PRÓLOGO A LA EDICIÓN CONMEMORATIVA

por Paul Preston

Muy raramente recibo con placer la petición de escribir un prólogo por una razón obvia: aceptar este encargo implica alejarme del libro que estoy escribiendo en ese momento. Sin embargo, como ávido fan de las novelas de Lorenzo Silva durante los últimos veinte años, estoy encantado de tener la oportunidad de escribir un texto para la edición conmemorativa de El lejano país de los estanques, proclamar públicamente mi admiración por las novelas de Bevilacqua y Chamorro y expresar mi gratitud a Lorenzo Silva por el placer y las enseñanzas que me han proporcionado sus libros. Desde hace mucho tiempo creo que un historiador puede aprender cosas en las buenas novelas que no se encuentran en los documentos políticos ni en los periódicos. Para que un historiador del siglo XIX pueda entender los entresijos de la sociedad de la época, debe recurrir a las novelas de Pérez Galdós. Para la España posfranquista, un buen lugar donde empezar sería lo que podríamos llamar los «Episodios nacionales» de Lorenzo Silva, cuya música de fondo es la vertiente más sórdida de la vida cotidiana.

Los mejores elementos de toda la serie de Bevilacqua y Chamorro ya son visibles desde el primer capítulo de El lejano país de los estanques. Precisamente lo que me convirtió en un fan suyo desde el primer momento fue la mordaz ironía con que el narrador y protagonista central, el sargento Rubén Bevilacqua, narra la historia. Tanto en el tema como en el estilo es completamente español, pero su humor tiene resonancias de Raymond Chandler y Robert B. Parker. Luego están el don de Lorenzo Silva para los diálogos, su oído para el vocabulario y un ritmo que hace posible abrir una página y reconocer a los personajes por su forma de hablar: una habilidad que yo asocio a uno de los mejores escritores norteamericanos de novela policíaca, George V. Higgins, autor de la magnífica Los amigos de Eddie Coyle. Con ello no quiero subestimar el magnífico recurso de la nada convencional pareja de guardias civiles: Bevilacqua y la agente Virginia Chamorro, ambos cultos, sensibles y vulnerables a su manera. Ambos, dada su educación universitaria, la condición femenina de Chamorro y los estudios de psicología de Vila, aportan a sus encuentros con víctimas y delincuentes una humanidad que no siempre se espera de la Guardia Civil.

Hay pocas dudas de que existe una conexión íntima entre la novela policíaca y la política, pero en el caso de la novela de Lorenzo Silva este vínculo se describe con sutileza. Las dos afirmaciones generalizadas que sostienen que la novela negra hard-boiled es la literatura del escepticismo y que la corrupción de los políticos norteamericanos es la mayor fuente de material para este género nos explican por qué surgió con tanta fuerza en Estados Unidos. Aunque no estoy muy a favor de las generalizaciones sobre los caracteres nacionales, me atrevo a decir, basándome en la pura observación, que la experiencia de la dictadura de Franco consolidó una tendencia al escepticismo por parte de los españoles que se había generado a lo largo de siglos de injusticias sociales a manos de una élite política a veces corrupta y a menudo incompetente. La transición de la dictadura a la democracia en España y la subsiguiente incorporación del país al mundo, por lo general próspero, de las instituciones de la Europa unida es, en apariencia, un período de esperanza y optimismo que, de manera paradójica, ha proporcionado un terreno fértil para el desarrollo de la novela policíaca.

La predisposición natural al escepticismo explica por qué las traducciones de la tradición típicamente británica del «té en casa del vicario», un género literario de reflexiones estériles —Dorothy L. Sayers, Margery Alling­ ham, P. D. James—, no engendraron un equivalente local. La preponderancia en Gran Bretaña de este género de novelas, predominantemente apolíticas, refleja el hecho de que, al contrario de la realidad de la política cotidiana, una de las ideas centrales en la cultura británica solía ser que el servicio político se basa en un deber cívico y que su objetivo primordial es el bienestar público. Por el contrario, en Norteamérica y buena parte del mundo latino es un hecho incontrovertible que el objetivo primordial del servicio político es el beneficio particular. Durante los treinta y cinco años previos a 1975, la manipulación de las redes de corrupción fue una de las mayores habilidades del general Franco. Desde las fortunas particulares que amasaron algunos de sus ministros hasta los escándalos de empresas como Matesa y Aceite de Redondela, la corrupción en las grandes esferas o el enriquecimiento personal a pequeña escala se convirtieron en una forma de vida que ha contaminado la cultura política española durante generaciones. Consecuentemente, el escepticismo que subyace en el corazón de la novela negra, sobre todo en su variante californiana, es algo tan habitual en la política española como en la norteamericana. Este hecho subyace en el trasfondo de muchas de las novelas de Bevilacqua y Chamorro, pero muy explícitamente en el tratamiento de la corrupción policial en La marca del meridiano (2012) y en el Levante de Los cuerpos extraños (2014), dos novelas soberbias que transmiten la indignación y el desengaño de Rubén y Virginia por la manera en que la democracia española ha permitido que la corrupción prospere.

La coincidencia cronológica de la novela negra y la transición política en España apunta a otra coincidencia: la de la prosperidad y la corrupción política. No es de extrañar que en la Gran Bretaña de la señora Thatcher, en los años ochenta, hubiera un boom de la novela negra, tanto de autores locales como extranjeros. Por supuesto, siempre ha habido una gran cantidad de novelas negras disponibles en Gran Bretaña pero en la España de Franco la producción era mucho más exigua, tal como prueba el excesivo prestigio de García Pavón. Hay un motivo para ello y es que la literatura política en España, por aquel entonces, no era la literatura del escepticismo, sino la del idealismo y la indignación. La novela policíaca norteamericana asume que el sistema político es inmutable y los detectives resuelven los problemas que éste no puede solucionar. Lo que no hacen los detectives, ni tampoco aspiran a ello, es cambiar ningún aspecto fundamental. Sin embargo —y en este sentido el dúo formado por Bevilacqua y Chamorro son unos perfectos exponentes de ello— mitigan las peores consecuencias de los problemas de la sociedad.

A pesar de la escasez de novela policíaca, tanto local como importada, en la España franquista estaban prosperando las condiciones para la popularidad y la proliferación del género. Eran las mismas condiciones que facilitaron la transición política en España. La dictadura de Franco se engendró para proteger y maximizar los beneficios de la victoria de la ultraderecha en la Guerra Civil española. Se impuso un modelo de España e, inadvertidamente, se creó otro. Las represivas leyes laborales facilitaron el desarrollo del capitalismo local y, con el tiempo, despertaron el interés de los inversores extranjeros por España. El feroz anticomunismo de Franco y la situación geopolítica de España abrieron las puertas a una alianza con Washington y el capital norteamericano. El boom europeo y el auge del turismo hicieron el resto. Una sociedad moderna y dinámica se desarrollaba en el interior de la camisa de fuerza de la política franquista.

Casualmente, dos significativas influencias culturales acompañaron el cambio social y la prosperidad. Por un lado, el influjo del cine norteamericano y la cultura de la Coca-Cola en general generaron una amplia receptividad hacia los productos de la cultura popular norteamericana. Por otra parte, se concedía cierta legitimidad a algunos productos de esa cultura, muy especialmente a la novela negra y las películas de serie B, por el hecho de que muchos de ellos habían sido aceptados por los intelectuales franceses más influyentes entre los escritores jóvenes de Barcelona y, en menor grado, de Madrid. Al mismo tiempo, durante los últimos días del franquismo, salieron a la luz algunos de los escándalos de corrupción más sonados del régimen y, en el período inmediatamente posterior a la muerte del dictador, se hicieron públicas numerosas revelaciones que intensificaron el escepticismo general hacia la élite política.

La Transición en España no fue sangrienta; se basó fundamentalmente en el consenso entre los intereses empresariales españoles e internacionales, la oposición democrática y los sindicatos. Para asegurarse de que no estallara otra guerra civil, la izquierda pagó el precio de renunciar a la venganza y limitar sus aspiraciones políticas. La consecuencia inmediata fue la desmovilización política de las organizaciones de masas que habían aflorado a la luz pública en 1976. La Transición fue una transacción negociada en salas llenas de humo. Por consiguiente, con el advenimiento de la democracia en España, llegó un mundo claramente afectado por la corrupción, que es el tema de gran parte de la ficción norteamericana. Los escritores españoles adoptaron un género popular que les permitía una crítica indirecta, muy moralizante pero básicamente impotente, contra la corrupción y el materialismo de la política. Por ello, la obra de Manuel Vázquez Montalbán está impregnada del desencanto de su propia militancia política, y de su desesperación por el autoritarismo interno del Partido Comunista de España y sus fallos externos; Andreu Martín se inspiró en las consecuencias del boom franquista y anticipó los efectos de la cultura de la droga sobre la sociedad marginal española. Estos elementos se encuentran en el trasfondo de todas las novelas de Bevilacqua y Chamorro.

Ernest Mandel, que durante muchos años fue el líder de la Cuarta Internacional, escribió un libro sobre la novela negra cuya tesis central era que «la novela policíaca es el opio de la nueva clase media, una droga psicológica que la distrae de la insoportable monotonía de la vida cotidiana». Ésta es una versión considerablemente historicista de la teoría escapista sobre la popularidad de la novela negra. De hecho, la explicación es mucho más sutil. El detective soluciona los enigmas de la sociedad. Esto se ha vuelto cada vez más cierto en nuestra sociedad, cada vez más materialista, en la que el individuo se siente víctima de unas fuerzas oscuras y poderosas que no están obligadas a responder ante nadie: ni frente al sistema judicial ni frente al Estado. La novela policíaca proporciona la ilusión de que hay una explicación para todo y de que existe la justicia. Y, desde los años setenta, ningún otro país europeo tiene una mayor necesidad de estas ilusiones y explicaciones que España.

En la corriente principal de la gran tradición de la novela policíaca norteamericana, en la cual se inspira España para crear su propia tradición local, desde Dashiell Hammett hasta Chandler y Macdonald, siempre existió un sentimiento muy concreto del momento histórico y político. Al compartir el conocimiento de las conexiones entre el crimen organizado y la política, y entre el capitalismo y el crimen, presentaban este último como una forma primitiva de acumulación capitalista. Y a la vez que hacían esto, gracias a su sensible recreación de un ambiente, escribían una historia sobre el deterioro del sueño americano. Los mejores escritores norteamericanos y españoles de la actualidad llevan a cabo algo similar, y el claro contenido histórico y político de sus obras revela una característica de la novela negra que siempre ha subyacido bajo las emociones superficiales. Bertolt Brecht apuntó cierta vez que la historia política se escribe para explicar las catástrofes y «esta situación básica, en que los intelectuales se sienten objetos y no sujetos de la historia, modela los pensamientos que se exponen para su uso y disfrute en la novela policíaca». Ya sea por el cierre de fábricas, la construcción de nuevas carreteras, el tráfico de influencias, la destrucción de los recursos naturales, la constante amenaza de las centrales nucleares, la complicidad de los políticos en el tráfico y distribución internacional de las drogas o cualquier otro de los centenares de problemas existentes, a los votantes anónimos, las víctimas de la política, se les recuerda constantemente su impotencia y la complicidad de los políticos, los asalariados de la política, en el saqueo del planeta por razones económicas.

No es de extrañar, pues, que en España, como en cualquier otro país, los devoradores de novelas policíacas encuentren cierto consuelo leyendo la resolución de versiones imaginarias de problemas reales. En las novelas de Bevilacqua y Chamorro, las soluciones son cautivadoras y los problemas, rabiosamente reales y contemporáneos. Envidio al lector que se aproxime por primera vez a El lejano país de los estanques. Eso significa que aún tiene por delante el placer de leer todas las demás novelas y relatos de Bevilacqua y Chamorro.