NOCIONES PRELIMINARES

Los materiales

La arcilla es un material térreo que se ha formado a lo largo de millones de años a partir de la descomposición de rocas feldespáticas compuestas por silicatos de sodio, potasio o calcio y óxidos de magnesio y hierro. Se trata de una sustancia terrosa de grano finísimo y compacto que, en combinación con el agua, puede trabajarse a voluntad.

Existen varios tipos de arcilla que se diferencian por la consistencia, la plasticidad y el color, en función de su proceso de formación.

En general, las arcillas sedimentarias, transportadas por los agentes externos, se han enriquecido con varios elementos de origen mineral u orgánico, lo que les ha dado un mayor grado de plasticidad; las arcillas estáticas, en cambio, se han depositado en el lugar de formación y resultan más puras si bien son más difíciles de trabajar.

Además de la plasticidad, la arcilla posee algunas características que conviene conocer antes de prepararse para su elaboración. Si se expone al aire, la cantidad de agua contenida en ella se evapora en breve tiempo, haciendo que disminuya de volumen: se calcula una reducción del material, equivalente al 10 % aproximadamente.

La porosidad depende de la solidez que haya adquirido el material a través de la cocción: se va desde la terracota, de superficie áspera y porosa, hasta la porcelana, de aspecto liso, cristalino e incluso translúcido.

La coloración está determinada por la combinación de distintas sustancias; así, por ejemplo, la presencia de hierro determina una tonalidad roja o rojiza mientras que el carbonato de calcio da una ocre o rosada y el caolín, blanca.

La última característica, pero no menos importante, es su refracción, es decir, la resistencia a temperaturas muy altas (hasta 1.700 °C). Por ello los objetos creados mantienen su forma durante el proceso de cocción y adquieren incluso una gran resistencia y dureza.

Una o más arcillas mezcladas juntas constituyen un masa cerámica. Desde tiempos pasados los artesanos alfareros trabajaban distintos tipos de arcilla mezclados para obtener un compuesto que tuviese todas las características indispensables para la producción de un determinado objeto. En la preparación de una masa, los elementos fundamentales son los plásticos, que facilitan su cohesión y su maleabilidad; los desengrasantes, que favorecen su secado; y, finalmente, los indicados para su fundición, como las micas y los fosfatos, capaces de acelerar su cocción. Al elegir una masa de tipo plástico, podremos trabajar con facilidad objetos de tamaño pequeño o mediano; si, se desea realizar otros mayores, la masa deberá ser magra (chamotte), para obtener una mayor resistencia al calor. Hoy en día, las masas pueden encontrarse ya preparadas en los establecimientos especializados. Suelen presentarse en trozos de 10 kg, protegidos por envases al vacío que salvaguardan su humedad. Se pueden comprar en tiendas de bellas artes, papelerías grandes y talleres artesanales en los que además, por una módica cantidad, se cuecen las piezas.

Según el tipo de masa y de las técnicas de cocción, pueden obtenerse numerosos productos cerámicos. Los más comunes son los siguientes:

 Gres: con la cocción adquiere una coloración gris, marrón o rosada; es compacto e impermeable. Se utiliza para recipientes, tuberías, cerámicas sanitarias y objetos artísticos. Se cuece a temperatura muy alta: entre 1.180 y 1.300 °C.

 Loza: la variedad dura tiene un color ocre, rojo o marrón y una superficie áspera y porosa. La variedad blanda se creó en Inglaterra en el siglo XVIII con la intención de imitar la porcelana. Su coloración es blanquecina y adquiere una consistencia más dura y menos porosa. La temperatura de cocción oscila entre los 800 y los 1.000 °C.

 Mayólica: procede de Mallorca, isla que se convirtió en un importante centro comercial hace más de cinco siglos. Se trata de una terracota esmaltada que se utiliza en la producción de utensilios de cocina y azulejos de gran belleza.

 Porcelana: es el producto cerámico más apreciado; inventada por los chinos, fue importada a Europa por Marco Polo; tuvo mucha difusión en el siglo XVIII. Está constituida por una arcilla purísima, rica en caolín, feldespato y cuarzo, y se cuece a 1.550 °C, aproximadamente. Se trata de un material durísimo, blanco, translúcido e impermeable.

 Terracota: se obtiene de la arcilla común, cocida entre los 900 y los 1.180 °C. Tiene un color rojizo, amarillento o gris y se emplea profusamente para la producción de vasijas, ladrillos y enseres de cocina.

Los utensilios

Los mejores instrumentos para trabajar la arcilla son sin duda las manos, pues nos permiten comprobar la plasticidad y la consistencia del material y amasarlo. Además, con los dedos se pueden sentir los espesores y alisar las superficies. En una escultura, el hecho de tocar y sentir los relieves completa nuestra percepción visual del espacio y nos ayuda a definir mejor las proporciones y las relaciones entre las partes. Para modelar la arcilla no es necesario disponer de un lugar concreto; bastará un plano de trabajo en el que apoyar una tabla de madera o yeso y un poco de tranquilidad.

Las herramientas necesarias tampoco son demasiadas: basta con un rodillo de cocina o uno de látex o goma para extender la arcilla en láminas, un cuchillo de cocina, un hilo de metal, algunas espátulas, palillos de boj y un pequeño listón de madera. Junto a estos podremos tener todos los objetos que sugiera nuestra creatividad. En función del efecto que deseamos obtener, para grabar, socavar y decorar se podrán utilizar palillos, cañitas, cucharitas, peines, punzones, ruedecillas, cuerdas, trozos de tejido y todo cuanto nuestra imaginación nos sugiera. Además, todos los utensilios que se hagan servir podrán lavarse con agua.

Durante el trabajo, será oportuno tener a mano una pequeña palangana con una esponja mojada para humedecer el objeto y enjuagarse las manos.

Las herramientas de trabajo. De izquierda a derecha: un rollo de alambre con dos bolas de arcilla en los extremos, una espátula, varillas de metal y madera para modelar y un cuchillo

La masa y el modelado

Como ya hemos dicho, la masa se puede adquirir ya preparada con la correcta consistencia y humedad. La plasticidad del material se debe al agua que contiene, que no ha de ser excesiva, en cuyo caso no se podría trabajar, ni tampoco insuficiente, porque aparecerían grietas y escamas. Por ello, es necesario conservarla en perfectas condiciones. La arcilla sobrante puede cubrirse con hojas de plástico fijando su cierre con cinta adhesiva y colocando el paquete en un lugar fresco y oscuro. En el caso de vernos obligados a abandonar por unos días la labor, deberemos recurrir al mismo procedimiento para evitar que se seque.

Para comprobar el correcto grado de humedad de la arcilla, al menos las primeras veces, podemos hacer una sencilla prueba amasando una pelotita del tamaño de una nuez: si su superficie presenta grietas o fisuras, habrá que añadir más agua, amasándola del mismo modo que si fuéramos a hacer pan hasta obtener una consistencia homogénea. Si, por el contrario, la arcilla nos pareciese demasiado húmeda y pegajosa, bastará colocarla sobre una lámina de yeso, al aire libre, hasta que tome la consistencia precisa.

Es muy importante que la masa sea homogénea y que no tenga burbujas de aire puesto que estas, con la cocción, se dilatan y provocan fracturas y grietas; para eliminarlas, antes de la elaboración, se puede golpear con fuerza el bloque de arcilla con una tabla de madera. También habrá que prestar atención para no provocar la aparición de burbujas de aire cuando haya que añadir arcilla durante el modelado.

Las técnicas básicas, aplicables tanto al relieve como al conjunto de la pieza (véase «Al relieve» y «Las creaciones artísticas»), son dos. Miguel Ángel las definía como técnicas de adición y de sustracción. Mediante la primera se obtiene la figura a medida que se extraen trozos de arcilla con rascadores o espátulas. El aspecto final de las obras suele ser estático y compacto. El segundo procedimiento, en cambio, permite crear objetos mucho más libres y dinámicos mediante la adición de material. Evidentemente se puede recurrir al mismo tiempo a las dos técnicas para conseguir un resultado mucho más atractivo. Por ejemplo, se puede modelar la cabeza de un animal creando primero el esbozo de una figura a partir de un bloque y añadiendo después, con pequeñas porciones de material, los detalles.

Durante el proceso de elaboración de objetos cóncavos, de base estrecha y más bien altos, o de figuras articuladas con partes suspendidas, el material puede deformarse, perder el equilibrio y caer. Para evitar estos inconvenientes, se puede fijar con unas varas de madera recubiertas con trozos de tela u hojas de papel para evitar que la masa de arcilla se adhiera; de este modo, la figura, cuando se haya secado por completo, podrá sostenerse por sí sola (fig. 1).

Fig. 1. Para sostener partes articuladas y pesadas, pueden construirse unos soportes y envolverse con papel para que no se adhieran a la arcilla

Para unir trozos de arcilla se utiliza la barbotina, un compuesto que se obtiene amasando una pequeña cantidad de arcilla seca desmigajada en un poco de agua. Su empleo es muy sencillo: tan sólo hay que practicar unas pequeñas incisiones sobre la superficie de las dos partes que se desea unir, se aplica la barbotina con un pincel, procurando impregnar todos los resquicios, y se unen haciendo una ligera presión.

El modelado con rollos

Se trata de un método antiquísimo que permite obtener distintos tipos de recipientes de forma cóncava y que se emplea aún hoy para elaborar jarras y tinajas de considerables dimensiones. Junto con las dos técnicas que se exponen más abajo —la de los bloques y la de las láminas— se consiguen resultados muy apreciables en la producción de platos, jarros, cajas y recipientes de todo tipo, incluso si no se dispone de un torno. El rollo es una tira cilíndrica de arcilla, de espesor variable en función del objeto que se desea realizar, que se obtiene enrollando una pequeña cantidad de arcilla sobre la superficie de trabajo, moviendo las manos desde el centro hacia el exterior (fig. 2)

Mediante la superposición de rollos dispuestos como anillos sobre un disco colocado en el fondo como base, se va componiendo la forma que se ha proyectado (fig. 3).

Fig. 2. Haciendo rodar la arcilla sobre la superficie de trabajo con las manos abiertas, obtendremos el rollo

Fig. 3. Superponiendo varios rollos, conseguiremos dar forma al jarrón

Hay que procurar que las tiras se adhieran bien entre sí, sin dejar espacios vacíos, de manera que pueda determinarse la longitud de cada una de ellas sin olvidar que los anillos superiores deben ser más anchos que los inferiores.

Después hay que proceder a su unión alisando las paredes tanto por el interior como por el exterior, apretando el borde entre el pulgar y el índice y presionando hacia abajo. O bien deslizando el índice hacia abajo, por el interior del objeto, y el pulgar hacia arriba, por el exterior. El movimiento requiere un poco de práctica. Cuando la arcilla adopte la consistencia del cuero, repasaremos la superficie con los dedos mojados (fig. 4) o con el pequeño listón de madera.

Fig. 4. Daremos el último acabado a la superficie con los dedos

El modelado con bloques

Se trata de una técnica muy antigua que aún hoy se utiliza en Japón para modelar los cuencos que se utilizan para la ceremonia del té, si bien en otros países del mundo existen procedimientos similares, procedentes de tradiciones autóctonas.

En este libro nos ocuparemos de las más sencillas. Hay que tener siempre en cuenta que el resultado depende de la práctica. De todos modos, tampoco hay que ser demasiado exigentes: los procedimientos manuales no se caracterizan por la perfección sino por la expresividad de las formas. Las pequeñas irregularidades, si no afectan al equilibrio y a la proporción del objeto, le suelen dar un toque personal y característico que las distingue de los demás.

Un primer procedimiento consiste en preparar unos bloques en forma de esfera o de cilindro en los cuales se practica un orificio regular con un pequeño palo, que después se debe hacer rodar desde abajo hacia arriba para rebajar las paredes (fig. 5).

De un modo similar se puede obtener una bandeja o un cuenco: basta con frotar repetidamente un bola de arcilla con una piedra alisada (fig. 6).

Fig. 5. Con un bastoncito, daremos forma a la cavidad de una pequeña vasija; Fig. 6. Apisonando una bola de arcilla con una piedra puede obtenerse una bandeja

Por otra parte, utilizando como molde el interior de la mano, se puede elaborar un cuenco sin utilizar ningún instrumento: basta con hacer una bola de arcilla que pueda tenerse en la mano izquierda, presionar en el centro con el pulgar de la derecha y dar forma a las paredes a medida que se agranda el agujero.

También, apretando entre las manos una bola de arcilla, podemos obtener un disco del cual, si se mantiene sobre una rodilla o sobre un codo, pueden obtenerse cuencos, macetitas, tazas, etc. Cuando los objetos que se han plasmado de esta manera hayan alcanzado una cierta dureza, los podremos retocar igualando los bordes con un cuchillo y alisando la superficie con un pequeño listón.

El modelado con láminas

Expuesta al aire, la arcilla pierde progresivamente su humedad y pasa a través de distintos grados de consistencia antes de secarse por completo al cabo de muchos días. Cuando adquiere una consistencia similar a la del cuero, se puede trabajar como si se tratase de una cartulina: puede recortarse, doblarse, pegarse, etc., para obtener objetos que tengan ángulos, como cajas o vasijas con base rectangular. También se puede adherir una lámina alrededor de un tubo o de una botella para crear formas cilíndricas.

Para obtener las láminas existen dos métodos. El más sencillo consiste en alisar una bola de arcilla con un rodillo de cocina, apoyando sus extremos sobre dos tablas de madera para que el espesor sea homogéneo (fig. 7). Otro, mucho más complejo, consiste en cortar la lámina del bloque de arcilla con un hilo metálico que debe sujetarse firmemente con las manos (fig. 8).

Figs. 7 y 8. Para obtener una lámina de espesor homogéneo es preciso alisarla con un rodillo de cocina que debe rodar sobre dos listones de madera. También puede cortarse directamente con un hilo de alambre

Cuando la arcilla ha alcanzado la dureza del cuero, se cortan las láminas con un cuchillo y se ensamblan con barbotina, reforzando las junturas con cordoncitos de arcilla (fig. 9). Los objetos terminados pueden decorarse con diversas técnicas que veremos más adelante (véase artículo).

Fig. 9. Las partes que se han ensamblado con barbotina hay que reforzarlas con cordoncitos de arcilla que deben adherirse por el interior

La utilización del torno

En pocos instantes, se puede transformar una masa amorfa de arcilla en un jarrón de gran belleza mediante el torno, un instrumento compuesto de un plato circular que rueda alrededor de un eje central. Su utilización se remonta a alrededor de seis milenios de años atrás, cuando en las primeras ciudades mesopotámicas se inició la producción de jarrones de arcilla, indispensables para la conservación de los productos agrícolas. Se difundió rápidamente por toda Europa oriental y de allí, a través de Grecia, al resto del continente. El movimiento lo realizaban las manos de un asistente o un bastón o una cuerda movidos por el mismo artesano. Hoy en día, la aplicación de un motor eléctrico, con velocidad regulable a través de un pedal, permite un notable ahorro de tiempo y fuerza. En las empresas especializadas existen distintos modelos de diferentes prestaciones cuyo precio, en cualquier caso, suele ser bastante alto.

A pesar de la rapidez de ejecución, la técnica del torno es más bien compleja y requiere una cierta práctica si se desean lograr buenos resultados. Son necesarias una cierta habilidad manual y una cierta sensibilidad táctil para sentir los distintos espesores que, en un jarrón, han de ser homogéneos desde el fondo hasta la boca. Todo ello sólo será posible mediante el ejercicio y la práctica. Sin embargo, el esfuerzo será premiado por las infinitas potencialidades creativas que ofrece el trabajo en el torno (fig. 10).

Fig. 10. Algunos ejemplos de formas que se pueden obtener en el torno

Pasemos ahora a examinar las varias fases de ejecución.

Para prepararse para el trabajo, se necesitará un taburete en el que colocarse frente al torno con las piernas ligeramente abiertas. Será oportuno ponerse un delantal, tener a mano algunos trapos y proveerse de un recipiente con agua para mojarse las manos antes y durante el trabajo.

La técnica del torno se puede subdividir en cuatro fases principales:

 Centrado: es la fase más delicada e importante, ya que si no se realiza bien, la pieza se tambalea y se corre el peligro de arruinar todo el trabajo posterior. Se amasa una bola de arcilla, se lanza con fuerza sobre el plato y se acciona el torno. Se colocan las manos encima y, procurando contrarrestar la inercia generada por la fuerza centrífuga, se ejerce una cierta presión para llevar la arcilla al centro del torno, dándole una forma semiesférica regular y simétrica en cada una de sus partes (fig. 11). Llegados a este punto, hay que seguir empujando en dirección al centro y llevar la arcilla hacia arriba para después moverla hacia abajo. De este modo se consigue que el material adquiera una buena consistencia (fig. 12).

Fig. 11. El centrado: al mismo tiempo que ejercemos una cierta presión hacia el centro, formamos una cúpula simétrica; Fig. 12. Levantamos la arcilla con las manos y después la empujamos otra vez hacia abajo, para darle más consistencia

 Apertura: con el pulgar derecho hay que presionar en el centro para formar un agujero que debe ensancharse lentamente desplazando el dedo hacia fuera. Al mismo tiempo, con la mano izquierda debe mantenerse la forma exterior para crear el hueco (fig. 13).

Fig. 13. La apertura: con el pulgar derecho agrandamos el agujero de centro

 Elevación: en esta fase se comenzará a dar forma al cuerpo del objeto. Para ello, habrá que poner la mano izquierda abierta en el interior de la pared y, con el índice de la mano derecha doblado, apoyar la segunda falange, en el exterior, justo a la misma altura que la mano izquierda (fig. 14).

Fig. 14. La elevación: modelamos el objeto dando forma a las paredes con la mano izquierda abierta y el índice derecho doblado

Ejerciendo una ligera presión, hay que empezar a llevar las manos, siempre mojadas, hacia arriba, manteniendo siempre el centrado que, como hemos dicho, es fundamental. En primer lugar creamos un cilindro (fig. 15) y después, abriendo o cerrando las paredes de lo que ya comienza a ser nuestro jarrón, plasmamos su forma (fig. 16). Pasando un alambre bien estirado por debajo del jarrón, lo separamos del torno y lo colocamos sobre un eje de madera (fig. 17).

Fig. 15. Levantamos las paredes formando un cilindro; Fig. 16. Damos la forma que hemos proyectado; Fig. 17. Sacamos el jarrón del torno

 Acabado: al día siguiente, cuando el material ha alcanzado la consistencia del cuero, fijamos el jarrón en el torno, apoyándolo del revés sobre un cono de arcilla bien centrado (fig. 18). Ya se puede empezar con la fase de acabado, que consiste en eliminar la arcilla sobrante. Hay que apoyar suavemente uno de los pequeños instrumentos para modelar la arcilla sobre el fondo de la vasija, accionar el torno y desplazar el pequeño utensilio hacia arriba, haciendo más o menos presión en función de la curvatura que se desea (fig. 19). A continuación se prepara la base sobre la que se apoya el objeto y que es imprescindible si se desea esmaltarlo. Esta base puede excavarse, quitando la arcilla de su interior y de alrededor del borde exterior, o bien se puede pegar un pequeño círculo de arcilla con un poco de barbotina (figs. 20 y 21). De la misma forma se pueden añadir asas o pequeñas aperturas para jarrones o tazas.

Fig. 18. El acabado: fijamos el jarrón al torno, apoyándolo sobre un soporte de arcilla bien centrado; Fig. 19. Retocamos la forma exterior con un utensilio para modelar

Figs. 20 y 21. Construimos la base cavando el interior y el perfil exterior, o bien lo pegamos con un poco de barbotina

Las estructuras de hierro y de madera

La realización de figuras complejas —como, por ejemplo, esculturas de representaciones humanas o animales en movimiento— requiere la utilización de armaduras de sostén, construidas a medida con alambre y cobre, de manera que puedan sostener la arcilla.

Los objetos que se obtienen de este modo no pueden someterse a cocción porque la elevada temperatura, al dilatar el metal, produciría grietas y resquebrajaduras en las paredes de arcilla. Aun así, esta técnica ofrece un abanico de posibilidades insospechadas.

Lo primero que se debe hacer es un esbozo de la figura que se desea representar, estudiando las proporciones entre las partes, el peso que pueden tener y la posición que van a asumir.

Después hay que proceder a la realización de la estructura, utilizando un solo trozo de alambre, que debe doblarse y modelarse hasta que forme todo el armazón (fig. 22). Para que el alambre se adhiera mejor a la arcilla, hay que enrollar a su alrededor un hilo de cobre sobre el que se hará un buen número de pequeños nudos o circulitos, tal como se indica en la figura 23. Una vez hecho, se comienza a recubrir.

Fig. 22. Estructura de un gato hecha con un solo trozo de alambre; Fig. 23. Los pequeños nudos del armazón de hierro y cobre soportan mejor la arcilla

Otro procedimiento, válido sobre todo para la realización de retratos, consiste en añadir pellas de arcilla alrededor de un pequeño bastón en cuya parte superior se ha fijado un trozo de tela relleno de serrín (fig. 24) o papel de periódico. Al terminar el trabajo se podrá quitar la tela y vaciar el serrín (fig. 25). Si se ha utilizado papel, habrá que retirarlo estirando delicadamente, o bien se podrá dejar en el interior, ya que durante el proceso de cocción se quemará. Con este sistema se puede ahorrar algo de arcilla y, sobre todo, favorecer un buen secado de la pieza, evitando el peligro de que se agriete a causa de su masa excesiva (fig. 26).

Fig. 24. Estructura de tela y serrín para la realización de una cabeza; Fig. 25. Una vez acabada, eliminaremos el serrín y la tela; Fig. 26. El interior de la cabeza debe estar hueco

Los moldes de yeso

Para obtener copias idénticas de un mismo objeto se recurre al uso de moldes en negativo. El tipo más sencillo es el molde de ladrillo, que por lo general suele utilizarse para la realización de relieves (como, por ejemplo, máscaras o paneles decorativos).

Su realización no es demasiado complicada: tan sólo se debe colar un poco de yeso líquido sobre una matriz de plastilina o arcilla, previamante embadurnada de agua enjabonada y encajada dentro de unos recipientes de madera (fig. 27).

Fig. 27. Marco para colar el yeso: los listones se han reforzado por fuera con pellas de arcilla

La preparación del yeso es muy sencilla: basta con llenar un recipiente con agua y espolvorearlo hasta que se forme una pasta perfectamente homo-genea. Habrá que remover con un bastoncito hasta que se obtenga un líquido bastante denso.

Después de aplicarlo, habrá que eliminar la parte sobrante con una espátula. Nunca debe verterse en una pileta o en el lavabo, ya que podría obturar las cañerías.

El yeso líquido también se utiliza para la preparación de moldes tridimensionales, que se utilizan para obtener vasijas y pequeñas estatuas. Para extraer el objeto con comodidad, el molde tiene que estar compuesto por varias secciones. Para ello, a la hora de prepararlo, habrá que prever los elementos de unión necesarios. Normalmente esta es una operación bastante complicada que requiere una notable experiencia. De hecho, existen artesanos especializados que se dedican sólo a realizar moldes que después otros artesanos utilizarán.

Una vez que se ha obtenido el molde, se extiende sobre su superficie una placa de arcilla y, empezando desde el centro y yendo hacia los lados, se presiona para que quede bien adherida. Una vez esté lista, se pasa una esponja húmeda suavemente para que adopte perfectamente la forma del perfil y con un cuchillo se eliminan las partes sobrantes.

Otra técnica, que se utiliza sobre todo para los moldes cerrados, es el colaje: se vierte la barbotina en el molde (sellado por fuera con pequeños bloques de arcilla y asegurado con una goma elástica) hasta que quede lleno (fig. 28).

Fig. 28. Molde para colar en donde se vierte la barbotina hasta llenar por completo el respiradero trapezoidal; de este modo se compensa la disminución de nivel de la arcilla líquida

El colaje se prepara mezclando arcilla en polvo, silicato de sodio (un desfloculador que sirve para amalgamar y mantener en suspensión a la arcilla que, de otro modo, se depositaría también en el interior del molde) y agua. Hallar la proporción correcta es un trabajo que requiere una cierta práctica. La barbotina tiene que ser más densa para los objetos de grandes dimensiones y más líquida para los más pequeños. Las dosis aconsejadas, en cualquier caso, son de 1 kg de arcilla por cada 3 dl de agua, con el añadido del desfloculador al 3 ‰. De todos modos, en muchos establecimientos puede adquirirse la arcilla ya mezclada.

Esta técnica se basa en la capacidad hidroabsorbente del yeso; la arcilla, al entrar en contacto con él, comienza a secarse. Cuando la barbotina solidificada ha alcanzado un cierto espesor, se le da la vuelta al molde y se vacía del líquido sobrante (fig. 29).

Después de algunas horas, cuando el objeto haya alcanzado una cierta consistencia, se puede abrir el molde y extraer la copia, que habrá de secarse por completo antes de la cocción.

Fig. 29. Molde con el espesor del objeto que contiene

La decoración plástica: grabado, impresión, perforación

Después de haber realizado un objeto de arcilla se puede proceder a su decoración cuando ha adquirido la consistencia del cuero. Para ello se pueden utilizar objetos puntiagudos, como cuchillos y punzones, para grabar la superficie y crear efectos en relieve (fig. 30).

Fig. 30. Efectos en relieve de la decoración plástica

Para embellecer un jarrón o un plato, pueden grabarse en él diversos dibujos abstractos o estilizados, mediante pequeños moldes obtenidos de pequeños bloques de corcho, madera o arcilla debidamente recortados (fig. 31).

Fig. 31. Pequeño molde obtenido por incisión

Los efectos decorativos se pueden realzar posteriormente con la aplicación de barniz de colores transparentes que, con la cocción, se deposita sobre todo en los huecos que deja el molde, dando lugar a sugestivas variaciones cromáticas.

También se puede recurrir a un pequeño utensilio, conocido ya desde tiempos inmemoriales, constituido por una horquilla sobre la que se coloca una ruedecilla con los bordes en relieve y que se hace rodar sobre la superficie de los objetos de arcilla para crear motivos decorativos lineales sobre los bordes de las vasijas (fig. 32).

Otro instrumento, que también era muy utilizado en el pasado, consiste en una especie de peine de varias puntas que, al desplazarlo en una dirección, traza sobre la superficie del objeto, a menudo un jarrón, distintas líneas paralelas (fig. 33).

Fig. 32. Ruedecilla giratoria para la creación de motivos lineales a lo largo de los bordes de los jarrones; Fig. 33. Jarrón decorado con peine

También podemos imitar una técnica japonesa con más de 4.000 años de antigüedad para obtener vasijas de superficie desigual y de relieve parecido a un tejido. Basta con pasar sobre las paredes del jarrón, o de cualquier otro objeto, un bastoncito sobre el que se habrá enrollado una cuerda. En función de su grosor y de su disposición, se pueden experimentar infinitos modelos decorativos (fig. 34).

Fig. 34. Jarrón decorado con trama

Otro método es la perforación, con la que pueden realizarse platos con el característico borde horadado en forma de encaje, pero también apliques de luz, cajas y muchos otros objetos. Cuando la arcilla adquiera la consistencia del cuero, se toma una hoja de papel sobre la que se habrá realizado con precisión el dibujo que se va a troquelar (fig. 35) y se puntea el perfil con una aguja fina. A continuación, se perfora, quitando delicadamente los trocitos de arcilla que sobran (fig. 36). Es necesario actuar con mucha cautela y cuidado para no provocar rupturas en los relieves más finos, si bien siempre pueden hacerse algunas correcciones con un pincel y un poco de barbotina.

Fig. 35. Preparación de la hoja de papel para el punteado del motivo decorativo; Fig. 36. Esfera perforada con estrellitas

El secado

El secado es tal vez la fase más delicada de todo el proceso, ya que debe llevarse a cabo perfectamente para no echar a perder todo el trabajo.

A pesar de que se desee cocer la pieza, habrá que poner un cuidado especial a la hora de secarla.

El proceso tiene que ser completo y gradual: si un trozo contiene restos de humedad puede hincharse, resquebrajarse o incluso reventar en el horno. Por otra parte, durante el secado también pueden surgir complicaciones: si se lleva a cabo de una manera demasiado rápida, la arcilla puede agrietarse e incluso fragmentarse.

Por lo tanto hay que procurar que el objeto nunca esté cerca de fuentes de calor natural o artificial. Lo ideal sería colocarlo a la sombra, en un lugar aireado, apoyándolo sobre unos listones de madera para favorecer el secado simultáneo de cualquiera de sus partes.

Además, hay que tener en cuenta que el objeto se seca progresivamente a partir de las partes más finas, como los bordes o los detalles, hasta la masa de mayor espesor. En los objetos de forma cóncava —como, por ejemplo, las vasijas— el secado se realiza desde arriba hacia abajo, por lo que será conveniente recubrirlos casi por completo con plástico, dejando algunas aperturas para la circulación del aire. A continuación, habrá que cubrir la parte superior con un trapo húmedo. En el caso de los bajorrelieves, deberán apoyarse sobre una pequeña tabla de madera sobre la que se habrá esparcido una fina capa de arena: al secarse, la arcilla se retira y resbala sobre los granos; de esta manera se evitan tensiones y estiramientos que normalmente producen diferentes grietas. En este caso también habrá que tomar la precaución de aplicar un trapo humedecido sobre el trabajo.

Para los objetos de bulto redondo debe procederse al vaciado del interior para facilitar el proceso de secado (fig. 37).

El tiempo necesario para un completo secado depende de las condiciones ambientales y meteorológicas, del tipo de arcilla utilizada y, finalmente, de la forma del objeto, que debe de ser vigilado durante todo este delicado periodo de manera que se puedan poner rápidamente en práctica todas las estrategias que aquí se indican. Antes de proceder a la cocción, es aconsejable esperar por lo menos dos o tres semanas.

Fig. 37. Debemos vaciar el interior de los objetos con una espátula o un utensilio de modelado

La cocción

Durante la cocción la arcilla sufre una transformación estructural, cambia de color y se vuelve más resistente y ligera. Por tanto, esta fase, lejos de ser simplemente la conclusión y, en un cierto sentido, un momento pasivo del proceso de producción de objetos de arcilla, es sin duda alguna decisiva, tanto por la delicadeza de la operación y el peligro de arruinar el resultado final como por las posibilidades creativas que ofrece.

En efecto, según el procedimiento que se escoja, se pueden obtener decoraciones y efectos de color de una gran belleza.

Los etruscos practicaban un tipo de cocción de atmósfera reductora (es decir, pobre de oxígeno) para obtener piezas de color negro y aspecto brillante. Hoy en día, numerosos artistas obtienen admirables efectos gracias a una antigua técnica japonesa, el raku, en la que los objetos, tratados con óxidos de metal, son sometidos a un choque térmico al extraerlos del horno aún incandescentes. Luego se echan a una cavidad y se recubren de serrín, que se incendia para cocer los objetos sin oxígeno; de esta manera adquieren reflejos, matices y combinaciones de colores muy particulares y siempre nuevas.

En general, para la simple cocción de una pieza es necesario que la temperatura suba lentamente y que el enfriamiento también sea gradual, con el fin de evitar roturas y grietas.

En este sentido, la fase más crítica es la inicial, la que pasa de 0 a 400 °C, porque, hasta esa temperatura, la arcilla sigue perdiendo la humedad que, a pesar del secado, había mantenido en su interior. Alrededor de los 950 °C, la arcilla, perfectamente cocida, se transforma en biscuit, o bizcocho.

El proceso de cocción, por tanto, necesita tiempos largos, como media alrededor de 15 o 16 horas, a las que hay que añadir siete u ocho más para el periodo de enfriamiento, antes de abrir el horno.

Una cocción sucesiva, llamada vitrificación, se hace necesaria siempre que se desee decorar el bizcocho con esmalte; la temperatura tiene que ser de 1.000 a 1.300 °C.

Por último, una tercera cocción, llamada sobrecubierta o a tercer fuego, se puede llevar a cabo para fijar las decoraciones sobre aquellas piezas que hayan sido vitrificadas; para que los esmaltes se fundan, englobando en ellos los colores del dibujo pintado, es suficiente una temperatura de 700 °C.

Obviamente, las temperaturas que aquí se proponen son indicativas, ya que varían en función de la arcilla que se utiliza, de las dimensiones de los objetos y del tipo de horno. Cada cual, gracias a la práctica, aprenderá a establecer los tiempos y las temperaturas en función de sus intenciones. Con todo, siempre puede acudirse a un establecimiento que disponga de un horno y confiar en el buen hacer del artesano, que con toda seguridad sabrá cocer la pieza perfectamente.

En cualquier caso, quien deba afrontar una considerable producción tendrá que pensar en adquirir un horno. En el mercado existen muchos tipos, que se diferencian en función de las dimensiones y de la fuente de energía que utilizan, ya se trate de gas o de electricidad.

El horno eléctrico es el más indicado, a pesar de que su consumo sea más alto, porque presenta numerosas ventajas: se puede colocar en cualquier sitio, ya que no necesita salidas de humos (para instalar un horno de gas es necesario un permiso); se adapta cómodamente a la corriente eléctrica de casa (sólo para los modelos de grandes dimensiones es necesario hacer alguna modificación); ofrece mayor seguridad, ya que si se apaga vuelve a ponerse en marcha y cumple perfectamente su ciclo de cocción y, por último, da resultados mucho más satisfactorios, como esmaltes brillantes y vítreos más transparentes, a diferencia del horno de gas, que los hace más opacos.

El horno eléctrico está constituido por una estructura de hierro recubierta en su interior de ladrillos refractarios (cámara de cocción) dentro de los que se colocan unos tubos cerámicos que contienen las resistencias. El horno está dotado de respiraderos y de un cuadro de mandos con interruptores que permite regular la temperatura (fig. 38).

Las prestaciones y el coste son distintos en función de las dimensiones: se pueden encontrar desde pequeños hornos cilíndricos con un diámetro de unos 40 cm, capaces de alcanzar los 950 °C y que pueden rebasar las doscientas mil pesetas, hasta aparatos más complejos que resultan adecuados para satisfacer las exigencias de una pequeña producción en serie (el coste puede llegar, aproximadamente, al millón de pesetas).

A todos los hornos se les puede instalar un regulador de temperatura con un lector digital incorporado y con precalentamiento automático. Todas las empresas fabricantes proporcionan las instrucciones precisas para su utilización, tanto en lo que se refiere a la cocción como al mantenimiento.

Fig. 38. El horno eléctrico

EL HORNO INDUSTRIAL

Entrar en un horno industrial y asistir al modelado de la arcilla es una experiencia verdaderamente fascinante.

En Fornaci, una pequeña población de Briosco, en la comarca de Brianza, en Italia, existe un antiguo horno en el que se fabrican pavimentos, vasijas y elementos decorativos con procedimientos completamente manuales.

El horno, que está alimentado por tres fuegos de llama invertida, es de terracota, incluida la puerta, que consiste en una pared de ladrillos que debe construirse cada vez que debe llevarse a cabo el proceso de cocción.

En los años treinta se refugiaron aquí algunos artistas mal vistos por la dictadura fascista, entre ellos el crítico de arte Edoardo Persico; también trabajaron allí Mario Sironi, Arrigo Minerbi y Franco Lombardi. Aquí han quedado diferentes bocetos originales del «grupo del horno», conservados por el propietario, Carlo Riva.

Exterior del horno industrial de Briosco

Bancos de arcilla en el exterior del horno

Máquina para empastar en la que potentes rodillos mezclan la arcilla cruda con agua y la preparan para que pueda trabajarse con más facilidad

Distintas fases de la fabricación de ladrillos; cada uno de ellos se modela mediante un molde y una prensa mecánica

El propietario trabajando

Interior del horno: muchos moldes de yeso se ennegrecen por el humo del carbón utilizado para alimentar el horno

Una vez terminados, los productos manufacturados se colocan en el secadero, un lugar cerrado y seco en el que pierden gran parte de su humedad (a la izquierda). Interior del horno cargado (a la derecha)

Cierre de la puerta del horno: se levanta el muro con ladrillos refractarios (a la izquierda). Se sella la pared con arcilla. En el interior del horno el calor del fuego transformará la arcilla en terracota (a la derecha)

Vista del patio interior: colgados en las paredes, algunos ejemplos de objetos manufacturados en arcilla, muchos de ellos de gran calidad artística

Boceto de Mario Sironi. Detalle del bajorrelieve de la fuente del parque de la Triennale de Milán (a la izquierda). Boceto en yeso de La Anunciación, un altorrelieve de Franco Lombardi (a la derecha)

La ladrona de manzanas, un boceto de Arrigo Minerbi

El esmaltado

El esmaltado o recubrimiento es un proceso que consiste en recubrir un objeto de arcilla con una capa de esmalte para hacerlo más brillante e impermeable, operación que se hace necesaria siempre que se quiera transformar nuestro objeto en una pieza de vajilla perfectamente funcional, en condiciones, por ejemplo, de contener líquidos. De este modo, la terracota se transforma en cerámica.

Los esmaltes son unos compuestos de distintos materiales vítreos que se pueden fundir. Se suelen encontrar en las tiendas ya preparados en forma de polvo finísimo. Se subdividen en transparentes (vidriados y cristalinos), que sirven para dar brillo al objeto y fijar los colores de una decoración sobre bizcocho, y opacos (esmaltes auténticos y verdaderos), que recubren y preparan el pintado encima del esmalte; ambos se pueden encontrar en una amplia gama de colores.

La preparación del esmalte es más bien sencilla: se diluye el polvo en un 60 % de agua, se deja decantar por lo menos durante un día y, finalmente, se pasa el líquido obtenido a través de un cedazo de malla muy fina.

Llegados a este punto, se prepara el objeto, que debe estar perfectamente limpio. Para ello se le puede pasar un cepillo de cerdas muy finas y flexibles y, a continuación, una esponja húmeda. La labor debe hacerse con cuidado y atención, ya que la presencia de pequeños granitos de polvo impediría que el esmalte se adhiriese bien al bizcocho, cuya superficie resultaría, después de la cocción, tan rugosa como la piel de una naranja.

Para llevar a cabo el esmaltado se puede recurrir a distintos métodos:

 con pincel: el esmalte se aplica rápidamente con un pincel ancho y plano, intentando darle un espesor uniforme; sólo está aconsejado para superficies reducidas y si se quiere obtener un efecto matizado;

 a inmersión: se sumerge el objeto, sujeto con un par de pinzas, durante algunos segundos en un baño de esmalte (fig. 39) y a continuación se extrae muy lentamente para evitar que gotee. Este método suele dar buenos resultados, si bien exige malgastar una cierta cantidad de material, ya que la que se ha aprovechado es muy pequeña con respecto a la que se ha utilizado; en cualquier caso, es idónea para pequeños objetos;

Fig. 39. El esmalte por inmersión

 por aspersión: permite un uso más racional del esmalte con respecto a la técnica anterior, pero su ejecución es más complicada. Hay que colocar el objeto encima de un recipiente y verter por dentro y por fuera el esmalte, tal como puede verse en la figura 40;

 rociando el objeto con pistola: el esmalte debe ser bastante líquido.

Fig. 40. La técnica de aspersión

Fig. 41. La limpieza de la base

Antes de la cocción debe realizarse el acabado de los objetos retocando con un pincel los puntos que puedan haber quedado sin cubrir y se limpia la base (fig. 41) para evitar que durante la cocción el esmalte, al fundirse, adhiera la pieza al suelo del horno.

Las piezas esmaltadas deben colocarse en el horno con mucho cuidado, dejando entre ellas una distancia de al menos medio centímetro.

El objeto esmaltado también puede pintarse con colores apropiados o con oro y plata y después cociéndolos otra vez. Comentaremos este tipo de decoración, a tercer fuego, con más detenimiento en el penúltimo capítulo.

Marea y Vida marina, dos ejemplos de obras abstractas de Gloria Longoni, obtenidas con la aplicación combinada de numerosas técnicas ilustradas en este libro (arriba y abajo)