INTRODUCCIÓN

LA IMAGEN DE UNA CIUDAD CON FRECUENCIA POCO CONOCIDA

«Esparta brilla como un relámpago en las inmensas tinieblas». Así se refería Maximilien Robespierre, «el Incorruptible», seguidor de la filosofía de la Ilustración y miembro del Comité de Salvación Pública, a la ciudad de los espartanos el 18 de floreal del año II (7 de mayo de 1794). Bajo esta manifestación subyace una extraordinaria admiración por una ciudad cuya legislación, atribuida a Licurgo, estaba concebida para hacer realidad la felicidad del individuo. Ya en el artículo «Esparta o Lacedemonia» de la Enciclopedia, redactado por el caballero de Jaucourt y probablemente el propio Diderot, se planteaba una similar apreciación, basada principalmente en un profundo conocimiento de las Vidas (de Licurgo, de Agesilao) y de las Obras morales y de costumbres (Moralia) de Plutarco —en especial los Apotegmas laconianos1—. En una traducción moderna de Plutarco se nos caracteriza a Licurgo, el legendario legislador de Esparta, como alguien que

creía que lo más esencial y poderoso para la felicidad de la ciudad y para la virtud estaba cimentado en las costumbres y aficiones de los ciudadanos, con lo que permanecía inmoble, teniendo un vínculo más fuerte todavía que el de la necesidad, en el propósito firme y seguro del ánimo y en la disposición que produce en los jóvenes para cada cosa la educación preparada por el legislador.2

La felicidad colectiva y la virtud individual mantenían así un estrecho vínculo, puesto que cada individuo debía obrar en la medida de lo posible en favor del bien común; habida cuenta de que esta fue la concepción que prevaleció en la Francia revolucionaria, sus teóricos trataron de apoyarse en tan ilustre precedente para avalar sus tesis.

Pero si, durante la Revolución francesa, Esparta fue para los jacobinos el modelo que imitar (y logró inspirar, claramente, los Fragmentos de instituciones republicanas de Saint-Just), los girondinos prefirieron a Atenas, y el fin del período de «El Terror» en 1794 provocó un cambio en el imaginario político francés. De esta forma, a finales del siglo XIX, los actores de la Tercera República Francesa prefirieron nuevamente vincular su acción al modelo ateniense.

En el ámbito germánico, si Hesel descubrió su preferencia por Atenas, el ejemplo espartano pudo inspirar, a finales de la citada centuria, los usos militaristas de Prusia. Más tarde, en la década de 1930, el modo en que los nacionalsocialistas alemanes pretendieron apropiarse del modelo de la antigua Esparta como sistema para el endurecimiento de los hombres enturbió la imagen de aquella ciudad dejando huella en el imaginario social. En reacción, el francés H. I. Marrou criticó el ideal espartano por sostener el espíritu subalterno, que era «el ideal propio de un suboficial de carrera3».

Sin embargo, difícilmente pueden establecerse semejanzas entre hombres que vivieron hace más de dos milenios y aquellos que los evocaron de una forma simplista afirmando beber de sus fuentes4. En la actualidad, la investigación histórica sobre Esparta se mueve en un plano más sosegado gracias a un conjunto de estudios realizados por especialistas que revisan los textos y toman en consideración los descubrimientos arqueológicos. A esta situación de vuelta a la calma contribuye también el declive generalizado de los estudios clásicos desde la década de 1970, que limita las exaltaciones de los potenciales lectores de Plutarco. Y es en este espacio donde podemos tratar de movernos ahora.

Porque Esparta debe considerarse en primer término una ciudad griega, de griegos, en Grecia. Dicho de otro modo, la cultura del pueblo de Esparta en la Edad Antigua era muy similar a la de los otros griegos: en la época arcaica (que, en general, corresponde al período entre los siglos VIII y VI a. C.), conocían los poemas de Homero y los de Hesíodo, y los griegos no espartanos podían citar las obras de poetas espartanos como Terpandro o Tirteo. En materia política, la estructura de funcionamiento de Esparta era, en la época clásica (siglos V-IV a. C.), similar a la de una ciudad como Atenas.

En otras palabras, la definición de helenismo que Heródoto, «padre de la historia», pone en boca de los atenienses del año 480, en el momento de la invasión persa, entre la batalla de Salamina y la de Platea, es de plena aplicación para los espartanos: el helenismo (to Hellènikon, que podríamos expresar como «lo griego») se traduce en «el más tierno amor y piedad hacia los que son de nuestra sangre, hacia los que hablan la misma lengua, hacia los que tienen la misma religión, la comunidad de templos y de edificios, la uniformidad en las costumbres y la semejanza en el modo de pensar y de vivir5».

Así pues, es recomendable ampliar la perspectiva a fin de entender el funcionamiento de la comunidad espartana, cuya evolución revisaremos aquí desde la época arcaica hasta el final de la era clásica, que sella definitivamente la imposibilidad para Esparta de mantener el puesto prominente que ocupó durante mucho tiempo en Grecia. Es posible deducir la dinámica de la sociedad espartana por analogía con elementos de interpretación que pueden arrojar luz sobre su funcionamiento en la época arcaica, aunque a priori parezcan no conectados con este pueblo. Por ejemplo, en el texto de la Ilíada, del siglo VIII a. C., aparecen guerreros aqueos que combaten, actúan en conjunto y respetan a los dioses, de acuerdo con unos usos que nos remitirían a Esparta.

Los documentos que guardan relación directa con Esparta (las «fuentes») son variados: se trata de datos arqueológicos obtenidos principalmente, a partir de 1904, de las excavaciones de la Escuela Británica de Arqueología de Atenas6. Estos trabajos se realizan desde entonces en colaboración con los servicios arqueológicos griegos —e incluso esencialmente por ellos—.

Sin embargo, los restos materiales de la antigua Esparta son por lo general poco espectaculares, lo que viene a confirmar la premonición de Tucídides, que, a finales del siglo V a. C., siendo sin duda consciente de la mediocridad de los materiales que solían utilizarse en la construcción de los edificios públicos de su época, vaticinó que las futuras ruinas de Esparta harían dudar de la magnitud de su poderío:

si se desolase la ciudad de Lacedemonia, que no quedasen sino los templos y solares de las casas públicas, creo que por curso de tiempo no creería el que la viese en que había sido tan grande como lo es al presente7.

Además, la ciudad de Esparta careció durante mucho tiempo de fortificaciones: solo a finales del siglo III o a principios del siglo II a. C, en la época helenística —y consecuentemente bastante más tarde que en el resto de ciudades griegas—, se erigió una muralla para delimitar el espacio urbano.

Las fuentes literarias sobre Esparta rara vez tienen su origen en esta ciudad (con contadas excepciones, como el poeta Tirteo u otro poeta, Alcmán, del siglo VII a. C,); los textos disponibles nos llegan principalmente de autores que, si bien no eran espartanos, sí tuvieron ocasión de visitar la ciudad. Entre los historiadores de la época clásica, Heródoto, Tucídides o Jenofonte proporcionan información con una precisión a veces sorprendente. Las Historias del primero, la Historia de la guerra del Peloponeso del segundo y las Helénicas del tercero nos brindan una amplia información sobre la historia de Esparta y los lacedemonios desde mediados del siglo VI hasta el año 362 a. C.

En sus Historias, Heródoto relata sucesos específicos que tuvieron fundamentalmente lugar en un período comprendido desde mediados del siglo VI hasta el final de la segunda guerra médica, en el año 479, aunque se refiere igualmente a eventos puntales acaecidos entre 478 y 4308. En la Historia de la guerra del Peloponeso, Tucídides proporciona información sobre la Pentecontecia, los cincuenta años que pasaron de 479 a 431; también describe con profusión —y de manera fundamental— el comienzo de la guerra del Peloponeso, de 431 a 411. Jenofonte, por su parte, retoma la narración histórica de Tucídides, inaugurando así las Helénicas, donde reseña el fin de la guerra del Peloponeso (411-404) y prosigue con su relato hasta la segunda batalla de Mantinea, sucedida en 362. Asimismo es autor de una Constitución de los lacedemonios (Lakedaimoniôn politeia), también conocida como La república de los lacedemonios, donde describe con precisión muchas prácticas de los espartanos9. El retrato encomiástico que trazó Jenofonte de su contemporáneo el rey de Esparta Agesilao II en Agesilao también facilita la comprensión del funcionamiento y los valores de la sociedad de Esparta.

En la época helenística, Polibio se refiere en ciertas ocasiones a Esparta y, a comienzos del Imperio romano, Diodoro de Silicila, cuya Biblioteca histórica ha sobrevivido solo parcialmente, emprendió la tarea de relatar una historia universal desde el principio de los tiempos hasta el año 61 (o incluso 55 o 46) a. C: en una obra de este calado no faltan las menciones a sucesos en los que participaron los espartanos.

Además, la importancia que cobró Esparta en los acontecimientos de la época clásica derivó naturalmente en que autores dramáticos atenienses (como el trágico Eurípides o el cómico Aristófanes) o filósofos (como Platón o Aristóteles) hicieran frecuentes referencias a Esparta en sus obras, aunque fuera de forma dispersa. Por último, fuentes ricas en detalles pese a su carácter relativamente tardío son, en particular, tanto las Vidas paralelas10 como las Obras morales y de costumbres de Plutarco y, por otra parte, la Periégesis o Descripción de Grecia, de Pausanias el Periegeta (esto es, «el viajero»). Tanto Plutarco como Pausanias, que citan autores anteriores a ellos, pueden combinar precisiones relativas a los usos de la época arcaica (siglo VIII-VI) y clásica (siglo V finales del IV) con datos de la época helenística (fines del siglo IV – año 31 a. C.) o de la época romana, sin fechar siempre adecuadamente los datos que mencionan. Más particularmente, la valiosa información proporcionada por Pausanias en el libro III de su Descripción de Grecia ayuda a los analistas modernos a identificar los edificios descubiertos en Laconia, al especificar sus características y las tradiciones de que eran partícipes.

Estos textos, que tienen su origen por lo general en medios externos, dejan traslucir rasgos de una propaganda hostil o favorable a Esparta que se mantuvo en constante evolución, aunque a menor ritmo que la de Atenas —principal centro intelectual de la época clásica—. La ciudad era conocida desde la Antigüedad por un fuerte conservadurismo que se hizo acreedor tanto de críticas —por ejemplo, inmediatamente antes de la guerra del Peloponeso, en 432, por parte de los corintios, según Tucídides11— como, en otros casos, de elogios, formulados por «laconizantes» (como Critias, a finales del siglo V12) que exaltaban su eunomia («buen orden») al tiempo que su importancia. La rivalidad política entre Esparta y Atenas (su principal adversario en la Grecia del siglo V) alimentó estos discursos antagónicos, incluso más allá de la victoria de Esparta al final de la guerra del Peloponeso (431-404). Por lo tanto, el análisis histórico debe preocuparse por delimitar la propaganda presente en los textos transmitidos hasta nuestros días13.

Además, el mismo secreto que el pueblo de Esparta cultivó sobre sus propias prácticas (por razones de prudencia militar, sobre todo), y que Tucídides designó por la fórmula ès politeias to krypton, el «secreto de la constitución»14, influyó en la formación de una idea de opacidad respecto de la ciudad. Sin embargo, habida cuenta del papel fundamental que desempeñó en las relaciones entre las colectividades griegas, fue objeto de muchas miradas perspicaces que no dudaron en apropiarse de rasgos que parecen fundamentales.

De este modo, el examen de los acontecimientos así conocidos es lo que permite, en palabras de Plutarco, tratar de hacer que, «purificado en mi narración lo fabuloso, tome forma de historia15». El movimiento general será naturalmente cronológico e irá desde la época arcaica (capítulos I - V) hasta la época clásica (capítulos VI - XV)16. En este marco se presentarán las principales características de la evolución de Esparta en materia no solo política, sino también artística y social. La riqueza particularmente variada de documentación relacionada con usos sociales, educativos, políticos, religiosos y, en particular, militares permitirá analizar el funcionamiento de una comunidad cuya originalidad radica, en uno de sus sentidos, en la importancia que concedió a la guerra.