INTRODUCCIÓN

Un mandala dibujado de forma apropiada es un libro que contiene en sí mismo una amplia variedad de informaciones, pero quien pretenda leer sus símbolos tiene que aprender el lenguaje.

ROBERT S. DE ROPPN

El término sánscrito mandala significa «centro, círculo, anillo mágico». Se refiere a una imagen simbólica basada en las figuras geométricas del círculo y del cuadrado que representan las relaciones existentes entre los distintos planos de la realidad.

Su importancia queda reflejada en la difusión entre las diferentes religiones y culturas de nuestro planeta. En la doctrina tibetana, budista, tantrista e hinduista se considera un precioso instrumento de meditación que permite, mediante ejercicios cada vez más complejos, la elevación espiritual de quien lo practica. En la católica supone la representación de lo divino, después de experiencias de éxtasis.

Dibujado en el suelo con polvos de colores, pintado en telas o en paredes, puede incluso constituir el plano de edificios como el famoso Borobudur de Java. Existe una variedad infinita, desde las más sencillas figuras geométricas hasta las que tienen forma de loto o de rueda que en el esquema gráfico representan elementos de paisaje o personajes, incluso muy numerosos, como el mandala vajradhatu (círculo del diamante) que contiene, en la forma asumida en Japón, 1.314 divinidades.

En la experiencia religiosa oriental, los mandala se utilizan para delimitar un espacio sagrado o, más a menudo, para ayudar al que medita a visualizar de forma simbólica los distintos planos de la realidad y sus recíprocas relaciones, hasta alcanzar sintéticamente, después del largo itinerario interior, la realidad suprema de todo el universo.

En cambio, entre los indios de América, círculos y colores se utilizan no sólo como instrumentos de aprendizaje, sino también para fines terapéuticos.

En el comentario del Secreto de la Flor de oro, Carl Gustav Jung, basándose en el estudio de las diversas tradiciones, relacionó la idea del mandala como apoyo para la meditación con el mandala entendido como instrumento interpretativo, diagnóstico y curativo. Jung, poniendo en evidencia lo que muchas disciplinas filosóficas orientales ya habían intuido, llamó la atención sobre el uso de esta particular forma de dibujo para comprender la propia evolución, el propio devenir, el propio desarrollo consciente e inconsciente, tanto en el camino terapéutico hacia el equilibrio y la estabilidad, como en la práctica cotidiana.

El mandala se convierte pues, en esta nueva acepción, en el camino que conduce a la autoconsciencia, al propio centro. Dibujar e interpretar un mandala significa entrar en contacto con la propia intimidad, vivir y verificar los propios cambios, utilizar las técnicas de este instrumento para mejorar la propia vida.

De hecho, las formas y los colores de los mandala expresan los pensamientos, las emociones y las intuiciones más profundas del autor. La elección no es nunca casual sino personal; indica la dirección a seguir para desarrollar las propias potencialidades, para comprender los propios problemas, para encontrar las soluciones más eficaces.

Este volumen es fruto de años de experiencia en la utilización de los mandala y pretende enseñar al lector cómo sacar provecho de este precioso instrumento de conocimiento y desarrollo de las propias potencialidades, a través de una técnica basada tanto en las intuiciones de la filosofía oriental como en la investigación de la psicología occidental.

Mandala de Kalachakra