Definir qué es lo paranormal no es tarea fácil: bien mirado, ni tan siquiera es sencillo arriesgarse a dar una definición. El término fue acuñado por el fisiólogo francés Charles Richet (1850-1935) para referirse a los fenómenos que se encontraban «al lado» (del griego pará) de los considerados normales, pero que no respondían a las leyes compartidas por la comunidad científica tradicional. Según Richet: «Los fenómenos paranormales son fenómenos insólitos, físicos o psíquicos, que parecen ser debidos a fuerzas inteligentes desconocidas o a factores inteligentes latentes en el inconsciente humano». Actualmente, los expertos señalan el conjunto de experiencias y casos que forman parte de lo considerado paranormal como fenómenos psi, de la vigésima segunda letra del alfabeto griego, y primera sílaba de la palabra griega psyché. Por tanto, definiremos como paranormales, a través de una convención, aquellos fenómenos que presentan un contraste con las leyes de las ciencias conocidas y parecen vulnerar los factores psíquicos y físicos que caracterizan la experiencia y la aproximación del ser humano a la realidad. Como siempre acontece cuando se hace referencia a ciencias en ciernes y, sobre todo, aún carentes de una fisonomía definitiva, abundan las subdivisiones internas y las escuelas de pensamiento, que se traducen en campos y métodos de análisis no siempre compartidos de modo unánime por la comunidad de estudiosos. En cuanto a la tipología de los fenómenos, según una visión clásica, los hay de tres clases:

Desde el siglo XVIII lo paranormal viene siendo objeto de estudio científico
1. percepción extrasensorial: ESP (Extra Sensory Perception), que incluye experiencias como la telepatía, la videncia en sus múltiples formas y la visiones;
2. desdoblamiento: OBE (Out of the Body Experience);
3. psicoquinesia: PK (que se manifiesta con experiencias como el poltergeist).
Se trata de una clasificación muy esquemática, en tanto que lo paranormal comprende otros muchos fenómenos, que actualmente tal vez pertenezcan a más de una clase, pero que muestran características que los hacen anómalos incluso a ojos de los estudiosos más expertos.
De todos modos, la introducción del término paranormal ha tenido el mérito de definir de forma más científica, o por lo menos de intentarlo, un campo en el que imperaban el desorden y la improvisación. En el siglo XIX los fenómenos paranormales aún se definían como efectos de tipo espiritista, sobrenatural, procedente de los ángeles, diabólicos.
Para poder definir como tal un fenómeno paranormal, este debe contravenir algunos puntos fundamentales que caracterizan la aprehensión de cualquier tipo de manifestación:
• el conocimiento del mundo externo sólo es posible a través de los sentidos conocidos;
• no se puede intervenir en el estado de un cuerpo sin la aplicación de una fuerza físicamente conocida;
• una causa no puede ser un fenómeno antecedente.
La herencia del positivismo representa una enorme «hipoteca» sobre muchos de los fenómenos a los que cuesta situar en la franja de la normalidad. Frente a la gran cantidad de casos considerados paranormales registrados entre sensitivos y personas normales, nace la exigencia de establecer unos criterios que permitan definir de modo inequívoco lo que se aparta de las habituales normas perceptivas.
La preocupación principal de los estudiosos ha sido siempre comprender cuáles podían ser los orígenes de los fenómenos considerados paranormales. En general, las fuentes venían identificando energías que dependían de la psique, pero que para algunos no tenían nada de extraordinario, pues eran más bien innatas a nuestra especie. Posteriormente, esta potencialidad habría sufrido una interrupción o una profunda modificación en la mayor parte de nosotros a causa de la evolución, sobre todo la del carácter sociocultural que nos caracteriza.
Como hemos visto, existe una clasificación suficientemente precisa de los fenómenos paranormales, aunque los que quedan fuera de ella no son pocos. Establecer una tipología que obedezca a criterios definidos resulta una tarea difícil, a causa también de la confusión alimentada por los medios de comunicación. De hecho, puede ocurrir que experiencias totalmente adscritas a la psiquiatría, o a ciertos ámbitos de la magia o del satanismo, sean consideradas paranormales. El problema se vuelve todavía más espinoso con experiencias que pertenecen a la esfera religiosa, desde los milagros hasta las apariciones. En algunas ocasiones, la línea que delimita el campo de la fe y lo paranormal es muy sutil.
¿Qué diferencia la levitación de San José de Copertino de la de D. Home? Los acontecimientos extraordinarios que han caracterizado la vida de San Francisco de Asís o del padre Pío ¿carecen de elementos que permitan su inclusión en el ámbito de los fenómenos paranormales?
Para evitar que lo paranormal se identificase, demasiado a menudo y desacertadamente, con experiencias psicodélicas o fenómenos acústicos, luminosos y térmicos de distinta índole —o quizá solamente como ocasión para hablar de acupuntura o de yoga—, en 1953 se decidió, en el Congreso Internacional de Utrecht, adoptar el término parapsicología para denominar de un modo más concreto el ámbito de la ciencia cuyo objeto serían los fenómenos paranormales: se hablaba entonces de metapsíquica e investigación psíquica. Así se trazó una frontera, más allá de la cual se situarían los fenómenos pertenecientes, en realidad, a la esfera religiosa o filosófica.
Algunos aspectos de lo paranormal han sido ampliamente investigados por la etnomedicina, que, al ocuparse del chamanismo y de otras culturas, coloca experiencias como por ejemplo el trance en un contexto sociocultural preciso, el del grupo en el que se manifiestan. Otros, por el contrario, han sido puestos bajo sospecha por la innegable aura de magia de la que se han rodeado. Nos referimos a materializaciones y desmaterializaciones o a fenómenos como la posesión, el hechizo, el mal de ojo, etc. Aun reconociendo que en muchas ocasiones la investigación acaba por debatirse en el reducto de la superstición, algunos de estos fenómenos podrían revelar, con las debidas precauciones metodológicas, un vínculo con la esfera de lo paranormal.
METAPSÍQUICA E INVESTIGACIÓN PSÍQUICA
En 1953, en el Congreso Internacional de Utrecht, el término metapsíquica (del griego metá, «ultra», y psyché, «alma»), utilizado durante medio siglo para los fenómenos que se contraponían a los principios de la ciencia, cae en desuso. Se opta por el término parapsicología. Se dio prioridad al mismo, y a la expresión investigación psíquica, acuñada en 1882 por la Sociedad para la Investigación Psíquica de Londres. Hasta los años cincuenta del siglo pasado, también estuvo en boga el término supranormal, acuñado por el parapsicólogo F. W. H. Myers (1843-1901), pero pronto fue abandonado: podía inducir a error y remitir a un significado más vinculado a la metafísica que al ámbito científico.
Según la opinión de algunos expertos, el origen de los fenómenos paranormales debe buscarse en la denominada energía psi, una forma de energía cuyas peculiaridades todavía no se conocen. Muy a menudo, hablando de lo paranormal en el ámbito divulgativo, se recurre al término energía: palabra cuando menos vaga, con varias implicaciones simbólicas y conceptuales no siempre debidamente investigadas.
Desde el punto de vista de la física, la energía de un cuerpo o de un sistema indica la actitud de uno u otro para desempeñar un trabajo. La energía puede asumir distintas formas: química, mecánica, eléctrica (electrostática, electrocinética, electromagnética), térmica, nuclear.
La primera forma de energía históricamente atribuible al ámbito paranormal es el llamado magnetismo animal. Quien sugirió la presencia de este poder fue Franz Anton Mesmer (1734-1815), que sitúa su fuente en los astros. La energía se habría difundido desde los cuerpos celestes a los diversos seres vivos, que la habrían absorbido en distinta medida. Mesmer planteó la hipótesis de que esta energía pudiese ser transmitida de un organismo a otro, también con fines curativos. Recientemente, los científicos han especulado con que dicha forma de energía, no mejor identificada, tenía su propio generador en el cerebro humano, desde donde se difundiría siguiendo caminos ignotos para la ciencia hasta producir fenómenos como la telepatía o la clarividencia. Su poder sería tal que permitiría incluso actuar directamente sobre la materia, como en el caso de la psicoquinesia. Los que sostienen la existencia de energías paranormales producidas por el cerebro, denominadas en modo genérico energías biopsíquicas, han intentado medirlas con todos los medios a su alcance, casi siempre con escaso éxito. En el siglo XIX, se efectuaron algunas tentativas para construir una máquina que pudiera producir energía análoga a la que se consideraba artífice de la telepatía y de la clarividencia. Huelga decir que los resultados no fueron más allá de una experimentación romántica privada de valor científico. Por el contrario, a partir de los años sesenta del siglo XX fueron realizados algunos experimentos significativos sobre la posibilidad de «captar» esta forma de energía (véase el capítulo «En el universo de los sensitivos»). La parapsicología está intentando conocer en qué medida estas formas de energía se darían en grado suficiente como para influir en algunos procesos biológicos, como por ejemplo el crecimiento de las plantas, pero se trata de experimentos y medidas aún alejadas de un reconocimiento oficial. De vez en cuando emergen teorías sobre nuevas formas de energía presentes en el ser humano o en la naturaleza: se habla de fuerzas casi nunca mensurables, de teorías en las que la especulación filosófica ocupa el lugar del análisis científico, que corren el riesgo de caer en la sugestión espiritualista y en el ecologismo.
ONDAS CEREBRALES Y FENÓMENOS PARANORMALES
Las ondas cerebrales están determinadas por una diferencia de potencial eléctrico y son producto del cerebro. Se conocen las siguientes:
1. las ondas alfa: características de un estado de relajación y de reflexión interior, a menudo se vinculan a las experiencias extrasensoriales;
2. las ondas beta: ligadas a insatisfacción y nerviosismo, son las que están relacionadas con la psicoquinesia;
3. las ondas delta: son las del sueño profundo, la hipnosis y otros estados de pérdida de la conciencia;
4. las ondas kappa: ligadas a fuerte estrés intelectual;
5. las ondas lambda: vinculadas a excitabilidad;
6. las ondas zeta: provenientes del tálamo y asociadas a los estados emotivos.
En 1950, el psiquiatra estadounidense Montague Ullman elaboró un método enfocado a investigar eventuales relaciones entre el trazado electroencefalográfico y la actividad paranormal. Los experimentos realizados hasta la fecha han obtenido resultados que tenderán a demostrar la existencia de una relación entre algunas ondas cerebrales y las experiencias ESP. Así pues, las artífices de la actividad paranormal serían las ondas alfa.
El único método para acercarse a lo paranormal desapasionadamente, y también sin prejuicios, consiste en la valoración objetiva de los hechos y, en la medida de lo posible, en su análisis cuantitativo y cualitativo. En general, hay una primera fase auroral, en la que los fenómenos que podrían entrar en el campo de lo paranormal se presentan de un modo inesperado. Se trata de sucesos que podrían sugerir la existencia de fenómenos extrasensoriales, pero todavía faltos de una fisonomía definida. En cualquier caso, si el fenómeno permite definir un campo de investigación, se puede pasar a la fase sucesiva, que implica dedicarle una mayor atención y permite una verificación más precisa de las experiencias que los parapsicólogos deberán afrontar. Después de esto, se llega a la fase esencial de todo tipo de análisis científico, el de la experimentación. En esa situación el estudioso intenta, de modo objetivo, llegar a conclusiones definitivas a través de una serie de experimentos, preferentemente por medio de una repetición de la fenomenología registrada en la fase auroral. Se trata, naturalmente, de un momento muy delicado, ya que el valor de la investigación y sobre todo de los resultados se basa en la escrupulosidad del investigador y en las pruebas de contraste efectuadas para excluir un origen natural del fenómeno analizado. De todos modos, el itinerario de la fase experimental no siempre podrá alcanzar su completitud, ni en todos los casos será posible recorrerlo. De hecho, se podrá seguir la actividad de algún médium o persona sensitiva que esté en disposición de repetir la experiencia paranormal, pero no será posible una monitorización de la experiencia espontánea, no reconstruible en fase de experimentación. Una vez alcanzadas las conclusiones, será necesario convalidar los datos recogidos a través de su comparación con los de otros investigadores, como ocurre en cualquier otra ciencia con ambición de exactitud. Todo esto desde el punto de vista teórico, ya que, sobre el plano práctico —y esto no vale sólo para lo paranormal— a menudo entran en juego variables difíciles de prever anticipadamente. Y, si esto está a la orden del día en la biología y en la física, es fácil imaginarse cuáles y cuántos incidentes pueden darse en la parapsicología. Naturalmente, está implícito que toda fenomenología particular necesita de metodologías adecuadas, acordes con el tipo de experiencia en cuestión: en pocas palabras, la precognición no puede ser tratada como la piromancia, del mismo modo que el estudio de la xenoglosia necesita instrumentos distintos a los utilizados para las indagaciones psicoquinéticas.
Aunque el único elemento que, hasta no hace mucho, era considerado determinante para todo tipo de indagación parapsicológica —el valor cuantitativo— hoy ya no supone un statu quo: ante un sujeto capaz de caminar sobre el fuego, o provisto de dotes que le permitan materializar objetos, no será necesario disponer del amplio número de pruebas requeridas, por ejemplo, para el estudio de los fenómenos telepáticos.
La necesidad de efectuar valoraciones objetivas de los fenómenos paranormales ya fue advertida por los estudiosos a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando se fijaron las bases para la institución de la moderna parapsicología. Entre los primeros esfuerzos de los estudiosos se encuentra el de la clasificación de los fenómenos, no tanto para definir tipologías, sino para intentar distinguir los hechos auténticos de los que eran naturales o producidos mediante trucos. El neuropsiquiatra Enrico Morselli (1852-1929), que partía de una posición positivista y adversa a toda experiencia paranormal, cambió de actitud después de haber asistido a las experiencias de Eusapia Paladino. En una obra escrita tras el encuentro con la médium napolitana (Psicologia e spiritismo, 1908), Morselli estableció que los fenómenos podían clasificarse en tres tipologías: extracientíficos, ultracientíficos y precientíficos. A la primera categoría pertenecían las experiencias que tenían raíces especialmente en el ámbito metafísico, desde la religión a la magia; Morselli situaba en la segunda categoría aquellos fenómenos que, aun presentando características susceptibles de análisis con los métodos de la ciencia, todavía estaban demasiado impregnados de elementos típicos de lo metafísico y, por consiguiente, no evaluables científicamente; la tercera tipología era la que estaba más próxima a la ciencia, aunque los datos provenientes de este ámbito aún eran toscos y tendrían que haber sido objeto de más análisis puntuales con los medios que se utilizaban en fisiología, física, biología, etc. Después de más de un siglo de investigaciones llevadas a cabo con rigor y con metodologías más refinadas, los fenómenos paranormales continúan siendo objeto de valoraciones contradictorias, que expresan el pensamiento de estudiosos de distintas tendencias ideológicas, religiosas o que pertenecen a distintas ramas del saber.
Si analizamos las teorías que actualmente tienen más difusión entre los científicos (entre los cuales, naturalmente, se incluyen también los parapsicólogos), podemos distinguir las siguientes posturas:
• los fenómenos paranormales no existen;
• los fenómenos paranormales son, en cualquier caso, fenómenos naturales que, por varias situaciones contingentes (ambiente, relaciones sociales, aspectos fisiológicos, etc.), son vistos como anormales, externos a la dimensión de lo natural;
• los fenómenos paranormales son una realidad, pero por sus características requieren metodologías de análisis aún desconocidas para la ciencia moderna.
En general, lo paranormal, dado que tiende a cuestionar la certeza de la física o de la biología e, incluso, hasta convenciones religiosas o filosóficas, es presentado como un universo magmático que, de entrada, estamos obligados a negar: es un mundo portador de un mensaje alternativo, destinado a desbaratar nuestro modelo de normalidad. En muchos casos prevalece el escepticismo, pero se trata de una postura alejada de las pautas cortesanas de la filosofía antigua (el pensamiento escéptico se atribuye a Pirrón, en el siglo III-IV a. de C.): se considera que la razón del ser humano no es suficiente para el conocimiento de la verdad absoluta, pero esto deriva de una postura de prejuicios, orientada a negar la existencia de cualquier fenómeno paranormal, fruto en cualquier caso de alucinaciones, trucos y sugestiones. El escepticismo puede desembocar, llevado al extremo, en el integrismo, y comportar la negación de todo fenómeno que emerja de la experiencia sensible y no esté fundado en datos ponderables.
A partir de la contribución de las ciencias sociales, lo paranormal también ha sido considerado un campo en el que se expresaría, de hecho, un posicionamiento mental arcaico, que los estudiosos definen como pensamiento mágico. El concepto se rehabilita con las teorías de uno de los fundadores de la antropología moderna, Lucien Lévy-Bruhl (1875-1939), que en 1927, con su ensayo L'âme primitive [edición esp.: El alma primitiva, Península, Barcelona, 1974], estableció las bases para una valoración científica del pensamiento mágico-religioso.
En la concatenada serie de reiteradas tentativas para obtener una interpretación racional de los fenómenos paranormales, la sugestión ocupa un papel importante. Se trata de un fenómeno muy ambiguo y problemático, dado que se sustrae, por su naturaleza, al igual que la autosugestión, a una valoración precisa. En realidad, la sugestión es la forma de persuasión que orienta formas de pensamiento y conocimiento en una dirección que a menudo contrasta con la racionalidad y la razón; aunque realmente no se conoce cómo actúa. Ciertamente, las condiciones psicológicas desempeñan un papel fundamental, pero también ocupan un lugar relevante el ambiente y las relaciones sociales. Para los psiquiatras, sólo serían sugestionables los sujetos neuróticos o caracterizados por patologías y desarreglos psíquicos; la sugestión también se produciría en ciertos estados de conciencia alterada, particularmente en la hipnosis. Las repercusiones de la sugestión, negativas o positivas, en la fisiología del cuerpo humano aún son objeto de estudio. Si se observa la compleja casuística de las prácticas terapéuticas alternativas, desde las de carácter invasivo (la cirugía de los sanadores filipinos) hasta las que son producto del condicionamiento psicológico (el efecto placebo), el papel que la autosugestión puede tener en los procesos considerados como paranormales es de indudable importancia. Por el contrario, algunos científicos sostienen, apelando al concepto de sincronicidad de Jung (véase el capítulo «La perplejidad de la ciencia»), que los fenómenos paranormales en realidad se contemplan con menos énfasis, aunque a menudo no se consiga dar un sentido lógico a su acaecimiento. No se niega su existencia, así, sin más: lo que se cuestiona es el concepto de facultad extrasensorial; la percepción, de hecho, tendría lugar por medio de canales normales comunes a todas las personas, y no privilegio exclusivo de algunos individuos.
¿ALUCINACIONES, SEXTO SENTIDO, ILUSIONISMO, PATOLOGÍA?
La alucinación es una percepción que no tiene correlación con la realidad objetiva. Para la medicina y la psicología, los estados alucinatorios se encuentran entre los efectos de alguna patología (por ejemplo, la esquizofrenia). Varias formas de alucinación pueden venir determinadas por condiciones físicas transitorias (enfermedad, fiebre o administración de drogas). En cualquier caso el fenómeno adquiere un significado distinto según cuál sea la cultura en que se manifiesta: el chamán siberiano tendrá un concepto de alucinación muy alejado del de un occidental.
A menudo, al decir «sexto sentido» se apunta a otra sensibilidad, a algo distinto, quizá superior. En el pasado, gracias a las interpretaciones del fisiólogo Charles Richet (1850-1935), el sexto sentido tuvo cierto reconocimiento en el ámbito científico, sobre todo como una hipótesis que reconocía cierto valor al fenómeno de la clarividencia.
En el complejo y, en cierto sentido, misterioso universo del ilusionismo, hay una rama denominada mentalismo. Se trata de una técnica adoptada por algunos prestidigitadores para simular fenómenos paranormales. Sea como fuere, su espectáculo se sitúa en la categoría de los trucos y no guarda relación alguna con lo paranormal.
Un importante parapsicólogo estadounidense, Joseph Banks Rhine (1895-1980), autor de muchas investigaciones, ha introducido el término parapsicopatología para indicar situaciones de desarreglo psíquico de origen paranormal. Estos desórdenes serían producto de la telepatía y adolecerían de ellos algunos sujetos particularmente sensibles. Se trata de una fenomenología cuyos contornos se difuminan y son difíciles de definir con precisión científica.