Hoy día debería aflorar el jardinero ecológico que todos llevamos dentro. La era de la explotación total del suelo ha llegado a sus límites: el suelo se agota, las capas freáticas de agua están a menudo contaminadas y cada vez más se producen alarmantes desajustes climáticos.
Gestionar el jardín de manera razonable no es una moda, significa comprender que todo aquello que interviene en el crecimiento y desarrollo de las plantas responde a factores climáticos, hidrológicos, etc., cuyos ciclos siguen una escala más amplia que la suya. El jardín, que con frecuencia es un lugar de descanso y esparcimiento en el que podemos disfrutar de una naturaleza ordenada y de lo mejor que nos puede dar la tierra, debe considerarse como una unidad.
En numerosas regiones, el agua, aunque no llegue a escasear, se convierte en un bien precioso, y su coste es cada vez más elevado. Los veranos caniculares y la escasez de lluvias nos conduce necesariamente a una reformulación de la idea del jardín como lugar ideal, en el que abundan árboles y plantas poco adaptados al clima y que requieren riegos abundantes, para pasar a entenderlo como un espacio ecológico.
El objetivo de esta obra es que los amantes de la jardinería aprendamos que a través de pequeñas actuaciones podemos cuidar el jardín de una manera más ecológica, sustituir algunos malos hábitos por otros más sostenibles y utilizar sólo el agua necesaria, a fin de ayudar a mantener el equilibrio en la naturaleza.
Tener un hermoso jardín sin malgastar el agua, e incluso sin utilizarla, es posible: el riego responsable está al alcance de todos.
Antes de abordar propiamente lo relativo al uso del agua en el jardín, es imprescindible que analicemos ciertas nociones para comprender por qué, por ejemplo, las labores de cultivo son tan importantes como el riego en sí mismo.
El agua es imprescindible para la vida. Todos los seres vivos, plantas, animales y hombres, y también el jardín, dependen de ella. Vista desde el espacio, la Tierra es completamente azul. Océanos y mares la cubren en sus tres cuartas partes, pero de estos miles de millones de kilómetros cúbicos de agua sólo una pequeña fracción es utilizable por el hombre. Las aguas dulces del planeta (es decir, las que contienen menos de tres gramos de sal por litro) representan menos del 3% (nueve mil millones de metros cúbicos repartidos de manera muy desigual en el planeta) del total que hay en la Tierra, y de este porcentaje aún hay que descontar el agua dulce retenida en los casquetes polares.
En determinados lugares del globo, el agua dulce escasea cruelmente (el 40% de las tierras emergidas están afectadas por procesos de desertización).

El ciclo del agua.
Ese volumen en continuo movimiento forma parte del llamado ciclo del agua, que sigue siendo el mismo desde hace miles de millones de años. En efecto, por la acción del calor del sol el agua de mares, lagos y ríos se evapora, al igual que la que se encuentra en el suelo y en las plantas (evapotranspiración; véase el apartado «El agua y las plantas»). Este vapor de agua experimenta un enfriamiento al ascender en la atmósfera y se condensa en pequeñas gotas que forman las nubes, hasta que vuelve a caer al suelo en forma de lluvia, granizo o nieve. El agua, que en su mayor parte cae sobre los océanos, llega también a los continentes, donde permanece durante un tiempo más o menos prolongado, que puede ir desde unos diez días hasta miles de años:
• El 25% del agua se filtra en el suelo y desciende hasta alcanzar una capa impermeable, sobre la que se acumula en inmensos depósitos. Estos, denominados acuíferos, forman las grandes capas freáticas que afloran con frecuencia a la superficie en forma de fuentes y ríos.
• El 15% alimenta directamente los cursos de agua, lagos y ríos: son las aguas superficiales de escorrentía.
• El 60% restante participa de nuevo en el ciclo del agua.
Las plantas tienen una función importante en la evapotranspiración. Veamos cuál es.
Las plantas están constituidas fundamentalmente por agua (del 80 al 95% de su peso total). Aquella que necesitan la obtienen del suelo a mayor o menor profundidad a través de las raíces. El agua circula constantemente por su interior y la eliminan mediante la transpiración debida al calor del sol.
El agua que queda en la planta participa en la fotosíntesis, un proceso químico diurno durante el cual la planta utiliza la luz del sol como fuente de energía para producir sus propios nutrientes. El agua forma la savia al ascender por la planta.
Las plantas, normalmente adaptadas al clima en el que se desarrollan, transpiran a través de los estomas, unos poros microscópicos que se encuentran en las hojas. Por ello, en un clima seco las crean más pequeñas a fin de reducir la evapotranspiración (el tomillo, por ejemplo) o almacenan mucha agua en sus tejidos (pitas); otras la toman del suelo a gran profundidad y desarrollan para ello un largo sistema de raíces.
A modo de ejemplo, diremos que un roble de gran tamaño evapotranspira unos 400 m3 de agua al día, y que en verano, un metro cuadrado de superficie foliar expulsa al día varios litros de agua, aunque, en realidad, esa tasa está sometida a grandes variaciones según la temperatura del aire, la sequedad atmosférica y la intensidad de la luz.
Este proceso de evaporación no es el único que llevan a cabo las plantas, ya que el agua que se encuentra en el suelo también se evapora. Una de las primeras acciones que debe emprender el jardinero consiste en limitar y compensar esa pérdida (véase el capítulo «Redescubrir las fases del cultivo»).

Agua de rocío. (© V. Vanaga/Fotolia)
¿APROVECHAR EL ROCÍO?
El vapor de agua presente en la atmósfera se transforma en agua, por efecto de la condensación, cuando se deposita sobre una superficie fría. En climas áridos o en latitudes extremas, los animales y las plantas sobreviven gracias a este fenómeno. Los hombres, por su parte, han tratado de sacar provecho de este regalo del cielo: estanques de rocío en Inglaterra y terraplenes de piedras en la estepa de Turán, en Asia central, confirman que desde siempre se ha intentado aprovechar el rocío.
Desde principios del siglo XX, numerosos investigadores se han centrado en buscar sistemas que permitieran recoger el rocío a gran escala. En el año 1930, el condensador de Chaptal ya facilitó la recogida de un centenar de litros de agua durante los meses más cálidos. Sin embargo, después de algunos intentos, más o menos afortunados, de construir condensadores, los científicos se dieron cuenta, finalmente, de que el condensador ideal debía ser tan ligero como el mismo rocío… Esta fuente de agua resulta interesante para numerosos países que, como Arabia Saudita, estudian las posibilidades que les ofrece la utilización de condensadores atmosféricos. De hecho, el agua del rocío, obtenida por condensación, podría acabar siendo una alternativa a las actuales técnicas de desalación de agua de mar que resultan muy costosas.
También la niebla es una fuente de agua: en Chile, donde se encuentra el mayor número de captadores del agua de la niebla, se instalaron, a principios de la década de 1990, un centenar que permitieron a algunos pueblos recuperar hasta 1000 litros de agua al día.
Estas innovaciones han alcanzado un gran éxito, pero parece que se enfrentan a problemas, tanto de índole política como de organización, que han llevado a desanimar a los más entusiastas y a buscar nuevos panteamientos.

(©J.-J. Alcalay/Bios)
Regar con criterios ecológicos supone ver el jardín como un lugar que dispone de una identidad paisajística en la que las características del suelo y del clima, así como la exposición y la zona en la que se encuentra, son condiciones que influirán en su tipología y en la elección de las plantas. ¡No adquiera una planta sólo porque le gusta, si no es adecuada para el suelo o el clima de su jardín! Por ejemplo, si el suelo es calcáreo no se obstine en cultivar hortensias.
Si conoce las características del suelo también podrá compensar sus carencias con abono o mejorar su capacidad de retención del agua. Cuanta más agua retenga más posibilidades tendrá la planta de sobrevivir en caso de falta de riego o precipitaciones.
El suelo es la parte más superficial del terreno, que revela las características de la roca sobre la que se asienta.
• El nivel más externo está formado por una capa cultivable cuyo espesor puede llegar a los 30 cm. Es esta la que el jardinero trabajará y enriquecerá con abonos.
• El primer subsuelo puede alcanzar de 30 a 50 cm de profundidad.
• El subsuelo más profundo ocupa entre 60 y 130 cm de profundidad.
Los diferentes materiales que lo forman pueden distinguirse por el tamaño de sus partículas (granulometría) y por su estado: algunas son sólidas y otras líquidas o gaseosas. Así pues, en el suelo se mezclan partículas minerales, elementos orgánicos constituidos por organismos vivos, sustancias orgánicas (materias frescas vegetales, humus, etc.), agua que contiene sales minerales y sustancias hidrosolubles, vapor de agua y gases, y elementos vivos.
Los componentes sólidos, como la arena, la arcilla, los limos o incluso el humus, están presentes en mayor o menor cantidad y determinan el espacio que queda para ser ocupado por agua y otros constituyentes.
• Las arenas o sílices incluyen desde la arena más fina hasta las piedras. Facilitan la circulación del aire por el suelo.
• La caliza (carbonato de calcio) es una sustancia blanca que puede presentarse granulada o en polvo. Su función más destacada consiste en contribuir a regular el grado de acidez del suelo.
• El humus procede de la descomposición de los vegetales (hojas, estiércol, restos de vegetales, etc.). Sirve de aglutinante de las finas partículas minerales que, aunque se unen, dejan espacios por donde pueden circular el aire y el agua, lo que proporciona al suelo una estructura granulada, aireada y ligera. El humus del suelo permite prevenir el empobrecimiento de este y puede coadyuvar al almacenamiento de agua y nutrientes, por lo que goza de un papel clave.
Los elementos vivos (bacterias, mohos, insectos y lombrices, así como topos y ratones) son muy activos en un suelo rico. Su presencia es, además, indispensable para obtener una tierra aireada, fértil y sana.

Las plantas se desarrollan rápidamente en un suelo rico. (© Eyewave/Fotolia)
Suelo arcilloso
Un suelo arcilloso se compone de partículas minúsculas, pero muy densas, de arena fina aglomerada por la arcilla, cuyas propiedades coloidales las unen en una amalgama muy compacta.
Esto explica por qué estos suelos son pesados y presentan una estructura estable. La arcilla provoca también la aglomeración de la caliza, lo que lleva a la formación de terrones pesados.
Estos suelos, ricos y fértiles, retienen bien el agua, tanto que cuando llueve demasiado pueden llegar a encharcarse, con lo que esta se estanca y provoca la asfixia de las plantas.
Corrección de un suelo excesivamente arcilloso
Hay que cavar la tierra en otoño para que el frío ayude a mullirla.
Conviene añadir arena para aligerar una textura demasiado densa.
Abonar regularmente con compost en primavera favorece el incremento del humus, la proliferación de microorganismos y la fertilidad del suelo.
Cavar en verano estimula la oxigenación de las raíces.
Suelo arenoso o silíceo
Un suelo arenoso o silíceo está compuesto por un 70% de arena y tiene una estructura muy ligera.
Por ello, durante los periodos de sequía supone un auténtico problema, dado que retiene muy mal el agua y pierde rápidamente todas las sustancias fertilizantes. Esto obliga a tener mucha constancia, ya que los aportes de materia orgánica deben ser continuos.
Corrección de un suelo excesivamente arenoso
En este caso, los aportes de materia orgánica, tales como el estiércol, deben ser frecuentes. A veces, también puede ser necesario añadir tierra arcillosa con el fin de compensar su ligereza.
Suelo humífero
El suelo humífero se caracteriza, como su nombre indica, por tener una gran proporción de humus procedente de la degradación de materias vegetales y animales. Este suelo, a menudo ácido, es muy rico en materia orgánica y retiene bien el agua. Sin embargo, resiste mal los periodos de sequía.
Corrección de un suelo humífero
La acidez de un suelo humífero se corrige con aportes de caliza (cal, cáscara de huevo molida, etc.). Hay que añadir también arena porque puede facilitar el drenaje.
Suelo calcáreo
Un suelo se considera calcáreo cuando contiene entre el 10 y el 30% de carbonato cálcico, a menudo acompañado de arcilla. Esta combinación genera un suelo pesado. La abundante presencia de piedras en la superficie, que pueden entorpecer las labores de cultivo, es una de las primeras manifestaciones de un suelo calcáreo. Se trata de un terreno que no retiene bien el agua pero que facilita la asimilación de numerosos elementos nutritivos.
Corrección de un suelo calcáreo
Un suelo calcáreo puede ser rectificado mediante la aportación de forma regular de turba y estiércol.
EL SUEÑO DEL JARDINERO
El sueño del jardinero es disponer de una suelo ideal, es decir, aquel que contiene un 65 % de arena, un 20 % de arcilla, un 10 % de humus y un 5 % de caliza. Ofrece una estructura ligeramente granulada, no tiene necesidad de abono y es fácil de trabajar.
Para la mayoría de los aficionados a la jardinería, el riego es una gran preocupación, ya que, por una parte, requiere tiempo y, por otra, el agua representa un coste no desdeñable en el presupuesto familiar.
Además, las sucesivas sequías de los meses estivales en los últimos años han puesto en evidencia algo que, en nuestras latitudes, todos habíamos querido olvidar: cuando el agua empieza a escasear, nada crece, las plantas se mueren y el césped se quema. Por otra parte, las medidas restrictivas sobre el consumo de agua suelen aplicarse en primer lugar a los jardines.
Sin voluntad de caer en un alarmismo excesivo, sí que conviene recordar que no siempre las reservas de agua pueden mantenerse en un buen nivel, que existen, además, muchos microclimas y que la tierra tiene propiedades muy distintas según las regiones.
La realidad de estos últimos años debe servir para despertar nuestra conciencia respecto al uso del agua, ya que además de ser un bien escaso está mal repartida: es insuficiente en el 40 % de la superficie del planeta. Si ya en algunos lugares, los hombres han desplegado grandes dosis de imaginación para no desperdiciar ni una gota, ha llegado el momento de que en Europa no la malgastemos. Hoy día, los jardineros pueden conciliar el ahorro de tiempo con un uso razonable del agua: los sistemas de riego disponibles son cada vez más fiables y precisos. En las siguientes páginas explicaremos todo lo que se puede hacer en materia de riego responsable (véase el capítulo «Descubrir las ventajas del riego responsable»).
CÓMO RECONOCER LA NATURALEZA DE UN SUELO
A primera vista
El suelo calcáreo es gredoso y de color amarillento; se fragmenta con rapidez cuando hay sequía y es pesado cuando llueve.
El suelo arcilloso es de color rojizo.
El suelo franco, bien equilibrado y compensado, presenta un color castaño.
El suelo ácido es negro y muy esponjoso.
Observe también qué plantas crecen de forma espontánea:
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Suelos ácidos |
Suelos calcáreos |
Suelos arcilloso-calcáreos |
Suelos ricos y francos |
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Abedul |
Amapola |
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Pino |
Lavanda |
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Cola de caballo |
Tomillo |
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Helecho |
Boj |
Grama |
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Brezo |
Cardo |
Chiendent |
Ortiga |
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Retama |
Enebro |
Cólquico |
Trébol |
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Aulaga |
Trébol blanco |
Cardo |
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Pino marítimo |
Alcornoque |
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Pino silvestre |
Acacia |
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Al tacto
Coja un puñado de tierra ligeramente húmeda y amásela:
— si se pulveriza y desliza entre sus dedos, es arenosa. Estas tierras no retienen el agua. Estos suelos son pobres y a menudo secos;
— si se mantiene compacta sin romperse cuando cae al suelo, es arcillosa. Las tierras arcillosas retienen el agua bastante más, pero al secarse, su superficie se endurece, lo que las convierte en difíciles de trabajar;
— si se aglomera pero se fragmenta al caer, es tierra franca, ideal para tener en el jardín.
A continuación, proponemos algunas alternativas sencillas para reducir el gasto de agua a partir de un mejor conocimiento del jardín. También incluimos algunas fórmulas poco habituales.
Los jardineros deben atender las necesidades del suelo, y no al revés. En consecuencia, aquellos que decidan adoptar una forma de cultivo responsable deberán reconsiderar algunos hábitos y prácticas que hasta hoy eran casi actos reflejos. El ahorro de agua en el jardín debe comenzar por el conocimiento global del mismo, porque el suelo, el agua, el sol y las plantas forman un todo. Algunas técnicas muy sencillas pueden compensar la falta de agua.