de madera.

Cucurbita moschata de la Provenza.

Cucurbita moschata de la Provenza.
• Cucurbita ficifolia. Esta es la única calabaza que presenta un aparato radical perenne. Precisamente por ello, se trata de una planta que tiene la posibilidad de volver a brotar en más ocasiones a lo largo de los años, sobre todo en zonas con condiciones climáticas adecuadas. En Italia, la cucurbita ficifolia crece básicamente en Sicilia, donde las calabazas reciben el nombre de «vermiciddara».
El tallo crece con mucha rapidez, alcanzando una gran longitud; se trata de una calabaza maciza, que tiende a adquirir una textura leñosa. Las hojas son de color verde pálido, con bordes ovalados, y están formadas por 5 lóbulos. Los frutos son más bien anchos, redondos u ovalados, con la pulpa blanca y las semillas negras dispuestas en el centro.
Esta es una calabaza que recibe diversas denominaciones según el lugar: calabaza de Siam o malabar, o también calabaza de hoja de higo, en función de las características de los lóbulos de las hojas. Una variedad con nervaduras es la calabaza brasileña (también denominada americana); sin embargo la calabaza melosa de Turquía tiene forma alargada. Las plántulas de esta última especie, muy resistente a los virus así como a ciertos hongos, se utilizan a modo de portainjerto para pepinos y melones. Sin embargo, esta clase de calabazas suele cultivarse poco, sobre todo por la dificultad de encontrar las semillas.
• Cucurbita mixta. El origen de este tipo de calabaza no está exactamente definido. Hay quienes sostienen que se trata de un cruce entre la C. maxima y la C. moschata, ya que presenta características intermedias entre ambas especies. No nos podemos extender en la información acerca de esta calabaza, teniendo en cuenta que tanto su cultivo como su consumo son muy limitados. Sin embargo, pondremos de relieve que necesita mucho calor, aspecto que limita el cultivo en algunas zonas.
Aunque el género de las Lagenarias suele generar frutos no comestibles, ciertos aspectos sí resultan relevantes. Se trata de una calabaza anual, de tipo enredadera, monoica y que a su vez cuenta con zarcillos. Por ello, es muy similar al género Cucurbita. Los frutos tienen forma de pepino y dimensiones muy variadas que, pese a no ser comestibles en su mayoría, han tenido una especial relevancia en los usos y costumbres de muchas civilizaciones así como en la historia de la humanidad en general. De hecho, los frutos de Lagenaria siempre se han utilizado de forma ecléctica: secados bajo el sol, abiertos y vaciados, sin semillas; y a lo largo de los siglos se han utilizado a modo de recipientes para harina, semillas, agua, tabaco, pescado, e incluso vino. Al parecer, depositados en estas calabazas, dichos alimentos adquieren un aroma especial muy apreciado.
Como ya se ha mencionado, este es un género que adquiere formas muy distintas, a su vez muy presentes en frescos y pinturas de tema bucólico: la calabaza del peregrino tiene forma de alambique; por lo que se refiere a los frutos de la Lagenaria vulgaris, variedad ‘Miniatura’, estos son diminutos y parecen casi de juguete. En cambio, la variedad ‘Grandiosa’ de la calabaza sifón o de la calabaza en frasco doble presenta frutos de grandes dimensiones. Por lo que se refiere a la calabaza denominada de Hércules, esta genera frutos muy largos, que pueden superar 1 m.
El valor ornamental del fruto de las Lagenarias sigue siendo muy apreciado, por lo que aún es muy utilizado como objeto decorativo. Sin embargo, cabe destacar que la conservación de estos frutos, una vez secos, es limitada.
La única variedad comestible, aunque sólo en un estadio inicial, es la Lagenaria vulgaris, variedad ‘Longissima’, cuyos frutos primerizos también pueden llegar a medir hasta 1 m; son ligeramente hirsutos y tienen una pulpa crujiente y a su vez carnosa. La producción de esta variedad es muy elevada y precoz, aunque queda limitada a zonas cálidas.

Frutos de Lagenaria.
Tal como se ha indicado, estas son plantas adecuadas para el cultivo en condiciones climáticas tropicales, aunque también crecen en ambientes cálidos, debidamente resguardadas. De todos modos, cabe destacar que, incluso en estas circunstancias, pueden no dar fruto.
GÉNERO MOMORDICA
A este género pertenecen algunas especies anuales que, si se cultivan con sumo cuidado, llegan a dar fruto. La planta presenta un tallo sutil, es de tipo enredadera, con zarcillos muy largos y hojas en forma de palma muy separadas entre sí. En ciertas ocasiones, estas hojas suelen desprender un olor más bien desagradable; son amarillas, pequeñas, y generan frutos ovalados, de dimensiones normales. Una vez alcanzado el estadio de madurez, los frutos se abren «en rodajas», mostrando una pulpa de color rojo oscuro que a su vez contiene numerosas semillas negras. Esta combinación de colores aún destaca más gracias al amarillo anaranjado de la corteza, y otorga a estos frutos un aspecto de gran belleza. Asimismo, si a todo ello sumamos la elevada producción y la gran cantidad de frutos que genera cada planta, nos encontramos ante la especie ideal para decorar o embellecer pérgolas, glorietas o balcones con colores muy vivos y originales.
Las especies más comunes son la Momordica balsamina, la M. charantia, con frutos de corteza con nervaduras y semillas rojas, y la M. muscata, cuyas semillas son de color blanco.
GÉNERO LUFFA
En los climas mediterráneos, el género Luffa no consigue generar frutos maduros; sin embargo, llega a ser una planta de tipo enredadera con un gran efecto estético, dada su vegetación exuberante y la belleza de sus hojas. Los frutos son alargados, con costillas y, aunque no lleguen a madurar, producen la llamada «esponja vegetal». En este sentido, el retículo interior extraído de la piel tiene aspecto de laberinto de fibras elásticas, muy parecido a las esponjas marinas. De hecho, llega a comercializarse como sustituto de la esponja de poros, pero con un precio más elevado. Las especies más conocidas son la Luffa aegyptyiaca y la L. cilindrica.

Fruto de Luffa cilíndrica.
GÉNERO TRICHOSANTHES
A este género pertenece la «serpiente vegetal», con carácter eminentemente ornamental, con el tallo tipo enredadera, liso, con hojas lobuladas, y que presenta cilindros en espiral de color verde con manchas blancas. Esta planta recuerda la silueta y el aspecto de una serpiente. En algunas regiones asiáticas, los frutos primerizos se preparan en conserva con vinagre para el consumo humano, como suele hacerse con los pepinos.
GÉNERO MELOTHRIA
Muy decorativo, de crecimiento especialmente veloz, perenne, con hojas lobuladas de nervadura plateada y flores agrupadas en ramitos perfumados: estas son las características principales del género, que aporta frutos redondos, de color amarillo rojizo. El tallo es filiforme y crece de forma muy rápida y con muchas ramificaciones. Por ello, esta planta puede llegar a cubrir en muy poco tiempo la estructura en la que se encuentre apoyada (recinto, balcón…). Las especies utilizables en la zona mediterránea, todas de cultivo anual, son la Melothria puntata, la M. pendula, la M. heterophilla y la M. abyssinica.
GÉNERO CUCUMIS
En este género, al que también pertenecen la sandía y el melón, se engloban especies de tipo enredadera o fijas, de frutos no comestibles, peludos, de color amarillo rojizo o manchados, de dimensiones parecidas a las de un huevo. Se trata de plantas utilizadas para la cobertura de cornisas; asimismo, necesitan un apoyo y pueden cultivarse verticalmente. La función de estas plantas siempre será decorativa y las especies más conocidas son la Cucumis metuliferus, la C. dipsaceus y la C. flexuosus.

Las hojas son voluminosas y de una amplia superficie evaporante.

Tras la recolecta los frutos se dejan algunos días al sol.
Para finalizar la descripción botánica de las especies y géneros que conforman la gran familia de las Cucurbitáceas, cabe hacer hincapié en una de las estructuras más importantes de toda especie vegetal: el aparato radical. Hemos decidido hablar de este aspecto al final del capítulo no porque su relevancia sea menor, sino simplemente porque la parte subterránea, tanto de calabazas como de calabacines, protagonistas de este breve tratado, presentan características muy similares. De hecho, las especies de calabazas y calabacines, a pesar de las distintas dimensiones que pueden adquirir, cuentan con un aparato radical muy ancho y superficial en ambos casos.
Tras la germinación de la semilla, la planta genera en la tierra la raíz principal, al principio en forma de nabo (en ciertos casos puede llegar a alcanzar hasta 1 m de profundidad), cuya función esencial consiste en fijar la planta al sustrato. En el lateral de la raíz nabiforme se generan y desarrollan numerosas raíces más pequeñas, que se distribuyen en el espacio alargándose horizontalmente, ramificándose hacia la parte más superficial del terreno y ocupando una zona amplia del suelo.
Esta abundancia de raíces permite, tanto a calabazas como calabacines, tener siempre al alcance una zona muy ensanchada y, por ende, una posibilidad de absorción de agua y de sustancias nutritivas muy consistente. Las hojas, voluminosas y con una superficie evaporante muy amplia, y los frutos, cuyo crecimiento es visible día tras día, requieren una aportación hídrica muy elevada, aportación que sólo puede garantizarla un aparato absorbente muy sofisticado. Por otro lado, se aprecia claramente cuándo se marchitan las hojas, sobre todo en los días más calurosos del verano. Esta situación se puede detener y solucionar, siempre y cuando se intervenga en el momento adecuado a través del riego. En este caso, se recomienda que el agua proceda de un pozo, en vez de que venga de los grifos del hogar.