PRÓLOGO
por Celedonio Castanedo
“No será tu maestro aquel que te dé explicaciones sino aquel que deje en tu corazón huellas de sus enseñanza”
Místicos sadilíes
Conocí al autor de esta obra en unas circunstancias muy especiales cuando me encontraba ofreciendo un Taller de formación de terapeutas en Gestalt; uno de los participantes era Iosu Cabodevilla. Recuerdo que en un momento determinado de ese fin de semana, solicité la participación de un voluntario para realizar una sesión de demostración ante el grupo; inmediatamente Iosu se brindó a realizar el “trabajo”. La intensidad con que se entregó a la experiencia presagiaba su “madera” de terapeuta con “raíces” espirituales. Trabajamos un asunto inconcluso relacionado con la muerte de una amigo. Después le vi en otros Talleres de formación. Un día, terminada ya su formación, me enteré de que trabajaba con enfermos terminales que necesitaban cuidados paliativos (creo y siento que ésta fue una decisión profesional muy acertada, dadas sus características profesionales y personales). Más recientemente nos vimos ofreciendo Talleres en la Asociación Española contra el cáncer (AECC). Y ahora me solicita escribir este prólogo a su obra; tarea que me complace por venir de un amigo y colega al que tengo un alto aprecio.
Leer esta obra de Iosu Cabodevilla me ha traído a la mente(y a la emoción) algunas situaciones relacionadas con la experiencia de la muerte de personas que en el transcurso de mi vida han significado mucho para mí y otras a las que he admirado y de las que nunca he comprendido su razón para dejar de existir. Entre las primeras personas se encuentra mi maestra de la Terapia Gestalt, Laura Posner Perls, a la que en la Introducción de su libro, Viviendo en los límites (Promolibro 1993), escribí, retomando las palabras que un sacerdote dijo en el funeral de Carl Rogers: “Señor, si nos escuchas como Laura lo hacía, nos sentiremos recompensados” (p. 11). Así mismo, Munguia sostiene, en un artículo escrito sobre La Muerte como parte del proceso de Desarrollo Humano, que “Laura es la mujer que nos regala, con el testimonio de su vida y muerte, al secreto de cómo cerrar la gran Gestalt”.
Por otra parte, siempre me han intrigado las diferencias existentes entre Viktor Frankl y Bruno Bettelheim para que fueran tan diferentes sus muertes, habiendo sido ambos supervivientes de campos de concentración nazis. Viktor Frankl, fundador de la logoterapia –3ª escuela vienesa de psicoterapia, la 1ª es la freudiana y la 2ª la psicología individual adleriana– deja de ser “un hombre doliente” (utilizando el título de una de sus obras) a la edad de 93 años (el 2 de septiembre de 1997). En uno de sus libros (El hombre en busca de sentido, Herder, 1988), escribe:
“¿Qué es, en realidad, el hombre? El ser que siempre decide lo que es. El ser que ha inventado las cámaras de gas, pero al mismo tiempo el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración” (p. 87).
Bruno Bettelheim (1903-1990), también psicoanalista austríaco, autor entre otras muchas del El amor no es suficiente (The Free Press, 1950), el hombre que atribuía la causa de la enfermedad mental a los padres y al fracaso de la educación, se quitó la vida el 13 de marzo de 1990. El suicidio de Bettelheim no ha sido el único que se conoce en la historia de los famosos de la psicología; unos años antes que Bettelheim, Lawrence Kohlberg (1927-1987), conocido por adoptar el método piagetiano al estudio del juicio moral, apareció ahogado en un pantano de Boston. Kohlberg padecía una rara enfermedad que había contraído en un viaje a Centroamérica en 1973. Esta enfermedad arruinó su salud, padeciendo a partir de entonces momentos de gran confusión y mareos, sufriendo grandes dolores y depresiones.
El conocimiento es únicamente un acercamiento a la emoción, como decía Khalil Gibran, en Arena y Espuma: “Cuando llegues al final de lo que debes saber, estarás al principio de lo que debes sentir” (p. 29). Tal vez necesitaríamos tener cierta sabiduría japonesa para morir como relata Vallés (Sal Terre, 1996) en Mis amigos los sentidos, retomando una cita de Dürckheim (1992) en El Zen y nosotros (p. 61):
“En uno de mis viajes a Japón me encontré con un misionero cristiano que, desde hacía dieciocho años, trabajaba en un pequeño pueblo del interior del país. Me habló de las múltiples dificultades de su trabajo y de cómo obtenía muy escasas conversiones auténticas. `Y aun así´, decía, `a la hora de la muerte, estos hombres no mueren cristianamente, sino a la japonesa´. Al preguntarle yo qué quería decir con eso, me respondió: `Con estos hombres ocurre como si, al venir al mundo, apoyaran un solo pie en la orilla de esta vida y como si, a lo largo de ésta, no pudieran evitar la sensación de tener el otro pie en la orilla contraria, su hogar. Por eso morir no significa para ellos más que retirar el pie que habían posado en la orilla de la vida y pisar con los dos pies en la orilla contraria. Y lo hacen de la manera más natural, con toda serenidad y sin ninguna angustia´” (p. 163).
Los esquimales, cuando sienten que van a morir, lo comunican a la tribu, se retiran a un lugar aislado, se sientan, inclinan la cabeza sobre las rodillas y dejan de vivir.
Personalmente, uno de los relatos de despedidas que más me ha impactado fue el de Carl Rogers sobre la muerte de su esposa, en 1979, después de 53 años de unión. Entrevista que transcribo en mi libro
Grupos de Encuentro. De la silla vacía al círculo gestáltico (Herder, 1998, 2ª ed.) y que se le hizo a Rogers en el transcurso de la
Conferencia sobre la Evolución de la Psicoterapia (Phoenix, Arizona, 11-15 diciembre, 1985). Rogers relató la agonía de su esposa como un proceso universal por el que se llega gradualmente a aceptar la muerte
[1]. Lo que más impresiona de Rogers es el coraje que tuvo, en esos momentos de la agonía de su compañera, para “darle permiso para irse”, para morir.
Cabodevilla adorna su obra con algunas dosis de humor –necesaria cuando se escribe sobre la muerte–, por ejemplo cuando menciona a los niños que quieren alargar la hora de irse a la cama y para ello son capaces incluso de pedir a sus madres un bocadillo de lentejas. Como dijo Pierre Daninos: “No hay que tomarse la vida en serio, no saldremos vivos de ella”. Así mismo, esta obra contiene toques de poesía –Viajar ligero de equipaje de Antonio Machado–, y de la filosofía existencial de Goethe, Kierkegaard y de Khalil Gibran. Además el autor menciona partes de las obras de algunos grandes terapeutas: Carl Rogers, Viktor Frankl, Fritz Perls, Eugene Gendlin, etc. Algunos proverbios, como el siguiente nos confrontan con la realidad: “Cuando te encuentres en un apuro, piensa que siempre habrá una mano que puede ayudarte, peno no olvides que esa mano está al final de tu brazo”.
Especialmente didácticas son las nueve experiencias de muerte, descritas en el Cap. 8, de algunos de los pacientes terminales tratados por Cabodevilla. En estos encuentros entre el paciente y el terapeuta es cuando se aprecia en toda su intensidad la relación humanística que les une, la potencia de la empatía, de la toma de conciencia y de tanto otros conceptos que forman la terminología de los enfoques existenciales-humanísticos.
Algunas frases de esta obra son tan profundas que debería tenerlas en cuenta todo psicoterapeuta o profesional que trabaje con enfermos terminales. Por ejemplo, a la hora de atender a un moribundo:
“Intente no dar consejos, no buscar soluciones. Escuche. Acepte. Esto es lo difícil. Si realmente escucha, oirá el dolor, incluso lo sentirá. El buen soporte emocional consistirá en hablar de la muerte con el propio enfermo, si esto es lo que desea”.
Una riqueza añadida a Vivir y morir conscientemente es que la mayoría de los capítulos contienen ejercicios de auto-terapia que pueden ser muy útiles para el lector interesado en vivenciarlos.
Finalizo con esta reflexión: posiblemente sea cierto, como dijo Olga Orozco cuando recibió el Premio de Literatura Latinoamericana “Juan Rulfo”, en la XII Feria Internacional del Libro de Guadalajara (Jalisco, México), que lo contrario de la vida no es la muerte. Cabodevilla también mantiene que es falsa la polaridad vida-muerte, para él las dos son interdependientes, dos polos de una misma realidad: “La vida no tendría forma... si no fuera por la presencia de la muerte, y viceversa, la muerte no tendría forma... si no fuera por la vida”.
Celedonio Castanedo Secadas
Universidad Complutense
Enero 1999