El 1 de septiembre de 2011, una atractiva cincuentona de pelo cano muy largo llegó a Erasmo Escala 1872, en el centro de Santiago. Llevaba una carta para el arzobispo Ricardo Ezzati Andrello. La acompañaba una pareja mayor, sus exsuegros, los padres de su marido fallecido hacía veinte años.
Carolina Bañados Lira hizo una denuncia contra el sacerdote Cristián Precht por abuso psicológico y sexual contra su marido, el psicólogo Patricio Vela Montero, desde fines de los setenta, cuando este era menor de edad. Ambos hombres entablaron amistad pues el cura fue su director espiritual desde los dieciséis años. Trece años después, en 1991, cuando tenía veintinueve, Vela se suicidó en su casa del campus de la Universidad de California en Irvine. Carolina había vivido ahí con él hasta poco antes, cuando decidieron separarse y ella volvió a Chile.
Veinte años más tarde, por fin terminaba de armar el rompecabezas.
En el invierno de 2011, a propósito de la muerte y el funeral de la Ía, la nana que crió a los cinco hijos de los Vela Montero, Carolina se reencontró con la familia de su primer marido. Aunque habían tenido una hija, Jacinta, la relación entre ambas familias no era cercana. Cuando ella dejó California y volvió a Santiago con la niña, que entonces tenía tres años, él se quedó en Irvine trabajando en su tesis doctoral en medio de una gran depresión. Se suponía que en un mes estaría de vuelta en Chile y volverían a conversar. Sin embargo, Patricio se ahorcó el miércoles 17 de abril de 1991. Una vecina del housing universitario lo echó de menos. Como nadie respondía a la puerta, entró y lo descubrió sin vida.
Héctor Betancourt es un profesor chileno que lo tuvo como alumno y como ayudante de Psicología en la Universidad Católica. Ambos se visitaban en Estados Unidos. Beta, como le dicen, enseñaba y enseña en otra universidad cercana, la de Loma Linda. Iban a verse con Patricio ese fin de semana. Beta estaba preocupado por él, no contestaba sus llamados. En un café santiaguino recuerda la tragedia:
—Yo era el contacto que Pato dio en la universidad, y me llamó la policía. Tuve que ir a reconocer el cuerpo, informar a la familia y dar la orden de cremarlo.
Los padres y algunos cercanos sabían de la depresión de Patricio. Estaba siendo asistido por un psiquiatra y tomaba medicamentos para aliviar su estado de ánimo. Seis meses antes, en noviembre de 1990, había visitado Chile y se notaba triste, apagado, distinto. Cuando alguien se le acercaba para preguntarle qué le pasaba, él respondía tajante: “Si me preguntas, me voy”.
Los padres de Patricio no viajaron a Irvine. Marilú Montero, la madre, “estaba demasiado mal para tomarse un avión y partir a California”, dice un cercano. Quienes llegaron fueron el padre de Carolina, Arturo Bañados, y Luz María Vela, Luli, una hermana de Patricio. En medio de la tristeza, recogieron sus cosas personales y sus cenizas.
Tras el reencuentro de 2011, se produjo un acercamiento entre los hermanos Vela y Carolina Bañados. La promotora fue Catalina Vela, la quinta hermana, quien era una férrea defensora de causas que consideraba justas. Ella se hizo cargo de hurgar en las dolorosas historias que yacían enterradas. Las reuniones ocurrieron mayoritariamente en su casa en el barrio de Pedro de Valdivia Norte. Iban todos los hermanos y, a veces, los padres. La carga emocional era tremenda. Recordar a Patricio e intentar explicarse su muerte después de veinte años fue desgarrador, dicen. No habían cerrado el ciclo.
Solo algunas personas conocían el primer secreto de Patricio: los padres, Carolina y el amigo y guía espiritual, Cristián Precht. Cuando el joven tenía unos catorce años, en 1976, había sido abusado sexualmente por un familiar. Cuando se enteraron, sus padres no iniciaron acciones legales. En esa época, la turbiedad del abuso se escondía debajo de la alfombra.
Veinte años después del suicidio, Carolina Bañados contó este hecho a los hermanos Vela, que reaccionaron con mucho dolor. También reveló algo que le había confesado su marido en momentos en que el matrimonio estaba en franco deterioro. “Pato le contó a la Carola de su relación con Cristián. Yo confío en ella, en su seriedad, en su propósito: evitar que este tipo de cosas sigan ocurriendo. Ella llegó a tener la certeza del abuso solo veinte años después”, cuenta un familiar que estuvo en las juntas en la casa de Catalina Vela.
La relación entre Cristián Precht y Patricio Vela comenzó cuando el estudiante del colegio Seminario Menor iba en tercero medio. Los padres recurrieron al sacerdote en momentos en que Patricio vivía un período negro después de la traumática experiencia de abuso. Según un cercano a la familia, “los padres aún se sienten culpables de haber acercado a su hijo a Precht cuando tenía dieciséis años”.
En 2011, Bañados estaba sensibilizada por los abundantes testimonios de hombres que fueron abusados sexualmente por Fernando Karadima, el famoso párroco de la iglesia de El Sagrado Corazón de Jesús, conocida como iglesia El Bosque. Una de sus víctimas, Juan Carlos Cruz, estuvo cerca de suicidarse años atrás, atormentado por los abusos y la manipulación psicológica de Karadima.
Se podría afirmar que la Iglesia católica chilena es una antes y otra después del caso Karadima. Experimentó el descrédito por desoír, durante cerca de una década, lo que exseminaristas y seguidores laicos del párroco habían denunciado ante el arzobispo Francisco Javier Errázuriz: Karadima era culpable de abusos sexuales, abuso de poder, maltrato psicológico y mal uso de los fondos parroquiales.
El sacerdote favorito y líder espiritual de un grupo de las familias más ricas de Chile, que por años financiaron su tren de vida y sus viajes, ejercía un gran poder. Se trataba de un cura poco cercano a la jerarquía eclesial chilena, pero era respetado porque impulsaba no pocas vocaciones sacerdotales. Cinco obispos nacieron de las filas de El Bosque, de modo que muchos laicos lo consideraban el futuro santo chileno. Pero todo se derrumbó cuando entre 2009 y 2011 la Iglesia de Santiago se abrió por fin a investigar al sacerdote.
Cuando Carolina vio la imagen del doctor James Hamilton —otro de los denunciantes— describiendo cada uno de los movimientos de Karadima, se le erizó la piel, cuenta un cercano. El 20 de marzo de 2011, en el programa “Tolerancia Cero” de Chilevisión, Hamilton relató la historia del suicidio de dos niños del colegio católico Verbo Divino, a cargo de la congregación del mismo nombre. Esa noche criticó que nadie se cuestionara si esos niños habían sido abusados: “Lo mínimo que uno puede pensar, pongámosle con un 10% de posibilidades, es que hayan sido abusados”.
Según un amigo, tras ver a Hamilton en Chilevisión, en la cabeza de Carolina calzaron las piezas: la particular relación que tenían Vela y Precht, el tipo de testimonios de los exseguidores de Karadima, el abuso previo del familiar, el suicidio... Pronto explotaría la bomba.
El detonante se activó el 12 de agosto de 2011, cuando Ezzati informó que Cristián Precht sería el nuevo párroco de Santa Clara, en la comuna de La Cisterna, en la zona sur de Santiago. Menos de dos semanas antes, el 30 de julio, el anterior párroco, Rodrigo Allendes, se había suicidado en el patio de la iglesia, después de que el padre de un joven de diecinueve años presentara una denuncia en su contra por abuso sexual.
En ese preciso momento, Carolina Bañados, que ya se había reencontrado con los Vela, alertó a la familia: había que denunciar de inmediato. Tardaron veinte días en redactar la carta y llevársela a Ezzati. Ese mismo día, el cardenal le comunicó verbalmente a Precht que había recibido una acusación sobre su relación con Patricio Vela. El arzobispo tomó la medida precautoria de sacar temporalmente al sacerdote de la parroquia Santa Clara. Se recluiría en su departamento de la calle Centenario, en San Miguel.
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Patricio Vela Peebles, un ginecólogo reputado desde los años sesenta, y María de la Luz Montero, Marilú, tuvieron cinco hijos. Ella entró a estudiar Psicología en la Universidad Católica cuando ya se había casado. Era entonces una mujer de carácter y de una profunda espiritualidad. Integra desde hace décadas el movimiento católico Camino Neocatecumenal, carismático, conservador y que retoma las raíces del cristianismo.
La familia Vela Montero era cristiana, progresista y austera. Patricio, nacido en 1962, era el mayor de los hijos; después vinieron María José, Felipe, Luz María (Luli) y Catalina. Vivían en una casa en la calle Las Hualtatas con Américo Vespucio, en Vitacura. Los niños iban al colegio Seminario Menor y las niñas a Las Teresianas, dos colegios católicos de bajo perfil, bien distintos de los que entonces elegía la elite santiaguina, como el San Ignacio de El Bosque, el Saint George o el Verbo Divino.
Elena Precht, hermana del sacerdote, recuerda que uno de sus hijos era amigo de Patricio. Cuando los Vela lo invitaban a veranear a Vichuquén, le contaba a su madre que lo que veía era muy contenido: “Todo era muy perfecto. El papá nunca alzaba la voz. Un niño podía tirarse por la ventana y nadie se exaltaba. Especialmente el padre”.
Patricio parecía tenerlo todo. No era alto, pero tenía cuerpo de deportista —jugaba rugby— y rasgos muy atractivos. Las mujeres lo rondaban y sus amigos lo notaban, pero parecía irrelevante para él. Tenía demasiado que hacer y el tiempo era escaso. Empezó a pololear con Paz Egaña, hoy productora de TVN, hermana de su íntimo amigo Felipe, hoy sacerdote en Talca, y también de Javier Luis, quien sería secretario ejecutivo de la Vicaría de la Solidaridad. Su amigo Elmo Catalán, recuerda: “Prefería conversar conmigo de su pololeo sin contar tanta intimidad. Era una edad en que todos mirábamos para todos lados, aunque tuviéramos pareja. Pato no era así”.
Para muchas madres, el joven Vela era una especie de yerno ideal. Parecía tener una fe religiosa inquebrantable, aunque no era beato. Era aplicado, al punto que subrayaba sus cuadernos con lápiz rojo. Sobresalió académicamente. Era inquieto, muy sensible, siempre estaba leyendo, preguntando, buscando, parecía más maduro que los jóvenes de su edad. Un compañero de colegio lo recuerda como alguien “impactante”: “Él era luz, impresionante. Exitoso, simpático, tenía la media pinta. Tenía a todas las minas locas. Era súper especial, como si nunca le hubiese pasado algo malo en la vida. Nunca había fracasado”.
Bajo el alero de la Vicaría de la Juventud del Arzobispado santiaguino, en tercero medio trabajó con amigos en una cruzada para rescatar a niños que dormían bajo los puentes del río Mapocho. A los dieciséis años se fue a vivir por unos meses a la modesta casa de una familia en la comuna de Pudahuel, en el sector de La Estrella con San Francisco. Era una iniciativa para que los alumnos vivieran en sectores populares y conocieran el otro Chile. A Patricio le tocó la casa de Iván Salinas Melo (hoy de 54 años), y dormía en la misma pieza con él. Se hicieron amigos.
Desde Pudahuel partía diariamente a su colegio en Las Condes y volvía por la tarde a dormir. Hacía vida de familia con los Salinas. “Cuando conocí al Pato era un tipo bellísimo de adentro; éramos de la misma edad, él era lindo físicamente, muy transparente. Tuvimos una relación muy fluida porque después el Pato trabajó en la Vicaría de la Pastoral Juvenil como psicólogo de uno de los programas de niños de la calle”, recuerda Salinas desde Ecuador, donde vive hace más de diez años.
En el Colegio Seminario Menor, Patricio creó las Comunidades de Acompañamiento, un programa en que alumnos mayores se transformaban en guías espirituales de los que comenzaban la enseñanza media. Allí trabajó junto al profesor de castellano Carlos Aravena, un referente de la generación. Ya egresado, Vela continuó liderando el movimiento.
Patricio Vela había conocido a Cristián Precht cuando cursaba tercero medio, en 1978, a través del sacerdote Miguel Ortega, antes de que este asumiera como rector en 1982. Ser amigo del cura Ortega daba prestigio en ciertos sectores católicos progresistas, y serlo de Precht, mucho más. Después de haber sido vicario de la Solidaridad entre 1976 y 1979 era un referente para los adolescentes de esas familias. El enfrentamiento con el régimen militar lo había transformado en un héroe para ellos.
La cercanía entre Vela y Precht, a los ojos de este último, se convirtió en una relación de paternidad espiritual y también en una profunda amistad. Se veían a menudo, oraban, iban juntos a retiros y el sacerdote visitaba la casa de la familia de Patricio.
La casa de los Vela Montero en Vitacura no era grande. Con cinco niños, ya no tenían espacio. Cuando la ampliaron, Patricio pudo tener un gran dormitorio solo, con entrada aparte e independiente. “Un montón de veces Cristián se quedaba a alojar donde Pato; llegaba tarde, incluso después de la comida, y nadie se enteraba de que había dormido allí”, relata un familiar.
Patricio invitaba a Precht a la casa de veraneo de la familia en Vichuquén. Era una sencilla vivienda a la que los cinco hijos llevaban amigos. Precht era uno más. Y era una escena habitual cuando el sacerdote preguntaba en voz alta: “¿Quién me quiere hacer un masaje?”. “Todos los niños se le abalanzaban encima. No veíamos nada malo en eso”, relata una mujer que visitaba la casa.
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En cuarto medio Patricio pololeaba con Paz Egaña. Era como de la familia y tuvieron una bonita relación que duró dos años. El cambio sobrevino cuando Patricio conoció a una sobrina en segundo grado de Precht, Carolina Bañados. Cristián Precht Bañados y Arturo Bañados, el padre de ella, son primos hermanos.
Carolina era una hippie linda, popular, de pelo larguísimo, que egresó del colegio Saint George y, aunque vivía en Vitacura, jamás se vistió como adolescente del barrio alto. Era sensual, usaba faldas largas, telas de batik, colgantes y aros nativos.
Su familia también era distinta. Los Bañados Lira eran artistas o científicos. Su hermano Aníbal es un pianista que vive en España y ofrece conciertos en el mundo entero; Max, físico con tres posdoctorados, es decano de la Facultad de Física de la Universidad Católica; Javiera, la menor, es psicóloga. Carolina estudió Diseño de Imagen en la UNIACC.
Ella era de carácter fuerte, nada dócil, y contrastaba con la serenidad de Patricio. Al círculo de Cristián Precht no le agradó la opción amorosa de su amigo.
—Me acuerdo patente cuando le decíamos al Pato: “Pucha, huevón, no te cases con la Carola”. Veíamos que ella se lo quería devorar. Un gallo tranquilo, inteligente, bueno. No veíamos al Pato feliz —comenta Rodrigo Tupper, quien fue vicario general del Arzobispado de Santiago (dejó el sacerdocio en 2015) y al que Patricio conocía a través de amigos comunes.
Los cercanos a Precht coinciden en que Carolina prefería que el sacerdote se mantuviese lejos. “Cristián tenía una relación muy exclusiva con Pato, antes y después de casarse”, la defiende un amigo de Patricio que fue testigo de ese vínculo tan especial.
Patricio salió del colegio en 1979 y entró a estudiar Psicología en la Universidad Católica al año siguiente. En el campus San Joaquín, cuando aún no se había organizado la oposición al régimen, el ambiente era insoportable para los anti pinochetistas, que tenían como compañeros a “sapos” de los servicios de seguridad que se hacían pasar por estudiantes. El centro de alumnos de Psicología se erguía como una activa entidad opositora y fue expulsado de la gremialista Federación de Estudiantes (FEUC); entre 1982 y 1983 se hicieron nuevos estatutos y Vela, como delegado de su generación, colaboró en su elaboración, además de formar parte del centro de alumnos encabezado por Eduardo Nicholls. También fue miembro de la Acción Social y de la Pastoral Universitaria y, junto a Precht, formó un grupo de no violencia activa para evitar que los estudiantes salieran a las calles con palos y piedras cuando comenzaron las protestas nacionales tras la devastadora crisis económica de 1982, que dejó cesante a cerca del 24% de los chilenos en edad laboral5. Patricio participó en las protestas, pero jamás se involucró en la oposición violenta.
Junto con un panorama político incierto, los Vela Montero experimentaron un shock familiar de proporciones: Patricio Vela Peebles se había enamorado de otra mujer, hubo una separación inamistosa y poco después nació su sexto hijo, Diego Vela Grau (presidente de la FEUC en 2013). Los hijos quedaron devastados, y el impacto social también fue profundo, pues los Vela eran una familia modelo, el pilar de los centros de padres de los colegios de los hijos. “Esta separación marcó la vida de Patricio; fue muy dolorosa. La Marilú, la mamá, estaba muy mal”, relata alguien que conoce a la familia.
El año 1986 fue de grandes cambios, pero esta vez positivos. Vela se tituló de psicólogo con una tesis sobre el comportamiento de los niños de escasos recursos, una realidad que conocía de cerca por su trabajo con menores de la calle. Y con solo veinticuatro años, él y Carolina se casaron. Los avatares familiares de los Vela no se prestaban más que para una sobria ceremonia, que ofició Cristián Precht. Fue al mediodía, en la iglesia Santo Toribio de la calle La Capitanía, en Las Condes.
El sacerdote dice que se hizo a un lado cuando Patricio se casó y optó por “darle un tiempo para madurar su relación conyugal”. Incluso les prestó su auto para que fueran a veranear. Poco después, en 1987, nació Jacinta. Precht bautizó a la niña.
A Vela no le interesaba la psicología clínica, una opción bien pagada si hubiera instalado una consulta. Quería dedicarse a la academia, pero sin un doctorado eso no era posible. Obtuvo la beca Odeplan que ofrecía el Estado en la época de la dictadura. La pareja viajó a Irvine, a uno de los diez campus de la Universidad de California. Irvine está en Orange County, una zona mayoritariamente suburbana, con casas y playas. La única atracción turística es Disneylandia. Ese campus de la universidad estatal, en el que estudian 31.000 jóvenes, es inmenso. Tiene menos reputación que los campus de Los Ángeles (UCLA) y San Francisco (UC Berkeley), es más masivo.
Los Vela Bañados llegaron a Estados Unidos en 1988, en las postrimerías del gobierno del republicano Ronald Reagan, con la prensa ventilando detalles del escándalo político Irán-Contras y un hombre con una gran mancha en la frente, Mijaíl Gorbachov, aprestándose en Moscú para acabar con la Cortina de Hierro. La pareja ya se había mudado a California cuando el 5 de octubre triunfó el “No” a Pinochet en un plebiscito en Chile. Menos de un año y medio después, el país recuperaba la democracia y elegía a Patricio Aylwin como Presidente. Patricio y Carolina lamentaron no ser testigos de ese instante en la historia de Chile.
Los estudiantes que llegan a hacer posgrados en Irvine generalmente viven dentro del campus. Beverly Sandeen, compañera de doctorado de Patricio que hoy trabaja en Sacramento, recuerda que la pareja tenía su casa en Verano Place, un sector del housing familiar de la universidad. Compartían cafés, almuerzos o comidas, e incluso el Día de Acción de Gracias lo pasaron alguna vez en la casa de ella.
La Escuela de Ecología Social, en la que aterrizó a cursar su doctorado el chileno, data de 1970. Vela estaba interesado en la psicología medioambiental y específicamente quería trabajar en el Departamento de Psicología y Comportamiento Humano. Antes, en la Universidad Católica, ya le interesaba el tema y había sido ayudante de Héctor Betancourt, el mismo que después enseñaría en Loma Linda y con quien harían vida social de fin de semana o paseos a las playas de Laguna Beach o Corona del Mar.
La tesis de doctorado que Vela no alcanzó a terminar versaba sobre los efectos del estrés ambiental (específicamente el ruido) en la toma de decisiones de las personas. Con trabajo de campo comparaba la experiencia de personas que realizaban ciertas funciones bajo el estrés del ruido y otras que las hacían en silencio. Beverly Sandeen recuerda que algunos estudiantes atribuyeron la muerte de Patricio al ambiente competitivo y a la intensidad del programa de doctorado. También sugirieron que su tutor de tesis, Gary Evans, era demasiado exigente con él. Sandeen jamás entendió los motivos del suicidio ni percibió la depresión en que estaba sumido su amigo. Solo después de su muerte se enteraría de que meses antes, cuando Carolina todavía vivía con él, Vela había realizado un intento fallido de terminar con su vida.
Gary Evans, hoy profesor de la Universidad de Cornell, niega que Patricio haya tenido problemas con la tesis.
—Estaba avanzando muy bien. Patricio fue uno de los estudiantes más creativos y brillantes que he tenido en los cuarenta años que llevo enseñando. Era inquisitivo, tenía mucha energía, era serio y trabajaba duro —dice.
Semanas antes de la tragedia, en 1991, Marilú Montero, alertada por lo deprimido que escuchaba por el teléfono a su hijo, llamó a Cristián Precht a Europa y le pidió expresamente que lo visitara en su viaje de regreso a Chile. Precht se había tomado tres meses sabáticos cuando asumió el arzobispo Carlos Oviedo. Estaba agotado. Entre enero y marzo había estado en Alemania intentando perfeccionar el idioma y después en Taizé, Francia, en la comunidad ecuménica creada por el hermano suizo Roger Schutz, que reúne en la vida monástica a cristianos de distintas vertientes. Desde Francia tomó un avión PanAm rumbo a Washington porque su gran amigo Enrique Iglesias, entonces presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, lo había convidado a pasar unos días. Desde la casa donde se hospedaba llamó a Patricio, quien lo invitó a Irvine y lo fue a recoger al aeropuerto de Los Ángeles, a cuarenta y cinco minutos de su casa.
La casa de Verano Place no olía bien y se veía sucia y desordenada. Parecía que hacía meses que nadie se ocupaba de ella. Mientras Patricio iba a la universidad y a la consulta del psiquiatra, Precht ventiló, limpió, ordenó y compró comida. Patricio estaba mal. La angustia le oprimía el pecho, sentía algo muy pesado adentro y ni siquiera podía respirar bien. Tampoco era capaz de concentrarse en los estudios. Cercanos a Precht relatan que en Irvine el sacerdote rezó junto a su amigo mientras le masajeaba el pecho. Vela estaba tendido en un sofá y no paraba de llorar. Ambos oraban. La misma escena se repitió varios días. También fueron al cine, a ver una película tan triste que tuvieron que abandonar el lugar. Salieron a comer con un chileno que trabajaba cerca, Guillermo González, y su mujer. Estos se quedaron tranquilos porque vieron que Patricio estaba mejor.
“Se sentía más contento con la llegada de Precht. Pensamos que lo iba a lograr contener”, dice el profesor Betancourt. El académico estaba enterado de las dificultades personales y de pareja de los Vela Bañados por su convivencia con ellos y porque Carolina había pasado una semana en su casa antes de dejar California, empujada por la seriedad de la crisis marital que atravesaban. Fue él, en lugar de Patricio, quien la llevó al aeropuerto con su hija: “Carola no quería separarse; él era el que quería que ella se fuera”, dice. En todo caso la crisis era de larga data, incluso anterior a que dejaran Chile.
Precht estuvo menos de una semana en Irvine y regresó a Chile preocupado. Traía una carta que Patricio le había escrito a su padre. Era de hacía un mes, cuando todavía vivía con Carolina. El sacerdote, sin embargo, no la entregó a su destinatario sino hasta octubre de 2011, veinte años después del suicidio y bajo la presión de la denuncia de la familia Vela al arzobispo Ezzati. Se justificó diciendo que Patricio nunca le dio el vamos para entregarla, y que ese había sido el arreglo entre ambos.
El 9 de octubre de 2011 subió el cerro Alegre de Valparaíso, donde vive el médico retirado con su mujer. Tocó el timbre, entregó la carta. Fue un encuentro frío, la visita fue corta. Vela Peebles ironizó: “Un poco lento el correo”.
El contenido de la misiva no se había publicado nunca. Esto es lo que dice:
Irvine, 5 de marzo de 1991
Querido papá:
Te escribo esta carta después de haber hablado con ustedes esta tarde por teléfono. No sabes cuánto nos alegramos de saber que Diego está bien y que su caída no tuvo mayores consecuencias. El sábado, cuando hablamos por primera vez, estaba metido en tal crisis de angustia que no te pregunté los detalles del accidente, a pesar de que estábamos muy preocupados por él después de hablar con la Chia. Me imagino que debe haber sido un período muy duro para ustedes, especialmente cuando todavía era incierto si el golpe podría tener consecuencias de algún tipo. Gracias a Dios no fue así y ojalá que el scanner que le van a hacer ahora salga bien. Por favor, cuéntennos cuando sepan.
Bueno, te cuento un poco de lo que he estado viviendo en este tiempo. Ha sido un período bien difícil, con una mezcla de crisis de la relación con la Caro y también con mi vida en general. Me siento muy mal contándote esto, ya que pienso que quizá debiera haberte escrito antes, cuando todo esto estaba empezando. Me retuvo la idea de que se iban a preocupar innecesariamente y que era algo que íbamos a poder solucionar acá, sin necesidad de inquietarlos a ustedes. Bueno, basta de culpas y me meto en el tema.
Lo más importante de esto fue la crisis sostenida, de varios meses, con la Caro. Esta se mezcla con un cuestionamiento muy fuerte que empecé a hacer del hecho de estar acá, de lo que estaba haciendo con mi vida, y estar metido en este sistema híper estresante y competitivo. Quizá te va a empelotar que te diga todo esto después de lo de la beca Odeplan, pero te pido que no te preocupes. Voy a sacar el doctorado y lo voy a hacer bien. La conversación con mi advisor me tranquilizó mucho y pude espantar muchos fantasmas que me estaban rondando. Además, me pude reconciliar con mi trabajo y me doy cuenta de que lo que tengo que resolver es mi relación con la Caro. Y de eso te cuento ahora.
Te ruego que lo que te voy a contar no lo comentes con nadie, ni con la Jose. Son cosas que quiero compartir contigo como mi papá y amigo, confiando en que me puedes entender y aconsejar.
El fondo del asunto es que estoy metido en una ambivalencia terrible. Esta depresión comenzó como reacción a cosas que pasaron con la Caro (incluso antes de nuestra partida de Chile). Quizá ustedes notaron que andábamos medios encerrados allá, producto de una crisis terrible que tuvimos antes de partir. A la vuelta a EE.UU. las cosas anduvieron bien por un tiempo, pero luego han seguido empeorando. La ambivalencia de la que te hablo tiene que ver con el hecho de que, por un lado, poco a poco, he ido dejando de querer a la Carola. Pero, por otro, se mezcla con una rebelión tremenda a que eso me pase y una culpa muy grande también por todas las implicancias que eso puede traer. Me ha pasado que he comenzado a sentir que lo único que hay dentro de mí es resentimiento y sequedad, que a pesar de tratar de sacar cosas buenas para la Caro y la Jacinta, no puedo encontrar más que negatividad. Me asusta ver que no puedo encontrar nada bueno y me produce mucha angustia también. En un momento, era tal mi angustia que me fui de la casa por una semana, pero eso solo hizo que me sintiera peor. La culpa de dejar solas a la Caro y a la Jacinta no me dejaba dormir.
La verdad es que no me tolero. Me rebelo a sentir que mi amor por la Caro se vaya desvaneciendo y lucho contra ello, pero no encuentro nada que me pueda ayudar. Pienso que yo la traje a este país y que corté su vida por un proyecto mío y ahora no tengo derecho a dejarla. Pero no sé cómo hacerlo para volver a sentir el amor que sentía. Mi conciencia me aniquila, por más que intento apaciguarla.
A lo mejor te va a sonar loco todo lo que te digo. Ojalá me puedas entender. Yo no me entiendo mucho. Y con lo malo que soy para tomar decisiones. Todo esto es una pesadilla. Me preocupa mucho la Jacinta, ya que percibe lo que está pasando. La pobre tiene pesadillas y anda sensible a cualquier cosa que pase entre la Caro y yo.
El psicólogo que estoy viendo me ha ayudado harto, pero llegado el momento, yo seré el que tendré que tomar una decisión y en eso estoy.
En lo que te he contado me he centrado mucho en mi lado de la historia. La Caro tiene su carácter, tú sabes, y no ha sido una víctima pasiva de todo esto. Creo que sí ha sido más clara que yo, razón por la que la admiro mucho.
Releo esta carta y me parece sumamente inconexa. Espero que no te parezca una locura y punto. Me interesa mucho saber qué piensas de todo esto.
El sábado te pregunté cómo habías salido de la separación con la mamá. Me parece que lo que sentiste se parece en algo a lo que a mí me pasa. Quizá me equivoco. En todo caso te agradezco la paciencia de leer estas líneas y acepto cualquier cosa que me quieras decir o aconsejar.
Un abrazo grande para ti, la Jose y Diego. Me voy a acostar. Ya son las 11 y mañana tengo un día intenso.
Tu hijo, Pato.
Volvamos a 1991. Precht no podía quedarse acompañando a Vela, estaba obligado a regresar a Chile porque el 14 de abril tenía el compromiso de casar a otro de sus jóvenes amigos, Claudio Orrego, entonces dirigente estudiantil DC que había llegado a presidir la FEUC6.
El 17 de abril no estaba en su casa de Departamental pero le dejaron un recado: Pato se había suicidado. Apenas se enteró, se subió al auto y manejó como un loco hacia la casa de Carolina Bañados. Estaba destrozado, al igual que ella. “Es lo más duro que me ha tocado vivir”, dice Precht hoy. Para un hombre que había sido testigo de tantas atrocidades como vicario de la Solidaridad, no es poco decir. “El suicidio de Pato fue un golpe al corazón, por la amistad que teníamos, porque yo había estado con él recién. Entra la culpa de por qué no me lo traje. Los suicidios provocan angustia”, agrega.
Las cenizas llegaron a Chile y quedaron en la capilla de la casa de Precht por varios días. Después fue la misa de responso, donde una gran foto recordaba el rostro del difunto junto al ánfora con sus cenizas. De nuevo el sacerdote estaba allí, oficiando el responso fúnebre. Luego entregó las cenizas a la madre, Marilú, quien aún las conserva en su departamento en la zona de Cantagallo, Las Condes.
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De vuelta a 2011. El 2 de septiembre, un día después de que Carolina Bañados llevara su denuncia contra Precht al Arzobispado, Catalina Vela, de treinta y nueve años, su excuñada y el alma de las reuniones de la familia, abordó con su marido, el arquitecto Sebastián Correa Murillo, y otras personas, entre ellas el animador Felipe Camiroaga y el empresario Felipe Cubillos, el avión CASA 212 de la Fuerza Aérea que se estrellaría cerca del archipiélago de Juan Fernández a causa de un clima endemoniado, ráfagas de viento laterales y el sobrepeso de la nave, que la desestabilizó e hizo que se precipitara violentamente en el océano Pacífico. Veintiuna personas murieron y el país vivió una especie de duelo masivo y televisado. Catalina y Sebastián dejaron tres hijos pequeños. Exactamente veinte años después del suicidio de Patricio, la familia vivía otra inconmensurable tragedia.
Advertido de la denuncia justamente el día anterior, Cristián Precht había pensado en hablar, pero la muerte de Catalina frenó toda iniciativa en ese sentido.
Un mes después, el 5 de octubre, Roberto Artiagoitía, el Rumpy, el popular animador de radio, difundió la noticia en un tuit: Al cura Precht lo están investigando, lo suspendieron de sus funciones… Adivinen dónde metía las manitos.