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UD1 Estructura organizativa. Funciones y procesos |
Objetivos
“La mejor estructura no garantizará los resultados ni el rendimiento. Pero la estructura equivocada es una garantía de fracaso.”
Peter Druker
El ser humano se relaciona diariamente con multitud de organizaciones en las que desarrolla un gran número de actividades. En estas organizaciones, nos vestimos, nos educamos, comemos, nos divertimos, etc. Esto es así porque el ser humano ha comprendido que el esfuerzo colectivo es más productivo que el esfuerzo individual y es, precisamente, dentro de la organización donde ese esfuerzo puede aunarse y orientarse para la mejora de la misma.
Esta razón explica la importancia que puede tener el conocimiento de la organización y su estructura para el director de RR.HH., ya que deberá tratar de aunar las conductas organizacionales de multitud de personas “diferentes” para lograr unos objetivos organizacionales “comunes”, que no serían posibles sin el esfuerzo compartido y convergente de todos sus miembros.

Esta definición puede ser completada por otros rasgos específicos como:
Si estas características son comunes a todas las organizaciones, la empresa como tal, se distingue por su matiz económico, que impregna sus finalidades, objetivos y funciones.
Hernángomez (1988), establece una doble dimensión, según se trate de organizaciones de actividad económica o no económica y, a su vez, con objetivos lucrativos o no lucrativos.
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Actividades |
Objetivos económicos |
Objetivos no económicos |
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Actividades económicas |
Extractivas Productivas Distribución Consumo |
Empresas |
Organizaciones de servicios públicos |
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Actividades no económicas |
Políticas Culturales Religiosas Militares Deportivas |
Lobby Compañía teatral Secta Grupo mercenario Club de fútbol |
Partidos políticos Museos Iglesias Ejército Juegos Olímpicos |

Esta coordinación consciente supone cuatro denominadores comunes a todas las organizaciones:
Los cuatro factores suelen ser denominados “pilares de la estructura organizacional”.

Por ello, se dice que existe una estructura cuando una serie de elementos se integran en una totalidad que presenta propiedades específicas como un conjunto y cuando, además, las propiedades de los elementos dependen (en una medida variable) de los atributos específicos de la totalidad. De hecho, para Tamames (1975), “la estructura es la caracterización de un todo por las relaciones mutuas que implican la distribución y el orden de sus partes”.
La teoría moderna de la Administración está basada en el principio de que “no hay una estructura que sea la mejor, sino que más bien esta varía de acuerdo con la situación”. Por tanto, cuando el diseño de la estructura se torna obsoleto o inadecuado en una situación de cambio continuo, el reto para la gerencia es formular el diseño de estructuras adecuadas.
Por otro lado, una organización es una forma de repartir trabajo y/o responsabilidades entre diferentes personas de forma estructurada y con una intención previamente delimitada.
Reuniendo ambos conceptos, para organizar y sistematizar el trabajo, se necesita definir quién lo hará, además de cómo y dónde. También, se necesita definir y asignar los recursos para hacerlo. Es decir, para lograr los fines y objetivos del proceso y llevar adelante distintos tipos de planes, es necesario asignar tareas a las personas y que estas tareas estén coordinadas. En este sentido, Kast y Rosenzweig (1987) incluyen dentro del concepto de estructura, los siguientes elementos:
El organigrama, por tanto, es una representación gráfica de las relaciones de autoridad formal y de división del trabajo que además permite:
Existen diferentes tipos de organigrama:





El estudio de la estructura de las organizaciones encuentra su sentido en el conocimiento de las partes componentes y comunes a cualquier organización. Uno de los autores que más ha trabajado sobre este tema ha sido Henry Mintzberg (1988), el cual afirmaba que: “La organización efectiva es aquella que logra coherencia entre sus componentes y que no cambia un elemento sin evaluar las consecuencias en los otros”.
Mintzberg destaca cinco componentes comunes a toda estructura organizacional:
Todas estas partes de la organización están interconectadas a través de un sistema de flujos de autoridad, trabajo, información y decisión, el cual conlleva un trabajo multidisciplinar de los miembros de la organización enfocado hacia el objetivo común de satisfacer las necesidades de la empresa. Ello implica relaciones de poder, autoridad y dependencia que deberán ser claramente establecidas para el correcto desarrollo de la organización.
En principio existen dos tipos de mecanismos de coordinación dentro de las organizaciones:
Mintzberg (1988) identifica tres mecanismos básicos de coordinación en la organización, que regulan la actividad y comportamientos dentro de la empresa. Estos mecanismos son los siguientes:
Esta normalización puede aplicarse a cuatro elementos:
Estos mecanismos forman un continuo interactivo y cíclico, en el que se comienza por la adaptación mutua y, en función de las necesidades de la organización, se va pasando por la supervisión directa hasta llegar a la normalización. Pero este proceso, al ser cíclico, no se acaba ahí, sino que sus elementos interaccionan en función de las demandas de la organización.
A pesar de ello, debe tenerse en cuenta, que a medida que la empresa crece y madura, sus procesos deben estar más formalizados y estructurados.
Existen diversas clasificaciones y tipologías sobre las estructuras organizacionales. La mayoría de autores destacan cuatro tipos de estructuras:
Se da en empresas con un mínimo de personal dentro de los denominados “núcleos de operaciones” y “línea media”, llevando la coordinación la cúspide estratégica mediante supervisión directa. Solo una pequeña parte de los comportamientos están estandarizados o formalizados y la planificación es mínima.
Suele encontrarse en empresas pequeñas y de reciente creación.
Este tipo de estructura se corresponde con una organización altamente formalizada, en la que todos los elementos del trabajo están perfectamente definidos (autoridad, responsabilidades, tareas, procedimientos). Esta formalización o normalización extrema da como resultado una estructura rígida e impersonal, basada en reglas y normativas que tratan de definir todos los posibles requerimientos que el trabajo demanda. Es esa rigidez uno de los principales problemas achacados a este tipo de estructura organizacional. (Aguirre, Castillo y Tous, 1991): las disonancias afloran cuando el procedimiento importa más que el problema y cuando la forma se antepone al fondo.
Mintzberg (1988) distingue dos tipos de burocracia:
Sus características principales son:
Sus características principales son:
A diferencia de las anteriores, no es una estructura completa, sino parcial, superpuesta sobre otras, que se utiliza sobre todo para diversificar productos. De esta forma, se crean diferentes unidades de negocio para cada línea de productos, que garantizan la autonomía de operaciones en cada negocio.
Por otro lado, divisionalización no significa descentralización. Descentralización implica dispersión de la autoridad para la toma de decisiones y la divisionalización se refiere a una estructura de unidades semiautónomas en la que los administradores a cargo retienen gran parte de la autoridad. De hecho, muchas veces la divisionalización va acompañada de un alto grado de centralización.
Características principales:

Los empleados tienen que ajustarse a las necesidades de sus clientes (adhocracia operativa) o las suyas propias (adhocracia administrativa), sin conceder el más mínimo espacio a las rigideces. Por tanto, esta estructura es la más adecuada, para aquellas organizaciones que necesiten un alto nivel de innovación y deban combinar equipos interdisciplinares de expertos en proyectos muy variables entre sí, ya sea por su duración o por el contenido mismo.
Su carácter eminentemente orgánico, la escasa formalización del comportamiento de sus miembros, la elevada especialización horizontal de los puestos de trabajo y la constitución de pequeños equipos de proyecto creados sobre la base de las peculiaridades del mercado le hacen ser una estructura especialmente orientada a la innovación.
Además, la adhocracia es tremendamente flexible: la autoridad se cambia constantemente, debido a las características especiales de las demandas de los clientes y se conforman distintos grupos operativos, dirigidos por un experto en el producto o sistema. El control y la coordinación se realizan por ajuste mutuo, a través de las comunicaciones informales y la interacción entre expertos. Por tanto, se apoya en expertos entrenados y especializados para realizar la mayor parte del trabajo, aunque a diferencia de la burocracia profesional, estos deben trabajar juntos en lugar de hacerlo por separado.
Los administradores no ejercen el control de forma tradicional, sino más se preocupan de la integración de los diferentes equipos. La autoridad está basada en la competencia y no en la jerarquía, perdiéndose la separación línea-staff.
Como ya se ha mencionado, se puede hablar de dos clases de adhocracia:
Como síntesis a este punto, se presentan las siguientes tablas, donde se relacionan las diferentes variables ya mencionadas, con distintas variables en función del tipo de estructura.
Elementos estructurales
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Estructura simple |
Burocracia mecánica |
Burocracia profesional |
Estructura divisionalizada |
Adhocracia |
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Tamaño (Ámbito de control) |
Amplio |
Amplio en la base, estrecho en el resto |
Amplio en la base, estrecho en el resto |
Amplio en la base superior |
Estrecho en toda la estructura |
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Sistemas de planificación y control |
Poca planificación y control |
Activa |
Poca planificación y control |
Mucho control de desempeño |
Planificación limitada |
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Mecanismos de integración |
Pocos |
Pocos |
En la administración |
Pocos |
Muchos y a través de toda la estructura |
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Centralización /Descentralización |
Centralizada |
Descentralización horizontal limitada |
Descentralización horizontal y vertical |
Descentralización vertical limitada |
Descentralización selectiva |
Elementos situacionales
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Estructura simple |
Burocracia mecánica |
Burocracia profesional |
Estructura divisionalizada |
Adhocracia |
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Edad y tamaño |
Jóvenes y pequeñas |
Maduras y grandes |
Variado |
Maduras y muy grandes |
Generalmente jóvenes |
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Sistema tecnológico |
Simple y no regulable |
Regulable, no muy complejo |
No regulable ni complejo |
Divisible. Igual a la burocracia mecánica |
Muy complejo y automatizado (Administrativa). No regulable ni complejo (Operativa) |
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Medio ambiente |
Simple y dinámico |
Simple y estable |
Complejo y estable |
Relativamente simple y estable. Mercados diversificados |
Complejos y dinámicos |
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Poder |
Control por el máximo ejecutivo |
Control tecnocrático y externo |
Control profesional y operativo |
Control de línea media |
Control de expertos |
Una función en la empresa es una contribución especializada que satisface un requerimiento necesario para el buen funcionamiento de la organización y que, por lo tanto, justifica su existencia.
Así, la función comercial satisface la necesidad de conectar, de manera eficaz, el mercado o demanda potencial y real de una empresa con los productos y servicios generados, al objeto de contribuir al desarrollo y supervivencia de la misma.
Cada tipo distinto de trabajo (investigación aplicada, contabilidad, atención al público…), cada fase esencial de los procesos operativos (aprovisionamiento, fabricación, ventas, distribución…) y cada aspecto de las actividades operativas o directivas que impliquen el ejercicio de una técnica específica (la calidad, control de gestión, la planificación…) dan lugar a una función.
El concepto de función es, como se observa, un concepto abstracto que no tiene por qué coincidir con los órganos de la empresa. De hecho, una función subsiste aun cuando en la empresa no existan órganos o personas aptas o especializadas para su desarrollo. Por ejemplo, es indudable que toda empresa tiene una “imagen pública” independientemente de que tenga o no un departamento de Relaciones Institucionales o Corporativas.
Clasificación de las funciones
Las funciones pueden clasificarse atendiendo a diferentes criterios:
Cuando en una estructura existen una o varias unidades o personas encargadas de llevar a cabo una función se dice que la función es “explícita”. En caso contrario, se entiende como “implícita”.
Se dividen en “principales”, si las funciones están orientadas a la consecución de los objetivos primarios o fundamentales de la organización, y “complementarias”, si están orientadas hacia el apoyo y mejor funcionamiento de las funciones principales.
En toda gran función, se distinguen dos aspectos: uno directivo, que son aquellos referidos a la formulación de objetivos, programación de resultados a lograr, control de trabajo de los ejecutantes, coordinación de medios y asignación de tareas y responsabilidades, y un segundo ejecutivo, referido al desarrollo material de las operaciones necesarias para obtener resultados del empleo y gestión de los recursos empresariales.
La falta o insuficiencia de desarrollo de una función ejecutiva lleva a la parálisis de la organización y al incumplimiento de los objetivos establecidos, pero la falta o insuficiencia de la función directiva (en la mayoría de los casos), no. Esto induce, con frecuencia, a que los gerentes tiendan a preocuparse más de los aspectos ejecutivos que de los directivos, es decir, anteponen lo urgente a lo importante, lo que supone que la crisis, se pospone pero no se elimina, con lo que el resultado final es siempre más grave.
Una función es “general” cuando la responsabilidad de su ejecución se encuentra repartida por el conjunto de la organización y “particular” cuando su desarrollo se encuentra atribuido a un número reducido de miembros de la organización.
Como ejemplo del primer caso puede verse la “función administrativa” o de “personal” y la función de “ventas” como ejemplo de una función particular.

Los procesos empresariales no tienen por qué quedar limitados a procedimientos normalizados, máxime teniendo en cuenta la realidad actual del entorno empresarial marcado por la adaptación continua a las necesidades del mercado y a la aceleración de la evolución tecnológica. Lo que sí son, en su mayoría, es interfuncionales y cubren los espacios en blanco entre las casillas del organigrama. También pueden ser considerados como una cadena de valor, en la que cada una de sus fases o pasos se justifica porque añade valor al paso precedente.
El examen y análisis de los procesos, se justifica porque una empresa será tan eficaz como lo sean sus procesos. A medio plazo, el esfuerzo de los empleados, por muy capacitados y motivados que estén, no puede compensar el deficiente funcionamiento de procesos imperfectos. Desde esta perspectiva el análisis de los procesos desarrollados por las empresas competidoras (benchmarking) resulta de gran utilidad.
Destacar, por último, que todo proceso básico de la empresa puede comprender varios subprocesos diferenciados. Así, por ejemplo, podríamos distinguir en el proceso de producción los siguientes subprocesos: programación, preparación de herramientas y equipos, fabricación, montaje y pruebas de control.
Gestión de los procesos empresariales
Resulta obligado que la gestión de los procesos empresariales deba responder a los siguientes criterios:
La estructura organizativa, como ya ha podido verse, es aquella distribución de recursos que se adecua a la estrategia, los procesos y la cultura de la compañía.
De esta manera, la búsqueda de la estructura adecuada entra en juego tras solventar el problema de articulación de esos tres elementos, que, por otro lado, pudieran no ser coherentes entre sí.
Es cierto que los individuos que conforman una empresa pueden sobrevivir a una estructura mal diseñada, igual que un equipo deportivo puede triunfar pese a una mala alineación, pero no cabe duda de que el esfuerzo invertido en superar una distribución errónea, no es una ventaja para nadie.

En otras palabras, la cultura “homogeiniza las conductas personales y refuerza, de manera implícita, el sistema de reglas y la configuración del poder: cultura y estructura se refuerzan mutuamente y condicionan la forma en que se toman las decisiones y se ejecutan las acciones en la organización”. Y siempre – absolutamente siempre – existe, aunque no haya una formulación oficial y explícita de la misma. Si una organización no se preocupa de definir su cultura-objetivo y de encauzar sus esfuerzos en esa dirección, los empleados – de todos los niveles – deducirán por su cuenta cuáles son las pautas de conducta adecuadas en ese entorno: “Aquí las cosas se hacen así”, “Aquí el que manda es Don Fulano, o el departamento tal”, “Si quieres lograr algo dirígete directamente a tal persona”, etc.
Puede hablarse de diferentes culturas en función de que haya o no muchas normas (y el nivel de detalle de las mismas); en función de si tales normas se siguen o “están de adorno”; en función del reparto de decisiones y los “cuellos de botella”; en función de la cooperación o la rivalidad entre individuos y departamentos...
Podríamos combinar infinitas caracterizaciones, pero, por motivos prácticos, las resumiremos en cuatro, dando por bien entendido que no encontraremos ejemplos puros de ninguna de ellas, sino híbridos y variantes. Y aún cabe señalar que dentro de una misma empresa puede haber secciones con diferentes modelos culturales, a veces por razones ligadas, a la propia naturaleza de su actividad.
Los cuatro modelos culturales son:
Existe una relación secuencial entre ellas, es decir, que han ido naciendo en ese orden a medida que los entornos económicos se tornaban más cambiantes y competitivos. Pero ello no significa que las más antiguas estén a punto de desaparecer o sean menos habituales.
Este modelo cultural nació cuando los consumidores eran pasivos, había más demanda que oferta y la competencia era limitada tanto en número como geográficamente. Esta es una situación que ha evolucionado notablemente en las últimas décadas.
En aquellos días la consigna de las empresas era la estabilidad en las funciones y procesos de trabajo, afianzada mediante la jerarquía y el respeto a las normas. Las compañías buscaban utilizar sus conocimientos y recursos tecnológicos para que se pudiese obtener el mejor producto de una manera uniforme y estable en el tiempo. En otras palabras: se buscaba la excelencia funcional.
Para dicha excelencia la organización se volvía muy estructurada, con cargos y procesos muy establecidos que generaban la especialización de los individuos y muy poca comunicación entre las direcciones o departamentos. La especialización llega al “1:1” (una persona igual a un puesto): es decir, que llega a no haber puestos que contengan varios “puntos de trabajo” y esto, a su vez, crea el fenómeno de que con cada nueva necesidad se crea un puesto nuevo.
El método de integración es la propia línea de mando. Cuando hay que tomar una decisión que afecta a varias funciones a un tiempo, se crean comités interfuncionales, pero dentro de estos comités hay que equilibrar el poder de sus componentes acudiendo a un rango jerárquico superior al de los integrantes del equipo, para que sea él quien asuma la responsabilidad de las decisiones del comité.
En las funciones de soporte no se buscan ideas de mejora o valor añadido al negocio, sino que cumplan con su cometido: la excelencia funcional. Por ejemplo, de una función técnica no se esperan sugerencias para optimizar la operación, sino reparaciones rápidas y baratas. Cuando las funciones de soporte del negocio están muy desarrolladas, el negocio entero se burocratiza y vuelve rígido.
Está muy separada la jerarquía de la toma de decisiones de la jerarquía de ejecución; las decisiones son lentas porque tienen que pasar por muchos niveles jerárquicos y porque la interacción entre los distintos departamentos es compleja.
Las empresas con cultura funcional tienen aversión al riesgo y buscan resultados de negocios positivos y estables. Sin embargo, esto limita sus reflejos adaptativos y su capacidad de crecimiento rápido e innovación en un mercado que se ha vuelto global y donde los clientes son más exigentes.
A pesar de todo, este modelo sigue vigente y predominando en buena parte de las empresas, porque es el modelo “por defecto” para los directivos que no se plantean la existencia de otra forma de comportamiento organizacional. Muchas empresas líderes en sus sectores – o que acaban de perder el liderazgo – todavía lo mantienen. Además, hay ciertas áreas de la organización que están prácticamente obligadas a comportarse conforme a normas y controles estrictos – como las áreas de Contabilidad, Tesorería y Administración de personal– y, en esa medida, constituyen un reducto obligado y justificado de cultura funcional. El problema puede surgir cuando el “modelo” del departamento contable se extrapola al resto de las áreas de la compañía.
Esta cultura, que nace a partir de la funcional, sigue teniendo los procesos claramente definidos, pero estos vuelven a redefinirse para poder satisfacer las demandas de los clientes. El cliente pasa a ser el centro de atención de la compañía y se refuerzan los valores culturales relacionados con entender a aquellos, satisfacerlos y ganar su confianza.
Algunas compañías han mantenido su organigrama funcional añadiendo la figura de un gestor de Cuentas que sirve al cliente como “ventanilla única” y que, internamente, activa el departamento al que corresponda la solución del problema. En este caso, el cambio es externo, pero la cultura sigue siendo funcional.
En una verdadera cultura de proceso el cliente es el elemento de poder. Las responsabilidades se dividen obedeciendo a criterios que responden a la creación de valor para el cliente y se crean áreas cuyo objetivo no es ya la excelencia funcional, sino la aportación al negocio.
Por ejemplo, una compañía funcional se conforma con que el departamento informático mantenga el sistema a punto. Una compañía por procesos valorará que el departamento informático identifique oportunidades de negocio a través del uso de la tecnología (entendiendo que el cliente de tal departamento informático es un cliente interno).
El trabajo se organiza en torno al “proceso completo”, que es tanto como decir que se organiza en torno a los equipos pluridisciplinares que responden del conjunto del mismo. Existen, pues, menos fragmentaciones de tareas y, por lo tanto, menos necesidades de integración. El equipo es el nexo de integración.
La definición de los puestos es más genérica, hablándose de responsabilidades más que de tareas. Y al asumir responsabilidades completas, no fragmentarias, las personas desarrollan en mayor grado sus capacidades. Por ello, puede hacerse carrera horizontalmente, dentro de una misma área de negocio.
Además, el trabajo integrado del equipo permite reducir el ciclo de desarrollo, producción y lanzamiento, dando cabida al uso de herramientas de calidad total y reingeniería de procesos.
Muchas organizaciones han dado ya el paso de transición desde la cultura funcional a la de proceso, si bien muchas han sido inconscientes de ello.
Lo que diferencia a una cultura de proyecto es el componente “tiempo”: se sigue buscando la satisfacción del cliente, pero ahora el lanzamiento del nuevo producto o servicio es mucho más rápido, prácticamente a la medida de una necesidad puntual a satisfacer. De ahí que se hable de proyectos en lugar de productos estables.
El punto crítico de los proyectos es la rentabilización de los recursos internos sin perder calidad ni tiempo de respuesta. Para ello, las organizaciones, más que adaptarse, se anticipan a las demandas y procuran aprovechar las oportunidades del mercado apenas las identifican.
Los empleados están muy inclinados a la innovación, muy motivados, y gozan de autonomía para experimentar pese al riesgo y la incertidumbre, precisamente porque se trata de un contexto de urgencia.
Todavía no existen muchas organizaciones con una cultura de proyecto, pero sí que hay algunas áreas de la organización que tienen esta cultura: el departamento de desarrollo de productos, I+D, o de desarrollo de sistemas. Como ejemplo de empresas podemos citar las consultoras, muy en boga actualmente para proyectos de telecomunicaciones, asesoría estratégica y RR.HH. También las situadas en los Parques Tecnológicos en España, donde predominan las empresas de Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC), se desarrolla esta cultura.
Si el tiempo es determinante en la cultura de proyecto, el proyecto es la clave en la cultura de asociación: acabado el proyecto, la organización se disuelve. La cultura de asociación es una alianza temporal de recursos para explotar oportunidades de negocio, alguna de cuyas facetas no se dominan.
Los roles son, pues, circunstanciales y el énfasis no está puesto en las funciones ni en la estructura, sino en que los equipos encajen para la ocasión. La meta es que el equipo global funcione al máximo rendimiento y, para ello, los equipos componentes u asociados tienen libertad de acción.
Un buen ejemplo de cultura de asociación sería una producción cinematográfica, pero un ejemplo mucho más común es la construcción de un inmueble: en ambos casos, tenemos una subcontratación de oficios que se reúnen para un proyecto y se vuelven a separar a su término. El director de cine da instrucciones, pero deja al maquillador entendérselas con su oficio, de la misma manera que el contratista deja al fontanero entendérselas con el suyo.
No todas las asociaciones dan el mismo buen resultado: la diferencia consiste en la capacidad de aprovechar las habilidades de los otros creando verdaderas sinergias de grupo.
Los estudios revelan que las empresas más admiradas y rentables del mundo son las que tienen pautas culturales más adaptadas al entorno competitivo de su sector. Esto no siempre implica culturas de proceso o de proyecto, pero suele ser así.
No suelen faltar motivos para necesitar un cambio de cultura en la empresa, ya que las siguientes situaciones son muy comunes: cambio en la estrategia de negocio, incremento de competitividad, adaptación al entorno, incremento de productividad, mejoras de eficiencia o motivación, adquisiciones o fusiones con otras empresas, cambio de tipo de actividad o cambio de directiva… Sin embargo, las empresas ponen en riesgo su supervivencia anclándose en su cultura originaria, principalmente, porque es muy difícil medir el impacto de la cultura en la cuenta de resultados, porque desconocen la manera efectiva de medir la cultura o porque no saben cómo llevar a cabo el cambio.
No obstante, la tendencia al cambio se ha incrementado a partir de la primera década del siglo XXI, dadas las turbulencias económicas en el mundo.
Factores del cambio
Entre los factores que influirán en que un cambio sea factible figuran:
Como mínimo, el 70% de los cambios culturales fracasan por tres razones:
Para evitar este fracaso la dirección debe incluir en su análisis los siguientes puntos:
Tras el análisis habremos de redefinir tanto los puestos de trabajo como su valoración. Si el paso desde una cultura funcional a una cultura de proceso requiere un tránsito desde un rol especializado y estanco hacia uno más participativo, está claro que debemos hacer cambios en los roles profesionales, con incrementos y descensos de los niveles de responsabilidad: hemos de modificar el diseño organizativo.
Por otra parte, hay algunos importantes elementos de gestión que debemos alterar para hacerlos coherentes con el cambio:
Hay que revisar la política retributiva para que recompense los comportamientos que deseamos estimular y desanime a los restantes. Por ejemplo, si implantamos una cultura funcional, premiaremos alcanzar los objetivos presupuestados. Si estuviéramos implantado una cultura de proceso, premiaríamos la satisfacción del cliente bajo ciertos parámetros.
En una cultura funcional, seleccionaremos y premiaremos según los conocimientos técnicos más específicos y la experiencia en ellos. Si nos orientáramos a la cultura de proceso, seleccionaríamos personas cooperativas y flexibles. En las organizaciones que adoptan una cultura de proyecto, necesitamos captar o promocionar a los individuos multifuncionales y con iniciativa. Y en las culturas de asociación, necesitamos personas con las capacidades ya plenamente desarrolladas, capaces de aportar valor a la empresa o proyecto, y rápidos en relacionarse con los otros y combinar sus talentos.
Entendiendo que la formación es un “marketing interno”, formaremos en las habilidades coherentes con la cultura que deseamos tener, y lo mismo puede decirse del desarrollo de personas.
El sistema de evaluación debe empezar a incluir objetivos cualitativos o competencias que estén relacionadas con el comportamiento que se desea impulsar. Para todos debe quedar claro que alcanzar los objetivos no va a ser más importante que la manera de alcanzarlos.
Por último, no hay que olvidar hasta qué punto los estilos directivos están ligados a la cultura de una empresa. Los fundadores y líderes del pasado son los responsables de la forma de actuar en una compañía, de los criterios que se siguieron para promocionar personas o incorporar nuevas, de los comportamientos permitidos, alentados o prohibidos. De manera que la dirección es clave para que un cambio tenga lugar o todo quede como estaba. En ocasiones, ello desemboca en prescindir de los directivos reacios o incapaces de adaptarse.
Cambio cultural y cambio organizacional
Existe una estrecha vinculación entre estos dos conceptos, hasta el punto de que el cambio cultural es básico para que pueda darse el organizacional. Como comenta Alejandro Reyes (2007): “En realidad, el cambio ocurre a través de las personas. Y para que se considere a las personas como parte del proceso de cambio es necesario conocer sus valores, sus creencias, sus comportamientos”.
El cambio organizacional exige que a la cabeza del mismo figure un “gerente de cambio”. El término “gerencia de cambio” constituye uno de los aspectos más relevantes del proceso de globalización de la gestión de negocios, toda vez que tanto el gerente como la organización comienzan a enfrentar complejas situaciones de cambio en su entorno que no deben ser atendidas de manera dispersa, sino que requieren de una plataforma mínima que asegure con éxito el cambio en la organización.
En el siguiente cuadro pueden verse la interacción necesaria entre las fuerzas internas y externas del cambio:

Cuadro adaptado de A. Reyes, 2007