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Optimismo y humildad

«Soy optimista.
No parece muy útil ser otra cosa.»

Winston Churchill (1874-1965).
Primer ministro del Reino Unido durante
la Segunda Guerra Mundial.

Valores

Los valores son las creencias que guían la conducta de las personas. Y las personas que marcan la diferencia, lo hacen a partir de sus valores. Como dice Jeffrey Gitomer: «Las grandes personas tienen grandes valores». Pero a menudo hay el problema que los buenos valores como la integridad, la honestidad, la lealtad, la responsabilidad social, la humildad, la justicia o la cultura del esfuerzo se ven superados por malos valores como la cultura del pelotazo, la codicia o la carencia de ética. Aunque se habla de falta de valores, creo que lo más grave es que los malos valores, en determinados ámbitos, ganan terreno día a día. El mal ejemplo de algunos líderes y gobernantes y la tolerancia social ante el fraude agravan la situación. Todo esto contribuye, además, a la deshumanización colectiva. Sin embargo, múltiples estudios demuestran que las organizaciones que se gestionan con buenos valores van mucho mejor y viven más años. Las empresas que tienen buenos valores y que consiguen hacer partícipes de sus buenos valores y su misión a sus clientes, empleados y otras partes interesadas, hacen que estas estén más satisfechas y más comprometidas, lo que redunda en mejores resultados.

Entre los valores que encontramos más frecuentemente en las organizaciones de éxito se encuentran los siguientes:

Excelencia y pasión por el trabajo bien hecho.

Adaptación al cambio.

Compromiso y apuesta por las personas.

Respeto por la diferencia.

Trabajo en equipo.

Meritocracia: la retribución y la promoción se basa en el talento.

Igualdad de género.

Honestidad y ética.

Transparencia.

Responsabilidad social.

Sostenibilidad.

Ambición de conseguir más impacto, ocupación y bienestar.

Aparte de estos valores, en empresas familiares también encontramos valores como la familia, la tradición y la visión a largo plazo. Y más recientemente, en empresas innovadoras hallamos otros valores como la creatividad, la innovación, el humor o el equilibrio entre vida profesional y familiar.

Una muestra de la importancia de estos temas es que, según una encuesta de Gallup realizada en 150 países, la principal fuente de felicidad es tener un trabajo con sentido en el que la persona se sienta valorada.

También hay quien presume de valores que realmente no tiene. Por eso, conviene comprobar si realmente se aplican los valores que dicen. Por ejemplo: ¿los sistemas de incentivos son coherentes con los valores? Si los incentivos son solamente por méritos individuales, quiere decir que el valor del trabajo en equipo no se promueve realmente. Si se presume de la apuesta por las personas, quiere decir que los trabajadores tienen plan de carrera y que cuando surgen problemas es más importante buscar soluciones y aprender de los errores que buscar culpables.

Otro aspecto relevante es cómo transmitimos los valores y, sin lugar a dudas, la herramienta más potente de transmisión es el ejemplo. Ya lo decía Carles Capdevila: «La mejor manera de transmitir valores a tus hijos es tenerlos como padre. Los valores se pasan mediante contagio, y muchas veces esperamos de nuestros hijos cosas que nosotros no hacemos. Un gran ejemplo es el uso del móvil. Nos disgusta mucho que se pasen el día enganchados, pero nosotros somos los primeros en no soltar el aparato. Los sermones no sirven para educar en valores, solo sirve el ejemplo».

En definitiva, hay que comprobar que tenemos buenos valores y que estos inspiran nuestras actuaciones. Cuando hay problemas e incongruencias con los valores, la empresa acostumbra a tener problemas. Un ejemplo es lo que ha pasado con una polémica línea aérea, que después de muchos años de escándalos y de demostrar día a día que la rentabilidad del accionista era lo único importante y de tratar con desprecio a los clientes, ha tenido que rectificar y empezar a tomar medidas para recuperar clientela.

Actitud

«La vida no es como te la dan, sino como te la tomas.»

Josep Maria Ballarín (1920-2016).
Sacerdote y escritor.

La actitud determina la respuesta emocional, ya sea positiva o negativa, a las circunstancias de la vida. Entre una situación y nuestra reacción siempre hay un margen de maniobra para decidir cómo nos la queremos tomar. La respuesta condiciona extraordinariamente el impacto que tienen las circunstancias de la vida en una persona. Como decía Confucio: «Cuando empieza a soplar el viento, algunos corren a esconderse y resguardarse, otros lo aprovechan y construyen molinos de viento».

Como ejemplo de proactividad, recuerdo que cuando estoy con estudiantes de los últimos años de estudios de administración de empresas acostumbro a pedir que levanten la mano los que crearían una empresa si al acabar los estudios no encontrasen trabajo. Es una pregunta que he hecho en varios países. Casi todos los estudiantes levantan la mano. La respuesta es siempre la misma, puesto que la mayoría tienen la predisposición a crear una empresa si no encuentran trabajo. Recuerdo que en una ocasión, en Chile, un estudiante dijo: «Si no tengo trabajo, iré al campo, compraré manzanas y vendré a la ciudad a venderlas por la calle». Muchas veces también lo he preguntado aquí, al mismo perfil de universitarios y la respuesta es diferente. Aquí solo una mínima parte de los estudiantes levantan la mano. Uno o dos en un aula con cincuenta u ochenta estudiantes. Con un muestreo tan pequeño no se puede construir una teoría, pero parece que hay diferencias de actitud. Las causas de estas diferencias pueden ser muchas y, entre ellas, que crear una empresa se percibe como una carga muy complicada y que entre todos (familias, escuelas, universidades, medios de comunicación...) no promovemos los valores que animan la actitud de asumir riesgos, emprender y aprender de los fracasos. Como dice el inversor estadounidense Ray Dalio: «La clave es caer, aprender y mejorar rápidamente».

Optimismo

«Los optimistas se equivocan más que los pesimistas.
Pero la vida les va mejor.»

Daniel Kahneman (1934-). Psicólogo,
Premio Nobel de Economía 2002.

Es más fácil salir adelante y conseguir cualquier objetivo cuando la actitud es optimista. En medio de una crisis económica, está justificado un cierto pesimismo, especialmente en aquellas personas que sufren. Nadie tiene la bola de cristal que permite adivinar el futuro y, por lo tanto, en un momento de crisis es difícil asegurar quién tiene la razón: el optimista o el pesimista. Y, para acabar de complicarlo, muchos piensan que un pesimista es un optimista muy informado.

Cuando las cosas van mal, buena parte de los medios de comunicación y de los analistas se muestran muy pesimistas y esto puede contribuir a crear más crisis, puesto que un componente de la crisis es la carencia de confianza que hace que esta sea más profunda.

A veces parece que solo interesan las noticias negativas. En algunos casos, el exceso de pesimismo puede ser interesado. Por ejemplo, aquellas personas que quieren un cambio de Gobierno pueden pensar que cuando peor vaya todo, antes habrá un cambio de partido en el Gobierno. Si hacemos un poco de memoria, en la mayoría de elecciones celebradas en periodos de crisis hay un cambio de partido en el Gobierno. Esto explica que algunos medios de comunicación manipulen escondiendo los datos favorables, amplificando los datos negativos e, incluso, utilizando las fake news (noticias falsas) que tanto daño hacen, especialmente en momentos de crisis económica.

Cuando dudamos sobre si nos conviene o no ser optimistas, podemos recordar también a Carles Capdevila, que lo tenía muy claro: «El optimismo es siempre la opción más recomendable y, cuando las cosas van mal, es imprescindible. Y, además, funciona».

Huyendo de los catastrofistas

«La vida tiene su lado sombrío y su lado brillante; de nosotros depende elegir el que más nos plazca.»

Samuel Smiles (1812-1904). Escritor y político.

El ser humano siempre ha tenido una cierta atracción por el catastrofismo y por las predicciones sobre el fin del mundo, y esta tendencia es probablemente una herramienta de supervivencia. Jesucristo ya anunció la inminente llegada del juicio final y el Nuevo Testamento habla también del apocalipsis. Entre los anuncios del fin del mundo destacan el del Beato de Liébana, en 793, y el del papa Inocencio III, en 1284. Cuando se hacen estos anuncios se despierta un gran interés que dura hasta que se incumple la predicción. Recuerdo que el 21 de diciembre de 2012, cuando no se produjo el fin del mundo anunciado por el calendario maya, más de uno se llevó una decepción. Lo mismo sucedió a principios del siglo XXI cuando el efecto 2000 no fue acompañado de ninguno de los desastres previstos.

Otra predicción es la de Nostradamus, que dijo: «Desde la mañana tranquila el fin llegará cuando del caballo que baila el número de círculos sea nueve». Algunos inquietos con mucha imaginación apuntaban que Nostradamus se refería al Gangnam Style, puesto que su coreografía se conoce como el baile del caballo, y que los nueve círculos se referían a los mil millones de visitas de YouTube. Como que el número de visitas de YouTube del popular vídeo coreano ya pasa de los 3.575 millones, tampoco se ha cumplido la previsión.

Una parte de la mitología catastrofista se ocupa también de los desastres económicos. Estos despiertan el interés de muchas personas, especialmente en años de crisis. Nouriel Rubini dijo que el euro desaparecería en 2010. Y economistas tan prestigiosos como, por ejemplo, Paul Krugman, Willem Buiter, economista jefe de Citi Group, o George Soros, también anticiparon que el euro desaparecería en 2012. Otros analistas también apostaban por la quiebra total de países como, por ejemplo, España, y que se produciría en 2009 o en 2010. No han faltado los que decían que en 2011 todo el mundo perdería todos sus ahorros en depósitos bancarios. Por suerte no ha sido así.

El problema de estos malos augurios económicos es que dan alas al fatalismo, provocan depresiones y perjudican todavía más el consumo. Por lo tanto, hacen todavía más difícil que la economía se recupere. Otro problema de los catastrofistas es que son adictos a las fake news, que todavía generan más ansiedad e incertidumbre.

La actitud positiva no tiene muchos adeptos. Como recordaba antes, los optimistas también nos equivocamos. Por ejemplo, en 2008, cuando estalló la crisis financiera, yo mismo pensaba que en 2010 ya se habría producido una importante recuperación. La realidad es que esto fue así en la mayor parte del mundo, pero en los países PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España) la recuperación llegó a partir de 2013, después de que en 2012 Mario Dragui, entonces presidente del Banco Central Europeo, anunciase: «El BCE hará todo el que haga falta para proteger el euro, y creedme, será suficiente».

De todas maneras, un estudio reciente de la Clínica Mayo concluye que la actitud positiva reduce el estrés, mejora la salud y reduce la probabilidad de infarto. Además, el pensamiento positivo mejora la productividad en el trabajo. Otro estudio de Harvard va en la misma línea y afirma, además, que a la gente optimista todo le va mejor. En este punto añado que van mejor los países donde hay más gente con actitud positiva.

Y cuando hablamos con otra persona puede pasar de todo, desde mejorar la autoestima, la alegría o la esperanza; o bien angustiarnos y deprimirnos. En esta línea, Carles Capdevila decía: «Una decisión tan simple como quedar con los que aprecias y huir de los que te hacen la vida imposible te acerca bastante a la felicidad».

Conclusión: hay que salir por piernas y alejarse de la gente negativa. La vida es demasiado corta como para desaprovechar las ocasiones en que la podemos disfrutar.

Humildad

«Gracias es a menudo la mejor palabra que
podemos decir. Lo digo mucho. Gracias expresa
gratitud, humildad y comprensión.»

Alice Walker (1944-).
Escritora y Premio Pulitzer 1983.

Cuando se analizan los rasgos diferenciales de las organizaciones que tienen éxito, nos encontramos a menudo una sorpresa: sus líderes no son personas arrogantes. Al contrario, son personas con un nivel de humildad considerable, sobre todo si tenemos en cuenta el éxito que han conseguido. Esta humildad favorece la empatía, ponerse en la piel del otro y una mejor relación con todo el mundo. La humildad fomenta el esfuerzo, pues el éxito siempre va precedido de mucho trabajo. En algún momento la suerte puede ayudar, pero sin esta dedicación no es posible conseguir objetivos ambiciosos.

Otro efecto de la humildad es que el líder hace siempre lo que es más conveniente para la empresa. Por ejemplo, hay empresarios y directivos muy relevantes que no conceden entrevistas a la prensa salvo que consideren que esto pueda ser positivo para la empresa.

Estos líderes, al ser personas humildes y con una gran capacidad de trabajo, dan menos importancia a los bienes materiales y son poco ostentosos.

Lo contrario de la humildad es la arrogancia. Esta acostumbra a pasar factura a largo plazo. Podemos recordar el caso de Mike Jeffries, cuando era consejero delegado de la empresa estadounidense del sector de la moda Abercrombie & Fitch, que hacía afirmaciones como las siguientes: «No hacemos ropa para personas gordas», «Queremos gente guapa en nuestras tiendas. Dependientes y clientes. Perseguimos el atractivo. Nuestra ropa no es para todo el mundo, ni pretendemos que lo sea. ¿Somos exclusivos? ¡Está claro!». De él, Heidi Moore dijo: «Los vendedores de ropa saben cómo vender: haciendo que las mujeres se sientan mal con ellas mismas». Con el tiempo, esta actitud acabó pasando factura, puesto que los clientes y los inversores dieron la espalda a la empresa, que acabó despidiendo a Mike Jeffries. Como decía Séneca «es pasajera la felicidad de todos los que ves andar con arrogancia».

Concentración

«Mis lemas: concentración y simplicidad. Lo sencillo puede ser más difícil que lo complejo: tenéis que trabajar mucho para conseguir que vuestro pensamiento sea más sencillo. Pero vale la pena al final porque, cuando lo conseguís, podéis mover montañas.»

Steve Jobs (1955-2011). Cofundador de Apple.

Otra cualidad decisiva es estar concentrado, es decir, enfocado o focalizado en los objetivos; y no distraerse. Frédéric Lenoir, en su libro sobre la felicidad (Du bonheur), mantiene que tendemos a sentirnos mejor cuando nos concentramos en una cosa durante un cierto tiempo. Por este motivo, no nos sentimos felices cuando navegamos por las redes sociales pues nuestro cerebro divaga de tema en tema sin ningún objetivo concreto.

Como muestra de la importancia de la concentración podemos recordar el día en que Bill Gates conoció a Warren Buffett. Su anfitriona durante la cena, la madre de Gates, pidió a todos los comensales que escribieran en un papel el factor más importante de su éxito en la vida. Gates y Buffett, dos personas muy exitosas y con gran impacto a nivel mundial, escribieron la misma palabra: Focus (concentración).